lunes, 27 de febrero de 2023

Tristezas romanas

 




Una cosa es que te lo digan, y otra que lo veas. A esta verdad la he constatado con tristeza en los últimos días. Algunos amigos romanos me suelen comentar infidencias, o no tanto, de lo que sucede dentro de los muros vaticanos y Specola diariamente también nos aporta este tipo de noticias, y de las que sabe mucho. Pero otra cosa es constatar personalmente los hechos y confirmar la conclusión que todos sabemos: el papa Francisco no es querido por nadie; ni por obispos, ni por sacerdotes ni por los fieles, sean éstos de donde sean. Y más allá que el romano pontífice no nos sea particularmente simpático, es muy triste comprobar el profundo rechazo que produce su figura. Se trata, nos guste o no, del vicario de Cristo. 

He podido hablar en las últimas semanas con sacerdotes de todos los pelajes. No es necesario verter aquí las opiniones de los conservadores y tradicionalistas. Todo el mundo las sabe. Lo que me ha asombrado es que los sacerdotes más progresistas, y que generalmente son también los de más edad, guardan por Bergoglio el mismo rechazo que sus colegas más jóvenes. Ya no se trata de una cuestión doctrinal en la que se enfrentan tradicionalistas contra progresistas; es algo más básico y que tiene que ver con lo humano y lo institucional. No pueden entender, por ejemplo, la permanente agresividad del papa hacia ellos; afirman de uno y otro lado que les asombra que siempre que hace referencia a los sacerdotes sea en términos fuertemente negativos: son carreristas, avaros, gruñones, proselitistas, criminales, miran pornografía, tienen problemas psiquiátricos, etc. Jamás una palabra de aliento; jamás la cercanía. Es como si hablara el enemigo, y no el padre que debiera confirmarlos en la fe. Alguno más malvado y agudo, me comentó que se trata de un típico caso de proyección: Bergoglio proyecta en los sacerdotes —y él mismo lo es— las características que inconscientemente sabe que posee y que detesta. Es decir, rechaza a los demás porque es él mismo quien se refleja en ellos. 

En la Curia vaticana viven aterrorizados. "Il cretino gloriosamente regnante", es una expresión que se escucha con cierta frecuencia dentro de los sagrados muros. Pero la palabra que más se repite es terror. Es el régimen que ha instaurado allí el papa argentino. Nadie sabe hasta cuándo estará en su puesto y, peor aún, nadie sabe quién espía a quien, pues ese es otro de los métodos bergoglianos: el espionaje, para saber qué piensa y qué dice cada uno de los sacerdotes y religiosos que caminan por el Sacro Palacio. Es el mismo método que aplicaba en Argentina cuando era arzobispo de Buenos Aires y mantenía espías en todas las diócesis y congregaciones religiosas. Pero en Roma, además, se fía absolutamente de lo que le dicen sus alcahuetes y así, son varios los curiales que han recibido el mensaje de: “El Santo Padre quiere hablar contigo”, y media hora después estaban en la calle.

Otra de las cosas que más desconcierta y enfurece a todos es lo que está haciendo con el colegio cardenalicio y el colegio episcopal. E insisto, estos comentarios no vienen de sectores conservadores sino al contrario. Se trata de una cuestión de institucionalidad. No es posible, me decían algunos sacerdotes italianos, que las sedes más antiguas y prestigiosas de ese país como Milán, Nápoles, Venecia, Palermo o Turín no tengan cardenales y, en cambio, sedes nuevas e insignificantes sí lo tengan. Esto enfurece no solamente a los titulares de esas sedes que se quedan sin birreta sino también a los fieles, pues lógicamente se sienten dolidos frente a un pontífice que les niegan un privilegio que poseían desde hace siglos.

Lo que vemos en Argentina con los nombramientos episcopales, ocurre en todo el mundo. En nuestro país, Francisco ha nombrado un enjambre de obispos elegidos entre los sacerdotes menos formados y capacitados para el ministerio episcopal y con el correr de los años se verán las consecuencias de tales decisiones. Y lo mismo ocurre en buena parte del mundo. Personas que lo conocen muy bien y desde hace muchos años, me comentaban que Mons. Robert Prevost, nombrado hace pocas semanas prefecto del dicasterio de los obispos, es decir, una de los cargos más importantes y con más poder en la Iglesia, es un nada. No es que sea progresista o conservador; es insignificantes, uno más del montón, limitado, cortito. Y será este buen señor el encargado de nombrar a los obispos del mundo entero… 

Finalmente, un grupo de sacerdotes estadounidenses, moderados y de ningún modo tradicionalistas, me comentaban el enorme malestar que causó en California el nombramiento cardenalicio del obispo de San Diego, una diócesis pequeña y sufragánea, mientras que el arzobispo de Los Ángeles, su metropolitano, no lo es. Y el problema no es solamente quién usa la púrpura; el problema es que el cardenal Robert McElroy es extremadamente progresista, demasiado aún para los propios.

En definitiva, el papa Francisco no será llorado por nadie; sólo harán algunos pucheros sus paniaguados, aquellos que con su muerte perderán su innobles puestos y funciones.

jueves, 23 de febrero de 2023

Aldo Maria Valli: La Misa tradicional: un tesoro reencontrado


 Conferencia pronunciada en el Encuentro Pax Liturgica
Roma, 28 de octubre de 2022.
Pueden descargar el texto español desde aquí

martes, 21 de febrero de 2023

El rescripto del papa Francisco sobre la liturgia tradicional

 


Hoy se conoció un breve rescriptum ex audiencia Sanctissimi. Este tipo de documento es una decisión del Romano Pontífice comunicada de viva voz a algún eclesiástico de la curia romana recibido en audiencia, que después deja constancia por escrito de esa resolución oral (el llamado oraculum vivae vocis), de manera que se considera válida a efectos de prueba y es eficaz también ante terceros. En pocas palabras, el documento de menor jerarquía dentro del complejo arsenal del que dispone el Romano Pontífice, y que puede ser modificado mañana mismo por él mismo o por quien lo suceda. 

En este caso, la comunicación oral fue al cardenal Arthur Roche, prefecto del dicasterio del Culto Divino y en él no se hace más que repetir lo que ya había sido dicho en Traditionis custodes, aunque limitando aún más el poder de los obispos en cuanto a los lugares y las personas del clero que pueden celebrar la liturgia tradicional. Como dijimos en su momento en este blog y como se comentaba en todo el universo tradi y en los ambientes curiales, se sabía con certeza que se estaba preparando por parte de Roche, el arzobispo Viola y algún asesor de San Anselmo (¿Andrea Grillo?) un documento que, en forma de constitución apostólica, buscaba restringir de un modo brutal la celebración tradicional, ensañándose sobre todo con los llamados “institutos Ecclesia Dei”. También dijimos que ese documento podía estar listo y encuadernado, pero que otra cosa era ver si Francisco lo firmaba. Y lo que yo puedo hipotizar es que no lo firmó. 

Mi reconstrucción es la siguiente: ayer, 20 de febrero, el cardenal Roche tuvo una audiencia con Francisco según lo informa la misma Santa Sede. Iba en busca de una constitución apostólica y salió con un rescripto. El Santo Padre le dijo que no firmará ningún nuevo documento restrictivo de la liturgia tradicional y le concedió un pequeño ajuste más a lo dispuesto por Traditionis custodes que cambiará poco y nada a lo ya legislado. 

Acerquemos un poco más la lupa:

1. El rescriptum lo que hace es quitarle aún más poder a los obispos. La cuestión es cómo caerá un documento de este tipo entre los obispos, sean de la orientación que sean, pues la Curia romana se inmiscuye descaradamente en el gobierno de sus propias diócesis. Estimo que los podrá aún más furiosos de lo que ya están y que no todos obedecerán. ¿Qué poder de policía tendrá el dicasterio de Culto para hacer cumplir esta nueva prescripción? ¿Qué le harán al obispo que, por ejemplo, designa sin permiso de Roma una iglesia parroquial para celebrar la misa tradicional? ¿Le tirarán las orejas? Los obispos no quieren problemas con sus fieles, por lo que no obedecerán fácilmente a los caprichos de un menos que mediocre cardenal. Pasará lo mismo que pasaba cuando un obispo ponía problemas a los sacerdotes para celebrar la misa latina: las quejas llegaban a la comisión Ecclesia Dei, ésta llamaba al obispo y luego éste seguía haciendo lo que quería, y nadie le hacía, ni le podía hacer nada. 

2. Sería muy extraño que, como algunos pueden pensar, dentro de un par de semanas —el 3 de abril se decía— apareciera finalmente el feroz documento y que el rescripto sea no más que un aperitivo. Bergoglio podrá ser muy modernista o lo que se quiera, pero es un buen político, y por eso mismo es impensable, en mi opinión, que esté sacando continuamente documentos restrictivos sobre un mismo tema. Eso sería un clarísimo signo de debilidad que él nunca se va a permitir, y mucho menos por un tema que no le interesa en absoluto, y muchísimo menos aún si quien se lo propone es Roche, a quien detesta, según dicen todos, y que no sería extraño que en cualquier momento terminara como primer arzobispo de la isla de Santa Helena. 

3. En Roma, y en el mundo tradi, todos estaban a la espera de la sanguinaria constitución apostólica. Esto, por ejemplo, se había publicado hace apenas dos días. Y seguramente los ideólogos del dicasterio de Culto estarían exultantes esperando la muerte del mundo tradicionalista. Lo que ha ocurrido es, en lenguaje curial, una espantosa derrota y humillación de Roche. Ha quedado en evidencia su escaso poder, la total falta de confianza que el pontífice tiene en él y, consecuentemente, que es un hombre débil, casi un leproso al que pocos volverán siquiera la vista para saludar. Y, consecuentemente, que nunca más podrá restringir, mientras Francisco siga reinante en la iglesia católica, la liturgia tradicional. El pontífice no quiere más problemas gratuitos que le generan antipatías, motorizados por un grupo de chalados, que es lo que ocurrió con TC. 

4. Se dice, y es probable que así sea, que este rescripto se orientaría a restringir al clero diocesano pero que el próximo documento se orientaría a los institutos Ecclesia Dei. Todo puede ser, pero sería muy raro que el mismo Papa que hace poco más de un año dio todas las libertades al más emblemático de estos institutos, la FSSP, ahora cambie totalmente de postura. No dudo que ese documento está escrito, corregido y con los cantos dorados. Pero sospecho que quedará en ese estado en el cajón del algún escritorio del dicasterio de Culto. Ningún político que se precie estaría levantando todo los meses una causa antipática para todos, menos para algunos modernistas trasnochados. Como dice Maquiavelo, maestro de Bergoglio, las leyes malas y antipáticas se aplican todas de una sola vez y no en cuotas. 

Veremos si este análisis rápido y preliminar se confirma. Con el Papa Francisco nunca se sabe por dónde puede saltar la liebre, pero mi olfato me dice que las cosas son como las relato.

lunes, 20 de febrero de 2023

La biografía de John Senior, con prólogo de Natalia Sanmartín Fenollera

 


La semana pasada, la editorial Homo Legens publicó la biografía de John Senior. Hemos hablado en muchas ocasiones de este autor y de su inmensa obra de la que tanto nos hemos beneficiado encontrando en ella  consuelo e inspiración para enfrentar y vivir los tiempos actuales. 

El libro dos particularidades. La primera es que fue escrita por dom Francis Bethel, monje benedictino de Clear Creek, que fue uno de los alumnos de John Senior, convertido a la fe católica gracias a sus clases y uno de los que eligió la vida monástica en Fontgombault. Es un relato, entonces, de primera mano del milagro de Kansas, es un retrato de hombre, del pensamiento, y de la época. Y está lleno de anécdotas hermosas, además de tener el rigor necesario cuando desarrolla el pensamiento de Senior.

La segunda particularidad es que el prólogo fue escrito por Natalia Sanmartín Fenollera, autora de El despertar de la señorita Prim, obra en la que se descubren innegables trazos de inspiración en la obra de Senior. Con su permiso, publico aquí el prólogo que es mucho más elocuente de lo que yo pueda decir sobre esta biografía. 



¿DÓNDE ESTÁ EL HOGAR? 

¿Y POR QUÉ NO ESTAMOS YA EN CASA?


Prólogo a La restauración del Realismo, de P. Francis Bethel


Natalia Sanmartin Fenollera



“Homero y Virgilio sabían que, de alguna manera, la meta del hombre es volver a casa. 

Pero, ¿dónde está el hogar? ¿Y por qué no estamos ya en casa?”.  



Estas líneas pertenecen a una hermosa carta que recibí en la primavera de 2017, poco después de regresar de una visita inolvidable a la abadía benedictina de Nuestra Señora de Clear Creek, en Oklahoma. El P. Francis Bethel me hablaba en ella de sus recuerdos como joven estudiante en el Seminario Pearson de Humanidades Integradas (IHP) de la Universidad de Kansas, donde John Senior desarrolló plenamente la tarea que marcó gran parte de su vida como profesor: ayudar a sus alumnos a regresar a casa. 


Como recuerda otro de sus discípulos, monseñor James Conley, actual obispo de Lincoln, Senior decía que la suya era la labor del portero: abrir puertas. Y eso fue lo que hizo a lo largo de aquellos años en Kansas: abrió puertas, las abrió de par en par, ayudó a sus alumnos a cruzar los dinteles de una gruta atestada de tesoros, la cueva que guarda lo mejor de lo escrito y pensado por los grandes autores de la historia, por los sabios, los poetas y los santos. 


Pero al hacerlo, a Senior se le concedió (y creo que él lo habría dicho así) el don de abrir una puerta más: la que muestra el misterioso sendero que conduce al paraíso perdido, la puerta que evocan con eterna nostalgia esas “lágrimas en las cosas” de las que Virgilio habla en la Eneida. Las cosas hermosas, buenas y verdaderas que no solo se guardan en los libros, sino que están presentes en la Creación entera. Las cosas reales, que mojan, que queman, que asombran y emocionan, aquellas que dijeron a coro a san Agustín: “no somos nosotras el Dios que buscas, pero Él nos ha creado”.


Cuando se leen los escritos de John Senior, fundamentalmente La Muerte de la Cultura Cristiana (1978) y La Restauración de la Cultura Cristiana (1983), es casi inevitable preguntarse quién fue realmente su autor, cuál fue el camino personal, religioso e intelectual que le llevó a diagnosticar y profetizar con clarividencia extraordinaria los males de su tiempo, un tiempo que también es el nuestro, y a advertir de forma inequívoca sobre el capítulo final del largo proceso de acoso y derribo de la filosofía perenne, la destrucción de la vieja idea de que existe una verdad objetiva y de que el hombre es capaz de conocerla. El ataque lento y silencioso de la herejía perenne y de todas las doctrinas antirrealistas que la componen, desde las sofocantes filosofías orientales hasta el moderno idealismo, que han corroído los cimientos de la cultura occidental como un ejército de termitas y han generado una sociedad infectada de materialismo, relativismo y destrucción de la ley natural. Un mundo desolado que ha dado la espalda a Dios y se ha vuelto a los ídolos. 


Cuál fue el itinerario personal que llevó a Senior desde sus estudios en la Universidad de Columbia, donde se formó bajo la influencia de Mark Van Doren, hasta su docencia en Cornell, Wyoming y finalmente Kansas, donde fundó el Seminario Pearson de Humanidades Integradas, con Denis Quinn y Frank Nelick, y juntos prendieron fuego a la apatía y la increencia del ambiente universitario de los años setenta. Cómo eran aquellas míticas clases en Kansas, con qué misteriosa magia logró llevar a sus alumnos desde la psicodelia y el haz el amor, no la guerra hasta el realismo y el Subiré al altar de Dios, el Dios que alegra mi juventud  sin hacer de sus clases un catecismo ni una técnica de evangelización masiva. ¿Cuál era el método de Senior? ¿Cómo y qué se enseñaba en el seminario Pearson? 


Este libro, que es mucho más que una biografía, tiene las respuestas a esas y muchas otras preguntas. Sus páginas no solo encierran un análisis riguroso y profundo, lleno de belleza, poesía y recuerdos personales inolvidables, de lo que se denominó el milagro de Kansas, las doscientas conversiones al catolicismo que dieron lugar, entre otros frutos, a la fundación de la abadía benedictina de Clear Creek, sino que también narran el viaje a casa del propio Senior. Su infancia en Long Island y sus años de estudiante en Columbia, su búsqueda personal de la verdad, que le llevó hacia el simbolismo y el hinduismo, para descubrir después el pensamiento de Santo Tomás y, a través de él, llegar finalmente al catolicismo, la verdadera, la hermosa Ítaca, así como el nacimiento y la cancelación del seminario Pearson en Kansas y las batallas que tuvo que afrontar los años siguientes, hasta su muerte en 1999.


¿Dónde está el hogar? ¿Por qué no estamos ya en casa? El viaje hacia la verdad a través del realismo es el gran reto de un mundo que se muere, que ha perdido las coordenadas de la travesía, que al igual que la Reina Roja del cuento de Lewis Carroll desprecia como mala memoria “la que solo funciona hacia atrás”, y que mira la realidad como el Rey de Corazones miraba la poesía: “Si el poema no tiene sentido”, decía el monarca a Alicia, “eso nos evitará muchas preocupaciones, pues, como es lógico, no tendremos nada que averiguar”.


Pero el poema tiene sentido, como lo tiene la realidad, y para desentrañarlo hay que tener esa memoria que solo funciona hacia atrás y que abre un camino azaroso y apasionado que es pura paradoja, porque no lleva hacia atrás, sino hacia delante, hacia la tierra que mana leche y miel, hacia la Jerusalén que no pertenece a este mundo. Ese fue el gran trabajo que Senior realizó, señalar la puerta, explicar el poema, guiar a través de la senda que él mismo recorrió, al principio con inquietas búsquedas casi a tientas, después con el descubrimiento de la verdad que enseña la filosofía perenne, gracias a una honesta lectura de Santo Tomás, y finalmente con la conversión a la fe, que él siempre vio como lo que es, una gracia, un don, una virtud regalada desde el Cielo. Una inmensa bondad que cae del firmamento, como en la historia de Booz dormido cantada por Víctor Hugo, en la hora tranquila en que los leones van a beber.


Los años del seminario Pearson no fueron sencillos, prueba de ello fue su cancelación tras incomprensiones, acusaciones sin fundamento y un hostigamiento general. Pero sus frutos han sido grandes y duraderos, estables y silenciosos, y pueden verse tanto en familias, como en colegios, como en universidades, como en la vida contemplativa y el sacerdocio. Tampoco fue fácil el camino de la fe, con el embate que supuso el Concilio y la reforma litúrgica, que deconstruyó lo que Senior definió, con una belleza extraordinaria, como el corazón de la cultura cristiana, además de la forma más alta de dar culto a Dios: la Santa Misa. Pero al igual que en la enseñanza de los clásicos o de las verdades filosóficas, también en este sendero, el más estrecho y misterioso, el más hermoso, el profesor, el poeta y el hombre de fe persiguió la verdad con honestidad, la abrazó y la defendió hasta el final. Y lo hizo en un tiempo en el que esa defensa era mucho más dura y difícil, más exiliada y esteparia, de lo que hoy es para nosotros.


La gran diferencia de Senior respecto a otros intelectuales, cristianos o no, es que él no se limita a diagnosticar, ni siquiera a enseñar, sino que anima a echar a andar. Estas páginas, que son en parte un ensayo y en parte un libro de tesoros y recuerdos, muestran al hombre, al escritor, al poeta, al pensador y al profesor, que hoy, como ayer, sigue abriendo puertas y recordándonos que este no es nuestro hogar, que existe un hogar y que, como Odiseo, la única razón que debe impulsar nuestro viaje es al ansia por volver a casa.


Madrid, 3 de julio de 2022. 

Dominica IV Post Pentecosten.



P.D.: Por cierto, a modo de curiosidad, la cita del prólogo de Natalia Sanmartin que aparece en la contraportada no es genuina: no hay forma de encontrarla en el texto. Estimo que ha sido un descuido de los editores.


El libro puede conseguirse en la propia editorial.

lunes, 13 de febrero de 2023

Eucaristía, de Louis Bouyer

 


Eucaristía. Teología y espiritualidad de la oración eucarística es uno de los libros más importantes y conocido de Louis Bouyer. La versión española fue publicada por Herder en 1969 y nunca más reimpresa. Como sobre casi toda la obra del autor, cayó el silencio y el ocultamiento por parte del progresismo, y la negación por parte de los sectores más tradicionales. Sobre ese tema hemos ya hablado suficientemente en este blog. Ahora, sin embargo, puede conseguirse nuevamente el texto en español en Amazon, tanto en versión Kindle como en soporte papel. 

El libro podría haberse titulado La Santa Misa, pero en el primer capítulo el autor explica el significado profundo del término griego eucaristía, aunque a nosotros pueda causarnos cierto escozor el uso que de él ha hecho el progresismo. Dice: “Aquí entendemos por eucaristía exactamente lo que la palabra significaba desde los orígenes: la celebración de Dios revelado y comunicado, del misterio de Cristo, en una oración de tipo especial, en la que la oración misma reúne la proclamación de los mirabilia Dei y su re-presentación en una acción sagrada que es el centro de todo el ritual cristiano”. Este significado complementa el más clásica de “misa” aunque no lo sustituya, porque la Santa Misa, además de renovación del sacrificio redentor de la cruz, es también una proclamación de las maravillas divinas.

El libro comprende trece capítulos en los que el autor repasa la historia del sacrificio eucarístico. En primer lugar, sus raíces en el culto judío, lo cual permite que entendemos que nuestra liturgia cristiana es también la liturgia querida por el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Luego, recorre los orígenes y el desarrollo de la misa en la época apostólica y patrística. Una vez que los diversos ritos comienzan a afianzarse, estudia la tradición alejandrina y la tradición romana, tan familiares entre sí. En el capítulo ocho se dedica a la liturgia sirio occidental y en el siguiente a la bizantina. Luego estudia los ritos galicano y mozárabe y, atravesando las vaivenes de la liturgia occidental durante la Edad Media, analiza el modo en el que los diversos reformadores protestantes modificaron la liturgia católica para adaptarla a sus nuevas creencias. 

No hay que pensar, sin embargo, que se trata de un libro de historia de la liturgia como podría ser el caso de Jungmann o Righetti. En Bouyer y en su obra la historia se entrelaza permanentemente con la teología y la espiritualidad. Para él, en efecto, la teología, la oración y la liturgia deben ir juntas. Un puro liturgista que no atiende a los otros dos aspectos, es un liturgista incompleto, y lo mismo sucede con el teólogo. Por eso, y por la abundante cantidad de texto litúrgicos de los más diversos ritos que reproduce, Eucaristía es un libro que no sólo sirve para instruirse sino también para orar.

El último capítulo es el más polémico pues en él Bouyer explica y justifica (o intenta justificar) las reformas introducidas en el rito romano por el Concilio Vaticano II, sobre todo la inclusión de tres nuevas plegarias eucarísticas. Y la polémica la abre el mismo Bouyer que en la introducción del libro había lanzado feroces críticas a los innovadores. Decía, por ejemplo, “para revivir no basta con cambiar de nuevo. No hace falta que un hormigueo de descomposición recubra tan pronto a Lázaro, apenas salido del sepulcro, que esta vez se exponga a volver a él en serio”. O bien, “para todos los protestantes que no se resignan a vivir de lo que hay de más muerto en su propio pasado carece absolutamente de atractivo una eucaristía sin misterio, sin presencia real, que no sea más que una gozosa reunión fraternal en un común recuerdo agradecido de un Jesús que sólo aparezca hombre en la medida en que pueda olvidarse que es Dios”. Son palabras nos suenan al Bouyer de los años ’70, cuando, desengañado de la reforma litúrgica y de las novedades conciliares, emprendía contra ellas una furiosa lucha. 

Sin embargo, y paradojalmente, en ese último capítulo titulado Reformas defiende las nuevas plegarias y la consecuente pérdida de exclusividad del canon romano. Estima que todas ellas han sido redactadas siguiendo muy de cerca modelos de anáforas de la época patrística —la II—, galicanas —la III— y cercanas a las de inspiración basiliana de la liturgia de Alejandría —la IV—. Y es verdad. Cuando se han leído en el libro las numerosísimas citas de textos eucarísticos de todas las tradiciones que allí se incluyen, lo que constituye una de sus riquezas más importantes, las nuevas plegarias resultan familiares. Más que inventos, parecen un collage bastante bien hecho de textos antiguos y tradicionales. Y, como tales, no pueden negárseles cierta belleza.

Pero aquí aparece una objeción irremontable y que el mismo Bouyer se hace: que un texto sea venerable, producido por los Padres y poseedor de una gran belleza, ¿lo autoriza a ser incorporado sin más a la liturgia romana? Porque parece completamente fuera de lugar que el rito romano se reforme introduciendo en él agregados provenientes otras tradiciones litúrgicas. Esto es un disparate liso y llano. Si bien en los primeros siglos hubo préstamos e influencias entre diversas liturgias, una vez que los ritos quedaron establecidos, eso desapareció.

Louis Bouyer intenta salvar la situación afirmando que, debido a que el rito romano se ha convertido prácticamente en el rito universal pues es el que se celebra casi con exclusividad en toda la iglesia católica, está muy bien que tal rito posea riquezas propias de otras tradiciones ya desaparecidas —como la galicana— o que celebran en ámbitos muy reducidos, como la copta o la mozárabe. Pero este intento de justificación no se sostiene, pues si el rito romano, por su universalidad de hecho, se reforma con adiciones extrañas a punto tal que queda desfigurado —desaparece de hecho el canon romano—, en realidad se está manufacturando un nuevo rito: el rito popurrí o el rito cocoliche. Y si esto fuera así, sería un buen argumento para el tradicionalismo: el rito romano seguiría siendo el codificado por San Pío V y la iglesia latina habría adoptado un nuevo rito, que no sería ya totalmente romano, sino una amalgama de varias tradiciones litúrgicas. Plena libertad para ambos entonces.

Más allá de estas discusiones, que habría sido muy interesante tenerlas con el mismo Bouyer, el capítulo cuestionable es solamente el último y, curiosamente, el más breve de toda la obra. 

Eucaristía, en definitiva, es excelente e indispensable para cualquiera que se interese en la liturgia de la iglesia católica sin pretender ser un especialista. Las afirmaciones de su capítulo postrero de ningún modo desmerecen la obra y son no más que un matiz interesante en las circunstanciales luchas por la defensa del rito romano tradicional. 


Otras obras de Louis Bouyer en Amazon:

El cuarto evangelio. Introducción al evangelio de Juan

El sentido de la vida monástica

La Biblia y el Evangelio

La descomposición del catolicismo


domingo, 12 de febrero de 2023

El papa Francisco y la herencia de Ratzinger


 

En los últimos días, apareció una interesante noticia: en el ríspido encuentro que tuvo el papa Francisco con Mons. Georg Gänswein poco después del funeral de Benedicto XVI no se habló sobre el libro de memorias escrito por el prelado alemán, sino por la herencia del papa emérito. Es que Gänswein es su heredero universal, y los bienes que integran el legado es la riquísima biblioteca de Ratzinger, por la que Bergoglio no debe tener el menor interés, y los derechos de sus libros, los cuales deben reportar algunos millones de euros anuales en regalías. Se le habría exigido a Gänswein que entregara esos derechos a la Santa Sede, y se lo habría amenazado con la excomunión por revelar secretos del último cónclave (?) si no accedía. 

Muchos lectores, sensatamente, podrán decir que no es más que una fabula pergeñada en los mentideros vaticanos. Y puede que así sea. Sin embargo, los antecedes de Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires y su avidez por el dinero podrían también indicar que la especie es cierta. Copio aquí lo que publiqué en 2015 sobre un sonado caso ocurrido en la sede porteña. 

En el siglo XVIII, la beata María Antonia de Paz y Figueroa, funda la congregación religiosa femenina de las Hijas del Divino Salvador, dedicada a ayudar a los sacerdotes en la obra de la predicación de retiros espirituales. Fue siempre una congregación pequeña, con pocas casas, pero muy arraigadas en la tradición porteña. Son ellas las dueñas de la Santa Casa de Ejercicios, edificio de raíces coloniales y muy tradicional en Buenos Aires. 

La congregación es dueña también del santuario de San Cayetano de Liniers, el más visitado de Argentina y, consecuentemente, el que recibe mayor cantidad de limosnas. Por un convenio celebrado a principios del siglo XX, cedieron al arzobispado el uso del templo aunque tomaron una precaución: la alcancía ubicada junto a la imagen del santo desemboca en las arcas de las hermanitas y eel contante —que es mucho— que allí depositan los fieles no pasa a engrosar el patrimonio de la parroquia o de la curia. El cardenal Bergoglio presionó durante años para que la cesión de templo, terreno y alcancía fuera definitiva pero las buenas monjitas, con toda razón, no cedieron. 

El cardenal arzobispo montó en cólera y se dispuso disolver la congregación pretextando el escaso número de miembros. De esa manera, el problema se solucionaba y la arquidiócesis se haría no solo de la anhelada alcancía de San Cayetano sino también de la Santa Casa de Ejercicios, que ocupa una manzana entera en el pleno centro de Buenos Aires y que representa millones de dólares por su valor inmobiliario y por los incontables tesoros artísticos que posee.

Es así, que a solicitud del ordinario porteño, la Santa Sede decretó la intervención de la congregación, el desplazamiento de su superiora general en medio de calumnias y humillaciones, el nombramiento un jesuita como interventor y de un obispo auxiliar de Buenos Aires, Mons. Eduardo García, como comisario apostólico. Es decir, las monjas quedaron en las manos de Bergoglio, quien se convertía en acusador y juez. 

Desde aquí pueden acceder a una larga carta que en su momento enviaron las monjas al cardenal Rodé, prefecto de la Congregación de religiosos, donde explican detalladamente todos los sucesos y la situación a la que fueron sometidas por el arzobispo porteño. Copia de la misma fue remitida también a la Signatura Apostólica y directamente al Papa Benedicto a través de su secretario.

Desconozco cómo habrá terminado el entuerto, y para el caso no es relevante. Sin embargo, es demostrativo de otra de las caras del poliédrico corazón bergogliano. 

viernes, 10 de febrero de 2023

Peter Kwasniewski: La liturgia no es un juguete del Papa sino la herencia de toda la Iglesia


 Conferencia de Peter Kwasniewski en el Encuentro Pax Liturgica. 
Roma, 28 de octubre de 2022. 
El texto en español puede bajarse desde aquí. 

miércoles, 8 de febrero de 2023

Los cuentos chinos del Papa Francisco

 


Lo hemos dicho muchas veces y aburre volver una y otro vez a las banalidades e inconsistencias del papa Francisco, que afloran en él de un modo particularmente exuberante en las conferencias de prensa que brinda cuando está montado en un avión. Sin embargo, lo que dijo en su regreso del  viaje que realizó a dos países africanos va más allá de la banalidad y es un mentira pura y dura, fácilmente identificable; como él mismo define este tipo de comentarios -refiriéndose a otros, por supuesto-, un "cuento chino".

Sus palabras fueron las siguientes: 

Sobre este punto, me gustaría decir que pude hablar de todo con el Papa Benedicto, e intercambiar puntos de vista, y él siempre estuvo a mi lado, apoyándome; y si tenía alguna dificultad, me lo decía y hablábamos y no había ningún problema.

Una vez hablé sobre el matrimonio de los homosexuales, sobre el hecho de que el matrimonio es un sacramento y no podemos hacer un sacramento, pero existe la posibilidad de asegurar la propiedad por derecho civil -; cualquier persona puede hacer una unión civil, no necesariamente una pareja, […]. Entonces una persona, que se cree un gran teólogo, a través de un amigo del Papa Benedicto, acudió a él y presentó la denuncia contra mí. Benedicto no se asustó, llamó a cuatro cardenales teólogos de primera fila y les dijo: 'Explíquenme esto', y ellos lo explicaron. Y así terminó la historia.

Es una anécdota para mostrar cómo se movía Benedicto cuando había una queja. Algunas de las historias que se cuentan, de que Benedicto estaba amargado por tal o cual nuevo Papa... son "cuentos chinos". Al contrario, a Benedicto lo consulté antes de tomar algunas decisiones y estuvo de acuerdo.

Creo que la muerte de Benedicto ha sido instrumentalizada por personas que quieren llevar agua a su propio molino.

Lo primero que deja ver el texto es el veneno que hierve en el corazón pontificio por lo ocurrido con la muerte del papa Benedicto. Un funeral abarrotado de fieles y la exaltación de un pontífice anciano y conservador, frente a la evidencia de la inanidad de su propio pontificado, el que a duras penas logra reunir una escuálida cantidad de fieles y al que le prensa universal —sus antiguos aliados— no prestan la menor atención, le ha amargado la vida. Specola nos informaba que Francisco, luego de los primeros días en África, estaba furioso por la menos que escasa cobertura que se estaba dando a su viaje y parece que en Roma varias cabezas del área de prensa penden de un hilo. 

En segundo lugar, por el tenor de la pregunta que le hace el periodista, no era necesario que diera una respuesta de este tipo. Podría haberla evadido brevemente y con elegancia. Pero si es algo que justamente le falta a Bergoglio es elegancia y sutileza. Estaba esperando la pregunta que le diera la posibilidad de descargar sus iras. El hecho de pronunciar en una conferencia de prensa y de publicar posteriormente en el sitio oficial del Vaticano una expresión como esta: “Entonces una persona, que se cree un gran teólogo, a través de un amigo del Papa Benedicto, acudió a él y presentó la denuncia contra mí”, habla de la hondura de sus odios. Una persona con un mínimo de roce social o de caridad cristiana nunca dice eso, y no sólo por educación, sino porque esas palabras están revelando las opacidades de su corazón. Muchas cosas podría decir Lacan al respecto… 

Pero vayamos a la mentira pontificia. Francisco afirma que el papa Benedicto XVI estuvo de acuerdo con la aceptación de las uniones civiles de personas del mismo sexo. Relata que alguien “que se cree un gran teólogo” lo denunció ante el papa emérito, que este se asesoró con cuatro cardenales teólogos y aprobó ese tipo de uniones. Lo primero que cuesta creer es que el papa Ratzinger hubiese tenido necesidad del asesoramiento teológico en una cuestión tan clara, y no de uno sino de cuatro especialistas y que, además, eran purpurados. En todo caso, la situación sería al revés, pues habitualmente era él quien asesoraba en materia teológica.

Pero la evidencia mayor del carácter abiertamente mentiroso del pontífice reinante es que el mismo papa Benedicto, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 3 de junio de 2003, publicó un documento aprobado por Juan Pablo II en el que declaraba frontalmente la oposición del magisterio de la Iglesia a las uniones civiles entre personas del mismo sexo. El documento puede leerse aquí. Destaco este pasaje contundente: 

Ante el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, o la equiparación legal de éstas al matrimonio con acceso a los derechos propios del mismo, es necesario oponerse en forma clara e incisiva. Hay que abstenerse de cualquier tipo de cooperación formal a la promulgación o aplicación de leyes tan gravemente injustas, y asimismo, en cuanto sea posible, de la cooperación material en el plano aplicativo. (n. 5)

Allí, Ratzinger desarrolla una sólida argumentación teológica para fundamentar su resolución. 

¿Es, entonces, creíble, que apenas quince años después de firmar una declaración tan fundamentada y terminante, el papa Benedicto XVI hubiese cambiado de idea? No, es absolutamente imposible. Y, consecuentemente, las palabras de Bergoglio son cuentos chinos y sus mentiras tienen las patas más cortas que las de una hormiga. 


lunes, 6 de febrero de 2023

El llanto de Silvestre

 


por Eck



He aquí la escritura trazada: Mené, Mené, Tequel, Ufarsin. 

(Daniel V, 25.)


La fiesta en Santa Marta comenzó en Noche Vieja y no hubo que esperar a las campanadas. ¡Se murió el viejo¡ ¡Terminó de una buena vez! ¡Dios se lo llevó¡. Vamos a brindar, vamos a comer sandwichitos. Por fin se muere alguien correcto en la vida. ¡Espuma para todos¡ Jey. Comenzó el gran banquete, se mantuvo la farra y se alegró toda la semana con el tintineo de las copas y las vajillas mientras una furgoneta de mundanzas recogía un mueble viejo para arrojarlo al vertedero de la historia. Se dejó a los segundones el incordio de los trámites y en la víspera de Reyes se tendría el enorme regalo de dar carpetazo definitivo al tema. Por fin, ya era libre, libre de esa sombra blanca, tímida y molesta que le había amargado los dulces placeres del poder absoluto. Cuando se le pusiera la losa encima, él se le habría quitado, al fin, otra. Así que se celebró el banquete triunfal en la explanada de la basílica de S. Pedro, presidido por el propio Francisco, en la víspera de la Epifanía...


El Banquete de Baltasar en las vísperas de los Reyes Magos

Entonces el Rey mudó de color, le perturbaron sus pensamientos, se le desencajaron las coyunturas de sus caderas y se batían sus rodillas una contra otra (Dan. V, 6). La mano de Dios volvió a escribir el futuro por encima de los candelabros. El futuro y el pasado se te revelaron, Francisco, en todo su esplendor y te hablan. Escúchalos pues es tu última oportunidad, no habrá más. Has insultado a la Urbe, las ciudad de los Césares y Pontífices, en sus tradiciones más preciadas dando a un Papa el peor trato posible en su muerte, provocando casi una sublevación general en la Curia por la prohibición de asistencia y la vergüenza de la Secretaría de Estado con las denuncias de jefes de estado y gobierno por la falta de invitación al sepelio. No tiene perdón ni se te perdonará. ¡Qué poco conoces Roma, Jorge Mario¡ ¡Como la has insultado a la Reina, Francisco¡ Has visto como el pueblo asistía en masa a rendir un homenaje merecido a un quidam, a un don nadie a quien nadie importaba ni tenía un adarme de poder. Como el Cid, Benedicto XVI obtiene la victoria después de muerto sobre sus enemigos: Tu no llenas ni una sala de estar ni regalando choripanes envueltos en billetes y el fiambre exiliado desborda una plaza entera en plena resaca navideña. No tenía el poder de la Actas Apostólicas pero si el mayor poder que existe, el más noble y digno del hombre, autoridad, que tú  nunca tuviste ni tendrás por tu propia voluntad.

Suenan tañendo a muerto las campanas de S. Pedro, doblan a difunto las torres de la cristiandad y no es por el fallecimiento del papa emérito. El frío reina en la solitaria plaza y las calles se muestran desiertas. Entre las yermas naves de la Basílica se mueven cada vez más amenazantes las sombras, los altares abandonados se pueblan de premoniciones fugitivas y el eco de los pasos perdidos resuena entre los pilares oscurecidos. Salas y salones está llenos de vacío y sólo el viento recorre los enormes pasillos vaticanos. Las grutas bostezan y una tumba se abre en medio del silencio de los siglos. Unos pocos operarios bajan el féretro, unos cuantos prestes entonan un requiem mecánico y un retumbo emerge de la oscuridad. Un momento, un ruido sordo, un eco y la nada. Una losa, un nombre, un medallón y la nada. Sin pena ni gloria: Tu futuro.

Y lo peor es eres plenamente consciente de ello y bien lo sabes, no tendrás quien te llore ni quien se lamente por ti. Ya no te hace falta el antiguo acólito, rememorador del esclavo público en los triunfos romanos, que llevaba una cañaheja con estopa humeante delante del pontífice en majestad gritando la gran verdad que cobistas y pelotas se callaban: Sic transit gloria mundi, sancte Pater! Se te dará un funeral de categoría, como corresponde al sucesor de grandes Papas y Pontífices pero depués serás la nada. El frío de la piedra será la traducción del frio de los corazones y gélida memoria dejarás de odio y menosprecio. Justo pago por tu mezquindad malvada, tu maldad mezquina. ¡Así pasa la gloria de este mundo, Santo Padre¡

En medio del jolgorio y los cantos de victoria tuya y de los tuyos, de esa cutre Corte de los Milagros que ha ocupado el Vaticano, no sólo durante tu gobierno pero sí con tu apoyo, de Roche, Grillo, Zanquetta, de las mafias lavandas y criminales, las logias, la Deep Church, los corruptos y corruptores de almas y cuerpos, los servicios secretos, etc. el dedo de Dios te ha escrito en el funeral de Benedicto vuestra sentencia y ha publicado su decreto: Mené, Tequel,  Perés.


Mené, mené: Dios ha contado tu reino y le ha puesto término. 

Pues has sido contados tus años y decretado el término de tu pontificado. ¿Qué más puedes hacer, dime, qué más daños puedes provocar? Más de lo mismo. ¿Acaso nos sorprenderás con nuevos motus, nuevos juegos de poder, con nuevas palabras inventadas? Más de lo mismo. La Fe esta en ruinas y si no se derrumba del todo es porque está detrás Aquel de quien se dijo que no quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante (Is. XLII, 3) por piedad a su pueblo. Guay si tuviéramos que confiar en que tú nos confirmaras en ella cuando eres uno de los grandes culpables de la confusión. La Esperanza moribunda y si no perece es porque tenemos por abogado a Abraham, quien esperó contra toda esperanza porque humanamente nada podemos esperar de tus cortesanos y cortesanas excepto insultos al Altísimo y prostitución con los poderes de este mundo. Y la Caridad, ¿Qué decir?¿Qué ya comentar? Cuando hemos visto como trataste a tu antecesor muerto y sin poder defenderse. Cobardía y deshonra, Bergoglio. Hasta los paganos, sea por magnanimidad sea por inteligencia política mostraron mayor piedad con sus enemigos caídos: Alejandro con Darío o Augusto con Bruto. 

Odios, enfrentamientos, cohechos, tiranías, robos, felonías, leyes injustas, mentiras brillan entorno a tu trono. Fastidiosa es la larga lista y no tenemos en ánimo de Tácito de narrarla a pesar de que muchas víctimas lo merecen. Si podemos decir que va desde los más altos cardenales hasta los más humildes fieles. Ninguna novedad, nada nuevo esperamos de ti, catástrofe y desastre en silla de ruedas, nada nuevo nos puede sorprender ya. De hecho, te aceleras en tus viejos desaciertos: in fine velocior. Corres, das vueltas y vuelves y revuelves a lo mismo. El 2013 es el 2023 y viceversa, el día de la marmota eclesial.

Por eso ya has sido contado y puesto término pues no puedes dar un paso más en tu carrera nefasta comenzada bajo el número trece. 


Tequel: has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso.

¿De qué te sirven, responde, de que te sirven tus decretos mezquinos?¿Qué ganas con la confusión de la doctrina, con las traiciones, con las amistades de tanto sinvergüenza o criminal? ¿Qué te aporta el corromper la fe, prohibir la liturgia tradicional, sembrar el caos? ¿Un poco de poder, un mejor trato del mundo? ¿Una venganza que es más autocastigo que otra cosa?¿Un posible puesto de hierofante de esa macedonia onusina religiosa de New Age y sometimiento a los ídolos oscuros del globalismo? Nada, no te sirven ni te servirán de nada. Eres mero instrumento elegido para destruir y ya casi inservible. Te esta pasando lo que el gran cardenal Wolsey, fiel servidor a ese rey vesánico, Enrique VIII y que, en el crepúsculo de su vida y preso, camino de la Torre de Londres lloraba desconsolado: Si hubiera servido a mi Dios como serví a mi rey, Él no me hubiera abandonado en mi vejez. El peor rey es uno mismo y su pago es la muerte y el frio eterno. Cosechas abundantemente lo que sembraste, tus trojes están llenos de tristeza y tu lagar de agraz; ahora comes el pan del dolor y bebes el vino de la soledad.

Ahora estas siendo abandonado de todos, ya buscan los tuyos a tu sucesor entre inocentes paseos por el Tiber y discretas reuniones en los Castelli Romani. Bien lo sabes y no puedes evitarlas porque tú participaste de ellas. Todavía te temen, pero no por mucho tiempo; no te aman mas te desprecian. Ya buscan justificaciones de su apoyo y excusas para su comportamiento en tu pontificado. Ya encuentran los más inteligentes, como el administrador infiel de la parábola, amigos para el futuros haciendo favores en tu contra. Lo ves y rabias peros estás inerme, el tiempo corre en tu contra.

Estás puesto en la balanza y ya nada pesas: Ni agradecimiento porque no has hecho favores a nadie ni recuerdo porque hasta los tuyos se avergüenzan de ti. Mezquino, tu maldad y odio tampoco valen un adarme pues no hay grandeza detrás de la que enorgullecerse por haberse opuesto a ella o unirse bajo su bandera.


Perés: dividido ha sido tu reino 

Hoy arde la Iglesia por los cuatro costados y no a causa de un nuevo Pentecostés. Se quema la fe, las tradiciones más preciadas, el legado de la historia, la herencia de los santos y los mártires mientras estás subido al Cuppolone tocando la lira de ecologismos, misericordias y demás cháchara cual Nerón redivivo: el padre de tiranía, de ver abrasada a Roma gran deleite rescebía./ Todos le ruegan que amanse su crueldad y su porfía:/ cuanto más todos le ruegan, él de nadie se dolía. La Guerra Civil sacude con su flagelo a la Iglesia, nuevo reino dividido y a punto de hundirse. Cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, fieles contra fieles y el Papa contra todos. Y al final todo contra el Papa. Rompiste la paz benedictina y la tregua juanpaulista y provocaste la discordia, ahora imperan la división, el odio y el desamor. Iniciaste la guerra y el incendio por todas partes y ahora se te combate y las llamas te rodean por todos lados. 

¡Que me odien con tal de que me teman¡ dijo un Cesar, acabó asesinado por los suyos y mancillada su memoria: Tu legado. Un reino dividido por el odio y el miedo no puede prosperar y es echado a tierra: el Tuyo. Un historiador andalusí decía que la flor de la Guerra Civil es estéril: Tu pontificado.


La Noche de Silvestre

El día 31 de diciembre amaneció soleado ese día en Roma y sin embargo ese día se lloró. El día 31 de diciembre se empezó a remover las tumbas y los huesos de los difuntos a pesar de las fiestas navideñas. Muchos se acordaron de que era el día de S. Silvestre, papa durante el imperio de Constantino pero muy pocos se acordaron de que esa noche, setecientos años después, vivió otro papa Silvestre, el segundo de su nombre, el primero francés, como tu nombre, y de nombre Gerberto en el mundo, sabio y amigo del saber. Gobernó en medio las angustias y miedos que llevó el colapso del imperio de Carlomagno y la creencia en la proximidad del fin del mundo. Breve fue su reinado pero larga su fama. Se le creyó mago, enamorado de una diabla y cultor de las artes arcanas, no obstante, la leyenda más famosa es la de su tumba en Letrán de la cual se dice que profetiza:. Ningún mortal conoce el día de su muerte menos el Papa, porque Silvestre avisa desde el más allá con lágrimas y sonido de huesos. Eso vimos el dia de S. Silvestre.

No sabemos si es un mensaje que te mandan los cielos pero los augurios en el monte de los vaticinios se acumulan en torno tuyo. Por una vez, Francisco, escucha la voz de tu pueblo y rectifica el rumbo, pon paz a tu iglesia y confía en el Señor de los Ejércitos porque se te acaba el tiempo y has sido visitado por el fantasma de las navidades futuras, escúchalo. 


miércoles, 1 de febrero de 2023

Nuestros peligros: fariseismo

 


El segundo de los peligros que afectan particularmente al mundo tradicionalista y que quiero señalar es el fariseísmo, y utilizo esta expresión que suena muy dura, y lo es, por comodidad. Espero ser claro en lo que quiero decir con ella.

Con cierta frecuencia se observa entre los asistentes habituales a la misa tradicional, sea a capillas en “plena comunión” en “comunión imperfecta”, el convencimiento de que, porque han descubiertos y son fieles a la liturgia secular de la iglesia, pertenecen a una minoría privilegiada que ha tenido la posibilidad, sea por el factor que sea, de acceder a un universo de sacralidad, belleza y abundancia de gracias, al que muy pocos cristianos conocen, y que ningún pagano imagina. Es un convencimiento acertado; efectivamente es así. El problema es que de un modo más o menos consciente algunos a veces dan un paso ulterior que consiste en convencerse igualmente que, por estar en ese grupo privilegiado, se forma también del “pequeño rebaño”, es decir, del grupo de los elegidos y, consecuentemente, están ya casi salvados. 

Esta actitud es problemática por varios motivos pero el que en mi opinión es el más grave es que tales fieles concluyen silogísticamente con la convicción de que la salvación les viene por la liturgia tradicional. Y la salvación, todo lo sabemos, nos viene por la fe en Jesucristo. Conviene releer los primeros capítulos de la carta de San Pablo a los Romanos, donde insiste machaconamente sobre el tema a los judíos que vivían en la capital de imperio. Escribe: “A Abraham le fue tenida en cuenta la fe para su justificación. ¿Cuándo le fue tenida en cuenta? ¿Antes o después de la circuncisión? Evidentemente antes y no después. Y él recibió el signo de la circuncisión, como sello de la justicia que alcanzó por medio de la fe, antes de ser circuncidado”. (4, 9-11). Abraham se salvó no porque estaba circuncidado sino porque tuvo fe. La circuncisión, más allá de que fuera el rito sagrado y distintivo del pueblo judío, no era más que el signo exterior de una realidad interior. 

Podemos hacer una analogía con nuestro tema (y aclaro que la analogía es parte idem, parte diversa; no estoy diciendo que la circuncisión sea los mismo que la misa). El que nos salva es Jesucristo; Él es la Vida y Él es el dador de la “gracia en que nos mantenemos y nos gloriamos, en la esperanza y en la gloria de Dios” (Rm. 5,2). Nuestra justificación y nuestra salvación no nos vienen por la liturgia tradicional; nos vienen por la fe en Jesucristo. Y lo cierto es que nos resulta muy fácil y cómodo descentrarnos y comenzar a creer que seremos justificados porque asistimos puntual y devotamente a la misa latina, mientras que los que siguen yendo al novus ordo, quién sabe qué será de ellos. Tal actitud sería análoga a la del judío que creía que se salvaba por estar circuncidado; o al de los fariseos por cumplir con cada una de las abluciones y ayunos que marcaba la ley. Todos sabemos lo que es la misa, y la sublimidad de la liturgia, y en esta página nos hemos dedicado años a hablar sobre el tema. Pero no nos salvamos por la misa ni es la misa la que nos salva: nos salvamos por nuestra fe en Jesucristo y es Él quien nos salva. Nosotros no podemos hacer nada por nuestra salvación; ni siquiera ir a la misa tradicional es suficiente. 

Y se entiende que no estamos hablando aquí de la sola fide del protestantismo; es la fe que se traduce en obras, que es la única fe verdadera. Hay muchos que viven como paganos, en las costumbres y en los criterios, pero que sin embargo consideran que son buenos cristianos porque todos los domingos van infaltablemente a la misa tradicional desde su más tierna infancia. Yo creo que están en un error: seguir y amar a Jesucristo, y eso implica escuchar su palabra y cumplir los mandamientos (Jn. 14,15). Ese cumplimiento es la práctica de las virtudes cristianas, y no se agota simplemente con ser habitué de la liturgia tradicional. Como en el caso de Abraham, asistir a la liturgia tradicional debería ser el signo de una realidad anterior e interior.

Si así son las cosas, surge inmediatamente una pregunta: ¿por qué ir a misa tradicional entonces, y no a una misa novus ordo? O mucho más simplemente aún, ¿para qué ir a misa? Si la salvación consiste en la fe en Jesucristo, nos podríamos salvar de varios inconvenientes sin tantas participaciones rituales y preceptos morales. La respuesta no es sencilla, aunque lo parezca. Creo que se pude aplicar también análogamente una reflexión que hizo Joseph Ratzinger siendo un joven teólogo, y en la que en mis oídos resuenan ecos tolkinianos. Nuestra salvación se inició por un gran intercambio; en la cruz, Cristo se cambió por nosotros, los hombres, que éramos quienes merecíamos el castigo. Pero, dice Ratzinger, “sorprende que según la voluntad de Dios, este gran misterio de tomar el lugar de otro continúa de múltiples maneras a lo largo de la historia”. Es decir, el intercambio que hizo Nuestro Señor debe ser repetido también por aquellos que lo siguen. Y entonces, somos nosotros, los que formamos parte de esa elite de privilegiados de la que hablábamos más arriba, a quienes se nos encarga tomar el lugar de los muchos que viven aún sumergidos en el mundo de las tinieblas o que no han conocido el divino tesoro que a nosotros sí se nos dio a conocer y a amar. Y aún más, la salvación de ambos —los que lo conocemos y los que no— se obra solamente en la relación de los unos con los otros. Yo me salvaré si en la práctica de las virtudes y en mi fiel asistencia a la liturgia tomo el lugar de los otros, que no practican las virtudes y que no asisten a la liturgia. Y la salvación de ellos estará atada a que yo cumpla ese rol; como un nuevo Jesucristo, me intercambio con ellos para obrar el plan de salvación de Dios. Soy, al decir de Tolkien, un mediano, aquél que está en el medio y que facilita la acción de Dios sobre los hombres. 

Por eso nadie tiene derecho a decir: “Mira, otros se salvan sin las exigencias serias de la fe católica, o yendo al nouvs ordo, o no yendo a ninguno. Entonces ¿por qué no yo también?”. Pero, ¿cómo sabemos que la adhesión a la plena fe católica y a la liturgia de siempre no es justamente la misión imprescindible que Dios nos encargó por razones que no podemos discutir? Porque este es uno de esos asuntos sobre los cuales dice Jesús: “Todavía no puedes entenderlo, pero lo entenderás más tarde” (Juan 13,36).

Mons. Nicola Bux: De la Mediator Dei a Summorum Pontificum


Conferencia pronunciada en el Encuentro PAX LITURGICA en Roma,  28 de octubre de 2022.
El texto de la conferencia en diferentes lenguas puede bajarse de aquí.