Jack Tollers me envió el sábado pasado una larga y aplastante respuesta a los desmanes monásticos de nuestro apreciado Athonita, del que buena cuenta han dado Ludovicus y Lupus. Retrasé la publicación de la respuesta esperando que se agotaran los comentarios de la entrada anterior lo cual, claro está, no ha sucedido. No es justo, entonces, retener la respuesta de Lord Tollers cuando el Athonita ya ha respondido (?) con varios comentarios.
Fue hace cosa de quince años, y nos agarró de sorpresa. Eramos más jóvenes, sabíamos menos de la vida, habíamos sido mal enseñados, nos faltaban lecturas y reflexión, algún maestro que nos hiciera ver esto y aquello, y por falta de atención o distraídos por el combate contra los progres, la secularización de la sociedad, Alfonsín y el destape, la ley del divorcio o la revista Humor, al principio no nos dimos cuenta.
Trabajábamos como en una iglesia, quizá con espíritu eclesial. Poníamos todo en común. Como quiere San Pablo, “en un solo cuerpo, y no todos los miembros con la misma función [...] Con dones diferentes conforme a la gracia que nos fue dada” (Rom. XII:4,6). Eramos amigos, poníamos todo en común. No sólo las canciones, el mate y el asado. Aprendimos a cantar Gregoriano (un poco, bastante bien). También compartimos dudas, perplejidades, tentaciones y desalientos. Según recuerdo, se hablaba mucho, se movían cuestiones, se discutía todo. Había buen humor, risas y ayunos, vinos y bromas. Nos empeñábamos especialmente en la formación, en la iniciación de nuestros hijos en los misterios. Charlas, retiros, campamentos, clases. También hubo muchísimas peleas, cómo no. Que es el reverso de la corrección fraterna. Y reconciliaciones, y misas y rosarios en común. Mientras duró, estuvo bueno.
Pero una noche apareció el enemigo y sembró cizaña, que como sabemos, se parece mucho al trigo. Como que sacar a un pibe o a una niña buenos se parece mucho a sacarlos curas o monjas. Y al principio, sonsos de nos, no nos dimos cuenta. Que algunos de entre los nuestros habían comenzado a melonear a los chicos. O dejar que otros los meloneen. Después hubo una pequeña guerra entre Aguer y Buela, a ver quién se quedaba con más rehenes. Y ganó, otra vez, Buela. Y Aguer, teléfonito rojo de por medio, terminó ordenando en La Plata a los pibes de Buela. Fue una verdadera desgracia. Y lo sigue siendo. Porque los del bando clerical se abrieron, dejaron de oír razones, se enojaron y no quisieron hablar más con nosotros. Y ahora, quince años después, los resultados están a la vista. Ellos ganaron: tienen enorme cantidad de “vocaciones”. Nosotros, (entiéndase bien, como ellos lo entienden mal) ninguna. Por ahora, por lo menos. De sus filas¾¾de entre sus hijos¾¾salieron muchos, muchísimos, clérigos y religiosos, y monjas y misioneros y no sé qué más. De las nuestras, por ahora, ninguno. De manera que, como digo, en sus propios términos, ganaron. Como todos sabemos, Buela siempre gana, es un ganador.
Pero si nosotros perdimos... ¡mi Dios! ¡Cómo perdieron esos chicos y chicas! Y ahora que pasa el tiempo, y el tiempo comienza a darnos la razón, ay, no la querríamos tener. Los más grandes rondan ahora los treinta de edad y... dispénseme de poner ejemplo, que usted bien ha de saber a qué me refiero. Ha llegado a mis oídos la reflexión de un bueludo: “¡Qué desastre! Ahora van a usar este caso en contra nuestra”. El caso es tremendo. (Pero no, señores bueludos, no vamos a “usar” nada. No estamos acostumbrados a “usar” cosas así). Que si le pasara a alguno de nuestros hijos lo que les ha pasado y pasa a los hijos de ellos... no sé. Me resulta inimaginable. Nuestros hijos no son santos, qué va. Pero son bastante sanos. No siempre van a Misa, pero a veces se ríen. No siempre se portan bien, pero a veces sí (y nadie lo ve, excepto el Padre que ve en lo secreto). Estaría bueno que rezaran un poco más, chuparan un poco menos (¡je! mirá quien habla), leyesen un poco más, se tomaran la vida más en serio, hicieran alguna que otra penitencia, se interesan un poquitito más en las cuestiones religiosas, litúrgicas, devocionales, etc...
Pero si lo hacen, alguna vez, si alguna vez se toman la religión en serio, que sea en serio. Y que la decisión sea de ellos. Y que no alteren ni una iod del Evangelio, y que no se dejen engatusar por el catolicismo paródico que es la peor peste del mundo y que una vez contraída, según mi experiencia, difícilmente tiene remedio (el proceso de deskukuficación es largo y penoso).
Nuestros hijos en cambio, por mucho que se porten mal, por lejos que se aparten de Dios (como el hijo pródigo), por mucho que tropiezen, siempre tienen dónde volver, a quién acudir, qué leer, qué sacramentos frecuentar y cómo y con qué disposiciones. Tienen a quién pedir consejo, tienen la posibilidad, real, de convertirse. Si la religión en ellos no hecho demasiada mella, por lo menos cuentan con una religión sin mella.
¿Es tan difícil entender lo que digo?
Castellani ha dicho bien que resulta muy difícil pegarle a lo paródico sin lastimar lo parodiado. En efecto. Y es lo que he tratado de hacer con esta “Llamada de emergencia”. Claro que para su recta inteligencia es preciso contar con una ingeligencia recta. Y rectificar la intención. Como dice Santo Tomás, “así como uno se determina respecto del fin, así juzga de todas las cosas” (dispénseme de decir dónde, y, si no lo toma a mal, no me vuelva a atribuir la invención de citas).
Se verá el énfasis de cada cosa que se dice en función del fin. El fin era impedir que al hijo de Josesito le embromaran la vida y que hicieran de él un infeliz. El fin era protegerlo de una mafia de forajidos que sólo se fijan en él como un número, como un candidato a engrosar sus cuantiosas¾¾y cada vez más cuantiosas¾¾filas. El fin era la caridad de la verdad, concretada en el hijo de Josesito. No escribí una sola línea sin tener eso en mente. Y así juzgué cómo y dónde poner el énfasis. No se podía decir todo. Nunca se puede decir todo. Además, el Papá de Josesito era muy básico, y no se le podía pedir tanto. Así que me limité a lo más elemental, dicho de la manera más elemental posible. Y luego de haberlo escrito, cosa de diez años atrás, lo circulé entre varios amigos que me dijeron unánimemente que no le haga llegar ese diálogo, que no había la menor posibilidad de que lo entendiera. (Aquí pondría lo que le pasó a Josesito luego, pero duele demasiado y no diré nada. A ver si todavía me atribuyen el “uso” de otro caso en contra de su orga). Diez años después encontré en mi archivo el escrito y se lo mandé a Wanderer, considerándolo ahora (después de todo lo que pasó) oportunísimo. Para que otros no corran la suerte de Josesito.
Lo que nunca pensé es que el Athonita no lo entendiera.
Con eso en mente, vamos a la primera observación y las 7 puntualizaciones, pues.
Y antes que nada, observo que deberían leer con atención, él, el Athonita y Natalio Ruiz. Entre leer bien y mal hay una diferencia esencial, no de grado. En ningún lado digo que la diferencia entre el sacerdote y el laico no es esencial. Reproduzco la frase, por si acaso: “Algunos tienen las condiciones para desempeñar ese ministerio en su plenitud, otros en grados menores”. ¿De dónde sacaron que digo que la diferencia no es esencial? Porque, hagan sus deberes señores, en todos los lugares en que se habla del sacerdocio común de los fieles, invariablemente se dice que la diferencia entre el sacerdocio del ordenado y el que no lo está es esencial, no sólo de grado.
Cuando “sólo” lleva acento va en lugar de solamente. Y “no solamente de grado” implica “también de grado”. De lo otro, no hablé, no venía a cuento. (Para el caso, ¿creen que esoy a favor de la ordenación de mujeres también? En tren de atribuirme cosas, ¿por qué no? Pues bien, Tomás trata la cuestión y, surprise, surprise, el muy machista dice que no se les puede conferir esta sacramento, por una cuestión de grado¾¾S. Th. III, q. XXXIX, a. 1, Respondeo).
Pero hablemos un segundo de este asunto, ya que estamos. Un amigo mío de los tiempos de colegio se ordenó sacerdote y eligió como lema¾¾aquel que se pone en la estampa recordatoria¾¾una frase del Kempis: “A los sacerdotes se les da lo que ni a los ángeles”. Conociendo a mi amigo y sabiendo perfectamente por qué había elegido esa frase para conmemorar su condición sacerdotal, después de la ceremonia de ordenación, le comenté a otro compañero de colegio que mi amigo no duraría mucho. No era difícil profetizarlo. Y duró menos de seis años. (¡Ya sé, ya sé! Aunque sea sacerdote para siempre).
*
Lefebristas, kukús de toda laya y no sé cuantos más, objetan la doctrina del sacerdocio común de los fieles que a su gusto, les suena a heterodoxa. Y a fé mía, para la fe que tienen ellos, sin duda que lo es. Constituye una de las mejores cosas de Vaticano II (que tiene muchas deficiencias también), y Coulson y Bouyer y Galot y no sé cuántos más han demostrado que la fuente de esa idea está en Newman. Sobre todo por su brulote “On Consulting the faithful” que a él tanto le costó y que el P. Baliña ha traducido y prologado brillantemente no hace tanto (está editado por Vórtice con el título de “Los fieles y la tradición”). Es la fuente de todos los incisivos alegatos que se sucedieron contra el clericalismo, comenzando con la carta abierta de Bruckberger y que culminan con “Religiosos y clérigos contra Dios” de Louis Bouyer.
El Athonita (su Jefe también) harían bien en fijarse, ché, porque entre otras cosas involucra su propia concepción del sacerdocio. La cuestión del celibato, por ejemplo, o la litúrgica, de veras, créase o no.
La cuestión del celibato enfatiza a los gritos que no cualquiera puede ser cura (aquí remito a la “Sacerdotalis Caelibatus”, una de las pocas cosas dignas firmada por Paulo VI. El nº 52 comienza con la interesante afirmación de que “El leal conocimiento de las dificultades reales del celibato es muy útil; más aún, es necesario para el sacerdote... etc. etc.). El celibato subraya como ninguna otra cosa podría hacerlo que el Sacramento del Orden no es para llevar y traer a la ligera, que no es para cualquiera y que, también, es para todo el que, debidamente ilustrado, y con las condiciones debidas, se le anime.
Por ejemplo, yo no me animé.
Pero dije que el “sacerdocio común de los fieles” es doctrina vinculada a una gran cuestión litúrgica (y aquí, atención, Athonita, ¡cíñase los lomos!). Que es la necesidad imperiosa de restaurar la celebración de la misa ad orientem. Que es la urgente necesidad de terminar con el inverosímil invento (con el cuento de que los primeros cristianos así lo hacían) de celebrar versus populum. Que nada urge más que, permítame la bruta parola, celebrar “de espaldas al pueblo”. Lo explicó magníficamente Gamber, Ratzinger, Uwe Lang y mil otros. Es una actuación del sacerdocio común, donde el celebrante y el pueblo rezan en común y “participan” de la misa (de manera esencialmente diferente, ya sé, ya sé que el laico no puede sacrum facere, entendido formalmente. Y miren las cosas que me obligan a aclarar, pedazos de...). Adorando en común al Totalmente Otro. Lo otro, lo de celebrar de cara al pueblo, no es sino consecuencia de una enorme estafa, inspirada en el clericalismo más burdo del pre-concilio, donde el cura tiene un papel de actor en lugar de celebrante. El showman en lugar del mago, no sé si me entiende. Todavía está por escribirse y aún no se ha hecho, pero algún día quedará clarito como el agua que los lodos del post-concilio proceden de los polvos del pre-concilio. Y que cuando un día el mundo despertó progresista, resultó que eran los mismo tipos, la monja que prohibía a sus alumnas ponerse pantalones usaba ahora minifalda, el moralista casuista despertó liberal, el confesor morboso estaba ahora con la liberación sexual, el cardenal solemne y pomposo se dejó el pelo largo y se subió a una moto, et ainsi de suite. Los Kukús jansenistas eran ahora Kukús progresistas. Y eran los mismo Kukús. Y así en este caso: el clericalismo cambió de cara, dio un salto gatopardista, pero seguía más vigoroso que nunca. De la renovación incruenta del sacrificio de la cruz pasamos a una comidita entre amigos. Que no se puede hacer sin un showman.
Le dan la espalda a Dios. Deberían convertirse, metanoia, y darle la espalda al mundo. Y aquí no hay tutía. Es como el principio del tercio excluído. Y fue por esto que Bouyer y Jungmann se arrepintieron públicamente. Ustedes también lo pueden hacer. No hay lugar para diagonales bizantinas, a ver si me hago entender de una vez. Por mí, (disculpe don Wanderer), si quieren celebren en castellano, en latín o en caldeo, no le doy la importancia que otros le asignan. Siempre que se adore a Dios. (¿Hará falta traer a la memoria que adorar quiere decir volver el rostro hacia Dios?).
Si gravis, brevis. Dije que iba a ser breve, y no me sale, pero trataré, os lo prometo. Vamos con las puntualizaciones. A la primera. Que me he quedado con el Primer Motor Inmóvil si pienso que Dios no precisa de nosotros. Es cuestión de énfasis. Y en cualquier caso, sí señor, Dios es el Primer Motor Inmóvil. Puede usted decir que es más que eso. Déjeme decirle también que no es menos que eso. In horresco et inardesco. Por lo demás, no creo que sea legítimo hablar hoy como si no viviésemos el tiempo de la pura inmanencia. Pensar que los musulmanes han tenido que venir a recordarnos que Dios es Dios y que no nos necesita, como Aquel que le pregunta a Job dónde estaba cuando hacía las montañas. Islam quiere decir sumisión. Y buena falta que nos hace. Un poco de Islam, ché, mientras caminamos entre el pantanoso fango de la religión horizontalizada, del sonríe Dios te ama, etc. Y eso no quita que puede predicarse, de algún modo, que Dios nos necesita. Pero esta vez juzgué que no hacía falta y quería enfatizar esto otro, que destaca San Bernardo una y otra vez: “¿Quién es Dios? El que no te necesita. (Cita un salmo que dice exactamente eso, que ahora no encuentro. Espero que no me atribuyan otro invento.)
A la segunda. En la Suma contra Gentes se hallará dilatadamente tratada la cuestión de la magia. Y en algún rincón, por qué la misa no es magia. Dicho lo cual, por supuesto que sé, como usted también, que es magia blanca. Pero mi referencia Castellaniana alude a los que entienden que el ministerio sacerdotal se reduce a la “venta de ceremonias mágicas”, mezcla de torpeza, simonía y brutalidad que caracteriza a tantos clérigos y que así quiso describir el bueno de Castellani. En el diálogo telefónico he querido destacar la estupidez de los que extrapolan el efecto ex opere operato de los sacramentos a extremos intolerables y absurdos. Te hacés cura y vas derechito al cielo, etc... No me digas.
A la tercera. Que un cáncer o quedarse sin laburo o cualquier desgracia son el altoparlante de Dios, la voz de Dios amplificada, es la tesis central de C.S. Lewis en “El problema del dolor”. Si usted tiene problemas con eso, arréglese con Jack Lewis y no con Jack Tollers que sólo repite mal. Yo, por mi parte, resulté convencido (después lo encontré en otros lugares, la Simona Weil, por ejemplo).
A la cuarta. La cita de San Juan de la Cruz es correcta. Dice exactamente así (referido a los maestros espirituales): “El que temerariamente yerra, estando obligado a acertar, como cada uno lo está en su oficio, no pasará sin castigo, según fue el daño que hizo”. (Llama de Amor viva, Canc. 3, nº 56). Invocar a Santo Tomás tampoco estuvo mal, bien que en su tiempo no se hablaba del sacerdocio común de los fieles. De todos modos, en su objeción primera del artículo primero de la q. XXXVII, dice al pasar que “Este sacramento es más digno que otros, en cuando constituye a los que le reciben en algún grado sobre otros” (en la respuesta no niega este aserto en particular). Sí, quédense tranquilos Athonita, Natalio Ruiz, más adelante Santo Tomás también reconoce que el sacramento del orden imprime carácter.
A la quinta. ¿No le gusta lo que digo sobre el Dios que nos deja solos para que hagamos lo que querramos? ¿Quiere usted que entre en la cuestión de la gracia y el libre albedrío? ¿Que discutamos sobre Miguel de Molinos? ¿Que lo convidemos a Bañez para que nos explique lo de la premoción física? Por supuesto que nos deja solos. Desde luego que en Él somos, nos movemos y existimos. Pero a cuento de qué enfatizar el aspecto contrario del que quiero enfatizar. ¿De dónde y cuento de qué infiere que porque subrayo un aspecto desdeño el otro? ¿Le hice acordar al Abogado del Diablo? Usted también.
A la sexta. Señor, su concepción sobre la especificidad de la misión que nos confiere Dios al enviarnos... es por lo menos rara. ¿Sugiere usted que Dios le dijo a Juana de Arco que Él quería que ella muriese en la hoguera? Y mire que oía voces. Fuese así y no hubiese retrocedido la primera vez firmando una declaración de apostasía. Fuese así y no la hubiese vuelto a desafiar... pero llorando. “Dieu le veult” era su lema, claro que sí. Lo cual no quita lo dicho. (Estoy harto de esta presunción, como la de los jesuitas que dicen que cuentan con el “carisma” del discernimiento de espíritus. Ja, son unos piolas bárbaros. El jesuita que me dijo eso, había “discernido” que debía ir a Japón. Después de veinte años de horroroso exilio, se casó con una alumna japonesa y tiene dos japonesitos. qué discernimiento ni qué niño muerto. Ya te voy a dar discernimiento a vos).
A la séptima. Cuando ingresé a Tribunales hace cosa de treinta años atrás, me tocó en suerte un viejo oficial primero que me repetía todas las mañanas del año, infinitas veces: “Hay que leer, pibe, hay que leer”. Quería enseñarme a prestar atención, a leer bien. Al final, algo logró. Athonita, haga lo mismo. En ningún lado sugerí siquiera que Dios abomina de los que ingresan en conciencias ajenas con permiso del sujeto en cuestión. Digo exactamente lo contrario, abomina de los intrusos, de los que se saltean la puerta, como dice Cristo en su parábola del Buen Pastor. Los malos pastores “suben por otra parte” y son “ladones y salteadores” (Jn. X:1). “Mas el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas”. Cristo mismo se tomó el trabajo de explicar esta parábola. Se identificó con el Pastor y también con la puerta, lo que ha dado mucho trabajo a los exégetas. Pero no explicó quien era el portero. Allí me remito. Si usted quiere destacar que Dios “nos necesita”, ¿por qué me negaría que Dios “necesita” de nuestro consentimiento, como a osadas se lo pidió Gabriel a la Santísima Virgen? Permiso.
Por último y en cuanto a la cita de Elredo de Rieveaulx¾¾monje por quien tengo especial simpatía, como que tuve la suerte de peregrinar hasta su abadía, de leer y releer su tratado sobre la amistad, como que domina mi escritorio una foto de su abadía en el norte de York, como que no es Escocés¾¾estoy perfectamente de acuerdo. “Si no te incrustas en tu preciso puesto, dejarás un insalvable agujero que nadie podrá reemplazar”.
Precisamente, es lo que estaba tratando de decirle al padre de Josesito.
Desde el llano profano, en donde oigo confesiones, exorciso demonios, bendigo la mesa y ofrezco sacrificios, le imparto mi bendición laical, a 22 de noviembre de 2008, recordando que hace 45 años fallecía el insigne C.S. Lewis.
Jack Tollers.