El sitio Sombreval ha dado a conocer una noticia sorprendente: el Instituto Católico de París (la UCA francesa) va a recibir a veinticinco estudiantes de imanes (seminaristas musulmanes) quienes harán cursos en esa institución. Los ingenuos se asombrarán del éxito misionero francés y soñarán con las posibles y próximas conversiones de los islámicos. Y tienen razón. El objetivo del rector del ICP es lograr en ellos una conversión, pero, claro está, no al cristianismo, sino al laicismo y a la interculturalidad, pues así se llama el curso que tomarán en esa tradicional institución católica: “Religión, laicismo e interculturalidad”.
Y no se trata de una maliciosa interpretación. Uno de los dirigentes del Institut Catholique lo declaró sin ambages: “El laicismo merece una pedagogía y una transmisión, sobre todo para aquellos que provienen de países donde este principio fundamental de la cultura francesa no es un referente”. Las bolillas que integran el curso son: 1) Libertad; 2) Igualdad; 3) Fraternidad; 4) Laicismo; 5) Democracia.
No es broma. Es terriblemente cierto. La Iglesia, con este acto, expresa claramente su compromiso con los principios de la revolución.
Alguien podría pensar de que se trata de una decisión desafortunada de un decano despistado; una especie de Néstor Corona con vuelo parisino y sin envolturas de celofán alemán. Pero no es así. Es parte de una traición más profunda.
Cuando leí la noticia que colgaba Nelly (UN parisien que vive solo y trabaja mucho) en su excelente sitio, enseguida me vino a la memoria la editorial que en el año 2002 escribió el cardenal Walter Kasper en “La civilità cattolica” como respuesta a ciertas palabras y actitudes del patriarcado de Moscú. Veamos el caso:
A comienzos de noviembre de 2002, la Santa Sede erigió en Rusia una provincia eclesiástica latina integrada por una arquidiócesis y tres diócesis sufragáneas. Fue una medida inesperada y audaz por parte del Vaticano puesto que a nadie era ajeno la carga de agresividad que suponía para con la iglesia ortodoxa: se trataba de introducir obispos donde ya habían obispos válidos, en contra de la venerable regla de la iglesia primitiva que disponía: una ciudad, un obispo. Hubiese sido una decisión plenamente comprensible en el periodo pre-conciliar, cuando la iglesia católica tenía pretensiones aún de ser la única verdadera y reclamaba su derecho de convertir a sus filas no sólo a paganos y protestantes sino también a ortodoxos. Pero en la iglesia de la Dignitatis humanae, en la Iglesia del pontificado del campeón del diálogo e inventor de Asís, y con la planificación intelectual de Kasper, era francamente inconcebible. ¿Por qué acabar de ese modo abrupto con el diálogo ecuménico?
La respuesta de Moscú, como era previsible y comprensible, no se hizo esperar. Alexis II retiró la representación del patriarcado ante la Santa Sede y suspendió la visita de una delegación católica largamente planificada, además de pronunciarse duramente sobre el hecho en una declaración pública.
El cardenal Kasper, enfurecido, le responde desde la jesuítica revista “La civilità cattolica”. Llama la atención la aspereza del lenguaje cardenalicio, habituados siempre como estamos a sus palabras amerengadas cuando se dirige a los hermanos separados, lo que, nuevamente, volvía a restar puntos al esfuerzo ecuménico. Una cosa quedaba clara luego de leer la editorial: Walter Kasper quería enfriar, o cortar definitivamente, el diálogo ecuménico con el patriarcado de Moscú. Pero, ¿por qué?
El cardenal alemán explica que tratará en su escrito el problema fundamental, en sus términos esenciales, que está incancrenendo, es decir, convirtiéndose en un cáncer, en la iglesia ortodoxa rusa. En la primera parte del texto divaga sobre cuestiones canónicas y semánticas, acertadas en general, que justifican la decisión vaticana. Pero el último punto es sugestivamente titulado: “La libertad religiosa como problema central”. “Este es el cáncer”, parece decir Su Eminencia. Allí afirma que el conflicto entre Moscú y Roma es sustancialmente el modo en el cual la iglesia rusa expresa su propia imposibilidad de aceptar la vigencia de los derechos humanos. Con una notable actitud compasiva, Kasper dice que tal actitud es comprensible y que hay que ser paciente, puesto que la misma iglesia católica “no fue capaz de conciliarse con la concepción de la libertad religiosa... (durante mucho tiempo, ya que) sostenía que solamente la verdad tiene el derecho de existir, y no el error, y por eso rechazó la concepción liberal de la libertad de conciencia y religión. Solamente el Concilio Vaticano II, luego de largas y dramáticas discusiones, dio un giro con la declaración Dignitatis humanae”. De ese modo, entonces, los católicos pudimos “emanciparnos de la época constantiniana..., encontrando un lugar dentro de un mundo moderno, pluralista y liberal...”.
Y prosigue el purpurado diciendo que “la iglesia ortodoxa rusa... se encuentra frente al mundo moderno pluralista... y se mantiene en una postura cerrada...”. Por eso, el problema de Alexis con la erección de la jerarquía latina en Rusia no es canónico sino “sustancialmente de naturaleza ideológica”. Y finaliza afirmando sin tapujos: “Mientras la iglesia ortodoxa rusa permanezca anclada en esta posición ideológica no podrá iniciar un diálogo constructivo con la sociedad moderna y con la Iglesia católica”.
Aquí estaba finalmente la madre del cordero. Kasper, y con él Juan Pablo II debemos suponerlo, se encontraban cómodos en el diálogo ecuménico con aquellos que negaban la divinidad de Nuestro Señor y la eficacia de los sacramentos, la virginidad de María Santísima y la presencia real de su Hijo en la eucaristía, pero jamás se prestarían al diálogo con aquellos que se atreven a negar la libertad religiosa y a cuestionar al mundo moderno. A aquellos, sonrisas y guiños, ya que, en definitiva, han elegido, en uso de su libertad, otro camino para llegar al Cristo Total; a estos eslavos desubicados y trogloditas, el desaire y la represión, augurios de su inevitable condenación por resistirse a aceptar los dogmas revolucionarios.
La reciente decisión del Institut Catholique de París es coherente con la postura del cardenal Kasper de hace cinco años. Se trata, podemos suponer, no de un hecho aislado sino de una política, y política de estado. Seguramente hoy estará hibernando por el efecto Benedictus, pero ¿qué ocurrirá en el próximo pontificado? Da escalofríos el solo pensarlo. No sé porque, se me vienen a la memoria Robert Benson y Hugo Wast.
Y no se trata de una maliciosa interpretación. Uno de los dirigentes del Institut Catholique lo declaró sin ambages: “El laicismo merece una pedagogía y una transmisión, sobre todo para aquellos que provienen de países donde este principio fundamental de la cultura francesa no es un referente”. Las bolillas que integran el curso son: 1) Libertad; 2) Igualdad; 3) Fraternidad; 4) Laicismo; 5) Democracia.
No es broma. Es terriblemente cierto. La Iglesia, con este acto, expresa claramente su compromiso con los principios de la revolución.
Alguien podría pensar de que se trata de una decisión desafortunada de un decano despistado; una especie de Néstor Corona con vuelo parisino y sin envolturas de celofán alemán. Pero no es así. Es parte de una traición más profunda.
Cuando leí la noticia que colgaba Nelly (UN parisien que vive solo y trabaja mucho) en su excelente sitio, enseguida me vino a la memoria la editorial que en el año 2002 escribió el cardenal Walter Kasper en “La civilità cattolica” como respuesta a ciertas palabras y actitudes del patriarcado de Moscú. Veamos el caso:
A comienzos de noviembre de 2002, la Santa Sede erigió en Rusia una provincia eclesiástica latina integrada por una arquidiócesis y tres diócesis sufragáneas. Fue una medida inesperada y audaz por parte del Vaticano puesto que a nadie era ajeno la carga de agresividad que suponía para con la iglesia ortodoxa: se trataba de introducir obispos donde ya habían obispos válidos, en contra de la venerable regla de la iglesia primitiva que disponía: una ciudad, un obispo. Hubiese sido una decisión plenamente comprensible en el periodo pre-conciliar, cuando la iglesia católica tenía pretensiones aún de ser la única verdadera y reclamaba su derecho de convertir a sus filas no sólo a paganos y protestantes sino también a ortodoxos. Pero en la iglesia de la Dignitatis humanae, en la Iglesia del pontificado del campeón del diálogo e inventor de Asís, y con la planificación intelectual de Kasper, era francamente inconcebible. ¿Por qué acabar de ese modo abrupto con el diálogo ecuménico?
La respuesta de Moscú, como era previsible y comprensible, no se hizo esperar. Alexis II retiró la representación del patriarcado ante la Santa Sede y suspendió la visita de una delegación católica largamente planificada, además de pronunciarse duramente sobre el hecho en una declaración pública.
El cardenal Kasper, enfurecido, le responde desde la jesuítica revista “La civilità cattolica”. Llama la atención la aspereza del lenguaje cardenalicio, habituados siempre como estamos a sus palabras amerengadas cuando se dirige a los hermanos separados, lo que, nuevamente, volvía a restar puntos al esfuerzo ecuménico. Una cosa quedaba clara luego de leer la editorial: Walter Kasper quería enfriar, o cortar definitivamente, el diálogo ecuménico con el patriarcado de Moscú. Pero, ¿por qué?
El cardenal alemán explica que tratará en su escrito el problema fundamental, en sus términos esenciales, que está incancrenendo, es decir, convirtiéndose en un cáncer, en la iglesia ortodoxa rusa. En la primera parte del texto divaga sobre cuestiones canónicas y semánticas, acertadas en general, que justifican la decisión vaticana. Pero el último punto es sugestivamente titulado: “La libertad religiosa como problema central”. “Este es el cáncer”, parece decir Su Eminencia. Allí afirma que el conflicto entre Moscú y Roma es sustancialmente el modo en el cual la iglesia rusa expresa su propia imposibilidad de aceptar la vigencia de los derechos humanos. Con una notable actitud compasiva, Kasper dice que tal actitud es comprensible y que hay que ser paciente, puesto que la misma iglesia católica “no fue capaz de conciliarse con la concepción de la libertad religiosa... (durante mucho tiempo, ya que) sostenía que solamente la verdad tiene el derecho de existir, y no el error, y por eso rechazó la concepción liberal de la libertad de conciencia y religión. Solamente el Concilio Vaticano II, luego de largas y dramáticas discusiones, dio un giro con la declaración Dignitatis humanae”. De ese modo, entonces, los católicos pudimos “emanciparnos de la época constantiniana..., encontrando un lugar dentro de un mundo moderno, pluralista y liberal...”.
Y prosigue el purpurado diciendo que “la iglesia ortodoxa rusa... se encuentra frente al mundo moderno pluralista... y se mantiene en una postura cerrada...”. Por eso, el problema de Alexis con la erección de la jerarquía latina en Rusia no es canónico sino “sustancialmente de naturaleza ideológica”. Y finaliza afirmando sin tapujos: “Mientras la iglesia ortodoxa rusa permanezca anclada en esta posición ideológica no podrá iniciar un diálogo constructivo con la sociedad moderna y con la Iglesia católica”.
Aquí estaba finalmente la madre del cordero. Kasper, y con él Juan Pablo II debemos suponerlo, se encontraban cómodos en el diálogo ecuménico con aquellos que negaban la divinidad de Nuestro Señor y la eficacia de los sacramentos, la virginidad de María Santísima y la presencia real de su Hijo en la eucaristía, pero jamás se prestarían al diálogo con aquellos que se atreven a negar la libertad religiosa y a cuestionar al mundo moderno. A aquellos, sonrisas y guiños, ya que, en definitiva, han elegido, en uso de su libertad, otro camino para llegar al Cristo Total; a estos eslavos desubicados y trogloditas, el desaire y la represión, augurios de su inevitable condenación por resistirse a aceptar los dogmas revolucionarios.
La reciente decisión del Institut Catholique de París es coherente con la postura del cardenal Kasper de hace cinco años. Se trata, podemos suponer, no de un hecho aislado sino de una política, y política de estado. Seguramente hoy estará hibernando por el efecto Benedictus, pero ¿qué ocurrirá en el próximo pontificado? Da escalofríos el solo pensarlo. No sé porque, se me vienen a la memoria Robert Benson y Hugo Wast.