jueves, 16 de mayo de 2024

La agonía irreversible de la Iglesia argentina

 



Los obispos argentinos, liderados por Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, constituyen la imagen más clara no ya de la decadencia, sino de la agonía irreversible que sufre la Iglesia en Argentina.

    El problema no es que sean más o menos educados, o tengan mejores o peores modales. El problema es que son “nadas”, y de la nada, nada sale. Basta ver la nula influencia que tienen en la vida pública del país, su desaparición en el interés de la gente, la inanidad e irrelevancia de sus comunicados, a los que nadie escucha o atiende.

    Las cifras son escalofriantes. El resultado de una encuesta de hace pocos meses, muestra que en 2023, el 74% de los habitantes del país tienen poca o nada de confianza en la Iglesia Católica. Y los culpables de tamaña debacle son, en primer lugar, los obispos, pues la Iglesia es jerárquica, y son los jerarcas, entonces, los responsables.

    Y nada hace prever que la situación mejorará. Al contrario, todo lleva a pensar que empeorará rápidamente. Las fotos que ilustran este post, muestran a Mons. García Cuerva durante la celebración por el aniversario de la muerte del P. Carlos Mugica, cura ligado a la izquierda peronista durante los ’70. Luego de una marcha, que pretendió ser una procesión pero no fue más un derrame de los suburbios, todo concluyó con una vergonzosa misa en el Luna Park, en la que ya no sólo las estolas y casullas llevaban impreso el rostro de Mugica, sino también el cáliz. 

    Nunca los obispos argentinos en su conjunto se distinguieron por nada; el P. Castellani fue suficientemente elocuente al respecto. Pero se encontraban aquí y allá, casos ejemplares. Y no me refiero solamente a obispos como Tortolo, Kruk o Laise, que todos conocemos en estas páginas. Teníamos obispos con fe, teníamos obispos cultos, teníamos obispos que eran verdaderos pastores. Recuerdo, por ejemplo, a Mons. Lorenzo, Mons. Menéndez, Mons. Aguirre o Mons. Arana, entre otros muchos. Incluso, teníamos obispos que era buenos políticos, e influían en la “cosa pública”, por ejemplo, los cardenales Primatesta o Quarracino.

    Los obispos actuales de la Iglesia argentina son personajes orilleros, sin más mérito para calzar la mitra que la voluntad omnímoda del tirano gloriosamente reinante. 

    Mons. García Cuerva y sus secuaces están convirtiendo la Iglesia argentina en una villa. Ese es su ideal: la Iglesia villera. Basta ver la misa que el primado celebra todos los domingos en su catedral y se transmite por TV. Se trata de una suerte de kirchnerismo o, peor aún, camporismo eclesial. Así como el peronismo proclamaba con orgullo ser el garante de la “cultura villera”, así los obispos argentinos reivindican la “religión villera”. 

    En algún momento, Jorge Mario Bergoglio morirá, y se presentará ante el tribunal divino. ¿Qué tendrá que decir en su defensa ante la catástrofe que ha provocado?

lunes, 13 de mayo de 2024

Cristo y la política III: Cristo Rey

 


por Eck



Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. 

(Jn. XVIII, 37)


Introducción

Hay frases que definen toda una época, su manera de ver y sentir el mundo, afirmaciones que desvelan el alma mejor que miles de libros. En el año de gracia de 1099 fue elegido por sus pares un gran noble como nuevo rey de un reino nuevo, fundado con su sudor, esfuerzo y esperanza. Allí estaba la corona rutilante de oro y gemas sobre una almohada de seda y brocados, la brillante y acerada espada y el dorado orbe coronado por la cruz. “¡No, jamás!”, fue su respuesta. Godofredo de Bouillón, el gran cruzado, nunca llevaría sobre sus sienes una corona de oro donde Cristo la llevó de espinas. ¿Como iba a jugar a las diademas de margaritas, los mantos dorados y los chapines plateados por conquistar y liberar una ciudad, Jerusalén, donde el Señor conquistó a la humanidad y la redimió con una tiara de pinchos, un paludamento de sangre y descalzo en carne viva? Tomó el título de Guardián del Santo Sepulcro y con ello dio una lección de la verdadera concepción del gobernante cristiano: Son los que “esgrimen el bastón de mando y gobierno en nombre del verdadero Rey, hasta que Él vuelva” (J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos).

No le falló el instinto espiritual al cruzado. Como en el caso de la erección de la monarquía en Israel, al Altísimo le pirra tomar los planes humanos y superarlos a lo grande por nuevas vías para salvar a esta humanidad descarriada. Si el mundo llena de pompas, ceremonias y ornamentos a los mandantes, Él no iba a ser menos cuando se proclamase rey legítimo pero a su modo, a su personalísimo modo.


My Way: La Coronación única de Cristo como Rey


Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí, Yo hago todo nuevo” 

(Apo. XXI, 5)


Desde hace milenios, los monarcas, faraones, emperadores y caciques se han considerado sagrados, los mediadores entre los hombres y los dioses, figuras sacerdotales y gubernativas de las que dependía la salud de la comunidad y que si venían malos tiempos, con avisos divinos más amenazantes que el fisco, respondían hasta con su persona de los descubiertos del reino pasando de victimario a víctima. Ni siquiera los recalcitrantes republicanos de los romanos, que rabiaban al oír la palabra rey, no se atrevieron a abolir el cargo de rex para gran alegría de etnólogos, pedantes y tradicionalistas, no fuera que los dioses no encontraran la dirección de las nuevas autoridad políticas y se cabrearan jupiterinamente al no poder pasar los recibos: así que tuvieron su rex sacrorum y mantuvieron esa cruel ironía andante que era el rex nemorensis...a pesar de tanta república republicana.

Dios es de la misma opinión, pues bien sabe el Eterno que volverse anti total, el agere contra absoluto, es seguir bailando al mismo son de los poderes de la tierra. Por lo que en su Sabiduría decidió escoger otro camino: “Así como el cielo es más alto que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos”. (Is. LV, 8-9) mostrando a los pueblos que Él es el único monarca legítimo pues llenó hasta rebosar la verdadera razón de toda potestad: el bien común de todos. Es decir, el amor y “nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos”. (Jn XV, 13). Cristo dio su vida por todos redimiéndonos del pecado y la muerte con amor infinito. Por lo tanto, no hay más alta legitimidad para proclamarse verdadero Rey ya que ha dado el mayor bien de todos: su Vida y la Salvación. Es, pues, su Pasión la ceremonia de proclamación y coronación como Rey, y el Altísimo, como es su costumbre, toma los ritos humanos y les da un valor infinito, descubriendo la realidad que yace tras ellos, haciéndola nueva y asumiéndolos con un nuevo sentido: la lógica de la Encarnación.

Desde su Trono en la Cruz nuestro Señor hizo nueva a la humanidad con su Redención y abrió las puertas del Cielo restaurando a mayor perfección la Creación.


Entrée Joyeuse y la caballería


¡Levantad, oh puertas, vuestros dinteles; y alzaos, portones antiquísimos, 

para que entre el Rey de la gloria! 

Ps. XXIX, 9


Jesucristo, el hijo de David, entró pacíficamente en la Ciudad Santa para tomar posesión de su trono montando en pollino por la Puerta Dorada, entre las aclamaciones del pueblo que batía palmas y ramas de olivo a Su alrededor, símbolos de la paz, la victoria y la prosperidad. Estamos ante una Entrada Real en toda regla donde se respeta hasta el antiguo privilegio regio de que la cabalgadura no haya sido usada por otro y por la puerta regia que mira al Oriente, pues Cristo es como el Sol que ilumina a todos los hombres. Inmediatamente Cristo se puso a purificar su casa a escobazo limpio echando a la morralla dineraria y farisea, hermanas siamesas, en un gesto no solamente profético sino soberano, puesto que sus antepasados, los reyes de Judea, ya lo purgaron de la cochambre idolátrica. E inmediatamente se puso a enseñar y juzgar con la Ley Divina bajo los techos del Pórtico Real, donde estaban antiguamente los palacios de los reyes y sus tribunales, tal como hicieron sus ancestros.

Y como todo buen caballero se preparó para su prueba, la prueba del valor donde demostrará su merecimiento. La noche anterior a la redención del género humano cenó con sus más allegados la última comida donde repartió su don: su propia Vida, dada en favor de todos los hombres. Como un padre alimenta a sus hijos, así debe compararse un rey, padre de su pueblo, pater patriae. Desde la Última Cena, nuestro Señor da de comer al pueblo de Dios con su cuerpo, copartícipes de Su sacrificio, alejando al ángel de la muerte del pecado y la condenación con su sangre y haciéndonos comensales del Altísimo, compañeros del Creador, hijos del Eterno. Tras esta cena, el Salvador veló las armas en medio de los olivos. Allí fue prensado en la almazara de la obediencia del Padre y dio el aceite dorado de la Gracia. Arbol sagrado, con su aceite se consagraban altares y reyes, con sus hojas se coronaban a sabios y campeones, y con sus ramas se proclamaba la paz tanto entre los hombres como con Dios. La sangre que derramó el Salvador es el nuevo aceite de los reyes, de los sabios y de los vencedores, el que consagraba la Nueva y Eterna Alianza entre Dios y su pueblo, con el que se ungió a su verdadero rey. Los maderos de su cruz es la rama que porta el Heraldo de la Paz entre Dios y el Hombre, el ramo del Suplicante que ruega al Padre por sus hermanos y a sus hermanos en nombre del Padre.


Consagración y proclamación

Fue en Belén donde el Señor recibió el primer reconocimiento de su realeza, la primera epifanía de su reyecía. La tradición ha visto en los dones de los tres Reyes Magos —oro, incienso y mirra—, los símbolos de lo que es Cristo: Dios, Rey y Hombre. Pues bien, tienen otro aspecto profético, pues son también anuncios de su Pasión e instrumentos de su muerte. Con dinero se traicionó al Mesías, con incienso se negó al Dios vivo y verdadero y con mirra se crucificó y enterró al Hijo del Hombre. Como Dios ante el sanedrín, fue escupido por sus sacerdotes y escribas; como rey por el pueblo, fue negado por sus súbditos y compatriotas; como hombre por Pilatos, fue torturado y aplastado con injusticia manifiesta. Ya vio Platón que en un mundo caído el hombre más justo atraería a sí todo el mal y que el monarca más legítimo sería arrastrado a la condición de siervo y esclavitud total.

Cuando proclamó Pilatos delante del pueblo ¡Ecce Homo! a Jesus tras consagrarlo con la unción de su sangre, revestirlo con capa purpurada, darle el cetro de caña y coronar sus sienes con espinas, nunca fue más regio, nunca fue más rey Cristo. Ahí es el Señor de la Historia, Juez de todos los hombres y redentor de la humanidad, la Verdad encarnada de Dios, el Hombre y la Creación puesto que con su entrega rige todos los destinos humanos de principio a fin. Así fue testificado en el Titulo de la Cruz y pregonado por los heraldos en todas las puertas de la ciudad y notificado por los apóstoles a todos los confines de la Tierra.


Entronización

Jesús les habló, diciendo: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra”. 

(Mt. XXVIII, 18)


Finalmente fue llevado a su trono, suspendido entre el cielo y la tierra en la cruz, desde donde domina todo su imperio con su vista. Allí le fue entregado por el Padre todo el poder, el de salvar y el de condenar a los hombres según sus eternos juicios. Allí dio la sentencia definitiva sobre la humanidad; todo dependerá de si las personas de toda condición se acogen a ella o la deshechan, si aceptan el amor y la gracia o escogen el odio y la ira, Cielo o Infierno, con Dios o contra Dios. No hay término medio ni apelación posible: o Salvación o Condenación, pues según nuestras palabras y obras somos juzgados. El Redentor da la mayor libertad posible a cada ser humano de determinar su destino. Es la espada de doble filo y sobre la que juraban los caballeros militares pues tienen esa forma: una cruz. ¿Qué eliges ante la Cruz? Es la pregunta fundamental que cada hombre ha de hacerse y en el fin de la vida seremos juzgados por el Amor. 

Al final de los días, cuando llegue con todo poder y gloria recibirá el homenaje de la Ciudad Santa, jurará como señor y entrará en ella con toda pompa para asentarse en el trono de David, su padre para siempre. Será recibido por su pueblo como su rey y señor, y por todas las naciones de la tierra como liberador. Allí, delante de todos, ejecutará definitivamente los juicios y se leerá públicamente la sentencia. Dará su vere-dicto, la palabra de verdad, restaurará el Cosmos del daño de la muerte y el pecado y vendrá la Gloria eterna.

Entonces se proclamará por toda la Creación: Laus tibi, Christe, rex aeternae gloriae.


jueves, 9 de mayo de 2024

Cosas que perdimos II

Seguimos con la serie de “cosas” —curiosidades, costumbres o ritos— que la Iglesia perdió junto con la destrucción de la liturgia romana. Lo más impactante, claro, fue la Santa Misa, pero con ella abrogaron muchas cuestiones menores pero que, sin embargo, eran parte de la vida del pueblo cristiano hasta los años 60.


Vela y Palmatoria: La vela se coloca sobre el altar, del lado de la epístola cerca del corporal y el ministro acompaña al sacerdote con ella para la comunión de los fieles. Se coloca cuando comienza el Canon y se retira después de la comunión.

En regiones hispánicas esa vela se puso en una palmatoria ("candelero corto y con mango”), lo que a primera vista parecería un privilegio prelaticio extendido a todos los sacerdotes.

Desde la edición de 1604 en las Rúbricas generales del Misal romano se contiene la que prescribe entre las cosas que hay que preparar para la Misa: “ab eadem parte Epistolae paretur cereus ad elevationem Sacramenti accendendus”. En las Rubricae generales Missalis romani, del Misal editado en 1962, al Nº 530 dice: “Usus accendendi cereum, prope altare, a Consecratione ad Communionem, ubi viget, servetur”. Eso nos indica que en muchas regiones había quedado en desuso el encender una vela desde antes de la consagración hasta terminada la comunión del sacerdote o de los fieles.

En España y los países hispanos, el uso estaba muy extendido y muchos siguieron usándolo también en la Misa nuevo. Por ejemplo en el Opus Dei.


Cucharita: vemos su usaba en regiones alemanas e hispanas. En Alemania suele estar metida dentro del cáliz antes del ofertorio; en las regiones hispanas solía estar atada a una cinta o cadena, y se colocaba entre el purificador y la patena. También podía estar en la bandeja con las vinajeras.

Se usaba es para morigerar el agua que se vierte junto con el vino en el cáliz.

Esto en esas mismas zonas siguió observándose en la nueva Misa.

Como nada se menciona en el Misal Romano al respecto, fue consultada la Congregación de Ritos si su uso era legítimo por el Arzobispo de Baltimore, Mons. Francis Patrick Kenrick hacia la mitad del siglo XIX. Se le respondió que el uso de una pequeña cuchara no estaba prohibido.

Hay una anécdota sobre el uso de la cucharilla y la palmatoria. Ante el problema de que un insecto se metiera dentro del cáliz luego de la consagración, la solución que da el antiguo Misal era sacar el insecto, dejarlo en un vaso decente y luego quemarlo. Se reseña que los profesores de liturgia decían que para este caso la praxis hispana era muy útil, pues se tomaría el insecto con la cucharilla y se lo quemaría en la palmatoria.

Sobre la mezcla del agua y del vino, dice el Catecismo Romano: “La Iglesia añadió siempre al vino algunas gotas de agua: a) En primer lugar, porque así lo hizo Cristo en la Cena, según la autoridad de los Concilios y el testimonio de San Cipriano; b) Además para recordar la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo; c) Últimamente, porque, simbolizando las aguas a los pueblos, las gotas de agua unidas al vino significan la unión del pueblo cristiano unido con Cristo, su Cabeza”.

De este texto se ve como la liturgia usó una u otra simbología en sus textos: en los ritos latinos el ambrosiano, el mozárabe, el lionés, el bracarense y el cartujo invocan la simbología de las de las gotas de agua salidas del costado de Cristo. El rito romano usa la de la unión del pueblo cristiano con Cristo. Sea el rito dominicano que el carmelitano no dicen nada. Solamente bendicen el agua.

Más allá de eso, es práctica de origen apostólico, que siempre observó religiosamente la Iglesia. Y por ser muy serios los motivos que han establecido esta mezcla del agua, no puede omitirse sin culpa grave. No obstante, aunque se omita, el sacramento conserva siempre su validez.

“Adviertan los sacerdotes que la cantidad del agua debe ser mínima, porque –según la sentencia común de los teólogos– ese agua se convierte en vino”.


Bonete: En todos los ritos existieron objetos para cubrir la cabeza durante los oficios litúrgicos. Entre los occidentales existe la mitra, el solideo y el bonete. Los sacerdotes del rito griego tienen el kameleukon y los armenios una mitra en forma de tiara.

Para los sacerdotes latinos el color es negro. Su forma varía según los países: el bonete romano es cuadrangular con tres picos en forma semicircular y con una borla encima; el bonete español tiene cuatro picos y la borla.

Su primera noticia es del siglo XI, aunque se lo comienza a citar con frecuencia hacia el siglo XIII. Primitivamente era una especie de gorro. El bonete como hoy lo conocemos data del siglo XVI.


Altar privilegiado: Es aquel altar en el cual, por concesión del Santo Padre, se ganaba una indulgencia plenaria aplicable al alma del difunto por quien se celebra la Misa. Debe tener la inscripción que diga Altare privilegiatum

Hay datos precisos de su existencia desde el siglo IX. Sin embargo, el 1º de enero de 1967, Pablo VI los abolió abrogando los privilegios en esta materia. (Indulgentiarum doctrina

Norma 20. La piadosa Madre Iglesia, especialmente solícita con los difuntos, dando por abrogado cualquier otro privilegio en esta materia, determina que se sufrague ampliamente a los difuntos con cualquier sacrificio de la misa.)


Rogativas: Son procesiones de súplica que se hacían el día de San Marcos (letanías mayores) y los tres días antes de la Ascensión (letanías menores) y en circunstancias especiales, como un tiempo de calamidad pública.

El Ritual Romano traía rogativas para pedir la lluvia, para postular la serenidad, en tiempo de mortandad y en tiempo de guerra.


Témporas: Las cuatro témporas están en uso en la Iglesia romana desde el siglo V, extendiéndose con el paso de los siglos a toda la Iglesia de occidente. Son semanas para intensificar la oración, el ayuno y la abstinencia. Se celebran en torno al inicio de las cuatro estaciones del año en las que se reconoce el gobierno providente del Señor dándole gracias por las cosechas recogidas y pidiéndole que bendiga las venideras.

En la antigüedad el miércoles, el viernes y el sábado –junto con el domingo–, eran los únicos días litúrgicos, por esa razón los formularios que se encuentran en el Misal y en el breviario corresponden solamente a esos días.


El misal irreformado de San Pío V: En el ámbito tradicionalista, se escucha con frecuencia decir que el Misal promulgado por San Pío V, y que no hacía más que extender a la Iglesia occidental el rito romano, no tuvo ninguna modificación hasta la reforma de Pablo VI. Es un dato falso. 

En 1604, el Papa Clemente VIII publicó, con algunos cambios, una nueva edición típica del Misal, con el título Missale Romanum, ex decreto sacrosancti Concilii Tridentini restitutum, Pii Quinti Pontificis Maximi iussu editum, et Clementi VIII. auctoritate recognitum. Las rúbricas se modificaron en varios puntos. Las dos reformas más significativas son: 1. En el momento posterior a la consagración del cáliz, las palabras “Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis”, que en el Misal de San Pío V pronunciaba el sacerdote mientras mostraba el cáliz consagrado al pueblo, debían pronunciarse antes de la adoración del sacerdote. 2. La bendición al final de la Misa, que en el Misal de San Pío V era dada por el sacerdote con tres signos de la cruz, debía ser dada con un solo signo de la cruz.

Por supuesto, que este tipo de reformas no suprimieron NADA ni agregaron NADA, y de ninguna manera se afectó al sacrificio. Muchísimo más grave fue, sin embargo, la reforma de Pío XII, que cambió completamente el ordo de la Semana Santa y, ya sabemos todos el carácter que que tuvo la completa reforma de Pablo VI. 

Es verdad también que Juan XXIII había hecho una reforma que no gustó a muchos liturgistas pues, por primera vez en quince siglos, modificó el Canon Romano al agregar a San José entre los santos que se nombran. Se trata ni más ni menos que de alterar el canon, que por el algo es canon. Y aunque sea con un santo de la magnitud de San José, se metió mano en aquello que nadie se había animado. San Pío X le había sacado las cosquillas al caballo modificando radicalmente el breviario; Pío XII siguió domando al potro con la reforma de la Semana Santa; Juan XXIII lo siguió amansando y así, cuando llegó la locura litúrgica de Pablo VI, el potro se había convertido en un percherón viejo y aburrido y ni siquiera se mosqueó.

lunes, 6 de mayo de 2024

Cristo y la política II: El Anticristo, el gran Restaurador



por Eck



“No tienes derecho a añadir ni una sola palabra a lo que ya dijiste 

¿Porqué has venido a molestarnos?...Bien sabes que tu venida es inoportuna.”

 El Gran Inquisidor a Cristo


Introducción: las razones del Gran Inquisidor

En verdad, en el fondo de las cosas, el Gran Inquisidor tenía razón cuando reprochó a Cristo su primera venida y su pretensión de liberar a la humanidad de sus muelles y amadas cadenas. ¡Oh, esclavitud tan querida de los hombres, encarnada en esos ídolos del Poseer, del Prestigio, el Placer y del Poder! Estos son los verdaderos dioses y no los idolillos mitológicos inocentones de la gentilidad. En lo profundo pensamos, reconozcámoslos o no, como esa novelita deliciosa, cínica y desengañada de Wenceslao Fernández Florez titulada “Los Siete Pilares”, que son, nada más y nada menos, que los siete pecados capitales... quitados los cuales cae en el caos la sociedad entera. 

El propio Cristo compartía el juicio como se puede ver en sus afirmaciones subversivas del tipo: Fuego vine a echar sobre la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté encendido! (Lc. XII, 49) No muy razonable con el Calentamiento Global, como se ve (esperamos la hermenéutica de Francisco y sus mariachis con ansia), o esta perla para el día de las familias, tan amada por los conservadores de toda laya: No creáis que he venido a traer la paz sobre la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. He venido, en efecto, a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre, a la nuera de su suegra; y serán enemigos del hombre los de su propia casa. (Mt. X, 34-36) No es de extrañar que escandalizase a las buenas gentes y trajese graves trastornos al Estado y a la Sociedad al mostrar el crimen, la hipocresía y el despotismo sobre el que sustentan. Las potestades del año 33 así lo vieron y actuaron en consecuencia confirmando el gran secreto: “Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo (el inocente) por el pueblo y no perezca toda la nación” (Jn XI, 49-50)


Cristo y la Ciudad del Demonio: el Mundo

No en balde el que edificó la primera ciudad fue un fratricida huido, Caín, la primera ciudad de los hombres donde reina su amo y señor, el Demonio, y las somete a través de la ley del pecado. Y puesto que el Diablo es el Principe de este mundo (Jn XII, 31) y Cristo es el que vino a quebrantar su poder y sus obras. ¿Qué mejor nombre que llamarle revolucionario de este Mundo, el más grande y el único a Jesucristo? Él no iba contra los césares ni los reyes, meras marionetas, sino contra quién les otorgaba el mando; ni contra los ricos sino contra el dinero que los creaba, ni contra los pecadores sino contra el pecado, raíz a la que dio el hachazo fatal con Su vida. El Salvador vino a revolucionar el Mundo, es decir, devolverlo al punto de partida anterior a la Caída. En latín es re-volvere y la acción revolutio...como hacen los planetas en el cielo. A devolverles su verdadero curso. Y ¿qué es quebrantar las obras del Diablo sino subvertir el orden impuesto por el Enemigo, verdadero gobernante del orbe, que da y quita potestades de todo tipo: políticas, sociales, económicas, culturales, etc.? ¿Qué es el Sermón de la Montaña sino el más grande Manifiesto contra la lógica de nuestra vida y el mayor canto a la libertad verdadera, la de ser hijos de Dios? ¿No cumple, acaso, con las profecías de liberación judías y paganas, con la esperanza de todos los pueblos que habitaban en tinieblas?

Así que el Gran Inquisidor tenía razón en condenar a la hoguera a Cristo por subversivo contra los poderes constituidos, por revolucionario contra toda sociedad “civilizada” y por sedicioso contra  las verdaderas jerarquías y sus magisterios trayendo el escándalo al pueblo y rompiendo la quietud de las conciencias de las ovejas hipócritas, tan sabiamente apacentadas por sus tan farisaicos pastores. Pero el “mal” ya estaba hecho a pesar del celo de las potestades y la labor revolucionaria de la Iglesias y sus santos y mártires aumentaba con el tiempo trayendo una guerra civil a la humanidad y el peligro de hundimiento general del orden terrenal por lo que que a grandes males, grandes remedios. Para resolverlo tendrá que venir un personaje similar pero contrario: el Anticristo.


El Anticristo ante el espejo

Existe una creencia rusa poco conocida y muy aguda, la de creer que el Anticristo será una especie de doppelgänger de Cristo. Un hermano gemelo malvado, su imagen invertida pero tan parecida que se pueden confundir con Él. No en balde San Pablo nos lo avisó con su “Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (II Cor. 11, 14), en este caso con la máscara de mesías redentor de todos los males humanos y el gran dador de todos los bienes terrenos. Así que el Anticristo se manifestará como el Restaurador del Mundo, el que viene a reconducir el orbe a su estado caído y atacar la labor revolucionaria de Cristo. El gran Enemigo será el campeón de la reacción del Mundo, la Carne y el Diablo y vendrá en pos de sus antiguos fueros. Así que tenemos el reflejo, la imagen invertida de un Cristo, restaurador del Cielo y revolucionario en la Tierra a través de la Humildad, la Cruz y el Fracaso; en el Anticristo restaurador de la Tierra y revolucionario del Cielo a través del Orgullo, la Gloria y el Exito.


El Mesías de Luz

Una de las pesadillas más recurrentes de la apocalíptica es la forma del Anticristo. Con mucha imaginación las gentes y los iluminados de toda laya lo describen como un Leviatán que arrasa todo a su paso, que se merienda a los niños en espetones y salsa barbacoa, que ilumina los jardines con disidentes como antorchas a lo Nerón, y otras crueldades que dejarán al marqués de Sade como un autor monjil de novelas infantiles, y a Caligula como un aficionado jefe de escalera. Fuego, llamas, lava, ceniza, grisura, rayos, truenos, relámpagos, terremotos, edificios en ruinas, hambre, epidemias, catástrofes naturales, sufrimientos a mansalva, muerte por doquier, cadáveres en descomposición, el mundo convertido en un suburbio de Mordor o de Detroit, que es peor, porque nadie le echa un ojo para vigilarlo. Así lo describen pero, me pregunto: ¿A quién atraería semejante cuadro, a parte de sadomasoquistas y amantes de Black Sabbat? ¿A qué político se le ocurriría basar su campaña electoral en que traerá la ruina, la peste, la guerra y las destrucción? 

No. Se equivocan y mucho, la realidad será más parecida a un chiste agudo sobre el infierno y las elecciones. Cuentan que un político murió por un error del ángel de la Muerte y al llegar a las Puertas del Cielo, su portero, San Pedro, le ofreció pasar un día allí y otro en el Averno como compensación; una vez hecha la experiencia podía decidir dónde quería quedarse para siempre. Tras pasar un día entre armonías, arpas y angelitos en medio de nubes y arcoíris, bajó al Hades donde estaban de farra continua, odaliscas, viejos amigos sonrientes, ríos de vino y los mejores manjares que se podían concebir. Regresó ante San Pedro y eligió el infierno. Cuando volvió contentísimo al Inframundo, el escenario había cambiado completamente: eran campos de soledad, mustios collados, desiertos de ceniza, sufrimiento y esclavitud.

- Ayer estábamos en campaña.¡Hoy ya votaste por nosotros! 


El Fin del Mundo, la gran campaña electoral

La gran campaña seguirá el guión de las Tentaciones de Cristo y tomará el consejo del Gran Inquisidor de aceptar los dones allí donde se negó Cristo reconstruyendo los pilares quebrados por este y erigiendo la nueva Torre de Babel contra Dios:

1º Choripanes para todos

Para ganarse al pueblo y ser elegido democráticamente el Anticristo dará prosperidad económica a todo el mundo convirtiendo las piedras en panes y saciando a las multitudes de sus deseos egoístas a cambio de su fidelidad. Un pacto comercial, un do ut des frente al don gratuito de Cristo.


2º El jueves, milagro

Para ganarse a las aristocracias de toda laya lo mejor son los milagros que muestren su saber, religión, nobleza y riqueza a petición del respetable, y no como signos que rompen la mollera y nos sacan de nuestro egoísmo. La perfección humana, que atraerá como locos a los que se creen los mejores, los nuevos dioses, y que le hará vender sus libros de autoayuda como rosquillas para todos los que quieran seguir sus pasos en pos de la cima. Y sobre todo, el milagro será un medio de someter a los hombres a sus designios. Un diosecillo a su medida de pequeños endiosados.


3º El gran Hermano

Finalmente la gloria del mundo como rey y señor dominando todos los reinos de la Tierra, elegido de consuno por el pueblo y los dirigentes. A tales vasallos, tal señor.  Será su hermano, todos compartirán sus valores en hermandad, pero el más grande y gobernante de todos porque será el que los lleve a la cima, su arquetipo y ejemplo. Nada de tiranías nazis o comunistas; el demonio no se conforma con obediencias obligadas, su orgullo no se lo permite, sino voluntarias y anhelantes como pide su soberbia. Convertir a los hijos de Dios y columnas de la Creación en sus esclavos y ruinas colmará su odio al Eterno. Hermanos sin Padre, Hijos huérfanos, sólo el interés, el odio y el egoísmo cimentará tal unión. Paradoja, queriendo ser dioses renuncian a la divinización, creyendo amarse cada vez se odian más a sí mismos y pensando en su propio interés cada vez empeoran. Por esta contradicción odiarán cada día más y más a los pocos fieles, los que muestran con su mera presencia la mentira, con saña alimentada por la envidia los atacarán y por soberbia los destruirán al negar el gran ídolo de sus vidas.

Los fieles serán perseguidos como locos y criminales, los que se oponen a la deificación del hombre por el hombre y la construcción del paraíso sobre la tierra, y encima tendrán la gran tentación de que el Anticristo cumplirá todas las promesas de Nuestro Señor de forma aparente pero sin Dios y sin amor. En fin, el Diablo y su elegido mostrarán todo su poder de seducción, nos darán todo lo que se puede desear sobre la tierra, un falso paraíso, todo a cambio de un rodillazo hasta que se deposite el voto en la urna. Y como en política no hay voto imperativo ni obligación de cumplir lo prometido...


Conclusión

Durante muchos años, uno de los temas estrella de la apologética era que el cristianismo servía al orden al mantener la paz de la sociedad. Esto lo resume Napoleón con su frase de que un cura le ahorra cien gendarmes. Argumento cínico y farisaico que sacraliza las injusticias y usa a Dios como garante de un orden aunque se haya hecho con la sangre de los inocentes. No andaban desencaminados los teólogos de la liberación cuando intuyeron lo revolucionario del mensaje de Cristo, pero se engañaron al ver sólo el aspecto socioeconómico y no que el Redentor era mucho más radical y poco estaba interesado en cambiar de marca de cadena por otra peor en vez de ir a la raíz del problema de los hombres: el corazón humano. En realidad, las revoluciones que se desencadenan desde 1533 hasta la actual, no son más que intentos reaccionarios de volver a antes de la Cruz, signo de contradicción (Lc. II, 34) y restaurar el poder de los ídolos y de su señor. La revolución cristiana destruyó para siempre el mecanismo de dominación diabólica y sus efectos deletéreos aumentan con los años, como la semilla de la mostaza, dejando como inútiles todos los parches que pone el Mundo hasta que tenga que venir el reaccionario y restaurador del Diablo para intentar acabar con la subversión contra el Príncipe del orbe y con el subvertidor, Cristo.

Y vencerá el verdadero Rey, coronado legítimamente en la Ciudad Santa en la Pascua.