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domingo, 29 de marzo de 2020

La peste. Rarezas y previsiones


Estamos viviendo días extraños, históricos sin duda alguna, y las reflexiones que hacemos tienen la carencia propia de la inmediatez en la que nacen, por lo que siempre tendrán que ser cuidadosamente sopesadas y relativizadas.
1. La primera rareza de estos días es la peste misma. Se trata de una epidemia prevista por loco o cuerdos, poco importa en este caso, (video de hace siete años), planificada y con números que no cierran (aquí). Los enlaces que comparto son apenas una mínima muestra de lo que puede verse y escucharse. Se trata de archivos y de números. No estamos negando los muertos y las situaciones trágicas y extremas que se están viviendo en Italia y España, y que se vivirán en estos días en otros países. Se trata de alejar el zoom y tratar de tomar distancia por un momento del instante. Y lo que concluimos es que estamos siendo víctimas de un formidable experimento de disciplinamiento social, con consecuencias inimaginables, y la peor de todas no será ni de lejos los miles de muertos por el coronavirus sino los que morirán por la destrucción de la economía a escala planetaria y por el aniquilamiento del tejido social.
Aunque quizás ni siquiera sea esta la peor consecuencia, sino otra, orwelliana y cercana al kali yuga. Sólo algunos ejemplos espigados de las noticias del fin de semana: Gordon Brown, ex premier británico, pide formalmente la constitución de un gobierno mundial “provisorio”, el gobierno de España autoriza el seguimiento permanente y en tiempo real (trackeo) de sus ciudadanos a través del celular y en Perú eximen de responsabilidad penal a militares y policías que disparen o maten a personas por incumplimiento de la cuarentena mientras patrullan las calles. 
Esto no es conspirativismo. Esto es leer los diarios con un mínimo de diakrisis
2. Si vemos lo que ocurre en la Iglesia, tenemos casos ejemplares de sacerdotes que han entregado literalmente su vida en el cumplimiento de su ministerio. Al conocido caso de don Giuseppe Berardelli, de Bérgamo, podemos agregar el de don Pedro Pérez, de Madrid, que se encuentra en estado grave en su casa parroquial y ha renunciado a ser internado en la sala de terapia intensiva a fin de dejar el lugar a otros pacientes. Muchos sacerdotes de Argentina, y seguramente de otros países, al tener sus iglesias cerradas pero al estarles permitida la circulación, se dedican a visitar hospitales, o bien, a las personas ancianas, enfermas o solas en sus casas, confesándolos y confortándolos con su palabra. Gran parte del bajo clero está demostrando la entrega propia de su misión que todos esperábamos y son una realidad reconfortante para el alma.
3. Gran parte, pero no todos. Hay ejemplos de la cobardía e indignidad de otra buena parte del clero. En alguna diócesis hay sacerdotes que tratar de encontrar excusas higiénicas para no acercarse a los eventuales enfermos y en otras se proponen soluciones estrambóticas para poder asistirlos, tales como dar al hospital entero la absolución colectiva desde detrás de una pared. La más curiosa e indignante que he escuchado proviene de una diócesis argentina donde el obispo (¿a pedido de los interesados?) ordenó que todos los sacerdotes mayores de 60 años permanezcan en sus casas sin salir por ningún motivo (ni siquiera llevar los sacramentos). Y alguno(s) de estos sacerdotes felizmente exceptuados, con anuencia del ordinario, ofrecen a los fieles más allegados a la parroquia, llevar el Santísimo Sacramento a sus casas a fin de que puedan rezar ante él, y el padre de familia pueda dar de comulgar a sus hijos. Nunca había escuchado tamaño disparate que está revelando la calidad de la fe en la presencia real de Nuestro Señor en la eucaristía que tiene esta gente, que la ofrece como si ofrecieran una estampita o una imagen de la Virgen peregrina. Los que se llenaban la boca con la cercanía y el olor oveja, ahora se esconden en sus establos. Y, seguramente, se dedicarán a seguir leyendo la Laudato sì
4. Los obispos, en tanto, siguen con sus idioteces. Basta mirar el boletín diario de noticias de Aica para ver a los mitrados parloteando acerca de cómo lavarnos las manos, por qué hay que permanecer encerrados y lugares comunes por el estilo. Estamos experimentando en estas situaciones difíciles las consecuencias de que la cúpula vaticana haya elegido durante décadas para el oficio episcopal a los peores representantes del clero: los más decadentes, los más obsecuentes, los más idiotas, los más manipulables por sus vicios y doble vidas, los más ignorantes y un largo etcétera del mismo género. Mientras excelentes y virtuosos sacerdotes, que los hay en todas las diócesis, transcurren sus vidas ignorados y perseguidos por el episcopado, a esta categoría se encaraman solo los más esmirriados.
5. Como señala la Specola diariamente en su blog, el Vaticano está desierto. Los augustos representantes de la Iglesia en salida y constructora de puentes se encuentran en su covachas, sin asomar siquiera la nariz, por temor a que el virus, que puede llegar a convertirse en un saludable vector sanitario para toda la Iglesia, se ensañe con ellos. Cuando pase la tormenta, creo que una de las conclusiones que sacaremos es que el modelo de Iglesia que se impuso desde el Vaticano II a esta parte y cuyos frutos más maduros y prometedores ocupan ahora los puestos de dirección, comenzando por la Sede de Pedro, ha sido un fracaso rotundo. No quedará más, espero, que barajar y dar de nuevo, si es que tenemos tiempo para otra partida.
6. El viernes, el Papa Francisco dirigió una extraña ceremonia en una solitaria Plaza de San Pedro. La escenografía fue soberbia y dejó atrás a Amarcord y Luchino Visconti la habría querido para alguna de sus películas. La ceremonia tuvo dos partes claramente diferenciadas y producto de dos autores. La primera, guionada seguramente por el mismo Papa Francisco, y la segunda (la adoración y bendición con el Santísimo Sacramento), en cambio, siguió el guión de la tradición litúrgica de la Iglesia. 
La primera parte dejó gusto a nada: lavada y aburrida, con un protagonista falto de ángel, aun cuando se empeñara por entornar los ojos de tanto en tanto para señalar al público las pretendidas agudezas de su ingenio. El sermón del Pontífice fue lamentable. Si leyéramos los sermones que nos dejaron los papas y santos de tiempos pasados que tuvieron que atravesar también tiempos de epidemias, encontraríamos un argumento central y único: hemos pecado, Dios nos castiga, recemos y hagamos penitencia para aplacar la ira divina y obtener su perdón. Ninguno de estos conceptos estuvo presente en el discurso pontificio. Dijo: “Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti”. Esta es la esencia de la religión del Papa Francisco: la fe no consiste en creer que Nuestro Señor existe, sino en confiar en “algo” que puede ser inexistente. Psicologismo puro, consejos de autoayuda al peor estilo Stamateas y emotivismo. ¿Tiene fe el Papa Francisco?
Y siguió más adelante: “(Tener fe en la cruz de Cristo) es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad”. Palabras escalofriantes como las anteriores, propias de un sociólogo de izquierdas y no del Sucesor de Pedro. 
Este parte francisquista de la ceremonia fue lúgubre y aburrida, muy parecida a un servicio religioso calvinista. Muchos dirán que no podía pretenderse otra cosa dadas las circunstancias. Y yo digo que la liturgia católica, aún en las ocasiones más tristes y trágicas, como puede ser el Viernes Santo o los funerales, nunca es aburrida y mucho menos lúgubre. Tiene una vivacidad y un espíritu que aquí no se encontró. Peor aún. La liturgia romana tiene previstas varias ceremonias impetratorias para tiempos difíciles. No sólo no se siguió ninguna de ellas, sino que se innovó hasta lo insólito. En este tipo de celebraciones, lo propio ha sido desde los primeros siglos, las letanías de los santos. De eso se trata; de implorar a toda la corte celestial que interceda por nosotros ante el trono del Dios Omnipotente. En este caso tuvimos letanías inventadas probablemente por el mismo Bergoglio (son propias de su estilo), dirigidas directamente a Dios Padre prescindiendo de los mediadores (el típico estilo protestante) e implorando, entre otras cosas, que nos libre de las fake news.
Lo cierto es que ante un mundo que se derrumba, la Iglesia, excepción hecho de un legión de buenos y santos sacerdotes, nos ha dejado abandonados en el vendaval. Nos ayude la Santísima Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra.


Dejo aquí la versión actualizada de las oraciones para los tiempos de peste y mortandad. Las mismas se rezan diariamente en la iglesia de Nuestra Señora de la Paz de Madrid, atendida por los sacerdotes del Instituto de Cristo Rey, a las 19:30 hs. (14:30 hs. hora argentina) seguida de la Santa Misa. Puede verse a través de Youtube en el canal del Instituo siguiendo este enlace
La Santa Misa puede seguirse también diariamente a las 19:30 hs. en el canal del P. Javier Olivera Ravasi.

jueves, 26 de marzo de 2020

Nuevos prefacios y nuevos santos


por Peter Kwasniewski

Hoy, en la fiesta de la Anunciación de la Santísima Virgen María, la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su calidad de sucesora de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, ha emitido dos decretos que actualizan el tradicional Missale Romanum tradicional (1962): Quo Magis, por el que se añaden siete prefacios, y Cum Sanctissima, por el que se dispone la celebración de la misa en honor de los santos canonizados después de 1960. Si bien hasta ahora los decretos propiamente dichos sólo se han publicado en latín, la Congregación ha ofrecido “presentaciones” informativas en varios idiomas. Si buscan un resumen exacto de todos estos documentos, con citas apropiadas, le recomiendo el post de Gregory Di Pippo en New Liturgical Movement. [Versión española aquí]

Quiero enfatizar que las siguientes son mis reacciones y observaciones iniciales. Mis primeras impresiones son favorables, pero el asunto es complejo y necesitará tiempo para reflexionar y digerir. Por lo tanto, lo primero que aconsejaría es paciencia. Nadie tiene que temer que esto sea un “Caballo de Troya” que amenaza con destruir la integridad del Vetus Ordo. Los decretos parecen, para mí, cuidadosamente pensados, y sé de hecho que fueron redactados sólo después de una amplia consulta con individuos y organizaciones que representan los intereses de los católicos tradicionales.
1) Trece años después de que el Papa Benedicto XVI mencionara (en 2007) que el misal antigüo podría ser ampliado con nuevos prefacios y nuevas fiestas de santos, la CDF ha anunciado ahora la forma en que esto puede ocurrir. Las disposiciones evitan pisotear lo que ya estaba en el calendario general del MR1962. Se aplica generosamente el principio de las conmemoraciones (es decir, ningún santo o fiesta o vigilia será “abandonado”, y se declara inviolables una larga lista de fiestas de tercera clase). En pocas palabras: ningún santo es eliminado del calendario o eliminado por otro santo “nuevo”.
2) La celebración de los santos canonizados después de 1960 es totalmente opcional: el Vaticano no exige pero permite (por ejemplo) que San Maximiliano Kolbe, San Pío de Pietralcina, Santa Teresa Benedicta de la Cruz o Santa Isabel de la Trinidad sean celebrados o conmemorados en sus fiestas designadas. Hay que tener en cuenta que un gran número de santos canonizados después de 1960 vivieron, de hecho, décadas o siglos antes de la reforma litúrgica y son igualmente santos de la Misa tridentina como cualquiera de los santos actualmente honrados en el antiguo calendario. De hecho, el Padre Pío, como detalla un libro reciente, se opuso con vehemencia a la reforma litúrgica tal como se desarrolló en los años sesenta hasta su muerte en 1968. Hay que tener en cuenta que el calendario del rito tradicional romano es extremadamente “amigable con los santos” y siempre ha acumulado fiestas y conmemoraciones, en contraste con la mentalidad que se refleja en el calendario general para el Novus Ordo aplicado por Pablo VI en 1969, del que se habían eliminado más de 300 santos (!). Nuestra actitud debería ser la opuesta.
(Es cierto que el pensamiento de un sacerdote joven y bien intencionado aunque inexperto conmemore a “San Pablo VI” en la misa tradicional es suficiente para hacer que mis vísceras se retuerzan y mi carne se arrastre, pero me resulta difícil imaginar que cualquier sacerdote bien informado que tenga el “pulso” de una congregación tradicional considere siquiera la posibilidad de celebrar la misa tradicional en honor de los santos controvertidos de tiempos más recientes, y mucho menos que lo haga realmente).
3) Se han añadido siete nuevos prefacios. De éstos, tres son prefacios neo-galicanos ya estaban contenidos en muchas ediciones del MR1962, siendo su uso ahora ilimitado (extrañamente, el prefacio propio de Adviento no está listado, pero seguiría siendo permisible bajo las condiciones anteriores), mientras que los otros cuatro están basados en fuentes antiguas y han sido redactados para armonizar con los otros prefacios tridentinos en su fraseología. Los textos de estos cuatro prefacios aún no han sido publicados.
Para las personas que se preguntan “¿Realmente necesitamos nuevos prefacios en la misa tradicional?”, mi respuesta es doble. a) No los NECESITAMOS, estrictamente hablando... pero el rito romano ha tenido un número variable de prefacios a lo largo de los siglos, y siete bellísimos prefacios no van a destrozar la Romanitas del rito romano. b) ¿Por qué no buscamos, para variar, el lado positivo? Aquí, por ejemplo, está el recién aprobado (pero con varios siglos de antigüedad) Prefacio del Santísimo Sacramento. ¡Es magnífico!

Verdaderamente es justo y necesario, correcto y para nuestra salvación, que te demos gracias en todo momento y en todo lugar a Ti, oh santo Señor, Padre todopoderoso, Dios eterno, a través de Cristo nuestro Señor: Quien, habiendo abolido las sombras vacías de las víctimas animales, ha hecho aceptable para nosotros el sacrificio de su propio Cuerpo y Sangre: para que en todo lugar se ofrezca a tu nombre esa oblación inmaculada, que sólo a ti te ha agradado. Por lo tanto, en este Misterio de inescrutable sabiduría e inmensa caridad, lo que una vez cumplió totalmente en la Cruz no cesa su maravillosa operación, Él mismo ofreciendo, Él mismo la Víctima. Y nos invita, constituyéndose en una sola víctima con Él, a este Sagrado Banquete, en el que Él mismo es recibido como nuestro alimento, se recuerda la memoria de su Pasión, se llena nuestra mente de gracia y se nos da una prenda de la futura gloria. Y por lo tanto con los Ángeles y Arcángeles, con los Tronos y Dominios, y con todas las huestes del ejército celestial, cantamos un himno a Tu gloria, diciendo siempre:...

Este prefacio está lleno de alusiones al Antiguo y Nuevo Testamento, e incluso al O Sacrum convivium de Santo Tomás de Aquino. La liturgia más rica del mundo occidental acaba de enriquecerse. Personalmente, estoy deseando que nuestro sacerdote local de la FSSP use este prefacio en Corpus Christi o en una misa votiva del Santísimo Sacramento.
4) Tomó trece años para llegar a estas decisiones, y ahora que los decretos se publican, las nuevas posibilidades son opcionales. Así es como debe hacerse la reforma litúrgica: como le gusta decir a Gregorio DiPippo, “sube la bandera por el asta y mira quién saluda; si nadie saluda, bájala”. Esto está muy lejos de la draconiana imposición del Novus Ordo bajo Pablo VI. De hecho, se podría decir que los decretos representan un suave estímulo para el desarrollo orgánico: “Aquí están las posibilidades; úsenlas cuando puedan ser útiles”, y elimina el reproche de que el MR1962 está congelado y petrificado.
Desde este punto de vista, las nuevas disposiciones encajan bien con el movimiento mundial para recuperar la Semana Santa anterior a los años ’50 y otras glorias del antiguo rito que fueron dañadas bajo el Papa Pío XII. Estamos viendo una liturgia viva, no algo que sólo existe en los libros impresos en un cierto año arbitrario, y que refleja la mentalidad de los reformadores litúrgicos de ese período.
5) El decreto sobre los santos señala sutilmente que, por una parte, se debe dejar a discreción de los superiores (no al celebrante) qué disposiciones se utilizarán; y por otra parte, que el rito romano tradicional ha visto en el pasado misas santorales y devocionales opcionales: “durante el período post-tridentino, y hasta la reforma rubrica llevada a cabo por el Papa San Pío X, el calendario incluía no menos de veinticinco de estas llamadas fiestas ad libitum”.
Si bien es cierto que uno de los grandes alardes de la liturgia tradicional es su estabilidad, fijeza, constancia y previsibilidad, también es cierto que siempre ha habido opciones menores a discreción o elección del celebrante. Algunos Comunes presentan lecturas alternativas. Algunos santos pueden ser celebrados en su totalidad o mencionados como conmemoraciones en un formulario dominical. Existen costumbres para el uso de misas votivas, pero como su propio nombre indica, “votivo” es una ofrenda de libre elección; nadie necesita decir esta o aquella misa votiva en una feria determinada.
Sin embargo, estas pequeñas opciones encajan en un patrón más amplio: una vez que el sacerdote se compromete a una misa determinada, todo se explica con antelación; no hay lugar para “adaptaciones pastorales”, para una liturgia de “hágalo usted mismo” construida a partir de bloques modulares. En este sentido, los nuevos decretos no modifican en nada los puntos fuertes de la misa tradicional, ni la acercan en nada al Novus Ordo.
6) Uno de los elementos más notables de Cum Sanctissima está escondido, en cierto modo, en la letra pequeña. En 1960 se tomó la decisión de privilegiar las ferias de Cuaresma de tal manera que las fiestas de los santos más importantes, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, San Gregorio Magno, San Benito de Nursia, el Arcángel Gabriel y San León Magno, se redujeron a meras conmemoraciones, lo que significó que, como señala Gregorio DiPippo, “a todos los efectos [fueron] abolidas del Calendario General”. El nuevo decreto establece ahora que las fiestas de los santos más destacados durante la Cuaresma (santos que el decreto enumera, dando razones de su listado) pueden triunfar sobre la feria de la Cuaresma, que en cambio se conmemorará. De este modo, Cum Sanctissima es un documento que desmodernaniza el rito tridentino, liberándolo de un pesado prejuicio del Movimiento Litúrgico.
7) He argumentado enérgicamente que los ritos litúrgicos se desarrollan en una perfección de forma y contenido que hace inútil un mayor desarrollo, y descarta por completo la legitimidad del tipo de renovación que produjo el Novus Ordo. Pero las adiciones menores siempre han sido parte de la historia de los ritos litúrgicos, y siempre lo serán. Las adiciones son cosa muy diferentes de las expurgaciones, abreviaturas o reescrituras ideológicas. Coincido con varios comentaristas que han señalado que el anuncio de hoy ahoga efectivamente a cualquier crítico cuya objeción a la misa tradicional es que está “congelado en el tiempo”. No sólo no está tan congelado, sino que cada año que pasa ha sido testigo de la recuperación de toda la herencia del rito tridentino, como se recuperó la Semana Santa anterior al 55, como se doblan las casullas en los días de penitencia, como reaparece la gran vigilia de Pentecostés, etc. Lo que estamos viendo, y gracias a Dios por ello, es una liturgia viva que es verdaderamente tradicional, eliminando las indeseables modernizaciones que prepararon el camino para el revolucionario Novus Ordo de Pablo VI - una pieza de época que ahora parece más anticuada que la eterna pero intensamente presente Misa de las Edades.
En conclusión: todo esto requerirá una mayor reflexión, por supuesto, pero aprecio la modestia, discreción y cuidado que se puso en los decretos y disposiciones.



Entrada original en el blog 1Peter5

Oraciones para rezar en tiempos de pestes y mortandad, preparado por los padres del Instituto Cristo Rey de Madrid. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

La peste: un sano ejercicio de la memoria


El P. Javier Olivera Ravasi ha publicado hoy en su blog un interesante artículo en el que recurre al sano e imprescindible ejercicio de la memoria. ¿Qué hizo la Iglesia en tiempos similares al nuestro? 
Lo reproduzco aquí con su autorización:


Entre las cosas que nos preguntamos aquellos a quienes nos gusta la historia hay una que es permanente:
¿Y cómo hacían antes?.
Y esto, quizás, por ese hábito de buscar en el pasado (en la “memoria”, que es parte cuasi-integral de la prudencia, como dice Santo Tomás), lo que termina siendo una guía para el presente y el futuro.
Al menos el presente y el futuro probable.
Es por esto que, quizás, el gran Cicerón dijo que “la historia es maestra de la vida” (magistra vitae); porque nos enseña a vivir. Y a morir…
Incluso en tiempos de coronavirus.
Pensando y re-pensando entonces, en estos días lo de nuestros templos vacíos, dimos con la historia de la famosa fiebre amarilla de Buenos Aires (1871) que, de una ciudad de 180.000 habitantes, se llevó a 13.600, según los datos oficiales aproximados.
Lo que esos mismos datos no narran es que hubo un grupo social entre los fallecidos que, contrariamente a lo que el presidente (masón) Sarmiento haría por ese entonces (se escaparía a la ciudad de Mercedes, huyendo del contagio) vivió y murió codo a codo con los enfermos. Nos referimos a los 67 sacerdotes del clero de Buenos Aires que perdieron heroicamente la vida atendiendo y ayudando a enfermos y moribundos.
De doscientos noventa y dos sacerdotes que había por entonces en la ciudad ocupándose del prójimo, el 22 % perdió la vida, en comparación con sólo doce médicos, dos practicantes, cuatro miembros de la Comisión Popular y veintidós integrantes del Consejo de Higiene Pública.
Es a ellos a quienes, en pleno debate parlamentario acerca de la separación Iglesia y Estado, Guillermo Rawson se referiría a fines del siglo XIX:
“He visto también, señores, en altas horas de la noche, en medio de aquella pavorosa soledad, a un hombre vestido de negro, caminando por aquellas desiertas calles. Era el sacerdote, que iba a llevar la última palabra de consuelo al moribundo. Sesenta y siete sacerdotes cayeron en aquella terrible lucha; y declaro que este es un alto honor para el clero católico de Buenos Aires, y agrego, que es una prueba de que no necesita ese culto del apoyo miserable que pensamos darle”[A. MARTÍNEZ, Escritos y discursos del Doctor Guillermo Rawson, Buenos Aires, 1891, Tomo I, 45].
Honor y gloria, entonces, a aquellos hombres de negro, hoy recordados en un olvidado monumento en el Parque Ameghino.

– ¿Y qué pasaba con los templos?
La epidemia de la fiebre amarilla atacó a Buenos Aires en la misma época que ahora el Coronavirus. Para el inicio de año. Y no terminó hasta la mitad de ese año.
Y los templos… también fueron cerrados…
“Claro –se nos dirá– pero la historia nunca es igual: una cosa fue la tremenda fiebre amarilla (que no perdonaba a nadie) y otra el actual coronavirus», una epidemia que, al parecer, es letal sólo para los mayores y más vulnerables y que, lo que denota es doble:
– Un gran laboratorio de dominación de las masas.
– Una tremenda falta de Fe de muchos católicos -aún de los más «ortodoxos»- que temen desmesuradamente a la muerte.
Pero quizás sea aún demasiado pronto para hacer análisis o para reconocer si, estrictamente, era o no necesaria la clausura de nuestros templos. Lo que si sabemos es que, hubo un tiempo de epidemias duras en que los templos se cerraron por mandato del gobierno y con la anuencia de la Iglesia.
Ni misas públicas ni nada de nada. Todos a sus casas. Así nomás: 
“Día 31 de marzo (1871): Prohíbense funciones de Iglesia […]”[M. NAVARRO, Diario de la epidemia (en adelante DMN), Buenos Aires, 1871.]
Punto.
Ni la Semana Santa de ese año se salvó, siendo el pico de cantidad de muertos; más de 500 por día, de allí que la Comisión de Salubridad solicitase a Mons. Aneiros, por entonces Vicario Apostólico de Buenos Aires (dos años después sería nombrado su Arzobispo), la suspensión de las celebraciones propias de la Semana Mayor.
Y así se hizo:
El Vicario Capitular, Buenos Aires, Marzo 31 de 1871. A los señores Párrocos, Prelados Regulares y Capellanes de las Iglesias. Doloroso es al infrascrito tener que prohibir en la Semana Mayor, la solemnidad del culto, sus funciones de concurso, maitines cantados, estaciones de concurso y sermones, pudiendo hacerse todo el oficio demás rezado y cantado. Prohibimos la aglomeración y en las Iglesias pequeñas, reuniones de más de veinte personas. Encargando la ejecución a los señores curas, les recomendamos exhorten al pueblo que santifiquen estos días con doble empeño, aunque sea privadamente con la oración, con los sacramentos, lectura de la Pasión de Nuestro Señor y otras análogas y con obras de caridad cuando pudiesen. Aunque se tenga en veneración y depósito la Sagrada Hostia el jueves santo, será con sujeción a estas disposiciones, sin mayor adorno, y cerrándose la Iglesia a la noche. Nuevamente se recomienda el aseo y la ventilación. F. Aneiros .[LT, 2 de abril de 1871].
De allí que algunos, desde el diario La Tribuna escribiesen:
“El mismo Señor Obispo, comprendiéndolo así, y a instancias de la Comisión Popular de Salubridad, ha ordenado la suspensión de todas esas fiestas. No importa. Haremos un templo en nuestros pechos y dentro de él elevaremos nuestras preces fervientes.  Así, veneraremos al Mártir de los mártires, reforzaremos nuestro ánimo, tan necesario para continuar la tarea, y alcanzaremos la salvación de un pueblo sumido hoy en el dolor y el desconsuelo”[Diario La Tribuna (desde ahora, LT), 2 de abril de 1871].
Los templos cerrados, entonces. Pero no por ello la Iglesia cesó de atender a los enfermos y moribundos, celebrando, al mismo tiempo misas privadas, rogativas, novenas y hasta repartiendo oraciones dirigidas a la Madre de Dios para que terminase con la epidemia:
Virgen inmaculada, Refugio de los pecadores, Consuelos de los afligidos, Esperanza de los atribulados, os suplicamos con todo el afecto de nuestro corazón contrito y humillado, interpongáis vuestra intercesión para con el Dios de las misericordias, que no desea la muerte, sino la conversión de nosotros miserables pecadores, para que se digne mirar con ojos de compasión y de clemencia la aflicción de su pueblo. Haced, os pedimos, que ordene al Ángel ministro de su justa indignación, que hemos nosotros provocado con nuestras muchas culpas, que vuelva a la vaina la espada fulminante que tiene desenvainada para nuestro exterminio, y que se aleje de ESTA CIUDAD, devota vuestra, el azote terrible de la pestilencia, que tan de cerca le está amenazando […][AGN, Archivo y colección de Andrés Lamas, legajo 2672, Buenos Aires, 1997, Oraciones para pedir a Dios nos preserve de la peste de 1871 (cfr. Jorge Ignacio García Cuerva, “La Iglesia en Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871”, en Teología 82 [2003/2] 115-147)].
Templos cerrados, curas heroicos y devoción a Maria Santísima entonces. Y si nos llegase a tocar (como es previsible) una Semana Santa con templos aún cerrados, una vez más, haremos un templo en nuestros pechos y dentro de él elevaremos nuestras preces fervientes venerando al Mártir de los mártires.
A Aquél que murió
Pero que está vivo.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE



lunes, 23 de marzo de 2020

Insensatez


Lo evidente no puede ser negado porque aparece a la vista, y a nuestra tele-vista aparece la tragedia que se está viviendo en Italia y España, la que es confirmada por los amigos que muchos tenemos viviendo allí. Sin embargo, este rasgo de sensatez no puede llevarnos a caer en insensateces. 
Poco importa si el virus salió de una sopa de murciélago o del laboratorio del siempre malvado Profesor Neurus. Lo cierto es que estamos frente a un formidable experimento de disciplina social. Una nueva Triple Entente conformada por gobiernos, científicos y medios de comunicación, y caldeada por las redes sociales, ha logrado en cuestión de días sumir a la totalidad de la población mundial en un estado de terror, quizás peor al que instaló Stalin en la Unión Soviética. En Argentina, la inmensa mayoría de ciudades y pueblos no tienen ningún infectado con coronavirus, y el bichito más cercano se encuentra a trescientos kilómetros de distancia. Sin embargo, sus pobladores no pueden salir ni a la vereda de sus casas, y no solamente porque arriesgan a que la policía los encarcele o multe, sino porque están aterrorizados y en sus fantasías más o menos consentidas, el virus se desplaza en una pesada e invisible nube que cuelga sobre sus casas. Es insensato.
Me comentaba un amigo español que la experiencia de caminar en pleno día por las calles de la ciudad donde vive es similar a introducirse en una película distópica; y yo añado que también  en las novelas que varias veces leímos con cierto placer, como la de Benson o la de Orwell. Lo que nos parecía una situación tan lejana e improbable que nosotros no veríamos, si es que alguna vez ocurría, está sucediendo en estos momentos. Lo importante es que no se trata solamente de ficciones literarias: detrás hay profecías reveladas, y sería insensato actuar como hombres del mundo y desoírlas.
Ciertamente, cuando el coronavirus se disuelva, viviremos un nuevo mundo en el que buena parte de lo que conocíamos habrá cambiado. No es cuestión de negar el famoso reseteo porque sea aventado por algunos enardecidos. Hace años ya que cualquiera que se pusiera a pensar con sentido común se daba cuenta que era necesario que la cantidad sideral de dinero que se movía en el mundo sin respaldo en cosas reales, y que enriquecía a unos cuantos, provocara en algún momento una explosión. Y es lo que estamos viendo: una explosión controlada que volverá el contador a cero. Veremos qué tipo de medidas políticas conllevará esta nueva situación, pero sería insensato pensar que la plaga es solamente una tormenta que, una vez que pase, volverá a reinar la calma. 
Una de las mayores insensateces es la de la Iglesia, muy bien ilustrada con la fotografía del imbécil que prefiere celebrar versus selfiem que versus Deum. El Papa en la última semana ha concedido entrevistas a dos de los programas más ateos y anticristianos de España, diciendo cosas tan insustanciales que los episodios ni siquiera fueron mencionados en los medios masivos. Esa es la realidad. La Iglesia perdió todo protagonismo; aquella que en otras situaciones similares lideró la lucha contra las pestes, ahora se encuentra acurrucada, temblorosa e ignorada por el mundo. No sólo ya no tenemos abnegadas religiosas atendiendo a los enfermos en los hospitales, sino que aún muchos sacerdotes proponen insólitas maniobras para evitar acercarse a los centros de atención de enfermos por temor al contagio.
¿Debemos asombrarnos de la imbecilidad de nuestros obispos y sacerdotes? Era lo previsible. El proceso iniciado por Juan XXIII (curiosamente nacido en Bérgamo) y por Pablo VI (curiosamente nacido en Brescia), y viralizado por Juan Pablo II no podía terminar de otra manera. Esta crisis planetaria podría haber sido la oportunidad para que la Iglesia retomara el rol y la posición que había perdido hace muchas décadas, o siglos, pero es imposible. No hay con qué. Y aunque los ejemplos son innecesarios, veamos este breve video de tres imbéciles que superan con creces a Moe, Larry y Curly, o leamos el curriculum del último obispo que nombró el papa Francisco para Argentina el jueves pasado: un fraile capuchino cuyo máximo grado académico —una modesta licenciatura en teología—, fue obtenido con un tesis titulada: “‘Dónde estoy busco mi tierra’. Un acercamiento teológico pastoral a la experiencia de la migración paraguaya en el barrio Rivadavia del Partido de Merlo, Provincia de Buenos Aires (1970-2017)”. Con semejantes estólidos en los puestos de dirección de la Iglesia, no sería de extrañar que, una vez pasada la crisis, asistamos también a una profunda reconfiguración de la misma.
Pero es necesario también mirar hacia dentro, hacia los que nos consideramos parte del profetizado pequeño rebaño. Y lo primero es reconocer nuestras propias miopías e insensateces. Vivíamos en un tiempo bonancible aunque creíamos estar atravesando una feroz tormenta. Declamábamos caminar en un valle de lágrimas pero, en realidad, paseábamos por un sendero rodeados de flores y sonrisas. ¿Oración? Sí, un poco y a las apuradas, convencidos que nuestras actividades apostólicas la suplían. ¿Penitencia? Escasa o inexistente. No era cuestión de ayunar porque se pasaba hambre, y no era cuestión de suspender el habitual asado de los viernes con los amigos porque era signo de jansenismo. Soñábamos con recrear la Edad Media cristiana pero, sin saberlo, aspirábamos a una Edad Media con aire acondicionado, como decía Senior. ¡Si somos incapaces de aceptar la muerte de los ancianos, que es la cosa más natural del mundo! Y aquí no es solamente la insensatez de curas que suben a las redes videos en los que lloran porque el coronavirus mató a una buena catequista que tenía… 80 años. Aunque suene duro, el famoso microbio está matando mayoritariamente a la gente que hace años debería estar muerta, y sigue viva por los artilugios de la medicina moderna. No me parecen mal esos avances; todos hacemos uso de ellos, pero asombra la reacción que tienen muchos sacerdotes y muchos fieles de los buenos, frente a la muerte. Los seres humanos nos morimos, y mientras más viejos somos, mayores son las chances de una muerte cercana. Pero los cristianos sabemos que, como decía el evangelio de ayer, somos hijos de la libre y no de la esclava, y estamos convencidos que vivimos en una pasajera ciudad terrenal y aspiramos a llegar a la Jerusalén celestial, para lo cual hay que atravesar el doloroso umbral de la muerte. Pero ahora caemos en la cuenta que estas verdades no eran más que declamaciones, y nos desesperamos, nos amargamos y explotamos en emotividades porque mueren quinientos ancianos por día, y por la posibilidad que entre ellos haya gente cercana, o nosotros mismos. Si hay que morir, se muere. Y esto no significa andar buscando irresponsablemente la muerte, sino simplemente aceptar lo dispuesto por la Divina Providencia. 

No sé si nuestra vida climatizada se terminó. Lo que sí resulta claro es que el coronavirus nos ha dado un buen remezón, que le viene muy bien al mundo y, sobre todo, nos viene muy bien a nosotros. 

viernes, 20 de marzo de 2020

Sensatez



No se trata de negar que la situación actual podrá ser utilizada para una ingeniería social de dimensiones planetarias. Tampoco que el Hijo de la Perdición pueda aprovecharse de esta calamidad para hacer de las suyas, sean éstas cuales fueren. Se trata de no caer en ideologías, justamente nosotros que alardeamos de nuestra fina capacidad para detectarlas. Se trata de ser realistas, y la realidad es que el Covid-19 es una peste gravísima, y esto no lo dicen los científicos financiados por Soros, sino la realidad de lo que está ocurriendo en Italia y España, por ahora.
Les dejo el comentario que envió al blog un médico español "nuestro":


Soy médico español, soy católico tradicionalista, leo a los clásicos, admiro a Ayuso y Castellani, y siempre que puedo voy a misa tradicional. Leo con gusto a Wanderer y soy lo más alejado a la complicidad con un gobierno mundial, no digamos anticristiano.
Queridos amigos argentos del otro lado del charco: no sé si el Covid-19 lo creó un laboratorio maligno, o fue una mutación animal debida a que los chinos comen toda clase de bichos asquerosos, como lo fueron otras pandemias.
Sí sé lo que estoy viendo: es un virus genéticamente pariente de la gripe, pero su comportamiento es mucho más agresivo: infecta más, da síntomas más tarde, y es muchísimo más mortífero.
Por favor, no se dejen engañar por las cifras de mortalidad global, tampoco la de los chinos, que son una dictadura mentirosa, apenas empezamos con este virus.
En Italia, y ahora en España, en las ciudades donde hay foco de coronavirus, los hospitales se colapsan con enfermos graves, una cuarta parte de ellos más o menos acaban precisando intubación y vigilancia, todos ellos alrededor de un mes. No sólo ancianitos muy enfermos, también jóvenes. Mueren muchos y muchos más que morirán. Muchos sanitarios también enferman y deben guardar cuarentena o incluso ingresarse también.
Ambas circunstancias hacen que si a usted, querido católico enemigo de las conspiraciones mundialistas, le acontece un infarto, o un edema agudo de pulmón, o un traumatismo grave accidental, o cualquier otra enfermedad importante es posible que ya no queden camas ni médicos para atenderle. Y se muera usted de enfermedades curables en pleno siglo XXI.
Tienen mi permiso para pensar mal de los dirigentes mundiales, pero les aseguro que en esto no han ido por delante del virus, sino a remolque. Quédense en casa, no esperen a tener muchos casos para empezar a preocuparse, porque para entonces ya estarán todos infectados (aunque aún no den síntomas).
Tal vez en climas tropicales sea menos virulenta, tal vez con más humedad haya menos casos. No lo sé. No intenten hacer la prueba. Mejor hacer una cuarentena hasta que alguno de los tratamientos que se están probando se demuestre eficaz.
El mundo no ha conocido nada igual desde la (mal) llamada "gripe española" hace un siglo.
Más vale empezar con rogativas y oraciones a Dios para que nos libre de esta plaga.
En Cristo Rey y Maria Regina

miércoles, 18 de marzo de 2020

El gran rebaño


por Eduardo Allegri

Con la autoridad que me han conferido los organismos internacionales como persona de riesgo, por mi edad entre otros defectos, digo, solamente por ahora, lo que sigue y a quien corresponda:
No me importa en lo más mínimo el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave y su secuela de la enfermedad del coronavirus 19.
No me interesa como noticia, no me interesa como histeria, no me interesa como tema de conversación, no me interesa particularmente como causal de muerte, no me interesa como terror pánico.
Dos cosas inmediatamente me interesan ahora:
1. Pase lo que pasare, incluyendo el valor simbólico que pueda tener el bicho y la situación que pueda generar en la salud, hay algo que ha pasado y está pasando de cierto. Si es intencional o no, me importa poco. Hay quienes pueden tomar nota del dato inédito y hacer con eso lo que peor les plazca: porque el dato está y es un hecho.
En muy poco tiempo se ha producido un fenómeno de disciplina social global como los hombres no vieron en toda su historia conocida. Disciplina social significa, ni más ni menos, una vía de una sola mano: órdenes y más órdenes de disciplina social, lo que todos tienen que hacer. Y crece cada día y no conozco, al menos un servidor, cuándo terminará si es que llega a terminar. De la otra parte, acoquinados por la histeria y el terror, los hombres se mueven como un cardumen, como una majada, al unísono. Han suspendido el juicio, la conciencia, el sentido común. Y lo están oblando en el altar de la disciplina global.
Esto terminará como fuere a terminar.
Pero el dato está. Un laboratorio cósmico, descomunal, de disciplina social como nunca se vio.
Los que pueden y quieren sacar conclusiones y más, datos muy precisos, de cómo se ha comportado la humanidad llamada a moverse al unísono al son de un silbato mundial, tienen ya y tendrán todavía más material de sobra. Plata no les falta, poder tampoco, ganas de poder, menos.
No hay conspiración alguna en lo que digo: el dato es el dato, el hecho es el hecho. Y he dicho que no me importa si esto que ocurre es a designio o salió de chiripa.
Pero el cardumen está. Sabrá quien se relama por manejar redes lo que podría hacer con eso.

2. Besos, abrazos, mates criollos y otros lazos entre las gentes son lo que son. Y hasta algunos de esos lazos pueden ser sobreactuados, modistos, estúpidos. Y cosas peores, como lijas de arquetipos, como en el caso del besuqueo masculino de estos últimos años en las pampas, a mi sabor.
Todos esos lazos y otros que no nombré, no son necesariamente signos del amor y menos de la caridad. Son lo que son. A veces un mismo signo puede significar significados distintos. Así son los signos.
Pero la disciplina de la que hablé ha llegado lo suficientemente lejos como para desabotonar a los hombres y a las mujeres, desabrocharlos a todos de todos, en una ablación de cuerpos o de cercanías, en una constante sospecha de lo que sea respecto del otro, separación, apartamiento, amputación, lejanías. Por edades, por procedencias, porque sí. Un estornudo espanta, una tos demuele el edificio de las amistades, un poco de fiebre condena al ostracismo.
Pero dicen los médicos que la cuarentena... Sí, claro.
¿Y los que no están enfermos ni contaminados, ni cerca de estarlo? (En algún momento habrá que hablar del "y si te toca, ¿qué?" y de alguito más serio todavía.)
Sobre más de 7 mil setecientos millones de humanos en el globo, hay, a la hora de este escrito (cambia segundo a segundo): 155.371 casos confirmados oficialmente, 5.802 muertos, 72.590 que sanaron.
Así las cosas, aunque el 0,0020% ha sido afectado directamente por la situación, el 99,9979% de los humanos del planeta, casas más casas menos, tiende a moverse en majada y cardumen, pero no juntos, sino separados, aislados, lejos uno del otro. Ni beso, ni abrazo, ni mano, ni cerca, ni mate, ni nada.
No es exactamente a esto a lo que se refiere ese pasaje del evangelio de san Mateo (24, 12). que dice aquello de que "al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará."
Pero tampoco me parece amañado suponer que este aislamiento cósmico no será despreciado, como antecedente, si alguna vez a algún pelafustán se le despierta el apetito de conducir a la majada, toda junta pero todos separados, no como un buen pastor precisamente.

Publicado originalmente en Revista Ens.


lunes, 16 de marzo de 2020

Cabalgando el coronavirus

Mientras nos encontramos en los comienzos de lo que se prevé una larga cabalgata sobre el coronavirus, podemos ya ir recogiendo algunas conclusiones preliminares:

1. Curiosamente y más allá de nuestras fantasías épicas, no es necesaria la llegada del Anticristo montado en un dragón escupiendo fuego y rodeado de una jauría de demonios aullando para desestabilizar al hombre y al mundo. Un virus con apenas el 5% de letalidad en el peor de los casos, es suficiente para hacerlo en apenas una semana. Somos mucho menos importantes de lo que pensamos, y el capitalismo globalizado es más frágil de lo que jamás se nos ocurrió suponer. 
Los gobiernos progres que denunciaban cualquier intento de aislamiento de los países más pobres y tendían puentes y abrían tranqueras, ahora se están encerrando a cal y canto: ni bolivianos ni paraguayos podrán ingresar al país, y nadie dice nada, ni siquiera Página 12. Sería interesante proponerle a los defensores de la ideología de género que lanzaran una agresiva campaña dirigida a las personas mayores a fin de enseñarles cómo autopercibirse como niños de diez años. De ese modo, evitarían todo riesgo. La naturaleza se impone y, cuando lo hace, las ideologías se desmoronan en cuestión de horas.
2. Otra enseñanza que nos deja el virus está relacionada con un tema que hemos tratado en otras ocasiones: el hombre moderno ha abandonado la racionalizad y la sensatez, y se mueve y toma decisiones teniendo en cuenta solamente las emociones. Circuló por la web una carta escrita por el coordinador de geriátricos de alguna zona de España en la que en un tono lastimero pedía a los sacerdotes, en pocas palabras, que impidieran que las personas mayores asistieran a misa porque los residentes en geriátricos son las primeras víctimas del coronavirus, es decir, de la muerte. Quienes viven en geriátricos y las personas mayores son las primeras que morirán, querámoslo o no, con coranavirus o sin coronavirus. En condiciones normales, el ser humano tiene una tasa de mortalidad del 100%. ¿Es que es necesario recordar que la vida humana es finita y que a los ochenta o noventa años la muerte está irremediablemente cerca? 
He visto el video de un sacerdote plañendo como una magdalena porque se contagió del coronavirus y porque ahora toda su casa, incluidas sus cortinas y su cama, están llenas del virus. Yo entiendo que las emociones son parte integrante de la naturaleza humana y no podemos prescindir de ellas, pero también sé que deben estar dominadas por la razón. ¡Habrase visto un pastor joven llorar frente a sus ovejas porque se agarró un gripe —que de eso no pasará en su caso— y porque los padres mayores de algunos feligreses están con coronavirus y probablemente mueran! After virtues, como dice McIntyre. Emotivismo puro. Tiene razón el Papa Francisco cuando habla de la peste del coronavirus y de la peste del miedo, y ésta es mucho más peligrosa que aquella. El miedo —que es una emoción—, desbocado puede llevar a situaciones mucho más graves que la que pueda provocarnos el bichito.
4. En el fondo, lo que le molesta al mundo y lo que le molesta a buena parte de los católicos es que el virus, y la naturaleza, no les obedezca. Nos malacostumbramos a dominar la naturaleza, y hacer del día noche, y del verano invierno con ayuda de nuestros artilugios tecnológicos. Lo que está sucediendo nos recuerda que, en realidad, somos incapaces de dominar siquiera a un microbio. Y nos viene bien recordarlo a todos, incluso a los que renegamos del mundo moderno y ansiamos, en la imaginación, vivir en tres acres de tierra con una vaca y cinco gallinas. Si aspiramos a ese retorno a la vida medieval, debemos aceptar también que aparezca un virus y se lleve en pocos días a los mayores y a los que no lo son tanto. 
En el fondo mas profundo, vemos una enorme falta de humildad y la consecuente incapacidad para someternos a la voluntad divina, aceptando que cargamos sobre nuestras espaldas el pecado original y todas sus consecuencias, nos guste o no.
5. Y cuando todo pase, quedarán ruinas. La crisis económica, como señalan los especialistas y los que no los somos podemos percibirlo, será brutal. Veremos si el capitalismo planetario es capaz de recuperarse de las heridas que está sufriendo. Y esto significa, entre otras muchísimas cosas, que millones de personas perderán sus empleos, y ya no podrán pagar sus hipotecas por lo que perderán sus casas, e imaginemos todo lo que sigue. 
Todos sabemos que un ambiente de catástrofe como el que se avecina es el momento propicio para la aparición de los grandes salvadores de la humanidad. Y me cuesta creer que a la humanidad actual le interese seguir a un líder cristiano, si es que este apareciera; la creo más propensa a seguir a Julián Felsenburgh, o a alguno de sus primos. 
6. La peste ha sido un medio privilegiado para comprobar la sinceridad de nuestros pastores. Corresponde destacar en primer lugar la actitud que tuvo ayer el Papa Francisco que se acercó a Santa María Maggiore a rezar a la Salus Populi Romani, y la imagen de su solitaria peregrinación por la vía del Corso para rezar ante el crucifico milagroso que se conserva en la iglesia de San Marcello, es reconfortante. Lo justo es justo.
Los episcopados, en cambio, han tenido una actitud indignante. En España, aunque el real decreto no prohibe los actos de culto —solamente indica que debe conservarse la distancia de un metro entre cada uno de los fieles—, la mayor parte de los obispos han prohibido las misas públicas. En Madrid, la única posibilidad de asistir a misa por estos días, es en la capilla de la Fraternidad San Pío X. Veremos qué pasa en Argentina con las disposiciones que tomó ayer el gobierno nacional. Sin embargo, importa destacar que, en al menos diez diócesis españolas, la misa se sigue celebrando con asistencia de fieles, y algunos obispos, como el de Jerez, están ofreciendo una mirada sobrenatural de la situación.

Y aquí cabe otra reflexión. En situaciones como estas, es necesario ser racionales y juiciosos, y evitar fundamentalismos. Nadie puede poner en duda que la distribución de la comunión en la boca es un fuente próxima de contagio. La opción, dice la mayoría, es comulgar en la mano. Para mí, esa no es una opción. Lo es, en cambio, no comulgar. Ya lo dije en otro post. Aunque nos cueste aceptarlo porque desde hace algunas décadas así se impuso, se pude ir a misa y no comulgar. Es lo que hicieron todos los católicos durante mas de mil quinientos años. La obligación es comulgar una vez al año, por Pascua de Resurrección. No es necesario comulgar diariamente, ni semanalmente, ni siquiera mensualmente. Si estamos en gracia, podemos recurrir a la comunión espiritual, que no es lo mismo que comunión sacramental, pero fue siempre recomendada por todos los santos y doctores. Y mal no nos va a venir privarnos durante algún tiempo de la Sagrada Eucaristía pues, como todo, hará que cuando retornemos a ella, más la valoremos. 


viernes, 13 de marzo de 2020

Tenía los pies de barro


Una estatua, una enorme estatua, de extraordinario brillo, de aspecto terrible, se levantaba ante ti. La cabeza de esta estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies parte de hierro y parte de arcilla. Tú estabas mirando, cuando de pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano alguna, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó. Entonces quedó pulverizado todo a la vez: hierro, arcilla, bronce, plata y oro; quedaron como el tamo de la era en verano, y el viento se lo llevó sin dejar rastro.

Daniel II, 31-35.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Rogativas

La situación es grave, y se agravará cada día más. Poco importa ya que el virus haya sido inoculado a la indefensa humanidad por los chinos, los rusos, los masones o los judíos. Lo importante es que está circulando y que, aunque “apenas mata a un 5% de los infectados” —como escribió ayer un  comentarista—, ese porcentaje decenas de miles de personas y es capaz de hacer saltar por los aires los sistemas de salud de todo el mundo. Eso implica que no solamente morirán los afectados por el coronavirus sino también todos los pacientes enfermos de cáncer, coronarios o accidentados que esperan ser atendidos en los hospitales. Y en Latinoamérica la cosa será peor porque los sistemas de salud son más pobres y menos dotados que los europeos.
Creo yo que faltan apenas semanas para que en Argentina se suspendan las clases, los encuentros masivos y, también, las celebraciones litúrgicas. No sería de extrañar que este año no tuviéramos celebraciones de Semana Santa.
Y es por eso que me animo a sugerirle a nuestros beneméritos y prudentes pastores que, además de lejías, geles y demás medidas profilácticas, consideren otra opción complementaria aunque no innovadora. ¿No pensaron que, para adelantarse a los hechos, sería más efectiva la oración que el Ayudín? Concretamente, ¿no pensaron en acudir a las oraciones y prácticas devocionales que, desde sus primeros siglos, adoptó la Iglesia para los tiempos de pestes y calamidades? Es verdad que contarán con el sarcasmo de Luciana Vázquez y las burlas de los periodistas de Clarín, pero cosas más graves hay en la vida.
En su columna de ayer, Enrique García Máiquez sugiere invocar a San Roque, el santo más pestífero que se conoce. O podríamos recurrir a la antiquísima devoción de los catorce Santos Auxiliadores, uno de los cuales es San Cristóbal, protector contra la peste bubónica, quien seguramente será entendido también en otro tipo de plagas.
Yo me atrevo a sugerir a nuestros pastores que ordenen rogativas, que era la práctica habitual de la Iglesia para pedir la protección contra los fenómenos naturales. Copio a continuación algunos párrafos del artículo que publicó hace algún tiempo el blog Magníficat al respecto: 

Según el calendario litúrgico tradicional, la Iglesia celebra las llamadas “Rogativas” durante los tres días previos a la Ascensión del Señor, vale decir, los días 37°, 38° y 39° después de la Pascua. Reciben este nombre las oraciones públicas hechas por la Iglesia en los tres días que preceden a la fiesta de la Ascensión, para pedir a Dios la conservación de los bienes de la tierra y la gracia de estar libres de los azotes y desgracias. El Directorio de piedad popular incluye las Rogativas dentro de las procesiones y las define como “una súplica pública de la bendición de Dios sobre los campos y sobre el trabajo del hombre, y tienen también un carácter penitencial” (núm. 245). Incluso, el mismo mismo V Domingo de Pascua recibe el nombre de "Domingo de Rogativas". La razón es que el Evangelio de esa domínica Cristo nos enseña que cuanto pidamos al Padre en su nombre nos será dado (Jn 16, 23). 
Se atribuye la institución de las rogativas a San Mamerto, obispo de Vienne, quien hacia 474 exhortó a los fieles del Valle del Ródano y del Delfinado a hacer oraciones, procesiones y obras de penitencia durante tres días a fin de aplacar la justicia divina y obtener la cesación de los terremotos, incendios y devastaciones de bestias feroces que afligían la zona. El resultado de estas oraciones hizo se continuasen como una manera de preservar al pueblo contra semejantes calamidades. En 816 el papa León III adoptó también las Rogativas en Roma, haciéndolas pronto extensivas a toda la Iglesia universal. La legislación civil dio respaldo a esta costumbre. Carlomagno y Carlos el Calvo prohibieron al pueblo trabajaren tales días y sus leyes fueron observadas durante largo tiempo. 
La estructura de las celebraciones litúrgicas de estos tres días previos a la Ascensión es doble, pues se contemplan las Rogativas propiamente tales y la Misa de Rogativas. 
Las Rogativas propiamente tales están compuestas por las Letanías de los Santos, los Salmos y las oraciones que se cantan durante la procesión. Ellas tienen por fin alejar del pueblo los azotes de la Divina Justicia y atraer las bendiciones de su misericordia sobre los sembrados. Se prescribe el color morado en señal de penitencia. Originalmente, esta procesión recorría todo el contorno del territorio jurisdiccional de la parroquia, deteniéndose en las cruces estacionales que servían de hitos. Este es el origen de las cruces que se encuentran en los caminos rurales de Europa y que todavía se puede ver en algunas zonas del campo chileno. 
La Misa de Rogativas tiene un propio que se repite durante el lunes, martes y miércoles que preceden a la fiesta de la Ascensión del Señor. El color litúrgico propio es el morado y durante la Misa no se enciende el cirio pascual. Todo el propio inculca cuál sea la eficacia de la oración del justo cuando es humilde, confiada y perseverante. Elías con su oración cerró y abrió los cielos en la prolongada sequía que afligió al pueblo de Israel (Epístola), y nuestro Señor mismo nos muestra mediante dos parábolas cómo Dios da su Espíritu Santo a los que se lo piden, porque es bueno y misericordioso (Evangelio y Aleluya). En nuestras aflicciones pongamos en Él nuestra confianza y seremos oídos (Introito y Oración).   
Tras la reforma posconciliar del calendario litúrgico, las Rogativas fueron conservadas, pero con indicación de que ellas pueden ser celebradas en cualquier tiempo, correspondiéndole a las respectivas conferencias episcopales fijar su disciplina (Ceremonial de los obispos, núm. 382, y Directorio de piedad popular, núm. 245). El Ceremonial de los obispos exhorta a los ordinarios a procurar la celebración de las Rogativas junto al pueblo que les sido confiado (núm. 383), y señala que para la Misa de cada uno de esos días se escogerá de entre las Misas para diversas necesidades aquella que sea más apropiada a la intención por la cual se hacen las súplicas (núm. 384).


He destacado en negritas el último párrafo para no asustar a obispos y sacerdotes que podrían pensar que estoy sugiriendo una práctica pre-conciliar, tridentina e integrista. Las rogativas son una opción de la liturgia reformada por Pablo VI. Nadie podrá acusarlos de tradicionalistas. Lo más grave que puede pasar es que los acusen de ultracatólicos, lo cual es un halago.
Y ya que las actuales directivas litúrgicas permiten celebrar en las rogativas la misa “más apropiada a la intención por la cual se hacen las súplicas”, me atrevo a sugerir que pude recuperarse la misa votiva que fue parte del misal romano hasta 1962, llamada pro vitanda mortalitate vel tempore pestilentiae, es decir, “Misa para evitar las mortandades o para el tiempo de pestes”. Pueden descargar los textos de esa misa desde aquí.

Que Dios nos pille confesados.