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jueves, 31 de agosto de 2023

Milei y la derrota del progresismo

 


En este blog no discutimos sobre cuestiones políticas y tampoco lo haremos en esta ocasión. Pero a fin de evitar equívocos, comienzo con una aclaración. Votar o no votar es una decisión de cada uno, y si vota, es su decisión a quién vota. Con respecto al proceso electoral en Argentina, personalmente no me preocupan los hábitos sexuales de Javier Milei —sería ocioso soñar con la candidatura de un San Luis Gonzaga—, y tampoco su liberalismo económico —sería también ociosos con la presidencia de un Vázquez de Mella—. Me preocupa su equilibrio mental, pues no quisiera tener como presidente a un Luis de Baviera. 

Dicho esto, creo que hay un aspecto del que pocos han comprendido su real dimensión, o muy poco se ha hablado del mismo. El triunfo de Milei en las primarias de agosto significó una aplastante derrota de los más de veinte años de agresivas políticas progresistas impuestas en el país por el peronismo y, también, por Juntos por el Cambio. 

Repasemos las propuestas de Milei y de su equipo:

— Derogación de la ley del aborto a través de un plebiscito

— Justicia y no venganza para los militares acusados y procesados por supuestos delitos de lesa humanidad.

— Eliminación de la Educación Sexual en las escuelas

— Eliminación de la promoción de los derechos LGBT+++++++

— Eliminación del Ministerio de la Mujer y, con él, de todas las políticas feministas.

— Eliminación del lenguaje inclusivo en todas las comunicaciones oficial

— Cuestionamiento de la llamada “violencia de género” y del odio al varón, equiparando a todas las víctimas de violencia: ancianos, discapacitados y niños.

— Libertad para la educación privada a fin de que pueda organizarse sin injerencia del Estado en la elaboración de sus planes de estudio.

El solo hecho de que una plataforma electoral proclame tales principios es ya asombroso, pues se suponía que la agenda progre había prohibido para siempre hablar de ciertos temas. Por eso que ha dejado estupefacto al progresismo en sus más diversas variantes que los representantes de tales propuesta hayan sacado la mayoría de los votos y se perfilen para ganar en primer vuelta en las elecciones de octubre. Basta ver los diarios y programas de televisiones, aún en los canales conservadores como La Nación, el bombardeo constante que realizan a Milei y sus propuestas. Y la verdad es que no puedo menos que gozarme de su desesperación. Una progre redomada, por ejemplo, hace algunos días escribía en Infobae pidiendo literalmente ayuda a Estados Unidos para frenar a Milei. Y el domingo, el incomprensiblemente periodista estelar Luis Majul reunió un pelotón de fusilamiento contra el libertario, en el que la muy políticamente correcta Paola Caracciolo, que ha borrado sus raíces italianas haciéndose llamar Pola Olaixarac, quien no titubeó en recurrir incluso al ¡insulto a una mujer! —Victoria Villaroel— para desprestigiarla. Los derechos proclamados por el progresismo son válidos siempre que sean aplicados a los progresistas. La “derecha” no tiene derechos. 

Por cierto que no hay que ser ilusos y pensar que a Milei lo votaron por su agenda conservadora. Si hubiese sido una agenda distinta, seguramente habría sacado una cantidad de votos similar. Lo votaron porque expresa el hartazgo de la sociedad argentina con su clase política y lo votaron sobre todo de los jóvenes de esa sociedad. Pero justamente es aquí donde se encuentra la evidencia de la derrota de la agenda progre: sus postulados no tuvieron el menor peso en la población a la hora de elegir un candidato, ni siquiera entre los más jóvenes, que se supone que deberían ser los más permeados por esa ideología. Apenas pueden alegar una débil justificación diciendo que la mayoría de los votantes de Milei son varones… ¡qué curioso! En estas circunstancias sí sacan a relucir el sexo biológico.

Como bien señala Claudia Peiró en un buen artículo, incluso en la oposición ganó el ala conservadora. Mientras Martín Lousteau, apoyado por Rodríguez Larreta, proponía una agenda hiperprogre para Buenos Aires, Patricia Bullrich elegía como compañero de fórmula a Luis Petri, uno de los diputados más anti-abortistas que intervino en la discusión de esa ley. Y Bullrich le ganó por seis puntos a su rival. 

Por eso mismo, lo ocurrido en las PASO, fue una derrota no sólo del peronismo, sino del progresismo en todas sus caras: grosera y maloliente como la propulsada por el kirchnerismo, y elegante y civilizada como la del ala blanda de Juntos por el Cambio. Todo lo cual no hace más que confirmar, una vez más que, al menos en Argentina, el progresismo no es más que el credo de un nuevo gnosticismo, profesado por una elite instruida que se considera iniciada y superior al resto de las masas; los nuevos catharoi que han sido incapaces de reclutar para sus filas, a pesar de los millones de Soros, de la ONU y del peronismo, al pueblo del que se proclaman representantes.


(Uno de los beneficio que nos traerá el eventual triunfo de Javier Milei en las elecciones es que nos evitará la anunciada visita el papa Francisco. No creo que el pontífice se anime a venir si ve este video).

lunes, 28 de agosto de 2023

Peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad en Argentina

 


Como estaba previsto, entre el 19 y el 21 de agosto pasado se realizó la peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad en Argentina. Casi mil setecientos peregrinos caminaron los cien kilómetros que separan el pueblo de Rawson del santuario de Nuestra Señora de Luján. En la misa final —misa solemne en rito tradicional— celebrada en Jáuregui, se congregaron más de dos mil quinientas personas que luego caminaron los ocho kilómetros que las separaban de la basílica. 

Como ha ocurrido en Francia y España, el número de peregrinos se acrecentó con respecto al año pasado y se acrecentó también notablemente el número de sacerdotes que participaron (más de treinta). Por supuesto, la enorme mayoría eran jóvenes —muy jóvenes algunos— y también familias enteras. 

Sería ocioso detallar en este blog lo que todos sabemos: que la tradición católica, aunque muy reducida, está todavía viva y que así se mantendrá hasta que Dios quiera porque los renuevos son abundantes, fuertes y valientes. O podríamos lamentarnos de que Mons. Jorge Scheinig, desde la aparición de Traditiones custodes, no permite la celebración de la misa en el interior de la basílica. Me limitaré solamente a señalar dos aspectos que me llamaron la atención. En primer lugar, me pregunto qué reacción provocará este tipo de manifestaciones de fe tradicional en los tantos buenos sacerdotes que hay en Argentina. Porque ciertamente, los buenos sacerdotes no son solamente aquellos que celebran habitualmente la misa tradicional. Hay muchos otros, en todas las diócesis del país, que por uno u otro motivo no lo hacen, y que resisten en sus parroquias conservando la fe católica, apacentando a sus ovejas y dando testimonio con su vida del Reino de los Cielos. Pienso, por ejemplo, en los párrocos o vicarios de las iglesias de los pueblos que atravesaba la peregrinación, o en el joven y piadoso sacerdote del clero de la basílica de Luján que guió el rezo del rosario e impartió la bendición con el Santísimo Sacramento. No puedo creer que, como el papa Francisco y buena parte del episcopado mundial —y sobre todo argentino—piensen que los peregrinos son jovenes rígidos que sufren algún tipo de desorden mental. No puedo creer que no vean en ellos a jóvenes normales, sanos, sinceros y entregados al ideal y al desafío que implica la fe católica en el mundo de hoy. 

La esperanza entonces, no en una restauración de la cristiandad, en la que ya no creo, sino en conservar las brasas de la verdadera fe, la fe que recibimos de los apóstoles, me parece que se encuentra en estes tipo de jóvenes y en este tipo sacerdotes, sin los cuales estaríamos perdidos. 

El segundo aspecto que me llamó la atención fue la diversidad de los peregrinos. Había gente de toda Argentina —con mayoría de Buenos Aires—, de Paraguay, Brasil, España, Perú y Estados Unidos. Había varones y mujeres. Estaban quienes durante toda su vida asistieron a la misa tradicional y quienes lo hacen cuando tienen oportunidad. Había jóvenes de colegios católicos tradicionales, de colegios católicos normales, de home schooling y de colegios públicos. Había nacionalistas, carlistas y no afiliados a ese tipo de tendencias. Había gente de todas las clases sociales. Había rubios y morochos. Había quienes anteponían el artículo a los nombres propios y habían quienes no lo hacían; algunos pronunciaban “sho”, otros “io” y otros “yo”. No había en cambio gran diversidad en las edades, pues pocos sobrepasaban los treinta años y tampoco en los tocados, pues la mayoría usaba boina vasca, eso sí, con gran despliegue de colores.

Y aunque suene progre, este tipo de diversidad me parece una gran riqueza y un símbolo inequívoco de salud y de catolicidad. La iglesia católica siempre cobijó la diversidad que se unía en una fe común. Lo dice San Pablo, cuando relata que “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3,28). El Apóstol no niega los caracteres particulares de cada uno de los cristianos de Galacia, sino que observa que toda esa diversidad es superada en la unidad de la fe en Jesucristo. Y es justamente esta característica —la diversidad— la que manifiesta la catolicidad de la Iglesia. No sería tan esperanzador que asistieran personas de un solo grupo o movimiento, o de un solo uniforme. Sería, por cierto, muy bueno para ese grupo y movimiento, pero significaría poco para la Iglesia universal, que se place necesariamente en la diversidad. 

Como decía el papa Benedicto XVI, serán estas pequeñas hogueras esparcidas a lo largo del mundo entero las que conservarán la fe; las que sostendrán un resplandor débil pero constante al que se acercarán, poco a poco, los hombres desorientados y encontrarán de ese modo el camino de regreso al hogar


Una emotiva y refrescante crónica de la peregrinación, escrita con talento por uno de los jóvenes peregrinos cuyanos, puede descargarse desde aquí

viernes, 25 de agosto de 2023

Un excelente libro sobre la misa tradicional


 

La peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad en Argentina del último fin de semana —y sobre la que hablaré próximamente— mostró nuevamente que la liturgia tradicional no es algo propio de señoras piadosas con olor a naftalina: es una realidad cercana sobre todo a los más jóvenes. Por eso mismo, conocer la profundidad y la riqueza de la liturgia de siempre es necesario, no solamente para los que se acercan a ella por primera vez, sino también para quienes la frecuentamos desde hace décadas.

Por eso mismo, recomiendo la lectura del libro La misa de siempre. La misa católica explicada a los fieles, del P. Rafael Alcocer. El título podría dar la impresión de que se trata de una obrita catequética o piadosa como hay tantas. Y, sin embargo, no es así pues en ella se aúnan la erudición del autor en el conocimiento de la historia y desarrollo del rito romano, con la facilidad con que es capaz de explicar estos temas a quienes no se dedican a ellos, y con la fe y la piedad de un monje benedictino, que vive justamente para el opus Dei.

El libro consta de siete capítulos y un epílogo en el que se repasan los momentos más importantes de la formación de la misa, desde la Última Cena hasta su estructuración definitiva por el papa San Pío V en el siglo XVI, pasando por los modos en que fue adaptándose a las comunidades cristianas primitivas o medievales. Luego, explica cada una de las partes de la misa, de un modo particularmente claro para los fieles, y sin abundar en los elementos simbólicos como sucede muchas veces, y que terminan, en mi opinión, oscureciendo la verdad y profundidad de cada uno de los ritos. Finalmente, expone el calendario litúrgico y el modo y ordenamiento de la fiestas que en él se suceden. De modo particular señalo las permanentes referencias que hace el P. Alcocer a la “participación activa” de los fieles en la Santa Misa, según lo entendió y pidió el papa San Pío X.

Y es fundamental tener presente quién es el autor: Rafael Alcocer nació en 1889 e ingresó a la abadía benedictina de Santo Domingo de Silos, España en 1912. Dedicó buena parte de su vida al estudio de la liturgia y al apostolado de la buena prensa, además de su actividad principal como monje: la celebración de la liturgia en el oficio divino y la santa misa. Apenas comenzada la Guerra Civil, fue apresado por los comunistas y rápidamente martirizado por ser sacerdote. La Iglesia lo beatificó en 2016.

El libro puede conseguirse en Amazon en formato Kindle e impreso.

martes, 22 de agosto de 2023

La fe es cosa seria, y peligrosa


 

A partir de algunos comentarios enviados en los últimos días me ha parecido conveniente recordar algunos aspectos de la doctrina católica. No se trata de ninguna manera de criticar a algunos comentaristas; aquí no hay nada personal. Simplemente, un repaso de las nociones básicas del catecismo.

1. Creer no es cosa fácil; es un virtud infundida por Dios en el alma en el momento del bautismo. Es por eso que somos capaces de forzar con la voluntad a la inteligencia a fin de que preste su asentimiento a verdades que no nos resultan evidentes y que son misteriosas. Y por eso entonces, la fe es cosa seria y la Iglesia siempre fue muy cuidadosa en proponer los artículos que debían creer sus fieles.

2. Los católicos estamos obligados a creer en la Revelación de Dios, la cual se cerró con la muerte del último apóstol. Esa Revelación está contenida en las Sagradas Escrituras y en la Tradición. Por tanto, debemos creer todo lo que nos propone la Iglesia de acuerdo a esas fuentes, lo cual, de modo sumario, se encuentra en el Símbolo de Nicea con los agregados del Concilio de Constantinopla, y los pocos dogmas que fueron definidos con posterioridad.

3. Los católicos no estamos obligados a creer en apariciones, sean éstas de Nuestro Señor, de la Virgen Santísima, de los ángeles y de los santos, y tampoco en mensajes que estas apariciones pueden haber comunicado a los videntes, por más santos que éstos sean. 

Quien quiere creer en ellas y prestar su asentimiento a los mensajes, hace bien y es un acto piadoso. Pero quien no quiera adherir a ninguno de estos fenómenos también hace bien y es tan piadoso como el otro. 

4. Por eso mismo, un fiel católico, por más sacerdote u obispo que sea, no pueden obligar a nadie a prestar asentimiento a una aparición o a alguna revelación privada. Y, consecuentemente, tampoco puede pretender que los demás acepten conclusiones a las que se arriba a partir de premisas tomadas de estas revelaciones privadas. Concluir que la Virgen confirmó su Inmaculada Concepción por la revelación que le hizo a Santa Bernardita, es inaceptable, pues yo, como cualquier otro católico, no tenemos obligación de creer en las apariciones de Lourdes. Emitir juicios acerca del estado de la Iglesia o del futuro del mundo a partir de los mensajes de Fátima pertenece, por supuesto, a la libertad de cada uno, pero de ninguna manera pueden ser impuestos o mantenido con la certeza que nos da la fe, puesto que yo, como cualquier católico, puedo con toda libertad y sin menoscabo de mi piedad, negarme a creer en las apariciones de Fátima. 

5. Esto no significa despreciar las apariciones y sus mensajes. Creo que eso sería una actitud impía. Y tampoco es una postura racionalista. Es la postura de que siempre sostuvo la Iglesia, y siempre la sostuvo porque sabe que la fe es cosa seria. Y sabe también que la fe es cosa peligrosa. En los últimos comentarios, por ejemplo, se discutía ya no sobre los mensajes de Fátima, sino sobre las revelaciones que sor Lucía habría sido recibido décadas más tarde, sobre las revelaciones de Santa Margarita María, de Santa Juana de Arco, Santa Catalina de Siena… No tenga nada contra estos mensajes y apariciones; simplemente recuerdo la libertad que tenemos las católicos para aceptarlos o no. 

Además, creo que hay que ser muy cuidadosos al respecto. No es el caso, por cierto, de los lectores y de quiene comentan en el blog, pero la tentación en sostener la fe en fenómenos sobrenaturales y la facilidad en prestar el asentimiento de la razón a mensajes y apariciones, es cosa muy peligrosa. Desde esa esquina se puede saltar rápidamente a la del que posiblemente sea el próximo presidente de Argentina: un desquiciado que recibe mensajes de su difunto perro Conan. 


sábado, 19 de agosto de 2023

La nueva provocación de Francisco: los cardenales Zaffaroni y Gallardo

 


Reproduzco un editorial de Clarín. Como todo el mundo sabe, se trata del medio de prensa más leído en Argentina y no se trata de un medio precisamente católico. Es claramente progresistas y sus columnistas religiosos han sido siempre acérrimos defensores del Papa Francisco.

Sin embargo, en ocasiones la realidad se impone. Y ha sido el caso de la nueva provocación de Bergoglio y su desvergonzado uso de la Iglesia para mezquinos fines de política de cabotaje. Me refiero a los nombramientos de los jueces Zaffaroni y Gallardo en cargos vaticanos. 

Ricardo Roa, autor de la editorial, lo dice tal como yo lo hubiese dicho.


Lo raro es que hubiera algún mensaje del Vaticano producto de la casualidad. Sería tanta casualidad que parecería un milagro. En plena campaña electoral, Bergoglio sumó a su staff a Eugenio Zaffaroni, el divulgador preferido del cristinismo en el mundo del derecho y una especie de rockstar del chavismo jurídico.

Zaffaroni pasó de juez de la Corte a asesor de Cristina. Y ahora tendrá, por decreto de Bergoglio, status propio dentro de la Iglesia. Circulará, con chapa del Vaticano, como integrante de un nuevo organismo sobre derechos sociales y colonialismo.

Será, en los hechos, un informal vocero jurídico del Papa ante propuestas de Bullrich o Milei que disgusten a Bergoglio. Cualquiera ya puede imaginarlo: medidas sobre seguridad, la limitación de las protestas, privatizaciones o la aceleración de casos de corrupción kirchnerista, como el de los Cuadernos de las Coimas, del que Zaffaroni ha dicho las peores cosas. Calza justo con Derechos contra la Derecha, la campaña del miedo del gobierno.

Bergoglio se permitió meter en otro cargo a Roberto Gallardo, un juez kirchnerista de la Ciudad que, a diferencia de Zaffaroni, no existe en el universo de la Justicia. ¡Y presidirá en Roma un comité de jueces! Ahí, el Papa le bajó el precio a Zaffaroni. Más adelante explicaremos por qué. Sólo un comentario: Bergoglio siempre recibe o premia a los que acá están de un lado de la grieta. Debe ser el lado celestial.

Volvamos a Zaffaroni, juez de la dictadura aunque no le guste nada recordarlo y respetado inicialmente por su tratado de derecho penal que trajo ideas innovadoras y con el que se formaron varias generaciones. Saltó a la justicia de instrucción, hizo carrera y fue ascendido a camarista.

Comenzó a perder seriedad cuando viró hacia el abolicionismo, una estrafalaria teoría que podría definirse así: aplicar y hacer cumplir penas a los delincuentes no tiene sentido. Cuentan que el juez visitaba cárceles para decirles a los presos que esperaran a que él estuviera de guardia en el juzgado para pedir la excarcelación.

Pese al desprestigio de Zaffaroni, Bergoglio lo agrega al grupo selecto de argentinos que lo acompañan y donde sobresale el piquetero Grabois, reciente precandidato a presidente. Bergoglio nos dice: yo soy Zaffaroni. Y potencia el discurso de Zaffaroni contra el lawfare, una entelequia presentada como la manipulación de la Justicia, con la complicidad de los grandes medios, para perseguir a líderes progresistas. La justicia no es la justicia sino una conspiración.

Aclaremos: si alguien sabe de eso, y sabe mucho, es el kirchnerismo. Pero Bergoglio piensa igual al kirchnerismo. Lo dice esta frase que parece escrita por Zaffaroni a la medida de Cristina: “El lawfare, además de poner en riesgo la democracia, es utilizado para minar los procesos políticos emergentes.... es fundamental detectar y neutralizar estas prácticas... en combinación con operaciones multimediáticas paralelas”. Más claro, échele agua.

Todos sabemos para qué sirve de verdad el lawfare: para apretar a jueces y fiscales que intentan hacer su trabajo según las leyes. Zaffaroni aplaudió en vivo y en directo la arenga del Papa en el Vaticano. Fue en abril pasado. También, la diputada Siley, la del juicio trucho a la Corte, y la jueza de Casación Figueroa, amiga de Cristina y que se atrincheró en su despacho para que no la jubilen.

También hay tela para cortar en la designación papal de Gallardo, que dirigió la carrera de abogacía en la Universidad de las Madres. Sin comentarios. Es un juez militante a la caza de espacio en los medios. Lo ha conseguido con sentencias surrealistas, como la de prohibir bailes con música en vivo o grabada y la actividad de los delivery. Frenó la construcción de una playa de estacionamiento en Recoleta, intervino el SAME, clausuró La Rural, no dejó prender el cartel de Coca Cola en el Obelisco, intervino el Normal 1 y hasta multó a Macri, su archi enemigo. Por si fuera poco, promulgó un subsidio mensual a los hijos de los cartoneros como si fuese un legislador. Estuvo dos veces al borde del juicio político. Un clásico: los fallos de Gallardo son inmediatamente apelados y anulados.

Está a la vista: con Zaffaroni y Gallardo, Bergoglio no está buscando mejorar la Iglesia. Ni la doctrina de la Iglesia. Está atendiendo sólo su juego político interno, que lo hace a la manera de siempre.


Fuente: Clarín


lunes, 14 de agosto de 2023

Eadem est scientia oppositorum

 


Creo que el debate suscitado a raíz del post de Eck sobre los papas revolucionarios es uno de los más interesantes que hemos sostenido en los últimos años, y me parece también que es de los más urgentes. Agradezco sinceramente a quienes ocuparon su tiempo en leer, pensar y escribir en el blog, más allá de las opiniones y simpatías personales.

Se trata de dos ideas. La primera afirma que los papas del último siglo y medio, a partir de Pío IX, fueron revolucionarios porque adoptaron “los esquemas del estado moderno revolucionario a la gobernación de la Iglesia y la concepción del poder papal como absoluto, soberano, irrestricto y fundante de la Iglesia misma”. Para profundizar en esta postura los invito a leer el texto mismo de Eck y sus comentarios, como así también este post que publiqué hace hoy exactamente dos años: “La Tradición devorada por el magisterio”.

La otra idea  considera que los papas verdaderamente revolucionarios fueron Pablo VI y los siguientes hasta Francisco, mientras que los papas anteriores no lo eran porque nunca cometieron “errores revolucionarios en lo que hace a su función magisterial. Por más faltas que hayan cometido en el plano de gobierno o prudencial -aún siendo algunas muy graves-, ninguno dejó de ejercer su función docente de forma fiel a la Revelación. En ninguno de los Papas acusados se encuentra una doctrina que vaya en contra de la fe o la moral católica”. Esta postura podría sintetizarse diciendo que los papas ultramontanos, y utilizo este término para simplificar y sin ninguna intención calificativa, no fueron revolucionarios porque enseñaron la fe católica en su integridad en el ejercicio de su munus docendi y consecuentemente, no enseñaron doctrinas revolucionarias aunque ocasionalmente hayan tenido decisiones de gobierno de orden prudencial que sí pueden ser consideradas revolucionarias.

Me da la impresión que las dos posturas no coinciden exactamente en el mismo objeto de discusión o, en todo caso, lo hacen a diferentes profundidades. Mientras la segunda concentra su argumentación en la dimensión magisterial del pontificado romano, la primera considera a esta institución desde un punto de vista más amplio y profundo. Pero más allá de la coincidencia más o menos exacta en el objeto, lo que está en juego es un elemento realmente importante en la vida de la Iglesia actual y, sobre todo, en perspectiva de futuro. ¿Cómo debería ser una Iglesia restaurada? ¿Qué papel debería desempeñar el Romano Pontífice?

Veamos rápidamente un par de casos para entender la cuestión. Cuando Pío IX proclama dos dogmas durante su pontificado —la Inmaculada Concepción y la infalibilidad pontificia—, algo que nunca antes había ocurrido, lo hace por un motivo revolucionario, pues no había necesidad teológica alguna de tales proclamaciones. En todo caso, la necesidad era afirmar la autoridad pontificia en momentos en que ésta era amenazada por naciones contrarias a la Iglesia y por una potente masonería. Y cuando el mismo pontífice redacta el Syllabus desciende a la discusión concreta de las cuestiones planteadas por los liberales, y con los término utilizados por los liberales. Cuando San Pío X decide redactar un código de derecho canónico, rompe con lo que las sociedades tradicionales habían hecho hasta la Revolución Francesa y se integra a los moldes legislativos revolucionarios de la codificación napoleónica, frente a un derecho tradicional ya muy probado de compilación de canones, rescriptas y fórmulas. Todo el derecho de la Iglesia aparece como un acto de voluntad de un solo papa mientras que en el modo tradicional, había participado toda la Iglesia con el Papa como arbitro máximo. Y lo previsible era que sesenta años después, con Juan Pablo II, se promulgara un nuevo código, y que Francisco lo haya modificado ya varias veces, la última hace pocos días. El derecho eclesiástico, gracias a San Pío X, se terminó convirtiendo en un instrumento de los caprichos o gustos pontificios, algo absolutamente impensable en una sociedad tradicional. Es a esto a lo que Eck llama “revolución”. La otra opinión, en cambio, lo considera actos propios e indiscutibles del magisterio pontificio en tanto que ninguno de estos hechos enseña una doctrina revolucionaria. 

Si por motivos de su jubileo resucitara Santo Tomás de Aquino y le preguntáramos su opinión, creo que no dudaría en decirnos que está de acuerdo con Eck. Y probablemente lo haría con una frase que tomó prestada de Aristóteles y repite en varias partes de su obra: Eadem est scientia oppositorum (por ej., S.Th, I, 75, 6c) y que puede ser traducida como: “El conocimiento de los contrarios es el mismo”, o bien: “El conocimiento de los opuestos es el mismo conocimiento”. En otras palabras, cada contradicción revela un punto en común anterior. Porque para contradecirse, las partes rivales tienen que estar de acuerdo sobre qué es aquello en lo que discrepan. Lo que afirma una debe ser precisamente lo mismo que niega la otra, o de lo contrario no existe contradicción alguna. La “A” de Juan y la “no A” de Pedro deben basarse en la misma “A”. Por lo tanto, todo conflicto tendrá lugar necesariamente en un contexto compartido. Pongámoslo de este modo: Para librar una batalla, los contendientes tendrán que tener algún terreno común en el que apoyarse y por el que luchar. Todo desacuerdo, consecuentemente, se construye sobre un acuerdo previo más profundo. Eadem est scientia oppositorum.

Los papas ultramontanos decidieron oponerse a la revolución y defender la verdad católica descendiendo al campo de batalla elegido por la revolución y utilizando las mismas armas de la revolución. Si los liberales o marxistas decían “A” y ellos les respondían “No A”, en realidad, ambos estaban acordando en la existencia, importancia y necesidad de “A”. La Iglesia docente se convirtió en Iglesia apologética. Dedicó todas sus fuerzas a defenderse del enemigo en el terreno del enemigo y con las armas del enemigo. Indudablemente, iba a ser derrotada. Porque el desacuerdo es como un espejo. Cuando dejamos que el enemigo pelee con nosotros en sus términos, dejamos que nos convierta simplemente en su imagen inversa, que va a estar tan distorsionada como la original. Eadem est scientia oppositorum

Por eso mismo es tan riesgosa la tentación de la apologética, o sea, de convertir la fe y la “militancia” cristiana en pura apologética. Nadie duda que en ocasiones la apologética es necesaria, sobre todo cuando se trata de sacar de sus errores a los que están más alejados de la verdad, pero la vida y la formación del cristiano no deben reducirse meramente a ella puesto que caeríamos en una trampa muy bien disimulada. No podemos sentarnos a discutir si el árbol está creciendo más o menos torcido; el problema está en que el árbol está plantado en el lugar equivocado. No podemos discutir, por ejemplo, con los abortistas hablando de los "derechos" de la mujer y de los "derechos" del niño por nacer. Hablar de "derechos" es entrar ya en el campo de batalla fijado por la revolución y utilizar sus mismas armas. La postura realista y tradicional hablará sencilla de una madre y un hijo; y las madres siempre protegen y alimentan a sus hijos; no los matan. El árbol está plantado en el sitio equivocado. No podemos oponernos a los "derechos" de los homosexuales porque categorizar a los hombres en heterosexuales y homosexuales es un invento de la revolución. El concepto “homosexual” aparece en recién en 1869, acuñado por Karl-Maria Kertbeny, un precursor del movimiento gay. Anteriormente no existía; es decir, no existía el sustantivo “homosexual” que sustantivara a una persona. Existían hombres y mujeres, algunos de los cuales tenían tentaciones —y caían en ellas como cualquier hijo de Eva—, de lujuria con personas de su mismo sexo. Pero no eran una “categoría” distinta a la de los “heterosexuales”; no eran un “colectivo”; no eran una “sustancia” homosexual distinta de la “sustancia” heterosexual. Si se aceptan y se discute con las categorías “heterosexual” y “homosexual”, en primer lugar, nos quedamos sin argumentos para impedir que se sigan sumando más categorías: trans, no-binarios y todos los + que quieran añadirle al acrónimo LGBT+. Ciertamente, la sodomía era un pecado “que clama al cielo” por su especial gravedad, como enseña el catecismo, y como lo son también el asesinato, la opresión a los pobres y el pagar salarios injustos. Sin embargo, a nadie se le ocurrió, excepto a algún marxista quizás, sustantivar y clasificar a los hombres en “mansos” y “asesinos”, o en “generosos” y “explotadores”. En todo caso, el asesino y el explotador son pecadores, que comenten pecados tan graves como la sodomía, pero no son un “colectivo” con el cual discutir acerca de sus derechos más o menos amplios.  Discutir entonces con respecto al lugar de los homosexuales dentro de la Iglesia, por ejemplo, es entrar ya en terreno del enemigo y enredarnos con categorías modelada por ellos para alcanzar sus fines. El árbol está plantado en el sitio equivocado.

Los “papas revolucionarios” de Eck quisieron vencer al mundo que se les venía encima entrando en una discusión que ya había sido amañada a favor del mundo, y este el el único tipo de discusión que se puede tener cuando empleamos acríticamente los mismos conceptos y categorías distorsionados del mundo.

Los católicos no compartimos lo suficiente la visión del mundo que poseen nuestros semejantes como para dar por sentadas sus resoluciones, por lo que no podemos limitarnos a adoptar una postura a favor o en contra. En lugar de ello, debemos elevarnos por encima de los conflictos que vemos a nuestro alrededor, para poder ver por encima de ellos la verdad que ocultan.

Por eso mismo, reivindico el carácter tradicional en el ejercicio del papado de Benedicto XVI, aunque haya tenido decisiones prudenciales que no lo fueran. Él, mucho antes de ser elegido al solio de Pedro, nos habló de esa Iglesia que alejada y fuera del mundo lanzado a la barbarie, “se refugia con espíritu de penitencia y religión en la inhumana soledad de un inalcanzable escondite; allí se hace montaraz, diminuta, se nutre de hierba y de tierra, y se convierte en una heredad orgánica donde habita el hombre”.

jueves, 10 de agosto de 2023

Los Papas Revolucionarios. Del beato Pio IX al venerable Pio XII

 




por Eck


Un paseo por Versailles

Poca gente sabe que la atea Revolución Francesa comenzó con una gran ceremonia en honor al Santísimo Sacramento. Menos gente aún se imagina que el comienzo del fin de los tronos europeos fue una magnífica procesión al Rey de Reyes presidida por el arzobispo de París, Mons. de Juigné, seguido del rey Luis XVI y precedido de los mil doscientos diputados de Francia en medio del esplendor de la corte de Versailles. Y muchísima menos gente todavía puede creer que entre los diputados vestiditos con chapines refulgentes y devotitos portadores de albos cirios en honor a Cristo se encontraban Mirabeau, Robespierre, Talleyrand y otras bêtes noires de la Iglesia. 

Aunque muchos de ellos eran hipócritas redomados, la mayoría quería aprovechar la oportunidad de la crisis y la bonhomía de Luis XVI para renovar el reino de Francia tras la descomposición y podredumbre de la regencia de Orleans y el caligulesco pero sin sangre periodo de Luis XV, sin darse cuenta de que con sus medidas rompedoras continuaban, pero de otro modo más profundo, la labor de zapa contra la monarquía tradicional, que ya había hecho el rey Sol, verdadero antecesor de la Republique, al romper con el lento trabajo de la historia. 

Durante esta ceremonia se atravesó una de las salas más famosas del Palacio, la Galería de los Espejos, eterno recordatorio de la sombra de Luis XIV de que las cosas no eran lo que aparentaban ser y que eran mucho más engañosas que las que se hallaban en el propio palacio. Al multiplicar por miles y miles la realidad reflejada, se entra en un laberinto infinito del que es difícil salir, donde la izquierda es derecha, arriba es abajo y dentro es fuera y viceversa, cuando uno cree salir está entrando y cuando cree hallar la solución más errado está. 

El siglo XIX fue en todos los ámbitos un siglo confuso y desorientador, una laberinto de espejos en el que cayeron sus protagonistas y en el que hemos caído nosotros mismos detrás. Siglo revuelto, remolino donde todo se mezcló y se confundió, ha costado más de un siglo empezar a desenredar el ovillo y aún no se ha conseguido del todo. En la Iglesia de igual modo, donde el modernismo se disfraza de tradicional y conceptos tradicionales pasan por modernistas. Esto ocurre con los Papas de los que vamos a hablar, que se les supone campeones de la Tradición y lo son, pero también fueron revolucionarios, no en la materia, sino en las formas sin acordarse de lo que decía el viejo Aristóteles y fray Tomás: quidquid recipitur ad modum recipentis recipitur. Ya se puede recibir la Tradición pura que como sea el recipiente revolucionario, se volverá Revolución.


Beato Pio IX: La Tradition, c´est moi

Conocida es la anécdota del Papa Mastai con el cardenal Guidi cuando éste le manifestó, durante el Concilio Vaticano I, sus dudas y oposición a la definición extremada de la infabilidad pontificia por no tener respaldo de la Tradición de la Iglesia. El Papa Pío IX le mandó llamar una noche de junio para abroncar enérgicamente a semejante rebelde purpurado, gritando como un descosido: “La Tradizione son’io”, “¡La Tradición, soy yo!”. No deja de ser significativo que use una frase similar a la famosísima del rey Sol y que revela que después de una resistencia heroica de trescientos años contra la concepción modernista del poder y del estado, la propia Iglesia y su cabeza han caído de lleno en ella. A partir de aquí el recipiente será totalmente revolucionario aunque los contenidos sean los tradicionales: culto carismático a la persona, no al cargo, del pontífice; centralismo romano, lo que había sido cuidadosamente evitado por la Curia durante milenios; concepción juridicista de la propia Iglesia, de la Fe y los sacramentos, etc. Es el amanecer del Papa Sol que ilumina toda la Iglesia con su magisterio.

En esto, el Papa Pio IX es el reflejo invertido y gemelo de Pablo VI. Este “democratizó” las apariencias del papado pero sin tocar un azumbre del poder autocrático mientras que aquél convirtió al pontificado en una autocracia bajo los ropajes tradicionales. En ambos casos, aunque la mona tirana se vistiera de jeans o de seda, en mona tirana a la antigua o a la moderna se queda....


León XIII: El gallo en la habitación

De todos es conocido la enorme producción doctrinal, digna de tan industriales tiempos, de este Papa, y de muy alta calidad por otra parte. También trajo a la Santa Sede tranquilidad y estabilidad tras los movidos tiempos de su tormentoso predecesor. En apariencia, un pontificado en el que no se iba a romper ni un plato ni un vaso puesto que la edad no le acompañaba y sin embargo entró como un elefante en una cacharrería dentro del proceloso terreno de la política. Por meros motivos de política de la Santa Sede, que no de la Iglesia, quiso reconciliarse con la masona, corrupta y colonialista III República gabacha, todo un primor como se ve, con el famoso Ralliement. No deja de ser curioso que el papa más antimásonico (con su concilio trentino incluido) y tradicionalista quisiera unirse al régimen  más masónico y revolucionario que había. Lo grave no fue esto, que ya tenía antecedentes multiseculares, si no que se lo pregunten a nuestros Carlos I y Felipe II... sino que se entrometiera en la conciencia y en la política doméstica de los católicos franceses en un terreno donde el Papa no pitaba nada pues no era de su competencia ni tenía legitimidad alguna: el régimen político que debían tener los franceses.Y todo por política exterior, lo más alejado de la esencia de la Iglesia cuya cabeza dijo que su reino no era de este mundo.

Por supuesto que fue un desastre pero dejó dos herencias: que la doctrina y la praxis fuera cada una por su lado hasta chocar y que se concibiera a la Iglesia como un instrumento de partido, del Estado de la Santa Sede. No en balde se ha apelado al Kremlin como el Vaticano Rojo y no al revés...


S. Pio X: Agere revolucionario contrarrevolucionario

Siempre se ha dicho que el diablo es el simio de Dios; lo que nunca se podía pensar es que el tradicionalismo se volviese simio de la Revolución, pero con S. Pio X se logró. Es que el oponerse de manera sistemática a un hecho o doctrina, lo que nos convierte es su mimo, un espejo, bailando al son que nos proponen los demás. El empeño antirrevolucionario de Sarto no se puede negar y tampoco su buena voluntad, pero la revolución conciliar se la debemos a él en casi su totalidad al meter la cuchara pontificia en asuntos que sus predecesores se cuidaron mucho de hacerlo: la liturgia que se había mantenido estable durante cientos de años se vio subvertida con los cambios del Breviario; la música sacra; la práctica sacramental; la latinización de los orientales, predecesora del Traditiones Custodes; el derecho canónico se erigió siguiendo la forma de los códigos revolucionarios napoleónicos; etc. Hasta se copió de los estados laicos al crear un cuerpo de espionaje clerical como fue el sodalitium pianum... Juan Pablo II con sus milenios y cambios advenientes fue un mero imitador de pacotilla de este papa metomentodo.

La médula fue tradicional pero las formas fueron plenamente revolucionarias y establecieron el habitus de que el Papa podía hacer lo que quisiera, antecedente que tras el Concilio se aprovecharían hasta el fondo los progresistas. Sólo tenían que llegar al solio papal porque ya habían caído todas las defensas contra el despotismo pontificio que la historia había erigido.


Pio XI: Arreglando problemas...

Podríamos hablar de los famosos arreglos que nada arreglaron excepto un desastre para el catolicismo de México cuando estaban a punto de vencer al gobierno masónico anticlerical. Lección que se debe aprender de este suceso: cuando se lucha pro aris et focis no se debe confiar en la jerarquía ni dejar que ella marque la batuta porque siempre aletea la sombra de Judas y la tentación del acomodo con el mundo. Sin embargo, queremos hablar de otro charco. Como los papas son hombres y este animal es conocido por tropezar dos veces con la misma piedra, así tenemos que Roma tropezó por segunda vez y por los mismos motivos con un tema político francés. Hablamos del affaire de la Acción Francesa que costó el capelo y la libertad al gran Billot, llenó de sufrimiento al catolicismo francés y demostró la falsedad e hipocresía romana que colaba un mosquito y tragaba camellos según el interés o, peor, las manías voluntaristas del pontífice de turno.


Venerable Pio XII: el primer pastor de masas

Este gran papa también puso su granito de arena. Con el Pastor Angelicus fue todo un fenómeno de papolatría avant la lettre y con mucho mejor gusto, hay que decirlo, que su sucesores. Miles de fotos con su retratos en pose mística, que su facha ascética ayudaba; revistas, cine y televisión hacía llegar a los hogares su imagen santa y perfecta. Hasta tuvo un milagro fatimista en los jardines del Vaticano para completar el icono de los devotos que no se cansaban de echar kilos y kilos de incienso. Y no era para menos porque parecía que la Iglesia resurgía con poder tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y entraba en una etapa de expansión y optimismo pleno que explotó en los sesenta en utopismo. Sin embargo, el propio Papa, humilde y responsable en el fondo, y mentes privilegiadas como Castellani, no se dejaban engañar y presentían el desastre. De aquí la negativa panza arriba de convocar un concilio y la huida hacia adelante de conceder pequeños cambios para evitar los mayores pero que agudizaron los problemas de fondo. Murió con grandes presentimientos y sufrimientos por el futuro que se confirmaron enseguida.


Conclusión: Concilium ante portas Romae

Cuando el Papa Juan XXIII convocó el famoso concilio ya se había completado la labor de cien años de pontífices revolucionarios. Apenas quedaban ámbitos eclesiásticos en los que la longa manus papal no hubiera ya tocado y el culto papolátra tan estaba firmemente asentado que se aceptaría como verdad divina cualquier cosa que dijera el pontífice. Las resistencias tradicionales y los elementos objetivos de la Fe estaban tan hundidos que solo faltaba tocar algo del o por el papado para echar abajo todo el edificio. Y cuando se hizo, se hundió completamente el edificio. Todo partía de un trágico error muy extendido: el de combatir la Revolución con la Contrarrevolución, imagen especular y dependiente del modelo. Similar a la protesta, el ultramontanismo en su larga duración hizo emerger monstruos y quimeras que ahora vemos. La fe de los primeros cristianos no se puso a copiar al paganismo; no era un contrapaganismo, sino que se mostraba tan autosuficiente que se proponía como la Verdad y sacaba las conclusiones de Vida. Hagamos lo mismo.