Nadie cree aquí que un buen día San Juan se levantó y dijo: “Hoy vamos a escribir un evangelio, unas cartas y un apocalipsis.” Y se sentó frente al monitor y empezó a teclear. Pero tampoco tenemos nada para afirmar que lo que dice Jn 21:24, en una formulación cuasi jurídica, es mentira (o, como dice B. Lindars sin dar mayores pruebas, que se agregó después). A propósito de las fuertísimas implicancias del verbo “martyrein” (dar testimonio), hay un artículo muy bueno en un libro colectivo sobre el Apocalipsis que hace un par de años editó Libreria Editrice Vaticana con prólogo del cardenal Bertone, pero que ahora no tengo a mano.
Tampoco nadie aquí es literalista. La lectura literal de la Biblia nunca ha sido católica. Esto lo sabemos todos; está en el mismo Nuevo Testamento y en los Padres.
¿Entonces por qué ese interés desorbitado de ciertos comentaristas en insultar nuestra inteligencia llamándonos “fundamentalistas”? Pues porque ése ha sido siempre el método de quien se cree transgresor, llenar de epítetos a quienes no lo siguen.
Entonces nos es lícito preguntarnos “à la Hercule Poirot”, cui bono? ¿Por qué ese interés tan entusiasta y pasional por deslegitimar el Evangelio de Juan?
Quizá la mayor especialista en este libro del Nuevo Testamento al día de hoy es la Dra. Marianne Meye Thompson. En uno de sus últimos libros, “The God of the Gospel of John”, dice claramente que es este Evangelio el único que permite afirmar que Jesús es Dios. Otro especialista en Juan, el Dr. Ruben Zimmermann, dice claramente que todo el Ev. Jo. está escrito para demostrar que Jesús es Dios. (Mi alemán es pésimo, pero por suerte el Dr. Z ha publicado bastante en inglés, por ej. en “Anatomies of narrative criticism”).
Si este Evangelio es una “construcción” de una comunidad joánica posterior a la muerte del Apóstol, queda tambaleando (nada más ni nada menos que) la Divinidad de Cristo, pues entonces sería una definición dogmática hecha sobre bases falsas o, al menos, inciertas. De nuevo, la doctrina del Jesús histórico versus el Cristo de la fe. Raymond Brown lo dice claramente “aunque creemos que el IV Ev. refleja memorias históricas de Jesús, la mayor parte de la remodelación teológica de estas memorias hace al material joánico mucho más difícil de usar en la búsqueda del Jesús histórico que la mayoría del material sinóptico” (“El Evanglio según Juan”, t. I). Barnabas Lindars llega más lejos aún “el IV Ev. no tiene ninguna credibilidad histórica” (“Tras el IV Evangelio”).
[Comentario al margen: Está claro en Jn 21:24 que se usa el plural, “nosotros sabemos que su testimonio es verdadero”, que da a entender justamente que no fue el evangelista el que agarró el lápiz {aunque también hay quienes sostienen con buenos argumentos que es un plural mayestático o enfático como renuentemente reconoce R. Schnackenburg respecto al plural de las cartas joánicas}; pero hay un abismo entre esto y afirmar un construccionismo apologético contra herejías gnósticas. De nuevo, la clave es “martyrein”—dar testimonio.]
En cuanto al uso de la tercera persona, “el discípulo amado”, para referirse a sí mismo, es lo mismo que hicieron Túcides, Polibio, Julio César o Flavio Josefo (o Maradona). Es más, Richard Bauckham parecer concluir que justamente el papel de San Juan como apóstol fue el de ser testigo. Comparándolo con San Pedro, quien a veces parece ser de un nivel inferior que “el discípulo amado”, dice: “se hace evidente cuando vemos que Pedro y el Discípulo Amado representan dos formas distintas de ser discípulo: servicio activo y testigo perceptivo.”
Respecto a que se siguen hipótesis que ya están fuera de moda, les recomiendo el paper que presentó R. Zimmermann el año pasado en el congreso de Viena de la Sociedad Internacional de Estudios sobre el Nuevo Testamento, con el título “A Paradigm Shift in German Parable Exegesis? Opening up Horizons of Understanding”.
En cuanto al testimonio de los Padres, es significativo que Dionisio de Alejandría (s. III), quien dudaba de la autenticidad del Apocalipsis, sin embargo, afirmaba rotundamente la del IV Evangelio. Sabemos también del testimonio de Orígenes y de su maestro Clemente de Alejandría (s. II) quien, “por la tradición de los viejos presbíteros”, afirmaba que el apóstol Juan, “lleno del Espíritu Santo, escribió un Evangelio espiritual”. Por Ireneo (discípulo de Policarpo, discípulo a su vez de Juan) que cita más de 100 veces el IV Evang. “como Juan, el discípulo del Señor, dice” y en Adv. Haer. lo dice sin lugar a dudas: “Juan, el discípulo del Señor que descansó en su pecho, que también escribió un Evangelio, mientras residía en Efeso en Asia”. El fragmento Muratoriano (s. II), Teófilo de Antioquía (s. II), Papías de Hierápolis (discípulo directo de Juan), dan testimonio directo. Indirectamente hay citas casi textuales del IV Ev. en Ignacio de Antioquía (s. I), Justino Mártir (s. II), los herejes Traciano, Valentín, Marción, los montanistas y Celso (s. II), el “Martirio de Policarpo”, la Epístola a Diogneto y en el Pastor de Hermas.
En cuanto a la prueba, lo dice claramente un discípulo del método histórico-crítico (D. A. Carson), al preguntarse por la popularidad de Raymond Brown, respecto a otros exégetas: “… la teoría de las tradiciones de Brown [que es] mucho más especulativa y mucho menos controlable que la obra de Fortna [teoría de las fuentes], ha tenido una influencia mucho mayor—presumiblemente, uno debe decirlo, porque es coherente y por lo tanto satisfactoria, pero también porque es totalmente imposible de probar […] Kysar concluye, ‘si el evangelio evolucionó de una forma comparable a la ofrecida por Brown y Lindars, está totalmente fuera del alcance del estudioso y del historiador joánico producir la prueba de que eso es así’”.