Don
Gabino ya había preparado en el amplio jardín de su casa los sillones, las
sillas y la mesa petisa en torno a la cual, los domingos por la tarde, se
reunía con sus amigos. Cada uno aportaba la bebida espirituosa del caso –salvo
las interdicciones ya conocidas por todos- y así pasaban varias horas en
desvariantes o formativas conversaciones.
Ese
domingo, Bulgarovich venía muy enojado y lo mismo ocurría con otros miembros
del grupo. Por la mañana, algunos de sus hijos, que concurrían al único colegio
religioso del pueblo regenteado por tres monjas, habían hecho su primera
comunión. Como era tradicional, las madres habían ataviado a las niñas con
vestidos blancos y largos y unas pequeñas tocas de tul. Los varones, habían ido
con sus blazers azules y, sobre la manga derecha, un gran moño de raso blanco.
Cuando
la superiora de la comunidad vio llegar al grupo así ataviado se puso lívida y
después furiosa. Su orden habían sido que tanto niños como niñas debían asistir
con pantalones de jeans y remeras blancas a fin de eliminar cualquier tipo de
diferencia que denotara procedencias sociales y que los tres o cuatro primeros
comulgantes de un villa miseria vecina que se unirían al grupo, no se sintieran
discriminados. Además, de ese modo, el colegio daría testimonio fehaciente -y
al día siguiente así lo retratarían los medios de prensa-, de que se estaba
adecuando rápidamente a los nuevos tiempos de pobreza y acercamiento al pueblo
con misericordiaciones incluidas, cuyo ejemplo vívido era el jefe de estación.
La
superiora era la hermana Wanda que, en tiempos pasados, había sido la hermana
Purificación, pero que un día había decidido vivir cercana al cercanía del
pueblo y, de ese modo, había cambiado su nombre y se había sacado el velo que
completaba su hábito. Hacía varios años ya que estaba destinada al pueblo de
don Gabino. Nadie sabía bien por qué aún conservaba el cargo de superiora.
Algunos aventuraba que se debía a que era la más joven del grupo – la hermana
Wanda todavía no había cumplido los ochenta años-; otros opinaban que se
imponían sus hirsutos bigotes sobre la pelusa mal depilada de sus compañeras, y
otros, que se debía a su astucia y habilidad para trepar y ocupar los primeros
puestos.
Lo
cierto es que la hermana Wanda, apenas pudo salir de su sorpresa y disgusto, y
mientras arrancaba tules y brazaletes de cabezas y brazos infantiles, espetó a
los padres que miraban azorados el despojo ceremonial de sus hijos:
-
¡Restauracionistas! Eso es lo que son ustedes. Unos restauracionistas.
- Lo
que pasa –retrucó Bulgarovich- es que usted es marxista.
- Yo no
me ofendo que me digan marxista. Tengo amigos marxistas, para que ustedes
sepan, y los quiero mucho. Lo que pasa es que ustedes son fascistas. O peor
aún, tradicionalistas. Esos es. En este pueblo tenemos una célula
tradicionalista.
Las
guitarras comenzaron a sonar con la algarabía del “Juntos como hermanos”, la
hermana Wanda esbozó su mejor sonrisa, tomó de las manos a los dos pequeños que
encabezaban las filas, y entró con ellos al templo, donde el cura los esperaba
revestido de una amplísima alba –sin amito ni cíngulo- y con una estola
multicolor tejida. Hacía mucho calor
para ponerse la casulla.
- Se
está sacando la careta-, dijo don Gabino.
- La
careta será, porque el velo se lo sacó hace rato-, dijo sonriendo el que hacía
sonidos guturales desde el fondo del grupo.
- Y
además es medio tonta. No termina de darse cuenta de lo que dice y, sobre todo,
de lo que no dice cuando dice lo que dice-, reflexionó el Poeta.
- Tiene
razón, don –continuó don Gabino-. Fíjese que, si para la monja es un insulto o
al menos una deshonra ser restauracionista, es porque ella se ubica en el polo
opuesto, es decir, el progresismo.
- A mí
me parece que el polo opuesto del progresismo es el tradicionalismo-, dijo uno
apurando una copita de Hesperidina.
- No
sé…- dijo don Gabino-. Les largo aquí una idea para discutirla y pensarla. A mí
me parece que los binomios, que no se
excluyen sino que se complementan, son: tradicionalismo – evolucionismo y
restauracionismo – progresismo. Diría que el primero es estático y el segundo
dinámico. Los tradicionalistas
consideran que deben guardar intacto lo que les fue entregado mientras que los
evolucionistas piensan que eso que fue entregado debe ir modificándose y
adaptándose según los tiempos. Los restauracionistas también consideran que
debe conservarse lo recibido, pero agregan un elemento dinámico: también
afirman que debe volverse a lo que fue en el origen o “restaurar el principio”;
los progresistas, en cambio, desconocen y se desinteresan por lo recibido y,
mucho más, por el origen, y su meta es “ir” hacia un mundo mejor. Resumiendo,
los restauracionistas quieren “volver” a un mundo mejor, mientras que los
progresistas quieren “ir” hacia él.
- Lo
que usted propone entonces es volver hacia la Cristiandad medieval…-
dijo con dudas Bulgarovich.
- Para
nada, mi amigo. Eso no sería ni posible ni cristiano. Recuerde que el Apóstol
dice que no tenemos en este mundo morada permanente sino que nuestra morada
está en el cielo junto a los santos, es decir, en el Paraíso que perdimos. Ese
es el “mundo mejor” al que debemos volver. Lea si tiene ganas las lecciones de
maitines del tiempo de adviento del breviario tradicional que están tomadas de
Isaías. Todas ellas hablan justamente,
en lenguaje profético, de una “restauración”. Y si no, recuerde los salmos:
“Junto a los canales de Babilonia, allí nos sentábamos a llorar mientras nos
acordábamos de Sión…”. La idea es la misma: debemos volver, restaurar lo que
perdimos, y esa es la causa de nuestra esperanza y de nuestra alegría. Es lo
que nos decía hace poco don Tollers.
- Humm…
qué quiere que le diga don Gabino. Eso me suena a herejía gnóstica. ¿No estará
proponiendo la pre-existencia de las almas con toda esa idea del volver? Ya
parece un platónico hablando de retornar al mundo de las ideas… - dijo otro que
siempre husmeaba herejías.
- No me
refiero a eso, y usted lo sabe. Nosotros , y me refiero a todo el género humano,
“estábamos” en nuestros primeros padres cuando cayeron del estado de inocencia
original. Si no, ¿por qué cree que todas nacemos con ese pecado? Sencillamente,
porque todos nosotros pecamos en nuestros padres protoplasmáticos, como los
llama la liturgia. Entonces, si estuvimos con ellos en el paraíso, debemos
volver a ese mismo lugar de donde fuimos expulsados por nuestras culpas y cuya
entrada es custodiada por un ángel con espada de fuego.
-
Entonces, -dijo el Poeta-, el cristiano debe ser, necesariamente,
restauracionista.
- Y el
progresismo no es cristiano…-, reflexionó Bulgarovich.
- Y, si
llevamos las cosas al extremo, así es. Escuche nomás predicar a un cura o a un
obispo progre. ¿Qué escuchará? Hablar de los pobres, los marginados, la unidad,
la paz social… sociología pura. Eso no es cristianismo.
- Lo
que a mí me llama la atención –dijo el juez de paz- es que en esta época
todavía hayan cristianos progresistas. Podía llegar a entenderse en los ‘60 o a
comienzos de los ’70, pero ¿ahora? ¿Es que no ven el mundo? ¿Es que no ven el
estado en el que el progresismo dejó a la Iglesia? Y siguen hablando de construcciones
humanas de un mundo mejor. La misma monja Wanda, en el reportaje que le hizo la
semana pasada Betty Piqueta, explicaba que las nuevas herejías tienen que ver todas con la dignidad del
hombre o, dicho de otra manera, son herejías antropológicas. ¿Quieren
progresismo cristiano más anacrónico que ese? ¿Es que no hay herejías
cristológicas o trinitarias? A la monja no le interesan esas cosas…
- Eso no
da rating y los medios de prensa la tratarían de integrista… - dijo el del
fondo.
- A mí
me cuesta creer que la monja haya dicho que no la ofende que le digan marxista-
acotó el profesor Worms – ¿Es que no sabe, acaso, que un papa declaró al
marxismo “intrínsecamente perverso”? ¿Será que no le importa que le digan que
es perversa?
- Le
digo más profesor, el marxismo stalinista solamente, dejó cincuenta millones de
muertos, muchos de los cuales murieron porque eran cristianos. Y ella,
alegremente, dice a todo el mundo que no le importa que le digan marxista- dijo
don Gabino.
-
Estamos mal con estas monjas… y el problema es que no sabemos cuándo se van.
Todos
se quedaron callados un rato, entre tristones y preocupados. Últimamente, casi
siempre les pasaba lo mismo. Cuando se acabó la Hesperidina, se
levantaron despacito y don Gabino se quedó solo nuevamente.