Estimado Wanderer:
lo cierto es que Vargas Llosa me
exaspera un poco, así que debo decir que me interesa lo que Ud. rescata en su
post, acerca de lo cual quisiera comentar dos cosas.
La primera es que considero necesario no confundir la búsqueda de la multitud,
que parecía ser el público privilegiado de JP II, la proliferación de viajes y
la mostración permanente de actividad, con un oficio en el que el sucesor de
Pedro ha de ser el primero: el anuncio universal de la salvación.
Ese es un mandato primario del
Señor, y una de las razones de ser de la Iglesia. Creo entonces que la
equivocación de JP II y adláteres respecto de este tema fue mayúscula, pues
ante la crisis -sangría permanente de fieles, precarización de la vida de la
fe, etc., etc.-, optaron por dar respuestas artificiosas y no buscar primero
las causas profundas para procurar los remedios adecuados.
Benedicto XVI ha sido más lúcido
ante estos problemas, pero si bien entiendo que es acertado el reconocer que el
cristianismo católico romano es, en su sentido cabal, una realidad cada vez más
minoritaria, también creo que sigue en pie el mandato de la predicación
universal.
No me parece que la cuestión
consista en esperar a que el mundo se dé cuenta de que "no da para
más" y debe retornar a la Iglesia. Eso no va a pasar. Esa idea implica ver
al cristianismo desde una perspectiva crepuscular, desde una especie de clima
de Untergang.
San Agustín, que miraba caer un imperio, supo pensar, desde el interior de su
propia epocalidad, al cristianismo como una religión auroral, aún en un
contexto de la decadencia. Se me dirá que vivimos en un era postcristiana, es
cierto, pero eso no afecta al núcleo de la verdad cristiana, nos afecta a los
cristianos que hoy somos para ver cómo serlo en este momento. Si somos pocos,
entonces es la hora de la fidelidad a lo esencial, para poder comunicar con las
formas de la gracia lo que hemos recibido como un don. El peligro es confundir
a una cuestión de hecho, la condición minoritaria, con la condición sectaria.
Hijos de ese error son tantos grupos, grupitos y demás de la era JP II, con los
males subsiguientes.
Ciertamente, si hay algo que los cristianos antiguos supieron hacer, fue vencer
la tentación sectaria.
Lo cual me lleva a la segunda cosa
que quería comentar, la cual, siendo algo casual en los comentarios anteriores,
no lo es tanto.
Se habla de la intelligentzia
católica inexistente, de la pobreza de los centros de estudio, universidades,
institutos, etc. Se dice que, por ej., la Universidad Austral o semejantes
constituyen una cierta excepción.
No puedo sino discutir esa idea.
Primero, porque fácticamente no es así, la universidad Austral, para continuar
con el ejemplo, destaca en las llamadas "ciencias empresariales"
-expresión sobre la que no me voy a expedir, por pudor-, quizás en algunas
áreas médicas, pero ciertamente no en las Humanidades, de hecho no tiene
carrera de Filosofía y el intento de mantener un doctorado en Filosofía no ha
logrado consolidarse. Si usara como contra ejemplo a la universidad de Navarra,
podría decir que lo más meritorio que encuentro es un cierto esfuerzo por
invertir en la edición de textos filosóficos, no siempre afortunada en la
calidad de las traducciones, y, si hay que ser rigurosos, ninguna de esas
ediciones sale del plano de la divulgación medianamente culta.
Pero el punto central es otro, sean
como sean las actuales universidades católicas, o las del Opus Dei, cuya
identidad es siempre esquiva -como el Opus Dei mismo-, lo cierto es que no hay
intelligentzia porque hace tiempo que buena parte de las instituciones
superiores católicas y los individuos que las constituyen se han entregado o
bien a un espíritu de ghetto, o al mercantilismo más feroz, o al vergonzante
abandono de los estudios y la investigación, con seriedad, amplitud de miras, y
capacidad de debate.
Mientras no se ensanche la mirada, para leer con más inteligencia y profundidad
lo propio, y para comprender con seriedad lo "ajeno", será muy
complicado que se supere la actual mediocridad. La llamada a la predicación
universal, ha de estar acompañada de una claridad intelectual que también pueda
pensarse en clave de universalidad.
En definitiva, estoy convencida que no son tiempos de retracción, sino de
avance, pero no hacia la multitud, los poderes, las presencias mundanas, sino
hacia la aquello que Juan de la Cruz llamaba "anchura de corazón", no
mera magnanimidad, me refiero al dilatato corde de la Regla de San
Benito, en el que la caridad ha hecho su labor.
Lamento las molestias si me he
alargado, y me disculpo de antemano si he sido confusa.
Ex corde,
Juana