La ocasional inclusión del artículo escrito por un perejil de Página 12 sobre los nazis vernáculos despertó una catarata de comentarios, y de polémicas, absolutamente inesperada. Los participantes han sido todos, o casi todos, católicos “del palo” y, sin embargo, sostienen posiciones antagónicas sobre el nacional-socialismo y su líder, Adolfito.
En el medio se colaron gratuitas agresiones a Mary Lennox, una dama, realizada por un falso Anónimo Normando, y a Cristián Dodds, un caballero, realizadas por un simple anónimo. Disculpas a ambos por admitir dichos comentarios, pero ellos ponen de manifiesto la bajeza de ciertos nazis criollos.
Aclaro lo de “ciertos”, porque conozco a otros que son verdaderos caballeros y de quienes me declaro fiel y orgulloso amigo, más allá de que pueda disentir con todas o partes de sus ideas.
Varias veces he discutido con amigos nazófilos y antinazis, con cerveza y whiskey de por medio, lo que, creo yo, constituye el fondo del problema: el nazismo, como cualquier otro fascismo, es un fenómeno moderno, y la modernidad es... la modernidad. Lo tradicional, en los sistemas políticos, es la monarquía y, por eso, yo me proclamo monárquico. Recomiendo vivamente la lectura de las obras de Jean Raspail, particularmente “Sire”, para comprender la idea del rey en su sentido más profundo y tradicional, a partir de una novela, como es lo que escribe este autor.
Conozco la respuesta de mis apreciados amigos nazis: hoy es imposible volver a las monarquías, por varios motivos, y el más importante de todos, porque los herederos de las dinastías más tradicionales no son más que una manga de cholulos liberales, preocupados por su aparición semanal en la revista Hola. Veamos, si no, a los varios pretendientes a la corona de España o a los tristes despojos de los Habsburgo. Ninguno de ellos posee el liderazgo natural que constituyó a sus antepasados en “duces” (dux, ducis) o conductores del pueblo y, luego, el ser reconocidos naturalmente como reyes. Frente a esta situación, arguyen, la solución es volver a los orígenes y ser aún “más tradicional” que la monarquía aceptando la conducción de los líderes naturales de la sociedad. Tal sería el caso de los fascismos o semi fascismos con los liderazgos de Hitler, Mussolini, José Antonio, Franco e, incluso, Perón.
No niego que el argumento tiene fuerza y coherencia. Sería una suerte de hipertradicionalismo o arcaísmo político, cargando a estas expresiones de un sentido positivo. Habrían, sin embargo, varias objeciones que hacer, y sólo mencionaré una, dejando a los inteligentes y agudos lectores del blog, las otras. Yo particularmente, poseo una constante méfiance de los movimientos populares. Los 17 de octubre, con morochos sudorosos vivando al coronel, me producen escozor, sobre todo cuando pienso que es justamente, esa marejada humana la que voltea y levanta gobiernos. Algún lector peroncho me dirá: “Claro, Ud. prefiere las asambleas populares del Monumento a los Españoles, con Channel Nº 5 y Cardón”. Y, la verdad que sí, al menos desde un punto de vista estético, pero tampoco las considero aptas para definir gobiernos.
Hace poco escuché a un viejo y ya amortiguado maestro, decir con desparpajo en una reunión de amigos: “Seamos claros, a los gobiernos los constituyen las élites”. Y creo que tiene razón. La democracia es un cazabobos, como todos sabemos. El poder real siempre reside en manos de unos pocos que, en buena política, debieran ser los aristós, o los mejores pero que, en la práctica, suelen ser los “vivillos” o los corruptos, que utilizan hábilmente a las marejadas humanas para legitimarse. Y los movimientos fascistas, creo yo, son necesaria o primariamente movimientos populares.
Pero mi objeción última y definitiva podría ser considerada fundamentalista o hiperarcaísta o, incluso alguno podría llegar a decir, gnóstica. El gobierno de las sociedades humanas debe estar ordenado según el sistema de castas. Y así, unos nacen para mandar y otros para obedecer.
¿El pintor vocacional austríaco habrá integrado el primer grupo? Lo dudo.
Y no digo más, no vaya a ser que la petisa del Inadi me meta preso.