lunes, 29 de enero de 2024

La gran traición

 



[La Iglesia --es un hecho incontestable-- se está vaciando; vaciando de fieles, vaciando de sentido, vaciando de contenido. Ya no tiene mucho sentido ser católico, si da lo mismo ser anglicano o luterano; si da lo mismo esforzarse por llevar una vida virtuosa, o vivir según los dictados del mundo o de la carne.
La semana pasada, varios sitios internacionales (por ejemplo este en italiano) sacaron a la luz una nueva serie de textos del cardenal Fernández: "Orgasmos y genitales". Así titulaban sus artículos porque esos eran los temas que el prelado trataba en sus escritos. Es un hecho que la Iglesia ha sido secuestrada y ha caído en manos de hombres sin fe. 
El artículo que sigue, de carácter teológico y reflexivo, ayuda a comprender la profundidad del daño, quizás irreparable, que Bergoglio y Fernández están infligiendo a la Iglesia].


por Henry Sire

En las últimas semanas hemos recibido una gran bendición: la demostración de que para un amplio sector de la Iglesia católica de todo el mundo el Papa Francisco ha ido demasiado lejos. Todos los indicios apuntaban hasta ahora a que no había límite en la capacidad de los fieles para aceptar los tejemanejes de este Papa con la verdad católica; pero ahora vemos que el límite estaba ahí, y que con Fiducia Supplicans se ha sobrepasado. Sin embargo, frente a este beneficio hay un mal mucho mayor: el estado de la Iglesia que hizo pensar a Francisco que podía salirse con la suya, y con su vergonzoso documento en primer lugar. Este estado de postración incluye muchos aspectos, entre los que destaca una jerarquía servil y al servicio del momento, pero lo que quiero tratar aquí es el fracaso de la Iglesia católica en los últimos sesenta años a la hora de transmitir a los fieles su enseñanza sobre la familia y la sexualidad.

    El ataque al ideal cristiano de la familia comenzó hace siglos, con la aceptación protestante del divorcio, y en el siglo XIX empezó a asumir un tono más ideológico con el auge del feminismo. El impacto de la Primera Guerra Mundial sacudió visiblemente las costumbres tradicionales, ya que las mujeres empezaron a abandonar las normas de modestia que habían prevalecido desde que Europa se hizo cristiana; el divorcio se aceptó ampliamente, y la defensa de la anticoncepción empezó a sacudir el instintivo aborrecimiento de la misma que había sobrevivido incluso en las sociedades protestantes. Contra esta marea, el Papa Pío XI se vio en la necesidad de publicar en 1930 la encíclica Casti connubii, oponiéndose a las nuevas tendencias. De este modo, el Papa Pío cumplió con el deber perenne de la Iglesia de reafirmar la enseñanza cristiana contra los errores de la época. Pero el enemigo no consistía en males morales aislados; era toda una falsa antropología que surgía de una nueva sociedad sin Dios. Impulsado por la ideología de la Revolución Francesa, el mundo avanzado empezaba a ver la sociedad humana como una colección artificial de ciudadanos, en la que la diferencia sexual era un mero accidente físico, el medio que la evolución había encontrado por casualidad para procrear la vida.

    Hoy en día, el marco moral que Pío XI expresó en Casti connubii se ha vuelto totalmente ajeno al mundo moderno, tan lejos hemos viajado por el camino neopagano; pero peor es el hecho de que esa alienación abunda también entre los católicos, tanto laicos como clérigos. La causa de ello es la desintegración de la filosofía católica provocada por el Concilio Vaticano II. Se vislumbra incluso en los documentos del propio Concilio. La declaración programática del Concilio, Gaudium et spes, en su afán por predicar un mensaje “moderno”, creyó oportuno instar al progreso social de la mujer y hablar como si el régimen capitalista de competencia sin trabas, incluso entre los sexos, fuera el orden natural de la sociedad. La ruptura se generalizó en el clima que siguió a la clausura del Concilio. En el sacerdocio y en los seminarios se extendió la suposición de que la regla del celibato estaba a punto de ser abolida, con repercusiones nefastas sobre las vocaciones y especialmente sobre el ethos de la castidad en el clero. Entre los laicos existía la suposición paralela de que la doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción había sido superada y pronto iba a ser modificada. Cuando el Papa Pablo VI intentó reafirmar la enseñanza tradicional en la Humanae vitae provocó un colapso de la autoridad papal. Su encíclica fue recibida con vituperio inmediato y en la secuela fue ampliamente ignorada.

    Estos fueron incidentes en la desintegración de todo el modo de pensar cristiano. Enseñados a considerar el aggiornamento como la nueva regla de fe, los católicos se rindieron a una ideología neopagana de la naturaleza humana. Las leyes de la moral sexual se convirtieron para ellos en prescripciones aisladas que ya no comprendían, porque habían perdido el contacto con su fundamento filosófico. Por tanto, no hay esperanza de enseñar a la generación moderna a comprender la moral cristiana a menos que se liberen de las categorías del mundo moderno y las sustituyan por la filosofía perenne de la Iglesia.

    Ese punto de vista es, de hecho, más antiguo que la propia Iglesia y pertenece a la primera revelación de Dios a la humanidad. Procede de las lecciones que enseñan los primeros capítulos del Génesis, confirmadas por la razón natural, y constituyen una prueba luminosa de que esos capítulos son la Palabra inspirada de Dios. El Génesis enseña, en primer lugar, la verdad trascendente de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. En segundo lugar enseña que Dios creó al hombre y creó a la mujer para que fuera su esposa y compañera. De esa verdad se deriva la realidad fundamental de la familia, y de ahí toda la naturaleza y el significado de la sociedad humana.

    Sin embargo, en estas dos verdades hay implícita una paradoja. La familia humana es la imagen de la perfecta unión de Personas que existe en la Trinidad; sin embargo, en la Trinidad no hay división de sexos. El Hijo es engendrado por el Padre, y el amor entre ellos, como enseña San Agustín, se personifica en el Espíritu Santo. En la sociedad terrenal existe una diferencia. Una persona humana no es engendrada sólo por un padre, sino que es traída a la existencia por un padre y una madre. Esta es una relación que no existe en la Trinidad, y debemos preguntarnos por qué es así. Es evidente que Dios podría haber ideado una raza humana sin diferencias sexuales, con un medio distinto designado para la procreación. ¿Por qué, pues, creó Dios una raza dividida entre hombres y mujeres? La respuesta debe ser que lo hizo por el bien de la Encarnación. La razón por la que cada ser humano deriva su naturaleza por igual de un hombre y de una mujer es que ésa era la única forma en que podía venir al mundo un Ser que era por naturaleza tanto Dios como hombre.

    La alternativa sería pensar que Dios inventó un orden arbitrario de la humanidad y luego improvisó la Encarnación a partir de sus accidentes; ése es el absurdo que implican los entregados a los supuestos del mundo. La verdad es lo contrario: la raza humana fue ideada para hacer posible la Encarnación. La dualidad de los sexos es la condición previa natural para la dualidad sobrenatural de la Encarnación. De ello se deduce que la diferencia de los sexos no es un accidente físico impuesto a una personalidad, sino que forma parte integrante de la naturaleza humana y de su relación con Dios. Un hombre es el tipo de ser humano que Dios ideó en el que debía realizarse la Encarnación; una mujer es el tipo de ser humano que Dios ideó como recipiente de la Encarnación. Dios sólo pudo encarnarse como hombre, porque el sexo masculino estaba formado para representarle; sólo pudo hacerse hombre como hijo de una mujer, porque el sexo femenino estaba formado para engendrarle.

    De esta antropología aprendemos también el significado de la familia como el reflejo que Dios pretendía de la Trinidad, haciendo de la verdad divina el modelo de la sociedad humana. La familia debía ser el escenario del amor inmutable en el que cada niño debía crecer y extraer sus primeras nociones de la realidad, del valor, de la virtud y de lo que es ser humano. Tan fundamental era este plan divino que vemos el instinto de la familia plantado profundamente en la naturaleza humana, incluso en la naturaleza humana tal y como luchó después de la Caída. En las sociedades primitivas, aunque incapaces de articular su marco moral, vemos un respeto por el vínculo matrimonial que casi podría considerarse supersticioso, junto con un horror natural a las lujurias que actúan contra él. La relajación de la institución del matrimonio y la aceptación de la perversión aparece como un vicio artificial en sociedades demasiado sofisticadas como las antiguas Atenas y Roma, y siempre se ha reconocido como el presagio de la decadencia.

    El matrimonio humano es, por tanto, uno de los ideales más elevados que Dios pone ante nosotros; pero cuando consideramos el abismo entre el ideal y el pantano de la sexualidad tal y como la ha convertido la Caída, la lección que debemos extraer es el lugar esencial que ocupa la virtud de la castidad en la protección del vínculo matrimonial, el castum connubium que Pío XI se esforzó en defender. La lección es aún más fuerte cuando observamos los estragos que nuestra propia sociedad antinatural ha causado en los caminos de la naturaleza. Aprendemos lo importante que es que los cristianos comprendan el plan divino de la naturaleza humana y repudien la falsa ideología que ha surgido entre nosotros. Ese fue el reto al que se enfrentó la Iglesia católica en el siglo XX, y ha fracasado tristemente. Donde deberíamos haber tenido defensores sabios y valientes, nos hemos dejado llevar con demasiada frecuencia por picapleitos de boca harinosa cuyo evangelio es la acomodación a los hábitos del mundo, que hablan de la necesidad de ser pastorales y de reconocer la realidad de las situaciones humanas, y que incluso se vuelven contra la propia Iglesia y la acusan de fanatismo e intolerancia históricos como base de su enseñanza moral. Lo que tenemos ahora con Fiducia Supplicans es esta traición elevada a la categoría de magisterio papal.

    Hay que reconocer también el efecto diabólico que esta traición ha tenido en nuestro mundo. El debilitamiento de la Iglesia católica tuvo su repercusión en otras religiones, sobre todo en la Comunión anglicana, que a estas alturas ha abandonado cualquier intento de defender la moral sexual cristiana; y el mismo fracaso ha afligido a la mayoría de las demás sectas protestantes. El colapso se inició en el momento en que el testimonio de la Iglesia católica empezó a fallar en la época del Concilio Vaticano II, y su resultado fue que el apuntalamiento cristiano de las sociedades seculares cedió rápidamente. El aborto, la sodomía y la pornografía perdieron la prohibición legal y el estigma que habían tenido antes, y un ethos de hedonismo pagano conquistó lo que antes habían sido naciones cristianas.

    Aprendemos de esto la rienda suelta que se da al Diablo cuando la Iglesia y el Vicario de Cristo faltan a su deber. El ejemplo más grave de ello se ha dado en los últimos años. Habiendo ganado todas sus batallas anteriores contra la familia natural, el Diablo encontró una nueva locura que soltar en la sociedad neopagana, y fue la ideología del “género”. De repente, hace unos diez años, los oráculos de la modernidad empezaron a proclamar que el sexo no es una realidad biológica sino una construcción social, que no hay dos sexos sino cuarenta y siete, o cualquier número que el cabalista desee conjurar, que el sexo de una persona no es lo que la naturaleza hizo sino aquello con lo que él o ella elige “identificarse”; y lanzaron una campaña fanática para animar a la gente a someterse a mutilaciones quirúrgicas, y para adoctrinar a los niños con un mensaje de confusión en cuanto a su identidad sexual.

    Esta locura surgió de la nada hace una década, y lo más chocante ha sido el silencio de la Iglesia católica ante ella. Si hubiéramos tenido un Papa que conociera su deber como Pío XI, habría dejado claro de inmediato que cambiar el sexo propio, o el de otra persona, es una enormidad moral del peor orden y está absolutamente prohibido por la ley de la Iglesia, y se habría levantado en armas contra la campaña de falsedades insolentes a la que se ha rendido la sociedad moderna. En lugar de ello, el rebaño se ha quedado sin pastor. Mientras el Diablo avanzaba a pasos agigantados entre las almas humanas, el Papa Francisco ha estado hablando del cambio climático.

    Este es el contexto del flagrante fracaso del Papa a la hora de proclamar la enseñanza cristiana sobre el pecado de la sodomía, un tema sobre el que se ha mostrado por muchas declaraciones privadas como un hereje evidente. Ha salido a la luz por su publicación de Fiducia Supplicans, y por la posterior revelación de que el jefe que ha nombrado para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe es un hombre con la teología de un erotómano. Sin embargo, la traición más amplia ha sido el abandono de las funciones de la Iglesia en lo que respecta a la ética de la familia y la virtud de la castidad. La situación del mundo actual es aquella de la que la hermana Lucía de Fátima advirtió al cardenal Caffarra: “Llegará un momento en que la batalla decisiva entre el reino de Cristo y Satanás será sobre el matrimonio y la familia”. No hace falta ninguna visión sobrenatural para afirmar esto, ya que está entre nosotros para cualquiera que tenga ojos para ver. El Príncipe de la Mentira ha estado haciendo súbditos dispuestos por millones a nuestro alrededor, y la Iglesia no ha defendido la verdad. Y ese fracaso continuará mientras este maestro del pasado en desviaciones se siente en el trono de Pedro.


Fuente: OnePeterFive

jueves, 25 de enero de 2024

Unos atroces idiotas

 





por Domenico Celada


El pasado 20 de marzo publicamos una traducción de una notable carta abierta escrita por Mons. Domenico Celada en 1969. Lo que sigue es un artículo que escribió a finales de febrero de 1969 en el periódico Il Tempo, sólo dos meses antes de que Pablo VI publicara su constitución apostólica Missale Romanum promulgando el Novus Ordo Missae:


Recuerdo haber escrito, en el número de abril-junio de 1966 de una revista de música, una nota sobre la liturgia después del Concilio Vaticano II. Eran los meses en los que el plan destructivo de ciertos “liturgistas” tomaba forma, en todo su significado trágico, y habían llegado a proponer esas llamadas “misas de los jóvenes”, acompañadas de orquestas de salón de baile, que representan –incluso dejando de lado cualquier consideración de carácter religioso– el triunfo de la ignorancia y la estupidez.

Escribí entonces: “La sagrada liturgia atraviesa un período de gran crisis, quizás el más doloroso de su historia. Nunca ha habido tanta decadencia y confusión: realmente se estaba tocando fondo”.

En aquella ocasión recibí mensajes de conformidad y alabanza por lo escrito, bien puedo decirlo, de todas partes del mundo católico: cartas de simples fieles, de muchos sacerdotes y párrocos, incluso de obispos y cardenales. Sin embargo, para ser honesto, debo decir que también recibí una fuerte “reprimenda” por parte de la oficina eclesiástica encargada de la llamada reforma litúrgica, oficina conocida con el nombre de “Consilium”, sobre la cual ya existe una amplia literatura ciertamente no benévola.

El emisor de la “reprimenda” (escrita en papel membretado oficial, con escudo y número de protocolo) comenzó expresando su sorpresa ante mi diagnóstico de “crisis” en la liturgia, y sostuvo, por el contrario, que “la liturgia atraviesa uno de sus períodos más florecientes y prometedores”; tras lo cual declaró que mis comentarios eran de una “falsedad supina” y que todo el texto representaba una “insinuación ofensiva” y una “evaluación subjetiva y errónea”. Mi prosa era, además, “desconcertante, descarada, ofensiva y audaz”.

Apenas salí completamente ileso de esa avalancha de adjetivos, agrupados de a cuatro, bajo los cuales podría haberme asfixiado. No han pasado ni tres años desde entonces.

Hace unos veinte días abrí L'Osservatore Romano y encontré un artículo de siete columnas (una página entera del periódico de la Santa Sede) titulado “Historia de la Iglesia y crisis de la Iglesia”. En él, el distinguido historiógrafo Hubert Jedin escribe textualmente: “En primer lugar, visible a todos, está la crisis litúrgica, por no hablar de caos. Cuando hoy, domingo por la mañana, se recorre las iglesias parroquiales de una ciudad, se encuentra en cada una un servicio divino "organizado" de manera diferente; uno encuentra omisiones; a veces se oyen lecturas diferentes de las previstas por el ordo litúrgico; si luego uno llega a otro país cuyo idioma no conoce, se siente completamente extraño…”.

Parece importante señalar que Hubert Jedin, en su claro diagnóstico de la situación actual de la Iglesia, menciona “en primer lugar” -incluso antes de la crisis de fe- precisamente la crisis litúrgica, ahora “visible a todos”. Considerando la autoridad del escritor y la del periódico vaticano, que nunca publica un artículo excepto después del más riguroso control, hay que concluir que hoy la crisis de la liturgia es un hecho indiscutible, y que es lícito hablar y escribir sobre ella sin temor a recibir misivas llenas de adjetivos poco halagadores. [1]

Por otro lado, en tres años han pasado muchas cosas. La Congregación de Ritos se vio obligada a intervenir contra los numerosos experimentos arbitrarios con una “declaración” del 29 de diciembre de 1966 (que, por otra parte, es letra muerta), y el propio Papa, en la famosa alocución del 19 de abril de 1967, expresó su dolor y aprensión por lo que sucede en el campo litúrgico, subrayando la “perturbación de los buenos fieles” y denunciando una cierta mentalidad encaminada a la “demolición del auténtico culto católico”, implicando también “subversiones doctrinales y disciplinarias”.
Pero de particular interés es la comparación que el estudioso hace entre la crisis vivida por la Iglesia en el siglo XVI y la de la actualidad. ¿Cómo superó la Iglesia aquella crisis? Jedin responde: “No renunciando a su autoridad, ni aceptando fórmulas equívocas de compromiso, ni acogiendo el caos litúrgico creado [en ese momento] por innovaciones arbitrarias en el servicio divino”.

Esto es muy cierto. Si los decretos tridentinos restablecieron la seguridad de la fe, el misal y el breviario de san Pío V unificaron aún más la liturgia. De hecho, no debemos olvidar que la “lex orandi”, según un antiguo adagio, es también la “lex credendi”: la ley de la fe. Por tanto, parece lógico que a la “licentia orandi” actual le corresponda una “licentia credendi”.

Hubert Jedin escribe: “Me temo que, dentro de poco, en algunos lugares, ya no se encontrará un misal latino...” Y sin embargo (recuerda el estudioso), “la propia Constitución litúrgica (art. 36) mantiene como regla, de la misma manera que era antes, la liturgia en latín. ¿No sería un disparate que la Iglesia católica en nuestro siglo –en el siglo de la unificación del mundo– renunciara por completo a un vínculo de unidad tan precioso como lo es la lengua litúrgica latina? ¿No equivaldría esto a un deslizamiento muy tardío hacia un nacionalismo que ya se considera superado? ...”.

Se trata de preguntas puramente retóricas, ya que la inexplicable renuncia al latín se ha producido prácticamente “in fraudem legis”, contra la obligatoriedad de una ley conciliar que prescribe claramente la preservación del uso del latín, y contra el derecho de los fieles católicos al aprovechamiento de un bien común.

Ahora, habiendo roto la unidad de la lengua y destruido la identidad de los ritos, el caos se ha extendido del campo litúrgico al doctrinal. Ya en abril de 1967, Pablo VI comenzó a lamentar “algo muy extraño y doloroso”, la “alteración del sentido de la única y genuina fe”. Pero esto fue la consecuencia –con una lógica perfecta e inexorable– de alterar el grandioso edificio de la Liturgia, es decir, de haber traducido, mutilado y reemplazado textos y fórmulas que en sí mismos representaban una “summa” de piedad y doctrina. Hoy se comprende más que nunca la verdad de la enseñanza de Pío XII en la encíclica Mediator Dei: “El uso de la lengua latina es un signo claro y noble de unidad, y un antídoto eficaz contra cualquier corrupción de la doctrina pura”.

La crisis de la liturgia es ahora “visible a todos”. Se han descubierto muchos engaños. A pesar de ello, los innovadores siguen trabajando con el celo de quien no está muy seguro de sí mismo, siguen manipulando, distorsionando y demoliendo lo poco que queda. (Recientemente se celebró una conferencia de liturgistas para discutir “nuevas plegarias eucarísticas” y un nuevo “ordo Missae”...)

Respecto a estos obstinados reformadores que perturban la liturgia, el célebre novelista católico François Mauriac escribía hace no mucho: “Me pregunto, presa del pánico: ¿y si todos estos brillantes innovadores no fueran más que un grupo de atroces imbéciles? Entonces ya no habría escapatoria: porque ha sucedido que los sordos recuperen la audición, que los ciegos vuelven a ver; incluso ha sucedido que los muertos resuciten; pero no hay ninguna prueba, ningún documento, sobre un idiota que haya dejado de serlo”.

Me parece que el académico francés es demasiado pesimista. Parece haber olvidado que a cualquier idiota, aunque no pueda dejar de serlo, se le puede poner simplemente en condiciones de no hacer daño.


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[1] Enojado por este artículo de Hubert Jedin, Annibale Bugnini escribió una carta privada de protesta al autor y luego tuvo el detalle de citarla extensamente en su libro La reforma de la liturgia (p. 283). Este apasionado ataque a la praxis litúrgica de la Iglesia durante la mayor parte de su historia debe ser seguramente uno de los pasajes más notables jamás escrito por un católico (si su autor puede ser considerado tal):

Como buen historiador que sabe sopesar ambas partes y llegar a un juicio equilibrado, ¿por qué no menciona los millones y cientos de millones de fieles que por fin han logrado dar culto en espíritu y en verdad? Quienes por fin pueden orar a Dios en su propia lengua y no con sonidos sin sentido, y estar felices de saber de ahora en más lo que dice ¿No son ellos “la Iglesia”? Respecto al latín como “vínculo de unidad”, ¿cree que la Iglesia no tiene otras formas de asegurar la unidad? ¿Cree que hay una unidad profunda y sentida en medio de la incomprensión, la ignorancia y la “oscuridad de la noche” de un culto que carece de rostro y luz, al menos para los que están en la nave? ¿No piensa que un pastor sacerdotal debe buscar y fomentar la unidad de su rebaño –y por tanto del rebaño universal– mediante una fe viva que se alimenta de los ritos y se expresa en el canto, en la comunión de los espíritus, en el amor que anima a la Eucaristía, en la participación consciente y en la entrada al misterio? La unidad del lenguaje es superficial y ficticia; el otro tipo de unidad es vital y profunda... Aquí en el Consilium no trabajamos para museos y archivos, sino para la vida espiritual del pueblo de Dios.


lunes, 22 de enero de 2024

El infierno vacío y el fin de la Iglesia. En televisión, por supuesto

 


por Aldo María Valli


Con su entrevista a Fazio, el Papa ha puesto a la Iglesia católica en liquidación.

    Dijo que le gusta pensar que el infierno está vacío. "Es algo personal mío, no un dogma", añadió, como para restar seriedad a la afirmación. Pero él es el Papa, el vicario de Cristo en la tierra. Cada declaración que hace, aunque se exprese a nivel personal, tiene un peso específico como ninguna otra. Y él sabe cómo funciona: 'Si el Papa lo dijo...'.

¿Por qué digo que con sus palabras el papa ha puesto a la Iglesia en liquidación? Muy sencillo. Si el infierno está vacío significa que no hay juicio. Y si no hay juicio significa que no hay pecado. Y si no hay pecado significa que nuestro Señor vino al mundo para nada porque un mundo sin pecado no tiene necesidad de redención. Y si nuestro Señor Jesús vino para nada, significa que fundó la Iglesia para nada. Y si la fundó para nada, significa que no es necesaria. Y si no sirve para nada, se puede abolir con toda seguridad. Y si se puede abolir, ¿para qué está el papa?

    Bergoglio, al poner a la Iglesia en liquidación, también ha puesto al papa, y por lo tanto a sí mismo, en liquidación. Suicida. ¿Se da cuenta de esto?

    Parafraseando a Francisco, me gustaría pensar que no se da cuenta y que sus facultades mentales no están en su sitio. Desgraciadamente, no es el caso. Como me dicen amigos argentinos que le conocen, y como confirman algunos desde dentro de los sacros palacios, sólo le interesa el poder por el poder. Y la imagen de sí mismo. Après moi le déluge. Así que es feliz si los Fazios de turno se arrodillan ante él. Basta. El resto no le interesa lo más mínimo. Al contrario, que la Iglesia sea puesta en liquidación le complace. Porque en realidad la desprecia. En el Vaticano llevan mucho tiempo susurrándolo. El Número Uno, como le llaman allí, desprecia a la jerarquía, desprecia a los cardenales, desprecia a los obispos, desprecia todo el mecanismo curial y eclesial, una maquinaria que sólo tiene sentido para él en la medida en que le permite ejercer el poder y cultivar su imagen.

    Se pueden hacer muchas hipótesis y razonamientos sobre el origen de ese desprecio. Lo esencial es que la idea de un infierno vacío no es expresión de un espíritu misericordioso, sino de nihilismo. Un nihilismo doctrinal, teológico y litúrgico que ya había aflorado en abundancia, pero que ahora ha salido a la luz con esta voce del sen fuggita. Revestido de peronismo práctico, el nihilismo bergogliano se traduce en ambigüedad sistemática. Que utiliza con el propósito habitual: exaltarse a sí mismo y devolver el golpe a la Iglesia.

    ¿Se recuperarán algún día la Iglesia católica y el papado del golpe infligido por Bergoglio?

Humanamente hablando, es difícil. La voz del papa ha quedado reducida a la de un influencer superficial y demagógico. La Iglesia, como institución, pierde credibilidad día a día. Y ahora, con la declaración papal sobre el infierno vacío, ha perdido oficialmente su sentido.

En los sacros palacios están consternados. No tanto por la fe, sino por el destino de la institución. Como funcionarios de una gran burocracia, los curiales no pueden permitir que el aparato pierda sentido y función. Si el aparato se acaba, ellos también.

    Se trata, pues, de una cuestión de vida o muerte (no eterna, obviamente). Y cada día que pasa, la situación se vuelve más pesada, ya que la institución se hunde cada vez más.

    Hubo un tiempo en que en un caso como éste se hubiera procedido con una hermosa conspiración palaciega, pero para ser conspirador se requiere inteligencia y valor, y alrededor no los hay. En cambio, hay mucho miedo, porque el tirano es vengativo y tiene espías por todas partes.

    Así que navegamos a vista, hasta la próxima entrevista, hasta el próximo motu proprio. Hasta la próxima tontería de Tucho. Intentando ganarse la vida siendo invisible.

¿Esperanzas en el próximo Papa? En mi libro Cómo acabó la Iglesia imagino que después de un Francisco I vendrá un Francisco II y luego un Francisco III y así sucesivamente, durante bastante tiempo. La hipocresía clerical no tiene límites (quizá los que le odian puedan pedir la beatificación de Bergoglio) y el neomodernismo ocupa todos los ganglios de la institución.

    La Iglesia ha sido liquidada en televisión y el papa se ha suicidado en directo, en un programa de entrevistas nocturno, para complacer a la gente. Cierto. Cierto que fue la televisión la que decretó su fin, en nombre del share. No podía haber sido de otro modo. Después de que la Iglesia se vendiera al mundo, no podía haber otro final, siendo la TV la expresión y la síntesis del pensamiento del mundo.

    Sólo el buen Dios, como y cuando quiera, puede venir y quitar la cartel The End para escribir un guión totalmente nuevo. ¿O tal vez ya lo esté escribiendo?


Fuente: Duc in Altum

viernes, 19 de enero de 2024

Bergoglio no vendrá a Argentina

 


El lunes pasado, un buen amigo me decía azorado: “¿Viste que el papa Francisco finalmente viene a Argentina? Lo dijo ayer en un programa de televisión italiano”. Yo quedé asombrado de que haya todavía gente buena e inteligente con capacidad de creerle a Bergoglio. El Papa Francisco jamás vendrá a Argentina. Teme el recibimiento que tendría. De otro modo, lo hubiese hecho durante el gobierno de Cristina Kirchner, o de Mauricio Macri o de Alberto Fernández. No se trata de una cuestión política ni electoral. Se trata de puro cálculo. Ya tuvo la experiencia chilena y sería catastrófico que algo similar le ocurriera en su propio país donde es tibiamente querido. 

    Pero mucho menos vendrá luego de haber escuchado lo que el presidente Milei dijo en Davos. En la misma reunión a la que Francisco envió sus calurosas bendiciones, Javier Milei pronunció un discurso en el que contradice uno a uno los postulados más cercanos al corazón pontificio: el socialismo, que en Argentina se llama peronismo; la falacia de la justicia social tal como la entiende la clerecía progresista argentina, y la agenda 2030, especialmente el postulado de las causas antrópicas del cambio climático, que es el eje vertebrador del magisterio de Bergoglio.

    Peor aún. El discurso de Milei despertó las irás previsibles de la progresía de todo el mundo, pero las simpatías que suscitó fueron mucho más fuertes, o al menos más ruidosas. Es decir, el discurso ambientalista y socialista de Francisco no tiene ninguna relevancia en Argentina y, en cambio, sí la tiene el discurso “reaccionario” de Milei. En otras palabras, la popularidad del presidente argentino es mucho mayor que la del pontífice argentino; ergo, un populista como Bergoglio jamás se arriesgará a que tal desbalance quede públicamente manifestado.

    El Foro de Davos se ha caracterizado por ser un encuentro anual de grandes líderes políticos y empresariales donde se defiende el “capitalismo de Estado”, el intervencionismo público y la ingeniería social; es decir, se defiende el socialismo más o menos aguado. Davos es, en otras palabras, la usina de las políticas progresistas que se aplican en el mundo entero fundamentalmente a través de los organismos internacionales, las universidades y el periodismo

    Cuando se produce la caída del Muro de Berlín y, con ella, la caída estrepitosa del comunismo, los marxistas rápidamente idearon en neo-marxismo, donde las luchas ya no serían de burgueses contra proletarios, sino de otro tipo: hombres contra mujeres; el género humano contra la naturaleza; heterosexuales contra homosexuales y demás minorías, etc. Esta es la agenda universalmente aceptada y la vulgata que repiten hasta el hartazgo los gobiernos, las universidades y los medios de educación. Y, digámoslo, también la Iglesia. Es Davos donde se ha cocido principalmente este condumio que está envenenando a Occidente.

    Javier Milei ha tenido no ya la osadía sino la locura de ir a enrostrales a la flor y nata del progresismo reunidos en ese foro que Occidente está peligro, y lo está debido a las políticas neo-marxistas, o progresistas o socialistas —que él toma como sinónimos— que se están aplicando desde hace décadas. ¿Quién se hubiese animado a hacer una crítica feroz al “crimen sangriento del aborto”, al feminismo o al discurso dogmatizado sobre el cambio ambiental en ese ámbito? Sólo un loco, como Milei.

    Luisa Corradini, la progresista corresponsal de La Nación, escribió citando una fuente anónima: “Tironeados entre el estupor y cierta fascinación, la sala que lo escuchaba hesitó y también aplaudió la performance del actor que, no obstante, acababa de arruinar en 30 minutos, más de 50 años de esfuerzos del Foro Económico para dar forma a un capitalismo inclusivo, responsable y bien educado”, reconoció este jueves un responsable del Foro que pidió el anonimato”. Milei les escupió el asado a los diseñadores del progresismo mundial. 

Destaco tres curiosidades. En primer lugar, la enorme repercusión positiva en las redes sociales —la única repercusión válida en la actualidad— que tuvo el discurso del presidente argentino. En segundo lugar, que si bien eran totalmente previsibles los comentarios y repercusiones negativas entre las personalidades y los medios mainstream, resulta desconcertante la crítica que también proviene de ciertos grupos residuales del catolicismo conservador y nacionalista de Argentina, que terminan adoptando el discurso progresista. Finalmente, que si leemos el mensaje enviado por el Papa Francisco al Foro, descubriremos que el discurso de Milei desarma uno a uno los postulados bergoglianos. Por eso mismo, Bergoglio jamás vendrá a Argentina… a Dios gracias. 


miércoles, 17 de enero de 2024

Nueva bendición en el Ritual Romano

 



Ayer, el blog Missa in Latino nos informaba acerca de las discusiones que por estas horas tiene el venerable cabildo de la archibasílica acerca del modo de impartir la bendición a las parejas "irregulares", cualquiera sea su pelaje.

    El cardenal Arthur Roche, prefecto del Dicasterio para el Culto Divino, por su parte, luego de leída y discernida la declaración Fiducia Supplicans, ordenó a los especialistas de su dicasterio la redacción de una bendición para todas las parejas irregulares que lo soliciten. Colaboraron en la tarea Mons. Edgar Peña Parra, Sustituto de la Secretaría de Estado; Mons. Battista Ricca, funcionario del Banco Vaticano; Mons. Luigi Capozzi, ex-secretario del cardenal Coccopalmiero, el p. Luis Duacastella, ex-secretario del cardenal Jorge Mejía y el P. Fabián Pedacchio, ex-secretario del Papa Francisco.

    Filtrado el texto de la nueva bendición que, según nuestras fuentes ya habría sido aprobado por el Santo Padre, lo ofrecemos en primicia a los lectores del blog, adelantándonos a su inminente inclusión en la editio typica del Ritual Romano.

lunes, 15 de enero de 2024

De la farsa a la catástrofe

 

Jean Georges Vibert (1840-1902),  El pavo real se acicala,  Colección privada.



[Aclaración previa: Seguramente resultará ya cargante y aburrido para los pacientes lectores del blog, como lo resulta para mi, seguir hablando del malhadado documento promulgado por el Vaticano y de los desaguisados del pornocardenal Víctor Fernández. ¡Qué más quisiéramos discutir en esta página, como hacíamos en los buenos tiempos del Papa Benedicto, temas más profundos y apasionantes! Sin embargo, la situación de la Iglesia es de extrema gravedad, y los manifiestos culpables de ella, en los últimos meses, son el Papa Francisco y el prefecto de Doctrina de la Fe. Y un cónclave se acerca. Nosotros, como laicos, podemos hablar libremente de estos temas -¿no es que el Concilio Vaticano II nos consideró ya maduros hijos de la iglesia con plenos derechos?- cosa que no pueden hacer los muchos sacerdotes y los muchos obispos que de buena gana lo harían por el razonable temor a una tormenta de misericordia que, por ahora, no puede cernirse sobre los seglares.]


El cardenal Mauro Gambetti, arcipreste de la basílica de San Pedro en el Vaticano, hizo saber en una entrevista, que las parejas de personas del mismo sexo que lo soliciten, podrán recibir la bendición de su unión en el templo mayor de la cristiandad. Se trata del mismo purpurado que ha prohibido terminantemente en la basílica la celebración de la misa tradicional, aquella que la Iglesia celebró durante dos mil años, e incluso de la celebración privada de la misa novus ordo, la que solamente puede ser concelebrada. Estamos frente a una catástrofe que, con razón, algunos le adjudican connotaciones apocalípticas: en San Pedro se pueden casar dos homosexuales pero no se puede celebrar la santa misa.

    El pontificado de Francisco, que comenzó siendo una farsa, se ha convertido en una catástrofe. En este blog lo previmos desde el fatídico 13 de marzo de 2013: el problema de Bergoglio no es que fuera progresista; el problema es que era un compadrito porteño que había alcanzado las ambiciones de poder que albergaba desde su juventud (el nuncio Bernardini lo definió como “un hombre enfermo de poder”) y que llevaría a la Iglesia a una inédita situación de ruina. Lamentablemente, no nos equivocamos. 

    Y es importante dejar en claro que el culpable es Jorge Mario Bergoglio, devenido en Francisco por una imperdonable imprudencia de los cardenales,  aunque ha sido su favorito, el cardenal Víctor Fernández, quien ha llevado al extremo la situación de crisis. Como él mismo lo dijo hace pocos días, Francisco sabía de la existencia del pornolibro antes de que fuera nombrado en Doctrina de la Fe. Y como bien señaló Scrosati, el affaire Tucho no es una casualidad; es un método. Estamos bajo un régimen pontificio que bien puede ser señalado como pornocracia. Basta recordar nombres como Battista Ricca, Arthur McCarrick, Gustavo Zanchetta, Francesco Coccopalmiero, Godfred Daneels o Víctor Fernández para convencernos que, quienes manejan a la Iglesia, en buen número son personas capaces de las peores perversiones. Y todos ellos fueron elegidos personalmente por el Papa felizmente reinante.

    Hay una pregunta sin embargo, que sobrevuela en todos los ámbitos católicos: ¿cómo fue posible que se cometiera error tan garrafal como la publicación de Fiducia supplicans? El cardenal Fernández, como siempre, trasladó su responsabilidad el Papa. Lo acaba de decir en una entrevista a la agencia EFE. Los conocedores de la Curia sostienen en cambio, que el único culpable es Tucho quien, convencido de su inteligencia y capacidad, entró a su cargo de prefecto creyendo que se llevaría el mundo por delante. Comenzó a escribir, a emanar documentos y a otorgar entrevistas sin los debidos controles de la Secretaría de Estado cuyos habitantes probablemente no tengan fe, pero son los burócratas del país más antiguo del mundo. Y el Tucho, de Alcira Gigena, pensó que los iba a manejar. Como se dice en los ambientes de la terza loggia, "No estamos formados para ganar, sino para hacer perder a los demás", y hacer perder al Tucho fue la cosa más fácil del mundo: sólo era cuestión de animarlo a que siguiera haciendo lo que hacía.

    Nadie esperaba, por cierto, que con la develación de sus aficiones por la redacción de relatos pornográficos, el Papa fuera a apartar a Fernández de su cargo. Jamás se permitiría tal muestra de debilidad. Sin embargo, Tucho ha quedado gravemente herido.  Y no sólo por la aparición del libro, sino también por el rechazo a sus maniobras pro-gay del episcopado de un continente entero y de muchos obispos más de todo el mundo. Ha sido desautorizado, entre otros, por el cardenal Fridolin Ambongo, presidente de todos los obispos africanos, y por el mismo Secretario de Estado, el cardenal Parolin. Tucho ya no tiene autoridad propia para imponer nada a los obispos del mundo. Se trata de una situación nunca vista con anterioridad en la historia de la Iglesia. 

    Pero volvamos a la pregunta, ¿cómo es posible que Tucho haya cometido error tan brutal como FS? En su favor hay que decir que él siempre dijo, y escribió, lo pensaba acerca de los amores homosexuales: aparece en el libro La pasión mística, apareció en artículos periodísticos publicados hace décadas en periódicos argentinos, lo decía abiertamente en sus clases en la Facultad de Teología de Buenos Aires y lo escribió largamente hace tan solo seis años nada menos que en la revista de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos: "Es lícito preguntarse si los actos de una convivencia more uxorio deban caer siempre, en su sentido íntegro, dentro del precepto negativo que prohíbe “fornicar”. Digo “en su sentido íntegro” porque no es posible sostener que esos actos sean, en todos los casos, gravemente deshonestos en sentido subjetivo" (p. 455). Pero más allá de que todo esto fuera conocido por Francisco, ¿cómo se explica la flagrante torpeza de Tucho, de creer que en un ambiente como la curia romana es suficiente con tener la protección del beatísimo? 

    La torpeza era previsible porque estamos en presencia de un personaje infatuado en su púrpura, que se autopercibe hombre de genio pero que, por más que se acicala, no puede esconder su mediocridad. Es el caso típico que ocurre a muchos dictadores como Bergoglio que, a fin de evitar recibir sombras de sus subordinados, eligen para rodearse a personajes limitados y ramplones. Todo funcionará más o menos bien mientras el jefe pueda ejercer el control de daños; cuando esta posibilidad desaparece por el motivo que sea, el pavo real que ha sido colocado en un puesto relevante, esponja su plumaje y comienza a pasearse por la granja cometiendo un sinfín de tropelías.

    De ese modo se entienden las respuestas que el cardenal Fernández ha expresado a las críticas de FS, en las que divide a quienes lo cuestionan en tres grupos: los que no entendieron el documento; los africanos, que son una suerte de categoría especial y primitiva de cristianos que habitan en países bárbaros donde la homosexualidad todavía es penada por la ley, y los que tienen "mala leche" (sic).  ¿En qué categoría, por ejemplo, incluiría a los cardenales Müller o Sarah? ¿Son burros que no entienden, o más bien tienen "mala leche"? Realmente, resulta más que asombroso que un personaje de este (bajo) calibre ocupe un lugar tan importante y decisivo en la Iglesia.  

    ¿Cómo es posible que el cardenal Fernández no haya tanteado antes el terreno para conocer la reacción que tendría el documento? Es la actitud básica que adopta cualquier persona que ocupa un cargo de gestión por más elemental que éste sea. Y preguntas como estas conducen a la intriga sobre las verdaderas motivaciones del documento. Como dije anteriormente, y más allá de las declamaciones que puedan escucharse aquí y allá, la declaración no posee una causa y un fin pastoral. Habilitar la bendición para parejas heterosexuales que se encuentran en situación irregular parece superfluo. Si se trata de personas casadas, separadas de sus cónyuges legítimos y que viven en situación de concubinato, pareciera que, después de Amoris letitiae, la nueva declaración llegó tarde, pues si esas parejas pueden comulgar, cuánto más podrán recibir una bendición. Quien puede lo más, puede lo menos. Y si, en cambio, la pareja está constituida por novios convivientes, todos sabemos que si los tales eran católicos prácticos antes de iniciar la convivencia, lo siguen siendo también después ya que muy pocos sacerdotes son los que les advertirían que viven en pecado mortal. Desde hace mucho tiempo están convencidos que lo importante es el amor, y que si ellos se aman, un papelito, o un vestido blanco o la marcha nupcial no vendrán a cambiar nada. Por tanto, no hay objeciones para ese tipo de convivencias que ya son la cosa más normal del mundo. 

    Si, en cambio, la pareja está integrada por personas del mismo sexo, no parece que sean muchas las que estén interesadas en recibir una simple bendición, a la que perciben como un premio consuelo que los ofende más que conforma. Y, sobre todo, porque cualquiera de esas parejas que estuviera interesada en una bendición podía obtenerla sin necesidad de declaración pontificia; simplemente debía dirigirse al sacerdote indicado. Hemos visto fotos de bendiciones de este tipo ocurridas en Alemania o en Bélgica; el obispo de Almería nos dice que él ha bendecido “a bastante gente así” y me consta que en muchas ciudades argentinas, sobre todo en los templos jesuitas, desde hace al menos treinta años, se bendicen parejas homosexuales. Y no se trata de bendiciones espontáneas y privadas; a ellas asisten familiares y amigos de los bendecidos, se realiza en el templo y el sacerdote utiliza ornamentos sagrados. Es decir, la práctica ampliamente aplicada es muchísimo más generosa de lo que admite la declaración. ¿Cuál fue entonces su objetivo? ¿Por qué arriesgarse a que sucediera lo que está sucediendo: una enorme división dentro de la Iglesia?

    No podemos saber con certeza los motivos, pero podemos conjeturarlos. Un interesante artículo de Paolo Giulsiano publicado en el blog de Aldo Maria Valli, conjetura que FS está "destinada al clero, a los religiosos y religiosas de tendencia homosexual, que encontrarían así justificación, ante sí mismos y ante los feligreses, de su sentimiento, un sentimiento que recibiría la aprobación de un cofrade, en nombre de la misericordia y de la acogida". Es probable. Y es probable también la interpretación del P. Santiago Martín: FS no es más que una subida de temperatura del agua donde se cuece la rana; la finalidad no es otra que la aceptación lisa y llana de las relaciones homosexuales y la habilitación del matrimonio entre personas del mismo sexo, tanto para laicos como para sacerdotes. Sin embargo, y sin descartar otras teorías, yo me inclino por el proverbio acuñado por un buen y sabio amigo y que dice: “Todo es autobiografía”. Detrás de muchas de las decisiones que se toman anidan motivos personales, muchas veces desconocidos para el mismo protagonista. Por eso mismo, yo conjeturo que el principal -aunque no único- motivo de FS ha sido de carácter personal. La elevación del cardenal Fernández al importantísimo cargo que ocupa y su incurable tendencia a la verborragia y al protagonismo, ofrecen a cualquier observador la posibilidad de delinear su particular psicología. Fue muy reveladora la crónica escrita por un habitante del pequeño pueblo donde nació y que publicamos hace pocos días. Tucho fue un niño y jovencito de ánimo delicado, con una inteligencia superior a la media de sus vecinos, y que siempre se sintió disminuido por sus coetáneos. En su pueblo natal, justamente porque sus sensibilidades contrastaban con los modales recios de los hijos de granjeros que allí habitaban; en el seminario, por las mismas razones y por su propensión a adular a sus superiores; en su vida de clérigo, por la poquedad de sus orígenes; en su vida de académico, por su inteligencia modesta, pues ya no tenía que medirse con muchachitos más amantes del fútbol y de las mujeres que de los libros, sino con intelectuales de fuste. Cualquier psicólogo podrá explicar que este tipo de personalidades tienden a generar en lo más profundo de su psicología, un enorme resentimiento que busca compensación a través de, por ejemplo, reivindicaciones. El hecho a todas luces extraño de que el cardenal haya vuelto a su pueblo vistiendo sus relumbrantes talares púrpuras es una clara reivindicación de la que probablemente no sea él del todo consciente; es el modo que tiene el pobre hombre de vengarse de las humillaciones sufridas en su niñez y adolescencia. Sus compañeros ahora no son más que granjeros sudorosos o verduleros panzones; él es una celebridad mundial. Y así se puede explicar su incontinente manía por publicar libros insulsos, y también Fiducia supplicans y las respuestas a las dubias y demás catarata de documentos emanados en las semanas previas: se reivindica de las humillaciones que le hicieron sufrir los teólogos de Buenos Aires y de Roma y, sobre todo, de las sombras que esparcieron acerca de la calidad de sus saberes desde el mismo dicasterio que ahora preside en tiempos del cardenal Levada, y cuando él se postulaba a rector de la Universidad Católica Argentina.

    Algunos opinan que la declaración salió porque el tema de las bendiciones a parejas homosexuales no alcanzó las mayorías necesarias en el sínodo de la sinodalidad, que era la estrategia que había ideado Francisco para pagar sus votos a los alemanes y demás europeos que lo hicieron papa. El texto se habría estado preparando desde hace mucho y se habría dado a conocer luego del fracaso sinodal. No podría explicarse de otro modo, arguyen, la rapidez con la que fue redactado (apenas tres meses después de la toma de posesión de Fernández). Una cosa no quita la otra, pero yo no pondría el ojo en la velocidad de su elaboración: para cualquiera resulta evidente que se trata de un texto de la más baja y elemental calidad teológica, como toda la producción de Fernández, y que puede ser redactado fácilmente en pocos días.

    Se podría objetar que la explicación psicológica sería suficiente siempre y cuando el responsable último de la declaración hubiese sido el cardenal Fernández, pero lo cierto es que fue refrendada por el mismo Papa Francisco. ¿Por qué lo permitió? Veo aquí tres posibilidades que no se excluyen totalmente entre sí. La primera es porque el pontífice está seriamente presionado por los episcopados progresistas, principalmente el alemán, sobre las reformas que prometió realizar en la Iglesia a cambio de votos, según fuera relatado en su momento por el cardenal Daneels. Y con FS les tira un hueso descarnado para que se entretengan un rato mientras él gana tiempo… para su próxima muerte. Es la táctica que ha seguido durante todos estos años: darles lo que ya tienen, tema sobre el cual ya hablamos en este blog. La segunda es que Bergoglio está mayor y enfermo, y ya no tiene la astucia que tenía hace algún tiempo. Se deja envolver más fácilmente, cede a las zalamerías de su favorito y se confía ciegamente en él. Las cosas ya no funcionan tan bien como antes. Finalmente, podría darse el caso que Fiducia supplicans haya sido un error garrafal de Tucho, el que pagará muy caro. Sobrevinieron consecuencias del todo inesperadas que complicarán no solamente lo que resta del pontificado de Francisco sino también el próximo cónclave. Se trataría de un error análogo al de Traditionis custodes que provocó el exilio a la insignificancia del cardenal Arthur Roche (a propósito, la interpretación que dimos hace poco menos de un año sobre la anunciada constitución apostólica que barrería los restos supérstites de la liturgia tradicional y por la cual fuimos severamente criticados, resultó acertada).

    Finalmente, advierto sobre un aspecto metodológico que plantea FS y que resulta preocupante. La declaración se apoya para sostenerse argumentalmente en una distinción innovadora: la existencia de bendiciones litúrgicas o rituales y las bendiciones pastorales, distinción que tendría como único locus theologicus el magisterio del papa Francisco. Se trata, por cierto, de una argucia que no pasa el mínimo análisis serio y que podrá ser desbaratado fácilmente. El problema, sin embargo, es que el cardenal Fernández, según se comenta, planea continuar aplicando este mismo principio para otros casos. El próximo sería la ordenación de diaconisas. Para ello recurriría a la distinción de ordenaciones sacramentales, que seguirían reservadas solamente a los varones, y ordenaciones pastorales o como quiera llamarlas, a las que podrían acceder también las mujeres. Más allá de los disparatado de esta novedad teológica, el principio podría ser aplicado de modo análogo a una infinidad de casos; por ejemplo, podríamos tener sacerdotisas pastorales que estarían habilitadas para una consagración no sacramental del pan y del vino, y para otorgar un perdón misericordiante y no sacramental en la confesión. O bien, podría darse el caso que la inventiva del cardenal Fernández distinguiera entre relaciones sexuales pecaminosas y relaciones sexuales amorosas: las primeras serían las que se dan entre personas de cualquier género en situaciones de sexo casual, y continuaría siendo pecado mortal, y las segundas cuando media una relación afectiva entre los intervinientes. Las posibilidades son infinitas.

    El pontificado de Jorge Mario Bergoglio -todos lo recordamos-, comenzó siendo una farsa. Diez años después de ha convertido en una catástrofe.