La fama de Mr. Pale había decaído estrepitosamente en el pueblo. Se lo acusaba de corromper la fe de sus jóvenes amigos acercándolos a posturas que se alejaban de los preceptos reconocidos por la ortodoxia local, recomendándoles libros de autores de doctrina dudosa como Clemente de Alejandría, San Gregorio Nacianzeno, John Henry Newman o Tolkien; o bien, llenándoles la cabeza con mitos y misterios que podían ser fácilmente refutables con precisas sentencias tomistas. Algunos, incluso, llegaban a decir que los iniciaba en vicios tales como fumar pipa o beber whisky, pero nadie podía asegurar semejante especie.
Aunque don Gabino no hacía caso de tales habladurías, no pudo dejar de recibir a un azorado Mr. Pale que llegó a su casa acompañado del infaltable Dr. Silícides y del Poeta.
En San Etelberto la primavera avanzaba lentamente, pero ya podían abrirse los ventanales. Los cuatro se sentaron en la sala endulzada con el perfume de los aromos y dejaron un lugar disponible para el hombre del balandrán que seguramente bajaría a unirse al grupo cuando escuchara las voces.
-No entiendo por qué les molesta tanto que la gente joven lea y se pregunte estas cuestiones - dijo Mr. Pale- Ayer nomás me crucé con el cura de la parroquia y me aseguró el infierno si sigo así. Estaba furioso porque algunos de mis amigos habían dejado de ir al grupo parroquial y dedicaban ese tiempo a leer los Grandes Libros.
- Pero ¿no es que el infierno no existe? -preguntó con picardía Silícides.
- El infierno existe para los otros y cuando conviene. Es como esos que dicen que hacer lobby es pecado y se la pasan armando trapisondas y contubernios para salirse con la suya -respondió con bronca el Poeta.
- Mire don Pale - dijo despacio don Gabino mientras se dirigía, seguido por la mirada anhelante de sus amigos, hacia el armario de los licores- lo que les molesta no es que los jóvenes lean o piensen. Lo que les molesta es no lean ni piensen como ellos quieren.
Y volvió don Gabino del bargueño con una botella de Highland Park, un single malt de las Islas Orcadas que le habían recomendado.
- El problema de esta gente es que necesitan seguridades; quieren avanzar con las luces encendidas y no se dan cuenta que vivir por la fe, como dice la carta a los Hebreos, es caminar en lo oscuro -dijo mientras servía el single malt en las pequeñas copas atulipanadas.
Le dio la impresión de que sus amigos no habían entendido mucho, o bien que estaban más interesados en los aromas del Highland Park que en sus reflexiones.
- “Anoche me levanté del escritorio para ir a la cocina para hacerme la cenacha” -continuó el viejo- “Quise ir a oscuras, por no gastar electricidad, y me perdí. Andaba a tientas, con la mano extendida delante: así dice San Pablo que es la fe. ¡Qué tanta luz, qué tantos faros, qué tantas antorchas que han inventado los Bernárdez! Bernárdez cree que la fe es un faro. Me perdí, me metí en un cuarto vacío creyéndolo la cocina; y después estaba en la cocina y me parecía el comedor. Pero yo sabía que andando con la mano delante, primero no me degollaría con el alambre de la ropa a secar, y segundo, algún día encontraría la llave de la electricidad, o la caja de fósforos, tan siquiera. Así dicen los teólogos que es la Fe. Nosotros, sabemos que la llave de la luz existe. Claro que antes de encontrarla en la cocina, metí dos veces la mano en la olla de la leche, y una vez el pie en el tarro de la basura, helás. Así también, me tiene que pasar en este mundo, antes de encontrar la Visión Beatífica⎯⎯si es que ya no me ha pasado. Meteré la pata en alguna basura, paciencia”. (Castellani, citado en Jack Tollers, Catena argentea, c. 3, p. 4).
Los tres se quedaron mirando por el ventanal. Parece que habían entendido un poco más.
- Omoiómati eikónos fthartu anthrópu - dijo la voz grave del hombre del balandrán mientras se acerba al grupo con la mirada fija en la botella.
- ¿Qué es eso? -preguntó Silícides que de griego sólo sabía la terminología médica.
- Es lo que escribe San Pablo en su carta a los Romanos: “Cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombres corruptibles” -dijo el cura mientras se dejaba caer en su sillón.
- Justamente, don Cipriano. Ha dado en el clavo -respondió don Gabino- Esta gente se resiste a caminar en la oscuridad de la fe y contratan de lazarillos a gurúes vivos o difuntos, y forman detrás de él un trencito de gente que los sigue….
- ¡Que los siguen a ciegas! -exclamó Mr. Pale.
- Sí, pero como van tomados de la cintura del que los precede, se sienten seguros. Y guay de que alguno se salga de la fila… - terminó el viejo.
- Es como dice San Pablo nomás -reflexionó el Poeta- cambiaron la incertidumbre de la invisibilidad de Dios por la certeza falsa de las representaciones humanas: una institución, una congregación, una nación, una raza, una persona.
- Lo cual es mucho más fácil -se animó a decir el Dr. Silícides.
- Más fácil es a veces, pero más peligroso es siempre. Cuántos son los que se subieron al trencito guiados por un gurú que aparentaba luminosidades pero del que se podía decir lo que el mismo San Pablo afirma en la misma carta: “Dios los entregó a las pasiones infames…”, y lean ustedes mismos a que infamia se refiere el Apóstol (Rm. 1, 26-27), que de esas es mejor no hablar.
- Muy bien dicho don Cipriano -dijo don Gabino- Y usted, Mr. Pale, siga con sus corrupciones. No le afloje a los mitos, a los misterios y a la sabiduría escondida de la fe de nuestros padres. Será un buen galardón para usted si sus amigos disminuyen o pierden la fe en las imágenes humanas corruptibles y dejan de “rogar al dios que no salva” (Is. 45, 20).
- “Vere tu es Deus absconditus, Deus Israel salvator” (Is. 45, 15) - dijo el hombre del balandrán mientras todos, en silencio, contemplaba como caía el sol que hasta poco antes había brillado.