A partir del lunes 31 de marzo, ya no se publicarán entradas en este sitio del blog, aunque se conservarán todos los post publicados desde sus inicios, el 17 de marzo de 2007.
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Puede parecer raro que en este blog consideremos que es una buena noticia, más aún, una muy buena noticia que el Papa Francisco haya regresado a Santa Marta, aunque allí le espere una larga convalecencia de la que no sabemos cómo y cuándo saldrá.
Lo cierto es que en el Vaticano las cosas se han complicado mucho más de lo que nadie podía esperar, y la afirmación del cardenal Víctor Fernández sobre que el pontífice “tendrá que aprender a hablar nuevamente”, no debe tomarse como propia de un deslenguado. Creo que fue el modo de advertir indirectamente que Francisco estaba perdiendo control del gobierno de la Iglesia: un anciano que apenas si balbucea no puede tomar las decisiones que día a día se publican. Y el cardenal regalón del pontífice está como loco porque no es él quien le presenta los documentos para firmar, como hizo durante mucho tiempo, sino otros. ¿Quiénes son esos otros? Todos coinciden en que es el cardenal Parolín. La presencia del Papa en Santa Marta quebrará el aislamiento y, como se comenta, es probable que interponga entre él y el avispero que lo rodeará, alguien de extrema confianza que le cuide las espaldas, y la firma. Se dice que ni siquiera sería un cardenal.
Pero más allá de este hecho, que veremos cómo termina y cuánto tiempo dura, lo cierto es que, si el Papa moría de esta enfermedad, el cónclave iba a ser mucho más complicado y peligroso para la Iglesia que lo previsto. El cardenal que más chances tiene de ser elegido en estos momentos es Pietro Parolin. Como buen italiano, ha sabido hacer una carrera prolija y bien diseñada, con buenos modales y tejiendo alianzas con todos los grupos de la Iglesia, excepto con los tradicionalistas a los que considera irremediablemente perdidos (es conocido por su férrea oposición a la misa tradicional y por ser uno de los instigadores de Traditionis custodes). Su habilidad le ha valido que, a pesar de la tendencia del Papa Francisco a desprenderse de sus colaboradores más cercanos con cierta frecuencia, Parolin ha permanecido doce años en su cargo. Sin embargo, lo dio por muerto antes de tiempo y comenzó a comportarse como Papa suplente. Habría sido esta actitud la que precipitó el alta del Gemelli: no es lo mismo un Papa enfermo en un hospital que en el Vaticano.
Todos en los Sacros Palacios saben que Bergoglio no quiere a Parolin, y que Parolin no quiere a Bergoglio. Dos ambiciosos el poder lógicamente deben repelerse mutuamente. Y es por eso que el Papa está haciendo todo lo posible para dificultarle su carrera al solio petrino. Ya relatamos aquí la extensión que le concedió el Papa al cardenal Giovanni Battista Re como decano del colegio cardenalicio, puesto al que sin dudas iba a acceder Parolin; y sabemos también que el primer rosario en la Plaza de San Pedro fue dirigido por Parolin y no por Re, que tiene precedencia sobre él. Danzas de palacio para imponerse en el imaginario de los purpurados de todo el mundo. Y será Parolin también quien, el 2 de abril, presidirá la misa por los 20 años de la muerte de Juan Pablo II; un gesto cargado del cinismo propio del Vaticano: el Papa que abandonó la ostpolitik y protagonizó la caída del comunismo en Rusia y Europa del Este, será celebrado por el cardenal que renovó esta fracasa política de acercamiento a los gobiernos comunistas a través del acuerdo con el gobierno chino, por el cual entregó a la Iglesia y a sus mártires, a las decisiones del Partido. Y Francisco respondió no recibiéndolo sólo a él en sus habitaciones del Gemelli sino acompañado del Sustituto Edgar Peña Parra, a quien prefiere. Una suerte de humillación para el Secretario de Estado: en el lenguaje Vaticano, es un signo claro de que el pontífice no confía en él y por eso quiere testigos en los encuentros.
Por otro lado, es probable que sea justamente esta acelerada de Parolin en su carrera la que le desgracie la elección. En mi opinión, si es cierto que existía la posibilidad de que se cambiaran algunas reglas del cónclave —se hablaba de la posibilidad de que la elección fuera por mayoría absoluta y no por los dos tercios, y que no se admitiera a las congregaciones generales previas a los cardenales que no son electores—, esa posibilidad la ha cancelado Secretario de Estado por su apresuramiento. En efecto, si la elección fuera por mayoría absoluta, al segundo día del cónclave asomaría sin duda Parolin en la loggia, y el más interesado en vetar a los purpurados mayores de ochenta años la posibilidad de hablar, es justamente él mismo. Y esto es así porque sabe que es allí, en las congregaciones generales, donde sus enemigos lo mostrarán tal cual es. Y el más importante de ellos es el anciano cardenal chino Joseph Zen. Este ha dicho: “Parolin tiene la mente envenenada. Tiene modales muy dulces, pero no confío en él”. Y también: “Parolin sabe que es un mentiroso y el Papa está siendo manipulado por él”. Nadie querría que un anciano venerable, que carga sobre sus espaldas años de persecución y cárcel, lo exponga con esa claridad frente a quienes serán sus electores. No creo, por tanto, que el Papa Francisco esté dispuesto a cambiar reglas que sólo favorecerán a su contrincante.
¿Qué es lo quiere entonces Francisco? ¿Cuál es su delfín? Difícil saberlo; como dice el adagio, nadie sabe lo que hay en la mente de un jesuita. Probablemente su preferido sea el cardenal Mateo Zuppi, a quién aupó de simple cura romano a arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y tiene como plus que se odian mutua y cordialmente con Parolin. Sin embargo, como explicaba la semana pasada Sandro Magister, y a pesar de que Zuppi es miembro de la Comunidad de San Egidio, no es el candidato de esta poderosa e influyente comunidad por esa misma razón: difícilmente los cardenales votarían por alguien que, si fuera Papa, el verdadero poder no estaría en él sino en sus confratelli, comenzando por el fundador Andrea Riccardi. El candidato en las sombras sería el portugués José Tolentino de Mendonça, prefecto del dicasterio de la cultura.
Tolentino es un candidato que tiene papeles. Nacido en Fuchal, isla de Madeira, vivió muchos años en Angola y luego en Lisboa, donde ejerció labor de docencia universitaria y actividades culturas varias, siendo autor además, de libros de poesía, una especie de Vincenzo Pecci redivivo. También, como Zuppi, fue elevado de simple cura lusitano a cardenal por capricho del Papa Francisco. Su elección aseguraría que la Iglesia terminara convirtiéndose en la garante de un cristianismo cultural que, sin despojarse de los aspectos dogmáticos o morales, los dejara más o menos de lado para dedicarse a sostener los valores culturales cristianos en diálogo con las demás religiones. Una Iglesia modosita, habitada por los bien pensantes y alejada de los extremos.
Pero, ¿tiene chances verdaderamente el cardenal Tolentino de ser elegido? Difícilmente. Dos importantes factores juegan en su contra. En primer lugar, no tiene experiencia pastoral; jamás fue párroco ni vicario parroquial; ni tampoco obispo residencial. No tiene olor a oveja sino a libros y vernissages. Y en segundo lugar, y más importante aún, tiene 59 años; es muy joven. No creo que ningún cardenal se convenza de votar a una persona que hace prever un papado de veinticinco o treinta años, porque si en vez de pato sale gallareta, estamos fritos.
En definitiva, que es una muy buena noticia para la Iglesia que el Papa Francisco haya retornado a Santa Marta y que permanezca con vida algunos meses más, los suficientes para frustrar las aspiraciones de Parolin que es la opción más tenebrosa a la que podría ser arrojada la Iglesia.
P.S.: Alguien podría preguntar lo siguiente: Si el Papa Francisco no lo quiere a Parolin, ¿por qué no lo saca, así como sacó a Müller o a Burke? Es muy sencillo: porque Francisco decidió no enfrentar la casta.
A la Iglesia la gobierna, desde hace siglos, una casta, para hablar en términos mileístas. Para bien o para mal, es así, y sin la casta, o sin un pacto con la casta, ningún Papa puede gobernar. En el último siglo pasaron nueve papas, sin contar a Juan Pablo I. De ellos, cuatro no pertenecieron a la casta: San Pío X, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. El resto —Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI— eran parte de ella. Quienes no lo fueron, se aliaron rápidamente con ella, a excepción de Ratzinger. San Pío X eligió como secretario de Estado a Rafael Merry del Val, parte de la casta desde que era seminarista y Juan Pablo II al cardenal Agostino Casaroli, flor y nata de la casta vaticana. Benedicto XVI la conocía muy bien: había convivido con la casta durante veinte años, y sabía cómo actuaba, y sabía de lo que eran capaces. Y fue el único que tuvo agallas para nombrar como su segundo al cardenal Tarcisio Bertone, extraño también al grupo. Y así le fue. Es verdad que Bertone no era el indicado, por torpe y frívolo, pero la casta le tendió al pontífice todas las trampas posibles. Y cuando éste redobló la apuesta y nombró una comisión investigadora a la curia romana, es decir a la casta, cuyo resultado fueron dos grandes cajas, tuvo que renunciar. Y la casta no lo perdonó ni siquiera después de la renuncia: eligieron a Bergoglio en vez de Scola, que era su candidato.
Francisco, que sabe cómo moverse en los círculos del poder y a pesar de sus cacareos de reforma de la curia, lo primero que hizo fue dejarle claro a la casta que trabajarían juntos: nombró a Mons. Battista Rica, vedette de la mafia rosa, en un alto puesto en el Vaticano y aceptó sin chistar la “sugerencia” de los cardenales Achille Silvestrini y Jean Turan, y trajo a Pietro Parlin como secretario de Estado, relevándolo del exilio en Caracas al que lo había enviado Benedicto XVI, que sabía muy bien quién era.
El Papa Francisco hará todo lo posible para obstaculizar la carrera del cardenal Parolin al pontificado romano, pero no lo echará de su puesto, y mucho menos en esta etapa final de su vida. ¿O justamente por eso se animará a hacerlo? No lo creo. Entre bomberos no se pisan la manguera.
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Hace más de un mes que el Papa Francisco está internado. Los partes médicos, cada vez más escuetos, nos dicen que día a día necesita menos oxígeno y que mejora lentamente. Se trata de hacer un acto de fe en esas nuevas escrituras. Y para los que tienen poca fe y exigen algo más, los encargados de la comunicación vaticana —todo un dicasterio presidido por el prefecto Paolo Ruffini, un periodista laico— cometen torpeza tras torpeza. El brevísimo audio que se escuchó hace un par de semanas en la plaza San Pedro confirmó la gravedad del estado de salud del pontífice y sembró dudas sobre su origen —habló en español y los comentarios dicen que habría sido grabado a comienzos de febrero, apenas ingresado en el Gemelli, y destinado a un encuentro de oración por su salud que se celebró en la plaza de Constitución de Buenos Aires— y la fotografía profundizó las dudas. ¿Por qué de espaldas y de lado? ¿Qué impide que no pueda vérsele el rostro? Ademas, el Papa aparece envuelto en un par de sábanas blancas – que intentan, de manera bastante tosca, simular el alba, y sobre ellas tiene una estola morada, puesta al revés (las costuras están hacia arriba y no hacia abajo), signo elocuente de que quien lo vistió así no es un sacerdote .
Esta situación en una persona de 88 años y con una salud débil como la de Francisco hacen suponer, con toda sensatez, no solamente que está grave, sino que difícilmente salga de estado, aunque pueda permanecer en él durante meses. Y aún en el caso de que saliera, todo hace presumir que quedará en un estado muy limitado, no sólo en cuanto a la movilidad, sino también en lo cognitivo. Y para esto no hace falta ser médico. Basta con la experiencia que cualquiera de nosotros tiene con familiares o conocidos que han atravesado circunstancias similares.
Lo preocupante de todo esto es lo que nos temíamos: atravesar un intermezzo más o menos prolongado, durante el cuál nadie sepa quién es que realmente gobierna la Iglesia. O, peor aún, quiénes son los que la gobiernan. Ya tuvimos la experiencia de Juan Pablo II en su estado de enfermedad postrera, cuando cualquiera que tenía buena relación con don Estanislao iba a verlo y salía de los apartamentos pontificios con un nombramiento episcopal o con un decreto firmado. Y hasta el momento, las señales en ese sentido son inquietantes.
Quienes lo han visitado oficialmente, y en dos ocasiones, han sido el cardenal Pietro Parolin y el sustituto Edgar Parra. Es muy preocupante que sea Parolin quien tome las riendas de la Iglesia aunque le corresponde de oficio. Es público, y fácil de encontrar en la web, todas sus intervenciones en organismos internacionales como la ONU, el G20 o el Foro de Roma, en favor de la Agenda 2030 y de la gobernanza global. Se trata de un personaje que fácilmente puede ser ubicado en las antípodas de las posturas más claramente conservadoras que han asomado en los últimos años como Orban, Trump o Milei. En pocas palabras, tenemos en el él a un defensor del wokismo extremo, aunque siempre con buenos modales y con amables sonrisas. Si alguien es dado a los relatos apocalípticos y distópicos sobre los últimos tiempos del mundo y de la Iglesia, encontrará en Parolin al personaje que mejor encarna al pontífice traidor y postrero.
La otra señal es que, a pesar de la más que evidente incapacidad del pontífice para tomar decisiones sobre la Iglesia, las decisiones se siguen conociendo. Este semana ha nombrado a dos nuncios y a varios obispos. Pase; se trata de cargos que deben ser ocupados y seguramente hubo procesos previos de selección. Sin embargo, la agencia de noticias oficial del Vaticano, sin sonrojarse, anunció que el 11 de marzo Francisco había establecido “el inicio de un camino que conducirá a una Asamblea Eclesial dentro de tres años”. Ha sido el secretario del sínodo, cardenal Mario Grech, quien en una carta ha explicado que:
«Este proceso de acompañamiento y evaluación de la fase de implementación, que es coordinado por la Secretaría General del Sínodo, fue aprobado por el Papa Francisco. «El Santo Padre ha pedido su difusión entre las Iglesias locales y las agrupaciones de Iglesias». «El Camino que llevará a toda la Iglesia a la celebración de la Asamblea Eclesial de octubre de 2028 será marcado de tal manera que ofrezca tiempos adecuados y sostenibles para comenzar la implementación de las indicaciones del Sínodo, previendo luego algunas citas de evaluación significativas. Marzo de 2025 : anuncio del camino de acompañamiento y evaluación. Mayo de 2025 : publicación del Documento de Apoyo para la fase de implementación con las indicaciones para su desarrollo. Junio de 2025 – Diciembre de 2026 : caminos de implementación en las Iglesias locales y sus agrupaciones. 24-26 de octubre de 2025 : Jubileo de los equipos sinodales y órganos de participación. Primer semestre de 2027 : Asambleas de evaluación en las Diócesis y Eparquías. Segundo semestre de 2027 : Asambleas de evaluación en las Conferencias Episcopales nacionales e internacionales, en las Estructuras Jerarquías orientales y en otras agrupaciones de Iglesias. Primer semestre 2028: Asambleas Continentales de Evaluación. En junio 2028 : publicación del Instrumentum laboris para los trabajos de la Asamblea Eclesial de octubre 2028. Octubre 2028 : celebración de la Asamblea Eclesial en el Vaticano».
La primera reflexión que podemos hacer es de que se trata de algo disparatado, no solamente por hacernos creer que ha sido Francisco que, con plena conciencia, ha tomado decisión tan importante, sino por pretender que esa decisión se cumplirá cuando la evidencia nos lleva a afirmar que a este pontificado le quedan pocos meses. Es decir, se le pretende marcar una agenda al próximo papa, lo cual es bastante risible porque él puede cambiarla de un plumazo. ¿Manotazos de ahogado? Puede ser, aunque más bien me inclino a pensar que lo que quieren en embarrar la cancha a fin de que, si el próximo papa no es uno de ellos, se le haga más difícil gobernar.
El problema es que si efectivamente este programa se consuma, el cardenal Grech y quienes lo aúpan, estarán poniendo a la Iglesia en un estado de asamblea permanente; una suerte de “asamblea de los soviets” con pretensiones de adueñarse del gobierno del Iglesia; dirán ellos, el “giro hacia una Iglesia sinodal”. Juegan con fuego, claro, porque la historia nos muestra el modo trágico en el que terminaron estos experimentos: con la guillotina funcionando día y noche en la Place de la Concorde, o con la familia imperial rusa fusilada en la casa Ipátiev. Lo grave es que en este caso no rodarán cabezas ni ningún Yákov Yurovski ordenará la descarga, sino que la Iglesia terminará diluida en una institución informe al servicio de sus eternos enemigos.
Esta es una, y sólo una, de las adversidades (ad versus: que se vuelve en contra) que deberá enfrentar el próximo pontífice. Espero que los cardenales caigan en la cuenta de la personalidad que requiere el candidato para enfrentarlas.
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El viernes de la semana pasada publiqué en el blog un post de Natalia Sanmartín Fenollera aparecido originalmente en 2016. Y creo que lo que se trata allí, puede ser observado desde dos perspectivas distintas.
La primera es la que aparece con evidencia en el artículo. Nos separa de ellos nuestra debilidad, una debilidad casi monstruosa, impensable hace un par de siglos, y que atañe no sólo al cuerpo sino también al alma, es decir, una debilidad emocional. Somos débiles de cuerpo y de alma. Los habitantes de Argentina, tierra de inmigración, podemos verlo si volvemos la vista atrás y consideramos el modo en el que llegaron los inmigrantes a nuestro país hace cien o doscientos años: hacinados en barcos durante un mes, para llegar a Buenos Aires y pasar por esperas y humillaciones; tomar un tren que, durante días, atravesaba la polvorienta pampa y arribar a destinos tropicales, o áridos y secos, o helados. Y allí no terminaban las penurias, sino que allí comenzaban. Y yo tengo buenos amigos europeos que me dicen: “Yo iría con mucho gusto a Argentina, pero es un viaje muy largo”.
En cuanto a la debilidad emocional, creo que es todavía más profunda. Nadie puede negar lo doloroso que es perder un familiar cercano, sobre todo cuando esa muerte es del todo inesperada por la juventud del difunto: perder un hijo, perder a los padres, hermanos, etc. Pero ellos —los ellos del artículo— perdían hijos al nacer, y con frecuencia en su primera y segunda infancia. Y con frecuencia también perdían a sus cónyuges y a sus padres cuando éstos atravesaban los 40 o los 50 años. O bien, las jóvenes se casaban con un tal al que apenas conocían porque esa era la voluntad más o menos manifiesta de sus padres, o porque eso es lo que se suponía que debía hacer. Y nadie hacía grandes alharacas por estas heridas emocionales: apretaban los dientes, hacían de tripa corazón, y seguían adelante con la vida.
Nosotros, aunque nos lo propusiéramos, seríamos incapaces de soportarlo. Somos demasiado débiles. Recuerdo que en los años ’90 existía en Francia una fundación de capuchinos tradicionalistas que, entusiasmados, adoptaron la regla original de la orden. Por supuesto, duraron poco tiempo en el empeño, y tuvieron que adoptar una regla más mitigada. Y el problema no es que fueran flojos, sino que adolecían de una debilidad (por ejemplo al frío) que los religioso de hace dos siglos superaban con facilidad. Y con las debilidades emocionales ocurre lo mismo; y los ejemplos sobran.
La constatación de esta realidad podría ser descorazonadora para todos nosotros. Somos tan débiles que jamás seres capaces de alcanzar los ideales que nos hemos propuesto, por los que luchamos y por los que dejamos la vida. O, en el mejor de los casos, apenas si recorreremos breves distancias, mientras que ellos recorrieron largos caminos. Y sin embargo, no es así, porque somos como ellos. Y esta es la otra perspectiva desde la cual puede ser leído el artículo. En primer lugar, por una profunda razón metafísica: compartimos la misma naturaleza humana; somos tan humanos unos como otros y esa naturaleza común nos identifica. Y en segundo lugar, porque nuestra naturaleza humana está caída como estaba la de ellos. El pecado original nos atraviesa a ambos. Tendremos, ciertamente, más debilidades fruto de la vida muelle que nos ha traído el avance de la ciencia, pero la herida es la misma en unos y en otros.
Y aporto evidencia. Ya he declarado en este blog en varias ocasiones mi predilección por la literatura española de la segunda mitad del XIX. Es verdad que muchos de esos autores eran liberales y anticlericales, pero nada les quita el genio de su pluma y me resulta difícil que todo lo que narran fueran exageraciones. Y en referencia a Pérez Galdós o Leopoldo Alas, por ejemplo, podríamos citar muchos ejemplos de una sociedad católica como la española tan corrupta como la nuestra, y un clero que no se le quedaba atrás. Pero miremos a José María de Pereda, novelista también de esa generación pero católico y tradicionalista. En Pedro Sánchez, por ejemplo y, sobre todo en La Montalvez, retrata a los largo de cientos de páginas la profunda corrupción de la sociedad urbana española.
Y no es sólo en España. Algo similar se encuentra en las novelas de Balzac en Francia, o de Dickens en Inglaterra. Y menciono una italiana: El gatopardo, de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, en el que muestra la caída del católico reino borbónico de las Dos Sicilias, junto a la corrupción de costumbres de todos los muy católicos sicilianos (y es esta buena ocasión para recomendar la miniserie estrenada hace pocas semanas en Netflix. No soy muy dado a las series y ésta tiene los defectos que tiene cualquier adaptación cinematográfica de una obra literaria y alguna que otra escena inconveniente, pero el resultado, en cuando a producción, fotografía, escenografía, música… es una obra de arte propia del genio italiano).
Y aporto un último ejemplo. Jorge Fernández Díaz es un periodista y escritor argentino. No sé cómo es en cuanto periodista; como escritor no es malo; es pésimo, aunque haya ganado este año el premio Nadal. Sin embargo, hice el esfuerzo de leer Mamá, una historia íntima, en la que narra la vida de su madre, una inmigrante asturiana. Me parece deleznable la falta de pudor, y de piedad, de mostrar ante las miradas del mundo los defectos de toda su familia, pero resulta interesante ver cómo era la vida y las costumbres de campesinos españoles de la primera mitad del siglo XX: para nada edificante por cierto, aunque todos fueran puntualmente a la iglesia y cumplieran con el precepto pascual. No puede generalizarse un caso particular, pero sospecho que era mucho más que un caso y que lo retratado por los novelistas tenía buena parte de verdad.
En resumen, como dice con verdad Natalia Sanmartín, no somos como ellos. Pero hay que ser cuidadosos de no idealizar a los ellos. Eran más fuertes que nosotros; no cabe duda de eso; vivían una vida más sana en tanto una relación más directa con lo natural; arrastraba un fe más compenetrada en la carne y la sangre pero, como nosotros, eran hijos de Adán y Eva y, en cuanto tales, caídos.
A ellos les costó remontar la cuesta lo que nos cuesta a nosotros. A no quejarse, y a seguir subiendo.
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Reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina
Tal como estaba previsto, se reunió el grupo selecto de obispos argentinos. Son las más piadosos, sabios y observantes y es por eso que sus hermanos en el episcopado los han elegido para tan alta misión.
Por supuesto, su declaración no fue más que un batiburrillo de lugares comunes, vacuidades, e intrascendencias incluso en temas que exigían la referencia a lo sobrenatural (las triste situación provocada por las inundaciones en Bahía Blanca). En ningún momento mencionan a Nuestro Señor y ni siquiera hablan de Dios. Sólo al final hacen la remanida referencia a la Santísima Virgen, a la que privan de cualquier significado real.
Pero llamo la atención sobre un detalle: en uno de los párrafos de la carta, los prelados dicen: “Nos referimos a las actitudes y expresiones que lastiman, a esos lenguajes despreciativos, por momentos no exentos de crueldad…”. Se lamentan de las situaciones de violencia y crueldad que asuman en los discursos políticos, lo cual es cierto. Pero, me parece a mí, que mucho más urgente que mirar hacia los discursos externos, es que miren hacia las conductas internas del cuerpo episcopal argentino. Así como en 2023 pidieron perdón por el rol que tuvieron los obispos del momento durante el gobierno militar de 1976-1983, creo que hubiese sido el momento de pedir perdón por la “crueldad” que “lastimó” y “despreció” a los tres jóvenes que fueron abusados sexualmente por el ex-obispo de San Rafael, Carlos Domínguez hace pocos meses Y, más aún, a los sufridos fieles de esa diócesis que han sido gravemente escandalizados por uno de los suyos, que huyó cobardemente a Roma.
Declaraciones del cardenal Arthur Roche
El cardenal Roche, prefecto del dicasterio del Culto Divino y perseguidor acérrimo de la liturgia tradicional, oliendo a cónclave, está intentando cambiar de bote. Y ha dado entonces una larga entrevista a un medio inglés en el que da entender que ahora la liturgia que él prohibió ya no tiene nada de malo… en fin, han sido muchos los medios que se han hecho eco del cambio. Pero también afirmó que “en términos numéricos, quienes asisten a la Misa tradicional son una minoría en la Iglesia, aunque sus defensores sean particularmente ruidosos”. Es la cháchara de siempre, pero es importante demostrar su falsedad.
Acierta el cardenal Roche si comparamos el número de católicos fieles a la misa tradicional con la población mundial; es insignificante su número también si los comparamos con el número de bautizados y sigue siendo insignificante si tenemos en cuenta a aquellos bautizados que se autoperciben y proclaman católicos. Sin embargo, si los comparamos con aquellos que se preocupan por formarse seriamente en la fe y que no se conforman con leer a las apuradas las nimiedades con las que pretenden alimentarlos los obispos y los párrocos, la proporción cambia notablemente. No diré que son mayoría por supuesto; más aún estamos muy lejos de ella, sin embargo, ese grupo de católicos “seriamente comprometidos” no es contrario a la misa tradicional; no asisten y quizás ni siquiera estén interesados en asistir, pero no la combaten.
Se trata de un sofisma del cardenal Roche: en términos numéricos, es ciertamente un minoría insignificante, pero no lo es si se lo compara con los católicos seriamente practicantes. Y si así no fuera, no se entiende por qué el dicasterio que él preside se dedicó a redactar un motu proprio, al que burlonamente titularon Traditiones custodes, dirigido a aniquilar precisamente a esas “minorías ruidosas”. Nadie sensato se tomaría tanto trabajo por ellas si esas minorías fueran tan minoritarias.
Pero profundicemos en la cuestión. Se espera que este año la peregrinación París - Chartres sea la más grande de toda su historia: más de viente mil personas caminarán durante tres días y la misa, contrariamente a lo que se decía, se celebrará dentro de la milenaria catedral. Este hecho, que se replica en varios países del mundo, muestra que el paisaje diocesano está cambiando en mayor o menor medida en todas las diócesis, mutando de lo que había sido el modelo estandarizado a partir de los años ’70. En primer lugar, porque el catolicismo se ha convertido en minoritario dentro de la sociedad. Por otro lado, los fieles que aún asisten regularmente a los oficios religiosos esperan un alimento mucho más sólido y vigoroso de lo que esperaba la generación anterior, que se contentaba con el “Toma mi mano hermano”. Poco a poco se dieron cuenta de la insustancialidad del discurso horizontalista y sociológico del post-concilio (los que aún no se dan cuenta, ¡alás!, son los obispos).
Las generaciones más jóvenes de católicos practicantes están comprometidos claramente en una postura mucho más testimonial de su ser católicos y los pocos jóvenes que aún golpean las puertas de los seminarios son, en su mayoría, católicos clásicos.
El académico francés Vicent Herbinet sostiene la tesis que tanto en las comunidades tradicionalistas como en las carismáticas (se refiere al carismatismo francés, por supuesto, bien distinto al criollo), se da una suerte de porosidad entre católicos “ordinarios” y “extraordinarios” que podría ser un elemento posible de la reorganización del tejido eclesial y territorial. Globalmente, la generación de sacerdotes jóvenes, volviendo a poner en valor la adoración al Santísimo, la confesión, la liturgia cuidada, la predicación sobre los temas clásicos de la fe, la enseñanza doctrinal en la catequesis, podrían propiciar de hecho una itinerancia de los católicos más jóvenes (los menores de 45 años), entre las pasarelas del rito conciliar y el rito tradicional.
Veremos si la hipótesis se confirma, pero lo cierto es que el peso de las “minorías ruidosas” de las que habla el cardenal Roche es mucho menos monoritarias de lo que él quiere admitir.
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La semana pasada se publicó en Youtube una entrevista al obispo de la diócesis de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla. Pasa por ser un obispo conservador; un prelado moderado y bienpensante, alejado de la medianía progresista de sus colegas. Probablemente sea así; no lo conozco lo suficiente y tengo buenos amigos españoles que sí lo conocen. Pero lo cortés no quita lo valiente, y hay que decir que en los minutos que dedica Mons. Munilla a responder la pregunta del periodista sobre la misa tradicional da muestra de una sorprendente ignorancia y, me animaría a decir, de una riesgosa imprudencia que lo impulsa a afirmar lo que no sólo lo que no está probado sino lo que simplemente es mentira. Veamos:
1. “La misa tradicional fue aprobada por el Papa Benedicto XVI para conformar a ciertos grupos que se habían alejado de la Iglesia y para destacar el aspecto sacrificial que tiene la misa”. FALSO.
Joseph Ratzinger, siendo todavía sacerdote, fue un acérrimo defensor de la permanencia de la misa tradicional en la Iglesia, a punto tal que, cuando fue elegido arzobispo de Munich en 1977, muchos sacerdotes de la arquidiócesis obstaculizaron su ingreso en la catedral el día de la toma de posesión justamente porque rechazaban la defensa de la misa de su nuevo obispo. Pero no se trató sólo de este hecho anecdótico. A lo largo de toda su vida, y mucho antes de la aparición de “ciertos grupos alejados de la Iglesia”, Ratzinger se manifestó crítico del novus ordo y defensor del vetus. Por ejemplo, en 1976 —siendo aún sacerdote—, escribía lo siguiente:
El problema del nuevo Misal radica en el abandono de un proceso histórico que siempre fue continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada de una prohibición de todo lo que le precedió, lo cual, por lo demás, es inaudito en la historia tanto del derecho como de la liturgia. Y puedo afirmar con certeza, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en la lectura reiterada de los discursos de los Padres conciliares, que esto no se corresponde con las intenciones del Concilio Vaticano II. (Wolfgang Waldstein, «Zum motuproprio Summorum Pontificum», en Una Voce Korrespondenz 38/3 [2008], 201-214)
Y treinta años después, siendo Papa, escribió:
En la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura. Lo que las generaciones anteriores consideraban sagrado, sigue siendo sagrado y grandioso también para nosotros, y no puede ser de repente totalmente prohibido o incluso considerado perjudicial. A todos nos incumbe preservar las riquezas que se han desarrollado en la fe y en la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde. (Carta Apostólica que acompañó a Summorum Pontificum).
A lo largo de esos treinta años, y después también, pueden citarse decenas de intervenciones por el estilo (recopiladas en este sitio), y en todas ellas se muestra que la voluntad de Benedicto XVI fue exactamente la contraria a la que postula Mons. Munilla: no hay mención alguna a los grupos disidentes y no hay mención alguna a una mayor evidencia del aspecto sacrificial de la misa tradicional. Hay algo mucho más profundo y metafísico que el obispo de Alicante no conoce, o es incapaz de ver.
2. “Joseph Ratzinger nunca celebró públicamente después del Concilio la misa tradicional”. FALSO
El cardenal Ratzinger celebró en numerosas ocasiones la misa tradicional públicamente, con pompa y circunstancia. Aquí propongo sólo algunos ejemplos de los muchos que se pueden encontrar en la web:
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Misa solemne en el seminario de la Fraternidad Sacerdotal San Pedro (1995). (Más fotos pueden verse aquí) |
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Misa solemne en una parroquia de Weimer, en 1989 y 1999 (aquí y aquí) |
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Misa en el monasterio de Le Barroux en 1995 (aquí) |
3. “No es obvio que en la intencionalidad de Benedicto XVI estuviera que la liturgia tradicional pudiera ser celebrada de modo ordinario”. FALSO
Esa intencionalidad es obvia para cualquiera que lee el motu proprio Summorum Pontificum, en el que el Papa Benedicto “libera” la misa tradicional a fin de que pueda ser celebrada de modo ordinario, es decir, diario, por cualquier sacerdote y en cualquier iglesia. Las únicas restricciones que pone son las mismas que tiene la celebración de la misa de Pablo VI: acuerdo para los días y horarios con el rector de la Iglesia. Por ejemplo:
Art. 2.- En las Misas celebradas sin el pueblo, todo sacerdote católico de rito latino, tanto secular como religioso, puede utilizar tanto el Misal Romano editado por el beato Papa Juan XXIII en 1962 como el Misal Romano promulgado por el Papa Pablo VI en 1970, en cualquier día, […]
Art. 5 § 2. La celebración [con asistencia de fieles] según el Misal del beato Juan XXIII puede tener lugar en día ferial; los domingos y las festividades puede haber también una celebración de ese tipo.
4. “Es un error decir que el Vaticano II empobreció la liturgia”. FALSO.
Evidentemente, aquí entran en juego diversas opiniones, pero Mons. Munilla se está refiriendo a la enseñanza del Papa Benedicto XVI. Los ejemplos sobre la opinión del pontífice acerca del empobrecimiento de la liturgia posconciliar son múltiples y pueden ser corroborados en el enlace anterior. Pongo un solo ejemplo:
La reforma litúrgica, en su ejecución concreta, se ha alejado cada vez más de este origen [en el mejor del Movimiento Litúrgico]. El resultado no ha sido la revitalización sino la devastación.... En lugar de la liturgia que se había desarrollado, se ha puesto una liturgia que se ha hecho. (Commentary in Simandron—Der Wachklopfer. Gedenkschrift für Klaus Gamber (1919-1989), ed. Wilhelm Nyssen [Cologne: Luthe-Verlag, 1989], 13–15, citado in Theologisches, 20.2 (Feb. 1990), 103–4)
5. “Nos olvidamos lo que dice el adagio lex orandi, lex credendi”. FALSO
En primer lugar, la expresión aludida no es un adagio, ni un refrán, sino que es un principio que posee carácter dogmático y normativo, refrendado por la Tradición explicitada en los Padres de la Iglesia (San Agustín y Próspero de Aquitania, por ejemplo) y en el Magisterio.
En segundo lugar, el Papa Benedicto XVI dice en el comienzo mismo de Summorum Pontificum:
Art. 1.- El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el Misal Romano promulgado por san Pío V, y nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi» y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la «Lex orandi» de la Iglesia en modo alguno inducen a una división de la «Lex credendi» («Ley de la fe») de la Iglesia; en efecto, son dos usos del único rito romano.
6. “Si hubiera en el seno de la Iglesia comunidades que celebran diferentes ritos litúrgicos, eso iría en detrimento de la unidad”. ESCANDALOSAMENTE FALSO
En la iglesia católica hay muchos ritos (romano, bizantino, copto, etíope, maronita, armenio, sirio malabar, caldeo, sirio malankar) y jamás a nadie se le ocurrió decir que esta diversidad era un obstáculo para la unidad y, consecuentemente, habría que suprimirlos. Más aún, dentro del mismo rito romano hay otros ritos. A pocos kilómetros de la residencia de Mons. Munilla se celebra el rito mozárabe, por ejemplo. Se trata de un disparate que en el que no es necesario detenerse demasiado.
7. “No sería prudente que todos los domingos se asista a la misa tradicional”. FALSO
En primer lugar, el motu proprio del Papa Benedicto tendía a que en todas las parroquias se celebraran los dos ritos, y los fieles fueran libremente a uno u otro, según les apeteciera. Y eso ocurrió y ocurre todavía en varios sitios. Y no genera división, ni peleas ni desencuentros. Pareciera que Mons. Munilla cae en una actitud rígida y clerical queriendo imponer a los fieles dónde, cómo y cuándo deben asistir a la Santa Misa.
Y en segundo lugar, porque nunca la Iglesia dijo, por ejemplo, en Milán: “No es prudente que los fieles vayan todos los domingos a misa en rito ambrosiano, sino que deben asistir también al rito romano”. Un disparate.
Total que, refutando el título del video publicado (“¿Qué piensa de la Misa Tradicional? - Munilla lo tiene claro”), hay que decir que Munilla no lo tiene para nada claro. La evidencia documental que he mostrado lleva a la conclusión que, o bien Mons. Munilla no leyó Summorum Pontificum o, si lo leyó, no lo entendió: y si lo leyó y lo entendió, lo olvidó. Y se concluye también que el obispo de Alicante, en ocasiones al menos, habla sin saber. Cualquiera sea el caso, es muy preocupante que un obispo considerado faro del pensamiento conservador en España, sea tan débil en sus conocimientos y argumentaciones.
Al obispo mártir San Dionisio lo decapitaron en París los esbirros del emperador Decio en el siglo III, y por eso se lo representa descabezado y con la testa en sus manos. Hay otros obispos, en cambio, que sin ser mártires, también perdieron la sesera, y nadie sabe dónde la han dejado.
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