jueves, 29 de junio de 2023

Mons. Dominique Rey, un obispo que (por ahora) resiste

 



Esta semana se conoció que el Vaticano decidió enviar una visita apostólica al obispo Joseph Strickland, de Tyler, Texas. Todos podemos imaginar como terminará este fraternal envío del Santo Padre a un obispo que se ha caracterizado por hablar claramente —negar la comunión a los políticos pro-aborto, por ejemplo— o condenar las blasfemias pro-homosexuales del jesuita James Martin. 

Ya sabemos cómo funciona la sinodal KGB vaticana y el sistema de terror que utiliza desde los inicios mismos del pontificado de Bergoglio para eliminar a aquellos obispos que no se suben al carro triunfal del tirano o que no son capaces de hacerse los muertos para no ser asesinados. Ocurrió con Mons. Rogelio Livieres en Ciudad del Este y con Mons. Pedro Martínez en San Luis, para poner ejemplos cercanos.

Pero es interesante lo que está sucediendo en Francia con Mons. Dominique Rey, obispo de Frejus-Toulon, quien a pesar de las presiones vaticanas, ha decidido no renunciar. Publico aquí la versión española del artículo aparecido en el boletín de Paix Liturgique.



En cualquier momento caerá un rayo sobre el obispo Dominique Rey, a quien probablemente el Papa privará de sus facultades episcopales nombrando un coadjutor con “poderes especiales”. Es culpable, gravemente culpable, de haber convertido su diócesis en una encrucijada de corrientes tradicionales y carismáticas, un refugio para jóvenes sacerdotes no conformistas, con un seminario floreciente, un clero joven de 250 sacerdotes activos, párrocos y vicarios para todas las iglesias y capillas. ¡Es insoportable! Al final de una caza despiadada dirigida por Roma, el nuncio y sus hermanos obispos están listos para decretar la muerte. Quizá demasiado rápido. El obispo de Fréjus-Toulon aún no ha muerto.


Un sacerdote de la generación de Juan Pablo II

Dominique Rey nació en 1952 en Saint-Étienne, en el seno de una familia católica de siete hijos (una de sus hermanas ocupó un alto cargo en las Hermanas de San José de Cluny). Tiene un máster en economía política y un doctorado en economía fiscal. En 1975 y 1976, trabajó para el Ministerio de Finanzas de Chad. Allí descubrió el ardiente pentecostalismo del pastor Jacques Giraud (como obispo, se interesó por la "megaiglesia" del baptista californiano Rick Warren). En París, cuando se convirtió en inspector de Hacienda en el Ministerio de Finanzas, descubrió la comunidad Emmanuel, fundada en 1972, de la que se convirtió en miembro de la primera generación.

Decidió hacerse seminarista para la diócesis de París, pero no en el entonces muy progresista seminario de NNSS Marty y Gilson, sino en una comunidad acogida por los dominicos de la rue du Faubourg-St-Honoré. Se ordenó en 1984, como miembro de Emmanuel, para la diócesis de París, que se había convertido lustigeriana. Destinado al Liceo Stanislas, cuya capellanía estaba confiada al Emmanuel en aquella época, fue después superior de los capellanes de Paray-le-Monial, centro neurálgico de las actividades desbordantes de la Comunidad, y sacerdote acompañante de sus seminaristas. En 1995, regresó a París y fue nombrado párroco de la gran parroquia de La Trinité de París, confiada al Emmanuel, cuya numerosa congregación es comparable en edad y tamaño de las familias a la de las iglesias tradicionalistas. Dinamizó las asambleas litúrgicas —en un sentido más bien tradicional— y las numerosas actividades, en particular el famoso "café cristiano" en el corazón de Pigalle.

En 2000, el nuncio Baldelli, deseoso de proteger el seminario de Castilla, del que se había hecho cargo en 1983 Mons. Joseph Madec, nombró a Dominique Rey, de 48 años, obispo de Fréjus-Toulon, con la misión de hacer florecer el seminario mayor.


Un obispo que comprende el poder de los tradismáticos

"Mons. Rey, le start-uppeur de l'évangélisation", fue el titular de la revista Les Jours del 13 de junio, escrito por Timothée de Rauglaudre, que dice: "El carismático obispo ha convertido su diócesis de Fréjus-Toulon en un laboratorio de recristianización a la americana sobre un fondo de ideas conservadoras". En resumen, sería el mejor usuario de estos famosos tradismáticos, cuya postura analiza así Gaël Brustier en un artículo para la Fundación Jean-Jaurès: "Los tradismáticos han heredado de los 'tradis' un gran interés por la política y de los 'chachas' una seguridad en sí mismos que les permite llegar a los demás con bastante facilidad. En 2013, los tradismáticos aparecerán como los hermanos pequeños de la 'generación Juan Pablo II', que se reunió en la JMJ de 1997, y como la generación Benedicto XVI, que se reunió en Madrid para la JMJ de 2011". Monseñor Rey los comprende perfectamente: "Monseñor Dominique Rey no es en absoluto un tradicionalista. Subrayémoslo. Verdadero carismático, obispo de choque católico, emprendedor político excepcional, es la punta de lanza de un catolicismo francés que ha decidido no transigir en nada. Intelectual, misionero y organizador, además de excelente político, intuyó y sintió, probablemente mejor que nadie en el episcopado francés, la fuerza y el poder que representa un espíritu extendido y difuso: el espíritu tradismático...".

Un obispo de "reconquista católica", decía Le Point el 3 de noviembre de 2017, que quiere implantar la Iglesia evangelizando en las discotecas y en los campos de deporte, mientras preside procesiones tradicionalistas en los barrios musulmanes de Toulon. Sale a la luz a través de los ojos de la revista Golias, que le otorga dos gorros de burro en su "Trombinoscopio" y se atraganta ante el hecho de que su Observatorio sociopolítico, dirigido por el abate Louis-Marie Guitton, invitara a Marion Maréchal a la edición 2015 de las Universités d'été de la Sainte-Baume. Y eso que Golias no sabe que Mons. Rey casó a la heredera de la familia Orléans y que es capellán de familias católicas del Gotha que también apoyan de buen grado a los tradismáticos.

Le Point citó a uno de sus colaboradores - el padre de Boisgelin, cuyos antepasados lucharon en las Cruzadas - que lo elogió, aunque con matices, como eclesiástico: "Cuando trabajas con él, tienes que aceptar la pobreza de espíritu que consiste en cambiar tus ideas cuando él las cambia. [...] En nuestra diócesis, acogemos todas las formas de vivir nuestra fe, nadie se queda al margen, es enriquecedor, aunque a veces moleste”.

El obispo asumió riesgos, incluso financieros, abriendo las puertas de par en par, acogiendo a una veintena de nuevas comunidades carismáticas brasileñas, pero también tradicionalistas como los Misioneros de la Divina Misericordia, cuya iglesia de Saint-François de Paule se convirtió en la sede de una parroquia personal tradicional en el centro del viejo Toulon, es decir, la ciudad musulmana, una comunidad que se dedica a la evangelización de los musulmanes.

El obispo no tiene reparos en "ir de compras" a comunidades latinoamericanas, pero también a comunidades tradicionales, hasta el punto de que el número de sus seminaristas en el seminario de Castille, una finca vinícola cerca de Toulon, donde se codean los vaqueros y las sotanas, pero también colocados en comunidades ajenas al seminario, ha superado los 90 en pocos años.

Summorum Pontificum, en 2007, fue muy bien acogido en Fréjus-Toulon. Incluso es la única diócesis de Francia donde se aplicó realmente el motu proprio, es decir, donde los párrocos tenían total libertad para decir la misa tradicional, a petición de "grupos estables", sin referirse al obispo ni, por supuesto, a Roma. Eso era antes de la sinodalidad...

Benedicto XVI podría haber trasladado al arzobispo Rey a una diócesis más grande para ampliar su experiencia, o incluso haberlo hecho cardenal. En su lugar, en 2008, se limitó a nombrar a Marc Aillet, vicario general de Fréjus-Toulon y miembro de la Communauté Saint-Martin, como obispo de Bayona, , a instancias de monseñor Rey.


Poner a prueba el bergoglionismo

El clima en la Iglesia cambió, como sabemos, a partir de 2013. Fue una especie de enfriamiento climático para las diócesis, comunidades y seminarios prósperos, que pasaron a ser calificados de "clericales", lugares peligrosos que debían ser suprimidos. En Albenga, Italia, el obispo se vio obligado a dimitir por el nombramiento de un coadjutor al que se otorgaron plenos poderes para gobernar la diócesis. Al muy clásico obispo de San Luis en Argentina ("¿Ha dicho Amoris laetitia? No he oído hablar de ella, nada ha cambiado en mi casa"), el Papa le pidió su dimisión. El obispo de Ciudad del Este, en Paraguay, ha sido destituido, y su floreciente seminario, San José, ha vuelto a la normalidad. En San Rafael, Argentina, se cerró otro seminario por ser demasiado "rígido".

Como resultado, los más críticos de los hermanos franceses del obispo Rey sintieron que tenían alas. Las "preguntas" enviadas por las congregaciones romanas al obispo se multiplicaron, porque con un número tan grande de comunidades jóvenes, es inevitable que haya lugar para crisis y disfunciones. El 11 de enero de 2020, por primera vez desde la época de Juan Pablo II, un progresista decidido, monseñor Celestino Migliore, fue nombrado nuncio en Francia. El 3 de mayo de 2020, el obispo fue apuñalado en la cara por una carta pública enviada por el padre Arnaud Adrien, antiguo rector del Seminario de Castilla —todo lo contrario de un izquierdista, pero a quien el tradicionalismo le produce urticaria—, dirigida a los decanos, a los miembros del consejo presbiteral, a los canónigos, a monseñor Aveline, al metropolitano, monseñor Beau, encargado de los seminarios en la Conferencia Episcopal, una carta, en otras palabras, destinada a circular en los obispados de Francia y en los dicasterios de la Curia romana. La carta formulaba una única acusación: Mons. Rey era culpable de dar a su seminario "una línea cada vez más tradicionalista" sin consultar a los vicarios generales. La prueba: el despido del padrre Mallard, un profesor de teología fundamental muy "abierto", reemplazado por el padre Dubrulle, de los Misioneros de la Misericordia, que había sido nombrado prefecto de estudios de La Castille.

A partir de entonces, los acontecimientos iban a desarrollarse rápidamente, sobre todo en el contexto del Comité de Salut Public (Comité de Sanidad Pública), que preparaba y luego publicaba Traditionis custodes, un documento destinado a destruir a los partidarios de la liturgia tradicional. Mons. Rey tuvo que explicarse ante una especie de tribunal presidido por el cardenal Stella, entonces todopoderoso prefecto de la Congregación para el Clero, y ante los principales miembros de su Congregación, en particular Mons. Mercier, secretario de la Congregación, y el muy formidable Louis Menvielle, miembro del Instituto Notre Dame de Vie. A esto siguió, todavía en 2020, una "visita fraterna" del futuro cardenal Aveline, arzobispo de Marsella y metropolitano de Fréjus-Toulon, a instancias de la Congregación para los Obispos y del cardenal Ouellet. Jean-Marc Aveline, viejo amigo de monseñor Rey, intentó mediar, inspirando una "carta" que facilitaría el discernimiento de las vocaciones a medida que surgieran.

Pero Roma, que había decidido que monseñor Rey debía morir, se sorprendió de la resistencia del obispo, que no dimitió como sus homólogos de Albenga y San Luis, habló de "diálogo" con la Conferencia Episcopal Francesa y Roma y arrojó algunos sacos de lastre para que su aeronave tomara vuelo.

Luego llegó la sorprendente noticia de que el cardenal Ouellet prohibía las ordenaciones que el obispo Rey debía realizar en junio de 2022. Al igual que con la ofensiva de Traditionis custodes, el mundo católico conservador se conmovió: "La decisión sin precedentes de Roma de 'suspender' las ordenaciones sacerdotales que debían haber sido celebradas el 26 de junio por monseñor Rey está causando conmoción en la Iglesia católica", escribió Jean-Marie Guénois en Le Figaro el 3 de junio de 2022. “En la memoria de teólogos y obispos, nunca hemos visto una sanción semejante en la Iglesia católica. La suspensión —ordenada por Roma— de las ordenaciones sacerdotales previstas para el 26 de junio en la diócesis de Fréjus-Toulon debe calificarse de sanción. En otras palabras, un medio brutal de imponer un mensaje de Roma al obispo local, Mons. Dominique Rey, de 69 años, que lleva veintidós años al frente de la diócesis”. Periódicos complacientes como La Vie, claramente avisados por los despachos de Ouellet, enumeraban mientras tanto las "disfunciones". La principal, "la reestructuración del seminario y la política diocesana de acogida". Demasiado espacio para la tradis.

Y el 13 de febrero de 2023, comenzó una visita canónica, esta vez de verdad, hecha a matar, bajo la dirección de la Congregación para los Obispos, con dos visitadores, el más hostil que nunca al obispo local, Mons. Antoine Hérouard, antiguo secretario general de la CEF, antiguo rector del seminario francés de Roma, antiguo delegado apostólico para el santuario de Lourdes (del que hubo que apartar al "clerical" Mons. Brouwet), recientemente nombrado arzobispo de Dijon, y Mons. Joël Mercier, antiguo secretario del Dicasterio para el Clero, que conocía admirablemente bien el dossier Rey. Nadie dudaba de que el informe que se redactaría convertiría, como mínimo, a monseñor Rey en un obispo títere sin poderes. Ya que, decididamente, no quería dimitir.


Un "escándalo eclesiástico

"La palabra 'escándalo eclesiástico' es fuerte", tronaba Jean-Marie Guénois en el artículo mencionado, "pero está justificada. ¿Cómo pueden el Vaticano y quienes avalaron esta decisión, que a priori apunta a las opciones eclesiales del obispo de Fréjus-Toulon, mantener como rehenes a diez jóvenes seminaristas [4 futuros sacerdotes, 6 futuros diáconos] que no son responsables del problema? Hay sin duda demasiadas ordenaciones sacerdotales en Francia...". Y continuó in crescendo: "Si hay casos conflictivos entre los diez ordenados, la Iglesia dispone de todos los medios para retirar la aprobación a los ordenandos en cuestión. Si hay un problema con la gestión del obispo, esta cuestión puede identificarse y tratarse como tal. Pero el castigo colectivo de forma autoritaria no cae bien en la comunidad católica francesa. Incluso en la izquierda, que no aprecia al obispo Rey y que se declara sorprendida por la "violencia" del procedimiento. No se debe permitir que el autoritarismo deplorado por muchos en el Vaticano al final del pontificado de Francisco cree una especie de terror clerical en la Iglesia católica, ¡en un momento en el que sólo se habla de sinodalidad!”.

Hay que decir que el pensamiento católico "de izquierdas" se ha quedado completamente desfasado con respecto a las expectativas de lo que queda del pueblo cristiano en Francia. Un cuestionario titulado Synode sur la synodalité (Sínodo sobre la sinodalidad) reveló que el 92,9% de los encuestados espera que un sacerdote se dedique prioritariamente a administrar los sacramentos, el 87,6% está a favor del celibato sacerdotal, el 70% critica a la Iglesia por "no difundir sus propias opiniones y guardarse la verdad por miedo a ofender", el 74% espera que promueva "un modelo bioético que garantice el pleno respeto de la persona humana desde la concepción hasta la muerte natural", el 70% espera que "defienda la familia en su forma tradicional". En resumen, los católicos practicantes creen que el pensamiento eclesiástico dominante lo ha entendido todo mal. Dominique Rey lo comprendió. En Les espaces du catholicisme français contemporain (Presses Universitaires de Rennes, 2021) Vincent Herbinet dedica un capítulo entero a analizar el caso Fréjus-Toulon y su diferente obispo. Habla de una "cuarta vía", ni progresista ni integrista, ni siquiera de una "tercera vía" como la del cardenal Lustiger en los años 80 y 90. V. Herbinet, que "partía de la hipótesis de que en adelante tomaría forma una militancia católica más visible en relación con las cuestiones familiares, éticas y doctrinales", concedía con razón una importancia decisiva al vínculo entre clasicistas y tradicionalistas, y lo convirtió en el punto central del intento de Rey.

Éste era el punto más subversivo del orden eclesiástico establecido y, por tanto, la principal acusación contra el obispo de Fréjus-Toulon: en sintonía con la realidad actual de lo que queda del catolicismo francés, Dominique Rey contribuía a difuminar las fronteras entre católicos conservadores y católicos tradicionales. Tanto para Vincent Herbinet como para Jean-Marie Guénois, la experiencia de Rey en Fréjus-Toulon, a pesar de sus debilidades, era un laboratorio para el futuro.

¿Un obispo que apuesta por el futuro de la Iglesia? Los hombres del pasado, en Roma y en el episcopado francés, querían hacérselo pagar.

Así que una última observación: ¿quién podría ser el héroe intachable que podría suceder a Dominique Rey? 

Los fieles que han visto cómo han sido los nombramientos episcopales durante varias décadas se preguntan... ¡y se preocupan!

lunes, 26 de junio de 2023

Instrumentum doloris

 


La semana pasada se conoció el Instrumentum laboris del sínodo sobre la sinodalidad que se desarrollará durante dos años, comenzando el 4 de octubre próximo. Los medios católicos han publicado ya varios análisis sobre el larguísimo escrito. Recomiendo esta entrada del blog Missa in Latino donde están los link a varios de ellos (en italiano). No es cuestión, entonces, de repetir lo que ya ha sido dicho, y bien dicho, pero sí podemos proponer algunas reflexiones marginales.

La primera es la más obvia: todo esto es un dèjá vu, una versión remixada de todas las iniciativas del pontificado francisquista, propuestas en un orden ligeramente diverso y en esta ocasión con un nuevo aditivo que aparece a cada rato en el documento y que se percibió permanente en las respuestas de los cardenales Hollerich y Grech durante la conferencia de prensa de presentación del cartapacio. Y me refiero al carácter onanista de toda esta pantomima, pues ya no se trata solamente de los consabidas prédicas sobre los homosexuales con ganas de amarse, los casados con ganas de divorciarse y los curas con ganas de casarse —es decir, un intento de abrogación del sexto mandamiento—, de las mujeres con ganas de ordenarse sacerdotes y de la Madre Tierra sin ganas de ser violada, sino que, nos dicen, lo más importante del sínodo es la misma sinodalidad. Es el caminar por el puro hecho de caminar, sin pensar adónde nos conduce ese camino; es el “hecho de caminar juntos e interrogarnos sobre el sentido de esta experiencia”, dijo el cardenal Grech. Un ejercicio onanista, concebido por un político desaprensivo como el papa Francisco, que saca continuamente conejos de la galera para conservar una cierta iniciativa en una Iglesia en fase de disolución; una suerte de masaje cardíaco sobre un pontificado agonizante que le permite, aunque más no sea a base estertores, mantener la apariencia de vitalidad, sin el menor cuidado por las consecuencias que provocarán los medios que se utiliza para tal fin.

Porque otro hecho bastante evidente para cualquier observador, es que este sínodo es otro de los “regalitos” que Francisco dejará a su sucesor (una práctica frecuente de las últimas semanas: Mons. García Cuerva, “regalito” para los fieles de Buenos Aires; Mons. Cobo Cano, “regalito” para los fieles de Madrid y el padre Terlinden, “regalito” para los fieles de Bruselas). Lo verdaderamente importante y definitivo de los sínodos es la exhortación apostólica post-sinodal, promulgada por el Sumo Pontífice con la enseñanza propiamente magisterial que deja la asamblea, habitualmente un años después de finalizada. Es decir que tal documento debería conocer la luz hacia fines de 2025. Y la edad y las dolencias del papa Francisco sugieren que para esas épocas ya habrá dejado este mundo, o estará en los preparativos finales. “Que se las arregle el que venga”, dice él siguiendo la permanente táctica de los gobiernos peronistas, que bien conocemos en Argentina: durante sus periodos de gobierno gastan, dispendian y se endeudan a fin complacer a las masas y a sus propios bolsillos, y luego dejan el “regalito” de arreglar los entuertos que provocaron a los gobiernos que los suceden. 

El 8 de julio de 2013, poco más de cien días después de la elección de Bergoglio, decíamos en este blog que el naciente pontificado se caracterizaba por “la ausencia de hechos y de discursos teológicamente consistentes y, sobre todo, connotantes, los que se suplen por los cotidianos bergoglemas que terminan por no decir nada”. Pasados ya casi cuatro mil días debemos decir lo mismo, y el instrumentum laboris lo corrobora. El papa Francisco comenzó su carrera romana con tres o cuatro pobres ideas disruptivas, a fin de presentarse como el papa que venía a renovar la Iglesia y encarnar el liderazgo del progresismo en el mundo y, llegado ya al fin de su carrera, encontramos que continúa insistiendo con esas mismas tres o cuatro ideas gastadas (ideas y no hechos, porque la sinodalidad está sólo en las palabras; en los hechos, el suyo es un pontificado dictatorial), apresura el paso de la Iglesia hacia su disolución final y de su pretendido liderazgo planetario no quedan más que monerías lamentables (basta ver el ineficiente por inexistente rol jugado en la guerra de Rusia y Ucrania, más allá de sus cacareos, de los que tuvo que salir a salvarlo el cardenal Zuppi). Como decíamos al comienzo, un dèjá vu; las temas y hasta las palabras que aparecen en el instrumentum laboris podrían haber sido elencadas hace diez años sin necesidad de ser un profeta. 

Finalmente, y como ha sido destacado por varios comentaristas, el instrumentum labori (sí, con ese grosero error de ortografía latina apareció en su primera versión) es un documento destinado a la lectura de sólo unos pocos ascéticos especialistas. Ningún fiel católico, de mediana piedad y salud mental, se sentará en su casa a leer con unción semejante mamotreto, acorde a la producción de toneladas inauditas de palabras que no dicen nada que hemos visto en los últimos años. Y será de ver el espectáculo de prelados, sacerdotes, monjas, laicos y laicas “trabajando” con esos folios. Se ha anunciado que las reuniones se tendrán no ya en la Sala del Sínodo sino en el Aula Pablo VI, a fin de poder colocar numerosas mesas en torno a las cuales se reunirán los equipos de trabajo integrados por doce personas cada uno. Este ordenamiento topográfico, explica el P. Giacomo Costa, “facilita la dinámica de la conversación en el Espíritu”. No sería extraño que un grupo de expertas en ciencias de las educación pidieran a los padres y “madres” sinodales que expresen sus ideas y sentimientos a través de animalitos amasados en plastilina, elaborando en conjunto un afiche y finalizando con una teatralización. Cosas de los soplos del espíritu. 

Tal como ocurrió con el sínodo de la Amazonia, que sumió a la Iglesia en un gran stress para llegar a nada más que al grotesco espectáculo de la Pachamama paseándose por la basílica de San Pedro (y por el Tíber), este año tendremos otro patético vodevil pontificio destinado, como todo este pontificado, a provocar escándalo a los fieles y daño a la Esposa de Cristo. 

jueves, 22 de junio de 2023

Restauración y no reforma

 



por Peter KWASNIEWSKI



Carta a un sacerdote que brega por la mejora gradual de la nueva liturgia en lugar del simple retorno o restauración del auténtico rito romano.

Estimado Padre,

Si bien sabe que aprecio su solicitud paternal y siempre considero lo que tiene que decir con gran respeto, en este caso nuestros desacuerdos no pueden resolverse fácilmente.
La inconcebible cantidad de innovaciones y arqueologismos de Pablo VI, impulsadas por el ejercicio abusivo de su poder, no pueden sino ser dañinas para la identidad, la coherencia y la misión de la Iglesia. No hay futuro para una liturgia que ha cortado sus lazos con el pasado, su vínculo con la Fe de cada generación a lo largo de los siglos.

El sacrificio sacramental realizado por la doble consagración es siempre agradable a Dios en sí mismo. Sin embargo, en la medida en que el nuevo rito no respeta los dones de la tradición que Nuestro Señor mismo inspiró en su Iglesia y no le da, aquí y ahora, el honor y la reverencia que le corresponde en nuestro culto público, en esa misma medida desagrada al mismo Señor de la historia y de la santidad, y no debe seguir existiendo.

Como ya se ha demostrado demasiadas veces (Pristas, Cekada, Fiedrowicz y Hazell son nombres que vienen rápidamente a la mente), la lex orandi moderna es deficiente en sus textos, rúbricas y ceremonias; no encarna adecuadamente ni comunica claramente la lex credendi completa de la Iglesia Católica. Esta es una herida objetiva en el Cuerpo de Cristo y no se puede tapar con intenciones caritativas o mejoras subrepticias.

Cabe señalar que la revista Notitiae, que ha proporcionado pautas oficiales para la celebración del Novus Ordo durante décadas, afirmó repetidamente que nunca fue pensado que los elementos del antiguo misal se incorporasen al nuevo, y que el celebrante no debía hacerlo. Esto fue en los días en que la ruptura se admitía sin tapujos, antes de que se convirtiera en política durante un tiempo negar que existiera la misma. Por supuesto, ahora nos encontramos nuevamente en el mismo lugar:


No se debe olvidar nunca que el misal del papa Pablo VI, a partir del año 1970, ha reemplazado al que se llama impropiamente “misal de san Pío V” y que lo ha hecho totalmente, ya sea en cuanto a textos o rúbricas. Donde las rúbricas del misal de Pablo VI nada dicen o son poco específicas, no se debe inferir que deban seguirse las del antiguo rito. En consecuencia, no se deben repetir los muchos y complejos gestos de incensación según las prescripciones del misal anterior (cf. Missale Romanum, TP Vaticanis, 1962: Ritus servandus VII et Ordo Incensandi, pp. LXXX-LXXXIII). [Notitiae 14 (1978): 301–302, n. 2]”


“Como se dijo en la respuesta n. 2 del Comentario Notitiae 1978, p. 301: donde las rúbricas del misal de Pablo VI no dicen nada, no debe por tanto inferirse que es necesario observar las antiguas rúbricas. El misal restaurado no complementa al antiguo, sino que lo reemplaza. Es cierto que el misal antes indicaba que en el Agnus Dei debía golpearse el pecho tres veces, y al pronunciar el triple Domine, non sum dignus, lo mismo. Sin embargo, dado que el nuevo misal nada dice al respecto (OM 131 y 133), no hay razón para suponer que deba agregarse ningún gesto a estas invocaciones. [Notitiae 14 (1978): 534–535, n. 10]”


“Como sucede generalmente, [la forma en que un sacerdote levanta las manos y las vuelve a unir en el Prefacio o en la bendición final] es un hábito que proviene de las rúbricas del misal anterior. Las indicaciones del OM, sin embargo, deben ser observadas... Por lo tanto, el antiguo ritual no debe mantenerse... [ Notitiae 14 (1978): 536–537, n. 12]”


Si bien estoy completamente preparado para cuestionar la credibilidad de la Congregación para el Culto Divino e incluso la posición canónica de sus decisiones, no hay duda de que citas como las anteriores expresan acertadamente la intención dominante de ruptura litúrgica que generalmente ha animado al Vaticano hasta el día de hoy, con un breve y parcial respiro bajo Benedicto XVI. Para lo que no veo lugar es para una “tridentinización” gradual del nuevo rito, porque esto no es consistente con sus rúbricas ni es posible en última instancia dadas sus extensas mutaciones genéticas. La especie eucarística puede ser la misma pero la especie litúrgica es diferente, y no hay camino evolutivo de una a otra.

Por lo tanto, si bien simpatizo con los sacerdotes que desean hacer todo lo posible para ofrecer el Novus Ordo lo mejor que se pueda, con la intención y el espíritu correctos, es difícil encontrar bases históricas o teológicas objetivas para apoyar ese enfoque como una política formal o como principios en los que basar un proyecto, que es lo que entiendo que significa la frase “Reforma de la Reforma”: una manera de reconectar el Novus Ordo con el Vetus Ordo, o para hablar más francamente, de reconectarlo con la tradición litúrgica de Occidente orgánicamente desarrollada, de la que se distanció in toto por el simple hecho de que todo estaba sometido al escrutinio de los expertos y filtrado a través de su sistema ideológico. El resultado es completamente moderno, incluso los elementos que vienen del pasado.

Si la liturgia no es tratada como un obsequio de la tradición que recibimos con humildad, se convierte en un producto que fabricamos, algo que validamos y otorgamos derechos, y que con la misma facilidad podríamos desechar. Me parece que esto es parte de la razón por la cual algunos sacerdotes, como el P. Bryan Houghton y el P. Roger-Thomas Calmel, dijeron desde el primer momento que no podían, en buena conciencia, celebrar el Novus Ordo Missae.

¿Pienso que un sacerdote peca al celebrarlo? No, si en su mente y en su corazón lo considera un rito digno y aceptable para ofrecer el siempre digno sacrificio de la Cruz. Solía ​​pensar como usted sobre este asunto, como se puede encontrar en muchos de mis artículos (por ejemplo, esteesteeste), pero mi cambio de pensamiento y las razones para ello las he articulado con la misma claridad (por ejemplo, aquíaquí y aquí).

Lo que he escrito arriba sin duda le parecerá una exageración, un error en hacer varias distinciones. Como tomista, soy capaz de hacer muchas distinciones, pero las distinciones no son mágicas; no pueden superar ciertos tipos de dificultades fundamentales. No estoy de acuerdo con la suposición (¿neo?)escolástica de que la Iglesia nunca puede errar en materia de disciplina universal, al menos en el sentido de imponer al pueblo algo que ocasionaría daño y perjuicio, aunque esté, estrictamente hablando, libre de herejías. Deducir la inerrancia en lo disciplinar a partir de la doctrina de la infalibilidad papal requiere de varias presunciones y mucho optimismo; su negación no pone en juego la indefectibilidad de la Iglesia. Hay una presunción en particular que merece ser rechazada, a saber, que la liturgia es una cuestión meramente disciplinar y reformable sobre la cual los papas tienen completa disposición. En la medida en que cualquier papa haya hablado o actuado como si tuviera poder absoluto sobre la tradición acumulativa, está socavando la naturaleza de su propio oficio. Seguramente tampoco estaríamos de acuerdo respecto a la infalibilidad de las canonizaciones.

Creo que un gran nivel de desorden es compatible con el gobierno humano y la asistencia divina de la Iglesia, siempre que el acceso a los medios de salvación, especialmente la gracia sacramental, permanezca disponible para aquellos que la buscan, y que la tradición de la Iglesia continúe manteniéndose sin deformaciones en algún lugar, sea donde sea. No hay duda de que la tradición perdura, no solo aquí o allá, sino en muchos lugares, en muchas mentes y corazones. Incluso si ha sido alcanzada por bárbaros, saqueada y mutilada, la barca no naufragará. Pero se necesitará un cambio completo en la dirección y tripulación antes de que haya alguna esperanza real de que la liturgia sea restaurada a su forma inmemorial y venerable, de acuerdo con la ley soberana de la Providencia cristiana.

No debería sorprenderle que hayan enormes diferencias de opinión sobre cómo interpretar la extraña situación litúrgica en la que los eclesiásticos del siglo XX han llevado a la Esposa de Cristo en la tierra.
Suyo en Cristo nuestro Rey,


Dr. Kwasniewski


Fuente: New Liturgical Movement

Traducción: Agustín Silva Lozina



lunes, 19 de junio de 2023

El fracaso de Traditionis Custodes

 

Misa de ordenaciones sacerdotales de la FSSP, 11 de junio de 2023.

Una certeza recorre los medios de comunicación católicos ya no sólo tradicionalistas: Traditionis custodes ha fracasado, y el último tentativo realizado por los ideólogos setentistas para detener la proliferación de la misa tradicional, sobre todo entre los jóvenes, se ha revelado inútil. Esta afirmación no es un enunciado voluntarista; es la constatación de hechos que puede realizar cualquier persona con honestidad intelectual. La Croix es un diario católico francés, órgano oficioso de la Conferencia Episcopal de ese país y para nada sospechoso de ser tradicionalista. Allí escribía hace pocos días Jean Bernard: «La pregunta ya no es si el misal de 1969 reemplazará definitivamente la Misa tradicional o cuándo lo hará. Como lo confirman claramente los resultados de la encuesta encargada por La Croix sobre las orientaciones de los jóvenes católicos en Francia, no sólo no desaparecerá la Misa tradicional, sino que todo hace pensar que seguirá creciendo, no sólo en términos absolutos sino sobre todo en términos relativos, dado el desgaste progresivo de algunas parroquias de rito ordinario».

Y esto que se observa en Francia de un modo magnificado, ocurre también en el resto del mundo. Hablamos hace pocos días sobre las peregrinaciones Nuestra Señora de la Cristiandad en España y Argentina. Y hay diócesis —conozco una en concreto— que antes de Traditionis custodes tenía sólo una misa dominical en rito tradicional. En la actualidad, tiene cinco, algunas de ellas diarias. Y a estos datos debe sumarse otro no menor, y es el aumento exponencial que ha tenido la asistencia a las misas celebradas por la FSSPX, presente en muchos lugares donde el clero diocesano es tan malo que aún insiste en las iniciativas fracasadas que llegaron en la época de la tan mentada “primavera de la Iglesia”.

E insisto una vez más: la constatación del fracaso de Traditionis custodes no es el anhelo de los tradicionalistas. El mismo papa Francisco, que suele tener buen olfato político, es consciente de esta situación. Recordemos que hacia fines del año pasado se levantó un fuerte rumor según el cual el dicasterio del Culto Divino tenía ya listo un documento restringiendo aún más las posibilidades de celebrar la misa tradicional destinado, sobre todo, a ahogar a los ex-institutos Ecclesia Dei. Más aún, se hablaba de una constitución apostólica que daría forma a estas prohibiciones. El 21 de febrero el Santo Padre recibió en audiencia al cardenal Arthur Roche que se presentó justamente, con el objetivo de lograr la firma para su constitución anti-tradicionalista. Salió con apenas un rescripto en la que se le daba lo que ya tenía. En este blog, comentamos la noticia, y a cuatro meses del hecho, el pontífice no avaló ninguna otra medida restrictiva a la liturgia tradicional no por el hecho de que tenga algún tipo de aprecio por ella, sino porque no quiere quedar expuesto a otro fracaso, y consecuente, al debilitamiento de su autoridad.

Frente a esta constatación, surgen tres preguntas. Y la primera de ellas: ¿por qué fracasó? Porque lo vital, la espiritualidad genuina, la energía de la fe no puede detenerse a golpes de motu proprio o de rescriptos. Han sido sobre todo los más jóvenes quienes han desafiado inconscientemente las disposiciones pontificias, y los obispos no tienen fuerza para oponerse a ellos. Y no la tienen, sencillamente, porque no puede despreciar a miles de fieles sanos y sinceros cuando sus parroquias y congregaciones religiosas han entrado ya en la agonía que precede a la muerte. Así como sería inútil que el papa de Roma, con toda su autoridad, estableciera que las manzanas, en vez de caer del manzano cuando están maduras, lo hicieran cuando están verdes, o que el Quijote, en vez de enamorarse de Dulcinea del Toboso lo hiciera de Sancho Panza para estar acorde a la diversidad de los tiempos, nada de esto sucedería. Y además de la razón metafísica de la inutilidad del voluntarismo frente a la energía vital, no podemos soslayar el hecho de que —¡bendito sea Dios!—, el mismo papa Francisco se encargó de minar la autoridad pontificia que tan sobredimensionada estaba desde el siglo XIX.

La segunda pregunta es por qué fue un error político la promulgación de Traditionis custodes. En primer lugar, porque mientras Summorum Pontificum permitía a los obispos un cierto control de daño que pudiera ocasionar la liturgia tradicional, al prohibirla e intentar ahogarla, escapó totalmente a su control. Usaré un ejemplo que reconozco que es desagradable pero es claro. Históricamente, las sociedades cristianas toleraban la prostitución. Los Reyes Católicos, para apaciguar a sus súbditos, animaron a las autoridades civiles y eclesiásticas a crear mancebías municipales, y se ejerció un control de la prostitución, con revisiones médicas que evitaran enfermedades y se crearon impuestos como la “renta de la mancebía” o “renta de la putería:  “Puesto que no pueden luchar contra lo inevitable, las autoridades o sus delegados asumirán las tareas de organización y control de los burdeles de las ciudades y de sus moradores”, determinaron los monarcas. De esa manera, el daño que podía producir algo indeseable pero inevitable, se controlaba. Caso contrario, se producían violaciones, adulterios, altercados, enfermedades, etc. No es necesario, creo, detenerse demasiado en la analogía con el tema que nos ocupa. Los obispos perdieron el control, y el mal indeseable pero inevitable de la liturgia tradicional se expandió desordenadamente en buena parte del medio católico. 

Finalmente, la constatación del hecho del fracaso de Traditionis custodes podría llevar a algunos a creer que estamos a las puertas de una nueva y verdadera primavera; que el rito romano tradicional será restaurado en todos los templos católicos y que finalmente volveremos a los tiempos de gloria del “reinado social” de Cristo. Creo ser realista si afirmo que nada de eso sucederá. El proceso de disolución de lo que alguna vez fue la cristiandad es irreversible; la Iglesia, sea quien sea el próximo sumo pontífice, continuará con su discurso ambiguo y sus coqueteos cada vez más escandalosos con el mundo y la liturgia manipulada por Pablo VI seguirá siendo la liturgia oficial de esa iglesia oficial. Sin embargo, los brotes verdes que  indican la vida renovada de la liturgia tradicional, garantizan que las pequeñas hogueras en torno a las cuales se reunirán los católicos fieles cuando las tinieblas terminen de asentarse en el mundo, seguirán encendidas. Y quizás, algún día, los hombres comiencen a acercase a esas lumbres y el evangelio vuelva a impregnar sus corazones.

jueves, 15 de junio de 2023

Una profecía frustrada de Yves Congar, O.P.

 


En este blog nos hemos referido en varias ocasiones a la figura de Yves Congar, O.P. Por ejemplo, sobre su intercambio epistolar con Jean Madiran; sobre su figura, particularmente en su actuación durante el Concilio o, más recientemente, su opinión sobre la liturgia. Todos sabemos quién fue Congar, uno de los representantes más conspicuos de la nouvelle théologie y uno de los cerebros detrás de la deriva modernista del Vaticano II. 

Pero también es cierto que fue una persona extremadamente inteligente, con una enorme capacidad de trabajo y cuya obra, con algunas cautelas, merece ser leída, y no solo con provecho cultural sino también espiritual.  Por ejemplo, L'Église. De saint Augustin à l'époque moderne o Les Voies du Dieu vivant. Théologie et vie spirituelle son libros excelentes que forman sea en la historia de la Iglesia, sea en la vida espiritual. Este último es un recopilación de trabajos publicados en diversos medios que tienen como tema común la espiritualidad. Y en uno de ellos —una conferencia pronunciada el 3 de noviembre de 1960 durante la Semana Bíblica de Montpellier— proclama con notable imprudencia una profecía:

Estoy seguro de que, cuando hacia el año 2000, los historiadores escriban la historia de la época presente, dirán que el siglo XX fue el siglo del ecumenismo y que este gran movimiento, poderoso como una marea, y que, como una marea, supone la atracción soberana de un astro, que es el Espíritu Santo, es un movimiento que hace que los cristianos tiendan a reunirse en la unidad visible del cuerpo de Cristo, movimiento animado por el Espíritu de Dios y característico del siglo XX. (p. 47).

Se trata de un texto que no tiene demasiada transcendencia. Sin embargo, es relevante para captar la ilusión en la que vivía la élite intelectual católica en la posguerra, ilusión infundada cuya consecución llevó a la Iglesia al estado en que se encuentra en la actualidad.

Los sesenta y tres años que nos separan de la profecía de Congar muestran que el ecumenismo fue un fracaso estrepitoso. La supuesta tendencia de los cristianos a reunirse en un solo cuerpo visible no pasó de las palabras y buenas intenciones de los ’70 y ’80. Hasta donde sé, con la única iglesia que se llegó a un principio de entendimiento teológico serio fue la copta. El resto ha sido pura cháchara o, en todo caso, pegotes, que no es lo mismo que unidad. Porque pretender que se admita la intercomunión entre católicos y luteranos —cosa que sucede en Alemania— es haber alcanzado la unidad, es una fantasía que nadie serio puede creer.

Seguramente, el padre Congar se asombraría de lo que realmente ocurrió algunas décadas después del 2000: los cristianos no estamos unidos; estamos diluidos. Quizás algún iluso podría considerar que es esto justamente el cumplimiento de las profecías congarianas: una religión líquida e indiscernible, conformada por los desagües de afluentes variados provenientes de cuencas protestantes de diversos orígenes, del catolicismo posconciliar y hasta del islamismo, si ponemos la mirada en la declaración de Abu Dhabi. O bien, si observamos el viaje del papa Francisco al Congo y a Sudán del Sur, realizado este año, acompañado del arzobispo de Canterbury y líder de la iglesia anglicana, Justin Welby, y del moderador de la iglesia de Escocia, Jim Wallace. Una suerte de viaje nupcial condenado a la esterilidad o, en el peor de los casos, que alumbrará un ser mostrenco más horrible del que ya tenemos a la vista.

        Un ejemplo patético de este optimismo ecumenista conciliar, liderado por ancianos que siguen viviendo de ilusiones pasadas, es el encuentro sobre la fraternidad humana realizado el fin de semana pasado en el Vaticano, con firmas de declaraciones de líderes religiosos y civiles, entre ellos veinte premios Nobel allí presente. Los organizadores esperaban un aluvión de decenas de miles de personas, como lo demuestra el despliegues de sillas que habían dispuesto en la plaza de San Pedro. Y no fue literalmente nadie, excepto los mismo organizadores, los invitados y los figurantes de las ridículas ceremonias paganoides que se hicieron. En esta entrada de Specola pueden ver el testimonio de una plaza vacía, en medio del acto. Y por cierto, aunque se trataba de firmar la fraternidad universal, el acto no tuvo repercusión alguna ni siquiera en los medios adictos al régimen francisquista. (Y un detalle significativo: esto ocurría en vísperas del domingo en que se solemniza el Corpus Christi: este año, esta festividad se suspendió en la diócesis de Roma).

El 2000 no encontró a todos los cristianos unidos, mal que le pese a Yves Congar. Encontró el fin de la cristiandad, como bien señala la filósofa Chantal Delsol. 


lunes, 12 de junio de 2023

Cuidemos a los curas

 


La Iglesia está atravesando una crisis pocas veces vista en su historia. Y las crisis nunca son gratis; tienen su costo, que en este caso lo paga la totalidad de sus miembros, y el precio son las humillaciones, las cancelaciones, las persecuciones despiadadas a veces y disimuladas otras, propiciadas generalmente por quiénes debieran ser el principio y forma del rebaño. 

Y cada cual se apaña como puede para resistir. Los laicos somos los que más barata la sacamos: nuestro propio estado nos exige obligaciones y deberes que nos apartan en buena medida del fragor de la lucha. El cuidado de la familia, la propia profesión y las ocupaciones habituales de cualquier persona que vive en el mundo, lo ubican en territorios que, a su manera son más pacíficos. En pocas palabras, un laico podrá, en el peor de los casos, estar sometido a su esposa o a su esposo; a su suegra o a sus padres, pero nunca estará sometido a un obispo, o a un prior o a un provincial, que suelen ser los superiores más exquisitamente crueles.

Por eso, yo insisto en la necesidad de cuidar a los sacerdotes que son la pieza más frágil de todo el engranaje. Y lo son porque el deber de su propio estado los obliga a estar permanentemente en el ojo del ciclón, sin poder apartarse del vórtice, como sí podemos apartarnos los laicos. Y deben hacerlo, además, acarreando todas las difíciles condiciones propias de su estado: la soledad raramente compensada con la amistad de sus colegas; la casi permanente sensación de vacuidad de sus vidas a las que los conduce ejercer su ministerio en un mundo tan apartado de Dios y en una Iglesia en contubernio con ese mundo; la fragilidad emocional que provoca esta situación; la precariedad económica, sobre todo en países como el nuestro, en el que son verdaderamente pobres; la agitación permanente entre el querer permanecer fieles a Dios y a la Tradición y, a la vez, la necesidad de someterse a los caprichos de su obispo y al frenesí pastoral que se les impone, y tantas otras situaciones más que podríamos mencionar. Y esto le sucede a sacerdotes de todas las diócesis argentinas, de las más pequeñas a las más grandes, y le sucede a sacerdotes de España, y le sucederá también a los de todos los países de lo que alguna vez fue la Cristiandad. Y lo sé porque con mucha frecuencia me escriben al mail simplemente para relatarme sus casos porque se han sentido identificados con algo que yo pude haber escrito en el blog.

Hace algunos días, las monjas benedictinas de Pienza, que están siendo perseguidas en estos meses por su obispo y por la Santa Sede (el valor de su monasterio ubicado en un sitio de privilegiada belleza es de varios millones de euros), escribieron una larga carta en la que, entre otras cosas, decían: 

Pero además de los conventos y monasterios perseguidos, hay muchos sacerdotes, para quienes la soledad y la sensación de abandono son aún más difíciles de sobrellevar, sobre todo cuando su ostracismo está motivado por su fidelidad a Cristo. Pero cada uno de nosotros debe reaccionar en conciencia ante la tiranía que se está instaurando en la Iglesia, porque una respuesta coral y decidida podrá demostrar, en primer lugar, que no es compartida ni deseada por la mayoría de los fieles y, en segundo lugar, que la apostasía actual sólo puede frenarse mediante un retorno incondicional a Nuestro Señor. Durante demasiado tiempo nos hemos antepuesto a Jesucristo, el diálogo con el mundo al deber de evangelizar a todas las naciones, como Él nos ordenó. Pero ¿cómo hacerlo, cuando estamos solos, distraídos de la oración y el recogimiento por acontecimientos que no tienen nada de espiritual? ¿Cómo hacerlo, cuando se está privado de los Sacramentos, del consuelo de la Misa, del alimento del Pan eucarístico?

Lo que mencionan las religiosas es fundamental. No podemos pasar sin los sacerdotes porque no podemos pasar sin los sacramentos. Podemos pasar sin los obispos, a quienes vemos muy de tanto en tanto, pero no sin sacerdotes a quien vemos, y necesitamos, cada día o cada domingo. Por eso, en este momento crucial, tan difícil y doloroso por el que está atravesando la Iglesia, creo que es un responsabilidad particularmente delicada que nos incumbe a nosotros, los laicos, acompañar y sostener a aquellos sacerdotes que, en su intención de mantenerse fieles a la fe y a la tradición de los apóstoles, son hostigados a diestra y siniestra. Cada uno sabrá el modo de hacerlo; no siempre se trata de ayudas económicas, que también, sino de la amistad, la cercanía y el agradecimiento pues, sin ellos, estaríamos perdidos.