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jueves, 30 de mayo de 2024

A vueltas con Mugica

 


por Ludovicus


                                        Sin Iglesia católica no hubiera habido Montoneros.

Ceferino Reato, Padre Mugica, Planeta, Buenos Aires, 2024.


El aniversario redondo del asesinato de Carlos Mugica, y sobre todo, la publicación del excelente libro de Ceferino Reato son suficiente motivo para abordar a este personaje trágico, cuya actuación más seria probablemente haya sido morirse.

    ¿Es simplemente el caso de la “burden of the white man” transfigurado en socialismo redentor? Los 60 fueron el clima ideal para que el viejo colonialismo cultural europeo se disfrazara de blanca doncella que de visita a los africanos se convierte en sensación de la tribu, un poco al estilo de la buena de Leni Riefenstahl, que pasó del Horst Wessel Lied a los cantos Luba. O el caso de ese predicador belga que llega un día a la ciudad de San Luis (la San Luis de Loyola Medina del Río Seco) con un gran cartel que decía “Venimos a evangelizarlos”.

    Pero lo que se trasluce del libro de Reato es precisamente el complejo de la carga, pero sin culpa. Mujica no tiene culpa, simplemente asume su  superioridad ética y estética de clase y decide que ésta lo impele a salvar a los pobres. Y muestra una alergia clínica a la actividad intelectual o sapiencial, compensada por la actividad campamentera donde forma a Ramus o a Firmenich. 

     Mientras tanto, viaja, vive en la oligárquica casa paterna, practica deportes, es capellán del Colegio Mallinkrodt en Retiro. En definitiva, un hombre de pocas luces pero instalado en su propia superioridad de clase, sin mayores dotes salvo la buena presencia cinematográfica  y esa pátina cultural que Aristóteles cifró en que un caballero tiene que saber tocar la flauta, pero no demasiado bien. El arsenal dialéctico de Mujica era muy pobre, lleno de lugares comunes del progresismo sesentista “El socialismo es el régimen que más se parece a cómo vivían los antiguos cristianos”. Sorprendentes elogios a la revolución cultural china, por que usaba el adjetivo “cultural” y en la que encontraba resonancias evangélicas: los millones de muertos del Salto Adelante, además de los gorriones, no pensaban lo mismo. Da igual: hoy hablaría del calentamiento global y de los derechos LGBT. 

    Pero siempre la frivolidad ponía sus límites: llegó entusiasmado a Cuba, y salió enfriado después que le ofrecieran comprometerse a fondo como agente de inteligencia. En este sentido, Mugica es paradigma del cura/obispo ingenuo en política, que termina usado por políticos de otra jerarquía y habilidad. Mugica reunía en sí la ingenuidad y la superficialidad: una combinación mortal en época de crisis. Y una tercera nota fatal: era entusiasta y se creía más vivo. Sería un buen tipo, quería ayudar a la gente, nunca renegó del sacerdocio, pero la ingenuidad, la frivolidad, y la falta de estudio le hicieron e hicieron mucho daño.

    Por ese tiempo  —¡qué tiempo, 1968!—, su empaque de señor lo lleva a La Paz a reclamar el cuerpo de Guevara y liberar a Régis Debray llevando una carta de Podestá, como quien va a poner orden entre los criados bolivianos. Lo sacan con cajas destempladas, y para disipar los malos ratos se va a Europa, a ver jugar a Racing y a vivir en París. 

    No debemos olvidar lo que citamos de Reato en el epígrafe: de algún modo, Mugica contó con la desidia o el silencio de la jerarquía de la Iglesia, que no supo o no pudo o no quiso embridarlo, protegerlo. Y eso que, como señala Reato, la mayoría abrumadora de los curas no era tercermundista. Ni siquiera pudieron evitar que se convirtiera en lo que años después se llamaría una estrella mediática, gracias a su pinta de galán y su capacidad de comunicación, inversamente proporcional a su baja densidad intelectual. 

    Cuando su líder se dio vuelta [Perón], los guerrilleros, después de matar a Rucci, pasaron a ser, en palabras de Mugica,  “pequeño burgueses intelectuales que juegan con el pueblo y le quitaron al pueblo la alegría de tener a Perón”. El problema no es que eran marxistas, sino intelectuales y pequeños burgueses. Otra vez. Y desempolva la verba bíblica para proclamar que era hora de envainar la espada y empuñar el arado, “ahora que volvió Perón”. Y que el Evangelio prohibía matar. Se hubiera acordado antes. También en ese entonces aceptó ser asesor del ministro López Rega, lo que previsiblemente duró poco.

    Repito que fue un buen tipo, básicamente inconsciente del problema en que se metía, que avanzaba a barquinazos porque no entendía nada de política. De algún modo, su muerte, sea a manos de las mafias lopezreguistas (lo menos probable) o de sus discípulos montoneros, constituye la Némesis perfecta a su superficialidad. En todo caso, ésta había coadyuvado a toda una generación a morir y a matar.  Lo habían usado los montoneros, lo usó López Rega, lo usaba ahora Perón, se convirtió en descartable.

    Y para mayor ludibrio, medio siglo después de muerto, siguen usándolo como idiota útil, no sólo el kirchnerismo sino el cardenal Jorge García Cuerva. 

    Su muerte lo redime, pero no lo hace mártir.

lunes, 27 de mayo de 2024

Mons. Mestre, i froci y las tropelías de Bergoglio

 


No sólo en la Curia Romana se preguntan a estas alturas si el Papa Francisco no está entrando en un preocupante estado de senilidad, sino también en las curias del mundo entero. Hoy nos entramos de sus dos últimas tropelías. En primer lugar, se conoció que en una reunión con el episcopado italiano del lunes 20 de mayo, pidió a los obispos no aceptar en sus seminarios a candidatos abiertamente homosexuales porque, dijo, «C'è già troppa frociaggine». Los medios italianos no salen de su estupor; y no porque les suene a discriminación lo que dijo el Pontífice, sino por la grosería de la expresión. Los medios de lengua española la han traducido como “Ya hay muchos maricones”, pero la expresión italiana frocio es mucho más grosera y denigrante. Es un insulto, y un insulto fuerte. En lengua argentina, sería algo así como “Ya hay muchos trolos” o "Ya hay muchos putos".

    Hubo papas que eran bastante boca sucias, y algunos santos también, como el Cura Brochero. Pero una caso es utilizar un expresión más o menos grosera o chabacana en una conversación o en un arrebato de ira, y otra muy distinta en una reunión de altísimo nivel. Y una cosa es que la use un cura rural y otra que lo haga el pontífice romano.

    La segunda tropelía tiene que ver con la expulsión destemplada del nuevo arzobispo platense, Mons. Gabriel Mestre, un hombre del riñón bergogliano. Todo el mundo intuye que la decisión tiene que ver con algo sucedido en Mar del Plata, su sede anterior, y algunos aventuraban que se trataría de algún escándalo de tipo sexual, como nos tiene acostumbrado el clero últimamente. Sin embargo, si ese hubiese sido el caso, Francisco no habría corrido a Mestre; lo hubiese protegido. Es lo que ha hecho con todos los que han tenido metidas de pata contra sextum. Pensemos en Mr. McCarrick o en Mons. Zanchetta. El pontífice no se fija en ese tipo de peccata minuta; lo que lo enfurece y provoca reacciones como la que conocimos hoy, es que se pretenda desafiar, aunque sea mínimamente, su poder. Esos sí que son pecados gravísimos.

    Bergoglio está convencido de que es el obispo del mundo y el párroco de Argentina. Es por eso que, para él, los obispos argentinos no son más que vicarios parroquiales que deben obedecerle en todo. Y al pobre de Mons. Mestre, hombre mediocre y limitado como cualquier otro elegido de Bergoglio, se le subieron los humos a la cabeza. Es esto lo que repiten las versiones más insistentes y que han publicado incluso a los grandes medios argentinos. 

    El problema se dio porque desde su asunción a la cátedra La Plata, Mestre pretendió elegir él mismo a su sucesor en la sede de Mar del Plata, y el tal era quien había sido su vicario general, el P. Luis Albóniga. A tanto habían llegado sus pretensiones, que él mismo lo designó  como administrador diocesano de Mar del Plata en una opípara cena que dio a sus íntimos en el palacio arzobispal de La Plata.

    Siendo administrador diocesano, para desmayo de Albóniga y de su protector Mestre, el Santo Padre designó obispo residencial de Mar del Plata a Mons. Luis Baliña, auxiliar de Buenos Aires. Éste, días después de aceptar el cargo, renunció aduciendo un problema de salud, aunque se dice que la razón fue el rechazó que provocó su nombramiento entre el clero marplatense.

    Al momento de aceptar la renuncia de Baliña, el Papa designó como nuevo obispo a Mons. Larrazabal, auxiliar de San Juan. Y aquí la cosa se puso seria: era ya la tercera vez que los méritos de Abóniga para el episcopado eran desmerecido. 

    Inmediatamente, comenzó una campaña de desprestigio hacia Mons. Larrazábal, que habría sido orquestada, según algunas versiones, por Mestre y Albóniga, con la ayuda del director del diario La Capital, amigo de ambos. La acusación era de la abuso de autoridad que habría sido cometida por el nuevo obispo contra una mujer. Y comenzó a resonar la posibilidad de que tampoco Larrazábal asumiría, aunque él porfiaba que sí. Hasta la nunciatura emitió un documento aclarando que no había nada que se opusiera a su asunción, a la que incluso puso fecha. Se esperaba una expresión publica de obediencia del administrador diocesano Luis Albóniga, pero no ocurrió. Finalmente Larrazabal cedió y renunció, continuando como auxiliar sanjuanino. Posteriormente, la justicia lo declaró inocente de la acusación que se había hecho en su contra.

    A fin de revisar la situación, el Papa designó como administrador apostólico a su ex-novicio, Mons. Giobando, S.J., obispo auxiliar de Buenos Aires quien, apenas llegado a Mar del Plata, trasladó al padre Luis Albóniga, a Jujuy —a 2000 km. de Mar del Plata—, junto a su amigo Mons. Fernandez.

    Desde su traslado, miembros del clero joven y algunas señoras con mucho tiempo libre y ánimo de sedición, procuraron presentar la situación como una desaparición forzada, un exilio, o un secuestro del P. Albóniga. Y lo hicieron con ayuda de las redes y de los medios de prensa amigos tanto del exiliado como de Mestre. 

    La escalada tuvo su culmen en la misa crismal, cuando se llamó a una intervención con carteles durante el Santo Sacrificio, pretendiendo respuestas sobre el estado canónico de Albóniga. Tras este acto, posiblemente sacrílego, varios sacerdotes importantes de la diócesis se pronunciaron abiertamente en contra de las ordenes papales canalizadas por medio del administrados apostólico. Una demostración pública del mismo estilo patotero se estaba preparando para la procesión del Corpus Christi del próximo domingo.

    Y, en medio de todo esto, Mons. Gabriel Mestre es llamado a Roma, recriminado, amonestado y reconvenido y, finalmente, puesto de patitas en la calle por el Soberano Pontífice. 

    Algunos interrogantes:

1. Si las cosas son como las versiones lo indican, el único motivo que habría tenido Bergoglio para correr a Mestre es que éste estaba, efectivamente, soliviantando al clero y pueblo marplatense en favor de su amigo Albóniga, y en contra de las órdenes papales.

2. Si ese fuera causa, ¿amerita, acaso, deponer a un arzobispo recién nombrado de una de las sedes más importantes del país? Se trata de un acto de tiranía insólito; literalmente, el Papa se comporta como el párroco del mundo.

3. Una vez más, y es ya la enésima, se demuestra la nula capacidad que tiene Francisco para elegir a sus obispos. Al saltearse el canal habitual, que es el parecer del nuncio, y obrar según su omnímoda voluntad, elige a los peores candidatos que después le deparan sorpresas de este tipo.

4. Algunos opinan, además, que Mestre estaba desfaciendo muchas de las decisiones caprichosas que Mons. Tucho Fernández, su antecesor en La Plata, había tomado en relación a su clero y a su seminario. Y ya sabemos la intimidad e influencia que hay entre Tucho y Bergoglio. Entre bomberos no se pisan la manguera. 

Un bochorno más de la era bergogliana que los corresponsales espantajos como Elizabetta Piqué y Algarañaz tratan de disimular, pero ya no pueden. 

Renuncia de Mons. Gabriel Mestre a la sede archiepiscopal de La Plata

 


Ya habíamos hablado en este blog el año pasado (aquí, aquí y aquí) sobre Mons. Gabriel Mestre que, de la sede de Mar del Plata, fue trasladado a La Plata, reemplazando de esa manera a Mons. Víctor Fernández, elevado a Doctrina de la Fe. Y advertíamos dos problemas:

1. El Papa Francisco nombra personalmente a los obispos en Argentina, sin leer informes y escuchar sugerencias de su Nuncio, una de cuyas funciones principales es, justamente, seleccionar a los obispos. Y así le va. Ya hemos visto lo sucedido en Mar del Plata (nombrados que aceptan la elección para arrepentirse pocas semanas después) y los problemas que aparecen en buena parte de las diócesis argentinas.

2. Los elegidos son siempre personas carentes de las más mínimas condiciones de prudencia, sabiduría, gobierno y piedad. Y el resultado no puede ser otro que el caos: de la nada, nada puede salir.

Nos enteramos hoy que el arzobispo de La Plata —nada menos— acaba de presentar su renuncia por pedido del Papa Francisco. El problema sería, según lo dice su carta y los comentarios del clero platense, los escándalos de los que fue protagonista o partícipe en Mar del Plata, su anterior sede, y que saldrán a la luz los próximos días. 

Efectivamente, la del Papa Francisco es una “iglesia en salida”, o en huída.

Y para refrescar la memoria, aquí va una 


Cronología de nombramientos y renuncia entre Mar del Plata y La Plata


28/7/2023: Francisco nombra arzobispo de La Plata a Mons. Mestre, por entonces obispo de Mar del Plata, para reemplazar a Mons Víctor “Tucho” Fernández.


21/11/2023: Francisco nombra obispo de Mar del Plata a Mons. José María Baliña, obispo auxiliar de Bs.As.


5/12/2023: Mons. Baliña renuncia antes de asumir, aduciendo motivos de salud. Es nombrado "obispos emérito de Mar del Plata". 


13/12/202: Francisco nombra obispo de Mar del Plata Mons. Gustavo Larrazábal, c.m.t., obispo auxiliar de San Juan.


10/01/2024: Ante la ola de rumores sobre una denuncia de acoso y abuso de poder presentado por una mujer contra Mons. Larrazábal, la Nunciatura en Argentina emite un comunicado reafirmando que el obispo nombrado tomará posesión de su diócesis el 20 de enero.


17/01/2024: Mons. Larrázabal renuncia a la sede de Mar del Plata en la que había sido nombrado.


19/01/2024: Francisco nombra administrador apostólico de Mar del Plata a Mons. Ernesto Giobando SJ,  obispo auxiliar de Buenos Aires.


29/01/2024: Mons. Giobando "convoca" al P. Luis Albóniga, quien fuera administrador diocesano de Mar del Plata, a prestar servicios en la diócesis de Jujuy, ubicada a 2000 km.


28/03/2024: Los fieles marplatenses se manifiestan durante la misa crismal con pancartas pidiendo por el regreso "del exilio" del P. Albóniga.


27/05/2024: Mons. Mestre presenta su renuncia a pedido de Francisco como arzobispo de La Plata.

"La represa rota". La catástrofe de Fiducia suplicans

 


Missa en Latino acaba de anunciar la publicación de un breve libro de investigación que muestra la catástrofe provocada por el cardenal Fernández y autorizada por el Papa Francisco, con el documento Fiducia Suplicans. El mismo será traducido a siete lenguas y enviado a todos los cardenales y a un buen número de obispos y sacerdotes. En espera de la edición española, aquí pueden leer la versión italiana y aquí y aquí la versión en inglés. 

Y a continuación, la reseña del libro escrita por Luigi Casalini, del blog amigo Missa in Latino. 


¿Fue por miedo o por complicidad ideológica —o por ambas cosas— por lo que el cardenal V. M. Fernández, con el apoyo del Papa Francisco, publicó Fiducia Supplicans? Es imposible no hacerse esta pregunta tras leer el breve ensayo de José Antonio Ureta y Julio Loredo La Represa Rota: la Rendición de la Fiducia Supplicans al movimiento homosexual. Los autores no plantean esta espinosa cuestión. Se limitan a ofrecer un relato documentado del tira y afloja entre el Vaticano y el lobby homosexual, desde que este último, en la década de 1970, intentó obligar a la Iglesia a cambiar su doctrina sobre la atracción hacia el mismo sexo (calificada de “objetivamente desordenada”) y las relaciones entre personas del mismo sexo (consideradas “intrínsecamente desordenadas” e incluso “depravadas”). En consecuencia, la Iglesia debería hacer una 'relectura' actualizada de la Biblia a la luz de Freud, el gran profeta de la sexología contemporánea.

En La represa rota, Ureta y Loredo sostienen que los católicos deben mantenerse firmes en un inflexible non possumus, porque “debemos obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). En su opinión, si esta resistencia a la autoridad eclesiástica conduce a una escisión en la Iglesia, “no será culpa de quienes quieren mantener intacto el depósito de la fe, sino de quienes pretenden 'reinterpretarlo' a partir de los supuestos avances de la ciencia moderna y de la 'evolución' antropológica de la humanidad”.

¿Miedo o complicidad? ¿O ambas cosas? Eso lo tendrá que decir el lector, una vez que haya leído el libro. Lo que es seguro es que el nuevo libro de Ureta y Loredo, que ya se ha traducido a siete idiomas y se distribuirá en los cinco continentes, desatará tanta polémica como su obra anterior El proceso sinodal: una caja de Pandora (AQUÍ).

La quinta columna teológica que abrió las primeras grietas no pasa desapercibida en el libro. El jesuita McNeill, los sacerdotes Charles Curran y André Guindon OMI, sostenían abiertamente que era Dios el responsable directo de la atracción homosexual y del amor que conlleva. Por tanto, la Iglesia no podían negar la bendición a la unión estable de parejas homosexuales como un espejo de la preocupación de Dios por la humanidad. Un capuchino holandés menos conocido, Herman van de Spijker, fue más allá y atribuyó a los encuentros nocturnos fugaces en los parques el haber acallado las tensiones personales y haber contribuido en gran medida a la maduración de los homosexuales practicantes.

Pero el colmo de la ignominia es la del padre Guindon, que logra la prodigiosa hazaña de justificar las relaciones pedófilas: ¡sólo serían traumáticas para el niño por la reacción histérica de unos padres obsesionados por los prejuicios y su actitud posesiva! Una connivencia con la pedofilia reavivada más tarde por un anuncio en Kerk en Leven, el semanario de los obispos flamencos, con la complicidad del cardenal Daneels —gran elector del papa Francisco y miembro de la mafia Sankt-Gall— que volvió la cabeza hacia otro lado. No es sorprendente que hiciera lo mismo cuando su buen amigo el obispo Roger Vangheluwe fue acusado de abusar sexualmente de un sobrino durante trece años, desde que el niño sólo tenía cinco.

Todos estos escritos enfermizos se difundieron rápidamente, junto con las actividades pseudopastorales de personas como el padre Robert Nugent y la hermana Jeannine Gramick, que llegaron a decir que sólo los homosexuales que se adhieren a la enseñanza tradicional están obligados a confesar sus pecados contra el sexto mandamiento. Para su rebaño de los grupos Dignity y New Ways Ministry que han abrazado la identidad LGBT, basta con confesar sus violaciones intencionadas del compromiso fundamental de vivir una vida de amor desinteresado...

Un largo capítulo de La represa rota relata la contraofensiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando estaba dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger, contra todas estas aberraciones doctrinales que se burlaban de los textos clarísimos de las Escrituras y de la enseñanza constante del Magisterio. Se presta especial atención a la Carta Homosexualitas Problema. Sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, publicada en 1986, en la que se pedía a los obispos de todo el mundo “estar particularmente vigilantes contra los programas que tendieran, incluso fingiendo de palabra no hacerlo, a presionar a la Iglesia para que cambie su doctrina”. El libro recuerda las condenas posteriores de autores heterodoxos y la prohibición impuesta al padre Nugent y a la hermana Gramick de proseguir sus actividades en el seno de los grupos de los que eran capellanes, por haberse negado a firmar una declaración que confirmaba su adhesión interna a la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad.

Loredo y Ureta también se propusieron destripar el binomio “desafío/chantaje” utilizado por el lobby homosexual para forzar la mano de los obispos, ya sea revelando su orientación sexual u obligándoles a distanciarse públicamente de las posiciones de la Santa Sede, so pena de obligarles a “salir del armario". El caso más emblemático es el del cardenal Basil Hume, entonces arzobispo de Westminster, que se apresuró a escribir una carta en la que afirmaba que la amistad homosexual podía ser “una forma de amar” y que no se debía generalizar al atribuir una culpabilidad subjetiva a los actos genitales homosexuales. El activista de OutRage Peter Tatchell pudo presumir en el New York Times: “Nosotros marcamos la agenda”.

Si todo esto produjo grietas en el dique católico que aún resistía las olas de la revolución sexual y homosexual, fue el Papa Francisco quien abrió una brecha, desde su famoso “¿Quién soy yo para juzgar?” hasta el llamamiento en Lisboa a incluir a “todos, todos, todos” independientemente de su condición de pecadores públicos. Rob Mutsaerts, el valiente obispo auxiliar de Hertogenbosch, en su prefacio al libro, afirma sin pelos en la lengua que, por supuesto, todos son bienvenidos... siempre que cumplan los requisitos de Dios. En el infierno, dice, es diferente. “El eslogan del diablo es: ‘Ven como eres (...) No tienes que cambiar, no tienes que pedir perdón, no tienes que mover un dedo para satisfacer las necesidades de los demás: todos, todos, todos son bienvenidos en el infierno”. 

La brecha abierta por el papa Francisco fue rápidamente traspasada por los obispos alemanes y belgas, que han promovido ceremonias litúrgicas para bendecir las uniones entre personas del mismo sexo, y de nuevo por el cardenal Schonborn, que pretende nada menos que conceder a todas las parejas “irregulares”, incluidas las del mismo sexo, el estatus teológico que el Vaticano II otorgó a los “hermanos y hermanas separados”. Según el arzobispo de Viena, que aprovechó la fiesta de la Asunción para bendecir a la pareja de su amigo XX al final del almuerzo, las uniones civiles incluyen aspectos positivos de compromiso mutuo, más sólidos que los de la simple cohabitación y que las acercan al matrimonio sacramental. El teólogo suizo Daniel Bogner va más lejos. Cree que “es necesario repensar el sacramento del matrimonio y liberarlo de su caparazón de perfección”, liberándolo de “una lógica de dos niveles que distingue entre un sacramento 'de pleno derecho' y una oferta barata de bendición para formas 'inferiores' de amor”.

Si la llamada “bendición pastoral” de Tucho Fernández causó tanto revuelo en África y en otros lugares, es difícil imaginar la convulsión que sacudiría a la Iglesia católica si aprobara, como ya han hecho muchas confesiones protestantes, un matrimonio pseudohomosexual. O hubiera una enmienda al Catecismo de la Iglesia Católica para decir que la orientación homosexual no es desordenada, sino “ordenada de forma diferente”, como defiende el padre James Martin S.I.

De hecho, la doctrina que rechaza la homosexualidad forma parte del Magisterio ordinario universal de la Iglesia y, como tal, es irreformable. En consecuencia, la idea de que las relaciones homosexuales puedan tener algo digno de ser santificado con al menos una bendición, como creen Hollerich, Schonborn, Fernández & Co con el apoyo del Papa Francisco, lo que pretenden imponer es totalmente inaceptable.

Algunos encontrarán que esta obra no profundiza lo suficiente, porque se limita a relatar las ofensivas del lobby LGBT y sus cómplices en los círculos católicos y las respuestas, primero más enérgicas y luego más débiles o incluso conniventes, del Vaticano y de los distintos episcopados, sin ofrecer un análisis detallado de cada argumento o episodio. Otros encontrarán, por el contrario, que no está escrito con pluma ágil, como si se tratara de una novela, debido a la evidente preocupación de los autores por mantenerse objetivos y bien documentados.

En cualquier caso, a los lectores de más edad la lectura del libro les recordará ciertos episodios que los enfurecieron en su momento, pero que ya se han desvanecido de la memoria, como la escandalosa declaración de Mario Mieli, fundador de FUORI (Fronte Unitario Omosessuale Rivoluzionario Italiano), sobre la contribución a la emancipación humana de perversiones sexuales como el sadismo, el masoquismo, la pederastia, la gerontofilia y la zoofilia. Los lectores más jóvenes, en cambio, que no han vivido las turbulencias de la época posterior a 1968, encontrarán una perspectiva histórica que les ayudará a comprender hasta qué punto Fiducia suplicans representa una tremenda capitulación del Vaticano ante la presión del movimiento homosexual tanto dentro como fuera de la Iglesia.

jueves, 23 de mayo de 2024

La innoble realidad de la vida religiosa

 



En más de una ocasión hemos hablado en este sitio del lento proceso de muerte que están experimentando la mayor parte de las congregaciones religiosas de la Iglesia, por ejemplo, en la entrada titulada Árboles de otoñoEl moridero. El decano de los blogs católicos de lengua española —me refiero a La Cigüeña de la Torre— lleva un registro de las casas religiosas que se van cerrando semanalmente en todas las ciudades de la Península. En Argentina, podríamos hacer algo similar: congregaciones que antes se organizaban en dos o tres provincias  religiosas dentro del territorio nacional, ahora forman una sola provincia que comprende todo Hispanoamérica; abandonan sus casas, es decir, los colegios, asilos o centros de misión que atendieron durante décadas o siglos; venden sus propiedades, y sus miembros se concentran en dos o tres casas en las que, además de ellos o ellas, habita una legión de enfermeras, porque se han agrupado allí en espera de la muerte. 

Cuesta entender la velocidad del proceso histórico que se ha desarrollado ante nuestros ojos. Si dejamos de lado las órdenes y congregaciones religiosas más antiguas y tradicionales, la Iglesia conoció a lo largo del siglo XIX una explosión de fundaciones en varios países europeos: Italia, España, Francia, Holanda y Alemania dieron en esos años a la cristiandad declinante una legión—propiamente una legión— de hombres y mujeres que entregaron su vida, literalmente, entregaron su vida por el Reino. Y construyeron pacientemente una red de instituciones educativas, hospitalarias, caritativas, etc., que hoy causa asombro a quienes se detienen a pensar en ellas. Yo me pregunto cómo es posible que desde hace ya varias décadas la Iglesia haya dejado de construir edificios religiosos y que, cuando lo hace, apenas llega a edificar un galpón adornado al que le llama “capilla”, o un conjunto de galpones a los que llama “escuela”. Y, sin embargo, hace poco más de cien años era capaz de levantar edificios enormes y templos magníficos. Tomen ustedes cualquier congregación al azar —las Hermanas de Jesús María o los Hermanos de Lasalle, por ejemplo— y repasen el esplendor de lo que fue su presencia en Argentina durante el siglo XX. De poseer manzanas enteras ubicadas en los mejores sitios de cada ciudad, donde construían edificios majestuosos, hoy la Iglesia es incapaz de construir siquiera una pequeña capilla medianamente digna.

Alguno podrá aducir que eso era posible por el dinero que recibían de sus casas europeas. Puede que haya sido así en algunos pocos casos, pues lo cierto es que durante el siglo XX Europa fue devastada por las guerras, y en el siglo XIX por políticas anticlericales. No creo yo que los franceses de fines de ese siglo hayan podido enviar muchos dineros cuando eran despojados de todas sus posesiones y expulsados del país; o que lo hubiera podido hacer España, sumida como estaba en la pobreza. Y sin embargo, se hizo, y se hizo con el esfuerzo de los habitantes del país —en su enorme mayoría inmigrantes que no habían inmigrado precisamente con los bolsillos llenos— y del trabajo e insistencia de los religiosos.

Hoy todo eso es un erial. En el mejor de los casos, en los pasillos de algunos de esos enormes colegios deambula una monja anciana cada tanto, y los alumnos se asombran al ver ese espectro que recuerda un pasado cercano que dejó de existir definitivamente. Esos colegios son actualmente gestionados por laicos —al modo como se gestiona cualquier empresa—, que cada vez menos tienen alguna sensibilidad religiosa. Lo que las pocas monjas “jóvenes” —es decir, de entre 60 y 80 años— que quedan en las congregaciones buscan, son buenos gestores, no buenos cristianos. Y vuelvo a la misma pregunta, ¿cómo es posible que esto haya sucedido? E insisto, ¿cómo es posible que ante la evidencia flagrante de esta catástrofe, se siga hablando de “primavera de la Iglesia” y de la necesidad de aplicar con más intensidad el Vaticano II? Porque seamos claros: todo lo ocurrido es en gran medida consecuencia directa del Concilio. El post hoc, propter hoc es una falacia; pero en este caso no se trata solamente de acontecimientos que se sucedieron de modo casual; por el contrario, la causalidad —formal, eficiente y final— de uno sobre el otro es innegable. 

Hasta aquí he intentado hacer una descripción del triste fenómeno desde afuera. Pero, ¿qué sucede dentro? La situación es todavía mucho más triste. Conozco algunos casos personalmente; son pocos y la buena lógica me impide universalizar la conclusión, pero me animaría a decir que las diferencias con el resto no son muy marcadas. Tomemos la realidad de alguna congregación femenina dedicada a la enseñanza. La provincia argentina ha desaparecido o está diezmada. Desde hace años el noviciado permanece cerrado lo cual es bastante previsible. ¿Qué buena señorita católica entregaría su vida a estos nuevos ideales de la vida religiosa: "cuidado de nuestra Tierra, inmigración, no violencia, antirracismo y los derechos y necesidades de las mujeres y niños"? Y no es una ficción mía: aparecen tal cual en la página de presentación de las Hermanas de la Misericordia. 

Sigamos. Esa congregación cuenta con 40 o 50 religiosas, todas ellas mayores, ancianas o muy ancianas. Y son las mayores —de más de 50 años indefectiblemente— las que llevan las riendas de la institución. Entraron al convento en los años ’80 y han sido azotadas por todo el progresismo y la mediocridad que arrasó y arrasa la Iglesia en Argentina. Poco a poco han ido perdiendo la fe; imperceptiblemente, sin darse casi cuenta. Hasta hace pocos años, rezaban el oficio en comunidad y seguían un horario establecido; tenían un capellán que les celebraba diariamente la misa y hacían vida comunitaria. Hoy, la mayor parte de las hermanas de la comunidad son ancianas por lo que no pueden desplazarse al oratorio; tienen frío y el permiso de levantarse a la hora que prefieran, rezando el oficio, si quieren, en sus celdas. Como hay poco sacerdotes y las hermanas activas tiene muchas ocupaciones, prefieren no tener capellán, ni misa diaria en el convento, para no atarse a ningún horario y ahorrarse el sueldo del sacerdote. Hasta el comienzo de la pandemia, concurrían todos los días a misa a la iglesia más cercana, pero el coronavirus les enseñó que se puede vivir sin misa y sin sacramentos. Las ancianas se entretienen viendo la misa por televisión, o por celular, y las jovenzuelas concurren a misa solamente los domingos, o mejor, los sábados por la tarde, a fin de tener todo el domingo libre de obligaciones para poder descansar.

Esta congregación tiene colegios distribuidos en varias provincias argentinas. Aunque están a cargo de laicos, son las religiosas quienes los supervisan, lo cual implica que varias de ellas deban estar viajando continuamente de un lugar a otro del país. No sólo se movilizan físicamente en automóvil, autobuses o aviones; se moviliza también su mente y su espíritu. Viven en una continua distracción de lo único necesario y en un estrés constante. Consecuentemente, necesitan vacaciones anuales, que ya no hacen en la casa destinada para tal fin que posee la congregación en algún lugar retirado de las sierras, sino que ellas consideran que tienen los mismos derechos que cualquier otro trabajador: vacaciones en hoteles en algún lugar de playas, a las que no se privan de asistir diariamente.

Esta es, con matices, la situación que viven la mayor parte de las congregaciones religiosas en Argentina. Y surgen, por cierto, muchos interrogantes. Planteo solamente uno: con este tipo de vida tan ajetreado, lleno de distracciones y sin tiempo ni ganas para la vida de oración, ¿de qué modo cumplen los tres votos? La obediencia es dialogada y limitada: cada una hace más o menos lo que quiere; la pobreza es inexistente —todo el mundo sabe que los religiosos no son ni serán pobres— y el de castidad… mejor no hablar. 

La situación es gravísima e irreversible. Hay, sin embargo, excepciones, que son justamente las congregaciones que, para simplificar, podemos denominar “conservadoras”, sean de nueva fundación, o sean más antiguas pero que no cedieron a la marea conciliar. En estos casos, los noviciados están llenos y la media de los miembros de tal instituto o de tal provincia no supera los 40 años. Pero es mejor no hablar demasiado de esos casos; no es cuestión de señalarle al Ojo de Sauron dónde está su próxima presa.

lunes, 20 de mayo de 2024

Los obispos argentinos a la luz del P. Castellani, y de sus propios sacerdotes

 


El último post, dedicado a los obispos argentinos, tuvo muchas más lecturas que lo que podría esperarse de unas pocas líneas escritas a vuelapluma, al calor de unas cuantas fotos. Y también tuvo una buena cantidad de comentarios y sugerencias de sacerdotes que me hicieron llegar privadamente. Rescato y engarzo algunos de ellos entonces para este artículo. 

La constatación del estado de postración en el que se encuentra la Iglesia argentina, liderada por Mons. Jorge García Cuerva, incita a la relectura de las cartas provinciales del P. Leonardo Castellani en las que trata sobre la obediencia, pobreza, castidad y gobierno. Es verdad que esas cartas tratan sobre la vida religiosa, pero es un buen desafío leer algunos párrafos y ver si no reflejan también el perfil de muchos obispos actuales.

Cabe recordar que dichas cartas fueron redactadas años antes del Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia era regida por obispos preconciliares, sobre los que nos hemos extendido en otro post. Las cosa viene de lejos. Y lo cierto es que el Concilio y sus posteriores reformas, con esa episcopitis que lo caracterizó, profundizó estos problemas y los acontecimientos posteriores nos han traído al momento grotesco que hoy vivimos.

Los obispos argentinos renunciaron a ser príncipes, pero no renunciaron al poder. Se visten de villeros y tienen olor a oveja, pero cada vez se aferran más al mando. Pasaron de una nobleza que tomaban prestada de la investidura eclesiástica, a ser meros punteros políticos; son los detentores del poder en los barrios precarios que llenan el país, y se gozan en esa concupiscencia: el placer de saber que el intendente de la ciudad o, incluso, el gobernador de la provincia tendrá que hablar con ellos para apaciguar alguna situación o lograr un acuerdo.

Pero veamos algunos párrafos de las cartas de Castellani:


1. Hay religiosos a quienes el voto de pobreza ha frutado el ciento por uno en esta vida, haciéndolos granjeros, gerentes o financistas, cuando su capacidad real los hubiera hecho en el mundo horteras o empleados públicos.

2. Así que el gastar mal el dinero común es falta de pobreza, y no pequeña; y una presunción de esa falta existe dondequiera que el dinero común se maneja con demasiado "ocultismo". El que no maneja el dinero como suyo sino como de todos, no tiene dificultad en consultar con todos, al contrario, se siente como obligado a ello; y muchos ojos viendo más que dos, muchos errores se evitarán, que ahora se han hecho, y son irreparables.

3. Hay pobreza efectiva y hay pobreza afectiva; y se puede pecar contra la pobreza cerca de los bienes particulares y también cerca de los bienes comunes. En monasterios de monjas he visto cosas enormes en materia de apropiarse una Superiora la casa y hacerse la dueña, convirtiendo a sus hermanas en sirvientas: cosa que en las mujeres resalta más, por ser ellas más espontáneamente mandonas; y lo curioso es que parece esta tentación atacar principalmente a las de más humilde extracción y baja cuna. El hecho de mantener a los Superiores perpetuamente o largo tiempo en sus cargos contra el espíritu y la letra del Derecho, contribuye grandemente a esta tentación en hombres de poco espíritu. ¿Y qué diremos de los que una vez nombrados Superiores, careciendo de otra superioridad que la titular, se aferran de tal manera a sus cargos que no dudan en mistificar a Roma acerca de sus gobiernos, con el fin de mantenerse en ellos, deformando la verdad, produciendo informaciones parciales, tomando ojeriza a los súbditos en quienes temen vista clara o lengua ingenua y aun por ventura calumniándolos y desprestigiándolos a tiempo para que no lleguen a hacerles sombra o a descubrirlos? Este estado de cosas arruina de tal modo la pobreza-virtud, que a veces la vuelve imposible a los mismos súbditos, tentándolos el ejemplo del Superior propietario; y aun quizá forzándolos la misma necesidad a tener peculios o reservas precaucionales para proveer a sus necesidades, que el Superior egoísta ni remedia ni conoce ni le interesa conocer. Tampoco incita mucho a nuestros Operarios a traer limosnas a nuestras casas el ver de qué manera ellas son empleadas; y la idea amarga de que el trabajo de uno está siendo explotado por otros que no trabajan efectivamente ni producen nada útil, sino que solamente se agitan y consumen, no puede por menos de producir en los religiosos el mismo efecto que el Capitalismo actual produce en las masas proletarias. Se disuelve el vínculo social, perece la concordia y hace su aparición la llamada lucha de clases.

[…]

Ningún Superior tiene derecho en la Compañía a retener los instrumentos de trabajo fuera del alcance de los hombres de trabajo, porque eso ofende la ley natural. Pongamos por ejemplo que en una casa hubiese un Nuevo Testamento en etiópico y un profesor de Escritura que supiese etiópico; y el Provincial retuviese el libro en un aposento sin querer prestarlo a nadie porque el libro está lujosamente encuadernado, con bordes de oro miniados al buril, y hace una linda vista sobre su mesa. Ese Provincial faltaría (según Santo Tomás) a la justicia conmutativa, cuyo es dar a cada cual lo suyo, en tal forma que, en caso de grave necesidad, el Profesor estaría autorizado incluso a robárselo.

Este ejemplo grotesco ilumina muchos casos reales de retención de los instrumentos de trabajo en manos de ineptos, los cuales no son ya grotescos sino trágicos. Dado que nadie tiene derecho a condenar a un hombre de trabajo a la inacción, después de haberlo formado, el caso real que se plantearía, en la emergencia de que le quitaran los utensilios para dárselos a un idiota que se divierta, sería el siguiente: “Mi Madre la Compañía no me da instrumentos de trabajo, Dios quiere que los busque.” Y una vez buscados y hallados, si un Superior bizco quisiera quitárselos de nuevo, la respuesta debería ser: “No debo entregarlos: no son míos.”

Éstas son las consecuencias, mis amados hermanos, de la brecha abierta en el muro de la Santa Pobreza por hombres que estuviesen tocados del tizne del apego; y ojalá que nosotros las conociéramos solamente por haberlas leído en las historias.

Leonardo Castellani, “Cartas a los religiosos”, en Cristo y los fariseos, Mendoza: Jauja, 1999; 183-230.


El punto 1 tiene más actualidad que nunca. El Papa Francisco, con su obsesión por repudiar la excelencia, de lo cual ya hablamos hace poco, y por elegir obispos entre los curas rasos que apenas saben leer y escribir, ha generado una legión de prelados cuyas capacidades, en el mundo seglar, los haría ineptos aún para manejar las finanzas de un quiosco de barrio, y ahora terminan administrando sus diócesis de acuerdo a sus incapacidades. El único límite —reciente— es que no pueden disponer de los fondos de la diócesis en sumas superiores a los 200.000 dólares sin autorización del Dicasterio para el Clero. Convengamos que con esa cifra, sin control y en manos de un inservible con mitra, se pueden hacer desastres, y se hacen.

En cuanto al punto 2. Todos sabemos de obispos que usaban su sueldo para sostener parroquias y sacerdotes; hoy, en cambio, son muchos más los que no rinden cuentas de las colectas recibidas de las parroquias y de los aportes de los colegios, ni tampoco de los bienes que posee la diócesis, a los cuales administran como propios. Y así, estos dineros terminan financiando sus lujos y los de sus adláteres. Y como son punteros políticos, utilizan sus mismos métodos; no quieren rendir cuentas y distribuir justamente los dineros de la diócesis, sino más bien ganar el favor de los sacerdotes usando arbitrariamente de esos beneficios, sean el dinero, o sea la nominación en capellanías o parroquias. En muchas diócesis, los sacerdotes saben que ciertas parroquias y ciertas capellanías rentadas están “reservadas” a los devotos del obispo.

Sobre el punto 3, los obispos persiguen a los sacerdotes que lícitamente tienen algún bien para pasar tranquilos su vejez, como pueden ser ahorros o alguna herencia familiar, todo lo cual les es completamente lícito pues no tienen voto de pobreza. Los acusan de egoísmo y de falta de confianza en la Providencia por poseerlos; en realidad, a estos curas no les falta confianza en ellos; les falta confianza en los obispos.

Con una avidez sin límites —literalmente— los obispos se desesperan por los testamentos de los sacerdotes. Les exigen contra toda ley que cada sacerdote deposite su testamento en la Curia. Arguyen que es para ayudar a que se cumpla su última voluntad. Se sabe de sacerdotes que han confeccionado un testamento diciendo que dejan todos sus bienes a la diócesis o al obispo, pero tomando la precaución de hacer un testamento posterior anulando el testamento precedente. Y esto ocurre, aunque parezca increíble, porque algunos obispos abren con vapor los sobres en los que está el documento para poder leerlo. El temor a las represalias episcopales provoca que los sacerdotes tengan que hacer uso este “recurso”.

Los sacerdotes más ancianos recuerdan que Mons. Justo Laguna, hijo de un almacenero de Once, pasó su vida episcopal viajando a Europa hasta seis veces por año y a todo lujo. El costo de sus excursiones era cubierto por los fondos de la diócesis o por donaciones conseguidas por ser obispo. Por ese motivo, cuando pasó de ser obispo auxiliar de San Isidro a ser obispo de Morón, decían que no debía entristecerse por esta diminutio capitis [aunque era auxiliar, lo era de una diócesis rica y, sobre todo, muy elegante; ser obispo de Morón lo condenaba a trabajar en los suburbios del conurbano bonaerense] porque la patrona de la diócesis es la Virgen del Buen Viaje!

[Viene al caso el relato de una anécdota personal: a mediados de los años ’90 era yo un joven estudiante en Roma, y ocasionalmente iba los sábados por la mañana a la librería española La Sorgente, que estaba en piazza Navona y era atendida por las laicas consagradas de Vita et Pax. Allí, curioseaba en las estanterías aunque rara vez compraba algo. En una de estas ocasiones, estaba allí comprando también Mons. Justo Laguna, y hablaba con la monja-cajera; se veía que era un habitué del negocio. El obispo le pedía que le mandara por correo el par de libros que acababa de comprar. La pseudo-monja le decía que le iba a salir muy caro el envío; que le convenía llevarlo él mismo. Mons Laguna respondió que no le gustaba viajar con peso y por eso sólo llevaba una pequeña maleta en la cabina del avión. Sorprendida, la mujer le preguntó cómo hacía con la ropa, siendo que se pasaba un mes recorriendo Europa todos los años (“Siempre viajo el 6 de enero”, le había dicho antes). El prelado respondió que compraba ropa y luego la tiraba, a fin de no engrosar su equipaje y viajar más cómodo. Yo, que estaba ya curtido de ver la vida que llevaban curas y obispos en la Roma juanpablista, me escandalicé].

En cambio otros obispos que pasan por más austeros y con menos plumas que Laguna, hacen lo mismo de otro modo. Por ejemplo, hace pocos días fue canonizada Santa María Antonia de Paz y Figueroa (Mama Antula) por voluntad del Papa Francisco. Pues bien, ya explicamos en este blog el modo en que la congregación fundada por la nueva santa fue saqueada por voluntad del entonces Arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, apropiándose de enormes propiedades que poseían en la Ciudad de Buenos Aires y de la codiciada alcancía del Santuario San Cayetano de Liniers.

En fin, que las Cartas provinciales de Castellani no han perdido actualidad, y ya no solamente se aplican a la vida de los religiosos sino del clero secular también. Y si viviera el pobre cura en estos años, ya no escribiría solamente tres cartas, sino tres tomos.