Un cura misericordiado
Escribí este artículo hace unos diez meses. En su momento no quise publicarlo, por diversos motivos. Viendo el vídeo recientemente difundido en el que el Administrador Apostólico de Santiago, en un gesto despótico e impío (que posteriormente ha intentado enmendar), negaba la comunión a fieles que se arrodillaban para recibirla, me he acordado de esto. También pienso en el nuevo Arzobispo de Lima, que ya está empezando a hacer purgas en su presbiterio. Y, por supuesto, en la beatificación de Angelelli. Me he decidido, por tanto, a enviárselo, estimado don Wanderer, para que considere si su publicación puede resultar de interés.
De Chile a España, obispos y pederastia
Uno podría alegrarse —ingenuamente en mi opinión— de la intervención que la Santa Sede está realizando en la Iglesia de Chile. Dimisión en bloque de obispos, defenestración del señalado obispo Juan Barros (los otros dos casos son por edad), visita de Scicluna y Bertomeu, etc. Parecería que hay una intención de actuar en el tema de los abusos y limpiar de una vez las redes de encubrimiento que han permitido que todo esto suceda.
Sin embargo, hay algo que no termina de encajar del todo. Y el aviso lo da un siniestro personaje que no tengo más remedio que citar. José Manuel Vidal, agente de prensa de las campañas publicitarias contra algunos obispos españoles, escribe, en su sitio web antieclesial y financiado por numerosas organizaciones católicas, un artículo que me parece necesario para entender lo que puede estar pasando. A pesar de que la fuente no es muy recomendable, creo que en este caso Vidal nos pone tras la pista de lo que podría estar sucediendo realmente.
Su tesis, tal como yo la entiendo, es la siguiente: lo que ha pasado en Chile es consecuencia del cambio en el episcopado que se realizó durante el pontificado de San Juan Pablo II respecto al episcopado de los primeros años del posconcilio. Esa misma clave debe ser aplicada en el caso español, por lo que, si ese cambio también se ha dado en España, debe suponerse que también aquí habría un problema de abusos similar al chileno. La solución, en ambos casos, sería retornar al modelo episcopal inmediatamente posterior al Concilio. Los culpables serían los nuncios Sodano en Chile y Tagliaferri en España. Hasta aquí Vidal.
Una de las frases que trae el artículo me lleva a pensar que la cosa tiene más consistencia de lo que parece. Vidal dice que el objetivo de la acción de la Santa Sede, a través del nuncio Sodano, fue la de «pasar de una Iglesia profética y comprometida con el pueblo a otra centrada en la doctrina y aliada de Pinochet». La expresión «Iglesia profética» es la elegida precisamente por el Papa Francisco en su carta privada a los obispos de Chile para indicar un cambio sucedido en la Iglesia chilena. La expresión del Papa es la siguiente: «Duele constatar que, en este último periodo de la historia de la Iglesia chilena, esta inspiración profética perdió fuerza para dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro». No voy a asegurar que la transformación que describe el Papa Francisco sea la misma que pretende Vidal, pero es evidente que ambos apuntan a que los casos de abusos y la manera cómo los obispos han procedido ante ellos tiene relación directa con un cambio que se habría operado en tiempos recientes. Cambio que sería necesario deshacer para volver a la situación de «Iglesia profética».
Chile, la crisis del episcopado neoconservador
Como todo el mundo sabe, en América se produjo, en torno al Concilio Vaticano II, un proyecto de demolición de la Tradición Católica. Si esto fue consecuencia del Concilio o no, no es el tema de discusión aquí. Lo que es evidente es que el episcopado hispanoamericano del posconcilio fue llamativamente progresista. Esto se dio mundialmente, es cierto, pero en el caso de Hispanoamérica se mezcló con la llamada Teología de la Liberación y con los procesos revolucionarios de corte marxista o maoísta que asolaron la mayoría de los países surgidos del antiguo Imperio Español, todos ellos con notable identidad católica. ¿Es ésta la «Iglesia profética» a la que se refiere el Papa en su carta a los obispos chilenos? No lo puedo saber. Pero es evidente que sí es a lo que se refiere Vidal.
San Juan Pablo II produjo ciertamente un cambio en el episcopado americano. Vidal se refiere a ello como «modelo polaco», que califica de «involutivo y autorreferencial». En realidad, los obispos nombrados durante los pontificados de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI difícilmente podrían llamarse tradicionales. Ni siquiera conservadores en su acepción más correcta. Vidal utiliza la expresión «neoconservadores», que a mí me parece adecuada (advirtiendo la peligrosidad de estar de acuerdo con semejante sujeto). Por supuesto, por neoconservadores entiendo yo algo muy parecido a lo que podría decirse, analógicamente, a los políticos de cierto conservadurismo político actual: progresistas moderados, blanditos, con algo de corrección moral y litúrgica, pero sin ninguna intención de reformar la Iglesia o revertir las deformaciones producidas en las décadas anteriores. De hecho, una constante de estos obispos fue la de ser extremadamente duros con sacerdotes y grupos cristianos de línea tradicional y tolerantes hasta el infinito con sacerdotes y grupos cristianos progresistas, disidentes o incluso heréticos.
Con todo, estos obispos suponían un obstáculo para el proyecto de destrucción de la identidad católica (en la mente de los progresistas este paso es necesario para un nuevo nacimiento de su Iglesia fantástica e ideológica) y, por tanto, es imperativo eliminarlos para reconducir el camino iniciado y llevarlo a término. Que hay grupos dedicados a esta labor, que podríamos calificar como «cloacas eclesiales», es patente hasta el punto de que es reconocido por ellos mismos.
En el caso chileno, la bandera usada en este empeño ha sido la de la lucha contra la pederastia, así como en el caso de la política, contra los conservadores es utilizada la bandera de la corrupción por parte de los progresistas, igualmente corruptos, o más. Como suele suceder en este tipo de maniobras, se ha utilizado un asunto grave pero muy concreto, magnificado por la prensa alineada con los intereses progresistas. El caso de Fernando Karadima reunía todas las características oportunas, porque se trataba de un sacerdote de estilo neoconservador con el perfil que acabo de describir. Además, algunos obispos han tenido vinculación directa con él en su vida como sacerdotes, por lo que era más fácil establecer el vínculo.
El asunto, ya de por sí muy mediático, ha sido además instrumentalizado por un misterioso grupo llamado «Organización de laicos y laicas de Osorno». Solo el uso del llamado «lenguaje inclusivo» en el nombre del grupo ya da pistas sobre la filiación ideológica del movimiento. Es difícil saber quienes son los iniciadores de este movimiento. Muy pocos reportajes se han interesado por los orígenes de este grupo y su composición a pesar de su omnipresencia en los medios en los últimos años respecto del caso del obispo Juan Barros. En las fotos y vídeos de sus acciones se aprecia un pequeño grupo de personas que no han tenido reparos en recurrir a reventar celebraciones litúrgicas e, incluso, a la agresión física. Sin embargo, cuando se escuchan las declaraciones de sus portavoces, en especial de Juan Carlos Claret Pool, uno se encuentra que, junto a las acusaciones al ahora obispo emérito de Osorno, el reclamo constante es el de un nombramiento más «democrático» de obispos. El uso de esa palabra, constante en el lenguaje progresista ha de entenderse siempre en el mismo sentido en el que el maoísmo llamaba a su proyecto político «Nueva Democracia».
¿Hay más casos de abusos sexuales en Chile y de auténtica pederastia (el caso Karadima siempre ofreció muchas dudas)? Desde luego que sí. Pero no interesa demasiado que se conozcan los casos reales, porque podría observarse que la lacra de la homosexualidad pederasta en el clero no es algo circunscrito al pontificado de San Juan Pablo II, sino que viene de mucho más atrás, y que no pocos de los casos se dieron precisamente en esa «Iglesia profética» que añora Vidal.
Por tanto, no puedo sino dudar que el proceso que se está llevando a cabo en Chile tenga como objetivo una lucha eficaz contra la pederastia homosexual en el clero, de la misma manera que no creo que a los políticos progresistas les preocupe realmente la corrupción. De hecho, en la mente de muchos, bastaría con una vuelta al episcopado progresista para solucionar los problemas, porque mientras que con un episcopado «involucionista y autorreferencial» la pederastia es un mal sistémico, con uno de «Iglesia profética» los casos que se dieran no pasarían de ser episodios aislados y sin relación.
Por otro lado no hay que lamentarse de que los obispos chilenos hayan dimitido en masa. De ninguna manera un gobierno episcopal como el que representan los obispos dimisionarios representa una esperanza para una reforma católica. Más bien lo que supone la situación actual es el lento desangrarse de la Iglesia que vemos en Hispanoamérica, en la que cada año el porcentaje de católicos disminuye frente al de protestantes. Las esperanzas de renovación hubieran podido venir de obispos cuya obra ha sido totalmente destruida por el rodillo de la misericordia, como la otrora pujante diócesis de Ciudad del Este de Mons. Livieres. En este caso, lo malo no es el cambio, sino hacia donde parece ir ese cambio.
De Chile a España
En la perspectiva que he intentado presentar, el artículo de Vidal se puede entender como una amenaza en toda regla al episcopado español. También la Iglesia Española habría sufrido una aplicación del «modelo polaco», pasando del episcopado progresista posconciliar, al episcopado actual. Si se quiere volver en España al equivalente de la «Iglesia profética», habría que retornar, según Vidal, al modelo del Cardenal Tarancón. Vidal advierte incluso de la posibilidad de una intervención pontificia en España: «¿Dadas las similitudes entre la Iglesia chilena y la española, cabría, pues, una intervención papal, como la puesta en marcha en el país del Cono Sur? Perfectamente».
El momento adecuado sería precisamente ahora. En dos años la mayoría de los actuales arzobispos españoles deberían haber presentado su renuncia por edad a la Santa Sede. Además, la intención de rescatar el modelo de Iglesia posconciliar es claro y declarado tanto desde Roma como desde los responsables del nombramiento de obispos en España.
Entonces, ¿por qué habría de utilizarse una estrategia como la chilena en España? Porque si se quiere establecer un cambio permanente es necesario «destruir» al enemigo. Si la sustitución de obispos se hiciera con un mero ejercicio de autoridad, esa pequeña «revolución» podría ser deshecha fácilmente mediante el empleo de la misma autoridad. Pero si se logra establecer la ecuación: obispos neoconservadores = pederastia sistemática, entonces sería muy difícil que los cambios pudieran ser revertidos.
En esta lógica, en España se podría esperar una manipulación de los existentes casos de pederastia homosexual clerical en el mismo sentido del chileno. Tengo la impresión de que el fallido caso Romanones, con intervención pontificia y todo, fue un intento de realizar un movimiento similar al de Osorno. Ahora el medio oficial de las «cloacas eclesiales» vuelve a la carga con la propaganda constante de un libro sobre los casos de pederastia en la Iglesia española.
No pretendo tratar aquí las líneas de actuación que podrían emprenderse en la lucha contra la pederastia. Eso supondría extender excesivamente esta reflexión. Únicamente querría expresar mi deseo de que pudiéramos aspirar a una renovación del episcopado que apuntara hacia una reforma real de la Iglesia en la línea de la Tradición. Y si no, al menos, que no se nos imponga un «cambio de gobierno» eclesial revolucionario mediante la instrumentalización de la lucha contra la pederastia, que nos deje sin Tradición y con pederastia.