No fue
mi intención en el post anterior plantear la cuestión quiestismo – activismo,
aunque reconozco que bien puede ser interpretado de ese modo. Es un tema que ya
hemos debatido varias veces y que, me parece, pasa fundamentalmente por una
cuestión de prudencia y de coyuntura histórica. Como bien apunta Black Henry,
qué bien le habría venido un Francisco Franco a Bloody Mary o a Luis XVI, al
menos desde nuestra corta perspectiva.
Yo
quería referirme a un asunto más profundo y es el que Psique y Eros ha
señalado: la cuestión de nuestra constitución como cristianos. Efectivamente,
nos delineamos –para no usar el
término “constituimos” que puede despertar las iras del tomismo más rancio- por
un otro, el que, en definitiva, se convierte en el personaje más importante de
nuestro ser cristianos (o ser personas).
Propongo
una analogía cursi, pero no se me ocurre otra: un radar emite algún tipo de
ondas que, al chocar contra un objeto, rebotan y regresan a su punto de partida
delineando en la pantalla del
operador la figura del avión. Es decir que, el avioncito virtual depende de la
entidad concreta y real del avión real.
Mi ser
cristiano, análogamente, se constituye, o se delinea, en respuesta a los ecos
que recibo de un Otro que se sitúa enfrente. Ese Otro debe ser, claro, la
persona de Nuestro Señor. El “rebote” de mis ondas en sus palabras –Él mismo es
la Palabra-, van marcando mis contornos como cristiano, podando lo que sobra y
aumentando lo que sirve. En definitiva, los más importante es la Persona del
Verbo, un ser real, concreto y viviente.
El
problema es cuando algunos cristianos se delinean como rebote del error. Es
decir, su cristianismo es tensión no hacia la Persona Divina de Nuestro Señor,
sino hacia el error que se opone a la doctrina de Nuestro Señor. Y el error no
es más que un razonamiento que se
opone a la Verdad; es un silogismo falaz – a veces de cuatro términos como
apunta con razón el Athonita-. Y si es así, es probable que ese tal cristianismo
no es más que un cuerpo bien fundado de doctrinas verdaderas.
Pero
sospecho que eso no es cristianismo genuino, porque el verdadero cristianismo
es la vida del Espíritu, que nos ha sido dado “como arras”, dice San Pablo. Dios
no nos ha dado como compromiso de su alianza una doctrina; nos ha dado a su
Espíritu Vivificante. Caso contrario, como una vez me aseguró un conspicuo y
pagado de sí intelectual lefe- “Mi religión es el Denzinger”.
Y,
disculpen la herejía, yo no entrego mi vida por una doctrina. La entrego por
una Persona.