Circula en las redes un texto en el que se proponen algunos argumentos para convencer a los fieles de no asistir a la misa tradicional celebrada por sacerdotes de la FSSPX. En países como Argentina, en la mayor parte de los casos, es a la única a la que puede accederse ya que los obispos han privado a sus fieles del culto tradicional.
En un primer momento, pensé que el texto había sido escrito por algún sacerdote o laico del fundamentalismo conservador y de edad provecta, visto los argumentos amarillentos que utiliza (son los mismos desde hace cuarenta años). Pero luego, y a partir de las grandes dificultades para el manejo de la lengua escrita que manifiesta, estimo que será obra de algún adolescente o joven acomedido, lo cual no desmerece las objeciones propuestas.
Me ha parecido oportuno exponer aquí algunas breves respuestas. Sin embargo, aclaro que no lo hago "en defensa” de la FSSPX. En primer lugar, porque ella tiene muchas personas más idóneas y cualificadas que yo para defenderse, en caso de que quisiera hacerlo. Y, sobre todo, porque yo no formo parte de la Fraternidad, aunque asista con frecuencia a las misas que celebran sus sacerdotes. Escribo esta respuesta entonces, en defensa del sentido común católico y no de algún grupo religioso en particular.
Pasemos al texto:
¿Por qué un católico no debe asistir a las ceremonias de la FSSPX?
1 – Porque dicha Fraternidad está en situación de cisma no declarado formalmente. La razón de que se hable de cisma es porque rechazan cuestiones doctrinarias. Así lo reconoció El Superior de la Fraternidad, Mons. Fellay cuando en junio de 2013 rechazó la propuesta de Roma para la aprobación jurídica. Así también lo especificó el Papa Benedicto XVI en ocasión del levantamiento de las excomuniones a los cuatro obispos ordenados por Mons. Lefebvre: «Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas».
Encuentro aquí una contradicción y un caso de usurpación de funciones. El autor (A.) declara formalmente que la FSSPX está en cisma formal no declarado. Para que este fuera el caso, el cisma no debería declararse pues, al momento de hacerlo, dejaría de pertenecer a esa categoría. Alguien podría decir que quien tiene que declarase en cisma (no aceptación del Romano Pontífice como vicario de Cristo) es la Fraternidad, y no lo hace. Yo agrego que no solamente no lo hace, sino que reza públicamente por el Santo Padre, lo cual es contradictorio con una situación de cisma.
Pero lo más grave del argumento es que el autor se constituye en el órgano de interpretación de las doctrinas, palabras y silencios de los Papas y de los superiores de la Fraternidad. Si el A. es tan respetuoso de la autoridad pontificia, ¿con qué autoridad da por hecho lo que los Papas no han dicho? ¿Por qué, y en base a qué, interpreta que las palabras de Benedicto XVI están indicando la realidad de un cisma formal? Si ostenta tal función, debería acompañar su texto con copia fiel de su diploma de meturgeman pontificio.
2 – Porque sus sacerdotes están suspendidos a divinis por dos motivos, por ser acéfalos y por haber recibido la ordenación sacerdotal de un Obispo que no es su Ordinario. Benedicto XVI lo aclaró: “tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia”. Al estar suspendidos, celebran ilícitamente la Eucaristía, el bautismo y la unción. No que no sea válida, sino que es ilícita. Hace unos años, el Papa Francisco concedió: «por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados». Y posteriormente prorrogó la disposición sin fecha de caducidad. Algo parecido sucedió con el matrimonio, pero, en este caso, con condiciones ya que para que sean válidos y legítimos debe intervenir con su autorización para cada caso, el obispo del lugar.
Es verdad que los sacerdotes de la FSSPX están suspendidos a divinis según lo establece el CIC. Sin embargo, esta pena o condición afecta a los sacerdotes y, en todo caso, a los obispos que los ordenaron. No afecta a los fieles que asisten a sus celebraciones. Dicho de otro modo, los fieles no están, y nunca estuvieron, obligados a rastrear el sumario canónico de los sacerdotes para asistir a sus celebraciones. En la Edad Media, cuando llovían no ya las suspensiones sino las excomuniones lanzadas por obispos y papas, la Cristiandad estaba plagada de sacerdotes con sanciones eclesiásticas, conocidas por todos, y que seguían celebrando sus misas y los fieles asistiendo a ellas. Por ejemplo, Santa Catalina de Siena asistía a misas celebradas por sacerdotes sancionados por el papa Clemente VII y, a la vez, San Vicente Ferrer celebraba misa aún estando sancionado por el papa Urbano VI. ¿Se animará el A. a criticar por estas actitudes a Santa Catalina o a los fieles que asistían a las misas de San Vicente Ferrer?
El A. se enmarca claramente en una concepción juridicista de la Iglesia. Para él, la Iglesia es una institución definida como un cuerpo jurídico, como podría ser un club. Pierde de vista la dimensión pneumática que hace que Ella sea el Cuerpo Místico de Cristo cuya unidad no viene por sólo por las leyes sino sobre todo por la fe. Y los fieles que asisten a misas celebradas por la FSSPX profesan la fe católica. ¿O se animará a negarlo? Curiosamente, el A. se dice defensor del Vaticano II…
Finalmente, desde el sentido común básico surge la duda acerca de la densidad que tiene la tal suspensión a divinis. En efecto, ¿qué tan importante puede ser esa sanción si, aún sin ser levantada, los sacerdotes que la padecen pueden administrar lícita y válidamente los sacramentos de la penitencia y del matrimonio? Si se tratara efectivamente de una pena gravísima que volviera peligrosos para los fieles a los sacerdotes sancionados, ¿habría dado los permisos que dio el Santo Padre, tal como señala el A.?
3 – Es claro que el laico que asiste a misa cumple con el precepto dominical... pero no por ello esa misa deja de ser ilícita ya que es celebrada por sacerdotes sin licencia.
Si el A. pretende ajustarse a argumentos jurídicos, vayamos a por ellos. El Código de Derecho Canónico establece en el canon 1248 §1: “Cumple el precepto de participar en la Misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde”. La norma no dice que el rito católico deba ser celebrado por un sacerdote libre de sanciones. En todo caso, dirá más adelante que el sacerdote sancionado no debe celebrar los sacramentos, pero ese es un problema del sacerdote. Como ya dije, los fieles no estamos obligados por la norma jurídica a explorar, previo a la asistencia de la misa, el pedigree canónico del celebrante.
4 – La experiencia nos dice que la mayoría de los que comienzan a asistir a las misas de la Fraternidad, terminan negando la validés del Novus ordo por más de que esas misas sean celebradas por santos y piadosos sacerdotes, se niegan a debatir sobre argumentos teológicos y disciplinares excusándose en la terrible crisis modernista que afecta a la Iglesia. Al respecto debemos decir:
No puedo expedirme sobre las experiencias más o menos traumáticas que haya tenido el A. Cuestiono, sin embargo, su pretensión de universalizarlas. Yo concurro con cierta regularidad a las misas celebradas por sacerdotes de la FSSPX desde hace 25 años. Nunca se ocurrió afirmar que las misas del rito de Pablo VI fueran inválidas. Más aún, asisto a ellas cuando, en un día de precepto, no tengo en el sitio donde estoy una misa tradicional. Por otro lado, muy raras veces escuché a algún fiel de la Fraternidad cuestionar la validez de la misa nueva, y en todos los casos eran personas que tenían una formación teológica básica y cuyo testimonio no debería universalizarse.
En cuanto a que se niegan debatir argumentos teológicos y disciplinares, lo cierto es que los fieles de la Fraternidad suelen ser tediosamente discutidores de ese tipo de argumentos. Esta ha sido mi experiencia, y yo no pretendo universalizarla. El A. del texto debería también cuidarse de actitudes que exceden la lógica más elemental.
Por otro lado, si los sacerdotes de la FSSPX, suspendidos a divinis todos ellos, fueran tan peligrosos para los fieles católicos, ¿les habría el Papa Francisco concedido permiso para administrar nada menos que el sacramento de la penitencia, en ocasión del cual podrían ejercer las influencias más nocivas sobre el rebaño católico? Pareciera que el A. es más severo aún que Francisco en sus aplicaciones canónicas; más papista que el Papa.
a – Que el hecho de que una gran mayoría de los sacerdotes celebre sin unción, con descuidos litúrgicos graves y hasta sacrílegos no es razón, en absoluto, de asistir, con grave peligro de caer también en el cisma, a sus celebraciones.
El A. admite que “la gran mayoría de los sacerdotes” oficiales, sobre los que no pesa ninguna sanción canónica, celebran “sin unción, con descuidos litúrgicos graves y hasta son sacrílegos”. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Y después de hacer realizado cándidamente esta confesión, añade que ésta situación no es razón suficiente para que los fieles asistan a misa tradicional celebrada por la Fraternidad. ¿Por qué no es razón? ¿Dónde está y cómo funciona el “razonómetro” del A.? ¿Osará decir que está muy bien asistir a una misa sacrílega y está muy mal asistir a una misa “ilícita” celebrada según el rito milenario de la Iglesia sólo por un argumento jurídico? ¿Es más importante la observancia de la norma jurídica que la verdad y el honor del culto debido a Dios? Debo advertir que Nuestro Señor se enfrentó en varios casos a situaciones similares, y sabemos lo que pensaba y decía a aquellos estrictos observantes de la ley que ajustaban sus filacterias y sus abluciones a la letra del texto jurídico.
b – Que no se ha llegado, y esperemos no se llegue nunca, a la situación de no haber misas bien celebradas en nuestra diócesis.
No me expido porque desconozco la situación en la que vive el A.
c – Que es un gran desatino colocarse como juez ante cada misa a la que se asiste y ante cada sacerdote que celebra.
El argumento debe aplicarse a todos. Es un gran desatino también andar elucubrando acerca de las suspensiones a divinis, es decir, no declaradas públicamente por la Iglesia, de los sacerdotes que celebran la misa tradicional.
d – Que no parece sensato suponer que la Providencia abandone a su pueblo fiel haciendo desaparecer misas válidas en la casi totalidad de su Iglesia y sólo la mantenga en un grupo reducidísimo de fieles.
Completamente de acuerdo. Y este es el argumento que yo he esgrimido en las ocasiones en que algún fiel de la FSSPX cuestionaba la validez del rito de Pablo VI. Pero no es esa la posición de la FSSPX ni de la mayoría de sus fieles.
e – Que no se debe caer en la dialéctica de contraponer misas modernistas vs misas tradicionalistas. La misa es una: el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en forma incruenta. En todo caso, lo que cambia es el rito. Y el rito ha sido modificado varias veces a lo largo de la historia. Y aún hoy, existen diferentes ritos. Algunos, incluso, más ceremoniosos que la mal llamada misa de San Pio V, como los ritos orientales. Cabe aclarar que NADA TENEMOS EN CONTRA DE LA MISA VETUS ORDO, al contrario. Nuestra preocupación es por la asistencia a la Fraternidad.
Este es uno de los motivos por los cuales supongo que el A. es un joven en etapa de formación: porque la ignorancia en materia litúrgica que demuestra es pasmosa. En primer lugar, afirma que la misa es una y consiste en la renovación del sacrificio de Nuestro Señor. Sea, aunque la misa es, en realidad, mucho más que eso. Pero si el A. es coherente con sus minuciosidades jurídicas, sería bueno que le preguntara a esa “gran mayoría” de sacerdotes oficiales que celebran el rito nuevo si ellos sinceramente creen en que la misa es la renovación incruenta del sacrifico redentor. Me temo que se llevaría una sorpresa. Y si respondiera que no importa si la misa es descuidada o sacrílega, ni que el celebrante crea más o menos en lo que está haciendo, ya que lo importante es que se cumpla el sacrificio, es decir, que se produzca la consagración de las especies eucarísticas, habría que decir que tiene una concepción gravemente reduccionista de la Santa Misa. Ella es el culto debido a Dios, el cual no consiste solamente en la pronunciación correcta de unas cuantas palabritas como si fueran una fórmula mágica.
Sin embargo, resulta particularmente brutal su afirmación de que el rito (romano, se entiende) “ha sido modificado varias veces en la historia”. Le pido al A. que me diga cuáles fueron, en qué consistieron y cómo si hicieron esas modificaciones. Porque si el caso es asimilarlas a las modificaciones o reformas del rito realizadas luego del Concilio Vaticano II estaría demostrando una ignorancia tal que los descalifica para sostener cualquier tipo de discusión sobre estos temas.
Seremos compasivos y pasaremos por alto su afirmación con respecto a la “ceremoniosidad” de otros ritos… ¿Tendrá también un “ceremoniómetro”? ¿Qué entenderá por “ceremoniosidad”? Preguntas de difícil respuestas.
f – Descreo, finalmente, que la misa celebrada según el vetus ordo sea más piadosa. La piedad verdadera tiene que ver con la aceptación lisa y llana de lo que hoy manda la Iglesia, aunque no estemos de acuerdo, aunque nos cueste entenderlo, aunque no veamos los motivos... éso y no otra cosa es lo que nos hará participar con mayores frutos espirituales de la única misa, la de siempre.
Pocas veces he leído una expresión de voluntarismo más salvaje. La piedad no se alcanza por el objeto sino por la voluntad del que asiste, afirma el A. Si alguien quiere saber en qué consiste la deformación a la que conduce la devotio moderna, aquí tiene un buen ejemplo. La piedad, la santidad, los “frutos espirituales” se consiguen por una disposición interior: tal cómo yo me ubico frente el objeto, en este caso, la Misa. Poco importa si ésta es sacrílega o devota, lo que importa es mi interioridad, mi espíritu de sumisión a las leyes, aunque éstas terminen amparando celebraciones sacrílegas. Se trata de la voluntad, mi voluntad de obedecer, por sobre la razonabilidad que me indica que no puedo participar de un sacrilegio o de un desmán litúrgico. Es la religión convertida en una cuestión puramente subjetiva y privada.
Advierta el A. que la suya es una posición muy parecida a la sostenida por el protestantismo clásico.
g — Lo que Dios quiere es que cada uno asista a misa a la parroquia de su barrio, a pesar los bombos, guitarras, sermones que a veces siembran dudas, y a pesar también de que el sacerdote se aleje de las palabras y los ritos prescritos por el misal, digan herejías o hasta comentan en algunos casos sacrilegios. Hay que intentar ser piadosos en la iglesia cercana a donde uno vive pues es esa la iglesia en la que Dios nos puso y no podemos elegir el lugar donde nos sintamos cómodos. Cada uno se salva en esa parroquia, y con ese cura que le toco. Nos santificamos asistiendo a misa y sufriendo en ella en la iglesia que nos corresponde.
Mecanicismo que me recuerda una conocida anécdota: camina por el desierto de Arabia un beduino devoto seguidor del Islam tirando de las riendas de su camello. Se acerca una persona y le dice que el bocado está lastimando al animal y le sugiere que lo arregle. El beduino se limita a decir: “Es la voluntad de Alá”. Y no es la voluntad de Alá; es que él le puso mal el bocado. Que yo viva en tal o cual zona de la ciudad y, por tanto, cercano a tal o cual iglesia, no es la voluntad de Dios; fue la voluntad de mis padres o de mis abuelos de quienes heredé la casa, o del propietario que me la alquila a un menor precio que otra que se encuentra en otra zona.
Pero más allá de lo absurdo de este argumento de santificación geolocalizada, vuelve a llamar mi atención el concepto profundamente erróneo, y protestante, que se tiene de la misa y de la liturgia en general. “Asisto a la liturgia para sufrir y santificarme de esa manera”. Se trata de una brutal expresión que da cuenta de una religión puramente subjetiva. El católico asiste a misa para dar culto a Dios, y Dios, en todo caso, lo santificará. Lo central de la liturgia es dar culto verdadero al Dios verdadero, pues esa es nuestra primera obligación como criaturas. Si algún cristiano quiere sufrir para santificarse, puede ayunar o que se ponerse una piedra en el zapato, pero no ir a misa.
El A. propone a sus lectores usar la misa como instrumento de penitencia y, consecuentemente, de santificación. Nuevamente, es el primado de voluntad del hombre que usa lo que es divino para santificarse, como si ese uso fuera lícito y como si la santificación dependiera de nosotros.
h – Finalmente aclaro que ruego a Dios para que las actuales y futuras autoridades de la Iglesia vuelvan a conceder la autorización para la celebración de los sacramentos según el rito “tradicional”, porque no desconozco su riqueza. Pero también ruego a Dios, vean nuestros amigos filo (o no tan filo) lefebvristas que la solución nunca está en separarse de la Iglesia (tradiconalmente jerárquica) sino a someterse a la voluntad de Dios que nos pide resignar nuestros gustos y pareceres.
Como era previsible, el A. termina con dos gruesos errores. En primer lugar, el Papa nunca quitó la autorización para la celebración de la misa tradicional; sencillamente porque no puede hacerlo. Como escribió Benedicto XVI en 2007: “Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial”. Y en segundo lugar, asistir a las misas celebradas por la FSSPX no significa separarse de la Iglesia. De ella se separan quienes abandonan el vínculo de la fe, y no quienes participan del culto que permanece “sagrado y grande” como lo fue “para las generaciones anteriores”.