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miércoles, 30 de junio de 2021

El Movimiento Litúrgico y la reforma del Vaticano II - Parte I

 

Publicaré en varias entregas la adaptación de un conferencia brindada por el Dr. Rubén Peretó Rivas en Santiago de Chile, en el año 2017, con motivo de la celebración del décimo aniversario del motu proprio  Summorum Pontificum. El texto completo será publicado próximamente en: Jaime Alcalde Silva, Fidem servavi. Estudios en homenaje al Prof. Julio Ratamal Favereau, Valencia, Tirant lo Blanch, 2021, pp. 433-459.


por Rubén Peretó Rivas

La pregunta que me viene una y otra vez cuando pienso en lo ocurrido con la reforma litúrgica del Vaticano II es cómo fue posible tamaño desatino. Un rito elaborado pieza a pieza en el recorrido de más de mil quinientos años, cuya parte central, el Canon Romano, permanecía prácticamente sin cambios desde la época de San Gregorio Magno, es reformado completamente en menos de cinco años por una comisión de eruditos, a punto tal que el nuevo producto resulta prácticamente irreconocible con respecto al original. ¿Cómo fue posible que fueran muy pocas las voces que se levantaran en contra? Y más grave aún, que las voces que se levantaran fueran perseguidas con una saña inaudita llegando incluso algunas de ellas a ser excomulgadas por el mismo Papa -Juan Pablo II- que levantaba poco después la excomunión a Martín Lutero.

El propósito de este trabajo es explorar el decurso histórico que hizo posible la catástrofe litúrgica de fines de los ’60. Todos sabemos que los hechos históricos reconocen múltiples causas y sería imposible pretender estudiarlas todas en la extensión limitada que permite una conferencia. Por ese motivo, me limitaré a señalar algunos hechos relacionados al llamado Movimiento litúrgico.  En cuanto a la metodología del trabajo, tendré en cuenta exclusivamente las fuentes, es decir, los escritos de los protagonistas del Movimiento litúrgico, o al menos de algunos de ellos, sobre todo los representantes de las fases belga y francesa que resultan de mayor interés para el propósito de esta investigación, dejando de lado expresamente la literatura crítica producida sobre el tema.

El Movimiento litúrgico. Prehistoria

Conviene tener presente que el Movimiento litúrgico nunca fue una entidad orgánica o coordinada. Se trató más bien de iniciativas que comenzaron siendo aisladas, que con el paso de los años ejercieron y recibieron influencias mutuas y que solamente a fines de los ’50 y principios de los ’60 tuvieron cierta cohesión que les permitió aumentar y hacer mucho más efectiva, y definitiva, su presión en el proceso de reforma de la liturgia romana.

Distinguiré tres etapas en el momentos del Movimiento litúrgico: la prehistoria, la primera etapa que comienza en 1909 y termina con la Segunda Guerra Mundial, y la tercera que nace en 1945 y se extenderá hasta el primer lustro de los años ’70.


Lo que llamo “prehistoria” del Movimiento Litúrgico reconoce como protagonista principal a dom Prosper Guéranger (1805-1875), un sacerdote secular que, convertido en benedictino, restauró la abadía de Solesmes e intentó resucitar en un rincón de la Francia rural, un bastión del catolicismo romano mediante un fervoroso retorno a la Edad Media considerada como la edad de oro y el siglo soñado del cristianismo. Son méritos de la obra de Solesmes en el plano litúrgico, el haber hecho conocer de nuevo y amar la liturgia, haberla dotado de un estilo digno, sobrio y verdaderamente sagrado y haber propuesto a la liturgia romana como modelo único de la liturgia latina. Sin embargo, también hay que decir que se caracterizó por su desprecio sistemático de todo lo que no fuera estrictamente “romano” lo cual no resulta justo para con los otros ritos de la Iglesia, tanto latinos como orientales.

Un segundo eslabón de esta prehistoria se desarrolla en Alemania, en la abadía de Beuron, fundada en 1863 por los hermanos dom Mauro y dom Plácido Wolter, y que fue una suerte de réplica germana de Solesmes pero con un ingrediente extra tomado de la obra de Johann Moehler (1796-1838), promotor del resurgimiento patrístico en la Facultad de Teología de Tubinga. De ese modo, los monjes de Beuron vincularon la herencia de dom Guéranger con un anhelo de revitalización de la tradición de los Padres de la Iglesia. Esta misma casa religiosa fundó en Bélgica la abadía de Maredsous la que, a su vez, fundó en Lovaina a fines del siglo XIX la de Mont-César que más tarde será el centro del Movimiento Litúrgico durante su primera etapa. [Fue en Beuron donde se desarrolló un particular estilo artístico, habitual en la primera mitad del siglo XX,  ejemplos del cual  son las imágenes que  ilustra el post]

Más allá de los centros donde se inicia la preocupación por el tema litúrgico, comenzaron a aparecer también novedosas acciones concretas. Una de las más trascendentes fue la primera traducción íntegra del misal romano para uso de los fieles por obra de dom Gérard van Caloen, monje de Maredsous. Muchos años después, pasada la Primera Guerra Mundial, dom Gaspar Lefebvre, de la abadía de Saint-André, cerca de Brujas, editó su misal para los fieles, en latín y francés, con amplias introducciones y comentarios para cada una de las fiestas litúrgicas, un texto traducido a muchas lenguas y que aún se sigue editando. Estos “misalitos”, que nos resultan actualmente tan familiares, despertaron en la segunda mitad del siglo XIX una gran controversia ya que se discutía acerca de la legitimidad de una traducción a las lenguas vulgares de los textos sagrados de la liturgia, sobre todo del canon de la misa, aunque más no fuera para el uso privado de los fieles.

Un segundo hecho relevante fue la conferencia que leyó el mismo Gérard van Caloen en el Congreso Litúrgico de Lieja de 1883, sobre la comunión durante la misa, y que generó ásperas discusiones. El motivo de la conferencia, y el motivo de la discusión posterior, nos parecen casi incomprensibles ciento cincuenta años después del hecho. La comunión, que no era una práctica frecuente entre los fieles en la segunda mitad del siglo XIX, se recibía antes de la misa, después de la misa o en medio de la misa, pero nunca en el momento previsto por la liturgia. En la conferencia de Lieja, dom Gérard se había animado a sugerir que la comunión fuera distribuida después de la comunión del celebrante. 

A este caso podríamos añadir otros ejemplos de las prácticas religiosas de esos años. Por ejemplo, a principios del siglo XX, el Apostolado de la Oración repetía este slogan: “Asistir a misa los domingos por obligación y los viernes por amor”. La misa era vista como una obligación personal de cada cristiano, impuesta arbitrariamente por la ley positiva de la Iglesia. No era el acto de culto que todo el pueblo cristiano ofrecía a Dios a través del sacerdote, y mucho menos era una fuente de piedad y de alimento espiritual. Era nada más que un deber que incumbía a todo cristiano. Estos hechos demuestran que existía efectivamente un problema en la iglesia latina con la vida litúrgica de sus fieles. En la antigüedad, la liturgia abarcaba toda la vida de oración de la Iglesia y de todos los cristianos para quienes no era solamente una escuela de oración, ni siquiera “la” escuela de oración, sino que, de hecho, la liturgia era su oración. Como explica Louis Bouyer, a fines de la Edad Media el pueblo dejo de interesarse por la liturgia. Aparecieron las órdenes mendicantes que dieron una profunda impronta evangélica a la vida cristiana y elaboraron un tipo de piedad polarizada en la humanidad de Cristo y en los sentimientos humanos que ésta podía suscitar. Y esto, que en sí es muy positivo, sin embargo acentuó el divorcio entre piedad litúrgica y piedad popular (La vie de la liturgie, (Lex Orandi 20), Cerf, Paris, 1954, p. 299).


Esta situación fue tratada con extensión y profundidad por Maurice Festugière, de la abadía de Maredsous, en varios libros y artículos, principalmente en La liturgie catholique. Essai d’une synthèse, de 1913 (La liturgie catholique. Essai d’une synthèse, Abbaye de Maredsous, 1913). Concluía allí, entre otras cosas, afirmando que los jesuitas habían desarrollado el individualismo religioso, en el que no había lugar para liturgia que pasaba a ser un elemento accesorio de la vida cristiana. Escribía: “La liturgia católica es conocida y considerada pertinente como materia de erudición, graciosa como flor de piedad, pintoresca como arte, relajante como momento intermedio entre los ejercicios ‘serios’; tiene todo el aspecto de ser científica y ascéticamente ignorada, o por lo menos ser tomada en mínima consideración como objeto y ocasión de experiencia religiosa” (p. 11). Y esta situación, que cambiaba radicalmente la concepción que sobre la liturgia habían tenido los cristianos de las épocas patrística y medieval, había sido causada por San Ignacio y la fundación de su orden: 

San Ignacio vivió en una época de individualismo muy pronunciado. Además, nadie comprende ya, en su tiempo, los recursos de vida espiritual que la liturgia supo distribuir en los siglos pasados. Finalmente, se propone combatir la Reforma, para lo que posee un rasgo de genio. Por tanto, se esforzará ante todo en dar a las almas una formación enérgicamente individualista y por liberarlas de los vínculos sociales que podrían obstaculizar su acción. Al servicio de esa idea-guía fueron necesarias dos innovaciones: 1) la fundación de una orden religiosa -la primera en este caso- que quedó dispensada del oficio en coro; 2) y la inauguración de un método de meditación que se separaba absolutamente de los modelos antiguos y tradicionales de la oración privada (p. 40-41).

Más allá de que esta afirmación posee algunas aristas que podrían discutirse, lo cierto es que a partir de la expansión de la Compañía de Jesús, la liturgia quedó relegada a un plano secundario en la espiritualidad cristiana, privilegiándose en cambio las formas de piedad individuales.

lunes, 28 de junio de 2021

Una viñeta francisquista

 

Algunos hechos más o menos triviales y hasta cotidianos ocurridos la semana pasada muestran claramente por un lado, cuál es la estrategia del Papa Francisco y, por otro, la irremediable decadencia de su pontificado.


La estrategia, como lo hemos repetido hasta el cansando en este blog, es típica del peronismo, y puede ser sintetizada en una sentencia del mismísimo general Juan Perón: “Poner el guiñe a la izquierda y doblar a la derecha”, o bien, otra de Néstor Kirchner: “Miren lo que hago y no a lo que digo”. 

En la audiencia general del miércoles pasado dijo el Santo Padre entre otras cosas: 

No faltan tampoco hoy, de hecho, predicadores que, sobre todo a través de los nuevos medios de comunicación, pueden enturbiar las comunidades. No se presentan en primer lugar para anunciar el Evangelio de Dios que ama al hombre en Jesús Crucificado y Resucitado, sino para reiterar con insistencia, como auténticos “custodios de la verdad” —así se llaman ellos— cuál es la mejor manera de ser cristianos. Y con fuerza afirman que el cristiano verdadero es al que ellos están vinculados, a menudo identificado con ciertas formas del pasado, y que la solución a las crisis actuales es volver atrás para no perder la genuinidad de la fe. También hoy, como entonces, está la tentación de encerrarse en algunas certezas adquiridas en tradiciones pasadas. ¿Pero cómo podemos reconocer a esta gente? Por ejemplo, uno de los rasgos de la forma de proceder es la rigidez. Ante la predicación del Evangelio que nos hace libres, nos hace alegres, estos son los rígidos. Siempre con la rigidez: se debe hacer esto, se debe hacer esto otro… La rigidez es propia de esta gente.

Se trata de un ataque abierto y frontal contra los grupos conservadores y tradicionalistas que, desde medios de comunicación alternativos —es decir, blogs y videos de Youtube principalmente— cuestionamos continua y duramente su pontificado. Faltaba solamente que diera nombres que, por otro lado, todos conocemos. Y uno de ellos, al que aprovecho para agradecer por sus continuas menciones a esta página, es Specola, que diariamente nos comenta con el conocimiento que sólo un experto puede tener, las noticias vaticanas.

¿Qué repercusión tuvieron estos ladridos pontificios a la derecha, o al mundo tradicional? Ninguna. Es que ya casi nadie lee o escucha a Francisco porque nadie le cree. Se acabó su encanto, que siempre fue una farsa, y con él su pontificado. Fueron palabrerías que en el mejor de los casos sirven para aplacar al exiguo remanente del neoconismo y para confundir con el ruido y las luces de fuegos de artificios lo que realmente estaba haciendo.

Y es que ese mismo día Il giornale publicaba un artículo bien informado en el que se anunciaba  que “la misa latina estaba blindada”, es decir, el motu proprio no se toca,  no habrá ningún cambio en las disposiciones de Summorum Pontificum y las cosas seguirán como hasta ahora. La noticia corría desde hacía pocos días por los pasillos del Sacro Palacio, y no eran solo rumores. El día anterior, el sitio oficial del Vaticano había publicado las nuevas disposiciones para las celebraciones litúrgicas en la basílica de San Pedro, las que había sido prácticamente abolidas por la Secretaría de Estado. Su arcipreste, el cardenal Gambetti, en la práctica vuelve a autorizar las celebración de misas privadas, y de un modo explícito autoriza la celebración de la misa tradicional afirmando que “debe hacerse todo lo posible para satisfacer plenamente el deseo de los fieles y sacerdotes” que prefieren ese rito.

Más aún, por las mismas horas casi en que se conocía esta nueva reglamentación, la Secretaría de Estado reclamaba ante el estado italiano por la famosa ley Zen que promueve la ideología de género en las escuelas, invocando los acuerdos entre ambos estados, lo cual, como se sabe, levantó una gran polvareda. 

En resumen, el Papa Francisco el día martes giró a la derecha y el miércoles encendió el guiñe a la izquierda.

Decía al comienzo que la audiencia del miércoles había sido también una clara muestra de la grotesca decadencia de su pontificado. Hace algunos años, las duras palabras que reprodujimos sobre las rigideces de ciertos católicos, habrían ocupado la tapa de todos los periódicos del mundo, las monjas y curas tarugos y los obispos babosos ya estarían organizando retiros y jornadas de reflexión diocesanas sobre la problemática de la rigidez en la Iglesia y sobre los modos de ablandarlas. Sin embargo, ¿qué es lo que quedó de esa audiencia? ¿Cuál fue el recuerdo memorable que pobló las portadas de diarios y portales de noticias y, por supuesto, los comentarios de conventos y curias? El encuentro del Sucesor de Pedro con el Hombre Araña. Sí, como se lee. Spiderman, un personaje de caricatura, es capaz de robar toda la atención de un largo y agresivo discurso pontificio. Aunque, pensándolo bien y volviendo la mirada a los pontífices anteriores, creo que la foto retrató no a uno sino a dos personajes de caricatura. 


jueves, 24 de junio de 2021

El cuarto evangelio

 


Louis Bouyer fue uno de los más importantes teólogos del siglo XX, un no-conformista y, a la vez, uno de los más tradicionales. Fue justamente esa libertad de seguir la Verdad más allá de las convenciones y conveniencias humanas y clericales, lo que lo llevó a quedarse casi sin amigos, y que a casi veinte años de su muerte sea un teólogo silenciado. Los progresistas no lo quieren porque es demasiado tradicional y no les perdonó ninguna de sus herejías; los tradicionalistas —que no lo han leído—, tampoco lo quieren porque lo vinculan indiscriminadamente con las reformas del Vaticano II. Y así, queda solo y su enorme obra desaprovechada.

De entre ella, sin duda alguna El cuarto evangelio es una de las más importantes. Un comentario al evangelio de Juan, en el que aúna la sabiduría de la tradición de la Iglesia a través de la enseñanza de los Padres, con los descubrimientos de la ciencia bíblica y los matices de la lengua griega. Conozco biblistas que enseñan en universidades con este libro, y es por cierto apto para ese fin pero, en mi opinión, es incluso más apto para la oración personal y la comprensión profunda de nuestra fe. 

Se había publicado una corta edición española en los ’60, con una excelente traducción del P. Plácido Gil, y nunca había sido reeditado. Ahora, finalmente, lo tenemos nuevamente disponible en la misma versión.

Si mi opinión y experiencia personal tiene algún valor, es el libro de Bouyer que, junto a Le Mystere Pascale —una maravillosa meditación sobre cada uno de los días del triduo pascual y que no ha sido traducido—, uno de los libros que mayor bien me han hecho y más han influido en mi compresión del cristianismo. 

Puede conseguirse en Amazon, en versión Kindle y formato papel.

domingo, 20 de junio de 2021

El Papa paraguayo

 


por Ludovicus

Me disculpará el lector doblemente: por insistir sobre este personaje menor llamado Bergoglio y por robarle el título del post a Umberto Eco; vaya pues mi homenaje al hombre que como Joyce, debía a Tomás de Aquino y a la Iglesia más de lo que, infortunadamente, les devolvió.

Para lo primero, no tengo más excusas que el intento de vincular las cada vez más excéntricas declaraciones y gestos” bergoglianos con la gran crisis que envuelve al pensamiento católico y a la Iglesia en los últimos siglos. Bergoglio es un epifenómeno de la crisis —pintoresco y desestructurado, eso sí, como los hippies lo fueron de la sociedad de la posguerra. En otras ocasiones, ya hemos procuramos mostrar en este blog cómo algunas desviaciones de Bergoglio no son más que manifestaciones de tendencias antiguas, de vicios seculares. Y en otras causas, sus declaraciones hacen daño, subvierten y confunden, como con su reciente declaración sobre el carácter secundario de la propiedad privada.


Y vamos al título. Cuando lo pergeñó Eco (ver aquí), pensaba, más que en el padre” Fernando Lugo — y me refiero a aquel obispo paraguayo que debió renunciar en 2006 ante la aparición de numerosos hijos y que terminó como frustrado presidente de su país—, en un Papa heredero de la tradición de las misiones jesuíticas, más paraguayo que argentino”. Como en el mismo artículo Eco confiesa que el principal conocimiento sobre las misiones que posee procede de la película homónima protagonizada por Robert de Niro, perdonémosle la porteñada.

Pero hay algo en lo que Eco no se equivoca. Insinúa que el ideario político del primer y último papa argentino es precisamente la estructura socio política de la misión guaraní. Y con mucha gentileza se queja de la inconsistencia con el Estado moderno y laico de una teocracia basada en un socialismo utópico, la teología de la liberación.

Eco ha dado en el blanco. El proyecto bergogliano es fundamentalmente clerical, en cuanto pretende imponer estructuras sociales y políticas prudenciales subordinadas a la ideología de su portador. Cuando el papa subleva a las masas latinoamericanas al grito de destruir las estructuras económicas y combatir al capitalismo, está entrometiéndose en el ámbito secular igual que un Papa güelfo o renacentista. Cuando apoya en forma descarada una opción política y descarta otra está cometiendo un abuso de poder. Esta intromisión de los poderes espirituales (bien que a la mayor gloria de Bergoglio) en el Estado tiene su correlato en la intromisión del pintoresco magisterio” bergogliano en el ámbito de la razón natural. Es tan ilegítima la promoción del kirchnerismo o sus coqueteos cubanos como la aceptación de la hipótesis del calentamiento global o la condena de la teoría del derrame o de los aires acondicionados.

Las misiones jesuíticas eran paternalismos benevolentes que aplicaban la gradualidad para sacar a los indios de la promiscuidad colectivista, tanto en materia sexual como de trabajo y propiedad. No tenía sentido defender la propiedad privada entre quienes no tenían noción clara de ésta. En cierto modo, eran una especie de reformatorio para adolescentes, a cargo de adultos — los padres” jesuitas. Ahora bien, está claro, lo supieran o no los jesuitas, que ni el paternalismo clerical ni cierto socialismo eran fórmulas deseables o permanentes. Eran tan perecederas como las campanadas que, según algún comentarista pícaro, marcaban el horario del officium naturae al que algunos indios restringidos a una sola cónyuge se mostraban renuentes. Si tal paternalismo se atrofió y perduró, pues habría que concluir que el experimento falló antes de la expulsión de América de la Compañía. 

Parecería que Bergoglio porta ese ideal. Por un lado, el ejercicio desvergonzado de la acción política clerical —hace algunos años se permitió vetar a Trump como si fuera Gregorio VII—; por el otro, la presentación de un proyecto definitivamente socialista. Quien lee sus documentos encuentra ya no la condena de la acción única del derrame como mecanismo de distribución, sino la negación del hecho del derrame en sí; la urgencia por frenar el ritmo de desarrollo económico del planeta, no la morigeración de los efectos del desarrollo; la condena del lujo y del consumo, no del consumismo ni del hedonismo. Aquí queremos ser justos: desde que el magisterio papal, a partir de Juan XXIII, toma el tema del desarrollo económico, incurre en una fatal inconsistencia. El ideal de la pobreza evangélica se confunde con la pobreza material, el moralismo que condena la sociedad de consumo” choca con la promoción del desarrollo, las invectivas contra los países desarrollados obvian que sus sistemas son los más eficaces para salir de la pobreza. Estas debilidades aparecen incluso en los textos de nuestro llorado Benedicto.


Pero el pobrismo de Bergoglio es disruptivo. En primer lugar procede de la sagrada categoría (para la Teología del Pueblo) pueblo, fuente de toda verdad y costumbre. El pueblo, como dice el máximo ideólogo de esa “teología” porta un valor originario y deontológico enorme. El pobrísimo de Bergoglio es un pobrismo popular, comunitario. El pobre vale porque es pueblo, y pueblo pobre y si deja de ser pobre ya no es pueblo, tal como a los políticos argentinos el pobre que deja de serlo no es mas negocio. Ahora bien, esta pobreza surge del carácter prístino (diríamos indígena para volver a las misiones) del pueblo, porque en el principio hay pobreza. Hay una edad russoniana, mítica, de oro —tendríamos que decir de barro— en que el pueblo pobre vivía feliz, sumido en sus costumbres, sumiso, ajeno a las novedades, absorto en su localismo. La alienación se produce cuando los no-pobres, no-sumisos, los hostis-extranjeros turban la felicidad de ese pueblo, lo tientan con lujos y novedades, lo alejan de sus costumbres, lo civilizan. Hay como una refracción de la vieja antítesis tramposa de Sarmiento en el Facundo (“Civilización o barbarie”), sólo que optando por la barbarie, por lo indígena, por lo público. Entiéndase bien: no hay una crítica del proceso del pensamiento moderno, o del devenir de la revolución o la inmanencia, apenas queda un residuo de la buena crítica tradicional al Estado liberal moderno. Hay una defensa cerrada de lo propio, bueno o malo, de las miserias qua nostras, en un clima de guerra de clases muy poco tradicional. Right or wrong, is my people, parece sostener Bergoglio. 

Sumiso: he ahí la clave. La libertad es una creación foránea, la prosperidad un peligro. Late en Bergoglio una nostalgia del clericalismo, donde el seglar debe vivir como un religioso pobre y obediente. Lo que Bergoglio exige y predica es una sumisión más o menos vaga a una autoridad superior, que mantenga el statu quo de la pobreza y abaje a esa clase media no originaria. Para ello, el pueblo pobre tiene que vivir como en una misión jesuítica, como en un convento, confundiendo el status económico de un religioso con el de un seglar.  Sólo el socialismo garantiza pobreza para todos, solo el socialismo genera continuamente el pueblo pobre en el Estado benéfico. Entendido esto, no resultan tan extrañas las referencias a que el cristianismo se preocupa de los pobres como el comunismo, o que la propiedad privada es un derecho secundario (confundiendo la idea de “secundario” como “derivado” con la idea de “irrelevante”. En ese sentido, me gustaría saber qué diría Bergoglio si se afirma con la Escolástica que la monogamia es “secundaria”; o que es “secundaria” la  condena a la tortura).

Pero nada más lejos de esta postal socialista que una sociedad enérgica y libre frente al Estado, productiva, cumpliendo las aspiraciones legítimas de sus miembros, con un Estado que coadyuve al bien común. Que tendrá sus infinitas lacras, pero que sigue siendo, en la medida en que conserva un mínimo de libertad y de propiedad, infinitamente mejor que el pantano socialista.Pero Bergoglio lleva la inconsistencia a su clímax: quiere una sociedad de pobres, no necesariamente espirituales, sino pobres en serio, austeros, sudorosos por la prescindencia del aire acondicionado, produciendo pocas cosas, sin mascotas ni cosméticos ni restaurantes. Al mismo tiempo, condena a los países desarrollados por no acoger a quienes en aluvión quieren ingresar para dejar de ser pobres en sus países pobres, estragados por la tiranía, el socialismo y la corrupción.

En definitiva y fruto de su formidable confusión entre religión” y política, Bergoglio pretende imponer a una sociedad el tratamiento de una comunidad religiosa en cuanto al voto de pobreza y probablemente de obediencia; el de castidad se le complicaría. Su solicitud por el régimen cubano, su amplia sonrisa y alegría con la que lo vimos cuando visitó la Isla hacen ver que es allí donde se siente más cómodo y adonde apunta su corazón. Sólo falta que el régimen dé a leer a sus esclavos sus indigestos documentos, repita sus slogans y comparta con Fidel el culto a la personalidad, y habrá encontrado su misión paraguaya, en las que cosas como las libertades civiles y la autodeterminación estaban de más. 

Es paradójico que luego de décadas de llenarse la boca con el sano laicismo, exaltar al laico adulto y promover la autonomía de la razón frente a la fe, todo lo que pueda proponer este papado posconciliar sea una misión jesuítica a escala planetaria, bajo el cielo gris del paraíso socalista.

miércoles, 16 de junio de 2021

Bajo el azote de la peste

 



No porque buenos y malos hayan sufrido las mismas pruebas vamos a negar la distinción entre ellos: la desemejanza entre los atribulados se compadece perfectamente con la semejanza de sus tribulaciones. 

Ahora bien, aunque estén sufriendo el mismo tormento, no por ello son idénticos la virtud y el vicio. 

Así como por un mismo fuego brilla el oro y humea la paja, así como bajo un mismo trillo se tritura la paja y el grano se limpia, así como no se confunde el alpechín con el aceite al ser exprimidos bajo la misma almazara, de igual modo un mismo golpe, cayendo sobre los buenos, los somete a prueba, los purifica, los afina, en tanto que condena, arrasa y extermina a los malos. 

De aquí que, padeciendo idénticas pruebas, los malos abominan y blasfeman de Dios; en cambio, los buenos le suplican y no cesan de alabarle. 

He aquí lo que interesa: no la clase de sufrimientos, sino cómo los sufre cada uno. 

San Agustín

(La Ciudad de Dios, Libro I, Cap. VIII)

domingo, 13 de junio de 2021

“Preso o muerto”. La renuncia frustrada del Cardenal Marx

 

por Ludovicus


Cuentan que cuando el recaudador de retornos del presidente Néstor Kirchner, previendo futuras complicaciones, presentó a la Viuda Kirchner su renuncia, recibió como respuesta la siguiente admonición: “A mí no se me renuncia, de acá salís preso o muerto”. Mucho antes, cuando un atribulado ministro de Perón hizo lo mismo ante la quema de las iglesias, el general mandó decirle, a través de su asistente, “Al general se le renuncia sólo cuando él lo pide”. Los césares mandaban a quienes caían en su desgracia suicidarse, los peronistas les vedan renunciar y los obligan a suicidarse lentamente. La perversidad del poder tiene múltiples formas.


Bergoglio ha seguido la tradición peronista, una vez más, rechazando la renuncia del Cardenal Marx. La jugada en realidad es una contrajugada maquiavélica, mucho más maquiavélica que la del inocente germano. En efecto, Marx, con su renuncia, buscaba cándidamente dos cosas: escapar del rol necesariamente disciplinador del Sínodo que su cargo le imponía; y quedar libre como un civil más para operar en favor de la rebeldía sinodal, y libre como un cardenal (a eso no renunció) para armar su juego de poder en Roma. Un príncipe del pueblo por derecho propio jugando esta gran pulseada de poder entre Alemania y Roma, entre la mafia teutona y el porteño y sus adlateres. Con este simple golpe, Bergoglio desarma a Marx, le quita su principal arma (ya no podrá amenazar más con la renuncia) y lo fuerza a alinearse con Roma frente al Sínodo. Marx ha quedado neutralizado, debilitado, vaciado. ¿Con qué cara podrá representar a los revolucionarios, él, al que el mismo Papa ha ratificado? De un sólo golpe certero, Bergoglio ha matado a Marx y dejado a un zombie en su lugar. Y no lo veo al alemán insistiendo con su renuncia, no ha quedado margen alguno, aunque sería interesante ver cómo le contestarían o cómo terminaría. Preso o muerto. Porque, además, las denuncias que serían el presunto motivo de su resignación, siguen vigentes y en curso.

Que no nos engañe el tono aparentemente melifluo y confianzudo de la carta. Es tal la humildad y mansedumbre que trasunta que su autor se compara con Jesucristo  al tiempo que le clava el estoque de la misión suicida al pobre Marx: “Y esta es mi respuesta, querido hermano. Continúa como lo propones pero como Arzobispo de Munchen und Freising. Y si te viene la tentación de pensar que, al confirmar tu misión y al no aceptar tu dimisión, este Obispo de Roma (hermano tuyo que te quiere) no te comprende, pensá en lo que sintió Pedro delante del Señor cuando, a su modo, le presentó la renuncia: ‘Apártate de mi que soy un pecador’, y escuchá la respuesta: ‘Pastorea a mis ovejas’”.

Hay que reconocer en Bergoglio, huero de pensamiento como es, frívolo profesional, un maestro de estas “pequeñas astucias”, como decía Kafka, muy bien meditadas y preparadas. Como una araña pensativa, tejerá todas las intrigas posibles para confundir a los hijos de Arminio y evitar que se discuta su poder. Podemos anticipar una pelea realmente espectacular, llena de zancadillas, chicanas y foul play, y si la biología lo acompaña, una victoria de Francisco sobre el ingenuo episcopado progresista germano, que terminará desaguando en un delta de lugares comunes y platitudes que escamoteen los temas que no podrán imponer, modulados por Marx y otros zombies. En politiquería no le van a ganar, y el cisma es hijo de la malicia, no de la heterodoxia.  No son enemigos para el compadre de Flores, émulo de Juan Perón y de Néstor Kirchner.

miércoles, 9 de junio de 2021

Roque Raúl Aragón

 

por Jack Tollers

Lo conocí hacia fines del siglo pasado, en el año 1973, yo con apenas 18 años de edad, él rondando los 50 y pico. Eduardo Allegri y yo queríamos ingresar a la Guardia de San Miguel que él había fundado con Fray Mario Pinto O.P. dos años antes. Nosotros, los de la Guardia, a diferencia de otros, le decíamos Raúl, no Roque Raúl como otros lo conocían. Nos reuníamos todos los martes en lo del recién casado Ricardito Curutchet, calle Azcuénaga, de la entonces llamada Capital Federal, cerca de la Facultad de Medicina. Seríamos una docena, más o menos, incluyendo al cura, Jorge Ferro, Cristián Coronado, Jorge Martínez, Vicente Massot, Alejandro Ferrero, Guillermo Romero, los mellizos José y Juan Mikalonis y alguno más que ahora se me escapa. A veces aparecían Juan Curutchet, el hermano de Ricardo, y mi primo, Jorge Randle. Con el tiempo se agregaron unos cuantos más, señaladamente Guillermo “el Gaucho” Martínez y Hernán González Cazón. La Regla de la Guardia incluía un ayuno todo ese día, por lo que comíamos después de medianoche. También incluía el pago mensual de un diezmo, que originalmente iba destinado a pagar los remedios del P. Castellani. Y así también sabíamos cuán pobre era Raúl.

Raúl no era el que más hablaba, pero le gustaba conversar y como verá quién oiga las grabaciones que aquí presento, sabía hacerlo. A veces creo que le dio esa impronta particular a la Guardia de San Miguel, digo, este gusto muy particular por la buena conversación, porque si algo queda de todo eso, medio siglo después, no será mucho más, ni mucho menos, que eso (y todo esto que cuento fue siglos antes de que apareciera Buela para embromarnos con su catolicismo, ¿qué diré yo?, islámico, a cuestas). 

Pero Raúl era la encarnación de aquello que le decía Vocos Lezcano a Lucas Padilla (y con él y varios camaradas más, también nosotros gastamos noches en “El Tropezón” el restaurante de la Avda. Callao de la otrora Ciudad de Buenos Aires):

Mientras la noche aliente las pasiones
y "El Tropezón" estalle de alegría,
hablemos, Lucas, de filosofía,
gastemos todas las preocupaciones.

Tú que las tienes, trae las razones:
-"Dijo Platón, Santo Tomás decía..."-,
pero tráelas antes de que el día
vuelva a los ojos y a los corazones.

Después, después, cuando la luz se instale,
la hora, el mundo y la melancolía,
nos harán ver que la razón no vale.

Pero entretanto no haya sucedido
y el mozo traiga el último pedido,
hablemos, Lucas, de filosofía. 

A mí me encantó él porque me tomaba en serio. A los jóvenes de esa edad les gusta (o les gustaba, yo ya no sé cómo es ahora) que se los tome muy en serio. Había habido adultos que simulaban escucharme y todo eso, pero yo me sabía que no era verdad, que no importaba mucho qué pensaba o qué decía yo, más que nada porque era chico. En cambio, con Raúl Aragón, no podía dudarlo—otro tanto me pasó de muy chico con Juan Carlos Montiel; años después con el P. Meinvielle, Carlos Alberto Sacheri y Aníbal D’Angelo Rodríguez, pero eran la excepción—gente atenta a lo que a uno le pasaba, a lo que uno decía o incluso, sentía. Una vez, le conté a Raúl que tenía un cierto entuerto amoroso: me citó a tomar el té a la confitería “Fragata” sobre la Avda. Corrientes de la Buenos Aires de entonces para conversar en privado sobre el asunto. Se lo tomaba muy en serio. Me tomaba en serio. Hablamos de amor, de las mujeres, qué sé yo… 

Ya lo dijimos, pero se puede repetir: era pobre, pero le daba mucha importancia a la plata. Una vez me pidió prestado unos pocos pesos para viajar a La Plata y cuando no quise que me los devolviese, me retó, porque representaba, decía él, horas de sudor de un obrero en una fábrica, o de una empleada doméstica planchando por unos pocos pesos. Cómo no, el dinero era cosa importante. Y él vestía invariablemente ropa vieja, zapatos desgastados, corbatas finitas de colores oscuros, en invierno con un poncho de vicuña sobre los hombros, un poco al modo de los viejos políticos radicales. Su padre lo había sido, había sido intendente de San Miguel de Tucumán, y por lo que cuenta en estas grabaciones, también había sido todo un personaje. A Raúl le gustaba la política, la del grupo FORJA primero, la del nacionalismo católico, después. Le gustaba por los defectos: aquello de quedarse hasta que las velan no ardan discutiendo sobre rimas y juegos de niños, sobre tangos e historia argentina, sobre la cantidad de ángeles que cabrían o no en la cabeza de un alfiler; tomando ginebra, fumando negros, riéndose mucho, de todos, de todo, con mucho gusto. Había leído mucho, más que nada en castellano pero también alguna cosa en italiano y francés y era tomista: sabía más filosofía de lo que parecía, porque le gustaba esconder su erudición hablando siempre claramente, didácticamente, con cordial condescendencia por la inteligencia de los demás. Sabía mucha poesía, como lo demuestra espléndidamente en su libro sobre “La poesía religiosa en la Argentina” y él mismo, todo él, era más que nada, un poeta. Y su vida toda, una especie de… poesía.

Era católico preconciliar, detestaba a los progres, a los “pasteleros” como entonces le decíamos a los curas de campera y moto, a las monjas de vestidos cortos y malos modales, a Teilhard de Chardin y al Catecismo Holandés. Era especialmente refractario a la liturgia posconciliar, objetaba todas y cada una de las reformas de Paulo VI, despreciaba el lenguaje del Concilio Vaticano II y se negaba a aceptar las sucesivas estupideces de los curas tercermundistas. Era antiliberal y anticomunista y el peronismo (al que conoció bien) le parecía una porquería. 

Pero para mí, entonces como ahora, Raúl, era mucho más que eso: todo eso lo dábamos por descontado, que nosotros pensábamos (y pensamos todavía) igual. Él se destacaba por su amor por la Argentina, a la que conocía profundamente, especialmente su lengua, su poesía, su música, sus gestas y su comida, sus danzas y sus vestidos. Era mestizo y su rostro exhibía, como decía don Atahualpa, el “color del páis” (no es errata, que la tilde está bien puesta). Lo de su amor por la Argentina era algo que se le notaba en cada sílaba, en cada tranquila cadencia de su hablar tucumano, como se oye con entera nitidez en su conferencia sobre Castellani que también hemos “colgado” en esta página, en su notable entusiasmo por el revisionismo histórico, en su preferencia por San Martín, por Rosas, por José Hernández y por Lugones.

No pudimos vernos mucho, sobre todo cuando se volvió a sus pagos tucumanos. Pero tuvimos algunos encuentros memorables en Bella Vista, oportunidades en las que pudimos despacharnos a gusto durante morosos días veraniegos, a mediados de los años ’80 (creo). En cualquier caso, me quedaron grabadas en el alma cosas que me dijo en la veintena de veces en que pudimos vernos y conversar… sobre el universo mundo y tutti quanti.

Falleció hace casi quince años, pero si no fuera cursi decirlo, vive en mí, de una manera que no sabría explicar—y por aquello de que es mersa y porque estoy viejo, aquí ni siquiera lo intentaré.

Pero don Wanderer, créame una cosa, vale la pena detenerse a escuchar a este maestro

Por eso nos tomamos el trabajo de poner estas grabaciones al alcance de sus lectores, no vaya a ser que se les pegue un poco ese especial acento tucumano, no sea que se les pegue un poco de ese aragonismo, con sus pausas y silencios, con su tranquila sabiduría a cuestas.

No sea que les pase lo que a nosotros…

[El reportaje puede escucharse desde la página Et voilà, haciendo click aquí].

lunes, 7 de junio de 2021

El Padrino argentino

 

Si no fuera trágico y doloroso, el espectáculo sería divertido. Un nuevo capítulo de “El Padrino”, protagonizado esta vez por un argentino y dirigida no sabemos bien por quién. Empecemos:

1. En los últimos días todos hemos estado razonablemente preocupados por la posibilidad de que el Papa Francisco limitara el motu proprio Summorum Pontificum. Una vez más repito lo que muchas veces dije en esta página: Bergoglio no entiende la liturgia, y porque no la entiende no le interesa en absoluto. Por su formación y por la constitución de su intelecto, está incapacitado para percibir la dimensión sobrenatural de la Iglesia y el mysterium tremendum et fascinans que expresa el culto litúrgico. Para él, la Iglesia es meramente un factor de poder destinada, en el mejor de los casos, a mantener un cierto orden social para avanzar hacia una fraternidad humana más o menos universal, todo esto, por supuesto, ad maiorem Dei gloriam. La liturgia, consecuentemente, es un lujo decadente e innecesario; una injustificada pérdida de tiempo. Y no es una novedad de su parte: es así como siempre pensó buena parte de la Compañía de Jesús, y para prueba remito a los lectores a la interesantísima discusión al respecto entre el benedictino Festiguére y el jesuita  Navatel en 1913, que ya comentamos en este blog.


Consecuentemente, Bergoglio no puede entender que algunos jóvenes —sacerdotes o laicos—, o que familias enteras puedan tener gusto por incomprensibles y largas ceremonias en latín. Se trata de una anomalía; deben ser, necesariamente, personas enfermas, o rígidas, o semipelagianas, pero no es gente normal. En todo caso, es esta la objeción que tiene el papa Francisco con los tradicionalistas; no hay en el fondo una cuestión teológica o de encolumnamiento ideológico detrás de Bugnini. Y es ese el motivo por el cual, a lo largo de su pontificado, no los ha molestado; más bien al contrario, si tomamos el caso de la FSSPX. 

Cuando hace pocas semanas el cardenal Braz de Aviz dijo que Francisco estaba preocupado porque veía que muchos sacerdotes y religiosos volvían a posiciones anteriores al Vaticano II, dijo lo que el mismo Francisco le pidió que dijera simplemente pour la galerie (¿o alguien puede pensar que el purpurado cometió una infidencia?), para tirarle otro huesito descarnado a los progresistas, sobre todo a los alemanes, que son su verdadero problema (y ya hablamos sobre la costumbre que tiene Bergoglio de tirar huesos para calmar a las fieras). ¿O alguien piensa seriamente que los amantes de la tradición somos un problema para Bergoglio? Somos insignificantes, nos guste o no. Cuando durante la semana pasada el mundo tradicionalista anunciaba que preparaba la resistencia a la modificación del Summorum Pontificum y advertía que “los tradi muerden”, decidí, por supuesto, que sería el primero en presentarme y que lo haría con entusiasmo, pero siendo realistas, ¿en qué consistiría tal resistencia? Me temo que en algunos fuegos artificiales lanzados desde blogs y páginas afines, y no mucho más. Nuestro poder de fuego es nulo, y menos que nulo. Cartuchos de salva, si somos generosos.

Como escribí la semana pasada, en el peor de los casos, y si finalmente el motu proprio se limitara en el sentido en que se ha filtrado (recomiendo particularmente el artículo de la siempre bien informada Diane Montagna), la situación no cambiaría en absoluto: los institutos religiosos que  celebran la liturgia tradicional no serían tocados, y solamente se exigiría que los sacerdotes del clero que quieran celebrar públicamente la misa tradicional cuenten con el permiso de su obispo, lo cual ya ocurría de hecho. Quisiera saber cuántos sacerdotes se animaron a celebrar sin el previo beneplácito de su ordinario. Porque lo cierto es que en este punto fallaba el motu proprio: la autoridad de aplicación era la ex-Comisión Ecclesia Dei, pero no tenía ningún poder de coacción para hacer cumplir la norma. A lo sumo, podía enviar una nota al obispo que se oponía a la celebración del rito tradicional, pero no más que eso. El poder de autorizar o no el rito tradicional, en los hechos, siempre estuvo en poder del obispo diocesano.

2. Como dije más arriba, el verdadero problema de Bergoglio son los obispos progresistas alemanes. Ellos lideraron la mafia que lo llevó al poder —confesado por el mismo cardenal Daneels—, y cuando quisieron cobrar la deuda (sacerdocio femenino, matrimonio homosexual y tantas cosas más que ya sabemos), cayeron en la cuenta que Bergoglio, como Argentina, no paga sus deudas. Por tanto, decidieron cobrarla por su cuenta, y para ello armaron el famoso “camino sinodal de la iglesia alemana”. En términos criollos, le mojaron la oreja a Bergoglio, y éste ha reaccionado. E insisto, si no estuviera en juego la Iglesia, sería un espectáculo muy divertido. Veamos solamente lo que ha ocurrido la última semana: 

a. Se publicó la reforma del Código de Derecho Canónico en la que se incluye en el canon 1379: “§ 3. Tum qui sacrum ordinem mulieri conferre attentaverit, tum mulier quae sacrum ordinem recipere attentaverit, in excommunicationem latae sententiae Sedi Apostolicae reservatam incurrit; clericus praeterea dimissione e statu clericali puniri potest”. Es decir, si un obispo confiere el sacramento del orden —incluido el diaconado— a una mujer, queda excomulgado él, la fémina y puede ser expulsado del estado clerical. Se trata de la pena más dura que puede infligir la Iglesia. Y esto ha sido indiscutible decisión de Bergoglio, y los destinatarios están más que claros: los obispos alemanes, que son los únicos que habían jugueteado con ordenar diaconisas, primero en el Amazonas y después en su propio país. Y basta ver lo furiosos y furiosas que se han puesto los afectados y las afectadas.

b. El 4 de mayo el diario bávaro Augsburger Allgemeine publicó una noticia que pasó desapercibida (una síntesis en español puede leerse aquí). En 2006, siendo obispo de Tréveris el ahora cardenal Marx, encubrió a un sacerdote acusado de pedofilia, que hace pocas semanas fue finalmente condenado por los tribunales alemanes. Y están también implicados en el encubrimiento Mons. Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, y Mons. Ackermann, el actual obispo de Tréveris. Curiosamente, hace pocos días, Marx renuncia a su sede episcopal y no sería extraño que en los próximos días hicieran lo propio los dos obispos restantes, como lo sugiere en la nota el canonista Thomas Schüller, y es más que probable que lo haga también el cardenal Woelki, arzobispo de Colonia, a cuya arquidiócesis fue enviada una visita apostólica hace diez días por orden del Papa Francisco. 

¿Será casualidad que esta olla de encubrimiento se destape en Alemania justamente en estos días de camino sinodal? Es posible, pero más posible me parece que haya sido una jugada maestra de Bergoglio, que en cuestión de semanas puede limpiarse a toda la cúpula de la iglesia alemana, reduciendo a la nada a sus verdaderos enemigos, y convirtiendo al camino sinodal en un mero senderito o apenas huella. Una estrategia propia de Corleone o, al menos, de un político argentino que aprendió bien las lecciones de su maestro el general Juan Domingo Perón.


miércoles, 2 de junio de 2021

El nacimiento de la cultura cristiana

 



Este libro muestra los personajes decisivos y los hechos culturales centrales en torno a los cuales Europa llegó a ser lo es, o lo que era. 

Se trató de personajes que, a partir de los acontecimientos que se desplegaban frente a ellos, tomaron las decisiones adecuadas para hacer de un mundo caído un mundo más agradable a los ojos de Dios, en el que los frutos de la redención de Cristo pudieran crecer con vigor y lozanía.

No se trató de personajes portentosos. En la cotidianidad de una vida marcada por la oración, el amor a Dios y al prójimo y la conciencia clara del fin último, ellos fueron capaces de construir, con paciencia y a los largo de décadas y siglos, una cultura floreciente en el saber y en las artes, marcada con el sello de Cristo y que pervivió en Occidente hasta los bermejos albores de la Revolución de 1789.

Más información, aquí.

Y el prólogo de Natalia Sanmartín Fenollera:



No habrá muchos más dinosaurios


C.S. Lewis dijo una vez, durante una lección inaugural impartida en Cambridge en 1954, que las mentes contemporáneas no están preparadas ya para comprender los textos de la antigüedad. Él atribuía esa incapacidad al efecto de la educación moderna sobre el entendimiento, a la dificultad del hombre actual para desprenderse de los estrechos prejuicios de la modernidad. Lewis culpaba también a la ignorancia de las lenguas muertas, a la nula habilidad para leer con soltura y fluidez las grandes obras clásicas en la lengua en que fueron escritas. Él se consideraba a sí mismo miembro de una vieja raza casi extinta: la de los occidentales educados desde la infancia en la cultura antigua, capaces de escribir y leer sin esfuerzo latín y griego clásicos; y de hacerlo no por ser especialistas, sino por ser europeos. En aquella lección en Cambridge, hizo lo que haría un bondadoso especimen en peligro de extinción ante un grupo de oyentes desorientados: ofrecerse como objeto de estudio. No va a haber muchos más como yo, vino a decirles aquella tarde; no verán ustedes ya a muchos hombres educados en la vieja cultura occidental. Obsérvenme bien y aprovechen la oportunidad, les advirtió. Y finalmente espetó a bocajarro: “No habrá muchos más dinosaurios”.


Casi setenta años más tarde es evidente que no quedan dinosaurios. Hay académicos y especialistas, pero no dinosaurios auténticos, nacidos y educados en hogares de dinosaurios, hijos y nietos de saurios genuinos. Si Lewis tenía razón, y para comprender la cultura occidental, clásica y cristiana, no nos basta con leer volúmenes traducidos y anotados, ¿qué podemos hacer? Por una parte, podemos desaprender viejos hábitos, liberarnos de prejuicios arraigados, hacerlo con disciplina intelectual y mediante un profundo ejercicio de humildad. Por otra, tratar de introducir en las escuelas y los colegios, incluso en los hogares, aunque sea bajo la alfombra, el estudio de las lenguas clásicas. Y en medio de ambos, como si se tratase de un preámbulo o de un aperitivo, podemos empezar por la tarea más apasionante de todas: ir de caza. Ir en busca de dinosaurios, no de los últimos, como Lewis, sino de los primeros, como san Benito. Investigar cómo eran, cuál era su hábitat, cómo vivían, qué buscaban, qué pretendían, qué amaban y qué papel desempeñaron en el lento nacimiento de la cultura cristiana.


La razón de ser de este libro es exactamente esa: mostrarnos a grandes y escogidos dinosaurios que contribuyeron, a veces de forma pública y otras silenciosa, al nacimiento de la cultura cristiana. Ha sido escrito por un académico, y también por un buen amigo, profesor de Historia de la Filosofía Medieval en la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza, Argentina, que confiesa haber abordado la tarea sin pretensiones académicas, y ese es uno de sus mayores aciertos. Porque no se trata de un manual denso o de un ensayo científico, sino de un mapa apasionante en el que se cruzan itinerarios perfectamente trazados para viajar al mundo antiguo, a la tierra de los dinosaurios, y vislumbrar a través de la historia de un puñado de hombres, de sus obras, sus cartas y su amor por la Escritura, de visitas a viejas bibliotecas, de consultas sobre misteriosos códices y de viajes a antiguas ciudades y catedrales, cómo era aquel tiempo, cómo fueron aquellos hombres y cómo se formó aquella cultura.


Los primeros dinosaurios que encontraremos en este libro son Casiodoro, San Benito y Alcuino de York. En sus páginas nos toparemos con sabios tratados sobre la educación, como la Disputatio de Vera Philosophia, en la que Alcuino explica mediante el diálogo entre un maestro y su discípulo la verdadera naturaleza de la sabiduría cristiana, que puede alcanzarse a través del estudio de la Biblia y de las siete artes liberales. Nos conmoveremos con la hermosa carta de Dhuoda a su joven hijo al que ilustra sobre la salmodia, sobre cómo los salmos nos acompañan en cada momento de la vida, en cada tropiezo, en cada desaliento, como una llamada eterna que nos empuja constantemente hacia Dios. Capítulo tras capítulo, conoceremos la vida del rey Etelberto de Anglia Oriental, escrita por Gerardo de Gales, y nos sumergiremos en el misterio de la liturgia, que es el corazón de la cultura cristiana, la semilla en torno a la cual Occidente creció y se multiplicó. La profunda cultura cristiana, que germinó como la palmera plantada junto a la acequia, en la que se purificó lo viejo y de la cual bebió lo nuevo, mientras se desarrollaba en medio del jardín cerrado del que nos habla el Cantar de los Cantares. 


John Senior defendía que la cultura cristiana es la Santa Misa y todo lo que se ha generado a su alrededor para enriquecerla y protegerla. No es una casualidad que este libro, que narra el nacimiento de esa cultura, dedique un amplio y hermoso capítulo a la liturgia. Esas páginas, mis preferidas, tocarán el corazón de todos los que aman la antigua tradición de la Iglesia y les descubrirán maravillas como el uso de Sarum, la variante del rito romano que floreció en Inglaterra y Escocia, con su espléndida riqueza, hasta la Reforma protestante. También abrirán un nuevo horizonte para los católicos que creen que la liturgia romana es solo un hermoso adorno, es aquello que recubre el tesoro, pero no es en sí mismo un tesoro; aquellos que consideran que lo único importante del culto es que la consagración del cuerpo y la sangre del Señor sea válida y que todo lo demás es poco más que un envoltorio. Son páginas imprescindibles para quienes no hayan descubierto aún que la manera correcta de acercarse al altar de Dios, al Dios que alegra nuestra juventud, es recordando que todos nacimos esclavos, que hemos sido comprados a precio de sangre y que ahora, como hijos, hemos de ofrecer lo mejor, lo más alto y lo más profundo a Dios. 


Los dinosaurios que pueblan este libro, que forjaron durante sus vidas los cimientos de la cultura cristiana, sabían que no basta con que el culto sea válido y que la labor de la Iglesia va mucho más allá de garantizar un certificado mínimo de calidad. Sabían que desde los días antiguos en que la tierra era joven, en que Caín y Abel presentaban ofrendas muy distintas a su Creador, la gran pregunta que debe hacerse todo cristiano sobre el culto es si este es agradable o no a Dios.