jueves, 31 de mayo de 2018

Brillante e insuperable


Muchos sumos pontífices en la historia de la Iglesia se caracterizaron por tomar decisiones que cambiaron el curso de la humanidad. Ofrecieron soluciones que se demostraron efectivas para resolver problemas que acosaban al mundo cristiano de sus épocas. Pensemos, por ejemplo, en San Pío V y su liderazgo en la lucha contra los musulmanes que culminó con el triunfo de Lepanto.
El Papa Francisco, que nos tiene acostumbrados a genialidades cotidianas, emulando a estos grandes pontífices, propone una solución brillante para resolver de una vez por todas el problema de las guerras. Emitió un Twitt que dice:


Nosotros, como fieles hijos del Romano Pontífice, proponemos una solución análoga para acabar con el problema más grave que enfrenta hoy la Iglesia: 
- ¿Queremos acabar verdaderamente con los abusos sexuales cometidos por sacerdotes? Entonces ablacionemos los genitales a todo el clero.

lunes, 28 de mayo de 2018

Pemán en la calle del Grabador Espinosa

Dicen que Segovia es más bella que Toledo. Y es probable que sea así. Amarilla, encaramada a una colina que se alza apenas se cruza la sierra de Guadarrama y rodeada de su acueducto romano, conserva aún algo de Medioevo encerrado en sus calles empedradas, sus iglesias románicas y su alcázar. En medio de ella, la catedral, enorme, con cúpulas, torres y torretas grandes y pequeñas que aparecen como burbujas en cada rincón de sus techos y adentro, su inmensidad, sus capillas, su coro de piedra y el majestuoso silencio que pasma y sobrecoge.

Pero Segovia cubierta de nieve, como me tocó contemplarla en enero, es un espectáculo fascinante en el que la piedra amarilla aparece moteada de blanco por aquí, y totalmente cubierta de blancura por allá. Y aparecen también el frío, y el hielo, y los resbalones y el chocolate con churos y el cochinillo asado en el “Narizontas” de la plaza de Medina del Campo. 
Y como lo mejor de estas ciudades son las sorpresas que esconden a los infames ojos del turista profesional, es conveniente perderse en las callejuelas más solitarias, por las que no se desliza ningún cardumen de japoneses ni vocingleros grupúsculos de americanos en ojotas y pantalones cortos, y que ni siquiera aparecen mencionadas en las guías de viaje. Y así lo hice yo. Empecé a caminar y a desorientarme, subiendo y bajando escaleras, torciendo a derecha y a izquierda, parándome aquí a mirar una casa inclinada y sentándome por allá en un poyo de piedra a ver pasar la gente, hasta que di con una calleja estrecha que sube por escalones desde el Acueducto hacia la Plaza Mayor, pero se queda a mitad de camino. Tan ceñida es que en otras épocas apenas si habría pasado por ella un mulo y un carro. Leí: “Calle del Grabador Espinosa”, ponía la piedra, y ese nombre me dio la certeza que por allí algo bueno encontraría. 
Y así fue que comencé a subir la calleja, evitando la nieve que comenzaba a derretirse y buscando apoyo firme en los escalones que la adoquinaban. Después de recorrer un buen trecho, apareció a mi izquierda una puerta que para abrirla había descender un escalón de piedra y que arriba ostentaba un viejo cartel que decía: “Librería Torreón de Rueda”. Aquí estaba; había llegado al sitio al que debía llegar: una librería de viejos. 
La puerta abría a una especie de estrado en el que se mostraban bajo vitrinas los ejemplares más raros que poseía el local y, a la derecha, un largo mostrador de madera añejada, repleta de libros y papeles, sostenía también la pantalla de una computadora que desentonaba dramáticamente no sólo con la librería sino con la ciudad entera. Detrás de ella asomó la cabeza de un joven flacucho y algo encorvado, que me miró seriamente, como a un intruso, y continuó su trabajo que a poco me di cuenta era mecánico y aburrido: consistía en controlar los pedidos de libros que recibía de compradores iraquíes, canadienses o peruanos, que jamás habían caminado por la calle del Grabador Espinosa pero que se llevaban sus tesoros, buscar el libro en el anaquel adecuado, encerrarlo en un sobre de papel madera y estampar sobre él los datos del comprador. Amazon destruyó la magia de las librerías de viejo, que ahora no son más que sucursales del monstruo creado por Jeff Bezos. Y pulverizó el noble oficio de librero, al que con tanto gusto me habría dedicado en mi vejez, reemplazándolo por meros robots que cumplen las órdenes que reciben de una máquina. Shaun Bythell explica esta desgracia en un librito que no vale la pena leer (The Diary of a Bookseller, Profile Books, London, 2017).
El dependiente tenía ojos pequeños y, si su cara hubiese sido alargada y su nariz puntiaguda, no habría tenido modo de negar su pertenencia a la especie de las zancudas. Su indiferencia hacia los clientes de carne y hueso que rara vez entraban en la librería me liberó de timideces, descendí del estrado y me interné en la sala principal, colmada de recovecos, escaleras, viejos mapamundis y libros, libros y más libros, que coloreaban pálidamente las paredes y aromatizaban el espacio con olor a siglos. 
Lo primero que hago cuando entro en librerías de segunda mano, es averiguar qué criterio ha seguido el librero para ordenar sus libros. En las más nuevas, esas que amontonan saldos editoriales o libros que tuvieron la efímera existencia de dos meses o dos días, suelen no tener orden alguno; así como llegan, así son colocados en las estanterías. Pero si el dueño es más prolijo, suele recurrir a la brillante idea de ordenarlos alfabéticamente según el apellido del autor. Y de esa manera me encuentro que Roberto Roth con su Los años de Onganía, comparte lugar a su izquierda con el Contrato social de Rousseau y a su derecha con La misa renovada del canónigo Roguet, y es vecino lejano de Rilke y su Cartas a un joven poeta. Cuando encuentro esta absurda taxonomía, no pierdo ya tiempo en continuar con la visita. “De tal palo, tal astilla”, pienso. Así como es el librero, así serán sus libros. 

Era yo el único cliente en la librería de la calle del Grabador Espinosa; el frío del invierno segoviano y la facilidad de los clicks explicaban mi dichosa soledad que me permitía recorrer estantes y lomos, haciendo cálculos sobre qué comprar y qué no, de acuerdo a mi billetera y a la franquicia de equipaje que me daba la aerolínea. Andaba escaso de ambos, y queriendo evitar tentaciones, pregunté al dependiente por lo que me interesaba particularmente: la primera edición de Aguilar de las obras completas de Pereda, que me las ofreció a un precio que no quería pagar, y la sección de Teología y Religión. 
- Todo eso está en el depósito - me dijo. Y es comprensible; pocos son los que se interesan aún en tales antiguallas.
Me adentré entonces en la sección de literatura y comencé a recorrer al azar los títulos, hacia arriba y hacia abajo. Me encontré con los dos tomos de las obras completas de Lajos Zilahy, editados por Plaza&Janés y encuadernados en cuero azul y cantos dorados; los tres tomos con las novelas de Pérez Galdós de Aguilar en cuero rojo y lo cuatro tomos de la obra completa de Cronin por Juventud en cuero marrón, y que me recordó la biblioteca de mi abuelo paterno -de la que se adueñó sin ningún derecho un primo poco menos que analfabeto- que también las guardaba. 
Y así, deslizando los ojos y los dedos por centenares de lomos duros, blandos, rugosos y aterciopelados, di con un libro en cuero verde que bien podría haber llevado el rótulo: “Nuevo. Nunca leído”. En la tapa se estampaba un emplumado escudo de armas dorado y en el lomo letras también doradas que se escabullían entre hojas y ramas barrocas, decían: “José María Pemán. Narraciones y ensayos”. Era el tercer tomo de las obras completas del gaditano, editado por Escelicer, en Madrid y en 1949. De adolescente había leído los dos enormes primeros tomos marrones y pesados que contenían las novelas de Pemán y ya casi las había olvidado, y a pesar de no ser un libro barato, decidí comprar éste cuando, al abrirlo al azar, di con la página 467 en la que una “Nota editorial” introducía uno de los libros que componían el volumen, titulado Un laureado civil:
“Aunque este libro no fue publicado hasta el año 1944, en realidad había sido escrito mucho antes. La primera insinuación para escribirlo llegó a Pemán de la misma familia del biografiado, que guardaba un archivo familiar tan bien ordenado y meticuloso que se podía, con él, sin excesiva labor de investigación, reconstruir la vida llena de agitación novelesca, casi cinematográfica, del heroico don Domingo de Torres y Harriet. Era éste, abuelo del que fue secretario del rey don Alfonso XIII, don Emilio de Torres, primer marqués de Torres de Mendoza. Provenía la denominación de este título de las hazañas audacísimas que el don Domingo, funcionario del rey en la ciudad argentina de Mendoza, había llevado a cabo durante los primeros días del movimiento de Independencia de aquellas tierras. El deseo de dar a conocer aquellas hazañas, el origen de su título, documentadas minuciosamente en el archivo familiar, movió al marqués de Torres de Mendoza, a poner en manos de Pemán la prolija documentación, en la que éste encontró fácil base para la ampliación investigadora y sobre todo apasionante interés humano para una narración que tentaba al novelista y al poeta”.
Sin pensarlo mucho, y junto a otro tomito en inglés con la autobiografía de Maurice Baring, me acerqué al mostrador del enteco dependiente que seguía acurrucado detrás de su computadora y que sin decir una palabra ni mover un solo músculo de su rostro apagado, recibió mi tarjeta y me dio a firmar el comprobante.
Y así me fui yo de Segovia con la inesperada compañía de don Domingo de Torres a quien conocí de cerca apenas llegado de regreso al país.

Es interesante la vida de este don Torres. El 28 de julio de 1802 había sino nombrado “ministro tesorero de las Cajas Francas de la Real Hacienda de Mendoza”, que lo constituía casi en la máxima autoridad de esa ciudad argentina y en ella permaneció hasta luego de los sucesos de mayo de 1810. Luego de la sublevación, tomó por asalto con unos pocos hombres en nombre del rey de España el fuerte que había sido ocupado por los rebeldes, pero finalmente fue hecho prisionero, enviado junto a otros funcionarios a Buenos Aires y condenado por las nuevas autoridades a prisión en Carmen de Patagones. Pasó en ese fuerte de fronteras -no era más que eso en aquellas épocas- un tiempo hasta que, de un modo propio de una película de fantasías, abordó y redujo a la tripulación de un buque de guerra norteamericano que había fondeado en las cercanías, y con él regresó a España. Y en la Península pasó el resto de su vida en diversas funciones encomendadas por los gobiernos de turno.
La lectura de las memorias de este personaje que vivió y fue protagonista en pequeña escala de los hechos de los primeros movimientos revolucionarios en Argentina permite algunas conclusiones:
  1. Las mayor parte de las autoridades españolas en Mendoza, y quizás en buena parte de América, eran liberales deslumbradas por la Revolución Francesa. Y don Domingo de Torres, además, muy probablemente fuera masón. Es sugestivo que se refiera muchas veces al “Ser Supremo”, pero nunca hable de “Dios”.
  2. La Revolución de Mayo, al menos en Mendoza, fue una clarísima sedición contra la autoridad legítima que era el rey Fernando VII y el Consejo de Regencia que gobernaba en su nombre. Fue pergeniada por un pequeñísimo grupo de liberales jacobinos y masones que, lejos de buscar heroicos ideales católicos e hispánicos, estaban interesados en implantar lo principios revolucionarios o en gozar de beneficios económicos con un nuevo gobierno.
  3. En Mendoza, los únicos que conservaban los ideales católicos e hispánicos -algunos de los curas y algunos pocos vecinos-, eran todos sin excepción partidarios del rey de España y de conservar la fidelidad a la Corona. 
  4. El grueso de los que se plegaron a los sublevados fue el populacho que cambió de opinión un par de veces según corrieran los vientos, y se movía por el mismo choripán que poco más de un siglo después movería a los peronistas.
  5. En definitiva, la “heroica gesta de la independencia patria” no fue más que una lucha interna de dos grupos de liberales y masones para determinar cuál de ellos -el español o el franco-inglés- se quedaba con el botín que consistía, para unos y para otros, en inmensos territorios e inmensas riquezas. 



martes, 22 de mayo de 2018

La cacería del chivo


En la carta que dirigió a los obispos chilenos, el Santo Padre afirma entre otras cosas:
“Por favor, cuidémonos de la tentación de querer salvarnos a nosotros mismos, salvar nuestra reputación (“salvar el pellejo”); que podamos confesar comunitariamente la debilidad y así poder encontrar juntos respuesta humildes, concretas y en comunión con todo el Pueblo de Dios. La gravedad de los sucesos no nos permite volvernos expertos cazadores de “chivos expiatorios”.
Curiosamente, un día antes había hecho renunciar en masa a todo el episcopado chileno. La pregunta que me hago es si estos prelados no será también “chivos expiatorios” utilizados por el Papa Francisco a fin de salvar su pellejo, que había quedado bastante rasguñado durante su viaje a Chile. 
¿No será que Bergoglio salió a la cacería de nuevos chivos?
Con espíritu filial, me atrevo a recordarle al Santo Padre que, en épocas de internet, la cacería de chivos se ha vuelto más peligrosa que la de jabalíes, o incluso que la de leones. Es que alguien podría recordar, por ejemplo, la nota que firmó Mariana Carbajal en Página 12 el 19 de abril de 2004 (hace catorce años) en la que detalla el caso del cura pedófilo de la diócesis de Quilmes, Rubén Pardo, denunciado ante la justicia el 4 de febrero de 2003 por la madre del adolescente violado. Luego de esta denuncia, el sacerdote “desapareció” de la diócesis y titular de entonces, Mons. Luis Stöckler, se negó a dar a la policía los datos de su paradero. Luego que se supo que el violador obtuvo refugio en el Hogar Sacerdotal “Mons. Espinosa” de la calle Condarco de Flores (arquidiócesis de Buenos Aires), y cuando fue descubierto allí, lo escondieron en otro edificio perteneciente al mismo arzobispado. Según cuentan algunos curas memoriosos, en más de una ocasión tuvo que ocultarse en un ropero cuando las fuerzas policiales iban a detenerlo. Y esos mismos curas afirman también que la orden de ocultarlo a rajatablea venía del mismísimo cardenal arzobispo. 
El cura Pardo muy oportunamente murió en 2005.

Me pregunto si, siguiendo el ejemplo de los obispos chilenos, todos los prelados que hayan encubierto a sacerdotes abusadores tienen que renunciar. O si la justicia de otros países seguirá el ejemplo de la australiana que acaba de condenar a la cárcel a Mons. Philip Wilson, arzobispo de Adelaida, por encubrir un caso de abuso en los ’70. Si así fuera, creo que tendríamos pronto algunas noticias interesantes desde las Siete Colinas. 


lunes, 21 de mayo de 2018

Dejate arrianizar



Cuenta San Gregorio de Nacianzo (Oratio 43, 50) que en una ocasión el prefecto Modesto, enviado por el emperador, amenazó a San Basilio Magno con la confiscación y el exilio si no firmaba una tibia adhesión a la causa arriana. Recordemos que en esa época, los obispos arrianos eran mucho más numerosos que los obispos católicos y que el Estado en su conjunto era arriano. El arrianismo era, de alguna manera, el modo progre de ser católico; lo políticamente correcto. San Basilio le respondió de este modo al funcionario:
La confiscación de bienes no alcanza a quien nada tiene, a no ser que necesites acaso mis trapos y andrajos y los pocos libros que son toda mi vida. En cuanto al destierro, yo no lo conozco, porque no estoy ligado a ningún lugar: esta tierra donde vivo ahora no la considero mía, y el mundo entero, adonde puedo ser desterrado, lo considero mío, mejor dicho, todo él de Dios, cuyo habitante y peregrino soy. ¿Qué daño pueden hacerme las torturas, si no tengo cuerpo, a no ser que te refieras al primer golpe? Sólo de estas cosas eres tú dueño. Pero la muerte sería un beneficio para mí, porque me llevaría más pronto a Dios, para quien vivo y a quien sirvo y para quien he muerto ya en gran parte y hacia quien me apresuro desde hace tiempo.
Estupefacto ante estas palabras, Modesto replicó: “Hasta ahora nadie me ha hablado a mí de esta manera y con tanta libertad de palabra.” A lo que respondió Basilio:
Quizás tampoco has tropezado nunca con un obispo hasta ahora... Cuando lo que está en juego y en peligro es Dios, todas las demás cosas se tienen por nada y a Él sólo atendemos. Fuego, espadas, bestias e instrumentos que desgarran la carne son para nosotros más bien causa de deleite que de consternación. Aflígenos con esas torturas, amenaza, pon por obra todo cuanto se te ocurra, disfruta con tu poder. Que el emperador oiga también esto: de todas formas no nos convencerás ni nos ganarás para la impía doctrina [arrianismo], aunque nos amenaces con los más crueles tormentos.
Como Modesto, tampoco los argentinos hemos tropezado nunca con un obispo hasta ahora…, o con muy pocos en el mejor de los casos. Si no son obispos sino meros funcionarios privilegiados a los que poco y nada les importa la fe sino que, más bien, se preocupan por seguir los dictados del mundo -lo hemos visto en la entrada anterior-, me pregunto por qué no siguen entonces el ejemplo de los obispos chilenos y renuncian en masa. Claro, ellos lo hicieron como un gesto esperado por la prensa y a raíz de un escándalo sexual. Lo que yo pido es que los nuestros lo hagan por algo mucho más importante que una cuestión de faldas o pantalones, que lo hagan por la fe

viernes, 18 de mayo de 2018

Requiescat in pace


Falleció hoy en Roma Su Eminencia Reverendísima el cardenal Darío Castrillón Hoyos. 
A su convicción y empeño debemos mucho de la aplicación del motu proprio "Summorum Pontificum" puesto que, desde su posición al frente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, se preocupó de hablar con muchos obispos y alentar a muchos sacerdotes a fin de que volvieran a celebrar el rito romano tradicional.
En gran parte se debe también a su caridad que el Papa Benedicto XVI haya levantado la pena de excomunión que pesaba sobre los cuatro obispos consagrados por Mons. Marcel Lefebvre y se haya acercado a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X a fin de alcanzar la plena comunión eclesial.
Que el Señor le de el descanso eterno.  

jueves, 17 de mayo de 2018

Dejate sacrilegar


Los últimos días nos han hecho testigos de dos sacrilegios espectaculares y dolorosos.
El primero tuvo lugar en Nueva York, durante el evento denominado “Gala MET”, que reúne anualmente a los más floridos capitostes de la moda internacional, esa industria que dilapida millones y millones de dólares en costosísimos perfumes, carteras, vestidos y muchas vanidades más. Se trata de ese mismo mundo al que el Papa Francisco con tanta lucidez critica en sus discursos. 
Pues bien, este año el “Gala MET” se denominó Moda y la imaginación católica y, para la ocasión, el Vaticano cedió en préstamo una serie importante de ornamentos sagrados tales como una tiara del beato Pío IX o una capa pluvial de Benedicto XV. Y no sólo eso. En la apertura del acto estuvo presente el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura y dirigió a los selectos millonarios presentes algunas palabras pertinentes y alusivas. A su lado, se sentaban celebridades conocidas por todo el mundo fashion, encabezadas por Donatella Versace, de indiscutible piedad y olor a oveja. Pueden ver aquí el vídeo de tal presentación.
Pero lo grave no fue eso. Lo grave fue que en ese acontecimiento tuvo lugar un desfile de modas abiertamente sacrílego, en el que mujeres con poses más pornográficas que eróticas, vestían mitra o sotana. Pueden ver aquí, bajo su exclusiva responsabilidades, algunas de las imágenes. 
Más doloroso aún fue el caso autóctono, y para explicarlo debemos descender desde el Metropolitan a la parroquia de San Expedito, desde Manhattan a Balvanera, y de Donatella Versace a Lizy Tagliani. 
Resulta ser que un pobre hombre llamado Eduardo Luis Rojas se convirtió siendo joven en travesti, es decir, se empezó a vestir de mujer, y ya algo entrado en años lo encontró la fama en el deleznable programa de Marcelo Tinelli. Hoy, el Sr. Rojas que se hace llamar Lizy Tagliani y es periodista de algunos de los programas basura que abundan en la televisión argentina. En el programa “Cortá por Lozano” del 19 de abril de 2018, durante la fiesta patronal de San Expedito el/la periodista entrevistó a varios de los numerosos fieles que acudían al santuario hasta que se le acercó una “ministra” de eucaristía y lo/la invitó a recibir el Cuerpo de Nuestro Señor. Pueden ver el caso aquí, a partir del minuto 16:30. 

Más allá que resulta profundamente perturbador el modo en el que se distribuye la eucaristía en medio de la turba sin el más mínimo respeto y temor de Dios, se cometió claramente un sacrilegio porque el señor Rojas/Tagliani vive públicamente more uxorio con otro señor. 
Me consta que el caso fue denunciado ante la autoridad episcopal competente -Mons. José María Baliña- y no se hizo nada al respecto, como era previsible.
El vídeo provoca algunas reflexiones:

  1. La conductora del programa afirma en varias ocasiones, cuando la “ministra” de la eucaristía le ofrece comulgar a Rojas/Tagliani, que no puede hacerlo porque primero tiene que confesarse.
  2. El mismo señor Rojas/Tagliani le aclara en un primer momento que no puede comulgar porque ha pecado.
  3. La obesa y teñida “ministra” de la eucaristía, sin embargo, insiste, y le asegura que puede comulgar. 
  4. Pareciera, entonces, que algunos de los protagonistas del sacrilegio tenían una cierta noción de pecado y una cierta noción de la sacralidad de la eucaristía. Quien no la tenía era quien debía tenerla, es decir, la “ministra” gorda y platinada.
  5. “La culpa no es del chancho -de la chancha en este caso-, sino del quien le da de comer”. Y nos referimos al P. Walter Marchetti, párroco de San Expedito y apacentador de la piara (a quien pueden ver aquí) y al vicario episcopal de la zona, Mons. Baliña. Sobre ellos caerá el juicio de Dios no solamente por la profanación del cuerpo de su Hijo sino por el escándalo que permitieron en los cientos de miles de fieles que vieron el programa. 

lunes, 14 de mayo de 2018

jueves, 10 de mayo de 2018

Pensando en el cónclave

Por lo vicoli romanos se habla en voz baja de un hecho; en realidad de una práctica que está llevando a cabo fuera parte del clero de la Urbe: antes o después de celebrar la misa, los sacerdotes rezan esta oración:"Señor, haz que el papa Francisco abra cuanto antes lo ojos, o cuanto antes los cierre para siempre. Amén". Y no es que los curas romanos sean todos conservadores, o tradicionalistas o bienpensantes; lo que ocurre es que si sono stufatti. Se hartaron ya hace rato de este pontificado de quinta categoría, de este Papa del Tercer Mundo y de su modesta capacidad, y quieren que se vaya, como sea. Por eso, y ante la posibilidad que el Señor no haga oídos sordos a ese pedido, me animo a hacer un ejercicio de imaginación.
Es un ejercicio más o menos frecuentado en los últimos tiempos tratar de encontrar similitudes entre el pontificado del papa Francisco con el de otros pontífices de la historia. Yo encuentro varios puntos en común con el de Juan XXIII. Me apresuro a decir, claro, que también hay muchas diferencias: no solamente algunas decenas de kilos, sino también que el bueno del papa Juan era un hombre piadoso, tradicional y erudito historiador, autor, entre otras obras, de una historia de la pastoral de San Carlos Borromeo en varios volúmenes. Nuestro modesto Bergoglio apenas si cuenta en su haber con unas pocas cuartillas que los años olvidarán rápidamente.
Pero hay un punto en común: la incapacidad para el cargo, que los sobrepasa enormemente. En el caso de Juan XXIII se pone de manifiesto por su convocatoria al Concilio Vaticano II, decisión tomada súbitamente luego de acceder al pontificado y con escasas o nulas consultas previas. Actuó con irresponsable precipitación tal como los más conocedores y avispados obispos percibieron. El mismo Mons. Battista Montini, que sería luego quien todos sabemos, dijo cuando se enteró de la decisión de Roncalli: “Este santo anciano no comprende qué nido de avispas está sacudiendo” (A. Fappani y F. Molinari, Giovanni Battista Montini Giovane. Documenti inediti e testimonianze, Mariette, Turín: 1979, p. 171). Y convengamos que Montini sabía muy bien lo que decía luego de haber pasado la casi totalidad de su vida en los escondrijos más profundos de la Curia Romana. Otra de las figuras descollantes del momento, el cardenal Giuseppe Siri, diría luego de algunos años de pontificado de Juan XXIII: “La Iglesia necesitará cuatro siglos para recuperarse del pontificado del papa Juan” (Mencionado por P. Hebblethwaite, Pablo VI. El primer papa moderno, Vergara: Buenos Aires, 1995, p. 267). Y Helder Câmara, que sin ser aún obispo tenía amplísima llegada en Roma como secretario de la Conferencia Episcopal Brasileña, dijo: “Del Concilio no puede salir nada bueno a menos que el Espíritu Santo produzca un milagro”. Nosotros sabemos, cincuenta años después, que el milagro no se produjo.  
Sin embargo, el principal hecho que revela la flagrante irresponsabilidad del papa Juan fue que en ningún momento se planteó elaborar un plan para el concilio que había convocado, y que planeaba que durara apenas dos meses. ¿A qué persona sensata puede ocurrírsele que casi tres mil personas de todos los lugares de la tierra, que no se conocen, podían ponerse de acuerdo en temas tan delicados como los que se pretendía tratar, de un día para otro, por más obispos que fueran? Y lo peor es que no se sabía qué temas había que tratar. En pocas palabras, Juan XXIII convocó a un concilio para que los obispos del mundo entero se juntaran a tomar mate y hablar del tiempo… Y esto, una vez más, no es una opinión personal: es la conclusión a partir de los hechos que se conocen. 
Se sabe que el cardenal Montini, cuando comenzó a asistir a las reuniones de la Comisión preparatoria del Concilio, se alarmó al descubrir que no había un plan general y, consecuentemente, no había dirección. Se requería de un liderazgo que el papa Juan no podía suministrar. Por su parte, Mons. Suenens, arzobispo de Bruselas, llegó a la misma conclusión y en marzo de 1962 preguntó a Juan XXIII: “¿Quién elabora un plan general para el Concilio?”. “Nadie”, dijo el papa Juan. “Pero habrá un caos total -siguió Suenens- ¿Cómo cree que podemos discutir setenta y dos borradores de omni re scibili et quibusdam aliis (acerca de todo lo que se puede saber y unas pocas cosas más?”. “Sí -convino Juan XXIII-, necesitamos un plan… ¿Desearía preparar uno?”. Y así fue que el primer plan general del concilio fue preparado por el progresista Suenens, que poco después se convertiría en cardenal, y sobre ese plan maestro, Montini elaboró el definitivo que fue el que finalmente se ejecutó (Este hecho lo narra Hebblethwaite, ex jesuita de abiertas simpatías progresistas y cercano a todos los protagonistas del momento). 

Estos hechos, a mi entender, demuestran que más allá de la piedad y bonhomía de Roncalli, no poseía la capacidad suficiente para desempeñar el cargo más alto sobre la tierra. Y es lo mismo que ocurre con el papa Francisco. En los últimos meses se ha manifestado con evidencia ya para todo el mundo, y no solamente para los miembros de la Curia, el caos de este pontificado. De hecho, la misma prensa civil anunciaba días atrás la “catástrofe para la Iglesia católica” que significa el pontificado de Bergoglio.   
Pero a mí me interesa, en este post, fantasear acerca de la posibilidad de similitudes también entre el cónclave que eligió a Pablo VI , luego de un pontificado caótico, con el que elegirá al sucesor de Francisco, luego de otro pontificado caótico. 
El cardenal Montini era, nos guste o no, el más preparado para el cargo. Había pasado todo su sacerdocio sirviendo a la Curia Romana y había sido la mano derecha de Pío XII a quien apreciaba sinceramente [Véase la carta que escribió a The Tablet sobre Pacelli dos días antes del inicio del cónclave en el que sería elegido papa]. Pero además, y esto también pesaba, había sido uno de los responsables más notorios de que el Partido Comunista no ganara las elecciones italianas de 1948 y que se estableciera la Democracia Cristiana como partido dominante. Pero también era un enamorado de la teología francesa del momento, abanderado del Humanismo integral de Jacques Maritain y pastor más o menos populista en su sede milanesa. Y por todo esto, y con razón, era resistido por los conservadores quienes tenían todo el poder para bloquear su elección. 
Y es aquí donde aparece la astucia de unos, y la poca astucia de otros. Montini no levantó la cabeza porque sabía que si lo hacía, sería blanco para muchos fuegos. En la primera sesión del Concilio apenas si había intervenido dos veces, sin fijar nunca su posición sobre temas álgidos, y así se mantuvo con discreta neutralidad hasta el mismo cónclave. De hecho, llegó a Roma sólo dos días antes de su inicio y se alojó en el convento de las Hermanas de la Virgen Niña, para mantenerse alejado de cualquier centro de intrigas. 
Los liberales, por otro lado, levantaron dos cabezas a sabiendas que eran inaceptables. El cardenal König hizo saber que un no italiano sería aceptable para los italianos, y eso significaba candidatear a Suenens, que se había enamorado de la idea de convertirse en el primer papa extranjero en más de cuatro siglos. Y, por otro lado, le dieron aires al cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, conocido por ser quien primero había incorporado los experimentos litúrgicos en Italia y por ser el primero también en haber hablado de una iglesia para los pobres durante el Concilio. Lercaro, que a juicio de Bouyer era una persona “poco instruida”, se creyó papa. Luego de una reunión con Montini en la que el zorro de Brescia le habría dado garantías, escribió una carta a sus fieles de Bolonia en la que les decía que ya no volvería a su sede y se despedía de ellos. Estaba seguro de ser elegido. No se daba cuenta que era una herramienta del partido liberal. 
En cambio, por parte de los cardenales conservadores, no había estrategia ni candidato definido alguno. Probablemente seguían creyendo que al papa lo elige el Espíritu Santo… Por cierto que Siri era el más conocido y se lo consideraba el heredero natural de Pío XII, pero parece que el no estaba convencido. De hecho, junto al cardenal Ottaviani, apoyó y bregó para que fuera elegido el cardenal Antoniutti, en el que se concentrarían los votos conservadores. Pero no era un buen candidato. Lo único que le jugaba a favor era su edad (sesenta y cinco años), pero venía de un paso algo turbio para la época: había sido nuncio en España y amigo personal de Franco. Era demasiado para los optimistas aires democráticos de los ’60. 
Sin embargo, lo que terminó de hundir cualquier posibilidad que ganara un candidato conservador fue el desatinado discurso De eligendo pontifice que pronunció en presencia de todos los cardenales electores Mons. Amleto Tondini, un notorio miembro del partido tradicionalista. Fue un discurso que yo habría aplaudido de pie y lo mismo habrían hecho seguramente todos los lectores del blog. Mostró que el optimismo del Juan XXIII había sido infundado y que el mundo que lo aplaudía era el mundo enemigo de Cristo que nunca aceptaría el liderazgo de la Iglesia, y denunció las novedades del momento como el cientificismo, el materialismo y el relativismo, a las que muchos veían con buenos ojos. Para finalizar, dijo claramente que si los “hermanos separados” querían reunirse, debían todos ellos volver al seno de la Iglesia católica. 
Estrategia típica de los conservadores: despertar aplausos entre los propios y espantar a los que podrían haberse acercado. Según los informes de la época, como el de Bernard Pawley, consideraron con razón que este discurso tuvo el efecto “de fortalecer a la izquierda y quizás, incluso, de acercar hacia la izquierda a algunos de los vacilantes del centro, que de ese modo tuvieron una demostración gratuita de lo les esperaba si elegían un papa derechista”. Total que entraron al cónclave cuatro candidatos: Antoniutti por los conservadores; Suenens y Lercaro por los liberales, y Montini que se había convertido en el moderado. La jugada estaba armada.
Según relatan los que saben, las primeras dos votaciones de la mañana del 20 de junio de 1963, parecieron darle cierta chance a los conservadores, si no para elegir a su candidato, al menos para bloquear a Montini y volcarse por un candidato de compromiso, que era el cardenal Francesco Roberti. Montini obtuvo treinta votos y Antoniutti veinte. Lercaro también veinte, y el resto se dispersó. Aquí Suenens se bajó y exhortó a sus partidarios a dar sus votos a Montini. La tercera votación, en la tarde de ese mismo día fue tan inconcluyente como las anteriores. 
Se dice que al finalizar la votación se escuchó la voz airada del cardenal Gustavo Testa quien dijo que debían cesar las maniobras y pensar en el bien de la Iglesia. Y esa noche, los conciliábulos se sucedieron en todo el Palacio Apostólico. Era una noche muy calurosa en la que se hacía difícil conciliar el sueño. El cardenal König de Viena habría prometido a Montini el apoyo de los liberales, y el cardenal Siri habría pactado también con él el apoyo renuente de los conservadores a condición de que mantuviera como Secretario de Estado al cardenal Amleto Cicognani y no nombrara a Suenens como había sido el acuerdo previo con los progresistas. Y fue lo que efectivamente sucedió (Andrew Greeley, The Making of the Popes, Andrews and McMeel, Kansas City; 1978, p. 262).  Incluso el cardenal Ottaviani se habría inclinado por Montini (Giancarlo Zizola, Quale Papa?, Borla, 1977, p. 167), con quien había sido amigo cercano en los años ’30.
Al día siguiente, 21 de junio, y recién en la sexta votación, Giovanni Battista Montini obtuvo raspando la mayoría exigida: cincuenta y siete votos, apenas dos más de los necesarios. Y así nació Pablo VI, de triste y lamentable memoria.  
A modo de fantasía, preguntémonos si las similitudes de ambos pontificados se reflejarán también en los cónclaves. Es decir, si el cónclave que se reunirá en algún momento de la historia -si es que aún queda historia- para elegir al sucesor de Francisco tendrá elementos comunes con el que eligió al sucesor de Juan XXIII. 
Y la propuesta de esta fantasía no es caprichosa, puesto que yo veo varios puntos en común. En primer lugar, el menguado grupo conservador no tiene candidato. En algún momento podría haberlo sido el cardenal Burke, pero se inmoló  en un gesto de nobleza, desprendimiento y virtud que lo honra, al ponerse franca y abiertamente a la cabeza del grupo de resistencia a Bergoglio, y como esperanza y consuelo de millares de fieles en medio de estos tiempos de confusión.
Otro al que miramos con buenos ojos es al cardenal Sarah, quien no solamente es favorable a la liturgia tradicional, sino que es un hombre de Dios. Esa es la impresión que se desprende luego de la lectura de su libro La fuerza del silencio, que recomiendo vivamente. Pero justamente estas características le quitan posibilidades: pocos, ni siquiera los moderados, querrán un papa que recomiende abiertamente volver a celebrar la misa ad Orientem o que sea tan “monástico”, y tan santo… Le faltaría la sagacidad necesaria para moverse en los terrenos curiales.
Hasta hace algunos meses el candidato perfecto, a mi entender, habría sido el cardenal Pell. Tenía todas las condiciones: no era europeo (australiano), era educado (formado en Oxford) e inteligente, y con la personalidad suficiente para imponerse en los corrillos episcopales. Pero la sucia jugada que le hicieron -según dicen muchos, sus propias colegas de la Curia- aventando las falsas denuncias de encubrimiento de abusos sexuales ocurridas en los ’80 por las que se está defendiendo en Australia, hacen imposible su elección.
Algunos piensan, quizás, en el cardenal Müller. No me parece. En primer lugar, porque sería repetir, como en un calco la elección de Ratzinger. Es decir, en el imaginario sería volver a elegir a Benedicto, y el Sacro Colegio no haría eso. En segundo lugar, porque sería una oposición demasiado fuerte y abrupta al pontificado de Francisco. Y, finalmente, porque dudo que Müller sea un candidato conservador como la mayoría lo imagina. Es un candidato católico, lo cual ya es mucho decir, pero no es un conservador.
Los progresistas, en cambio, tienen varios candidatos, y tendrán más porque nadie dice que Francisco no siga nombrado cardenales a troche y moche, así como nombra obispos. Y bien pueden tramar un estrategia como la que triunfó en el cónclave del ’63. Podrían, por ejemplo, darle aires con ayuda de la prensa a cardenales definidamente liberales como Marx, de Münich o Schönborn de Viena, o con definido olor a oveja, como Tagle, de Manila, y que difícilmente podrían ser elegidos (unos por demasiado progresistas y el otro porque ninguna persona sensata elegiría a otro cardenal del tercer mundo después de la experiencia Bergoglio), para obligar a los conservadores a llegar a un candidato de compromiso. Y éste podría ser Ravasi o Baldisseri, por ejemplo, si pensamos en los más liberales, o Erdö, que cobró bastante protagonismo en el último sínodo, si nos inclinamos por alguien más conservador.

Y como fantasear es gratis, yo propongo otro candidato de compromiso: Mons. Michel Aupetit, arzobispo de París recientemente nombrado por lo que no es aún cardenal. Es un hombre de fe y de doctrina católica; es simpatizante de la liturgia tradicional (cuando era párroco en París, en su parroquia se celebraba dominicalmente la misa en forma extraordinaria), es inteligente y tiene una característica muy valiosa: no proviene de ámbitos clericales. Fue médico, ejerció once años su profesión, hizo su doctorado en medicina, se especializó en bioética y fue profesor universitario. Luego entró al seminario -que habrá sido más bien breve-, y se ordenó sacerdote a los 44 años. Es decir, no pasó por la picadora de sesos en la que se han convertido los seminarios contemporáneos, y es extraño a las camarillas y a las costumbres de los clérigos que suelen ser malsanas. El sitio Messa in latino, que no es precisamente liberal, publicó hace pocos días su homilía pascual, un texto católico, inteligente y breve, lo que siempre se agradece de una homilía. 
Habrá que esperar que llegue el momento del cónclave. Me auguro que la espera no sea muy larga. 

lunes, 7 de mayo de 2018

La burra de Balaam


No se pueden quejar. Nos la dejaron servida. Cada uno podrá decidir cuál de los tres es Moe y cuál Larry. A Curly lo delata su andorga.
Este video de la cúpula de la Conferencia Episcopal Argentina circuló hace algunos días a través de los medios de prensa del país intentando de ese modo, impedir que sea sancionada la criminal ley del aborto. Quiera Dios que tamaña iniquidad no suceda en el país pero no será, por cierto, gracias a la campaña pro-vida -pero no en contra del aborto- llevada a cabo por los obispos, que no están en contra de nada y que optaron por colgarse cartelitos en el cuello el Domingo de Ramos y por grabar un corto más propio de Calabromas que de personas serias y poseedoras del mínimo de nous requerido para liderar la Iglesia de un país. 
A veces es difícil saber si la estupidez es más dañina que la malicia o es al revés. Pero, como dice un amigo, pareciera que lo inocuo, cuanto más inocuo más inicuo. Que, en el habla por ejemplo, los lugares comunes no son plazoletas de paso para todos, sino zonas liberadas, juntaderos de las peores pestes y perversiones. Que lo trillado se vuelve troyano y lo banal, la impostura del mal. 
Hay que preocuparse cuando los obispos y sacerdotes nos dicen una barbaridad o una herejía; pero cuando nos dicen una reverenda estupidez, temblemos.
El videíto, que nos provoca rabia, risa, vergüenza ajena, de la propia, y demás sensaciones, cuenta sin embargo con una perla, un hallazgo, una verdad redondísima que vale la pena rescatar del fango. Y es cuando, en el minuto 4.22, sin ningún preaviso, entre medio de una caterva de incomibles lugares comunes, dice el prelado presidente que “es hora de elevar un poco la mirada y de superar las recetas de cuarenta años atrás”. 
Sin pestañar, acto seguido, retoma el tono buenista y la trilladura serial. 
Y así fue cómo la Burra de Balam comunicó a la Iglesia entera una verdad bastante evidente, pero que estos pastores a sueldo no habían atrevido a decir jamás:  que es hora de buscar un camino superador de recetas del setentismo vencido, que ya ha dado muestras de ruina y fracaso. Tal vez alguno de los tres escuchó la valiente carta de un joven al Papa, diciéndole que los jóvenes idealistas de los setenta… hoy son viejos de setenta y que en nada representan los anhelos y deseos de los jóvenes de hoy, hartos del vetusto setentismo.
Que el Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en nombre de los 90 obispos argentinos, salga a decir que no se puede seguir insistiendo en recetas de hace cuarenta años, ha sido un mensaje elocuente. Inútil, ciertamente, pero elocuente. Lo primero, pues sin duda no es lo que intentaba decir, pero como Caifás (Jn 11,50) no dijo eso por sí mismo, sino que profetizó pues era Presidente de la CEA ese año. 

jueves, 3 de mayo de 2018

Entrevista a Mons. Antonio Livi


Nuestro mundillo tradicionalista, conservador, ultracatólico o como quiera llamársele tiene pocos teólogos en serios y muchos teólogos aficionados u opinadores como es mi caso.
Mons. Antonio Livi es un teólogo de profesión; un teólogo en serio, profesor emérito de la Pontificia Universidad Lateranense. Y, además, es un teólogo valiente que no teme decir las cosas como son.
El video tiene subtítulos con una buena traducción al español; quienes lo necesiten, pueden activarlos.