El jueves pasado, 21 de marzo, la agencia de noticias católicas AICA publicó una nota “de desagravio a los ataques contra los Hogares de Cristo” proveniente de la Conferencia Episcopal Argentina, a raíz de la difusión de algunos videos de la misa que se celebró en la basílica de Nuestra Señora de Luján el 10 de marzo pasado, que publicamos también en este blog, y en el que se apreciaba la profanación que obispos, sacerdotes y fieles realizaban del lugar sagrado.
El hecho provocó un enorme escándalo entre los fieles y también fue aprovechado para buscar y quizás encontrar intencionalidades políticas en esta reunión. Uno de los obispo participantes del sacrilegio publicó un video tratando de explicar lo ocurrido y, poco después, apareció el documento episcopal al que hicimos, firmado nada menos que por dos obispos y un sacerdote, y del que se hicieron eco algunos medios de prensa nacionales.
No estoy diciendo que la reacción haya sido a raíz de la publicación de este pobre blog que apenas tiene algunos miles de visitantes diarios, sino que el video seguramente se viralizó a través de muchos medios. No soy tan importante como para merecer una respuesta oficial de la Conferencia Episcopal Argentina pero, por ser parte de la cuestión, es mi derecho responder.
Las reacciones episcopales son sorprendentes pues en ningún caso ofrecen un solo argumento. Se limitan a enunciar hechos con los que apelan a la emotividad de los lectores. McIntyre se haría una fiesta: emotivismo puro. Pero del emotivismo no se sigue ninguna conclusión. Non sequitur. Repitiendo a Coroliano Alberini, les diría: “Excelencias, no documenten su ignorancia”.
Mons. Baliña, cuya respuesta pueden ver aquí seguida de una reflexión sobre el mismo hecho de Mons. Héctor Aguer, hace pininos argumentativos. Con voz meliflua (que desaparece en el abrupto final cuando deja ver su ira disimulada), caída de párpados y sonrisas de ternura, desarrolla un discurso que tiene la misma estructura y contenido que el difundido por la CEA, lo que me hace sospechar que el verdadero autor de éste fue justamente Baliña y el P. Di Paola, y no los obispos firmantes.
Recurren primero a explicar quiénes eran los asistentes a la misa y explican qué son los Hogares de Cristo y el trabajo pastoral que en ellos se hace. Al respecto, no tengo nada que opinar, más que felicitarnos y agradecerles ese trabajo. Creo que nadie podrá objetar la necesidad que tienen tantos hombres y mujeres que viven esclavizados por la droga de salir de su situación, y en este caso lo hacen experimentando el amor de Cristo y el apoyo de la comunidad. Con respecto a esta tarea pastoral, entonces, solamente presto mi admiración. Pero non sequitur…, de la excelencia y entrega de los pastores, y de la alegría de los fieles por su liberación, no se sigue la justificación del espectáculo litúrgico que hicieron en Luján. ¿Es que esa alegría y agradecimiento, que puede ser expresado de acuerdo a la cultura y los modos personales de cada uno, debe ser manifestado en una acción litúrgica y en un lugar sagrado? ¿Por qué? ¿No hay otras ocasiones y lugares para hacerlo?
Tanto Mons. Baliña como el documento de la CEA hacen referencia a que cualquier persona que casualmente hubiera asistido a esa misa, se habría quedado asombrada por la religiosidad que allí se vivía. Me permito dudar de esa afirmación universal porque ese no hubiese sido mi caso ni el de muchos de mis amigos, pero lo sorprendente es que utilizan este fenómeno para justificar la profanación. “Este tipo de misa provoca un alto grado de religiosidad, ergo, es buena y puede celebrarse”, sería su razonamiento. Pero también podemos decir que alguien que se asome a una celebración de cualquier secta pentecostal, por ejemplo, quedaría sorprendido por la piedad de los asistentes, o que cualquiera que concurriera al “santuario” de la Difunta Correa, del Gauchito Gil o de Gilda, igualmente quedaría edificado por la religiosidad de los devotos de estos “santitos”, y sin embargo ninguno de los dos casos constituyen liturgias o devociones católicas y legítimas. Una vez más, Excelencias, non sequitur. De la reacción o sentimientos de los fieles, no se sigue que un acto litúrgico sea lícito o agradable a Dios. Eso es emotivismo en estado puro y no tiene valor alguno como argumento lógico, y mucho menos teológico. Más aún, constituye un grave error teológico.
"Las banderas son un signo de pertenencia que los representan", continúa el comunicado. Y es verdad, como la bandera roja y blanca identifica a los hinchas de River. Se trata de un hecho sociológico fácilmente observable, pero non sequitur. No se sigue que habilite a que las banderas se utilicen de frontal y de mantel del altar, como puede observarse en las fotos. Se trata de una flagrante profanación del altar - "El altar es una mesa santa, sin mancha, que no puede tocarla cualquiera, sino los sacerdotes y con circunspección religiosa", decía San Gregorio de Nisa, doctor de la Iglesia (De anima et resurrectione 14)- y del Santo Sacrificio que, en vez de ser celebrado sobre los manteles que recubren el altar sagrado, lo fue sobre una bandera profana.
Se detienen ambos en explicarnos la canción que con tanto fervor entonaron como canto de salida de la Santa Misa. “La canción que fervorosa y apasionadamente cantan es “La Vida como viene”, una de las premisas con las que el Papa Francisco iluminó esta labor”, escriben, y Mons. Baliña nos lee sus primeros versos. Otra vez debo decir non sequitur. ¿Es que cualquier premisa que se le ocurra decir al Papa Francisco -y se le ocurren varias por día- justifica su inclusión en la liturgia? ¿Es que la liturgia es un lugar para amontonar ocurrencias pontificias? ¿Es que la nuestra es la religión del Papa Francisco o la religión de Cristo?
Sigamos. “Los bombos que forman parte de las murgas de los Hogares son para ellos, y para nosotros, como corazones latiendo…”. Como imagen poética es bastante pobre, pero convengamos que, en el mejor de los casos se trata de pura poesía. Y también en este caso non sequitur. Que el redoble de los bombos se asemeje a los corazones latiendo por amor a Nuestra Señora no justifica de ningún modo que los bombos puedan ser incluidos como parte de un acto litúrgico. Con ese criterio, por ejemplo, se podrían incluir gaitas porque su forma que se comba rítmicamente asemeja la saludable acción purificadora del cuerpo que desarrollan los riñones; o la inclusión de las guitarras y otros instrumentos de cuerdas estaría legitimado porque reproducen la bella y curvada forma del cuerpo femenino que nos recuerda a Eva, nuestra madre común.
“Cualquiera que niegue o desconozca la manera en que Jesús y la Virgen sanan y reconcilian las fragilidades de nuestros jóvenes, y que no respete nuestra religiosidad y forma de expresarla, cae en un nuevo fariseísmo y puede convertirse en un hipócrita”, siguen Sus Excelencias, y yo les recordaría, tan dados que son ellos a apegarse a las premisas papales, que justamente una de las premisas más celebradas del Santo Padre es la que dice: “¿Quién soy yo para juzgar?”, y me da la impresión que aquí se está juzgando a quienes no compartimos los criterios de expresión de la religiosidad del grupo del Hogar de Cristo, llamándosenos fariseos e hipócritas. Pero más allá de esta incoherencia, el argumento esgrimido provoca un nuevo non sequitur. Que los distintos grupos humanos tengan formas diversas y variadas de expresar su religiosidad nadie lo discute; lo que se discute es que esas expresiones se realicen durante la celebración de la Santa Misa.
El siguiente párrafo del comunicado de la CEA es el más importante y el más grave: “Tampoco se trató de una profanación: la Eucaristía, como gesto sagrado de encuentro y comunión, es reflejo de que las familias que compartieron la misa conforman una comunidad católica, fraterna y generosa que se conmueve y organiza para hacer frente a la compleja realidad que vivimos los argentinos, de manera especial los que son excluidos y marginados; quien desconozca esta situación y realidad, debería acercarse y caminar las villas, barrios y periferias para comprender”. Me cuesta creer que semejante barbaridad teológica haya sido firmada por un obispo, por más argentino y francisquista que sea. Encuentro aquí dos problemas serios. El primero es el concepto que se tiene de la eucaristía. Para estos prelados y sacerdotes, se trata de un “gesto sagrado de encuentro y comunión”, afirmación que podría firmar cualquier protestante. Un católico, aún el más simple, sabe que la eucaristía es el hostia consagrada en la cual se encuentra verdadera y realmente presente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor. La eucaristía no es un “gesto” ni es un “signo” de encuentro. Es una realidad -terrible realidad-, de la misma Divinidad dándose como alimento a los hombres. La confusión es gravísima, y creo que ante este hecho no solamente debería tomar intervención la Congregación para el Culto Divino, como sugiere Mons. Aguer, sino también la de la Doctrina de la Fe.
Y esto me lleva a plantearme la siguiente cuestión: todas las personas que comulgaron en esa Misa y que, estimo, han sido instruidas en la fe por los sacerdotes y obispos que asisten a la organización Hogares de Cristo, ¿saben que la eucaristía es el Cuerpo de Cristo, o más bien la entienden como un “signo sagrado de encuentro”? Es pertinente la pregunta porque, si este último fuera el caso, deberíamos concluir que no distinguen el pan común del pan consagrado o, de modo más sencillo, que no saben lo que están recibiendo. Y para esta situación, Santo Tomás de Aquino enseña: “Pero tampoco puede decirse que un animal bruto coma el cuerpo de Cristo sacramentalmente, porque él no puede utilizarle como sacramento. Por lo que comería el cuerpo de Cristo no sacramentalmente, sino de modo accidental, como si lo comiese uno que come una hostia consagrada sin saber que está consagrada” (S.Th, III, q. 80, a. 3 ad 3). Quien come la hostia consagrada sin saber lo que realmente es, o creyendo que es un “signo de unidad”, no comulga sacramentalmente. Sencillo, y grave.
El segundo aspecto de la gravedad del párrafo se desprende de la afirmación que dice: “…quien desconozca esta situación y realidad, debería acercarse y caminar las villas, barrios y periferias para comprender”. Pareciera que se trata de una maniobra traslaticia de la moral de situación a una especie de “sacramentalidad de situación”. Y nuevamente me lleva a decir non sequitur. De las situaciones de exclusión por la que atraviesan esos fieles y del hecho real, al menos en mi caso, de no caminar las villas y las periferias, no se sigue que la Santa Misa y un lugar sagrado como el templo puedan ser profanados. La necesidad emotiva de expresar la alegría de la liberación y de la hermandad puede expresarse en otros ámbitos, pero no en las ceremonias litúrgicas.
Y continúan los prelados con otro párrafo igualmente grave: “No compartimos la actitud de aquellos que se creen dueños de la verdad, la piedad y la fe. Aquellos que construyendo muros quieren una Iglesia de elite, en donde se encorseten las manifestaciones de piedad popular, priorizando una liturgia de estricta observancia por sobre la manifestación afectiva y entrañable que el pueblo tiene con su Madre y con su Padre del cielo”. Yo no me creo dueño de la verdad ni de la fe, pero creo que la verdad y la fe tiene dueño, y la dueña es la Iglesia, que habla y se expresa por su magisterio milenario (y no solamente de los últimos seis años), sus documentos y sus leyes. Por eso yo, como cualquier católico que conoce ese magisterio, tengo todo el derecho de alertar cuando el mismo es violado y cuando su liturgia es reducida a un acto comunitario. Y esto no es creerme dueño de nada; es aceptar y obedecer las enseñanzas de mi Madre, la Iglesia.
Por eso mismo también, no priorizo una “liturgia de estricta observancia”, simplemente porque tal cosa no existe. Y aquí está el meollo de la cuestión, tal claramente expresado por Sus Excelencias. Lo que sí existe es la liturgia a secas, y la liturgia es “el culto integral del Cuerpo místico de Jesucristo, Cabeza y miembros, a Dios”, como la define Pío XII y lo repite textualmente la Sacrosanctum Concilium (n. 7). Este culto tiene un elemento invisible, que es la gracia, es decir, la misma vida divina comunicada a los hombres, pero también tiene un elemento visible, de institución divina, que es el rito, que ha sido determinado por la Iglesia y a cuya autoridad pertenece el regularlo y legislarlo.
Si aceptamos como hacen estos obispos argentinos, la existencia de una “liturgia de estricta observancia”, que tiene connotaciones negativas, deberemos admitir la existencia de otra liturgia que vendría siendo “de laxa observancia” o de “observancia creativa”, que sería la buena y aceptable, lo cual constituye en cierto y grave error teológico sobre el que, insisto, los responsables del documento deberían dar cuenta.
Todos los non sequitur señalados precedentemente surgen porque estos obispos argentinos, “que han devastado la liturgia”, como advierte Mons. Aguer, en realidad, no saben lo que es la liturgia, y la consideran una mera reunión comunitaria, donde se distribuye el “signo sagrado de la unidad”, pero no como el acto del “culto integral” que los miembros del Cuerpo místico de Cristo le ofrecen a Dios. Por lo tanto, es coherente su actitud. La acción litúrgica y fundamentalmente la Santa Misa, queda convertida en terreno para todo tipo de creatividades y expresiones emotivas y de religiosidad popular y, consecuentemente, eximida de cualquier tipo de regulación y legislación por parte de la Iglesia.
Insisto, La Santa Sede debería tomar cartas en el asunto no solamente con respecto al hecho litúrgico de la celebración probablemente sacrílega de una Santa Misa por parte de obispos y sacerdotes en el santuario nacional de Luján, sino también por los gravísimos errores doctrinales que aparecen en el comunicado de la Conferencia Episcopal Argentina, en el que se expresa un concepto erróneo de la Sagrada Eucaristía y un concepto erróneo de la liturgia.