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lunes, 6 de mayo de 2024

Cristo y la política II: El Anticristo, el gran Restaurador



por Eck



“No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste 

¿Porqué has venido a molestarnos?...Bien sabes que tu venida es inoportuna.”

 El Gran Inquisidor a Cristo


Introducción: las razones del Gran Inquisidor

En verdad, en el fondo de las cosas, el Gran Inquisidor tenía razón cuando reprochó a Cristo su primera venida y su pretensión de liberar a la humanidad de sus muelles y amadas cadenas. ¡Oh, esclavitud tan querida de los hombres, encarnada en esos ídolos del Poseer, del Prestigio, el Placer y del Poder! Estos son los verdaderos dioses y no los idolillos mitológicos inocentones de la gentilidad. En lo profundo pensamos, reconozcámoslos o no, como esa novelita deliciosa, cínica y desengañada de Wenceslao Fernández Florez titulada “Los Siete Pilares”, que son, nada más y nada menos, que los siete pecados capitales... quitados los cuales cae en el caos la sociedad entera. 

El propio Cristo compartía el juicio como se puede ver en sus afirmaciones subversivas del tipo: Fuego vine a echar sobre la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté encendido! (Lc. XII, 49) No muy razonable con el Calentamiento Global, como se ve (esperamos la hermenéutica de Francisco y sus mariachis con ansia), o esta perla para el día de las familias, tan amada por los conservadores de toda laya: No creáis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. He venido, en efecto, a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; y serán enemigos del hombre los de su propia casa. (Mt. X, 34-36) No es de extrañar que escandalizase a las buenas gentes y trajese graves trastornos al Estado y a la Sociedad al mostrar el crimen, la hipocresía y el despotismo sobre el que sustentan. Las potestades del año 33 así lo vieron y actuaron en consecuencia confirmando el gran secreto: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo (el inocente) por el pueblo y no perezca toda la nación” (Jn XI, 49-50)


Cristo y la Ciudad del Demonio: el Mundo

No en balde el que edificó la primera ciudad fue un fratricida huido, Caín, la primera ciudad de los hombres donde reina su amo y señor, el Demonio, y las somete a través de la ley del pecado. Y puesto que el Diablo es el Principe de este mundo (Jn XII, 31) y Cristo es el que vino a quebrantar su poder y sus obras. ¿Qué mejor nombre que llamarle revolucionario de este Mundo, el más grande y el único a Jesucristo? Él no iba contra los césares ni los reyes, meras marionetas, sino contra quién les otorgaba el mando; ni contra los ricos sino contra el dinero que los creaba, ni contra los pecadores sino contra el pecado, raíz a la que dio el hachazo fatal con Su vida. El Salvador vino a revolucionar el Mundo, es decir, devolverlo al punto de partida anterior a la Caída. En latín es re-volvere y la acción revolutio...como hacen los planetas en el cielo. A devolverles su verdadero curso. Y ¿qué es quebrantar las obras del Diablo sino subvertir el orden impuesto por el Enemigo, verdadero gobernante del orbe, que da y quita potestades de todo tipo: políticas, sociales, económicas, culturales, etc.? ¿Qué es el Sermón de la Montaña sino el más grande Manifiesto contra la lógica de nuestra vida y el mayor canto a la libertad verdadera, la de ser hijos de Dios? ¿No cumple, acaso, con las profecías de liberación judías y paganas, con la esperanza de todos los pueblos que habitaban en tinieblas?

Así que el Gran Inquisidor tenía razón en condenar a la hoguera a Cristo por subversivo contra los poderes constituidos, por revolucionario contra toda sociedad “civilizada” y por sedicioso contra  las verdaderas jerarquías y sus magisterios trayendo el escándalo al pueblo y rompiendo la quietud de las conciencias de las ovejas hipócritas, tan sabiamente apacentadas por sus tan farisaicos pastores. Pero el “mal” ya estaba hecho a pesar del celo de las potestades y la labor revolucionaria de la Iglesias y sus santos y mártires aumentaba con el tiempo trayendo una guerra civil a la humanidad y el peligro de hundimiento general del orden terrenal por lo que que a grandes males, grandes remedios. Para resolverlo tendrá que venir un personaje similar pero contrario: el Anticristo.


El Anticristo ante el espejo

Existe una creencia rusa poco conocida y muy aguda, la de creer que el Anticristo será una especie de doppelgänger de Cristo. Un hermano gemelo malvado, su imagen invertida pero tan parecida que se pueden confundir con Él. No en balde San Pablo nos lo avisó con su “Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (II Cor. 11, 14), en este caso con la máscara de mesías redentor de todos los males humanos y el gran dador de todos los bienes terrenos. Así que el Anticristo se manifestará como el Restaurador del Mundo, el que viene a reconducir el orbe a su estado caído y atacar la labor revolucionaria de Cristo. El gran Enemigo será el campeón de la reacción del Mundo, la Carne y el Diablo y vendrá en pos de sus antiguos fueros. Así que tenemos el reflejo, la imagen invertida de un Cristo, restaurador del Cielo y revolucionario en la Tierra a través de la Humildad, la Cruz y el Fracaso; en el Anticristo restaurador de la Tierra y revolucionario del Cielo a través del Orgullo, la Gloria y el Exito.


El Mesías de Luz

Una de las pesadillas más recurrentes de la apocalíptica es la forma del Anticristo. Con mucha imaginación las gentes y los iluminados de toda laya lo describen como un Leviatán que arrasa todo a su paso, que se merienda a los niños en espetones y salsa barbacoa, que ilumina los jardines con disidentes como antorchas a lo Nerón, y otras crueldades que dejarán al marqués de Sade como un autor monjil de novelas infantiles, y a Caligula como un aficionado jefe de escalera. Fuego, llamas, lava, ceniza, grisura, rayos, truenos, relámpagos, terremotos, edificios en ruinas, hambre, epidemias, catástrofes naturales, sufrimientos a mansalva, muerte por doquier, cadáveres en descomposición, el mundo convertido en un suburbio de Mordor o de Detroit, que es peor, porque nadie le echa un ojo para vigilarlo. Así lo describen pero, me pregunto: ¿A quién atraería semejante cuadro, a parte de sadomasoquistas y amantes de Black Sabbat? ¿A qué político se le ocurriría basar su campaña electoral en que traerá la ruina, la peste, la guerra y las destrucción? 

No. Se equivocan y mucho, la realidad será más parecida a un chiste agudo sobre el infierno y las elecciones. Cuentan que un político murió por un error del ángel de la Muerte y al llegar a las Puertas del Cielo, su portero, San Pedro, le ofreció pasar un día allí y otro en el Averno como compensación; una vez hecha la experiencia podía decidir dónde quería quedarse para siempre. Tras pasar un día entre armonías, arpas y angelitos en medio de nubes y arcoíris, bajó al Hades donde estaban de farra continua, odaliscas, viejos amigos sonrientes, ríos de vino y los mejores manjares que se podían concebir. Regresó ante San Pedro y eligió el infierno. Cuando volvió contentísimo al Inframundo, el escenario había cambiado completamente: eran campos de soledad, mustios collados, desiertos de ceniza, sufrimiento y esclavitud.

- Ayer estábamos en campaña.¡Hoy ya votaste por nosotros! 


El Fin del Mundo, la gran campaña electoral

La gran campaña seguirá el guión de las Tentaciones de Cristo y tomará el consejo del Gran Inquisidor de aceptar los dones allí donde se negó Cristo reconstruyendo los pilares quebrados por este y erigiendo la nueva Torre de Babel contra Dios:

1º Choripanes para todos

Para ganarse al pueblo y ser elegido democráticamente el Anticristo dará prosperidad económica a todo el mundo convirtiendo las piedras en panes y saciando a las multitudes de sus deseos egoístas a cambio de su fidelidad. Un pacto comercial, un do ut des frente al don gratuito de Cristo.


2º El jueves, milagro

Para ganarse a las aristocracias de toda laya lo mejor son los milagros que muestren su saber, religión, nobleza y riqueza a petición del respetable, y no como signos que rompen la mollera y nos sacan de nuestro egoísmo. La perfección humana, que atraerá como locos a los que se creen los mejores, los nuevos dioses, y que le hará vender sus libros de autoayuda como rosquillas para todos los que quieran seguir sus pasos en pos de la cima. Y sobre todo, el milagro será un medio de someter a los hombres a sus designios. Un diosecillo a su medida de pequeños endiosados.


3º El gran Hermano

Finalmente la gloria del mundo como rey y señor dominando todos los reinos de la Tierra, elegido de consuno por el pueblo y los dirigentes. A tales vasallos, tal señor.  Será su hermano, todos compartirán sus valores en hermandad, pero el más grande y gobernante de todos porque será el que los lleve a la cima, su arquetipo y ejemplo. Nada de tiranías nazis o comunistas; el demonio no se conforma con obediencias obligadas, su orgullo no se lo permite, sino voluntarias y anhelantes como pide su soberbia. Convertir a los hijos de Dios y columnas de la Creación en sus esclavos y ruinas colmará su odio al Eterno. Hermanos sin Padre, Hijos huérfanos, sólo el interés, el odio y el egoísmo cimentará tal unión. Paradoja, queriendo ser dioses renuncian a la divinización, creyendo amarse cada vez se odian más a sí mismos y pensando en su propio interés cada vez empeoran. Por esta contradicción odiarán cada día más y más a los pocos fieles, los que muestran con su mera presencia la mentira, con saña alimentada por la envidia los atacarán y por soberbia los destruirán al negar el gran ídolo de sus vidas.

Los fieles serán perseguidos como locos y criminales, los que se oponen a la deificación del hombre por el hombre y la construcción del paraíso sobre la tierra, y encima tendrán la gran tentación de que el Anticristo cumplirá todas las promesas de Nuestro Señor de forma aparente pero sin Dios y sin amor. En fin, el Diablo y su elegido mostrarán todo su poder de seducción, nos darán todo lo que se puede desear sobre la tierra, un falso paraíso, todo a cambio de un rodillazo hasta que se deposite el voto en la urna. Y como en política no hay voto imperativo ni obligación de cumplir lo prometido...


Conclusión

Durante muchos años, uno de los temas estrella de la apologética era que el cristianismo servía al orden al mantener la paz de la sociedad. Esto lo resume Napoleón con su frase de que un cura le ahorra cien gendarmes. Argumento cínico y farisaico que sacraliza las injusticias y usa a Dios como garante de un orden aunque se haya hecho con la sangre de los inocentes. No andaban desencaminados los teólogos de la liberación cuando intuyeron lo revolucionario del mensaje de Cristo, pero se engañaron al ver sólo el aspecto socioeconómico y no que el Redentor era mucho más radical y poco estaba interesado en cambiar de marca de cadena por otra peor en vez de ir a la raíz del problema de los hombres: el corazón humano. En realidad, las revoluciones que se desencadenan desde 1533 hasta la actual, no son más que intentos reaccionarios de volver a antes de la Cruz, signo de contradicción (Lc. II, 34) y restaurar el poder de los ídolos y de su señor. La revolución cristiana destruyó para siempre el mecanismo de dominación diabólica y sus efectos deletéreos aumentan con los años, como la semilla de la mostaza, dejando como inútiles todos los parches que pone el Mundo hasta que tenga que venir el reaccionario y restaurador del Diablo para intentar acabar con la subversión contra el Príncipe del orbe y con el subvertidor, Cristo.

Y vencerá el verdadero Rey, coronado legítimamente en la Ciudad Santa en la Pascua.

jueves, 2 de mayo de 2024

La última obra de Roberto de Mattei: una biografía del cardenal Merry del Val

 


Roberto de Mattei, Merry del Val. Il cardinale che servì quattro Papi, Milano: Sugarco Edizioni, 2024; 453 pp. 


En este blog hablamos hace algunos años de una gran obra y de imprescindible lectura del Prof. Roberto de Mattei. Me refiero a su historia del Concilio Vaticano II que, me consta, ha tenido amplia difusión en el mundo hispánico. Su último libro, dedicado al cardenal Merry del Val, posee las mismas características de excelencia, tanto en la seriedad con la que se aborda el tema como con la elegancia y accesibilidad de la prosa. 

Recuerdo que siendo adolescente, no sé por qué circunstancias, llegó a mis manos una revista de gran formato y excelente edición de la que no recuerdo el nombre pero sí recuerdo perfectamente que sus páginas centrales estaban dedicadas al cardenal Rafael Merry del Val; incluía una breve biografía y sus Letanías de la humildad. Quedé impresionado con esa oración e intrigado con la figura de ese purpurado. A lo largo de los años, siempre estaba atento a conseguir alguna biografía de él, y di con algunas. Pero, en todos los casos, se trataba de escritos piadosos, con estilo hagiográfico, que no están mal, pero me resultan insuficiente para hacerme una idea seria y clara del personaje. Finalmente, ha llegado la biografía escrita por de Mattei que colma en todos los sentidos ese deseo.

Rafael Merry del Val nació en Londres de familia española. Por parte de madre, hacia varias generaciones que estaban establecidos en Inglaterra; su padre, en cambio, era un diplomático español. Es decir, poseía sangre española y cultura inglesa, y poseía ambas lenguas y las cualidades de ambos pueblos. Recibió su formación en Bruselas e hizo su seminario en Roma, pues desde joven fue marcado con la seguridad de su vocación sacerdotal. Y aunque su mayor aspiración era el trabajo pastoral —que nunca dejó de hacer en la barriada popular del Trastevere— lo cierto es que León XIII lo llamó al servicio de la antecámara pontificia siendo muy joven y diácono, y desde allí, no dejó el Palacio Apostólico por el resto de su vida. 

Circunstancialmente, debió asumir la tarea de secretario del cónclave que eligió Papa a Giuseppe Sarto quien, apenas elegido como Pío X, lo designó secretario de Estado aunque sólo contaba con poco más de 30 años. Entre ellos se forjó la amistad que suele darse entre los santos. Juntos trabajaron para el bien de la Iglesia sorteando dificultades de todo tipo: las presiones internas ejercidas por grupo liberal, liderado por el cardenal Rampolla, o el enorme problema del Modernismo. Fue Merry del Val quien estuvo al lado de San Pío X en la redacción de la Pascendi y en la firmeza en perseguir y arrinconar esa terrible herejía, objetivo que lograron y que duró varias décadas. 

Luego de la inesperada muerte de San Pó X, Merry del Val era el candidato más claro al pontificado del grupo “conservador” —“integrista” lo llamaban—, mientras que los liberales preferían al cardenal Maffi. Finalmente, se optó por una solución de compromiso y se eligió al oscuro cardenal Della Chiesa, que reinará como Benedicto XV, ubicará a Merry del Val en el Santo Oficio —exactamente el mismo movimiento que había hecho San Pío X con su mentor Rampolla— y elegirá como secretario de Estado al cardenal Pietro Gasparri, un viejo zorro de Curia, brillante para la política y el dinero, y con una notable habilidad para mantenerse siempre en el poder. 

Merry del Val será nuevamente candidato en el siguiente cónclave aunque, una vez más, el triunfo será para el partido liberal que eligió al cardenal Ratti, quien tomó el nombre de Pío XI. Mantuvo al cardenal en su puesto del Santo Oficio, aunque no siempre se dejó aconsejar por él. Es sabido no solamente el mal genio del Papa Ratti, sino que, cuando Gasparri trataba los espinosos casos de los Cristeros en México y la Cuestión Romana con Mussolini, un gran opositor a ambos acuerdos fue Merry del Val, puesto que implicaban arriar banderas que la Santa Sede siempre había mantenido izadas, aún a pesar de permanecer los Papas prisioneros en el Vaticano. El cardenal Rafael Merry del Val murió en circunstancias no del todo claras en 1930.

El libro de Roberto de Mattei repasa cuidadosamente cada una de las etapas de la vida del Cardenal. Y lo hace mostrando todas las aristas y circunstancias que intervinieron en su toma de decisiones y, sobre todo, en su vida de santidad. Pero lo más valioso es cada una de las afirmaciones del autor está fundamentada en un abundantísimo respaldo documental. El libro tiene 1658 notas a pie de página en las que invariablemente se remite al lector a libros históricos y a documentos inéditos, puesto que de Mattei realizó su estudio de la vida del cardenal no solamente en material impreso sino también en los documentos inéditos que se conservan en el Archivo Apostólico Vaticano y en varios archivos más, como los del Ministerio de Exteriores de Italia o del Archivo de Estado de Roma. Se trata, entonces, de un libro que reúne todas las condiciones de un trabajo de erudición científica.

Sin embargo, es un libro que se lee no sólo con facilidad sino también con pasión. Al menos en mi caso, resultó ser de ese tipo de libros que resulta muy difícil dejar de leer y, aunque sea tarde a la noche, siempre uno dice: “Un capítulo más, y apago la luz”. Y así pasan las horas. No podía ser de otro modo vista la calidad científica y literaria del autor.

Merry del Val fue declarado venerable por Pío XII, que lo había conocido mucho personalmente y valoraba sus virtudes. Luego, por supuesto, su causa fue arrumbada con la de aquellos personajes que el discurso hegemónico del progresismo ha cancelado. 

Tengo esperanzas de que el libro pueda ser traducido pronto al español. Siendo el biografiado un español de sangre, auguro que alguna buena editorial se decida pronto a tomar para sí esta tarea. La obra, y Rafael Merry del Val, lo merecen. 



El libro ya está disponible en Amazon, y La Feltrinelli y otros sitios de venta.

lunes, 29 de abril de 2024

Cristo y la política I: Cristo, el gran Anarca

 


por Eck


Un Obispo estaba enseñando el Catecismo a los chicos para la confirmación; y les dijo: 

“Los cristianos deben respetar y venerar a las autoridades constituidas.” 

Y un chico dijo: “¡Qué lindo es ese crucifijo de oro que tienes colgado al cuello!”

 Obispo:”¿Qué dices?”

Chico: “Nada. ¿Quién lo mató al pobre Jesús?“

Las autoridades constituidas mataron al pobre Jesús.

P. Leonardo Castellani, Psicología Humana, c. VI, "El Carácter".


Introducción

Que al Padre Eterno no le va mucho eso de la política lo podemos ver en un pasaje bíblico muy poco leído, aún menos recordado y muchísimo menos meditado. Fue en tiempos del profeta Samuel cuando al veleidoso pueblo de Israel le dio por ser como las demás naciones en vez de vivir en el gozoso desgobierno de Dios. Como un niño envidioso, quiso jugar a los reyes y principitos por no ser menos que los egipcios, asirios e hititas y exigió tener un monarca con trono, corona y queridas incluidas. Todo el juego completo. Como a cabezones no les gana nadie a los judíos —bien lo sabe el Señor—, Éste les castigó con su arma más temible: darles lo que deseaban y de la manera en que lo anhelaban. “¿Así que quereis rey? Pues bien, lo vais a tener”, les dijo pero antes les reportó de lo que les venía encima, incluida la undécima plaga, el fisco, que el que avisa no es traidor y sarna con gusto no pica:

Samuel refirió al pueblo que le había pedido un rey, todas las palabras del Señor, y dijo: “Éste será el derecho, del rey que va a reinar sobre vosotros: Tomará a vuestros hijos, y los empleará para sus carros, y como jinetes suyos para que corran delante de su carroza. (…) Y de entre vuestras hijas sacará perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará lo mejor de vuestros campos, vuestras viñas y vuestros olivares y los dará a sus servidores. Diezmará vuestras sementeras y vuestras viñas, para hacer regalos a sus cortesanos y servidores. Tomará también vuestros siervos y vuestras siervas, y los escogidos de entre vuestros jóvenes, y vuestros asnos, y los empleará para sus trabajos. Diezmará asimismo vuestros rebaños, y vosotros seréis siervos suyos. Entonces clamaréis a causa de vuestro rey que os habéis escogido: pero en aquel día el Señor no os responderá.”. Samuel I, 8, 10-18.

        Y, claro, les ocurrió como en la fábula esópica de las Ranas que pedían rey. 

El Hijo de tal Padre no pudo ser menos cuando vino a la tierra. Tanto que casi empezó tropezándose con ella en el comienzo de su misión pública como se puede comprobar en los Evangelios. No en balde tuvo que salir por pañales al exilio gracias a la saña del rey Herodes....


Cristo y la política

Una de las pocas veces que dijo la verdad el Padre de la Mentira fue cuando se presentó por sorpresa, como un molesto vendedor a domicilio, al Hijo del Hombre, allá en los andurriales yermos de Jericó. Acostumbrado como estaba a políticos que vendían sus almas por una concejalía mediocre de un poblachón de tercera, con este pez gordísimo y con influencias ante el Altísimo había que lucirse, pensó, para pescarle en sus redes. Y claro, lo hizo a lo grande, con un cebo formidable, una campaña digna de la ONU, con sus gobiernos, ministerios, agencias y miles de sinecuras, subvenciones y mamandurrias por repartir entre amigos, familiares y pelotas. Le subió a la cima de un monte y con la mejor sonrisa de un anuncio de dentistas y ojitos pillos de mercader le mostró toda la gloria de los reinos de la tierra a cambio de una nonada: un rodillazo ante él. ¿Quién se resistiría a este chollo?¿Qué corazón endurecido no se ablandaría ante esta bicoca? Acaso, ¿no hubiésemos caído los demás a la primera?. ¿No era este un hombre, un hijo de Adán como el resto? 

    Chasco, su chasco fue inmenso cuando no dio su voto a su propuesta, no era tan cándido para elegir a semejante candidato como dueño de su ser. Y en vez de entablar un diálogo constructivo entre entes transigentes y tolerantes para encontrar puntos en común en las que las dos partes llegasen a un acuerdo satisfactorio para ambos partícipes, por ejemplo, dejarlo en medio rodillazo, Nuestro Señor con formas periclitadas botó la urna con una frasecilla poco democrática mentando a una autoridad, no elegida además. Como con la expulsión del Templo de los mercachifles y banqueros y la denuncia de la hipocresía santulona a los fariseos, la política no le ha perdonado hasta hoy a Cristo la soberana patada en el trasero que le dio en sus idolillos más queridos. 

Actúo como lo que era, el gran Anarja, en su doble vertiente de esta palabreja griega. No tenia ni principio ni fin al ser Dios, pero tampoco reconocía a las potestades terrestres ni a sus principios políticos de legitimidad: poder, gloria y dinero, ni los acataba sino que los motejaba de ídolos mortales y falsos frente al Dios vivo y verdadero, único Señor. Frente al príncipe de este mundo y su poder sobre los reinos actuaba como un anarquista y un revolucionario (re-volvere, volver a antes de la Caída), el único que lo es verdaderamente porque los demás son sólo reaccionarios que intentan volver a las cadenas y la servidumbre del Pecado Original, la arjé de nuestro mundo. Y lo que no aceptamos en nuestra vida privada, humana, lo admiramos cuando se viste con el mando del Poder.


Cristo condenado por los tres regímenes políticos.

Contaba S. Agustín un cuentecillo sobre Alejandro Magno y un pirata. Capturado este último y llevado a la presencia del gran macedón, éste le preguntó: “¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?” Con la arrogante libertad que le daba el tener la razón le contestó: “Lo mismo que a ti el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, mientras que a ti, que lo haces con toda una flota, te llaman rey”. (De Civitate Dei, IV, 8). Y se preguntaba el santo “Sin la justicia, ¿qué serían en realidad los reinos sino bandas de ladrones?, ¿y qué son las bandas de ladrones sino pequeños reinos?” Pues bien, ¿qué hicieron con la Justicia cuando estuvo en la tierra sino condenarla a muerte tras un juicio? Y lo hicieron todos los regímenes y todas las clases sociales para que no quedara duda de que nuestra salvación no procede de aquí, y que contra Dios y sus leyes no se puede edificar nada sino el infierno por muchos bellos motivos y deseos que se aleguen con hermosa y floreada retórica. Ante el Anarca, todas las mascaras se caen.


Cristo condenado por la aristocracia

El sanedrín judío estaba formado por toda la aristocracia reconocida por los mortales: el Saber (los escribas), la Ley (los fariseos), el Sacerdocio (los levitas), la Sangre (los saduceos) y el Dinero (los mercaderes). Todos a la gresca por la predominancia sobre el pueblo, pero llega el Otro y rápidamente se ponen de acuerdo en lo que hoy llaman consenso de las fuerzas políticas para asesinarlo. Pusieron el seso y la ley para justificarlo en nombre del bien común, usaron el sacerdocio para cazarlo y, finalmente como venganza de la expulsión del Templo, utilizaron el dinero como arma definitiva del crimen al comprar a Judas el Traidor. En vez de salvar a la Nación y al Templo de los soldados romanos como decían pretender, los llamaron al matar al Único que mostraba el camino de la Paz. La aristocracia se había convertido en oligarquía y condenó al más noble, sabio, legal y rico de los hombres.


Cristo condenado por la democracia

Tras la entrada triunfal en la Ciudad Santa en medio de palmas y vítores pareciera que Cristo tenía el amor y la protección del pueblo pero fue una vana esperanza para los discípulos, que ya se veían ministros en sus poltronas repartiendo carguitos a sus paisanos. Las turbas se inclinaron rápidamente por Barrabás, terrorista y asesino, llevadas por la influencia de la oligarquía, por el nacionalismo del pueblo elegido y por la mano fuerte del insurrecto. Cuarenta años más tarde no tendrían motivos de queja cuando su soberano aclamado, el Cesar, aplastó sus rebeliones con un mar de sangre que cayó sobre ellos y sus hijos, la sangre del inocente inmolado que vino a salvarles del desastre de sus ambiciones pero que no fue escuchado y no conocieron el día en que fueron visitados. La democracia se había convertido en oclocracia y condenó al más trabajador, humilde y defensor de los pobres de los hombres.


Cristo condenado por la monarquía

Desde hace varios siglos se recita la frase con la que dicen que Felipe II recibió al virrey Mendoza tras sus largos años en América: “Podéis iros a vuestra casa, porque yo os envié a servir reyes, no a matarlos”Lo mismo pudo decir Tiberio a un Pilatos que por interés, cobardía y conveniencia condenó a un inocente por razón de gobernante; que, para que no se le rebelase la masa y no le acusasen de poco celo en defensa de su amo, mandó matar a un rey reconocido por él mismo. Ya pudo lavarse las manos y justificarse ante sí mismo, pero nada puede limpiar la frase con que despidió a Cristo: Irás a la Cruz. La monarquía se había convertido en tiranía y condeno al más regio, al hijo de reyes y señor de señores entre gritos de: No tenemos más rey que el Cesar. Entonces se apareció la sombra alargada de Samuel y el rey Cesar cumplió de sobra la amenaza del profeta.


Conclusión 

Desde hace un par de siglos hemos centrado las críticas en atacar algunos regímenes políticos, cosa que está bien para eliminar la idolatría, pero no hemos visto que todos mataron a Cristo y mucho menos ese adelanto del Anticristo que es el Estado Moderno, el dios en la tierra. A lo largo de todas las edades sigue resonando la frase del Enemigo: Seréis como dioses. La ambición de poder es la raíz del Pecado Original y afecta a ese territorio tan cercano a la labor de Dios como es el gobierno de los hombres. En la condena a Cristo todos los regímenes políticos se condenaron a sí mismos y destrozaron su legitimación por erigirse en señores del bien y el mal cuando el poder es un cargo y una carga por el bien de los otros, un servicio como demostró el Mesías al lavar los pies a sus discípulos, sello del amor divino que quiere lo mejor para lo que ama y confirmado con su muerte y muerte de cruz.


jueves, 25 de abril de 2024

Cosas que perdimos I: la duración de la misa

 


Es notable la rapidez con la que las sociedades pierden la memoria y, por eso, es notable también como en la Iglesia perdimos la memoria de cómo “eran las cosas” hasta hace pocas décadas. Un ejemplo que todos entenderán: en la actualidad, salvo excepciones, se considera que un fiel que asiste a la misa tradicional es particularmente tradicionalista cuando es capaz de responder con voz clara y distinta a lo que dice el sacerdote (salmo Iudica, confíteor, Dominus vobiscum, etc). Lo cierto es que esa es una práctica que comenzó en la década de 1940 y fue adoptada por el progresismo más acérrimo, que la denominó "misa dialogada". Y así, los fieles que respondían en voz alta al sacerdote eran considerados muy de avanzada y solían causar escándalo a los demás. Lo normal era que se siguiera la misa en los misalitos (que comenzaron a existir a fines del siglo XIX) sin responder nada. El único que respondía al sacerdote era el monaguillo.

La semana pasada surgieron en el blog varios comentarios acerca de la homilía y la duración de la misa. Los sacerdotes están obligados a predicar los domingos y fiestas de precepto (canon 1344 / canon 767.2). Sin embargo, la legislación de la Iglesia no obliga ni recomienda predicar los días de semana, y tampoco se expide acerca de la duración de las homilías. Últimamente, hubo recomendaciones de Benedicto XVI y de Francisco proponiendo que no superen los 8 minutos. Pero, ¿qué hay sobre la duración de la misa?

El inefable Escrivá de Balaguer dice en su libro Camino: “La Misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto”. Y yo me animo a corregirlo: “La Misa es larga, dices, y añado yo: eres una persona sensata”. La misa no es primariamente un acto devocional del sacerdote ni tampoco de los fieles. Es el rito con el cual se rinde culto público a Dios y, porque es un rito, todas sus palabras, movimientos y ritmos están normados. A veces se piensa que cuanto más lentamente diga el sacerdote las palabras de la misa, más devoto es. Y es falso. O se piensa que cuanto más tiempo tenga la Sagrada Hostia elevada luego de la consagración más pío y santo es, y es falso. El misal romano promulgado por San Pío V dice: “…statim Hostiam consecratam, genuflexus adorat: surgit, ostendit populo, reponit super Corporale…”. Es decir: “Inmediatamente después [de la consagración], hace genuflexión para adorar a la Hostia consagrada, se levanta, la muestra al pueblo, y la vuelve a colocar sobre el corporal…”. Se trata de mostrar la Hostia, y el Cáliz, al pueblo, y no de hacer una adoración al Santísimo, ni de arrobarse en alta contemplación. Si el sacerdote es particularmente devoto de la eucaristía, podrá quedarse después de misa arrobándose todo el tiempo que quiera frente al sagrario, pero cuando celebra la misa, celebra un rito y, consecuentemente, debe hacer lo que está prescrito en ese rito y no lo que su devoción le indica.

Y todo esto viene a cuento por la duración de la misa, sobre lo cual nada se dice en el Código de Derecho Canónico, pero sí fue dicho y estipulado por los santos y doctores. San Alfonso María de Ligorio, en su libro Misa y oficios atropellados, que pueden consultar aquí y bajar desde aquí, dice en la p. 37-38 lo siguiente: “[…] el cardenal Lambertini [futuro Papa Benedicto XIV] concluye, según general opinión de los demás autores, que no debe durar la misa más de media hora, ni menos de veinte minutos; porque, dice, no puede celebrarse con la reverencia debida en menos de veinte minutos, y si emplea en ella más de media hora, podría aburrir a los que la oyen”, y continúa citando las reglas de varias órdenes y congregaciones religiosas que dicen lo mismo: la misa no debe durar más de media hora.  ¡Qué buenos pastores eran esos que se preocupaban porque los fieles no se aburrieran en la misa! Ahora resulta que el aburrimiento es “amor corto” o falta de devoción. O, peor aún, hay curas que creen que cuanto más se aburran los fieles en misa mejor es, porque ayuda a su santificación. 

Por supuesto, San Alfonso se refiere a la misa rezada y en la que no hay comunión de los fieles. La misa cantada o la misa solemne tendrán, obviamente, una duración mayor. Y si, como sucede desde principio del siglo XX, hay comunión de los fieles todos los días, la misa se extenderá más tiempo según sea la cantidad de fieles que se acerque a comulgar.

Debemos tener en cuenta, además, que en la Cristiandad la práctica religiosa regía todo el obrar humano y se iba adaptando a las circunstancias de cada sociedad. Muchas actividades litúrgicas estaban pensadas para monasterios, catedrales o iglesias con canónigos. Las parroquias eran meras capillas rurales, en las que habían pocos sacerdotes y, por ende, pocos ministros. Por este motivo, Benedicto XIII (1394-1403) había creado el Memoriale Rituum, que regía 6 grandes celebraciones para “iglesias menores”: Candelaria, Cenizas, Ramos y el Triduo pascual. Es decir, pensando en la falta de clérigos, se adaptaban los grandes ritos. Y así la misa baja, o misa rezada, es la misa solemne si ministros, y por eso el Evangelio se lee en diagonal del lado del evangelio que es lo más “al norte” que se puede poner el misal sin que se caiga del altar.

Otra cuestión que influía profundamente en el momento de la celebración de la misa era el ayuno. Desde la época de los primeros Padres, todas las Iglesias cristianas ordenaban que debía guardarse el ayuno para recibir la eucaristía desde la medianoche anterior. Fue con motivo de la Segunda Guerra Mundial que Pío XII permitió que los soldados y capellanes militares en el campo de batalla, pudieran acortar este tiempo de ayuno. Luego, por presión de los progresistas, este permiso se redujo a tres horas para toda la Iglesia y, finalmente, a una hora, que es lo que dispone la legislación actual y que, en la práctica, significa la desaparición del ayuno. Este era uno de los motivos por los cuales las misas hasta mediados del siglo XX se celebraban en horas mucho más tempranas de lo que ocurre en la actualidad. 

Lo que pasó con el ayuno es la prueba de cómo se hizo la reforma litúrgica: de una excepción por un motivo real (la "misa dialogada" comenzó como una excepción otorgada por Pío XII), se hace una ley universal. El argumento que utiliza el progresismo es si se puede una vez, se puede siempre, y dirán que favorece a la devoción. En vez de instar a que el fiel (y el sacerdote) frene un poco su aceleración mundana moderna y se adentre en el Sacrificio de la Misa con una penitencia que cuesta, pero que purifica y "espiritualiza", se adapta el ayuno a los gustos y facilidades del mundo moderno,  y entonces sacerdotes y fieles viven al ritmo de esa aceleración y en ese espíritu moderno van a misa. Y el sayo nos cabe a todos. ¿Cuántos somos los católicos que guardamos la abstinencia de carne todos los viernes del año? En Argentina, al menos, son pocos, muy pocos. Ni siquiera en los ámbitos para tradicionalistas. 

martes, 23 de abril de 2024

Campaña internacional por la plena libertad de la liturgia tradicional

 




Lutetiae parisiorum, die XXI mensis aprilis, dominica III post Pascha.



Ser católico en 2024 no es fácil. La descristianización masiva continúa en Occidente hasta tal punto que el catolicismo parece estar desapareciendo de la escena pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe sigue creciendo. Además, la Iglesia parece sumida en una crisis interna, que se refleja en una disminución de la práctica religiosa, un descenso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una menor práctica sacramental e incluso disensiones entre sacerdotes, obispos y cardenales impensables en el pasado. Sin embargo, entre los elementos que pueden contribuir al renacimiento interno de la Iglesia y a la reanudación de su desarrollo misionero, está en primer lugar la celebración digna y santa de su liturgia, para lo que el ejemplo y la presencia de la liturgia romana tradicional pueden ser una poderosa ayuda.

    A pesar de todos los intentos que se han hecho para acabar con ella, especialmente durante el actual pontificado, sigue viviendo, difundiéndose, santificando al pueblo cristiano que tiene acceso a ella. Produce frutos evidentes de piedad, vocaciones y conversiones. Atrae a los jóvenes, es la fuente del florecimiento de muchas obras, sobre todo en las escuelas, y va acompañada de una sólida enseñanza catequética. Nadie puede negar que es un vehículo para preservar y transmitir la doctrina católica y la práctica religiosa en medio de un debilitamiento de la fe y una hemorragia de creyentes. Entre las demás fuerzas vivas que siguen actuando en la Iglesia, la que representa el culto es particularmente relevante por la estructuración que le confiere una lex orandi continua.

    Ciertamente, se le han concedido, o más bien tolerado, algunos ámbitos de la vida eclesial, pero con demasiada frecuencia se le ha retirado con una mano lo que se le había concedido con la otra. Sin conseguir nunca hacerla desaparecer.

Desde la gran crisis inmediatamente posterior al Concilio, se ha intentado de todo en numerosas ocasiones para reavivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y consagradas e intentar preservar la fe del pueblo cristiano. Se ha intentado todo, excepto permitir la "experiencia de la tradición", dar una oportunidad a la llamada liturgia tridentina. Sin embargo, el sentido común exige hoy con urgencia que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia, especialmente a aquella que goza de un derecho que se remonta a más de mil años.

    Que no haya malentendidos: este llamamiento no es una petición de nueva tolerancia, como en 1984 o 1988, ni siquiera de que se restablezca el estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que en principio reconocía un derecho, pero de hecho lo reducía a un sistema de permisos concedidos con reticencia.

    Como laicos, no nos corresponde juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la doctrina anterior de la Iglesia, la validez o no de las reformas que de él se derivaron, etcétera. En cambio, nos corresponde defender y transmitir los medios que la Providencia ha utilizado para que un número creciente de católicos conserve la fe, crezca en ella o la descubra. La liturgia tradicional ocupa un lugar esencial en este proceso, por su trascendencia, su belleza, su intemporalidad y su certeza doctrinal.

    Por eso simplemente pedimos, en nombre de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se reconozca la plena y total libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros, para que, sin trabas, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.


Jean-Pierre Maugendre, Presidente de Renaissance Catholique, París



El presente llamamiento no es una petición para ser firmada, sino un mensaje para ser difundido y retomado bajo cualquier forma que parezca oportuna, y para ser presentado y explicado a los cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal.

Si Renaissance catholique ha tomado la iniciativa de esta campaña, es únicamente para hablar en nombre del amplio deseo que se expresa en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la retransmitirán y la amplificarán, cada uno a su manera.


[Es importante que todos difundamos, en la medida de los posible, este pedido, sobre todo entre nuestros obispos y sacerdotes. Pueden bajar el archivo PDF para hacerlo desde aquí]