miércoles, 29 de junio de 2011

El último Corpus





Ayer hablé con un amigo que, descorazonado, me espetó: “A la iglesia argentina le queda poco tiempo. Va a ser destruida”. Lo sabía exagerado y tremendista pero esto ya me pareció demasiado, y le pedí entonces fundamentos de tamaña y casi sacrílega afirmación. No me dio argumentos. Simplemente me contó su experiencia del sábado pasado.
Convalecía en su casa del gran Buenos Aires cuando se enteró que por el frente de su morada pasaría la procesión del Corpus Christi. Conmovido por el inesperado acontecimiento, salió raudo de su lecho, vistió una bata de anchas solapas de terciopelo azul y, asomado a la ventana, desafiando al frío, esperó el paso del augusto cortejo.
De lo primero que se anoticiaron sus sentidos fue del sonido de tambores redoblantes, que le trajeron a la memoria los piquetes que cotidianamente interrumpen su viaje a la capital. Mayor asombro aún le causó el hecho de que, quienes ejecutaban tales instrumentos musicales y quienes los rodeaban, era un grupo humano similar a los comandados por D’Elia. Sin embargo, esos sonidos pronto fueron acallados por otros aún más inquietantes: una murga completa, con toda la estridencia de su música y del colorido de sus disfraces. Un apelotonado grupo de personas precedía al obispo de la diócesis que, con polerón negro y cuello derramado, entre sacrílego y chabacano, sobre una simplísima alba, transportaba la custodia con el sacrosanto Cuerpo del Señor.
Mi amigo no necesitó argumentos para convencerse. El triste espectáculo que se desarrollaba bajo su balcón era suficiente para predecir el fin próximo de la iglesia católica en Argentina.
Y yo, más racional, argumenté en contra. Pero no sé si me salió. Veamos:
1. Desde los ’70 las procesiones y ceremonias religiosas son iguales en nuestro país, y nada grave ha pasado.
No estoy tan seguro. Quienes fuimos niños en los ’70 y adolescentes en los ’80, sufrimos el progresismo que, hay que decirlo, no se animaba aún a la murga y a la estética piquetera. Pero, más allá de lo escenográfico, el progresismo tenía algo. Distorsionado y herético si se quiere, pero había algo. La eucaristía no era ya el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Señor, pero era el Pan de Vida. Los cantitos no hablaban de adoración sino de ir a Él para tener la vida. No me gustaban, pero repetían, más o menos, el sermón eucarístico de San Juan. En esos progres setentistas había teología, mala y contaminada, pero algo había. Ahora ya no hay nada. Es como pasar de Rodolfo Walsh a Victoria Donda. Es la vacuidad pura en los discursos, cantos y homilías. No hay más que sociología desleída y reflexión política de quinta categoría. El obispo protagonista de la procesión que relato, decía en su homilía: “Mañana se realiza la Jornada internacional contra el uso indebido y el tráfico de drogas. Este tema también atenta contra la vida de nuestros niños adolescentes y jóvenes, la edad del inicio del consumo ¡ahora es de los ocho años!, y el ochenta por ciento de los adolescentes y jóvenes hospitalizados los fines de semana están drogados o alcoholizados. En mi visita a nuestras escuelas y colegios, pregunto a las chicas y los chicos sobre el tema, todos saben quién vende, dónde, de qué calidad y a que precio. Estamos cayendo en el acostumbramiento de ver que este veneno daña y mata, y estamos viendo más “tolerancia social al consumo, pero no a los adictos”. Nos faltan brazos para abrazarlos y ayudarlos. Se legisla para consumir, pero no se legisla para desterrar el narcotráfico. Nos están destruyendo las familias y se está empeñando el futuro de nuestros adolescentes y jóvenes más vulnerables”. Asombrosa profundidad eucarística…
2. Son casos aislados. No se puede generalizar.
Probablemente el folclore de las procesiones cambia de una diócesis a otras. No habrá murgas, y en algunas quizás encontremos palio, incienso y pendones con borlas doradas. Pero el corazón en todas ellas está podrido. Por más anticlericales que nos proclamemos, debemos reconocer que el corazón de la diócesis es el obispo. Y el episcopado argentino está desahuciado, sin posibilidad alguna de recuperación. Y terminé de darme cuenta de esta realidad con el nombramiento de Mons. Zecca como arzobispo de Tucumán. Mal que me pese, debo admitir que era el mejor candidato o, dicho de otra manera, no había otro mejor. Y si alguien piensa que sí lo había, que cante. Pero con realismo, que no valen aquí locas esperanzas caballerescas. Conozco varios curas piadosos, inteligentes y tradicionales pero, si estuviera en mi poder, ¿los propondría como obispos? Sería condenarlos al infierno de la nomenklatura de la que no saldría ni vivos ni sanos, y neutralizaría su silenciosa pero efectiva labor pastoral actual. Solamente locos lindos de otras décadas como Kruk y Laise se animaron a meterse en el fangal, y no siempre salieron bien parados.
Además, y hemos dicho de ser realistas, ¿cómo haríamos para atravesar la burocracia? ¿Cómo haríamos para que el curita bueno que conocemos llegue a obispo? ¿Cómo podría proponerlo el nuncio al aquelarre episcopal argentino? ¿Cómo pasaría a la Congregación de Obispo? ¿Cómo se sortearían las trenzas de la curia? Meter un par de obispos apenas medianamente buenos le costó el exilio a un gran cura, y conseguir la mitra le costó innumerables viajes, títulos académicos y jornadas enteras de lavado intensivo de medias y zoquetes episcopales a Peter the Flintstones, ¿cómo podría pasar entonces el cura piadoso que conocemos?
3. La iglesia argentina no puede ser destruida.
¿Por qué?
a. Porque no.
Discutiría la respuesta si la iglesia argentina tuviera una base histórica de hombres santos que constituyeran una suerte de plafón fundacional. Pero más bien sucede lo contrario. No tenemos obispos santos y no tenemos curas santos que hayan marcado huella profunda. Mejor no recordemos a los curas y obispos fundadores de la iglesia argentina. Basta leer Los curas de la revolución, de Nancy Calvo (Emecé, 2002) o Historia de los anticlericales argentinos, de Roberto Di Stefano (Sudamericana, 2010) para conocer nuestro orígenes. Los que prefieren narrar la novelita rosa, allá ellos; pero hay que tratar de no creer los propios mitos.
b. Porque Argentina es la tierra de la Virgen.
Hablemos en serio, que lo único que nos falta es sumar al nacionalismo político el nacionalismo eclesiástico. La Argentina es tierra de la Virgen por Luján, como Bolivia lo es por Andacollo, Brasil por Aparecida y México por Guadalupe. La Santísima Virgen no hizo un milagro solamente a las riberas del Luján. Hizo muchos otros, y más portentosos, en otras tierras. No nos sintamos privilegiados, entonces. Somos un pueblito más del montón del pueblo de Dios; ni más ni menos que otros.
c. Es sacrílego pensar que Dios destruiría una Iglesia. Jamás haría eso porque sería destruir su obra y millones de almas se condenarían.
Efectivamente, sería muy triste. Pero Dios podría hacerlo y, de hecho, lo hizo. A pesar de San Agustín, de Santa Mónica y de miles de mártires -de los que Argentina no tiene ni uno solito-, Dios permitió la destrucción total de las iglesias del norte de África. ¿Qué queda de Hipona? Nada de nada. A pesar de San Atanasio, San Cirilo y tantísimos otros santos y mártires alejandrinos, Dios permitió que la iglesia cristiana egipcia fuera arrasada por el islamismo. A pesar de San Efrén el Sirio, San Juan Damasceno y de los Santos Padres de los concilios ecuménicos, Dios permitió que las iglesias de Asia Menor fueran ganadas por el nestorianismo y, luego, por el islamismo. Es triste, pero es así. Dios puede permitir sin ningún problema de consciencia que la iglesia argentina sea destruida.

Todos los argumentos para oponer a mi amigo son rebatibles. Yo igual creo que exagera, pero no tengo razones para demostrarlo.

jueves, 23 de junio de 2011

Mejor uno que tres



Esta mañana un amigo me aseguró que la Iglesia tiene tres fuentes de la Revelación: Sagradas Escrituras, Tradición y Magisterio. Le objeté que, si bien la destinación es importante, en realidad se trata de una sola Revelación, que es la Palabra de Dios que se manifiesta a través de esos tres canales. Y él, qué no, qué son tres, y parecía estar dispuesto a entregar la vida por tal verdad. Mi amigo había transformado en dogma de fe las supuestas tres fuentes de la revelación de la fe.
Formados como estamos en la teología apologética de los dos últimos siglos, no es difícil comprender tamaña confusión. Estas construcciones teológicas muchas veces oscurecen más que iluminan el sentido de los verdaderos dogmas sobre la Iglesia y su autoridad. Parafraseando a Bouyer, creo que hemos tenido la tendencia a presentar la Palabra de Dios en la Escritura por una parte, y la Tradición de la Iglesia, por otra, como dos fuentes distintas y complementarias de la verdad cristiana. Pero esta no es la doctrina de la Iglesia. Veamos:
La única autoridad soberana para la Iglesia, en materia de doctrina, es la Palabra de Dios. Por otro lado, esta Palabra está conservada en la Sagrada Escritura de manera única, porque en ella y sólo en ella se encuentra expresada en fórmulas positivas y directamente inspiradas por Dios, lo que no llega a serlo las definiciones solemnes de los Concilios o de los Papas. Además, la Tradición no es algo distinto de la Sagrada Escritura, que pudiera añadírsele, sino más bien el conjunto de la transmisión viva de la verdad, cuyo órgano central es la Escritura inspirada. Y así, la Escritura no resulta aclarada o completada por la Tradición como por algo que le fuera extraño y como sobreañadido. La Escritura, por el contrario, no conserva su verdadero y pleno sentido si no es permaneciendo sumergida en esa tradición viva de la Iglesia, en la que ha sido compuesta por los mismos escritores inspirados, hasta tal punto que la Escritura es como el depósito esencial de esa tradición.
Hablamos también del magisterio, entendiendo por tal la enseñanza autoritaria de la jerarquía agrupada en torno al Papa, como si se tratara de una fuente nueva e independiente de la verdad revelada. Pero hay que ser claros en esto: el magisterio de la jerarquía no es el sujeto de inspiración divina alguna para proponer a la Iglesia verdades nuevas o inéditas. No está más que asistido por Dios para que no caiga en error cuando propone o define las verdades que se hallan contenidas en el depósito de la revelación, la cual ha sido hecha de manera definitiva a los apóstoles y no podría recibir la más ligera adición. Más aún, el Papa y los obispos, para comprender estas verdades y formularlas, deben buscarlas como todo el mundo y por los mismos medios, en la Sagrada Escritura, iluminada por el conjunto de la tradición. La infalibilidad que se asocia a la enseñanza del Papa como doctor universal, a a la enseñanza universal del episcopado, ni siquiera significa que sabrán expresar con la perfección que fuera deseable todas las definiciones. Esto depende del fervor, de la competencia teológica y de todas las cualidades variables que tal Papa o tales obispos pueden, o no, tener. Lo que la infalibilidad garantiza es algo negativo: aún cuando un Papa o un Concilio presenten una verdad evangélica bastante pobremente -cosa que ha ocurrido-, jamás permitirá la Providencia que puedan alterar positivamente esa verdad.
Finalmente, si la responsabilidad de proclamar la verdad con autoridad sólo pertenece en la Iglesia al Papa y a los obispos, el testimonio dado a esta verdad puede ser propio de todo cristiano a quien el Espíritu Santo impulse a ello. Entre los doctores de la iglesia encontramos a simples sacerdotes, como Santo Tomás de Aquino y hasta mujeres, como Santa Catalina de Siena. Y, en algunos casos, los testimonio más brillantes que se dieron de la verdad en periodos turbulentos, los dieron los laicos, como sucedió con Santo Tomás Moro en la Inglaterra de Enrique VIII.
Sin querer ser plotiniano, la cosa se resuelve en la unidad.

martes, 14 de junio de 2011

Filtraciones de la curia


Fue publicado en AICA del viernes pasado el nombramiento de Mons. Alfredo Zecca como Arzobispo de Tucumán. Algunos medios digitales proclamaron el triunfo del Cardenal Jorge Bergoglio y la confirmación de que la Santa Sede le dará un aval para permanecer un tiempo más en la sede porteña.
El Tribuno consultó a un colaborador íntimo de Bergoglio quien pidió permanecer en el anonimato. Se extractan algunos pasajes de la extensa entrevista. Tiene algunos momentos sorprendentes.
“El nombramiento le cayó a Bergoglio como un baldazo de agua fría en invierno, pues, aunque lo impulsó fuertemente para obispo de San Luis, Zecca no es de su riñón. La candidatura a la catedral puntana era un modo de alejarlo de la UCA y de neutralizar una diócesis liderada a la distancia por Aguer”, dijo.
“(Zecca) tiene excelentes títulos para ser obispo. A algunos sorprendió el ascenso directo de cura a arzobispo. Pero eso puede entenderse por la edad del candidato y por sus dotes académicas. En este momento es el obispo argentino mejor preparado. Publicó algunos libros y mantuvo una vida escolástica seria”.
Sobre las dotes pastorales de Zecca confió que “la Inmaculada Concepción no es una verdadera tarea pastoral, porque ésa es la parroquia del seminario y su párroco no se ocupa directamente de actividades pastorales, pero ese cargo, más su cercanía con el grupo FUNDAR, le da un perfil más pastoral”. “Tampoco tiene formación litúrgica, pero en eso lo ayudará su primo, el Toto Aloissio (?)”, agregó.
Preguntado sobre posibles padrinos que apoyaran la candidatura del neo-obispo el entrevistado dijo que “es amigo personal del Cardenal alemán Walter Kasper, lo que le trajo el apoyo total de Benedicto XVI. Además es un conservador. Fue quien puso orden en
Devoto (N. de la R.: seminario y facultad de teología de Buenos Aires) durante la gestión de Quarracino –al menos en lo que pudo-, después de los extensos años aramburianos. Hubo consenso en la CEA para este nombramiento desde todos los sectores, pues aún los aguerianos Taussig y Puiggari lo apoyaron porque Zecca fue del Instituto San Pablo”.
“De todos modos no es un nombramiento impecable. Tiene algunos agujeros que evidentemente no le importaron al Nuncio Apostólico. Por ejemplo su relación con el grupo FUNDAR y sus enormes consecuencias financieras en la UCA –manejó los fondos a su gusto e piaccere-, su enfermedad o su gusto desmedido por el lujo.
“Le gusta la buena vida y la buena mesa, pero buena mesa en serio con vinos importados, platos caros y champagne francés. Para la ropa de paisano se viste en tiendas exclusivas como James Smart.
“Hace un año la Congregación de Educación del Vaticano le encargó que estudie a una orden religiosa (N. de R.: se trata del Verbo Encarnado, fundado por el P. Carlos Buela). Zecca le exigió al Nuncio como condición pasajes en primera clase, en caso contrario no aceptaba el nombramiento. Ante la sorpresa del Nuncio él se justificó en su enfermedad de columna, pues sufre de escoliosis crónica además de ser fuertemente hipocondríaco. Su enfermedad lo deja varios días en cama”, confió a El Tribuno el sacerdote.
“Ojo que hubo un obispo que viajaba en micro y terminó preso. Para vida austera ya está Bergoglio, un obispo debe tener un cierto nivel”, agregó.
“También es amigo de FASTA, lo que en Tucumán lo va a ayudar a relacionarse con los grupos conservadores de la ciudad […] y, lo más importante, es muy superior a su predecesor, Mons. Villalba”, concluyó.

lunes, 13 de junio de 2011

Frente a obispos confusos, laicos claros


Publico una entrevista realizada al novelista alemán Martin Mosebach gentilmente traducida por Jack Tollers.
La idea no es presentarlo como un "ejemplo", al estilo Cristo Hoy, sino simplemente admirar la claridad de este tedesco wanderiano. Más claridad, por cierto, que la de cualquier obispo argentino.


Reportaje a Martin Mosebach
(publicado en la revista alemana “Sueddeutsche Zeitung Magazin”, el 16 de mayo de 2010).

Herr Mosebach, ¿al presente siente menos agrado que antes por ser católico?
Sin duda, pero al mismo tiempo me ha sido maravillosamente confirmado en las últimas semanas mi persuasión de que no hay alternativa a la Iglesia.

¿Usted sufre con o por su Iglesia?
Sufro con ella. Resulta doloroso contemplar a una Iglesia que tiene por misión actualizar la presencia de Cristo, convertirse en moralmente sospechosa.

Casi suena como si se tratara de una injusticia hacia una institución inocente…
No entiendo porque siempre se limita la Iglesia a unos tipos que usan medias violetas y que están en el Vaticano, de acuerdo al dicho “Allí está la Iglesia y más acá la gente”. La Iglesia se ve representada por todos los bautizados. Y en general, bastante mal representada por cada uno de los pobres bautizados.

Pero da la impresión de que quiere escaparle a la cuestión de los errores del Vaticano.
De ningún modo. La pena principal de todo cristiano es comprobar que uno es un mal cristiano. Las falencias de las instituciones de la Iglesia empalidecen ante esto.

No para sus víctimas. ¿También sufre con ellas?
¿Qué clase de pregunta es esa? Cualquier humano de sentimientos experimenta compasión cuando se topa con la víctima de un crimen.

Y con todo, la Iglesia institucional permitió abusos sexuales para luego encubrirlos.
Desde luego que la Iglesia no permitió semejante cosa. Otra cosa es que haya sacerdotes que rompieron sus votos y la traicionaron. La Iglesia misma es víctima de los abusos.

¿Y qué con la escuela de San Pedro Canisio y el Monasterio de Ettal?
Usted apunta al encubrimiento y silenciamiento de crímenes. Después del Vaticano II, la Iglesia se ha creado una imagen de sí misma ya no basada sobre las nociones de pecado y culpa, sino de perdón, tolerancia y misericordia. Lo trágico pues es que se generó así un humor, un contexto, en que los tales crímenes no se tomaron lo suficientemente en serio.

Klaus Mertes, el sacerdote jesuita y Rector de la Escuela de San Pedro Canisio, habló de “un sabor católico en los casos de abuso sexual”.
Mala cosa para decir. Después de todo, el cristianismo es el que introdujo la noción misma de proteger a los niños, contra las costumbres paganas de casi todas las culturas del mundo. Jesús habló del hecho de que cada niño tiene un ángel que está en la presencia de Dios. Y que cualquiera que abusara de un chico merecería que se le ate una rueda de molino al cuello y ser hundido. Esta es la razón de que los casos de abuso constituyan una catástrofe tan señalada para la Iglesia: una de sus principales incumbencias ha sido burlada.

Y sin embargo la Iglesia se ha ocupado mucho más de los perpetradores que de sus víctimas.
Y es porque las víctimas, hablando espiritualmente, corren mucho menos peligro. Son los perpetradores los que están en peligro de perder sus almas. Jesús dijo que había venido como un médico para los enfermos, no para los sanos.

Semejante lógica debe de sonarles cínica a las víctimas.
No si han entendido la lógica de Jesús. A punto de morir, la niña de doce años, María Goretti perdonó a su violador y asesino. Por supuesto que eso no quiere decir que con eso se suprime el castigo. Siempre la Iglesia tiene que lograr lo imposible. Siempre es paradójica. Debe ser justa y misericordiosa a la misma vez.

Parece una juglaría imposible.
Y sin embargo, en eso, en su exigencia sobrehumana, radica la grandeza de la Iglesia. Ya a comienzos del siglo XIX Friedrich Schleger escribió que el Islam es una religión con la que se puede cumplir plenamente, mientras que el cristianismo no puede realizarse del todo nunca y muchas veces se pone de manifiesto contrariando las intenciones de su Fundador. Pero precisamente en esto reside la fuerza del cristianismo.

¿No es un caso de hipocresía esto de derivar legitimidad de una inevitable deficiencia?
No. Desplegar super-exigencias como cuestión de principios impide la trivialización del cristianismo. Aquello que puede realizarse es trivial. El espíritu humano se debilita si no se fija metas inalcanzables.

El celibato también está siendo cuestionado por muchos sacerdotes.
Antes del Concilio Vaticano II el sacerdote disponía de un corsé y un sostén―tanto espiritual cuanto físico―que le recordaba todos los días que era un homo excitatus a Deo: un hombre llamado por Dios. Usaba una sotana con 33 botones o un traje negro con un collar rígido. Decía misa y rezaba el breviario todos los días. Nunca era un sujeto privado, sino que se encontraba ajustadamente integrado a un orden y a una obediencia. Esto es lo que mayormente ha desaparecido en la Iglesia moderna. Hoy en día muchos sacerdotes se toman vacaciones, disponen de días francos en que no cumplen con la liturgia y poseen un moderno departamento con un aparato reproductor de CD y un plasma de alta definición.

¿Les reprocha eso?
De ningún modo. Pueden tener lo que quieran. Con todo, esta libertad les torna mucho más difícil y duro vivir de conformidad con las exigencias de su oficio. El sacerdote representa a Jesucristo. ¿Cómo podría triunfar si resulta absorbido por la sociedad secular?

¿No sería una evidencia de incapacidad para la fe, si una cierta medida de libertad enseguida le abre el camino al pecado?
Resulta evidencia de esa incapacidad pero nos afecta a todos. Si hay reglas que podemos infringir, las infringimos: eso dice la experiencia antropológica. Yo admiro sin reservas a cada hombre que quiere ser sacerdotes. Para él no hay vuelta atrás, a diferencia del matrimonio que también puede fallar. El sacerdote puede ser infiel a sus votos, pero eso sólo empeora su situación. En semejante caso carga con un peso del que nunca podrá librarse.

Hay gente sinceramente piadosa que también está a favor del relajamiento del celibato. ¿Qué es lo que no entienden?
Desde un punto de vista político sería una catástrofe si, por debilidad o por miedo, la Iglesia fuera a echar por la borda sus principios, justo en este momento, por la presión de los medios. Si la Iglesia, contrariando su tradición, quisiese convertir al celibato en una cuestión opcional, sólo lo podría hacer desde una posición de fuerza. De otro modo, todos los diques cederían. Algunos sacerdotes y fieles no acompañarían la cosa y podría haber un cisma muy serio.

Bueno, exactamente eso viene pasando desde hace bastante tiempo. Las estimaciones indican que un 40% de los sacerdotes no predican el celibato.
Las reglas no se anulan porque resultan difíciles de cumplir. Resulta difícil adherir al celibato, pero detrás de eso hay una meta elevada. Los sacerdotes deberían redescubrir el viejo sentido del celibato en un medio de renovación ascética. No como una restricción, sino como una precondición para una vida religiosa que por definición es radicalmente antiburguesa.

La Iglesia protestante tiene mujeres pastoras. En la Biblia, las mujeres aparecen en compañía de Jesús, como cosa natural.
Y sin embargo, incluso en las más primitivas comunidades no hubo nunca sacerdotistas. ¿De dónde este clericalismo de creer que sólo un sacerdote puede ser un cristiano completo? El ministerio no nos hace mejores cristianos. El ministerio está al servicio de la comunidad.
 
No todos los obispos ven las cosas de esa manera.
Pues entonces, ven las cosas mal―y lo saben. El Papa ostenta el título de “Siervo de entre los siervos de Dios”. Este Papa en particular, nunca lo olvida.

Margot Kaessmann, la presidente de la Iglesia Luterana, renunció porque manejó un automóvil en estado de ebriedad. Desde entonces el público la ha erigido en ejemplo moral. ¿Con razón?
 Agradecería no tener que hacer comentarios sobre eso.

¿Por qué?
Porque cómo el protestantismo se maneja en cuestiones morales como esa, no me incumbe. Todo el asunto terminó en farsa y a uno sólo lo mueve a risa.

En las últimas semanas se ha oído a menudo referencias al “grupo de decrépitos ancianos en Roma”. Es lo mismo que pasa en el mundo de los negocios. ¿Acaso las mujeres no podrían ejercer una función moderadora?
Ya desde hace bastante tiempo que contamos con mujeres en posiciones de liderazgo y no encuentro que el nivel de intriga política, concupiscencia de poder o general brutalidad, hayan disminuido. Piense en Margaret Thatcher, Golda Meir, Indira Gandhi o Angela Merkel. Todas ellas han librado guerras con muchos muertos.

Pero a lo mejor podrían compensar por las apariencias conspirativas de las organizaciones fraternas del Vaticano.
Este reproche a los viejos de Roma es casi tan antiguo como la propia Iglesia Y de a ratos seguramente algo hay en las acusaciones. El problema no está en los hombres, sino en la institución en sí misma. Las instituciones son cosas benéficas y terribles a la vez. Y eso resulta especialmente cierto cuando referido a algo tan grande y serio como la Iglesia que contempla con un ojo a Dios y con el otro al hombre todo, mientras simultáneamente tiene presente un mensaje que excede cualquier medida humana. A nadie se le ocurrió algo mejor que una institución para conducir a la Iglesia a través de los milenios.

¿Pero puede uno dirigir una institución contra sus propios miembros?
Eso no ocurre en absoluto. Las críticas dirigidas al Papa proceden de la fracasada Iglesia del aggioramento―esto es, de parte de la Iglesia conformista y secularizada. Déjeme que le diga una cosa: no todos los católicos son editores del Sueddeutsche Zeitung. La primera misión de la Iglesia consiste precisamente en pasar el evangelio a través de las generaciones. Sólo una institución puede hacer eso, de “pasar” el mensaje. “Les he entregado lo que recibí” dice San Pablo, referido a la Eucaristía. La Iglesia institucional con San Pedro en Roma es la cruz con la que debe cargar la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Pero sin la cruz,  habría dejado de existir. Su camino necesariamente ha de ser el camino de la cruz.

Todo el mundo, a excepción suya, está criticando al Papa.
No, al contrario, admiro al Papa. Tiene la misión más difícil de todas: terminar con la decadencia dentro de la Iglesia, sin dar órdenes ni dictados, y restaurar una nueva armonía. Los medios tienen una fijación con los fracasos alegados. Eso puede interesarle a un editor periodístico, no al Papa. Un Papa no debe interesarse en tales agitaciones. No le interesan las últimas noticias, las sensaciones o los escándalos. Su incumbencia consiste en plantar con paciencia infinita un árbol cuyos frutos él mismo nunca verá.

Muchos dicen que le falta cintura política y que es ingenuo.
Juan Pablo la tenía más fácil Tenía un oponente claro: el régimen comunista. La sociedad consumista libertaria, con sus tendencias de un totalitarismo social, constituye un enemigo mucho más difícil. Por lo demás, el Papa Benedicto tiene que pensar en todos los cristianos del mundo entero. En China, por ejemplo, donde ahora mismo una titánica tarea de reconciliación está en curso: la eliminación de la división entre la Iglesia controlada por los maoistas y la Iglesia subterránea de los mártires. Se trata de una prueba de fortaleza para ambos contendientes. Siempre pensamos que Alemania es el ombligo del mundo―y no es así.

Una cosa que nos sorprendió cuando preparamos este reportaje fue descubrir que su padre fue protestante.
Es cierto. Siempre fue un tipo muy anticonformista y siempre me alentó a permanecer independiente y a pensar por mí mismo. A lo mejor es una especie de elemento protestante dentro mío, pero sería un protestantismo invertido. Lutero apuntó a una institución poderosa; yo pido que vuelva la institucionalidad a una Iglesia desdibujada.

Los críticos lo consideran como un reaccionario. Uno podría llamarlo un individualista radical. Después de todo, usted pide como particular que regresa la institución y paradójicamente aboga por la individualización de la religión.
Los insatisfechos con la Iglesia deformada ya no son tan pocos. No deberíamos cometer el error de creer que nuestro tiempo es el tiempo final y el único válido. La única certeza que existe es que todas las circunstancias se verán radicalmente modificadas. Por eso es tan peligroso disponer sólo del presente para considerar a la Iglesia. Incluso me animo a decir que lo que desagrada especialmente al presente es lo que más futuro tiene…

Usted adhiere a la misa tridentina. ¿Se acuerdo de su primera misa según el rito antiguo?
La celebraba un sacerdote en Hattenheim, un feo suburbio de Frankfurt, en un lugar húmedo y desolado. El sacerdote era el Padre Hans Milch, un poderoso orador desde el púlpito, un hombre salvaje, ruidoso y excéntrico. Había sido jubilado por el obispo y se construyó una casucha para su misión en este horrible barrio de Hattenheim. En los días que corren se sospecha con facilidad a los defensores del viejo rito como “esteticistas”. Pero en aquel entorno tan remoto de toda belleza, aprendí que la liturgia se construye su propia catedral.

¿Se refiere al Padre Milch que simpatizaba con la FSSPX?
Milch tenía rasgos geniales, pero era demasiado expresivo para mi gusto. Sus sermones rompían la armonía de la liturgia.

¿Y el contenido de aquellos sermones lo tenía sin cuidado?
Siempre el culto es mucho más importante que cualquier sermón, por talentoso que sea quien lo pronuncia. La objetividad del culto es la cosa más grande y más importante y que más necesita nuestro tiempo. El rito antiguo constituye el tesoro más grande de la Iglesia, es su kit de emergencias, su arca de Noé.

Este fin de semana se celebra la convención ecuménica de las iglesias en Munich: ¿asistirá?
Por cierto que no. Si hay algo de lo que puedo prescindir es tener que toparme con gente feliz con cara de miembros de una secta. Esto es el Reichsparteitag de la cristiandad organizada ¡horrible!

¿Qué tiene de tan horrible?
La idea misma―como una revista militar. El ecumenismo sentimental. La sensación del “nosotros”. Lo que cuenta en religión es la relación individual y personal con Dios. Encuentro terrible esto de dejarse llevar por las muchedumbres. La tradición litúrgica alienta un espíritu sobrio, casi reservado. No sirve como un masaje del alma.

¿A qué se refiere con “masaje del alma”?
Me refiero a que la Iglesia no tiene nada que ver con un “spa”. El cristianismo no se consume fácilmente. Al contrario, la religión halla al hombre como algo enteramente extraño, como al “totalmente otro”. Lo desafía a que deje su lugar y se ponga a explorar su extrañeza y profundidad. Al principio la religión por necesidad tiene que actuar sobre el hombre como una cosa extraña y difícil. Las terribles simplificaciones conducen a grandes ilusiones y finalmente a una gran resaca.

¿Siempre tiene que tener planes contrarios al espíritu de la época?
Es su posesión más preciosa. La Iglesia siempre es un contra-sociedad. Siempre es una grieta en la pared del presente total. Eso me ata a la Iglesia y me la torna necesaria hasta el día de mi muerte.

¿Qué le pasa si pasan dos o tres semanas y no asiste a misa?
Entonces sé que estoy viviendo mal.

¿Qué le pasa entonces?
¿Qué me pasa? Me pasa que no me he unido a este ícono objetivo. Que, por una vez, no he dado de lado conmigo mismo para entrar en el hechizo de la realidad, ingresado a un mundo que no funciona según mis propias leyes.

By kind permission of Martin Mosebach