Los acontecimiento que se iniciaron el último y fatídico 13
de mayo, con la exaltación de la mediocridad argentina al solio de Pedro, nos
sumió a muchos -y cuando digo muchos, son verdaderamente muchos-, en una
profunda tristeza y aflicción que, poco a poco, algunos hemos podido ir
superando.
Frente a esta situación, recordé algunas páginas que había
escrito Benedicto XVI, el mejor papa de los últimos tiempos, en su excelente
libro Jesús de Nazareth, y aquí paso
algunas reflexiones al respecto.
Hay un texto del profeta Ezequiel que resulta reconfortante.
Dice: “La gloria del Dios de Israel se elevó por encima de los querubines sobre
los que descansaba… y llamó entonces al hombre vestido de lino… y le dijo:
«Recorre Jerusalén y marca con una cruz la frente de los hombres que gimen y
lloran por todas las abominaciones que se comenten en ella». (Y a otro le
dijo): «Recorred la ciudad… e id hiriendo a la gente. No tengáis piedad, no perdonéis
a nadie… pero no toquéis a quien lleve la cruz en la frente»”. (Ez. 9, 3-6).
Los tristes y afligidos por la causa de Dios son aquellos
que no siguen a la manada y que no se dejan llevar por el espíritu gregario que
se ha convertido en normal -y ahora incluso glorificando la mediocridad a
través de los medios de comunicación de un modo vergonzoso-, sino que sufren
por ello. Aunque no está en sus manos cambiar la situación, se enfrentan al
dominio de la grosería, la vulgaridad y la nada
mediante la resistencia pasiva del sufrimiento: la tristeza que pone límites al
poder del mal.
“Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados”, nos
ha dicho el Señor en el Sermón de la Montaña. Quien no abre su alma al mal
-aunque todos lo presenten como un bien-, sino que sufre bajo su opresión,
dando razón así a la verdad, y a Dios, ése abre la ventana del mundo de par en
par para que entre la luz. A estos afligidos se les promete la gran consolación.
La tristeza de la habla el Señor es el inconformismo con el
mal, una forma de oponerse a lo que hacen todos y que se le impone al individuo
como pauta de comportamiento, y no solamente en el mundo, sino también en la
Iglesia (¡guay de quien no está feliz y exultante con Bergoglio como papa! Para
muchos, estar triste por este motivo es casi más grave que negar la divinidad
de Cristo). El mundo y los cristianos gregarios no soportan este tipo de
resistencia, sino que exigen colaboracionismo. Esta tristeza les parece como
una denuncia que se opone al aturdimiento de las conciencias -conciencias
aturdidas por zapatos negros en vez de colorados o por un sánguche dado a un guardia suizo-, y lo es realmente. Por eso está
la descalificación y la persecución.
Pero tenemos la promesa del Señor: obtendremos el gran
consuelo.