Con ocasión del ataque los los orcos a la catedral de La Plata del último domingo, y de la defensa del templo por parte de fieles laicos y la previsible ausencia de los pastores, una de las asistentes le escribió la siguiente carta a Mons. Héctor Aguer, alias "El Pocho", arzobispo de esa ciudad:
Excelentísimo Arzobispo de La Plata, Monseñor Aguer:
Le escribo desde lo mas profundo de mi alma católica. Soy
fiel de esta Diócesis y ayer estuve en la defensa de la Catedral.
Ya debe saber lo que ocurrió allí. Si lo vió desde la Curia
tal vez no capto enteramente lo ocurrido, entonces le voy a contar.
Yo estuve a un metro de los manifestantes abortistas, que
marcharon luego de uno de esos congresos de adoctrinamiento marxistas que están
tan de moda últimamente, con la intención de pintarrajear la casa de Dios,
nuestra Catedral.
Con un conjunto de fieles nos ubicamos en la base de las
escalinatas, para impedir el paso. La policía a los costados en silencio. Las
abortistas, rugiendo, vociferando insultos a Ntro. Señor, a Su Madre y a la
Santa Iglesia. Delante, muy cerca mío un sacerdote, detrás fieles y algún otro
cura. No mucho más.
Aquellas endemoniadas nos cantaban “cada vez son menos” y
tenían razón.
¿Dónde estaba usted? ¿Donde el resto de los sacerdotes? ¿O
el Seminario?
Silencio. No estaban.
Me duele la jerarquía de la Iglesia, Monseñor, me duele
muchísimo. Y no me duelen los escupitajos con los que me cubrieron, ni los
envases de aerosol que me arrojaron, ni los insultos impuros con los que
marcharon mis oídos de mujer católica. Me duele el alma. Y no por mí, por
ustedes.
Usted se lo perdió. Perdió la oportunidad de ser humillado,
escupido y golpeado por Cristo. Y lo merecía, merecía esa humillación. Y ¿sabe
por qué? Porque ha sido uno de los pocos miembros de la Jerarquía mediocre de
la Iglesia argentina que ha dado la cara por Cristo. Y su presencia ayer
hubiese sido magnífica. Hubiese sido una hermosa obra para presentar a los pies
de Ntro. Señor, cuando le llegue la hora de dar cuenta de su vida.
Solo imagine, en la base de las escaleras, Usted, junto a
los sacerdotes de esta Diócesis, detrás los seminaristas y luego los laicos. Si
usted estaba allí, hubiesen ido todos, lo puedo asegurar.
Imagine la repercusión en los medios de comunicación, a
nivel nacional e internacional. ¿Puedehacerlo? Yo desperté hoy, pensando en
ello. Imagine el coro angélico en el Cielo vivando aquel acto, piense en la
Santísima Virgen.
La marcha de ayer, fue un regalo que Dios nos hizo a todos
los que fuimos. Dimos testimonio, fuimos confesores de la Fé frente a una plaza
llena de católicos con gorritas naranjas que no cruzaron una mísera calle para
defender lo que creen. ¿Cómo llamarlos? ¿Cobardes, necios, liberales o
progresistas? No, es demasiado. Usted tampoco fue, ni el clero, ni los
religiosos. Estos laicos no merecen ser tratados tan duramente.
Yo fui y mi corazón arde de alegría. Se templó mi Fé, nunca
recé el Santo Rosario con tanta paz como ayer, entre escupidas e insultos.
Terminé llena de fervor.
¿Sabe lo bien que le hubiese hecho a sus seminaristas esto?
La Fe se prueba y se vive. Quien no puede vivirla, no la tiene. No importa
cuántos años lleve estudiando Teología.
El que ama, defiende lo amado. Es algo simple.
Cuando se iban aquellos energúmenos (en el sentido teológico
de la palabra), escupieron al único sacerdote que estaba al pie de las
escaleras.
Él siguió rezando, luego al grito de “Viva Cristo Rey”,
“Viva la Iglesia” rompimos la cadena humana que impedía que subieran. Cantamos
“Cristo Jesús en Ti la PATRIA espera (…)” para que finalmente nos diera la
Bendición. Se arrodillaron todos para recibirla. ¿Alguna vez vió una multitud
arrodillándose en público frente a un sacerdote para que los bendiga? Me refiero
a los últimos 50 años. La respuesta debe ser no, ¿no?
Anoche, cenando con los amigos católicos que participaron de
la defensa de la Catedral, pensé, ¿y si hay un muerto de los nuestros? ¿Si esa
turba blasfema enloquece y arremete con violencia? Habría un mártir en su
Diócesis.
¿Qué haría entonces? ¿En ese caso sí saldría a la calle? Su
rebaño estaba sin Pastor ayer, necesitábamos su presencia. “Te basta mi Gracia”
susurra Ntro. Señor al oído, y esa fué la única respuesta.
Estimadísimo Monseñor, ayer perdió una hermosa oportunidad,
por favor no vuelva a hacerlo. No enarbole la prudencia, absolutizándola. Ser
timorato y ser prudente no es lo mismo.
Sé que irá a Roma en breve, sabemos que ha hecho todo para
esto. Yo sinceramente preferiría que hiciera todo para ir al Cielo.
Me despido, atentamente.
Una fiel de esta Diócesis.
PD: No firmo es.ta carta, porque me temo que puedan
atribuírsele responsabilidades por ella a ciertos sacerdotes relacionados con
lo ocurrido ayer. De todas maneras, Dios sabe quién soy.