La semana pasada varios sitios católicos informaban que el Papa Francisco había comunicado a los obispos italianos que se estaba preparando un documento que limitaría o re-interpretaría el motu proprio Summorum Pontificum, volviéndose de hecho la situación previa al mismo, es decir, a la necesidad del permiso episcopal explícito para la celebración pública de la Santa Misa en el rito tradicional. Vale la pena intentar un análisis de la cuestión.
1. No es la primera vez que aparecen estas alarmas. De hecho, y según mis cuentas, es la tercera. Y nunca pasó nada. Podría ser también este el caso. No más que un rumor que termina levantando una tormenta innecesaria.
2. Pero no es inverosímil. Los obispos italianos son los que más se opusieron al motu proprio y los que con mayor insistencia han expresado su deseo de que sea abolido, y suena probable que Francisco les haya dicho, una vez más, lo que ellos quieren escuchar, sobre todo cuando intenta convencerlos por las buenas de que inicien el “camino sinodal” de la iglesia italiana, a lo que son muy reticentes.
Viene bien repetir aquí una anécdota que narra Omar Bello, amigo y biógrafo de Bergoglio:
— ¡Hay que echarlo ya! —reclamó Bergoglio levantando lo voz. Las paredes temblaron. —¡Ni un día más puede estar acá este tipo. ¿Entendieron?
Se refería a un empleado de la Curia que, según se dice comúnmente, se le había metido entre ceja y ceja.
— Me lo echa enseguida. ¿Entendido?
[…]
Ya echado, el empleado en cuestión pidió una audiencia con el cardenal y la concedió rápido, sin hacer preguntas.
— Pero yo no sabía nada, hijo. Me sorprendés… —aseguró el actual Papa cuando el “echado “ le narró sus cuitas.
— ¿Por qué te echaron? ¿Quién fue?
El hombre salió de las oficinas cardenalicias sin trabajo pero con un auto cero kilómetro de regalo, creyendo que Francisco era un santo empujado por circunstancias ajenas a su control, dominado por una caterva de asistentes maliciosos. La historia de ese despido es repetida hasta por los encargados de seguridad de la Curia porteña. (El verdadero rostro de Francisco, Noticias, Buenos Aires, 2013, pp. 36-37)
Este hecho, ocurrido hace más de una década, es un calco de lo ocurrido la semana pasada con Enzo Bianchi. Todos recordarán que hace algunos meses, el Vaticano decidió en forma intempestiva expulsar a Bianchi del monasterio de Bosse, que él mismo había fundado, sin ninguna explicación ni posibilidad de apelación. El caso provocó un escándalo que resonó por toda Italia y no es creíble que Papa Francisco no. estuviera enterado, y aprobara, lo que estaba sucediendo. Pues bien, la semana pasada nos enteramos que Enzo Bianchi, ya expulsado de su comunidad, recibió una carta de Bergoglio en la que, palabras más, palabras menos, le dice lo mismo que al empleado de la Curia: “¿Te echaron? ¿Pero quién fue? Yo no sabía nada”. Habrá que ver si Bianchi recibió como consuelo un automóvil.
Bergoglio no tiene ningún reparo en tergiversar hechos o manipular personas a fin de conseguir sus objetivos. No sería en absoluto extraño, entonces, que les largara algún hueso a los obispos italianos para tenerlos contentos y lograr que le obedezcan.
3. El blog de Marco Tossatti agregó un dato que torna aún más verosímil el rumor. Estaría en estudio un tercer borrador de reforma y limitaciones del motu proprio; los dos primeros habrían sido rechazados por la Congregación de Doctrina de la Fe —sede la ex-Comisión Ecclesia Dei—, pero esta vez el proyecto estaría impulsado por la todopoderosa Secretaría de Estado. Y recordemos que fue esta misma Secretaría la que recientemente prohibió la celebración de misas privadas en la basílica de San Pedro, obligando a todos los sacerdotes a concelebrar en una única misa, privando de ese modo al templo de su función litúrgica y convirtiéndolo en un museo. Y la firma fue de Edgar Peña Parra, el Sustituto, personaje susceptible de todo tipo de presiones. Visto este antecedente, no sería extraño —y es sólo una hipótesis— que sea él quien está detrás de la cuestión movido y presionado por quién sabe qué intereses.
4. Pongámonos en el peor de los escenarios. ¿Qué ocurriría si el motu proprio queda derogado y vuelve a ser necesario el permiso del obispo del lugar para la celebración pública de la misa tradicional? En la gran mayoría de las diócesis del mundo, no pasaría nada. De hecho, salvo los casos de Gran Bretaña y Estados Unidos, los sacerdotes que querían celebrar la misa tradicional con fieles debían contar con el permiso del obispo. Y si lo hacían sin su permiso, para lo cual los habilitaba el motu proprio, eran rápidamente reconvenidos o castigados por su ordinario.
No se trata de apelar a La zorra y las uvas de Esopo. La re-interpretación bergogliana sería una derrota, pues lo que nos fue concedido por el Papa Benedicto XVI nos sería arrebatado por Francisco. Sin embargo, a mi entender, no sería una catástrofe, porque hay un elemento que no debemos perder de vista:
5. Los buenos curas y los buenos fieles perdieron las cosquillas. Hasta antes de la promulgación del motu proprio la misa tradicional era considerada algo peligroso, propio de grupos sectarios y desobedientes y, en el mejor de los casos, y cuando admitían la superioridad del rito tradicional, los sacerdotes aducían que era necesario obedecer, porque “el que obedece no se equivoca”, y hay que ser humildes y celebrar bien el rito de Pablo VI. Casi quince años de misa tradicional con derecho propio en la Iglesia, ha provocado que muchos cayeran en la cuenta de la magnitud de lo que nos fue arrebatado por el Vaticano II, de la inanidad de los argumentos progresistas y de la maldad de muchos obispos exigentes de obediencia. Esos sacerdotes y esos fieles no se resignarán fácilmente; lucharán por sus derechos y exigirán los permisos, y si no se los conceden, los tomarán por su cuenta. El Papa Benedicto fue muy claro en su Summorum Pontificum cuando dijo que se trataba de un camino para que toda la “Iglesia preserve la continuidad interna con su pasado. Lo que antes era sagrado no debe convertirse en malo de un momento a otro. Ahora no hay otra Misa. No son más que formas diferentes del mismo rito”.
Quien conoció la misa tradicional —sacerdotes o fieles—, ya no pueden volver a la misa modernista. Eso es un hecho. Y frente a los hechos, no hay re-interpretaciones que valgan.