Entrevista de Jack Tollers al Anónimo Normando (II)
Tollers: ¿Cómo nació su afición a las
letras? Algunos dirían que es contraria a la experiencia “chestertoniana” que
describe… como si hubiese oposición entre las letras y la realidad. Borges, sin
ir más lejos…
El Anónimo: De muy chico me
gustó leer. Y las lecturas me iluminaban la realidad, no la sustituían. En la
primera juventud leí un poco menos que en la niñez, y que después. A los 16
años, más o menos, retomé, y leía aluvionalmente de todo; un amigo me cuestionó
ese desorden, y le contesté con un lugar común bastante grasa: “El saber no
ocupa lugar”. Lo que me dijo entonces me descalabró: “Ocupa lugar en el
tiempo”. Y tenía toda la razón.
Como en todas
las cosas, la calidad importa más que la cantidad. Recuerdo la impresión que me
produjo leer a Chesterton a los 14 años, como algo “distinto”. Y así con otros
autores. También recuerdo el tedio que resultaba de tanto libro prescindible.
Claro, ahora los veo como prescindibles. Salvo como síntomas de la patología
cultural reinante. Pero uno no puede vivir coleccionando síntomas. Con los años
uno relee más de lo que lee. Qué le vamos a hacer.
Las buenas
letras nacen de y vuelven a la realidad. A la realidad en lo que tiene de más
profundo. Borges, precisamente, a pesar de las volteretas y los jugueteos, en
cuanto tiene de mejor nos muestra la realidad. Un tipo de buen gusto y buenas
lecturas, básicamente. Claro que la tilinguería que lo rodeaba le festejaba
otra cosa, por lo común.
Tollers: ¿Cómo le dio por estudiar letras,
así, para adoptarlas como profesión? ¿Nadie le objetó semejante elección? ¿No
le daba miedo el sustento al que habría que proveer en el futuro?
El Anónimo: Me pareció que era
lo que más me gustaba, y que allí había dos cosas: un campo para el apostolado
(en esos años de fervor militante) y también que allí se libraba una de las
grandes batallas de la guerra cultural. Bastante ingenuo todo, pero no mal
apuntado, a grandes trazos.
Por supuesto
que me objetaron, con razones muy atendibles. Pero fue una elección con toda
conciencia. Ciertamente correría la coneja: eso lo veía con absoluta claridad.
Pero haría lo que más me gustaba.
El flaco
Montiel decía que uno se da cuenta si está en su vocación cuando no ve un
límite demasiado preciso o abrupto entre lo que es estrictamente trabajo y lo
que es placentero. Creo que es una regla práctica fantástica en su sencillez.
Y casi al
final del camino, creo que fue un acierto. Con todas las inmundicias que hay
sobre todo hoy en esta actividad. Pero en las demás también, me parece. Y las
cosas se valoran en su plenitud, no en su corrupción.
Tollers: San Juan de la Cruz decía que un solo
pensamiento de hombre vale más que el universo mundo. Pero muchas veces me
pregunto si no será una exageración andaluza…
El Anónimo: Sugestivo texto.
¿Andaluzada? Sin embargo suena bien. Claro que habría que ver el contexto, cosa
que no puedo hacer ahora por haber prestado mi tomo de la BAC. Así nomás, a lo
bruto, pareciera referir a que lo fundamental se resuelve en esas opciones
últimas que se definen en el corazón (en el sentido tradicional, no el
sentimentaloide moderno). Vale decir que Dios ve nuestros pensamientos, y que
eso es más importante que todo lo demás. Da un poco de miedo...
Tollers: Sé que le gusta la poesía, que
sabe mucho de eso y que incluso ha escrito unos cuantos versos, pero… bueno, la
pregunta es un poco prosaica, pero ¿no es usted un poeta?
El Anónimo: No, por cierto.
Salvo únicamente en el sentido incoado, potencial, en que lo es todo hombre.
“De médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”, dice el refrán, y es verdad.
Pero el poeta
en sentido estricto tiene el habitus,
el hábito, que inhiere tan profundamente que llega ser en él algo así como una
segunda naturaleza. Una disposición a obrar de determinado modo cuasi
espontáneamente. Y así es que todos en general, si estamos más o menos sanos y
enteros, nos conmovemos frente a paisajes, situaciones, etc. Pero el artista tiene
el hábito de poder expresar esa conmoción plasmándola en una materia: así el
pintor en líneas y colores, el músico en sonidos, el escultor en volúmenes,
etc. Y el poeta en palabras.
¿Y los que no
tenemos ese hábito? Pues nos sentimos expresados por el poeta, que habla por
nosotros. Nos reconocemos en sus versos: dicen lo que nosotros intuimos pero no
podemos poner afuera, comunicar de un modo tan acabado. Eso no quiere decir que
alguna vez (pero suele ser excepcional) no probemos algunas líneas. Porque
todos, como tan bien dice Tolkien, somos imagen de Dios, y Dios es creador. No
podemos menos que reflejarlo de algún modo, todo lo débil y lejano que se
quiera. Y el que se dedica a las letras debe reconocer que su papel es el de
mostrar, iluminar, ex–plicar (que quiere decir algo así como “des-plegar” un
papel doblado) si cabe, remover los obstáculos, para permitir que la obra
brille plenamente. Y luego debe desaparecer.
Tollers: Sí. Lo que parece que está
desapareciendo en el mundo cristiano es la vera poesía, y, para el caso, el
arte todo (con excepción, quizá, de la música, que aún se componen cosas de
algún valor). Y claro, esto parece consonar con la pérdida de la fe ―como que
el subcreador no puede crear si se desvincula del Creador (caído de Dios, te
caerás de ti mismo). Con todo, el mundo clásico produjo las más grandes obras
de artes y ni siquiera creían en la existencia de un Creador…
El Anónimo: Amigo Tollers: hay
varias cosas por allí, me parece. Lo que es de cajón es que un mundo
post-cristiano, apóstata, que va en bajada, es peor que un mundo pagano, que va
en bajada en cuanto pagano pero en subida respecto de una expectación
mesiánica. Y la apostasía no tiene remedio en sí misma, puesto que de lo que
apostata es del remedio, precisamente.
Por otro lado
no hay una ecuación simple y directa: si tengo fe hago mejor poesía. Desde el
hombre hay cosas que no se ven, las más importantes y profundas. Lo que sí se
comprueba con relativa facilidad es que una cultura degenerada se expresa
necesariamente en un arte degenerado, y al revés, por supuesto. Pero no es
automático en cada caso particular. El hombre caído no tiene naturaleza deleta (destruída), como decía Lutero,
sino herida (vulnerata). No pierde
los dones naturales, ni la pulsión a sub-crear, ni la aspiración al ser, etc.
Todo se tuerce y se ensucia. Por supuesto que hay un momento en que esa
torcedura es tan violenta que llega al quiebre. Pero está, como dice Castellani,
la media cizaña, el cuarto de cizaña, etc. En fin, uno puede hacer mapas
de trazo grueso, pero no confundirlos con una realidad a la que nuestro
conocimiento, si bien llega, no la agota.
Tollers: … y con todo, Lewis dice que cuando
finalmente contemplemos el rostro de Dios sabremos que siempre lo habíamos
conocido.
El Anónimo: La reminiscencia
platónica, y todo eso... es algo serio, que hay que entender bien. Lo que más
me acuerdo de Lewis es en Screwtape
cuando a los ángeles, en la hora de la muerte, el "paciente" no les
pregunta quiénes son, sino que les dice algo así como "¡Así que eran
ustedes!" Fabuloso. A Dios no lo conocemos ahora más que en sus efectos,
que no es poco. Lewis también: las cosas dicen "aquí está Dios" y al
mismo tiempo "no somos Dios". La nostalgia, la añoranza... "nos
hiciste para Ti" (San Agustín). Ahí está todo.
Tollers: A Ud. y a algunos de sus amigos
los han acusado de anglófilos, y sus citas de Lewis me trajeron a la memoria el
cargo… ¿qué contesta a eso, usted, católico formado en la tradición
contrarreformista española?
El Anónimo: En su pregunta se
encierran varios temas entrelazados, que podemos reducir a tres (omne trinun perfectum), a saber, lo de
las “acusaciones”, lo de mi anglofilia y yo, católico, como dice usted, formado
en la tradición contrarreformista española. ¿Y bien? En cuanto a mis
acusadores, diría que siempre hubo “energía botonal”; en todos nosotros se
agazapa un inquisidor frustrado, que es la corrupción de la actitud alerta en
defensa de la verdad. Pero con la “primavera de la Iglesia” y el despelote
omnipresente, por reacción se agravó, como llamas en un pajar seco, este
síndrome en el palo tradi, en mucha gente corta de luces, que no quiere saber
nada de “cosas raras” y se ufana de certezas, ¡ay!, muchas veces racionalistas
paradójicamente mixturadas con devociones privadas que rozan la superstición. Estos
denuncian y se encocoran, lanzan anatemas y excomuniones sin efecto alguno, y
desahogan su mal humor. Paciencia con ellos, pues, mis acusadores.
En cuanto a mi
anglofilia, debo decir que, curiosamente, de chico era yo parcialmente
anglófobo, por mis sesudas lecturas de… Emilio Salgari. Los ingleses habían
desposeído a Sandokán del reino de su padre, etc. En fin. Y algo había: la
corrupción de Inglaterra provocó males sin cuento. Pero donde abunda el pecado
sobreabunda la gracia. Y descubrí la Inglaterra católica, y mártir. Es cierto que
todos tenemos por temperamento, o vaya a saber por qué, afinidades con
determinadas culturas o sensibilidades con las que sintonizamos. Lo que no
significa denostar lo otro. Pero somos seres finitos. Y caí en la cuenta que la
cultura inglesa me resultaba acogedora y
simpática, y su literatura me era connatural. De modo que los autores ingleses
fueron el camino que me tocó para descubrir infinitos bienes. Empecé por
Chesterton. Y después di, por Pieper, con Lewis. Y por Lewis a Tolkien. Y por
amigos a Evelyn Waugh. Y por Waugh a Ronnie Knox. Y a Newman… E via dicendo… Y Castellani me empujaba
siempre. Y uno cuando contempla y goza, lo quiere comunicar. Nunca le
agradeceré a Dios lo bastante haber puesto en mis manos esos libros. Es uno de
los caminos más amplios por donde me llegaron los reflejos que puedo percibir
del amor de Dios. Y no me cierran ningún otro. Al contrario. La verdad y el
bien se despliegan en senderos convergentes.
Y esto nos
lleva a su referencia a la tradición contrarreformista española: confluyen
todas las tradiciones particulares en la cumbre de la unidad. Cada una con sus
talantes y sabores propios, y con sus riesgos y deformaciones inherentes. Pero
en lo mejor que tienen no se oponen, sino que se enriquecen y potencian
mutuamente. Claro que el demonio intentará volver enemigo lo que es
complementario. Como ocurre con el hombre y la mujer, según el feminismo. Pero
está en nosotros pedirle a Dios que eso no ocurra, que nos proteja y nos
ilumine, para que no despreciemos torpemente sus dones. Como dice tan bien
Lewis: todo camino hacia Jerusalén es un camino desde Jerusalén. Depende el
sentido en que lo recorramos.
Tollers: Sí, pero parece claro que no
resulta nada fácil encontrar terreno común, digamos por caso, entre Garcilaso y
Gerard Manley Hopkins, San Juan de la
Cruz y Chesterton, o Newman y San Ignacio de Loyola…
El Anónimo: Esto tiene que ver
con la cuestión de lo uno y lo múltiple, lo infinito y lo finito. La diversidad
es una gran cosa, porque expresa la inimaginable riqueza de la creación. Lo
infinito se refleja, se refracta en lo finito con fecunda abundancia. Pero en
lo alto, o en la raíz, hay convergencia. La fuente es la misma, y no puede
agotarse en ninguna cosa creada.
Nuestra
capacidad es limitada, pues somos finitos. Y además, está herida, estropeada
por el pecado original, y por el demonio que con gran habilidad y astucia nos
distrae y hace que contrapongamos y enfrentemos los destellos particulares,
para que no gocemos con la remisión a la fuente y nos jodamos, y la realidad se
nos aparezca como un caos, cuya única clave sería la visión necesariamente estrecha que nos propone la secta en la que
nos refugiamos, donde anida un jirón de verdad enloquecido, desmadrado,
hipertrófico.
Claro, entonces
ni Garcilaso ni Hopkins pueden agotar la poesía: confluyen. Como San Juan de la Cruz y Chesterton, que sin
duda se reconocen en el cielo, y aun como San Ignacio y Newman, que atisban la Verdad y comunican lo que
ven, desde distintas perspectivas, digamos, con ángulos determinados. En todo
se refleja Dios, y nada agota a Dios. Es como en la música: ¿nos pueden gustar
Bach y el Chango Spaciuk, el gregoriano y el tango? Son cosas distintas,
felizmente. Pero señalan en la misma dirección.
Entiendo que
la pregunta apunta sobre todo a un paralelo entre la España del XVI y la Inglaterra del XIX-XX.
Y en los dos ámbitos encontraremos “norma y enormidad”, al decir de Ortega.
Todo lo finito se puede torcer, de todo podemos abusar. Los “anglófilos”, como
Ud. dice, podemos ponernos densos y exclusivistas, supongo, tanto como los
gallegófilos barrocoides o los francófilos jansenistones, o los neorrasputines,
o los gauchudos de asadito y poncho, etc.etc. Pero no por eso tiraremos a la
basura a Belloc, Santa Teresa, Peguy, Volkof, Castellani. No sé si me explico...