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domingo, 28 de febrero de 2021

El próximo Papa y la extinción de la vida religiosa

 

Uno de los temas más preocupantes que deberá enfrentar el sucesor del Papa Francisco será el del desmoronamiento y posible extinción de la vida religiosa. No hace falta extenderse demasiado para probar esta afirmación. El blog de la Cigüeña de la Torre lleva cuenta pormenorizada de las casas religiosas que desaparecen en las diócesis españolas. No pasa semana sin que no aparezca una o dos mala nueva de ese tipo. El proceso de desaparición es ya irreversible para muchas congregaciones, sobre todo las más pequeñas: los noviciados han cerrado definitivamente pues ya no tienen vocaciones, y las religiosas o religiosos que quedan, vegetan esperando la muerte, la suya propia y la de su congregación. Los obispos, en tanto, se frotan las manos porque generalmente los bienes (grandes colegios, residencias, edificios) son “vendidos” a las diócesis por precios irrisorios.


En otros casos, y a fin de sobrevivir, los superiores decidieron recibir en sus filas a lo que venga, cualquiera fuera la calidad del candidato. Presentan, entonces, noviciados con un número aceptable de vocaciones; la mayor parte de ellos desertará afortunadamente, pero la perspectiva de esos institutos regidos por los que quedan es espeluznante. Veamos un ejemplo. Hace muy pocos días se realizó en la casa de formación de la provincia argentina de los Hermanos de las Escuelas Cristianas o de Lasalle, el ingreso al postulantado de un joven. Aquí pueden ver la ceremonia, y aclaro que es real y que no se trata de un sketch grotesco de algún irreverente director italiano ni de una remake de La armada Brancaleone. El acto tiene lugar en una pequeña sala de estar; los miembros de la comunidad religiosa están en bermudas y tomando mate, durante la lectura del evangelio ni se mosquean y el melenudo del fondo continúa repantigado en su sillón, y cuando al nuevo postulante le cuelgan la crucecita al cuello que lo distinguirá en su nuevo carácter, todos hacen mohínes de señorita. Además de las recias voces varoniles de los protagonistas, lo que llama la atención es la inanidad de los personajes: un grupo de buenos para nada, mantenidos por una congregación hipermillonaria, que en una vida laicos serían incapaces de ganarse la vida, por holgazanes, por cortedad intelectual, por inútiles o por todo eso junto. ¿Qué futuro le espera a los lasallanos, y a tantos otros institutos que han seguido la misma política, cuando dentro de un década este lumpen se haga cargo de su gobierno?

Ciertamente, no podemos achacar esta situación al Papa Francisco. El decaimiento de la vida religiosa es uno de los problemas que más claramente pueden vincularse a los frutos del Concilio Vaticano II. Son muy conocidas las estadísticas que señalan el impacto destructivo que produjo el engendro del Papa Juan XXIII entre los religiosos: miles de de ellos dejaron los hábitos en el término de pocos años y los nuevos ingresos se redujeron drásticamente hasta desaparecer del todo. Bergoglio, en todo caso, comparte la responsabilidad de haber desvirtuado completamente el sentido misionero de la fe cristiana, proclamando a diestra y siniestra que no es necesario ser católico para salvarse, que todo da más o menos lo mismo, que las monjas son solteronas, que los curas tienen cara de pepinillos en vinagres y que los jóvenes piadosos tienen algún desorden psicológico. ¿Qué sentido puede tener, entonces, entrar en religión? ¿Por qué un joven hecho y derecho se decidiría a entrar a los Hermanos de Lasalle? Destruido el ideal cristiano de convertir a los demás a la fe y entregar la vida en holocausto al Señor, sólo ingresarán quien no sabe qué hacer de su vida, quien es un holgazán que busca una vida cómoda, quien es un pícaro ambicioso que sabe que en pocos años será el dueño virtual de un imperio inmobiliario y el CEO de una empresa educativa multinacional que genera millones al año, o un baldado que, de quedarse en el mundo, terminaría viviendo en la calle. Porque gastar la propia vida en el modelo que los jóvenes novicios lasallanos del video proponen, no puede entusiasmar a nadie. 

Es verdad también que la situación que se avecina permitirá llevar a cabo, por las malas, una purificación que era necesaria. En mi opinión, la proliferación incontrolada de la nuevas congregaciones religiosas, sobre todo femeninas, en el siglo XIX, fue un desacierto. Cada obispo quería tener su propia congregación diocesana y cada cura soñaba con ser padre fundador. Y había casos en que no se contentaban con fundar un solo instituto. Con todo el respeto que me merece San Arnoldo Janssen, suena medio raro que haya fundado tres congregaciones diferentes. O bien, era bastante habitual que, una vez muerto el fundador, las fundadas se pelearan entre ellas, y la congregación naciente, cual estrella de mar, se reprodujera por escisión, y de una salieran dos o tres nuevas congregaciones.  Si la vida religiosa logra sobrevivir, y si hay aún tiempo, creo que sería conveniente reducir y limitar los famosos “carismas” , y volver a un número sensato de institutos religiosos.

Por otro lado, esta cuasi desaparición de la vida religiosa tal como la conocimos será también un sinceramiento. Las congregaciones de vida activa nacieron fundamentalmente ordenadas a uno de estos tres objetivos: las misiones, la educación, o la protección de los más desamparados (enfermos, ancianos, niños, mujeres de la calle, etc.). Los misioneros han dejado ya de tener sentido por lo que ya mencionamos. Desde que se nos dijo hasta el cansancio que la Iglesia no debe reclamar para sí la exclusividad del camino del salvación; se nos habló de la dignidad de todas las religiones, aún las paganas; se nos sentenció a respetar el sacrosanto santuario de las conciencias y el Papa Francisco nos ha machado sobre la maldad del proselitismo, las misiones y los misioneros están demás. Un misionero católico en África, en la actualidad, sólo sirve para lograr que una aldea posea agua potable o para conseguir de la ONU algunas bolsas de trigo. 


Las congregaciones educadoras, si bien algunas pocas nacieron en el siglo XVI, su auge se dio después de la Revolución Francesa, cuando los Estados dejaron de ser católicos y en las escuelas públicas comenzaron a enseñarse los ideales revolucionarios. Los religiosos, entonces, aseguraban a las familias católicas que sus hijos serían educados en la fe y prevenidos de los peligros del nuevo mundo secular. Pero cuando el Vaticano II nos despabiló explicándonos las bondades del mundo, del que ahora debíamos ser estrechos amigos, y los papas posteriores se preocuparon de señalarnos los elementos valiosos que encuentran en los ideales revolucionarios, ¿para qué, entonces, procurar una enseñanza católica? Sumado a eso, el envejecimiento y falta de renovación de los religiosos, provocó que la mayor parte de las instituciones educativas católicas estén en la actualidad en manos de laicos, que se han convertido en meros gestores, preocupados en el mejor de los casos por elevar el nivel académico de esas instituciones y lograr así más alumnos, y más ingresos. Aceptan pasivamente todas las imposiciones del Estado en cuanto a la enseñanza de contenidos tales como educación sexual, ideología de género y otros similares, y la religiosidad se limita a una rápida oración mal hecha por las mañanas, y a una misa una vez por mes. Los obispos, en tanto, que debieran velar por estos colegios, se mantienen contentos y tranquilos si reciben mensualmente el cheque con el porcentaje de ingresos acordado. Salvo muy contadas excepciones, la vida religiosa dedicada a la educación no tiene ya ningún sentido. 

Aquellas instituciones, finalmente, dedicadas a la protección de los más necesitados, están también en problemas. Los hospitalarios, que son los que llevan la vida más dura, suelen tener un número aceptable de vocaciones, sencillamente porque son genuinas. Dedicar la vida a cuidar de noche a los enfermos, como las Siervas de María, es cosa seria. Las congregaciones empeñadas en el cuidado de los niños expósitos, desfallecen, entre otras razones, por los escándalos que han salido a luz. El aberrante caso de la perversión de varios miembros de la congregación fundada por Antonio Próvolo para la educación de los sordomudos es más que significativa. Y aquellos institutos dedicados al servicio de los pobres, quizás la mayoría de este rubro, han convertido a sus escasos miembros en asistentes sociales, activistas de barrio y organizadores de ollas populares. Para hacer eso no es necesario consagrarse a Dios. 

Es verdad que hay algunos pocos casos de comunidades religiosas florecientes. Algunas provincias de órdenes religiosas seculares, por ejemplo, han logrado mantenerse fieles a la fe y a los ideales fundacionales, y las vocaciones no le faltan. Algunos institutos nacidos al calor del entusiasmo juanpablista y arropados por él, continúan con buen número de ingresos pero buena parte de ellos están heridos de muerte debido a los escándalos sexuales protagonizados por sus fundadores, que no dejan de crecer y de comprometer cada vez a más miembros. Los institutos tradicionales, amparados por la ex-Comisión Ecclesia Dei, tiene también vocaciones pero hay que reconocer que todos estos casos juntos no son más que una gota en el mar y que, además, tienen a todo el episcopado en contra esperando cortarles la cabeza cuando apenas tengan oportunidad. No les veo mucho futuro, al menos como esperanza de restauración de la vida religiosa.   

Mucho me temo, entonces, que el próximo Sumo Pontífice tenga que enfrentarse a la desaparición de la vida religiosa tal como la Iglesia la conoció a partir del siglo XVI. Y, como en todo aquello en lo que interviene la Providencia, me pregunto si no será mejor así. 


miércoles, 24 de febrero de 2021

Magisterio ordinario

 

"Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático". 

Papa Francisco,  Laudato sì, n. 23.


Nevada en Arabia Saudita, 15 de enero de 2021.
Temperatura mínima promedio en enero en Arabia Saudita: 20°




Nevada en Dallas, Texas, 19 de febrero de 2021.
Temperatura mínima promedio en Dallas en enero: 14°


Nevada en Atenas el 17 de febrero de 2021.
Temperatura mínima promedio en enero de Atenas: 13°






sábado, 20 de febrero de 2021

El marqués del Grillo

 

En Roma, detrás del Foro de Trajano y apenas pasando la sede italiana de la Orden de Malta, se forma una extraña esquina de dos calles que asciende abruptamente: la via degli Ibernesi, que recorre apenas unos metros para desembocar en via Baccina, y la Salita del Grillo, es decir, la “subida del Grillo”. Su nombre no homenajea a ningún insecto sino a los marqueses del Grillo que tenían su palacio ubicado en ese lugar. Y el más famoso de ellos, Onofrio, fue retratado en una película de Mario Monicelli estrenada en 1981 y protagonizada por el genial Alberto Sordi. 


El casi desconocido filme, es una magistral comedia que pinta de un modo ácido y descarnado la sociedad romana durante el pontificado de Pío VII, mientras la Urbe estaba ocupada por las tropas napoleónicas. Es una perfecta farsa que relata de modo satírico y burlesco los aspectos más groseros de las conductas de los eclesiásticos y seglares de ese ambiente, en que el hay mucho de exageración pero también mucho de verdad.

Onofrio del Grillo es un pícaro e indecente miembro de la nobleza negra y como tal de la Guardia Noble pontificia, integrada por viejos decrépitos, infradotados mentales y afeminados. Es perezoso y lujurioso. Traba estrecha amistad con los invasores franceses; durante su turno de guardia en el palacio pontificio se dedica a realizar carreras de ranas y no le importa abandonar su puesto para pescar in fraganti a una de sus amantes en un momento de infidelidad. Su madre, la anciana marquesa, profundamente católica y fiel al Pontífice, no repara en mandar a la guillotina a un pobre carbonero para salvar a su hijo de una de sus trastadas. En fin, Monicelli se encarga de mostrar a través de una comedia que la Iglesia católica, su doctrina, su moral y su jerarquía son solamente una farsa, un modo de pasar la vida con cierta comodidad de acuerdo a los vericuetos psicológicos de cada uno. Los dogmas y principios se adaptan según lo requieran las circunstancias o lo paguen los dineros y, en última instancia, la fe conservada y transmitida por la Iglesia no es más que una ficción creada para el consumo de una multitud a fin de que goce una minoría, a tal punto que en la película tiene más mérito y cosecha más simpatías un cura apóstata y asesino, convertido en salteador de caminos, que el mismo Pío VII.

Volví a ver la película hace unos pocos días y no pude dejar de pensar en el Papa Francisco quien pareciera que no es más que el reflejo del marqués del Grillo, sin la maestría ni la gracia de Sordi. Pícaro como Onofrio, su trabajo durante estos casi ocho años de pontificado ha sido convertir a la Iglesia en una farsa a los ojos del mundo, y de los mismos fieles. En un cruel canibalismo institucional, se ha gozado en exponer los defectos de la Iglesia de Cristo  y criticarlos con sorna e imágenes peyorativas; se ha aliado con sus enemigos y hecho causa común con ellos; se ha burlado incluso de las prácticas de piedad más tradicionales (basta recordar que llamó semipelagianos a un grupo de fieles que le habían ofrecido miles de rosarios por sus intenciones); se resiste a usar las vestimentas propias de su figura, a las que considera propias de un carnaval y provoca el espanto y burla de propios y ajenos en su diarias intervenciones públicas, en las que deja ver su indigencia teológica.

En los últimos días, sin embargo, su similitud con el marqués del Grillo alcanzó un nuevo pico. En un mensaje al director de la FAO sobre las importancia de las legumbres, afirmó que: “Las legumbres son un alimento noble con enorme potencial para reforzar la seguridad alimentaria a nivel mundial. Carecen de soberbia y no reflejan lujo, al tiempo que constituyen un componente esencial de las dietas saludables. Se trata de alimentos simples y nutritivos que superan barreras geográficas, pertenencias sociales y culturas. Lentejas, porotos, arvejas o garbanzos se pueden encontrar en las mesas de muchas familias, ya que logran satisfacer variadas necesidades proteicas en nuestras dietas diarias. […] seamos vigorosos y resilientes como las legumbres y nos unamos para acabar, de una vez por todas, con el hambre”. 

¿Alguien puede negar la desvergüenza de este hombre? ¿A quién se le ocurre atribuir virtudes morales como la humildad, la fortaleza y la “resiliencia” a los porotos”? Como bien acotaba Specola, agradezcamos que al Romano Pontífice no se le ocurrió hacer referencia a los efectos secundarios de frijoles y garbanzos tales como trastornos digestivos, excesos de gases, flatulencias humillantes , dolores y retortijones.

El proclamadamente ateo Mario Monicelli utilizó al marqués del Grillo como vehículo para satirizar a la Iglesia a través de una película que pasó sin pena ni gloria. No sabemos quién esta utilizando a Bergoglio como vehículo para satirizar nuevamente a Iglesia, esta vez en su realidad más cruda.

jueves, 18 de febrero de 2021

La iglesia vaciada

 

por Javier Urcelay


Parece ser que los obispos españoles están preocupados por la disminución del número de asistentes a las misas dominicales después del confinamiento. Lo han notado también en la bajada de la recaudación en los cepillos de las iglesias. Y la cuestión preocupa. La caída podría llegar a un 40%.

Es ya un lugar común decir que el coronavirus ha cambiado nuestras vidas, y que algunos cambios han llegado ya para quedarse. Son frases hechas y tópicas que se repiten en los periódicos. Sin embargo, no hay nada que haya venido para quedarse que no estuviera ya de alguna forma presente. Y, desde luego, muchas cosas que han venido, se irán por la misma puerta cuando “esto” pase: mascarillas, geles, distancias sociales…

Lo que sí ha hecho el coronavirus, es acelerar algunas tendencias prexistentes, es decir, adelantar de alguna manera el futuro previsible. Por ejemplo, las compras por internet, el teletrabajo, la explosión de las redes sociales, el dominio de las cinco grandes tecnológicas, la tendencia de los poderes a controlar nuestras vidas y dictar nuestros comportamientos… y el vaciamiento de las iglesias.

La tendencia al vaciamiento de las iglesias viene observándose, de manera constante, desde hace ya bastantes años. Los españoles, que hace algunas décadas constituíamos la “reserva espiritual” de Occidente junto con irlandeses y polacos, nos hemos ido “europeizando”, y con ello abandonando la religión y la práctica religiosa.


Las iglesias españolas van despoblándose, y encontrar en ellos un menor de cuarenta años, o incluso varones, empieza a ser raro. Según una reciente encuesta del CIS, ya sólo el 57% de los españoles se declaran católicos, diez puntos menos que al inicio de la pandemia, y cuando hace apenas un par de décadas la cifra estaba en torno al 90%.  Entre la juventud, la asistencia regular a la misa dominical está por debajo de uno de cada diez. En una reciente encuesta de World Vision y Barna Group, a la pregunta sobre la importancia de la dimensión religiosa en sus vidas, el 60% de los jóvenes entrevistados respondía que poco o nada.

Tampoco el panorama de los curas es mucho más alentador. Rara avis es un celebrante que baje de los sesenta, o de los setenta, o incluso de los ochenta…es decir, sacerdotes jubilados que siguen al pie del cañón, porque falla la “tasa de reposición”. Los seminarios están vacíos, las congregaciones religiosas subsisten gracias a las vocaciones de los países subdesarrollados. Los jesuitas, franciscanos, agustinos y dominicos están en torno a cinco seminaristas en España, muchos menos si contamos sólo a los nativos. Si la tendencia continúa, en quince o veinte años, desaparecerán de nuestro país las que han sido principales órdenes religiosas durante siglos. Por otra parte, los pueblos se quedan sin cura que les diga misa, es decir, en situación análoga a la que antes oíamos contar de los países de misión, donde los fieles tenían que andar 30 kilómetros para recibir los sacramentos.

No voy a entrar en las causas de todo lo anterior, porque desde luego que deben ser múltiples y complejas. Sólo señalo que van en paralelo con la proliferación eclesiástica de planes pastorales, comisiones de trabajo, documentos consensuados y deseos de los obispos, y más que obispos, de resultar simpáticos y políticamente correctos. Y en paralelo, también, a esa tendencia actual de convertir a la iglesia en una ONG. Porque, si la cosa va de ayudar a los más necesitados, a los migrantes, refugiados y marginados, ¿para qué necesita un jóven comprometerse al celibato, la pobreza, la obediencia…?

En este contexto, el coronavirus no ha cambiado nada, pero si puede haber acelerado las cosas, es decir, la progresión hacia una “iglesia vaciada”, y en esto sí que podemos descubrir algunas responsabilidades.

El trabajo de los curas -sanar las almas- no fue considerado “trabajo esencial” durante el confinamiento, y nuestros obispos aceptaron de buen grado y con plena sumisión todo aquello. Tampoco era el momento de organizar plegarias y rogativas como antaño. Un bien superior, la salud de la población, justificaba todos los sacrificios, incluido el del culto divino. Los sacerdotes deberían seguir diciendo sus misas en privado, y los fieles no habría ningún problema porque podrían seguir la Eucaristía desde sus casas, en la televisión, por internet, o incluso por la radio.

La situación era excepcional y lo primero, la salud de todos, era lo primero. Lo importante era seguir las recomendaciones del Ministerio de Sanidad -el “Ministerio de la Verdad” orweliano-, que se convirtió en gran administrador apostólico: cuándo podrían abrir las iglesias, con qué aforo, en qué horarios y con qué ritual: mascarillas, pasillos, señalizaciones, espaciamiento en los bancos…

Los obispos completarían el cuadro con más instrucciones sanitarias: circulación para acercarse a recibir la comunión, extensión de los brazos para la distancia de seguridad con el sacerdote, mamparas en los confesionarios (en los pocos que siguen funcionando), y sustitución del signo de la paz por una pequeña inclinación de cabeza, o un guiño a la señora de al lado.

En España fueron muy pocas las voces episcopales que se dieron entonces cuenta de lo que todo aquello significaba, del mensaje que se estaba dando a la feligresía con tanto anteponer la salud y tanta sumisión a los dictados del gobierno orweliano.

El primero, naturalmente, que la salud es lo primero, y ante ello, todo lo demás tiene que ceder, incluido el culto divino y los derechos de Dios. Un mensaje sin duda novedoso en la historia de la Iglesia, y que de haberse conocido antes hubiera ahorrado mucho mártir en el Coliseo y mucha madre Teresa atendiendo moribundos contagiosos.

El segundo, es que el gobierno tiene autoridad para abrir y cerrar iglesias y para disponer el orden interior en las mismas. Y si el gobierno puede decidir que no se pueden hacer procesiones el día del Corpus en el atrio de la iglesia, supongo que con más motivo se le está legitimando para que mañana disponga quitar el crucifijo de las escuelas o prohibir la celebración en las calles de la Semana Santa.

El tercero, es que, ante el bien superior de la salud, internet o la televisión suplen sin problema a la asistencia y participación directa en los sacramentos. Y, qué duda cabe, acaba hasta resultando más cómodo: elijo horario, oigo misa en un sofá, y hasta me paso de un canal a otra si el cura me aburre en la homilía. ¡No digamos ya la ventaja que tendría para las confesiones!

Conclusión: una parte de los católicos españoles que tenían el hábito de la asistencia dominical a misa, han perdido esa rutina durante los confinamientos, que están siendo suficientemente largos  y frecuentes como para hacernos cambiar de hábitos. Y una vez pasadas las restricciones, casi como que se han acostumbrado ya a que ir a misa pueda ser un poco como a la carta y un poco como cuando apetece.

A ello se suma el que, tantas medidas de seguridad, tanta distancia en los bancos y tanto gel hidroalcohólico en las iglesias hace que, ¿quién no?, todos pensemos que en las iglesias es uno de los sitios donde hay más riesgo. Total, que lo voy dejando, que por ahora no voy, que no quiere decir que haya dejado de ir a misa…

Así a lo tonto, y aun cuando este resultado estuviera lejos de lo que pretendían los obispos con sus recomendaciones, lo cierto es que hemos acortado algunos años en nuestro caminar hacia una iglesia vaciada. Lo que se nota también en la recaudación de los cepillos. La situación es preocupante.

Hace algunos meses escribí un artículo al que titulé “la profecía de Ratzinger”. Se trataba de la visión profética de un espíritu privilegiado, como el del papa emérito, sobre el futuro de la Iglesia en Europa. Algunos acogían ese panorama con alborozo -una iglesia minoritaria pero fervorosa-, y a otros se nos helaba la sangre: una Cristiandad en ruinas y un mundo mayoritariamente sin Dios.

La iglesia vaciada no es solo una tragedia para la Iglesia y para los creyentes. Es una tragedia, de incalculables consecuencias, para la humanidad, para las almas. Y será el fin de España como nación.

Cada uno haría bien en reflexionar sobre su papel y sus responsabilidades.

No hay motivos para el optimismo, y pocos para la esperanza humana. Pero si para avivar la esperanza virtud teologal. Dios ha vencido al mundo, y Él sabrá sacar bien del mal: omnia in bonum.


Fuente: Goretsi Jainkoa


sábado, 13 de febrero de 2021

Si esta no es la apostasía...

 

En nuestra imaginación, muchos de nosotros deseábamos vivir tiempos gloriosos. Aburridos de lo prosaico de nuestras vidas en el mundo gris que habitamos, envidiábamos a los cruzados, a los cristeros o a los católicos españoles de la Guerra Civil. Se trataba de épocas y circunstancias heroicas, donde los bandos estaban perfectamente delimitados. Del otro lado estaban los musulmanes, o los masones anticristianos o los rojos. No había duda. Se necesitaba solamente ser virtuoso para mantenerse firmes en la fe, lo que no es poco. 

Sabiendo que no podíamos volver al tiempo pasado, deseábamos entonces ser parte del pequeño rebaño, de los católicos de los últimos tiempos. Sabíamos, porque las profecías y los exégetas nos lo habían dicho, que vendría una gran apostasía, incluso de los obispos y quizás del mismo Papa, que sería apenas un puñado el que permanecería fiel y que, además, sería duramente perseguido. E imaginábamos los acontecimientos que marcarían esa época: obispos firmando actas de apostasía, como Lutero o Calvino, o al Vicario de Cristo rindiendo culto a alguna divinidad pagana. Es decir, siempre pensamos que los bandos estarían claramente delimitados como lo estuvieron en las cruzadas, o en México, o en España.

Yo no sé si estamos en los últimos tiempo, pero lo que sí sé es que estamos en tiempos muy confusos en los que pareciera —y sólo pareciera—, que algunas de esas profecías se están cumpliendo. No tenemos a Júpiter entronizado en el altar de la basílica de San Pedro; tenemos a la Pachamama sentada en los jardines vaticanos y rodeada de monjas y frailes que le rinden culto con cantos e inciensos, en presencia del Papa Francisco, y la tenemos luego paseándose por las aulas sinodales, llevada en andas por obispos. 


Tampoco tenemos apostasías solemnes y formales pero tenemos hechos que se le parecen mucho. Y se cuentan por cientos. Yo quiero detenerme en esta ocasión en uno muy reciente y por demás significativo:

El sábado 6 de febrero, en una parroquia salesiana de Ushuaia, se celebró públicamente la “unión matrimonial” de dos hombres, uno de ellos identificado como “trans”, y que “vestida completamente de negro, y con un ramo de flores en las manos, rodeadas por un lazo con los colores del orgullo gay, explicó que el color de su vestido era un homenaje a ‘todas las compañeras que no pudieron cumplir con este sueño’”. La noticia puede ser leída aquí. Según se explica, en la ceremonia se leyó el Evangelio, se realizó la promesa de fidelidad de los “cónyuges”, se rezó el Padre Nuestro y el Ave María, y comulgaron los novios y varios de los 60 feligreses presentes. No faltó nada para simular un sacramento que no existió. Y tampoco faltó su carácter público y hasta oficial. Asistió el gobernador de la provincia de Tierra del Fuego, él mismo ex-novicio salesiano y con una vida sexual más bien ajetreada como puede verse aquí, y la ex gobernadora Fabiana Ríos, que no fue novicia pero cuya vida privada tiene rasgos ambiguos, por decir lo menos. 

La noticia periodística afirma que tal ceremonia se hizo con el acuerdo del obispo, en este caso, Mons. García Cuerva, a quien ya conocimos en este blog. Sin embargo, al día siguiente, el obispado emitió un comunicado en que se dice que no se había autorizado esa celebración y que, además, se había “advertido convenientemente” al sacerdote oficiante. La cuestión fue saldada fácil y rápidamente. El escándalo, en cambio, no. Y tampoco el desprecio por la doctrina y el dogma de la fe católica.

Paralelamente, durante el 2020 el mundo entero conoció los desmanes protagonizados en la diócesis de San Rafael por su obispo, Mons. Eduardo Taussig, en su desesperación por ser obedecido y alinearse con los diktat del gobierno mundial. Cerró su seminario diocesano porque los seminaristas se negaban a comulgar en la mano —el menos esa fue la razón aducida—, y ha castigado a varios sacerdotes porque se han atrevido a dar la comunión en la boca a algunos fieles pertinaces y piadosos que pretenden hacer valer sus derechos. Estos sacerdotes han sido suspendidos, se les han revocado sus licencias o han sido trasladados de destino, y se espera que el próximo mes se produzca un gran remezón con varios párrocos decapitados. 

Lo que tenemos, entonces, es que un hecho gravísimo como el ocurrido en Ushuaia, impensable hasta hace algunas pocas décadas y que, si se hubiera dado, habría acarreado la sanción más severa y definitiva a los protagonistas, merece apenas una “advertencia” episcopal. Por otro lado, la práctica habitual de toda la iglesia universal a los largo de más de un milenio —recibir el cuerpo del Señor en la boca—, es castigado durísimamente y prohibido con solemnes decretos que pareciera promulgados por la cancillería de algún príncipe obispo elector del Sacro Imperio.

Alguien podrá aducir que se trata de dos casos puntuales, o que uno de los protagonista no está en sus cabales. Y no es así. La Conferencia Episcopal Argentina guarda silencio, siendo tan pronta para hablar en otros casos. La nunciatura guarda silencio, y la Santa Sede guarda silencio. Y sabemos que el que calla, otorga.

Yo pienso que, si esta no es la apostasía… pasa raspando. 

domingo, 7 de febrero de 2021

Otra vez Zelig-Bergoglio

 

En los último días varios blogs amigos han mostrado su preocupación por algunas afirmaciones del Papa Francisco. El 30 de enero se dirigió a un grupo de obispos y sacerdotes italianos con un discurso en el que elevó al Concilio Vaticano II a la categoría de super dogma de la Iglesia católica, ocasionando la paradoja de que un concilio que en repetidas ocasiones declaró que no era dogmático sea elevado a un dogma comparable al de la Santísima Trinidad. Por otra parte, el 1 de febrero se reunió con representantes de la agencia americana Catholic News Service a quienes les aseguró que “La Iglesia en Estados Unidos está muy viva, muy muy viva. Quizás haya grupos tradicionalistas, pero también los tenemos aquí en el Vaticano. Esto se cura”. El 4 de febrero, frente al gran imán de Al -Azhar Ahmad Al-Tayyeb, presente en Abu Dhabi junto al jeque Mohammed Bin Zayed y el secretario general de la ONU, António Guterres, con motivo del Día Internacional de la Hermandad Humana, establecido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, dijo“Hoy no hay tiempo para la indiferencia. No podemos lavarnos las manos, con la distancia, con el descuido, con el desinterés. O somos hermanos, permítanme, o todo se derrumba. Es la frontera» [una nueva interpretación de la parábola evangélica de las dos casas: aquella firme construida sobre roca es la que se edifica sobre la fraternidad universal (¡)]. No serían para menos, entonces, las preocupaciones que cualquier buen católico experimenta frente a estos últimos dislates pontificios y serían necesarias todas las armas teológicas y dialécticas para deshacerlos.

Sin embargo, el problema está en reaccionar frente a lo que dice o hace el Papa Francisco como se reacciona frente a una persona honesta y psíquicamente equilibrada, lo que no es su caso. La situación me recuerda un chiste que solía contar un humorista argentino: Llega a un manicomio una inspección del Ministerio de Salud. El director los recibe y les muestra las instalaciones. En el jardín observan que un grupo de locos han formado un trencito entre ellos, y recorren el predio imitando el ruido de la locomotora y dando silbidos. El inspector dice: “Se ve que divierten con este juego”. A lo que el director responde: “Sí, se divierten, el problema es la molestia del humo”.

Bergoglio juega al trencito desde que comenzó su pontificado. El problema lo tenemos nosotros que discutimos sobre los efectos nocivos del humo que expele su tren.

Bergoglio es un gran simulador, una especie de Zelig elevado al trono pontificio. Aprendió esas difíciles artes con los buenos padres de la Compañía, expertos históricos en el tema, y las aplicó con éxito a lo largo de toda su vida. Simuló ser conservador para que el cardenal Quarracino y buena parte de los prelados argentinos lo hicieran obispo y luego arzobispo de Buenos Aires (relatamos aquí el caso), y simuló ser un nuevo San Francisco de Asís que renovaría la Curia, sanearía sus finanzas y abriría las puertas de la Iglesia al mundo contemporáneo a fin de que el Club de San Gall y sus cardenales electores lo hicieran Papa. 

A los argentinos nos resulta más fácil entenderlo y reconocer sus malas artes, por ser justamente argentino, porteño, peronista y jesuita. La combinación es altamente tóxica. Bergoglio aprendió del general Perón a decirle a cada uno lo que quiere escuchar. Del propio protagonista escuché la siguiente anécdota: el 10 de diciembre de 2010, vísperas del primer viaje que harían familiares de soldados caídos en la guerra de Malvinas al archipiélago, se celebró una misa en la catedral de Buenos Aires presidida por su arzobispo, el cardenal Bergoglio. El joven organizador de la empresa, poco antes del inicio de la ceremonia, se dirigió a la sacristía. Enseguida llegó el cardenal quien lo llamó y le preguntó a quemarropa con la hosquedad y el mal genio que lo caracterizan: “Decime quiénes están”. El joven le dio el nombre de personas y organizaciones que asistían a la misa, todos ellos conspicuos representantes del nacionalismo católico argentino. Poco después, en la homilía, Bergoglio hizo una larga alabanza de todos los principios nacionalistas, encumbrando a sus grandes maestros. Era, claro, la misma persona que pocos meses después tendría palabras de consuelo y comprensión para Hebe de Bonafini que, con sus damas de pañuelos blancos, había tomado la catedral y defecado junto al altar mayor.


Abundemos. Mons. Athanasius Schneider le pidió en una entrevista personal: "Santo Padre, en presencia de Dios le imploro y en el nombre de Jesucritos que nos juzgará, que se retracte de la declaración del documento interreligioso de Abu Dhabi, que relativiza la única fe en Jesucristo". Y Bergoglio, amablemente le 
respondió diciendo que esa frase debe ser entendida en referencia al principio de la voluntad permisiva de Dios y que el documento de Abu Dhabi no pretende igualar la voluntad De Dios de crear diferencias de color y sexo con las diferencias de religiones. Le dijo exactamente lo que el buen obispo quería escuchar, y ya vemos lo que ha seguido haciendo desde entonces. Bergoglio le dijo al cardenal Burke que procediera con firmeza contra los masones que se habían infiltrado en la Orden de Malta, y poco después lo defenestró de su puesto. Le dijo al P. Vallejo Balda que pusiera orden en las finanzas vaticanas, y meses más tarde lo encarceló durante más de un año por cumplir la orden que se le había dado. Hoy le dice a los obispos italianos que el Vaticano II es un dogma y que quienes no lo aceptan no son católicos, pero no sería en absoluto extraño que si próximamente se reúne con los superiores dela FSSPX, les diga que ese concilio fue meramente pastoral y que pueden interpretarlo como quieran, o no interpretarlo en absoluto. Les dijo a los americanos que los tradicionalistas son una enfermedad que tiene cura, pero no sería extraño que si se reuniera con Mons. Gilles Wach y su troupe, les alabara el buen gusto al combinar el color azul y reivindicara la importancia de las puntillas y brocados en los ornamentos litúrgicos. 

¿Significa, entonces, que debemos despreocuparnos y esperar que la naturaleza cumpla su ciclo y Bergoglio dé su último suspiro para que todo se encarrile nuevamente? Claro que no. Lo realmente grave de todo esto es que el Papa Francisco ha pulverizado el magisterio pontificio y ha relativizado la totalidad de la fe católica, desde los dogmas centrales hasta la moral y las costumbres. Lo hizo, claro, no con una voluntad herética y dañina, sino por su particular psicología y sus tóxicos antecedentes. Los próximos pontífices se la verán en figurillas para arreglar el entuerto, si es que hay tiempo. 


jueves, 4 de febrero de 2021

Una carta sobre la misa del P. Bruckberger, o.p.

 

El genial p. Bruckberger o.p. -escritor, traductor, guionista y director de cine-, publicó en Le Figaro del 24 de enero de 1975, hace 46 años, esta carta. Los obispos franceses de ese momento están todos muertos. Los que los sucedieron, son iguales, o peores.   


Ya no son los ateos, los anticléricales, los librepensadores, los sin Dios, los que quieren a todo precio despojar a los fieles de lo que tienen de mas precioso, son obispos los que se dedican a esta tarea.

¿De qué se trata? Mientras que las iniciativas litúrgicas mas anárquicas, mas profanadoras pululan por doquier en nuestras iglesias y hasta en nuestras catedrales mas venerables, con el consentimiento y a veces la participación de ciertos obispos, resulta que a los ojos de los obispos franceses, un solo rito, una sola liturgia, un solo modo de celebrar la misa queda formalmente prohibido y prácticamente excomulgado: la misa tradicional llamada de San Pio V, o sea la misa celebrada en la Iglesia latina desde hace quince siglos. De este modo, el cardenal-arzobispo de Paris acaba de desaprobar la misa de la sala Wagram, celebrada cada domingo por monseñor Ducaud-Bourget, según dicho rito.

¿Por quién nos toman nuestros obispos? También nosotros conocemos los textos. Sabemos que el nuevo misal de Pablo VI queda simplemente autorizado, no impuesto. Sabemos que jamás Pablo VI ha prohibido la celebración de la misa según el rito de San Pío V. Sabemos que el Concilio, a su tiempo, y el Papa mismo han considerado el latín como la lengua oficial de la Iglesia. Sabemos que el Papa no para recomendando el uso del latín y del canto gregoriano. Sabemos que cuando ha publicado su misal en el siglo xvi, el Papa Pio V, en su Constitución apostólica, ha promulgado al mismo tiempo un indulto perpetuo para todo sacerdote, autorizándole, sin restricción de tiempo, de espacio, a celebrar la misa segûn este rito, poniéndole expresamente y perpetuamente a cubierto de toda sanción. Sabemos que dentro de la Iglesia católica lo que un Papa ha establecido solemnemente, tan solo otro Papa puede deshacerlo, empleando el mismo procedimiento y la misma solemnidad. Y que, en lo que atañe al misal de San Pio V no se ha hecho nada parecido ni esta en perspectiva.

Por testamento, Georges Pompidou ha exigido funerales en latín.. Como era presidente de la República, le han sido concedidos. Hoy en dia, un cura puede prestar su iglesia a musulmanes, a budistas, a tibetanos, a patagones, a «hippies», a las papúes y a los que no lo son, a chicos, a chicas, a ambiguos, a ambivalentes, a ambidextros, a anfibios, a ambulantes; pero, ¡ay!, si un infeliz sacerdote quiere celebrar allí la misa para la cual esta misma iglesia ha sido construida —por el pueblo, no por los curas—, si quiere celebrar y si el pueblo francés quiere asistir a la misma misa que ha sido celebrada allí desde hace siglos, los anatemas episcopales se fulminarán contra ellos.

Y son los mismos obispos que nos hablan de ecumenismo, de pluralismo, de tolerancia. Y es verdad que para todos los del exterior son pura miel. Para nosotros solos, sus hermanos en la fe o el sacerdocio, sacan las garras y se vuelven despiadados. ¡Ojo! iQue no se fíen! Montesquieu dijo: «Cuando solo se quieren esclavos buenos, solo se obtienen hombres viciados!».

Pablo VI ha abierto solemnemente las puertas del Año Santo, que ha proclamado «año de la reconciliación». Los nuevos obispos, los nuevos sacerdotes están dispuestos a reconciliarse con el Diablo, pero con la energía mas extrema, con el rigor mas inflexible cerrarán las puertas del Año Santo a nuestras narices, tendrán echado el cerrojo para una sola categoría de parias, los cristianos y los sacerdotes que permanecen fieles a la antigua liturgia; a éstos los rechazarán sin compasión.

"Santo Tomás de Aquino nos afirma que la Eucaristía es el bien común de la Iglesia católica. Cuando se destruye este bien común es la Iglesia entera que se desintegra.

Si no es tal desintegración lo que se desea, que nos dejen en paz —y en nuestras iglesias, edificadas por el pueblo francés al cual pertenecen tanto como a los sacerdotes—, que nos dejen practicar un rito milenario, donde se expresa perfectamente la fe de nuestros antepasados, la fe católica que no ha cambiado. Como escribe Henri Bergson: «No hay religión sin ritos ni ceremonias. Sin duda emanan de la creencia, pero repercuten inmediatamente sobre ella y la consolidan». Trastornándolas, corre peligro de ser destruida.


Raymond-Leopold BRUCKBERGER, O. P.


Traducción de A. Roig publicada en ¿Qué pasa? , de Madrid, año XII, n. 587, 

29 de marzo de 1975

lunes, 1 de febrero de 2021

La respuesta episcopal francesa


En respuesta a un requerimiento efectuado hace más de un año por la ex-Comisión Ecclesia Dei a los obispos de todo el mundo sobre la aplicación del motu proprio Summorum Pontificum, la Conferencia Episcopal Francesa envió una respuesta conjunta con análisis incluido. El reporte fue publicado por el sitio Paix Liturgique quien, además, elaboró una primera conclusión.

Nadie podía dudar que, si habían obispos ofuscados por la celebración “legalizada” de la liturgia tradicional, iban a ser los franceses. De hecho, en Francia se ordenan anualmente más sacerdotes en comunidades de rito tradicional que en el clero diocesano, y estimamos que los seminarios tradicionales están mucho más poblados —en cantidad y calidad—, que los seminarios diocesanos. Es comprensible, entonces, el encono de los obispos galos.

Lo que resulta menos comprensible es que los sucesores de un genio de las artes políticas como el cardenal Richelieu puedan transparentar con tal candidez los torvos sentimientos de sus almas. Destaco aquí algunos párrafos:

1. En su ánimo de desprestigiar y relegar la celebración de la forma extraordinaria del rito romano (FERR), dicen (q. 1) que en algunas diócesis se trata de un fenómeno turístico, pues es durante las vacaciones cuando se organizan más celebraciones FERR, y lo mismo repiten en otra de las respuestas. Es decir, a los curas tradicionalistas se les ha dado por organizar circuitos turísticos temáticos. Una familia se va de vacaciones a la montaña, y podrá hacer la experiencia del montañés: subir senderos empinados, ordeñar cabras, comer queso con una baguette e ir a misa tradicional. 

No se les ocurre pensar que el aumento de celebraciones FERR durante las vacaciones ocurre porque hay más fieles dando vueltas que prefieren ese rito y porque esos sacerdotes tienen una inquietud misionera y pastoral. Es que, claro, no podrían pensar tal cosa puesto que más adelante (q. 9), aconsejan remediar el bajo dinamismo misionero de las comunidades FERR. Y allí mismo se lamentan que ellas están “lejos de la concepción de la disciplina misionera del Papa Francisco”. Lo que me pregunto es en qué consiste la disciplina misionera pontificia. El mismo Papa ha condenado más de una vez el proselistismo y ha afirmado indirectamente que la práctica misionera que la Iglesia desempeñó durante siglos fue una violenta conquista ideológica. También ha dicho que no importa la religión que se practique, todos somos hermanos y todos servimos al mismo Dios, y que incluso los ateos alcanzarán la salvación. ¿A qué espíritu misionero se refieren entonces los obispos franceses? Sospecho que observan que los sacerdotes FERR no están empeñados en la conversión ecológica o no son suficientemente abiertos a la acogida de los inmigrantes musulmanes.

2. La pregunta n. 2, es muy significativa y merece que se la analice con cuidado. En primer lugar, los obispos no pueden negar, aunque les pese, que las misas FERR son muchas y que tienen una asistencia muy numerosa de fieles, muchos más en proporción que las misas diocesanas, por tanto, les resulta imposible negar que existe una verdadera “necesidad pastoral” para su celebración. Introducen, entonces, una pregunta maliciosa que dejan sin respuesta y podría ser traducida así: ¿Se trata de una verdadera necesidad pastoral o es más bien el capricho de algunos? Pero no se privan de identificar a algunos de esos algunos: “jóvenes familias numerosas”, se trata, ya vemos, de las famosas familias conejiles sobre cuyo peligro oportunamente nos advirtió por el Papa Francisco.

Pero en esa respuesta hay un párrafo muy revelador: 

Varios obispos subrayan la importancia de ofrecer esta posibilidad (celebraciones FERR) a fin de permitir a los fieles conservar un vínculo con la Iglesia católica y evitar de esa manera que recurran a comunidades o lugares atendidos por sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Sin embargo, como un arreglo con la FSSPX se encuentra cercano, no hay un flujo de retorno significativo a la Iglesia católica.

En primer lugar, para los obispos franceses la FSSPX no forma parte de la iglesia católica y les parece muy bien contener a los tradis en sus propios corrales a fin de que no salten al de los demonios cismáticos. Aplaudimos su celo pastoral. 

En segundo lugar, y todavía más significativo, es la implícita idea de fondo: “La situación canónica de la FSSPX es cada vez menos problemática y la clarísima intención del Papa Francisco es arreglar con ellos. Y, mientras tanto, los protege e incluso alienta a los fieles a recurrir a los sacerdotes de la Fraternidad a recibir los sacramentos”. ¿Por qué, entonces, no concederles a ellos en exclusividad la franquicia de la liturgia tradicional, y de esa manera nos sacamos un problema de encima? Yo me huelo, por varios hechos más o menos recientes y que ocurren no solamente en Francia, que la cosa va por ese lado. Los obispos de muchos países han depuesto las armas y consideran a la FSSPX como una situación que ya no podrá ser removida y con la que tendrán que convivir. Más vale, entonces, buscarle un lugar y arrinconarla en él. Y ese lugar es satisfacer los deseos de todos los insufribles fieles que se empeñan en asistir a la misa pre-conciliar. Encerrados todos en esa jaula, dejarán de ser peligrosos para los fieles y las parroquias diocesanas, cada vez más vacías y lánguidas. En pocas palabras, se trata de tercerizar la tradición en la FSSPX, para lo cual vendría muy bien suprimir el motu proprio benedictino, que los pone en un engorroso aprieto. Y que los locos se entiendan con los locos. 

(Debemos ser honestos y decir que la FSSPX concuerda con esta visión: ellos se reivindican como los exclusivos abanderados de la Tradición, y consideran que los curas y fieles motu proprio no son más que unos advenedizos, de los que más vale precaverse. ¡Galponeros!). 

3. ¡Sorpresa! Los obispos encuentran 12 aspectos positivos en el FERR y 32 negativos, casi tres veces más! Algunos de ellos son muy interesante: “los fieles se privan de las riquezas ligadas a la reforma”; “favorece el turismo litúrgico”, “falta de desarrollo de las virtudes teologales”. ¡Insólito!

4. La pregunta 5 deja ver cierta alarma entre los obispos franceses pues observan que las celebraciones en la forma ordinaria ha adoptado algunos usos peligrosos: cantan en latín, usan ornamentos litúrgicos de color negro, velan las estatuas en el tiempo de Pasión. Y esto lo hacen los sacerdotes jóvenes que son muy apegados a las rúbricas. Deben estar atentos a la progresiva contaminación.

5. El candor episcopal se manifiesta con fuerza en la respuesta n. 8: “Algunos seminaristas se forman por ellos mismos…, y otros aprovechan las vacaciones para familiarizarse con la FERR”. Aquí está la madre, o la abuela, del cordero: los seminaristas escapan al control soviético de los obispos. Pareciera que la concupiscencia por el control se incoa en el momento mismo de recibir la consagración episcopal. Recordemos el caso de Mons. Eduardo Taussig, que cerró su seminario aduciendo que los seminaristas no lo obedecían en sus exigencias sobre el modo de comulgar. Los obispos, mientras más pequeños y viles, más tiranuelos son.

El informe agrega que los señores obispos se asombran de que el Instituto de Cristo Rey organice viajes para jóvenes menores de 18 años a Gricigliano para las ceremonias de ordenación sacerdotal. No se sabe a qué viene tal asombro. La impresión que me da es que, como pastores solícitos que son, temen que estos jovencitos puedan ser corrompidos al ver espectáculo semejante, ciertamente peor que una escena pornográfica.

6. En la respuesta 9 advierten con gravedad un peligro: “Un mundo aparte, una Iglesia paralela se está delineando”. Pobres obispos. No caen en la cuenta que esa iglesia paralela no está solamente delineada sino perfectamente trazada desde hace más de cincuenta años… y no es la que integran las comunidades FERR, sino la que ellos mismos pastorean, aquella que abandonó la fe de la Iglesia de siempre.

Más adelante, indican que sería importante “sensibilizar a los sacerdotes de las comunidades Ecclesia Dei para con las necesidades del Pueblo de Dios”. Es decir, estos sacerdotes están exclusivamente interesados en cuestiones rituales y despreocupados de sus fieles. Se trata de una fiera maldad de los obispos franceses. Cualquiera que haya estado cerca de estas comunidades, notará que tienen celo pastoral y la prueba más evidente está en la asistencia a los actos litúrgicos que celebran. Mientras que las celebraciones en las iglesias diocesanas están moribundas y sólo asisten un puñado de personas mayores, las FERR rebosan de jóvenes fieles. 

El siguiente párrafo es de antología: 

La juventud, que es frágil y busca identidades, se fascina fácilmente con la FERR. Se siente confortada en su fiebre por las predicaciones mediocres y por las redes sociales que empobrecen la reflexión y confortan a cada joven en sus ideas, e incluso en sus defectos. 

Estos señores obispos, ¿son conscientes de lo que escriben? ¿No se dan cuenta de la bilis que destilan en palabras como estas? Yo sugeriría a Sus Excelencias que se pregunten por que, si los jóvenes son tan fácilmente impresionables, no se impresionan con las celebraciones en el rito nuevo. ¿No será, acaso, porque son tan feas y triviales que no logran atraen ni siquiera a los más frágiles? Debo darles la razón en que las predicaciones de los sacerdotes FERR suelen ser mediocres, pero son siempre católicas. En cambio, las de los sacerdotes no-FERR, son igualmente mediocres y, además, heréticas. 

Finalmente, en algo sí que aciertan los obispos: “[La FERR] pone en último término cuestiones de índole más eclesiológica que litúrgica”. Voilà, se dieron cuenta. Efectivamente, el problema es eclesiológico. Las dos formas del rito romano expresan, en el fondo, dos iglesias distintas.


Corolario: La lectura del informe de los obispos galos permite arribar a otra conclusión no formulada expresamente: el problema son los jóvenes: los rígidos sacerdotes jóvenes apegados a las rúbricas; los jóvenes seminaristas, que se escapan de sus seminarios para participar en las celebraciones FERR y las jóvenes familias numerosas, que se empeñan en asistir al rito tradicional. ¡Qué felices y tranquilos estarían Sus Excelencias si la Iglesia fuera una iglesia de viejos!