Cuando
miro hacia atrás, cuando contemplo mi pasado, los lugares por dónde pasé, las
cosas que me pasaron, la vida que me tocó en suerte, las tentaciones que
resistí, las veces que caí, cómo me levanté, cómo quedé después, las decisiones
que tomé, las dudas que me carcomían, las grandes alegrías, las enormes
desilusiones… cuando miro para atrás, cuando considero mi propia juventud,
muchas veces, las más de las veces, casi siempre recalo en un episodio, casi
siempre me detengo en un sucedido que me cambió la vida decisivamente, para
siempre.
Se
trata de una cosa enorme, posiblemente no me podría haber tocado en suerte
vivir nada más importante que eso. Por más que por entonces fuera muy joven,
inexperimentado, apenas si había salido de la edad del pavo, inmaduro,
tontuelo, me tocó en suerte vivir una cosa trascendente en extremo, cuya
importancia no hay cómo enfatizar demasiado y de la que quiero daros parte
ahora, si me quieren acompañar.
Tenía
18 años recién cumplidos. Fue en septiembre, hace la friolera de 40 años atrás.
Me puse de novio (y ni siquiera era la primera vez). Una cosa a la que a nadie
le importó gran cosa: ni a mis maestros, ni a mis amigos, ni a mis hermanos,
ciertamente que no a mis padres. No parecía importante, y como se vio muy
pronto, ni siquiera le pareció importante a ella, la (entonces) bienamada,
locura de mis ojos, conmoción del corazón, estrella de mi alma, etc.
¿Cómo
decir lo que quiero? Para mí sí que era importante. La quería. Mucho. A punto
de no dormir, de soñar con ella en todo tiempo, de repetir su nombre por lo
bajo, de caminar por la vereda de su casa, ida y vuelta, muchas veces, antes de
animarme siquiera a entrar. Amor de juventud, "calf-love" le dicen
los ingleses, amor de ternero. O "puppy love", amor de cachorro, cosa
de poca monta. La gente adulta, la gente grande, los curas que conocía por
entonces (salvo uno), lo tomaban a la ligera. No tiene importancia, ya se te va
a pasar.
Pero
para mí era amor eterno, trascendente, y no veía cómo podía haber algo más
importante que eso. Y en eso (por lo menos así parecía) estaba solo. Ni ella
misma lo creía del todo.
De
manera que un día (el 26 de diciembre de 1972) me cortó. El diálogo con el que
dio por terminado nuestro efímero noviazgo duró menos de cinco minutos. Y
sanseacabó. No hubo tutía, fue un final definitivo, cortante, sorprendente,
inimaginado, dolorosísimo para mí. No podía creerlo.
Unos
meses después, empecé a creer que era verdad. Que en verdad ella no me quería
más. Que la cosa no tenía arreglo posible. Que no podía hacer absolutamente
nada para cambiar eso. Que tendría que seguir viviendo con esta pena tan
particular, tan exquisita, tan profunda, tan dolorosa, que es la del amor no
correspondido (quizá algún lector sepa de qué hablo, quizás todos lo sepan).
Después
vi que casi la mitad de las canciones de amor, de las poesías, de los tangos y
de los sonetos, de los guiones de cine, de las novelas y de cuanto arte hay en
el mundo, gira en torno a este asunto del amor no correspondido.
Y
así fue que empecé una larga (y penosa, por entonces todo era perfectamente
penoso) búsqueda del sentido de todo eso. ¿Qué sentido tenía haberme enamorado?
¿No tenían razón los "grandes" cuando despreciaban todo eso? ¿Había
sido una ilusión mía y nada más? ¿Había sido yo un tarado, de dejarme llevar
así por una creatura (y cómo les gusta predicar gratis a los curas sobre eso)?
Le preguntaba a mis maestros y ninguno acertó a decirme gran cosa. Interrogaba
a mis amigos y sólo aumentaban la pena con sus bromas. Algunos curas me
cambiaban de tema. Alguna vez me expuse a la sorna, lo que aumentaba, claro, mi
tribulación.
Al
final no pregunté más. Al final me quedé solo con mi pena. Tenía 18, 19, 20
años y ya no le contaba a nadie lo que me sucedía. Había sido todo al cuete.
Aquello no había tenido sentido. La vida no tenía sentido. Nada lo tenía.
En
"Juan XXIV" Castellani celebra su propia tenacidad. Aquí yo (con
vuestro permiso) voy a celebrar la mía. Porque no solté el asunto este, o, a lo
mejor, el asunto este, el del amor no correspondido, no me soltó a mi. Seguí
buscando, sobre todo en mis lecturas.
El
primer resplandor de luz en medio de la noche lo obtuve leyendo a Pieper, en su
libro sobre el amor, cuando enfatiza que lo contrario del amor no es el odio,
sino la indiferencia. Parecería que semejante cosa sólo contribuiría a ahondar
la amargura. Pero no es así: la verdad, cualquiera sea, siempre consuela.
Aunque sea un poquito.
Y
vi que en su libro Pieper citaba profusamente a un tal C.S. Lewis y su libro
"Los cuatro amores". Por entonces los libros de Lewis no estaban
traducidos al castellano, aquí entre nosotros casi nadie lo conocía. Mi vieja
viajaba a Inglaterra y le pedí que me consiguiera un ejemplar. Imposible, en
Inglaterra también Lewis estaba pasado de moda, las ediciones de sus libros
agotadas. "Out of print", le decían invariablemente. Pero un librero
de Brighton se interesó por la historia de un joven argentino que suplicaba a
su madre que le consiguiera ese libro y luego le regaló su ejemplar, ajado,
editado en 1952, unos veinte años antes. Esto es, se lo dio a mi madre, me lo
regaló a mi.
Yo
ni sé quién era ese hombre, nunca lo conocí, nunca supe su nombre.
Y
cuando mi vieja me lo entregó, me abalancé sobre él, como se podrán imaginar.
No que pensara que fuera a contestarme mi pregunta, solucionarme mi problema,
iluminar mi noche. Pero eso es exactamente lo que hizo Lewis, en la Argentina,
allá por 1974 con su pequeño libro, "The Four Loves".
En
efecto, en su tratado sobre la Caridad, cuando trata sobre el "Cuarto Amor",
explica que este asunto del amor no correspondido constituye el gran problema
de Dios. Que nadie nos ama más que Él. Que nosotros somos indiferentes. Que Él
no puede obligarnos a que lo querramos. Que a nosotros nos importa un belín. Y
que a Él eso le duele infinitamente (en la medida, precisamente, de su amor). Y
Lewis dice por ahí que cuando uno pasa por una experiencia de estas, del amor
no correspondido (de parte de un amigo, de una novia, de quién sea, lo mismo
da) no es sino una especie de clase práctica que se nos ofrece sobre eso: el
dolor, la pena, la impotencia de Dios.
¿Dije
impotencia? Olivier Clément cuenta que una vez caminaba con Vladimir Lossky a
orillas del Sena y le sacó la vieja cuestión sobre la Omnipotencia de Dios: que
si Dios fuera Todopoderoso podía crear una piedra que ni Él pudiera mover—y que
por tanto no sería Todopoderoso.
Lossky
lo paró en seco:
-
Dios creó esa piedra.
-
¿Cómo, qué está diciendo?
-
El corazón del hombre.
Estimado
Wanderer, estimados lectores de este blog, discúlpenme que me alargue tanto,
pero se acerca un aniversario, cuarenta años después de que una adolescente le
dijo a un adolescente que no lo quería más, allá por 1972.
Costó
sangre, costó lágrimas, fue durísimo, pero aprendí la lección más importante de
mi vida, y de eso les quería dar parte.
(Y
no se rían de todo esto, por favor, no lo tomen en sorna, no hagan el chiste
fácil, por favor, os lo suplico. Juro que no hay nada más importante.)
Jack
Tollers
JT
ResponderEliminarDio el puntapié inicial con su historia pero se me hace que dejó lo mejor en el tintero.
A Dios lo afecta poco que nos importe un belin corresponderle.
Pero afecta nuestra relación con El , como dice Castellani, "relacion" asimetrica a la cual quiso atarse misteriosamente. Y por ende afecta nuestra relación con nosotros mismos y con el prójimo.
En eso mismo consiste la tragedia de la condenación del hombre.
Pero estos reveses, mas que circunstancias "ejercitantes", no le parece que es un "estado" de vida para el hombre?
¿Existe acaso el "amor correspondido" aquí abajo?
¿Y el matrimonio?
¿No estamos destinados a ser "malamados" y "malosamantes", (aun con un sacramento de por medio), para que nuestro corazón esté puesto solamente en el Amado, conscientes de esa asimetría insuperable?
¿La Felicidad no consistirá, en algún modo,en ser "malamado" aquí abajo?
"Vino a los suyos, y lo suyos no lo reconocieron"
CeG
Estimado Jack Tollers:
ResponderEliminarLeí con atención su frustración amorosa y la lección que aprendió de ella.
En mi opinión siempre el amor como la amistad debe ser de manera bilateral y no unilateral. Uno nunca puede forzar voluntades.
Amar es desear el bien del otro. Querer a una chica es desearle lo mejor. Ser atrído por una mujer es algo normal para un adolescente. Pero generalmente esa primera atracción no es parte del amor.
En cuanto a lo que Dios quiere de nosotros, evidentemente, que espera que le retribuyamos su amor amándolo con todo nuestro corazón. Como dice Lewis, no nos puede forzar, pero continuamente nos llama motivando nuestra alma hacia su búsqueda.
Una persona que trabaja conmigo me dijo: " Dios no me quiere", Él no quiere nada conmigo. De allí mi vida y todo lo que me pasa. De hecho, sostuvo este personaje, yo nunca me he arrodillado para rezarle a Dios. Ni si quiera rezo. Luego continuó, creo que ni si quiera tengo alma".
Después de esta conversación le dije: si quieres buscar verdaderamente a Dios, comienza por arrodillarte sin pensar en las consecuencias de ese acto de piedad. El individuo me dijo: " Ese es exactamente mi problema, no me quiero arrodillar".
Sin duda el corazón del hombre es una tremenda piedra de tal dureza que es casi imposible poder esculpir en ella la bondad de Dios. Pero la oración de los que sí poseen la fe, es indispensable para mover la misericordia de Dios y dar a los pobres corazones desgraciados la gracia del arrepentimiento para buscar el verdadero amor de Dios.
Finalmente, todas las cosas ocurren por algo en la vida. La Divina Providencia sabe buscar la ocasión para quitar las costras del alma demoliendo nuestro orgullo.
La historia, aunque impresiona, no tiene nada de extraordinario. A mí me sucedió algo parecido, y fue a partir del amor no correspondido que, desesperado, busqué refugio en Dios (sin que hasta ese momento le hubiera prestado ninguna atención relevante); casualmente abrevé también en C.S.Lewis, aunque empecé por "El problema del dolor", lectura difícil pero de provecho, y que continué con "Una pena observada".
ResponderEliminarEl hombre es tan miserable que se acuerda de Dios, y busca su cercanía, cuando las papas queman. Agradezca usted, como lo hago yo, que la Providencia se haya servido de un desamor, por amarga que haya sido la experiencia, y no de una desgracia familiar. Son muchas las personas para las cuales el punto de partida en el re-ligare es un dolor nacido de la muerte de un ser querido, un hijo, un hermano, un padre. Desde mi punto de vista, ya casado y con cuatro hijos, jamás diría que el rechazo de aquella chica fue lo más impresionante que me haya sucedido, ni de lejos.
Saludos.
Heriberto
Usted es un impostor, usted contó mi vida, no la suya. Por que no puede haber dos anécdotas tan parecidas, salvando que han pasado bajo mi puente, mucho menos que cuarenta años.
ResponderEliminarGracias, Jack.
Jack..¿ que edad tienes ..?
ResponderEliminarSe podrían decir muchas cosas sobre este relato. Me limitaré a una, que el tiempo es tirano:
ResponderEliminarExiste una suerte de Comunión de los Santos mundana, pero no por ello mala ni paganizante; que puede suceder por el ejercicio de la caridad en las pequeñas cosas. Es comunicarse entre los vivos, poner la oreja, afectuosamente, sin soslayar ninguna cuestión relevante para los otros.
Esta historia nos pone en alerta, ya no podremos desestimar el desamor de un hijo, por minúsculo que nos haya parecido su noviazgo. Y esto así, porque si es causa de una reflexión que acerque al joven a entender los porqués del dolor, en verdad es mucha cosa, cosa que otros no entienden en toda una vida.
La misma Comunión de los Vivos que con cariño ejerció la madre de Tollers que quiso consentir a su hijo en un asunto noble pero que podría haber olvidado, y la misma Comunión de un librero de la otra punta del mundo que se interesó por un joven y le dio una mano.
Pregunta tonta, es obvio que 58. Sume m'ijo, sume.
ResponderEliminarMatematic Man.
Cumplo 58 como se verá, quizás, en mi próximo post.
ResponderEliminar(Lo del "quizás" es porque hay que ver si Wanderer quiere publicarlo y si no me estoy propasando con la cantidad y mala calidad de mis comunicaciones).
Estimado Jack
ResponderEliminarImpresionante, salvando las edades y epocas (yo en 1972 no existia ni en planes) su relato parece una descripcion de mi experiencia.
Si bien estoy felizmente casado, y a la espera de mi tercer hijo, uno nunca se olvida de esa experiencia, ni de esa pena. Uno crece, madura, conoce a su mujer y cria una familia, pero nunca olvida esa pena, a la distancia creo que ahora, viendo lo que vino despues, si pudiese volver en el tiempo y cambiar lo que paso, no lo haria, esa pena es una herida que lleva tiempo cerrar, pero que una vez cerrada lo hace a uno mas fuerte y sabio.
Me atrevo a darle un consejo, yo lo hice cerca del decimo aniversario de esa ruptura, no porque sintiera nada, ni porque me buscara nada, solamente lo hice por curiosidad. Le deje una carta y la invite a tomar un Te y a charlar de la vida, no habia segundas intenciones ni nada, solamente saber que habia sido de su vida, un par de horas charlando en Devoto mientras tomabamos un Te, un saludo y nada mas.
Saludos.
GRACIAS WANDERER POR ESTE RELATO PERSONAL, TAN INCISIVO Y CONMOVEDOR... QUE DEJA PENSANDO... YO TAMBIÉN TUVE EL PRIVILEGIO DE LEER CON GRAN PROVECHO, Y NO SIN CONSECUENCIAS,"THE FOUR LOVES", EN MIS AÑOS JUVENILES, BEST WISHES...
ResponderEliminarLudovicus dijo,
ResponderEliminarBenigno, a Usted le gusta jugar fuerte. No dé esos consejos. Dolina podría escribir varios finales alternativos.
En cuanto a mirar hacia atrás, estoy entre la posición de Lord Acton, que llamaba a la nostalgia el más noble de los sentimientos humanos por un lado y el destino de la mujer de Lot. Hay una manera buena de mirar atrás, y una mala. Depende también de los temperamentos. No es siempre un remedio para melancólicos.
Quizás haya que mirar atrás, no con lástima y ciertamente no con frustración, sino con compasión (como miraban a las personas en The Crystal Egg de H.G.Wells), reviviendo el pathos para purificarlo, para encontrar a Dios en los entresijos de la propia historia, y reconocerlo. Quizás sea una de las tareas para cumplir en Cielo.
Ludovicus dijo,
ResponderEliminarPerdón, el cuento era The Plattner Story.
No sé porqué pero no me convence. O la pena no fue tan grande (cuando uno es teenager la capacidad de recuperación es otra), o tras cinco décadas uno ve el pasado bajo un manto de piedad.
ResponderEliminarNo sé, ahora que ando por algo parecido, esto (como lo de Jack Lewis) me suena a consejo de amigo de Job.
Con todo el cariño que les tengo a Lewis y al autor de este post.
Habiendo leído en mi juventud la novela de Paul Bourget "El demonio del mediodía" nunca la invité a tomar un té. No estoy del todo de acuerdo con el consejo de Benigno y recomiendo a todos la novela, especialmente a sacerdotes y seminaristas.
ResponderEliminarEn cuanto a la reflexión tollersiana, el asunto se me antoja importante, muy importante, tanto más cuanto en nuestros dias cuestiones como esas son tan estúpida y -para los jóvenes que las experimentan- cruelmente desestimadas por los moralistas del racionalismo, incapaces de involucrarse con lo "realmente real".
Juan de Mendoza.
Es evidente, Jack, que Usted se terminó casando con ese amor imposible. Y que sigue viviendo de ese maravilloso e ígneo imposible, llamado amor.-
ResponderEliminarVale el distingo de Ludovicus. Yo creo que sobre el pasado no vale volver si está detrás nuestro, a nuestras espaldas; y vale siempre volver --y hay que hacerlo-- si está debajo nuestro, bajo nuestros pies. Como el cráneo de Adán en el Gólgota y éste, en la raíz de cada Altar.-
Es el distingo entre pasado fugante y pasado fundante.-
Abrazo,
Alla Luna
ResponderEliminarO graziosa luna, io mi rammento
che, or volge l'anno, sovra questo colle
io venia pien d'angoscia a rimirarti:
e tu pendevi allor su quella selva
siccome or fai, che tutta la rischiari.
Ma nebuloso e tremulo dal pianto
che mi sorgea sul ciglio, alle mie luci
il tuo volto apparia, che travagliosa
era mia vita: ed è, né cangia stile,
o mia diletta luna. E pur mi giova
la ricordanza, e il noverar l'etate
del mio dolore. Oh come grato occorre
nel tempo giovanil, quando ancor lungo
la speme e breve ha la memoria il corso,
il rimembrar delle passate cose,
ancor che triste, e che l'affanno duri!
Anónimo de 22:25:
ResponderEliminarTiene razón, soy un impostor. Me terminé casando con ese amor imposible. Sólo que tiene razón Kierkegaard: la que no fue, siempre conservará su nombre nimbado de romanticismo. La otra se llama Sra. de Tollers.
Benigno: El consejo es peligroso. Si lo sabré yo...
Ludovicus, yo soy tradi y por tanto fanático del pasado. Y del mío también.
Como Fray Rabieta:
http://frayrabieta.wordpress.com/2009/11/17/la-obligacion-del-repaso/
J. T.
Cnel. Kurtz:
ResponderEliminarEn su brevedad, su comentario se me hace un poco críptico: tengo que adivinar qué le pasa entrelíneas.
Pero en cuanto a ser "amigo de Job", no, eso sí que no.
Por lo pronto, no estaba dando ningún "consejo" a nadies, sólo conté un lance que tuve y cómo lo resolví, no fuera que le sirviera a alguno...
Pero no, insisto: no quise, ni quiero "convencer" a nadie de nada, excepción hecha de una sola cosa: que estos asuntos son importantes.
Fuerte abrazo, etc.
J.T.
Don Tollers:
ResponderEliminarYa sé que no estaba intentando convencer a nadie, y lo de "amigo de Job" no lo dije por Ud.
Lo que no me convence es el "consejo" de Lewis. Aquello de que ante una pena miremos la "pena de Dios". Eso se me hace consejo de amigo de Job. Lo podemos creer... teóricamente.
Pero ante una pena que se nos ha encarnado, no sé si un argumento así consuela. Personalmente, a mí, no me consuela. Y lo que no me "convence" es que a Ud. en aquel tiempo lo haya consolado (quizá ahora, a la distancia, sí).
En su imprescindible espacio virtual (no sé cómo llamarlo: blog, web... Et voilà) nos tradujo un lindo texto de la Weil. Y creo que la cosa va por ahí.
Ante la pena, ante las tragedias, ante los dolores que no buscamos ni merecemos (o que, por lo menos, así se nos presentan), si acaso no nos queda más que rendirnos ante el misterio.
Podemos, tal vez, intentar explicarlo (à la Lewis), pero nunca vamos a poder comprenderlo (ni, mucho menos, comprehenderlo).
Creo.
Benigno, su consejo no es original sino una especie de epidemia que causa estragos entre los titulares de cuentas de Facebook.
ResponderEliminarEl pasado tiene su función, sea como sea el pasado, y no conviene "desenterrar" a los muertos. Para los que entienden derecho, es algo así como la "preclusión".
A mi me pasó lo te Tollers, y lo sufrí más que Tollers, porque me pasó a mí (y el lo sufrió más que yo, porque le pasó a él), pero en vez de leer los cuatro amores me las agarré a patadas con todo lo bueno, lo bello y lo puro. (¿me falló la Providencia?)Yo diría que no.
Me enojé. Tiré la chancleta.
Y no obstante fue otro camino de ascenso, previo descenso, off course. Pero fue también por la gracia de Dios, que no por designio propio, el que se me diera una nueva oportunidad, previo habérseme perdonado mucho.
Hay muchos caminos al Manantial, con más o menos pozos, con más o menos obstáculos, pero la sed es la misma.
Vamo'a ver si shegamo (o si nos llevan).
Leogoldo.
No sé si es bueno desenterrar deliberadamente el pasado. Por eso no tengo facebook y sí twitter (como un anónimo), no quiero que me contacte gente del secundario.
ResponderEliminarPero sí me ha resultado gratificante encontrarme tras muchos años de nuevo con gente de mi pasado, de modo fortuito, en el subte, o en una parada de colectivo.
En general esos reencuentros sólo alcanzan para charlas de unos pocos minutos en las que se cuentan cómo les fue en la vida muy abreviadamente.
Con saber cómo se ven actualmente y cómo les fue en la vida a esas personas del pasado que uno ya no ve pero en las que todavía piensa, alcanza.
Pero me desagrada la idea de reiniciar una relación perimida.
Saludos
Ex-luterano
La Divina Providencia sabe buscar la ocasión para quitar las costras del alma.... si Fray Agrícola pero siempre y cuando usted interceda por esa persona, asi como por arte de magia no.
ResponderEliminarAnónimo del 17 de septiembre de 2012 08:29:
ResponderEliminarLa Providencia nos regala a los melancólicos cierta intensidad en nuestro dolor que es una cruz y un don, nos hace saborear las cosas con un detalle, con un detenimiento eviterno, pareciera que el tiempo no quiere avanzar, sentimos el peso infinito de cada segundo como una puñalada. Las costras se caerán, pero la cicatriz dejó su surco, no somos igual después de algo así y cada tanto miramos la herida y no podemos más que revivir el sufrimiento. Nos queda sólo apagar el entendimiento y saborear la amargura con algún whisky, no tratar de descubrir ocultas Voluntades divinas, sino resignarse a no saber el por qué, resignarse a todo consuelo, al de la presencia del bien amado y a la presencia de algo tan básico como el de una explicación.
La Providencia interviene muy activa pero creame que no mitiga ni un ápice la pena, misteriosamente la deja intacta mientras que trata de voltear al damaged kid hacia Ella.
Brok n' Dummy.