jueves, 3 de octubre de 2024

Umberto Eco. El nihilismo como verdadero dios de nuestro tiempo

 


por Eck


Sólo me queda callar. O quam salubre, quam iucundum et suave est sedere in solitudine et tacere et loqui cum Deo! Dentro de poco me reuniré con mi principio, y ya no creo que éste sea el Dios de gloria del que me hablaron los abades de mi orden, ni el de júbilo, como creían los franciscanos de aquella época, y quizá ni siquiera sea el Dios de piedad, Gott ist ein lautes Nichts, ihn rührt kein Nun noch Hier… Me internaré deprisa en ese desierto vastísimo, perfectamente llano e inconmensurable, donde el corazón piadoso sucumbe colmado de beatitud. Me hundiré en la tiniebla divina, en un silencio mudo y en una unión inefable, y en ese hundimiento se perderá toda igualdad y toda desigualdad, y en ese abismo mi espíritu se perderá a sí mismo, y ya no conocerá lo igual ni lo desigual, ni ninguna otra cosa: y se olvidarán todas las diferencias, estaré en el fundamento simple, en el desierto silencioso donde nunca ha existido la diversidad, en la intimidad donde nadie se encuentra en su propio sitio. Caeré en la divinidad silenciosa y deshabitada donde no hay obra ni imagen 

Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus. 

Umberto Eco, El nombre de la Rosa, último párrafo.



El juego de manos de un novelista moderno

Se cachondeaba maliciosamente Umberto Eco en sus irónicas y muy interesantes Apostillas al Nombre de la Rosa de que muchos de sus críticos y lectores le escribían afirmando que algunos personajes de su novela decían cosas muy modernas, demasiado modernas. En realidad eran citas textuales del siglo XIV. A otros les encantaban las afirmaciones de gusto plenamente medieval de sus personajes cuando eran de autores modernísimos. Lo que engañaba tanto a los lectores como a los críticos era el contexto donde se expresaban y, como buen semiólogo y estudioso de lo posmoderno, Umberto Eco jugaba a este juego, con gran maestría, de dar gato por liebre.

El mejor ejemplo lo tenemos en el propio título de la novela. Aquí tenemos la frase que le dio lugar: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus. Que no es más que la frase nominalizada a través del cambio de sujeto de una cita de Bernardo de Cluny en su poema De contemptu mundi referida a la desaparecida gloria de la Roma antigua. Es decir, el archiconocido tropo del “en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño” o, en culta latiniparla, el “ubi sunt?”. Y ya que hablamos de nominalismo y erudición a espuertas, pongamos nuestro sabihondo grano de arena en el tema: creemos que la frasecita de marras puede tener su origen primero e inspiración segunda en una cita famosa y magnífica de la Farsalia de Lucano (I,134-135) referida a un vencido y envejecido Pompeyo Magno tras su derrota contra César: stat magni nominis umbra, qualis frugifero quercus sublimis in agro (“Está de pie la sombra de un gran nombre, cual la sublime encina dadora de frutos en el campo”). Con todo esto hemos recorrido al revés todo el proceso nominalista, de ser los individuos una sombra de una idea para pasar a ser los conceptos las verdaderas sombras de las cosas. 

Sin embargo, este juego erudito y profundo continua en nuestro párrafo. El centro de todo este discurso gira en torno a la frase en lengua alemana, natural siendo el narrador germano, a la cual le sigue un texto con referencias tomadas y manipuladas del maestro Ekhard y demás místicos renanos. El problemilla es que el autor nos ha metido de rondón y de matute un dístico del barroco Angelus Silesius (1624-1677) procedente de su obra El peregrino querubínico, libro I, dístico 25. Muy medieval como se puede comprobar.

Como vemos, Umberto Eco esconde la bolita jugando una y otra vez con las citas como un consumado prestidigitador pero a la vez nos revela, inconsciente o no, las raíces de la gran crisis espiritual del mundo moderno, de sus raíces filosóficas y religiosas, que han de desembocar en el gran dios de nuestro tiempo: el nihilismo.


La no Imagen de Dios

Es muy reveladora para quien sepa leerla la siguiente frase: “Dentro de poco me reuniré con mi principio, y ya no creo que éste sea el Dios de gloria del que me hablaron los abades de mi orden, ni el de júbilo, como creían los franciscanos de aquella época, y quizá ni siquiera sea el Dios de piedad”. El buen monje quiere reunirse con su principio, palabra escogida con toda intención y con mucha miga pues procedente de un estudioso del tomismo. Este principio en apariencia es el Dios cristiano. Sin embargo, niega al Dios de la gloria, representativo del cristianismo oriental y su espiritualidad en su mayores mensajeros, los monjes, y niega también al Dios del júbilo, del gozo, representativo del cristianismo occidental y de su espiritualidad, en este caso los frailes, y, finalmente, niega al Dios de la piedad, de la caridad, al Dios católico, universal, que reúne a la gloria y al júbilo en el amor, el núcleo del Evangelio, a la Trinidad y a su Cristo encarnado. El dios que afirma es la Nada, El no-Ser, tomando el dístico de Silesius de forma literal y torticera. 

Lo que describe como experiencia mística es nada más y nada menos que un nirvana budista vestidito de fraseología cristiana apofática y con lacito barroco de adorno. Y aquí viene muy bien recordar el uso de la palabra principio, una gélida palabra abstracta y ambigua en este contexto, que se puede entender legítimamente pues esta tomada de la escolástica, pero que aquí sustituye la relación personal a la esencia personal de Dios. El principio de todo es la nada y de la nada sale...nada. Lo podemos ver en su descripción final de la divinidad: “Caeré en la divinidad silenciosa y deshabitada donde no hay obra ni imagen. 

No sé si Umberto Eco con todo su saber meditó esta afirmación o sondeó sus profundidades porque no se puede negar con menos palabras al Dios cristiano. Divinidad, una abstracción de la nada: lo divino frente a la idea personal de Dios; silenciosa cuando la Segunda Persona es el Logos, la Palabra creadora; deshabitada cuando la formas las Tres Personas que se habitan mutuamente e inhabitan en toda alma en gracia; donde no hay obras, con lo que elimina tanto las energiai de la teología oriental y las rationes de la occidental además de atacar la Creación, la Redención y la Gracia. Y, finalmente, sin imagen que niega al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y a su arquetipo, a Jesucristo, Dios encarnado y visible y único medio para conocer al Padre. No en balde y sí con mucha razón, no aparece aquí nunca Cristo, que es la negación absoluta del dios de Umberto Eco.


El infierno del nominalismo

Cae, nunca mejor dicho, en el nihilismo más absoluto. “Sólo me queda callar”, pues si Dios no existe, no es que todo esté permitido sino que nada tiene sentido, las palabras, aun imperfectamente, no remiten al Ser ni a los seres y la verdadera felicidad es anularse en un nirvana disolvente de todo, el suicidio total, la muerte eterna. Si Dios es la Nada, no podemos hablar y todo es nada, al final nada tiene sentido y es absurdo el diálogo y la comunicación, pues se refieren a la nada, ergo, todo es inútil:  “Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus. “

No nos extraña que sienta frío tras escribir todo esto pues esta describiendo el infierno en su aspecto metafísico, en su cercanía con el No-Ser: “Me hundiré en la tiniebla divina, en un silencio mudo y en una unión inefable, y en ese hundimiento se perderá toda igualdad y toda desigualdad, y en ese abismo mi espíritu se perderá a sí mismo, y ya no conocerá lo igual ni lo desigual, ni ninguna otra cosa: y se olvidarán todas las diferencias, estaré en el fundamento simple, en el desierto silencioso donde nunca ha existido la diversidad, en la intimidad donde nadie se encuentra en su propio sitio.

Tinieblas, abismo, desierto, no paraíso, no luz, no compañía; nada en su sitio, nada igual ni desigual, confusión se llama a ese estado; hundimiento y caída, no ascensión ni elevación; no conocer nada y perderse a sí mismo, no estar en su sitio es la condena de los condenados. El ser lo que no son y por propia voluntad, el no llegar a la plenitud de su ser y a su participación del amor de Dios es la máxima pena.Como se contaba de las almas en el Hades griego, las personas y cosas son fantasmagorías y entelequias que vagan por un campo yermo, congelado y sombrío sin esperanza, solitarias, encerradas en sí mismas, incomunicadas, torturadas para siempre jamás.


El laberinto moderno

Pero el texto manifiesta la mentira esencial, pues su mera escritura delata su falsedad. Si nada puede ser comunicado ¿Para qué escribe? Y sin embargo, lo escribe. Si nada tiene sentido ¿Para qué lo argumenta? Si niega a Dios y le muestra mudo ¿Cómo pretende en este panorama afirmar que es muy saludable, suave y alegre el sentarse en medio de la soledad, callarse y hablar con Dios? Porque busca un eco de sí mismo, una salida de ese laberinto de textos que remiten a textos y palabras a otros palabras, encerrados en esa torre de marfil erigida a mayor gloria de sí mismo, sin sentido al cabo pues niega su realidad y la realidad de las cosas. Quiere ser un dios de sí mismo. Mónadas, solipsistas, ya decían los antiguos que la soledad era para dioses y animales, y el hombre al decidir ser dios se ha convertido en una bestia solitaria, un lobo para sus semejantes y un suicida de sí mismo hasta que se rinde al sin sentido, a la nada, al suicidio y la destrucción de todo.  

No es casualidad que la biblioteca, depósito del saber de nuestros antepasados y llena de sentido a través de la participación de los transcendentales de Dios, acabe sumida entre las llamas después de aprisionada en una fortaleza, en una cárcel y cuyo carcelero es, en esencia, un racionalista ciego con aires de místico posmoderno, cancerbero de la sabiduría y su destructor final entre carcajadas que antes condenaba ¿No se convirtió el conocimiento moderno en un laberinto contradictorio que no lleva a ningún sitio sino que va saltando de referencia vacua a otra referencia vacía hasta la consunción? ¿Que es el wokismo sino una consecuencia y una imagen de todo esto, de este deseo de destrucción universal, última estación del hombre erigido en dios, cortado de sus raíces humanas y divinas tras someter toda a la voluntad de poder de la modernidad y desterrar a Dios?


Conclusión

En el principio estaba el Logos, la Palabra creadora y vivificadora de Dios por y en quien todo fue hecho y en el principio de la modernidad estaba el silencio. Por eso sólo ahora queda callar porque no hay ninguna palabra de verdad que decir a Dios, a la Creación, a los demás y a uno mismo, no hay nada real que decir, sólo palabrerías sin sentido que es el mejor disfraz para la mentira, que es muda en el fondo. Tras la borrachera de poder y sometimiento de la realidad a su deseo y capricho, tras convertirse en dioses de pacotilla, creadores de nada y destructores de todo, sobreviene la falta de sentido, la soledad gélida de la mónada, el desamor; en una palabra, el infierno en el alma y el deseo por la Nada, por el No-Ser en que se ha convertido. Se ha perdido a sí mismo junto con la Creación y, sobre todo, al amor fundante de Dios y su imagen, Cristo, el Verbo encarnado. 

El nominalismo ha construido su propio infierno a través del voluntarismo, individualismo, el idealismo, para acabar en el nihilismo destructor y su nirvana imposible: el infierno. Todo por negar la más sencilla de la verdades: las dignidad dada por Dios a las cosas y las palabras en el principio fuera de la voluntad humana. Y Umberto Eco nos lo muestra claramente a su pesar y con un rasgo de esperanza inconsciente: el mero hecho de escribirlo y describirlo nos dice que la comunicación es posible, que las palabras reflejan la realidad aunque sea el vacío del alma moderna y es una espera de la respuesta de Dios.

lunes, 30 de septiembre de 2024

El Sodalicio y la Gestapo vaticana

  


Conozco poco y nada de Derecho Canónico, y conozco menos aún del Sodalicio de Vida Cristiana y de los tejes y manejes de su fundador y de algunos de sus miembros. Sin embargo, el sentido común me dice que todo acusado, antes de ser condenado, tiene derecho a defenderse y, aún más, que nadie puede ser condenado sin antes haber sido imputado de un delito concreto, conocidas las pruebas de sus acusaciones y tenido la oportunidad de defenderse.

    Sabemos que durante el sinodal pontificado de Francisco el Código de Derecho Canónico ha sido, de hecho, abrogado, y que en la Iglesia se hace solamente lo que el tirano quiere. Y es eso mismo lo que ha ocurrido la semana pasada con las expulsiones públicas, humillantes y sin ninguna explicación que sufrieron diez miembros del Sodalicio de Vida Cristiana. No se trata de opinar sobre el caso de Luis Fernando Fígari, fundador de esa sociedad y acusado de abusos sexuales y de autoridad. El mismo Sodalicio reconoció los cargos. Ni tampoco de otros sodalites, que hace ya tiempo dejaron la institución o han muerto. La cuestión es con los otros nueve miembros, entre ellos un arzobispo, que fueron condenados con Fígari por voluntad directa del Papa Francisco, lo cual implica que no tienen posibilidad alguna de recurrir la sentencia.

Estamos en presencia de un nuevo caso —y ya son muchos— de comportamiento despótico y, como tal, caprichoso del tirano gloriosamente reinante. Se hace lo que él quiere y se acabó, sin discusión alguna; sin procesos judiciales, sin audiencias, sin sentencias de tribunales y sin posibilidad de apelación.  Y luego de firmar la condena, Bergoglio se dirige a la basílica de San Pedro a pedir perdón por los pecados contra la sinodalidad. Ni la comedia más absurda de Ionesco ni la más chusca de Molière podrían haber albergado un personaje como Bergoglio. Sus autores lo habrían considerado demasiado grotesco. Sin embargo, nos ha tocado a nosotros no solamente asistir a la comedia sino también sufrirla.

La decisión de Francisco sobre el Sodalicio confirma, además, la vocación que tiene el pontífice romano por hurgar en congregaciones e institutos religiosos de corte conservador. Desconozco si alguna vez ha tomado decisiones como la que comentamos o como las tomadas contra los Franciscanos de la Inmaculada por ejemplo, contra algún tipo de grupo de corte progresista. Da la impresión que, más que verdades y justicia, lo que busca son revanchas y satisfacción de viejos resentimientos.

Sin embargo, hay un detalle que es preocupante y que los canonistas podrán decir hasta qué punto constituye un hecho que sienta precedente. El décimo de los condenados es Alejandro Bermúdez, periodista ampliamente conocido en los medios católicos de linea conservadora. Bermúdez era —a tenor de lo que dijo luego de conocida su expulsión ya no lo es más— el arquetipo de lo que aquí llamamos neocon. Y sin embargo, fue expulsado por el Papa Francisco del Sodalicio, por «abuso en el ejercicio del apostolado del periodismo». Para un lego en derecho como soy yo, la acusación suena a disparate, pero no despierta sonrisas sino preocupaciones. 

La preocupación más evidente pero menos peligrosa sería que la Gestapo vaticana -integrada por Mons. Charles Scicluna, comisario político todo terreno de Bergoglio, y Mons. Jordi Bertomeu, sacerdote catalán con ambiciones de convertirse en el próximo arzobispo de Barcelona-, comience a buscar, y encontrar, otros casos del mismo tipo de abuso. No sólo caería en sus manos este servidor, sino otros muchos y más importantes: Aldo Maria Valli, Marco Tosatti, la Cigüeña de la Torre, John-Henry Westen y tantos otros. Es verdad que, en estos casos, no tendrían los sucesores de Heinrich Himmler institución de la que expulsarnos porque somos apenas unos pobres y simples laicos. En todo caso, nos tendrían que expulsar de la Iglesia —es decir, excomulgarnos— lo cual pareciera exagerado. ¿Exagerado? Hoy se ejecutará la sentencia de excomunión dictada por el Papa Francisco contra dos laicos peruanos -Giuliana Caccia Arana y Sebastián Blanco-, comprometidos con la defensa de la familia y de los valores de la fe, y activos en las redes sociales, por cinco razones inconsistentes; son conservadores y no son amigos de sus amigos; entonces, excomunión [Edificante la valentía de ambos].

Pero más preocupante aún es que se aplique este nuevo tipo de delito canónico a otros casos. Por ejemplo, un sacerdote —que es el más indefenso ante el poder episcopal y pontificio— podría ser expulsado del estado de vida clerical por el delito de «abuso en el ejercicio del apostolado de la confesión» si niega la absolución a una persona que no reúne las condiciones requeridas, o de «abuso en el ejercicio del apostolado de la eucaristía» si niega la comunión a un pecador público, o de «abuso en el ejercicio del apostolado de la misión» si bautiza a un musulmán que se convirtió a la Iglesia católica. La imaginación de cada uno podrá encontrar muchas otras aplicaciones que, con seguridad, ya están almacenadas en la imaginación papal. 

Estas mismas líneas yo no las habría escrito algunos años atrás. Siempre dije quién era Bergoglio y lo que le esperaba a la Iglesia con su pontificado. Pero nunca sospeché que su  desparpajo y desvergüenza iban a ser tan monstruosos. Será cuestión, nomás, de soportar la tempestad hasta que el buen Dios se digne levantarnos el castigo que, seguramente, merecemos por nuestros pecados. 


No puede dejar de mencionarse en este contexto un hecho recientísimo. Mientras los miembros del Sodalicio de Vida Cristiana son expulsados sin ningún tipo de proceso y dos laicos conservadores y defensores de los valores cristianos son excomulgados, al sacerdote Ariel Principi se le levanta la condena. Este sacerdote de la diócesis de Río Cuarto fue sometido a un proceso canónico que duró varios años y en el cual resultó condenado por abuso sexual de menores en dos instancias judiciales. La sentencia que le impuso el tribunal fue la expulsión del estado clerical, y de tal modo fue comunicado hace una semana por el obispado. Y Mons. Uriona afirmó que: "Ahora estamos esperando la notificación del dicasterio de Doctrina de la Fe", que no haría más que confirmar las dos sentencias previas. 

    Pero no fue así. La comunicación fue firmada por el Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Edgar Parra Peña, de frondoso prontuario, y en ella se dice que si bien el P. Principi ha tenido comportamientos inadecuados, le hacen un chas chas en la cola, y nada más. Se deja sin efecto la sentencia previa y el P. Ariel Principi, condenado por abuso sexual de menores, sigue siendo sacerdote y ejerciendo, con algunas limitaciones, su ministerio. 

    Me preguntó dónde ha quedado la política de "tolerancia cero" tan cacareada por el Papa Francisco, y a la cual acaba de apelar en su viaje a Bélgica. 

    Resulta curioso, además, que quien entendió en el caso por competencia y porque así lo declaró el obispo de Río Cuarto, es el cardenal Víctor Tucho Fernández, prefecto de Doctrina de la Fe. Llama la atención que este purpurado sea coetáneo y de la misma diócesis de origen del P. Principi, compañero de seminario y, además, amigo muy cercano, tan cercano y querido que fue su asistente o "padrino" en su consagración episcopal. Simples coincidencias. 


jueves, 26 de septiembre de 2024

Recomendaciones

 

Uwe Michael Lang, Breve historia de la Misa Romana, Vórtice - St. Augustin of Canterbury, Buenos Aires, 2024.

El P. Uwe Michael Lang, del Oratorio de Londres, es ciertamente uno de los liturgistas más importantes de la actualidad. Su libro The Roman Mass. From Early Christian Origins to Tridentine Reform publicado por Cambridge University Press en 2022, es el estudio más actualizado sobre la liturgia romana, superando al clásico, y discutible, texto de Jungmann El sacrificio de la misa

Se trata, sin embargo, de un libro académico y pensado para un público erudito, dedicado al estudio de la liturgia. Sin embargo, el P. Lang escribió también una suerte de síntesis de esa obra pensada para el gran público que, sin ser especialistas en el tema, les interesa acercarse a la historia de la misa propia del rito romano, que es la más extendida en el mundo católico. Es así que surge el libro Breve historia de la misa romana, que publicada a comienzos de este año en francés por Desclée y en español, traducido por Rubén Peretó Rivas, por Cristiandad. Sin embargo, es una hecho importante que acaba de aparecer una edición argentina, en co-edición de Vórtice y el Centro de Estudios de Liturgia Comparada “San Agustín de Canterbury”. 

El libro, en veinte breves capítulos, hecha un vistazo sobre la historia del núcleo estable del rito. Comenzando con los orígenes de la Eucaristía, permite identificar la estructura básica de la Misa romana y su evolución a lo largo del tiempo, buscando responder a cuestiones como: ¿por qué la estructura de la Misa es cómo es?, ¿cómo se desarrolló?, ¿cómo se unieron las piezas?

Dice el autor en el prólogo: “El rito romano es, con mucho, el rito litúrgico más utilizado en la Iglesia católica. La forma de la misa que la mayoría de la gente conoce en la actualidad ha sido moldeada de manera decisiva por la Sede Apostólica de Roma en contacto e intercambio con otras iglesias locales a lo largo de los siglos. Este libro pretende ofrecer un panorama general del desarrollo del Rito Romano de la misa desde sus orígenes en los comienzos del cristianismo hasta nuestros días. La comprensión de esta rica y compleja historia ayudará no sólo al clero en su ministerio sacramental, sino también a los laicos a participar fructíferamente en la liturgia de la Iglesia”. Altamente recomendable. Puede encontrarse más información en el sitio de Vórtice, y en sus redes sociales: Blogger y Facebook. Seguramente, las librerías de Argentina que habitualmente venden libros de Vórtice pronto tendrán el libro en sus escaparates. 


Santo Tomás de Aquino, Comentario al libro de Job, trad. Damián Correa, Ediccc, San Rafael, 2023.

El Libro de Job es una obra magistral de la literatura bíblica que aborda cuestiones profundas sobre el sufrimiento humano, la justicia divina y la fe. Narra la historia de Job, un hombre justo que es puesto a prueba por Satanás con la pérdida de sus bienes, su familia y su salud. A lo largo de la obra, Job se enfrenta a la incomprensión de sus amigos y a su propio dilema sobre por qué Dios permite su sufrimiento, a pesar de su inocencia. El libro destaca la complejidad de la relación entre Dios y el hombre, y subraya que la justicia divina trasciende la comprensión humana. 

Las dos primeras semanas de septiembre se leen en el Breviario romano el libro de Job, y dice el martirologio romano el 10 de mayo: "En tierra de Hus, san Job, Profeta, varón de admirable paciencia". Además hay una Misa y un Oficio propio del santo Patriarca.

San Jerónimo en el prólogo al libro de Job dice que “explicar a Job es como intentar tener en las manos una anguila o una pequeña morena: cuanto más se la aprieta, más velozmente se escapa de la mano”. Resulta entonces interesante proponer diversos autores de fuste que intentaron profundizar en el conocimiento de este libro.

El comentario más importante de la patrística es el San Gregorio Magno, con su Moralia in Iob. Antes que él, San Zenón de Verona escribió un breve tratado Sobre Job. También San Agustín trató este libro en sus Anotaciones al libro de Job. Muchos consideraron como un comentario definitivo el de San Gregorio Magno. Luego Santo Tomás de Aquino compuso su exposición literal sobre el libro de Job.

Este libro del Antiguo Testamento fue también tratado por autores modernos. Así encontramos a Chesterton que escribió un magnífico prólogo al libro, reportado luego en su obra Maestro de ceremonias. Mons. Juan Straubinger en 1945 publicó Job, el libro del consuelo, con un Tratado sobre el mal, el pecado y la muerte. También le dedica un capítulo Jean Danielou en Los santos paganos del Antiguo Testamento. Por último hay que señalar a Peter Kreeft que en su Tres filosofías de vida, trata sobre el libro de Job.

Del comentario de San Gregorio Magno la editorial Ciudad Nueva emprendió una edición en 6 tomos. Por ahora publicó solamente los 2 primeros volúmenes y no se sabe si seguirán esa edición.

Santa Tomás de Aquino dedicó parte de su tiempo y de su genio a comentarlo. Y así, escribe una profunda reflexión sobre la justicia divina y el sufrimiento. Tomás se centra en el diálogo entre Job y sus amigos, resaltando la paciencia y la virtud de Job frente al sufrimiento injusto. A través de su análisis, ofrece una visión teológica que destaca la naturaleza de la providencia divina, argumentando que el sufrimiento humano, aunque incomprensible, tiene un propósito en el plan de Dios. Este comentario es una valiosa guía para entender el dolor desde una perspectiva cristiana.

Lamentablemente, el comentario no estaba traducido al español. Y nos venimos a enterar que apareció el año pasado, en una pequeña editorial de provincia, una magnífica traducción, según el juicio de un buen conocedor del tema, realizada por el P. Damián Correa. Qué importante sería que este libro tuviese una mayor divulgación no solamente en Argentina, sino también en otros países de lengua hispana. 

Los interesados, pueden solicitar información en el Instagram de la editorial EDICCC


martes, 24 de septiembre de 2024

El Papa Francisco en "el túnel de la amistad" (y II)

 


En segundo lugar: hay algo decididamente infame en el mensaje bergogliano de un diálogo que excluye sistemáticamente la disputa sobre la verdad. Es manipulador y autoengrandecedor. Este mensaje lo es porque desacredita un nivel que él mismo ocupa y, al desacreditarlo, lo hace simultáneamente inatacable de dos maneras. Desacredita el principio de «doctrina», es decir, una teoría que aparece de forma conceptual. Ya no se trata de racionalidad argumentativa, sino de sensibilidades. Pero este descrédito proviene a su vez de una doctrina. De hecho, no existe la libertad de la teorías; es absolutamente imposible para el hombre. Por su parte, el aparentemente libre de teorías Francisco está atiborrado de teorías; todas sus declaraciones, incluidas las relativas al diálogo interreligioso, son el resultado de una determinada posición teológica. Esta teoría es miserable, pero es, al menos rudimentariamente, una teoría. En la medida en que esta teoría considera que las disputas argumentativas no sólo son irrelevantes sino destructivas, se inmuniza contra el cuestionamiento argumentativo de sí misma. El teórico que argumenta en contra de esta teoría es insultado por esta teoría antiteórica como teórico teorizante y eliminado del juego. En otras palabras, la posición bergogliana realiza descaradamente una autocontradicción performativa sobre la que se niega notoriamente a ser iluminada en el círculo de esta autocontradicción. Uno se queda estupefacto ante esta impertinencia y se inclina a decir con Aristóteles: «Hay gente que ya no merece argumentos, sino sólo reprimendas.»

Esta peculiar autoinmunización de la doctrina bergogliana se corresponde con el descrédito moral de sus oponentes. Si se observan las declaraciones bergoglianas sobre el diálogo con una mirada más aguda, se ve que el nimbo moral de grandeza que rodea al diálogo antiargumentativo produce exactamente este efecto de deslegitimación moral de sus críticos. Cualquiera que no participe en el diálogo de Bergoglio y en su lugar reclame el diálogo socrático debe ser un sujeto malvado, es decir, un fundamentalista racionalista, solipsista, duro de corazón, divisivo y rigorista. Es francamente sacrílego. En cualquier caso, se le considera antijesuánico [contrario a Jesús]. Estos tenebrosos no quieren un «túnel de amistad», se niegan a «experimentar la fraternidad». Y, de hecho, no faltan advertencias en los discursos del Papa sobre estos «rígidos» perturbadores de las relaciones, que también son bien conocidos en el creativo vocabulario bergogliano como los indietristi (retrógrados).

Uno debe preguntarse por qué la posición bergogliana rechaza tan obstinadamente el dia-logos socrático y no teme utilizar incluso los medios más maliciosos para desacreditar a sus oponentes. Foucault llama a esto «medidas de policía del discurso». A estas medidas sólo recurre una posición que todavía no está completamente segura de su poder, que todavía no lo ha penetrado todo y que, por tanto, todavía tiene que volverse represiva, evitar la luz de la razón y hacer despreciable la discusión argumentativa.

Creo que está bastante claro cuál es el punto crítico subyacente, el núcleo de referencia secreto, de la exuberante teoría bergogliana del diálogo. Es Cristo. El diálogo se concibe precisamente de tal manera que ya no se puede hablar de Él, ni se puede hablar de Él. Porque Aquel que dice de sí mismo «Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es por Mí» (Juan 14:6), eo ipso hace estallar el diálogo liberado de toda tradición de fe particular, cuyo objetivo es encontrarse en el túnel bajo las confesiones dogmáticas y celebrar allí el “Dios único para todos”.

¿Por qué todas las enseñanzas y tradiciones religiosas han de considerarse «riquezas culturales» y, sin embargo, han de ser insignificantes en sustancia? Cristo, con su singular autoproclamación en la historia de la religión, es sólo el caso más molesto de las pretensiones de verdad absoluta de las tradiciones religiosas que no pueden traducirse lógicamente unas en otras. ¿Por qué es tan importante para Jorge Bergoglio que las diversas doctrinas de salvación —y por tanto también el Cristo— sean sólo «dialectos», en principio intentos iguales de acercarse al «único Dios para todos»? ¿De dónde viene este celo por la demolición de la dogmática religiosa y la apoteosis de la subterránea One-World-Religion?

Lógicamente, sólo puede haber una respuesta: Porque esta perspectiva ya no se ocupa principalmente de la religión como tal, sino de un motivo distinto de la religión, que se declara entonces como el motivo principal de la religión en general. Y este motivo rector es la promoción de la «única familia humana global» [Ref.], es decir, la fraternidad natural universal a la que las religiones tienen que servir. El concepto rector de la religión de Jorge Bergoglio es estrictamente funcionalista. Todo el pontificado bergogliano se ha puesto —incluida su complicidad con las altas finanzas globalistas y el Foro Económico Mundial— al servicio exclusivo de la familia humana natural y de la protección de la «Madre Tierra». Las religiones sólo pueden prestar sin problemas este servicio eco-humanitario si relativizan sus respectivas dogmáticas y se contentan con el abstracto «Dios para todos», que ya no reclama nada para sí y, por tanto, puede definirse en función del eco-humanitarismo. Esta autorrelativización es el objetivo de la propaganda dialogante de alta carga moral que pretende sugerir a las religiones que el imperativo religioso central es dedicarse primordialmente al cultivo de la fraternidad natural universal.

Sin embargo, Bergoglio sólo tiene acceso directo a la Iglesia católica. Hace un amplio uso de este acceso, ya que el Papa quiere que la Iglesia se convierta en el faro eco-humanitario para todas las religiones. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco se ha dedicado intensamente a la remodelación de la Iglesia en una función integradora para la «hermandad de todas las personas», una remodelación que, en su punto más importante, debe hacer que el Cristo joánico sea irreconocible, porque Cristo simplemente no puede ser funcionalizado para fines que se encuentran fuera de sí mismo. Cristo sólo se preocupa de que todas las personas crean en su santo nombre, lo adoren y encuentren así su salvación eterna. Pero, ¿cómo se puede dejar atrás esta cristología? Un Papa sólo puede hacerlo indirectamente. Cristo debe hacerse irreconocible mediante la táctica de marginarlo como tradición religiosa secundaria. Se le da el estatus de un bonito ornamento cultural.

Sin embargo, deshacerse de Cristo de esta manera es un proyecto difícil. Hay mucha resistencia; los residuos tradicionales son persistentes. Aún no tiene sentido para todos que Cristo no sea más que una mera formación de la tradición. Y tampoco tiene sentido para todos el Jesús de la misericordia sin límites, que acoge «a todos, a todos, a todos» sin condiciones previas y cuyo mensaje debe consistir únicamente en hablar de la fraternidad natural de todos y de un Dios que acepta todo y a todos amablemente —excepto a los rígidos. Así pues, todavía quedan en la Iglesia los últimos ecos de esta inquietante creencia en la persona divina de Cristo. Hasta que estos vestigios de la memoria queden completamente paralizados, aún queda mucho por hacer. Ningún elefante se descompone en un día. Por eso el papa Francisco intenta con gran energía instrumentalizar para su ideología actual, en particular, a la juventud religiosa del mundo a través de su proyecto de diálogo interreligioso; por eso promueve en la Iglesia obispos poscristianos; y por eso se esfuerza en implementar estructuralmente círculos de silla antiargumentativos llamados sínodos, y, además, en marcar el rumbo del papa Francisco II.

¿Qué debemos hacer? Debemos identificar con precisión la ideología bergogliana; analizar la maquinaria de manipulación de este pontificado; ver a través de sus políticas de poder, estrategias de autoprotección retórica y maquinaciones de vigilancia del discurso. Y luego debemos oponernos sin reparos a la prohibición papal de la razón y la palabra, y hablar con precisión, y cada vez más alto, sobre aquel de quien no se debe hablar: Jesucristo, el único y verdadero Logos de Dios.

lunes, 23 de septiembre de 2024

El Papa Francisco en el "túnel de la amistad" (I)

 



Reproduzco aquí, en dos entregas, un imprescindible —e insisto, imprescindible— artículo de Vigilius, un notable teólogo alemán que me honra con su reconocimiento.  Él mismo me ha pedido que salude especialmente a los lectores del blog y le transmita su admiración por el alto nivel intelectual que suelen tener las discusiones que damos en esta bitácora. 

Luego de leer detenidamente su artículo, se ve con claridad aún mayor de la que aparece diariamente en los estropicios de Bergoglio, la profundidad del daño que está provocando en la Iglesia. 


por Vigilius


El Papa Francisco estuvo completamente en su elemento durante su viaje al sudeste asiático. Esto se debe a que una vez más pudo entablar con entusiasmo el «diálogo interreligioso». Si se leen los discursos ya publicados del Papa, este diálogo goza de un estatus casi sagrado de grandeza, que se nutre de impresionantes predicados morales. Pues el diálogo pretendido apunta en su esencia a la unidad, la fraternidad, la armonía y el acuerdo. Un elemento central del concepto bergogliano de diálogo es la «detección de lo que nos une», es decir, todo aquello que nos acerca permitiéndonos descubrir lo que en verdad siempre es ya idéntico, como simboliza el «túnel de la amistad» subterráneo entre la mezquita Istiqlal y la catedral de la Asunción de Yakarta.

Sin embargo, el concepto bergogliano de diálogo aún no está suficientemente definido por la experiencia de lo común en común. No sólo en contextos explícitamente interreligiosos, sino en todos los contextos en general, Francisco entiende el dia-logos en un sentido muy amplio, como un encuentro en que los interlocutores están sentados en sillas en forma de círculo, en el sentido de la yuxtaposición de puntos de vista y sentimientos sin prejuicios de lo que es personalmente importante para cada uno. Estos puntos de vista pueden diferir en cuestiones fundamentales, pero la diferencia es irrelevante. Pues se trata ante todo de «vivir juntos, mezclarse con los demás, encontrarse, abrazarse, apoyarse, participar en esta multitud un tanto caótica que puede transformarse en una verdadera experiencia de fraternidad» (Evangelii Gaudium, 87).

Sin embargo, existe aquí el peligro de enturbiar la euforia. Una vez que la elevación moral de la mente generada por la doctrina papal de la concordia se ha calmado un poco y se permite que el pensamiento se agite de nuevo, podría surgir en una u otra persona la pregunta, por ejemplo si recuerda sus clases de griego, de si «diálogo» no tiene clásicamente la connotación de discurso y contra-discurso.... Pero es precisamente esta connotación la que se borra en el concepto bergogliano de diálogo; falta el momento central del diálogo socrático, que viene determinado por la disputa intelectual de tesis y antítesis, es decir, por la argumentación racional, porque sólo así puede transmitirse el conocimiento de la verdad. La verdad en sí misma, sin embargo, no es en absoluto la síntesis de lo lógicamente irreconciliable, ni se encuentra necesariamente en el medio. Si así fuera, no habría necesidad de luchar por ella. Está donde está y hay que descubrirla.

Francisco excluye explícitamente la definición teórico-verdadera básica del diálogo: «El túnel se construyó para crear un vínculo entre dos lugares diferentes y distantes. Esto es lo que hace el túnel: conectar, crear un vínculo. A veces pensamos que el encuentro entre religiones consiste en buscar un terreno común entre doctrinas y creencias religiosas diferentes cueste lo que cueste. Sin embargo, ese planteamiento puede acabar dividiéndonos, porque las doctrinas y los dogmas de cada experiencia religiosa son diferentes. Lo que realmente nos acerca es crear una conexión en medio de la diversidad, cultivando lazos de amistad, cuidado y reciprocidad». [Ref.]

Esto es exactamente lo que Francisco repitió en su «encuentro interreligioso con los jóvenes» en Singapur: «Una de las cosas que más me ha impresionado de los jóvenes aquí presentes es vuestra capacidad para el diálogo interreligioso. Esto es muy importante, porque si empezáis a discutir: ‘Mi religión es más importante que la tuya…’, o ‘La mía es la verdadera, la tuya no es verdadera…’, ¿a dónde nos lleva esto? Que alguien responda. [Un joven responde: «A la destrucción»] Así es. Todas las religiones son caminos hacia Dios. Utilizaré una analogía, son como diferentes lenguas que expresan lo divino. Pero Dios es para todos y, por tanto, todos somos hijos de Dios. ‘Pero mi Dios es más importante que el tuyo’. ¿Es eso cierto? Sólo hay un Dios, y las religiones son como lenguas, caminos para llegar a Dios. Unos sijs, otros musulmanes, otros hindúes, otros cristianos. ¿Entendido?». [Ref.]

Creo que hemos entendido el mensaje. Quizá lo hayamos entendido incluso mejor que el autor de la pregunta.

Por eso me gustaría hacer dos comentarios.

En primer lugar: Sócrates y Platón se preocupan fundamentalmente de que alcancemos el conocimiento de la verdad porque es la verdadera realidad-ser. La naturaleza espiritual del hombre le orienta hacia esta realidad verdadera, es el objeto de su anhelo más profundo. Lo verdadero es también el bien; ambas dimensiones pueden trazarse sin solución de continuidad. Y como, según Aristóteles, nadie puede evitar querer el bien para sí mismo, es decir, su propia felicidad, el hombre busca la verdad y se esfuerza por la disolución de las apariencias. Pues intuye muy claramente que quien vive fuera de la verdad, en el mundo engañoso de la ilusión, nunca encontrará la felicidad y, por tanto, nunca se encontrará a sí mismo. Comprende que fuera de lo verdadero sólo hay devastación en lo inauténtico, en el vacío. El vacío también significa la destrucción de la comunidad. No puede haber unidad en la mentira, porque en la mentira ninguno de nosotros se encuentra en la verdadera realidad, sino que sólo nos confirmamos unos a otros en diversas perspectivas ilusorias. Fuera de la verdad, sólo hay separación, que sigue siendo separación aunque todos en el círculo de sillas parezcan unirse armoniosamente y coloquen sus posibles ilusiones unas junto a otras sin criticarse.

Por esta razón, el dia-logos de la metafísica griega está esencialmente orientado a que nos esclarezcamos sobre la falsedad. Esto ya llevó a Sócrates a la muerte. Él exige que los participantes en la conversación se trasciendan juntos hacia la verdad y estén dispuestos a abandonar sus respectivos mundos aparentes. Este diálogo no ve a priori ningún valor en la comunidad en lo común. Pues podría ser que algunos o todos los participantes del diálogo coincidan precisamente en la falsedad y se atrincheren mutuamente con el reconocimiento respetuoso de sus posiciones falsas, moralmente elevados en lo vano. Eso no sería más que una soledad compartida. Por ello, los griegos se preocupan por un diálogo en el que los interlocutores se respeten precisamente al cuestionarse sin concesiones y ser cuestionados a través del medio, epistemológicamente indispensable, del discurso y la réplica. Tienen esta voluntad porque desean esforzarse por su propia autoesclarecimiento, lo que no significa otra cosa que, precisamente por el bien de su propia felicidad, desean trascender hacia la verdad. Mientras que en el concepto bergogliano de diálogo no ocurre ninguna autotrascendencia común, ya que por consideraciones sentimentales de concordia falta la disputa argumentativa sobre la verdadera doctrina, y por tanto, todos permanecen en sí mismos y en sus posibles errores. El concepto socrático de diálogo no solo contiene la posibilidad de una auténtica autotrascendencia, porque los interlocutores se preocupan por honrar la verdad, sino también la oportunidad de alcanzar una verdadera comunidad en el sentido literal de la palabra, precisamente porque es fundada por la verdad misma.

La insinuación de Bergoglio de que de la disputa sobre la verdad sólo se deriva necesariamente la destrucción es sencillamente falsa. La destrucción sólo se produce si los dialogantes no están unidos desde el principio en el deseo de reconocer la verdad. La voluntad de entablar una disputa argumentativa que sirva para reconocer la verdad es algo muy distinto de la mera voluntad de triunfar sobre otro. Estas dos voluntades son opuestas; la primera es desinteresada, la segunda egocéntrica. En consecuencia, el Papa debería invitar ante todo a sus oyentes, que pertenecen a religiones diferentes, a esa abnegación que es la condición necesaria para una disputa productiva sobre la verdad, que es la única que ofrece la posibilidad de que los interlocutores encuentren su libertad con respecto al engaño en el conocimiento de la verdad transmitida por la disputa y, de este modo, se unan realmente.

Dirigiéndose en particular a los cristianos, el Papa podría animarles a utilizar en el diálogo interreligioso todos los argumentos que hacen razonablemente plausible la doctrina cristiana: ¿Es concebible el monoteísmo abstracto? Si Dios está vivo, ¿no debe engendrar diferencias en sí mismo? ¿No es la doctrina de la Trinidad el requisito previo para definir la naturaleza de Dios como amor? Aparte de Cristo, ¿es siquiera concebible que el hombre obtenga una participación interior en la vida divina sin ser destruido en su condición de criatura? ¿No fue precisamente a través del discurso cristiano sobre Dios como descubrimos nuestra propia persona y, por tanto, el estatuto ontológico específico y la dignidad inalienable de la individualidad humana? La lista de estas preguntas podría ser interminable. ¿Por qué habría que privar a los demás de los logros argumentativos de esta doctrina?

Por el contrario, los cristianos podrían aprender del Islam la importancia duradera de la theologia negativa. Pues el hecho de que Dios se haya hecho hombre no significa en absoluto que haya perdido su trascendencia y majestad incondicional, su incomprensibilidad e incontrolabilidad esenciales. Los excesos sacrílegos de la teología liberal y el intrusismo pasmoso con el que la deidad se cosifica y se somete al control humano en el ámbito del cristianismo con referencia al Dios fraternal podrían necesitar un correctivo interreligioso. Por lo tanto, un auténtico diálogo interreligioso podría ser sumamente atractivo. Desgraciadamente, la idea de diálogo de Jorge Bergoglio lo impide completamente.


Fuente:  Einsprüche

jueves, 19 de septiembre de 2024

El obispo castrense de Argentina prohibe las guitarras durante la Misa

 


Sí, tal como suena: Mons. Santiago Olivera, Obispo Castrense de la República Argentina, a través de un comunicado, ha prohibido el uso de las guitarras en las misas que celebran los sacerdotes de su diócesis. Pero no nos apresuremos; se trata de las casullas guitarritas y no del instrumento musical. Cualquier persona sensata puede percatarse de que se trata de un disparate propio de un obispo chusco y bananero como el de Mayagüez, que hizo lo propio en 2021. 

No puede dejar de alabarse la preocupación del obispo castrense para que su clero cumpla con las prescripciones del Concilio Vaticano II pues, en muchos casos, celebraban la santa misa sin los ornamentos prescritos por las normas recurriendo a varias excusas: hace mucho calor, están de viaje, están de maniobras… Excusas, por cierto, que reflejan su pereza y falta de piedad, pues podemos ver fotografías en las que durante la primera y segunda guerra mundial, los capellanes militares armaban dignos altares en el campo o sobre un jeep, y celebraban revestidos con todos los ornamentos prescritos. A partir, entonces, de la comunicación del 13 de septiembre de 2024 no habrá excusa alguna para los capellanes que pretendan celebrar la Santa Misa sin la casulla o aún sin ornamentos.

Lo sorprendente y absurdo es que Mons. Olivera estipule en su comunicado lo siguiente:“recuerdo que en nuestro Obispado no está permitida, como se llama comúnmente, las guitarritas, manípulos, etc.”. Esta prohibición provoca varios interrogantes, entre los que menciono:

1. ¿Con qué autoridad un obispo puede determinar el estilo de ornamentos que pueden o no pueden usar sus sacerdotes? ¿Será que Mons. Olivera es el Ante Garmaz del episcopado argentino y, en cuanto tal, árbitro de la moda litúrgica? 

2. ¿Participará Mons. Olivera con corazón compungido de la celebración penitencial en la apertura del sínodo durante la que se pedirá perdón por el “pecado contra la sinodalidad / falta de escucha”? Es claro que el obispo castrense no es muy sinodal con respecto a sus sacerdotes, a los que persigue no solamente para que le envíen lo recaudado en las colectas sino también a causa de sus lícitas preferencias litúrgicas.

3. ¿Qué le diría Mons. Olivera al Papa Benedicto XVI que usaba frecuentemente casullas guitarrita en las celebraciones pontificias? Ya dio su respuesta: “El Papa Benedicto no está más”, dijo a la objeción planteada por sus sacerdotes. ¿Seguirá, entonces, cancelando todo lo que usaba, hacía y decía el Benedicto XVI porque “no está más”? ¿Hará lo propio con Juan Pablo II y León XIII, por ejemplo, que tampoco están más? ¿Y lo hará también cuando el Papa Francisco deje ya de estar?

4. ¿Con qué autoridad Mons. Olivera exige a sus sacerdotes más de lo que exige la Iglesia en las rúbricas del misal romano? Allí, en el número 337, se dice: “La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que se relacionan directamente con la Misa, es la casulla, a no ser que se determinara otra cosa, vestida sobre el alba y la estola”. ¿Será que, para Mons. Olivera, las casullas romanas, mal llamadas guitarrita, no son casullas y sólo lo son las góticas? No podemos aceptar que un obispo sea tan bruto como para sostener semejante burrada.

5. Es llamativo el celo de Mons. Olivera en obedecer algunas normas litúrgicas: prohibe el uso del manípulo que, efectivamente, no está previsto en las rúbricas. Y nos preguntamos si el mismo celo lo llevará a reconvenir a Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires y ex-primado de Argentina, a quien se lo suele ver celebrar la santa misa revestido solamente con alba, estola…. y palio, pero sin casulla. (Las malas lenguas dicen que no se quita el palio ni para ir al baño; no es cuestión de andar despojándose de los signos del poder jurisdiccional que posee). 

6. Nos preguntamos, finalmente, qué es lo que ha llevado a Mons. Olivera a cometer semejante imbecilidad. ¿No tiene el obispado castrense y su clero problemas mucho más graves de los que ocuparse? Podría proponer aquí un listado de ellos. ¿Será, efectivamente, que lo mueve su celo por la moda litúrgica? Ciertamente no es ese el motivo. Nos animamos a aventurar que la razón se encuentra en el terror que le produce que sus “hermanos en el episcopado” lo reconvengan por los estilos de sus sacerdotes, y le vayan con cuentos al mandamás de Roma.