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lunes, 29 de julio de 2024

La "teología profunda" y el sacerdocio católico

 


El “Estado profundo” (deep state), es una una noción que se puso de moda en los últimos años. Hace referencia a una estructura de poder oculta y paralela que opera dentro de un Estado. Esta estructura incluye redes de grupos de poder que actúan de manera clandestina y coludida para seguir una agenda propia, independiente del gobierno legítimo. A menudo, estos grupos están compuestos por elementos de las fuerzas armadas, servicios de inteligencia, policías, agencias gubernamentales y otras instituciones estatales. Se trata de un entramado invisible, una red de influencias que se extiende más allá de los límites visibles del gobierno, penetrando en las profundidades de las instituciones y la sociedad. Es como un río subterráneo que fluye silenciosamente bajo la superficie de los gobiernos visibles, moldeando el paisaje político sin que muchos sean conscientes de su existencia.

No se trata, claro, de un invento contemporáneo. La Iglesia fue pionera en instrumentar un deep state que, desde los últimos años del pontificado de Pío XII hasta la fecha, se ha movido y actuado con inigualable eficacia. Sus mismos protagonistas han dado testimonio de ello, como cualquier buena historia del Concilio Vaticano II o de la reforma litúrgica demuestran, o como lo demostró también, en mi opinión, la extrañísima renuncia del Papa Benedicto XVI. 

Sin embargo, creo yo que ese deep state en la Iglesia cuenta como aliada a una suerte de deep theology, una “teología profunda” que está detrás de muchos movimientos de superficie que parece espontáneos y son ejecutados por los idiotas útiles de turno, como sucede en la sociedad civil. Y veamos un caso concreto. Lo que sin duda es la bandera más rutilante del progresismo en la última década es el reclamo por el sacerdocio femenino. Y los argumentos que se dan son de todo tipo: pretendidamente teológicos o crasamente utilitarios: no hubo sacerdotisas en la historia de la Iglesia simplemente por una cuestión cultural y no por un impedimento teológico, y ante las escasez de vocaciones sacerdotales masculinas, se podrían incorporar las “vocaciones sacerdotales femeninas”. 

A nadie que se ponga a pensar seriamente escapará el hecho de que detrás de estas argumentaciones, lo que realmente está en cuestión es el sacerdocio católico. Pero, claro, esto no puede decirse abiertamente porque, sin el sacerdocio, se derrumba la Iglesia, y los fieles caerán en la cuenta que han vivido durante siglos en una fantasía cultural que no tiene fundamento alguno. “Todo era una gran mentira”, dirán. Pero un reducido grupo de teólogos neo-gnósticos, sí que saben la profundidad de la mentira del sacerdocio, y se mueven en las sombras, buscando impulsar los cambios lentamente y sin que se note. Son los integrantes de la deep theology.

Esto no es nuevo. Ya en los años ’80, se enseñaba en buena parte de las facultades de teología europeas y americanas, y en los seminarios más prestigiosos, que el Nuevo Testamento no legitimaba el sacerdocio ministerial. Y se aludida, entre otras muchas, a la cita de la Carta a los Hebreos 7, 27 según la cual Cristo presentó su sacrificio “una vez para siempre”. El sacerdocio ministerial de la Iglesia sería, entonces, una consecuencia de la inculturación de la Iglesia en el mundo helenístico, pues ya no son necesarios nuevos sacrificios cotidianos —la Santa Misa— ofrecidos por nuevos sacerdotes. Esta tesis es sostenida, por ejemplo, por el sacerdote, biblista, prestigioso y difunto profesor universitario Herbert Haag. Explica que, en los inicios de la Iglesia, la Eucaristía no era celebrada por un sacerdote sino guiada por un presidente o una presidenta. Y esto es lo que dirán sin dudarlo, aunque muy discretamente, buena parte de los patrólogos. Es difícil no pensar en estos casos en el filósofo y poeta romántico alemán, Friedrich von Schlegel, quien escribió acerca de cierto tipo de personajes: “Siempre se detectan en los antiguos los propios deseos y anhelos y, sobre todo, a uno mismo”.

Haag y los adherentes a este deep theology llegan a estas conclusiones eludiendo las verdades de la fe, mediante el uso ideológico de la historiografía llamada crítica. Se sirven de su propia reconstrucción del pasado para socavar la fe de la Iglesia en el presente. El objetivo de este revisionismo histórico es la interpretación relativista del dogma. Como pretendían los modernistas de comienzos del siglo XX, intentan comprender la fe de la Iglesia mediante hipótesis históricas y parciales. Pero la fe no es una hipótesis histórica sino una realidad viva en la Iglesia. No se puede aprehender a través de los despojos del pasado. Fuera del cuerpo vivo de la Iglesia, no hay ciencia de la fe, a lo sumo habrá una crítica ideológica determinada por prejuicios personales.

Solo hay vida en un cuerpo vivo. Mutatis mutandis, la fe solo se revela en el cuerpo creyente de la Iglesia, que posee la fe en el nunc del Espíritu Santo. Para los creyentes, la fe es únicamente perceptible por la acción de la cabeza, el corazón y las manos de la Iglesia. La historiografía ve a los testigos del pasado a la luz de su propia época. La luz con la que el historiador ilumina el pasado es la suya propia: depende de su punto de vista personal. El estudio histórico de la fe solo es pertinente si la fe, testimoniada en los documentos históricos, se percibe a la luz de la Iglesia presente. Ni la Iglesia ni la teología viven de una regresión histórica, sino de la fe contenida en la liturgia, las Sagradas Escrituras, los Padres y las decisiones doctrinales del magisterio.

En el caso concreto que estamos discutiendo —y ciertamente no es el único del que se ocupa la “teología profunda”— se recurre a un arqueologismo intelectual que solo en apariencia hace referencia al pasado, y tiene un rasgo profundamente deshonesto. Finge la existencia de otro mundo y otra iglesia, de los cuales este teólogo iluminado por la ciencia histórica es el pastor y sumo sacerdote. Sin embargo, solo hay una Iglesia, y es la que existe en el presente, porque al pasado no lo vemos en el pasado sino en el presente. Es en el presente donde estos teólogos reconstruyen una pretendida iglesia del pasado. El día de ayer ya no existe y nunca resucitará. Las huellas que quizás haya dejado solo existen en el presente. Por lo tanto, se puede decir que la historia se ocupa del presente y que la huida hacia la historia a menudo sirve para camuflar un propósito ideológico para el presente.

Así entonces, la moderna contestación del sacerdocio ministerial es el fruto de una lectura histórica e ideológica de los textos bíblicos concernientes al sacerdocio. Estos escritos no deben entenderse en un marco histórico-ideológico, sino en el contexto y la luz de la fe de la Iglesia viva y presente.

Por eso mismo, los aprendices de brujo que juegan a ser teólogos progres y comprometidos con el hombre de hoy —pienso, por ejemplo, en el actual “guardián de la fe”, cardenal Fernández— deben saber que no son más que marionetas de un reducido pero ideologizado grupo de teólogos que hace mucho perdieron la fe en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y en su enviado y redentor Jesucristo, y que ahora se dedican a socavar sistemáticamente la Iglesia por Él fundada. 

jueves, 25 de julio de 2024

Lo que los muchos se niegan a ver

 


El siguiente artículo fue publicado en The Times de Londres el 17 de julio. El autor es un periodista típico: progre, no-religioso y encolumnado en los dictados del globalismo. Sin embargo, es un hombre inteligente, egresado de la Universidad de Oxford y “sincero”. El análisis que hace del catolicismo tradicional, al que pertenece el candidato a vice-presidente de Donald Trump —y también la vice-presidente argentina—, aún cuando está hecho desde la pura sociología, es mucho más interesante que cualquier documento vaticano. 

Es muy notable que un agnóstico sea capaz de ver claridad lo que los obispos, tapándose los ojos, se empeñan en no ver.


por James Marriott


Hace cinco años, en el priorato de Santa Gertrudis en Cincinnati [priorato de los dominicos de la provincia del Este de USA, conservadores], el hombre que probablemente será el próximo vicepresidente de Estados Unidos, vestido con una túnica blanca pura, fue recibido en la iglesia católica. JD Vance tenía un rostro tan adorablemente infantil en aquellos días antes de dejarse crecer la barba, que uno se pregunta si el sacerdote tuvo que reprimir el impulso de tomarlo en sus brazos y llevarlo a la pila bautismal.

Quizás no deberíamos bromear. Vance —el primer milenial en aparecer en una candidatura presidencial estadounidense— practica una fe ostentosamente anticuada y seria. Es un estudiante de la misa en latín, un oponente del aborto y el matrimonio homosexual, y dado a citar a San Agustín.

Los observadores británicos de la política estadounidense están acostumbrados a poner los ojos en blanco ante los excesos religiosos de esa nación. Pero pasar por alto la fe de Vance como otro americanismo desconcertante más es perderse 20 años de cambio social. Estados Unidos está ahora muy avanzado en el camino de la secularización al estilo europeo. Vance pertenece a la primera generación en la historia estadounidense para la cual la asistencia a la iglesia es una anomalía, no la norma.

Para los políticos estadounidenses, la fe cristiana solía ser una forma de señalar una tranquilizadora normalidad hogareña. Para Vance, el atractivo de la religión es su extrañeza, su escalofrío disidente. En un ensayo sobre su conversión, titulado significativamente Cómo me uní a la resistencia, presenta su catolicismo como una forma de disidencia, un rechazo a una élite liberal espiritualmente vacía. Sospecho que la fe contracultural de Vance es un atisbo del futuro del cristianismo en Occidente.

En medio de la apatía y el declive, el catolicismo conservador destaca por su vigor. Mientras las congregaciones liberales se reducen, las iglesias tradicionales se mantienen estables o crecen. Un informe reciente sobre la próxima generación de sacerdotes católicos encontró un conservadurismo abrumador; los seminaristas progresistas son una especie “extinguida”. El catolicismo “modernizador” de panderetas, bandas de adoración y lenguaje inclusivo es patrimonio de sacerdotes envejecidos que alcanzaron la mayoría de edad en los años 70. Mientras tanto, el movimiento tradi que valora las partes de la fe que tienden a avergonzar a los creyentes liberales —velos, latín, veneración de reliquias— está disfrutando de una moda entre los hipsters metropolitanos. “El club más de moda de Nueva York es la Iglesia Católica”, según un titular de The New York Times.

Algunos de los análisis más entusiastas de esta tendencia han estado cerca de insinuar que los menores de 30 años urbanos están a punto de ser recibidos en masa en el seno de la Madre Iglesia. Esto exagera las cosas. La misa en latín sigue siendo un entusiasmo minoritario. Occidente continuará su larga marcha alejándose de Dios. Pero en una sociedad cada vez más secular, las formas de cristianismo mejor adaptadas para sobrevivir son las más distintivas.

El atractivo de la fe cristiana ya no es que te induzca a la corriente moral principal, sino que ofrece una identidad exclusiva. Para algunos jóvenes criados en un entorno post-religioso, el cristianismo ha adquirido algo del atractivo exótico del budismo en los años 60. Ayaan Hirsi Ali, una ex estrella del movimiento del Nuevo Ateísmo que se convirtió recientemente, es un caso típico al enmarcar su fe en términos identitarios más que éticos o espirituales. Se trata de defender la “civilización occidental” y la “tradición judeocristiana”. Este es el cristianismo en la era de la política de identidad.

Irónicamente, las formas de cristianismo que se desvanecen más rápidamente son aquellas que se han adaptado más concienzudamente a las costumbres del siglo XXI. Política por política, la Iglesia de Inglaterra debería atraer a los jóvenes liberales mejor que casi cualquier otra denominación: bendice las uniones homosexuales, ordena mujeres y se preocupa por la diversidad. Al igual que muchos no creyentes, esta es la tradición cristiana por la que siento más simpatía instintiva. Su tolerancia, falta de dogmatismo y disposición a doblegarse al cambio social me parecen infinitamente más agradables que el conservadurismo cristiano de línea dura de Vance.

Pero incluso yo puedo ver que inspirar el cariño de los ateos es una estrategia de crecimiento dudosa. Solo el 3% de los menores de 25 años son anglicanos. De manera similar, el escritor católico Dan Hitchens señala que la Iglesia Reformada Unida, impecablemente progresista (ofrece servicios presididos por una “teóloga práctica feminista” con un enfoque en “elevar a las mujeres y comunidades étnicas minoritarias”), está colapsando más rápido que cualquier otra denominación. Las iglesias más dinámicas de Gran Bretaña son congregaciones evangélicas cuyos valores morales conservadores están directamente en desacuerdo con el consenso liberal.

Esto es menos una cuestión de “volverse woke y quebrar” que de sociología básica. Todo lo que sabemos sobre el comportamiento social humano sugiere que los grupos se unen definiéndose contra los forasteros y practicando rituales y creencias distintivas que pueden parecer ilógicas o “extremas” para los no iniciados. Las minorías religiosas de rápido crecimiento, como los amish en América o los judíos ultraortodoxos en Israel, se han perpetuado con éxito a través de generaciones en parte porque sus comportamientos y creencias inusuales producen un poderoso sentido de identidad grupal. Las formas de cristianismo mejor adaptadas a un futuro secular son probablemente las más distintivas e intransigentes. Los rituales elaborados y las ideas morales poco populares son, paradójicamente, la clave para la supervivencia.

El Papa Benedicto XVI profetizó una vez que los católicos occidentales estaban destinados a convertirse en una “minoría creativa” en desacuerdo con la corriente principal. Era una visión que algunos denunciaron como reaccionaria y pesimista. En términos prácticos, es la estrategia de supervivencia más probable. Vance representa este cristianismo: marginal pero distintivo y, para bien o para mal, sorprendentemente influyente.


Fuente: The Times


miércoles, 24 de julio de 2024

Sobre la nueva sede primada de Argentina


 

La curiosa decisión del Papa Francisco de trasladar la sede primada de Argentina de Buenos Aires a Santiago del Estero ha sido sobre sobre interpretada por muchos.

    En este blog, un comentarista aseguró que se debía a que pronto estallaría un escándalo relacionado con Mons. García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires y este era un modo de atajarse. El motivo no tiene ningún asidero; si efectivamente se destapara algún escándalo, lo que haría el Papa sería echar al arzobispo escandaloso, y no castigar a su sede, lo cual no afectaría para nada al culpable.

    Otro aseguró que el motivo es que se estaría preparando el aterrizaje del cardenal Víctor Tucho Fernández en Santiago del Estero para cuando sea eyectado de su puesto vaticano. Pensar de este modo es desconocer la psicología de Fernández: él jamás aceptaría ir a una ciudad de provincia, bastante secundaria y venida a menos como es Santiago del Estero aunque eso le garantizara el título de primado, que no es más que un honor sin efecto práctico alguno. Si dijo públicamente que su pueblo de nacimiento, Alcira Gigena, era un “pueblo de m…..”, no creo que tenga un concepto mucho más elevado de Santiago del Estero.

    El motivo de la decisión del Papa es nada más que otro de sus caprichos o berrinches. Quienes trabajaron con él en la curia porteña aseguran que una de sus cantinelas periódicas era que la sede primada no le correspondía a Buenos Aires y que había que trasladarla a Santiago del Estero. Es lo que dice en este video, grabado el 13 de diciembre de 2008, en la misa de consagración episcopal de Mons. Ariel Mosconi Torrado. 

No hay más que eso. 


lunes, 22 de julio de 2024

Rumores sobre el documento que no fue

 

Cardenal Arthur Roche

El 16 de julio, día de Nuestra Señora del Carmen y tercer aniversario de Traditiones custodes, era el señalado para que saliera un nuevo documento de la Santa Sede poniendo punto final a la misa tradicional que —se decía—, iba a quedar reservada exclusivamente a los llamados “institutos Ecclesia Dei”. Era, como la llamamos en este blog, la solución final.

Pero, quizás por intercesión de la misma Virgen Santísima del Carmen, nada sucedió. Y han comenzado a comentarse en los mentideros vaticanos lo sucedido. Ofrezco aquí las explicaciones que se dan de los hechos.

1. El tal documento existe, y existe desde fines de 2021, con más o menos retoques. Se pretendió que en febrero de 2022 lo firmara el Papa Francisco en forma de constitución apostólica, como dijimos en su momento, pero no sólo se negó a hacerlo sino que sacó destempladamente de su despacho a quien le llevó la propuesta, el cardenal Arthur Roche.

2. El cardenal Arthur Roche, desde ese día, no volvió a ser recibido individualmente por el Papa Francisco. Y la situación es muy desacostumbrada porque se trata del prefecto de uno de los dicasterios vaticanos. Los rumores sobre las razones de tal destrato indican que, en primer lugar, Roche no es precisamente una persona hábil y mucho menos inteligente. Por el contrario, es una persona que tiene el hábito de fastidiar cualquier proyecto y cualquier organización. De hecho, ese fue el motivo por el que terminó recalando en Roma. Había sido nombrado obispo de Leeds, en Inglaterra, y tuvo el mérito de provocar en sólo tres años un caos de todo tipo en una diócesis que había sido ordenada. Fue el cardenal Nichols quien hizo las gestiones para sacárselo de encima porque ni sus hermanos obispos ni sus fieles leodensianos lo soportaban, y el cardenal Bertone le dio una mano, y así, el buen Papa Benedicto no tuvo mejor idea que hacerlo secretario de la Congregación del Culto. 

Y el segundo motivo del desprecio pontificio, es que fue Roche el torpe redactor e impulsor de Traditiones custodes. Si bien el documento fue apoyado por varios cardenales de curia, como Ouellet, Stella y Parolin, la cara visible fue Roche. Y Francisco ha entendido que ese documento fue un error que le trajo más dolores de cabeza que otra cosa, y no porque tenga él simpatía por la misa tradicional sino porque visibilizó aún más a los grupos que la sostienen, los cuales, en vez de disminuir, siguen creciendo continuamente.

3. Un dicasterio con un prefecto de estas características, ha provocado que, en Culto Divino, haya surgido una interna muy potente. El líder de la facción rebelde es el arzobispo Vittorio Viola, secretario del dicasterio y desesperado por conseguir la púrpura cardenalicia que, sabe, la consigue en este papado o no la consigue más. Es un franciscano de la orden de los menores, y era el custodio del convento de Santa Clara en Asís cuando Francisco visitó esa ciudad. Típico obispo bergogliano, surgido de los caprichos del pontífice, al que le habrá parecido simpático o buen mozo cuando lo conoció durante su visita a Asís en octubre de 2013. Fue en esa misma ocasión en la que conoció al custodio de la basílica de San Francisco, el P. Mauro Gambetti, franciscano conventual, al que terminó creando cardenal y arcipreste de la basílica de San Pedro. Lo concreto es que Viola, que usa el anillo episcopal que pertenecía a Mons. Annibale Bugnini, es un talibán de la liturgia reformada y ha lanzado la intifada contra la misa tradicional. 

4. Este nuevo embate que por ahora se ha neutralizado, quien lo habría empujado habría sido Mons. Viola y no el cardenal Roche, que ya está neutralizado. El documento habría llegado a manos del Papa Francisco, quien lo habría estudiado pero no quedó convencido. Y esto por varios motivos. En primer lugar, y el más el importante, porque la liturgia no es su guerra. Demasiados problemas le causó Traditiones custodes para agenciarse otros nuevos, y porque, como siempre aconseja a quienes lo visitan, es muy cuidadoso a la hora de hacer mártires. Un documento altamente restrictivo como el que le habría sido presentado, generaría una legión de mártires, entre sacerdotes y fieles, y eso no es algo que él se vaya a permitir: no tendría control de daños.

5. Por otro lado, llegaron al escritorio del Papa pedidos de muchos obispos, sacerdotes, fieles y personalidades del mundo rogándole que no diera tal paso. Y, al parecer, surtieron efecto. Pero no se trata solamente un acto sinodal de “escucha al Pueblo de Dios”; eso es para los incautos que creen en la sinodalidad. Fue también aconsejado por un grupo de cardenales y prelados que, sin tener simpatías por la liturgia tradicional, consideran que el odio de Viola, Grillo y los suyos, es una exageración que terminaría dañando no solamente a la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, lo que probablemente los tenga sin cuidado, sino al papado. 

6. Pero los motivos de estos cardenales y monsignori consejeros, no serían solamente esos. Saben que la salud del Papa está declinando; lentamente, pero declinando, y que no falta mucho para que las campanas de San Pedro doblen a muerto. Y consideran que el próximo papa necesariamente será un moderado; otro pontificado como el de Francisco terminaría con la Iglesia. Y, por eso mismo, quieren desde ya ir preparando el terreno en el que aterrizarán, y prefieren hacerlo en territorio moderado a fin de ganarse anticipadamente las gracias del nuevo pontífice. Como me decía un buen conocedor de la Curia, por una vez siquiera han hecho caso al Evangelio y han seguido —literalmente— la enseñanza de la parábola del mayordomo deshonesto (Lc. 16, 1-12): tomaron el recibo de su cuenta y escribieron “cincuenta barriles” en vez de cien.

jueves, 18 de julio de 2024

Mons. Salvatore Cordileone sobre la Santa Misa

 


por Mons. Salvatore Cordileone, arzobispo de San Francisco (USA).


Cuando la Catedral de Notre Dame de París estalló en llamas el 15 de abril de 2019, el mundo entero se unió para llorar la pérdida de una gran belleza antigua y sagrada que conmovió los corazones y las almas, incluso más allá de los católicos que rezan allí y los católicos de todo el mundo. 

Me impresionó aquel fenómeno entonces, y me impresiona en cierto modo un fenómeno similar que se está produciendo ahora como reacción a los rumores de que Roma planea imponer más restricciones a la celebración de la Misa católica según el Misal Romano de 1962 (popularmente conocida como “misa tradicional” o “misa en latín”).

El 3 de julio, más de 40 personalidades británicas firmaron una carta dirigida al Papa Francisco en la que le piden que preserve el acceso a la misa en latín. Entre los firmantes hay católicos y no católicos, creyentes y no creyentes. 

Al igual que los firmantes de la petición de 1971 que preservó la Misa en latín en Inglaterra, destacan, además de las preocupaciones espirituales, una preocupación por el patrimonio cultural del mundo en caso de que la Misa en latín sea más difícil de experimentar. En su propia petición, los firmantes utilizan el mismo lenguaje de la petición de Agatha Christie de 1971 al afirmar que “el rito en cuestión, en su magnífico texto latino, también ha inspirado logros inestimables... de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos los países y épocas. Así pues, pertenece a la cultura universal”.

A esta preocupación, los actuales firmantes añaden su propia voz: “La liturgia tradicional es una “catedral” de texto y gesto, que se desarrolla como esos venerables edificios a lo largo de muchos siglos. No todo el mundo aprecia su valor y eso está bien; pero destruirla parece un acto innecesario e insensible en un mundo en el que la historia puede deslizarse con demasiada facilidad hacia el olvido”.

Subrayan: “Este llamamiento, al igual que su predecesor, es ‘totalmente ecuménico y apolítico’. ... Imploramos a la Santa Sede que reconsidere cualquier nueva restricción de acceso a este magnífico patrimonio espiritual y cultural”.

El hecho de que una de las firmantes sea la conocida activista por los derechos humanos Bianca Jagger subraya el carácter apolítico y no ideológico de la petición. Sin duda, la “rigidez” no puede explicar una efusión tan extraordinaria y diversa de amor por esta forma litúrgica.

Me preocupa que se haya instalado una impresión sesgada de los amantes de la Misa en latín debido a unos cuantos extremistas en Internet. Como demuestran esta petición y otras anteriores, la misa en latín tiene un curioso atractivo inclusivo. 

La mayoría de los que asisten a la Misa en latín también asisten al Novus Ordo (conocido coloquialmente como la Misa del Vaticano II). Saben que ser católico significa permanecer dentro de la barca de Pedro, por tempestuoso que sea el mar. No abogan contra la nueva Misa, sino por la forma que aman, que les alimenta y les inspira, hasta el punto de que constituyen una proporción visible de los que llegan a ser creadores de nuevo arte y belleza que el mundo comparte y celebra. Por eso la Misa en latín ha atraído el apoyo de los no creyentes que comprenden su papel crucial en la creación de la civilización occidental.

Entre los firmantes de la petición más reciente figuran muchos grandes músicos clásicos: cantantes, pianistas, violonchelistas, directores de orquesta y, por supuesto, Sir James MacMillan, que encabezó esta iniciativa. MacMillan es el compositor católico de música clásica más célebre e interpretado de nuestros tiempos. El Vaticano encargó su Stabat Mater, que se interpretó en la Capilla Sixtina. 

Otros artistas importantes son el célebre novelista, guionista y director de cine Julian Fellowes, ganador del Oscar, el Emmy y el Tony. Fellowes es quizás más conocido por su papel como creador de la serie de televisión Downton Abbey. Otro de los firmantes, Andrew Lloyd-Webber, es quizá el creador de musicales de más éxito de nuestra era (entre ellos Cats, Evita, Joseph and the Amazing Technicolor Dream Coat y la moderna obra de la Pasión Jesucristo Superstar). 

Entre los firmantes de la petición “Agatha Christie” de 1971 figuraban también célebres artistas y literatos, como los poetas Robert Lowell, Robert Graves, David Jones y el poeta laureado de Inglaterra Cecil Day-Lewis; novelistas como Graham Greene, Nancy Mitford, Djuna Barnes y Julian Green, así como el más célebre escritor argentino Jorge Luis Borges, cuya obra literaria dio origen al movimiento del “realismo mágico” de finales del siglo XX entre los escritores españoles de América. Además, entre los firmantes figuraban incluso los obispos anglicanos Robert Cecil Mortimer, de Exeter, y John Moorman, de Ripon. 

En 1966 hubo una petición similar, organizada por Cristina Campo, traductora de Marcel Proust (otro ejemplo de católico laxo que comprendió el valor de la misa en latín para preservar la civilización, incluso en un sentido laico), y dirigida al Papa Pablo VI, en la que pedía que se mantuviera la misa en latín al menos en las comunidades monásticas. Recogió firmas de 37 escritores y artistas, entre ellos dos premios Nobel. Entre los firmantes se encontraban W.H. Auden, Evelyn Waugh, Jacques Maritain, el novelista francés ganador del Premio Nobel François Mauriac, el compositor Benjamin Britten y Gertrud von Le Fort, autora del clásico católico Diálogo de Carmelitas, que más tarde sirvió de base para una ópera de Francis Poulenc.

El Concilio Vaticano II nos enseñó a leer los signos de los tiempos. Uno de ellos es: la belleza evangeliza. 

Vivimos en una época en la que necesitamos aprovechar el poder de la belleza para llegar a las mentes, los corazones y las almas, porque la belleza tiene la cualidad de una experiencia ineludiblemente real, que no está sujeta a discusión. La máxima cultural actual, “Tú tienes tu verdad y yo tengo la mía”, lleva a negarse a reconocer incluso la realidad física y biológica obvia, mientras que la belleza elude el proceso cognitivo y llega directamente al alma. La belleza sagrada nos saca del mundo del tiempo y nos permite vislumbrar lo que trasciende el tiempo, lo que perdura en última instancia, lo que es nuestra meta y nuestro hogar final: la realidad de Dios.  

Tomemos el ejemplo del cineasta Martin Scorsese. A pesar de todas las críticas por sus controvertidas representaciones de temas religiosos, e incluso del propio Señor, Scorsese es un artista moderno cuya imaginación se formó por el contraste entre lo que transmitía la misa en latín y la cultura de los tipos duros de las calles de Nueva York. Como decía un perfil en The New York Times en 2016:

En el interior de la vieja catedral, quedó claro hasta qué punto Scorsese nunca ha olvidado literalmente, ni el esplendor de la iglesia, ni la presencia cercana del sufrimiento y la muerte, el pecado y la redención. El párroco le señaló los detalles de una renovación: los santos retocados con sus colores originales, los apliques de mármol y latón del altar restaurados tal y como eran antes de un esfuerzo modernizador de 1970. Scorsese, que abandonó el barrio en 1965, no necesitaba guía. Conocía cada rincón del lugar. “Imagínese a un niño de 8 años aquí mismo, con una sotana blanca, recitando una oración en latín. Ese soy yo”, reflexionó en voz alta. Le pedí que estableciera una conexión entre [su película de 2016] “Silencio” y lo que estaba viendo en la vieja catedral. Se golpeó la frente con dos dedos. “La conexión es que nunca se ha interrumpido. Es continuo. Nunca me he ido. En mi mente, sigo estando aquí todos los días”.

En una época de ansiedad y sinrazón, la belleza es así un recurso en gran medida desaprovechado para llegar a la gente, especialmente a los jóvenes, con el mensaje evangélico de esperanza. Queda mucho trabajo por hacer, pero honrar y alentar la vocación especial de los artistas es una parte clave de esta labor. 

En una era descristianizada, cada vez más inhóspita para cualquier sentido tradicional de la religión, la Iglesia necesita funcionar con todos los cilindros. La misa tradicional en latín y la belleza que inspira es uno de esos cilindros. El hecho de que incluso los no creyentes se sientan atraídos por ella lo demuestra. 

¿Por qué suprimir lo que es uno, entre otros, medios exitosos para conectar con las almas alejadas de Cristo y llevarlas al encuentro amoroso y salvador con Él dentro de la comunión de su Esposa, la Iglesia?

Confío y rezo para que este cri de coeur de los artistas y otras destacadas personalidades británicas sea escuchado y visto como lo que es: que, en lugar de dividir al mundo en nombre de la pureza ideológica, es una oportunidad para unir al mundo por la belleza, un camino que, al final e inevitablemente, conduce a la Belleza siempre antigua, la Belleza siempre nueva.


Fuente: National Catholic Register

lunes, 15 de julio de 2024

La poliédrica realidad del novus ordo missae

 



Hace algunos días, Rorate Coeli publicó un artículo firmado por James Baresel, titulado “¿Aceptar o rechazar la nueva misa?”. Allí sostiene lo siguiente: “Para las mentes basadas en la teología clásica, ‘aceptar el Novus Ordo Missae’ es un asunto bastante modesto: el mero reconocimiento de que ha sido promulgado adecuadamente para su uso en la Iglesia por una autoridad competente, contiene todo lo necesario para la validez (materia y forma) y la integridad (ofertorio, anáfora y comunión del sacerdote) del sacrificio de la Misa y no contiene nada que esté en estricta contradicción técnica con la doctrina católica”. Creo que la mayoría de los lectores de este blog estarán de acuerdo con la afirmación. En mi opinión, creo que el Novus Ordo es una versión sumamente empobrecida de la misa romana tradicional, en la que los elementos centrales y milenarios fueron desleídos por diferentes motivos, pero que eso no implica que haya perdido su validez o sea algo malo que debe necesariamente ser evitado.

Pero la cuestión que plantea Baresel, en el fondo, es una cuestión meramente teórica, y deberíamos comenzar la discusión estableciendo un acuerdo básico: ¿qué es la misa novus ordo? Y la respuesta rápida y católica sería: “Es aquella que se celebra siguiendo el texto y las rúbricas del misal publicado por el Papa Pablo VI”. Y la respuesta laica sería: “Es el despliegue escénico que se realiza siguiendo el libreto establecido por el Papa Pablo VI”. Es sobre este supuesto que escribe Baresel; sin embargo, es irreal, pues todos los que hemos ido, u ocasionalmente vamos, a misas celebradas según el novus ordo, sabemos que son muy escasos los sacerdotes que se ajustan al libreto. Más aún, en la enorme mayoría de los casos, cada sacerdote tiene un libreto propio, generalmente variable que, aunque referenciado en el promulgado por el papa Montini, deja importantes espacios para la improvisación. Por eso mismo, no es exagerado decir que hay tantas misas novus ordo cuantos sacerdotes la celebran. Y por eso mismo ocurre con mucha frecuencia que a los fieles les gusta más la misa del padre X que la misa del padre Z, algo que no debería ocurrir y que ciertamente no ocurre en el caso de la misa tradicional. En todo caso, podrán gustar más los sermones del padre X que los del padre Z, pero no la misa, porque todas son exactamente iguales. 

Por supuesto que esta situación, que yo planteo aquí como un problema, y un problema serio, no lo es para los liturgistas del novus ordo missae. Ellos responderían enseguida y sin dudarlo que en el “espíritu” de la reforma litúrgica y del nuevo misal está no sólo la posibilidad sino incluso la conveniencia de agregar o quitar elementos del rito; dicho de otro modo, está prevista la creatividad del celebrante a la hora de oficiar la santa misa. Este principio es ni más ni menos que un factor indiscutible de destrucción de cualquier rito; lo sabe hasta Wikipedia que lo define como: “un acto religioso o ceremonial, repetido invariablemente en cada una de las comunidades culturales”. Si a ese acto religioso o ceremonial, que es el género de la definición, se lo priva de su especie que es la invariabilidad, entonces ese acto dejó de ser un rito. Podrá ser otro tipo de escenificación u otro tipo de ceremonia, pero ya no es un rito. Y aquí podríamos avanzar en una cuestión más teórica acerca de qué ocurre con las comunidades culturales a las cuales se las priva de ritos. O bien, acerca de la necesidad intrínseca que no sólo los humanos sino hasta los animales superiores tienen de ritos, si tomamos el concepto en sentido lato. Pero eso es tema de otro artículo.

Por supuesto que los progresistas no tendrán ningún problema si se les hacer ver que la misa que celebran o a la que asisten dejó de ser un rito. Ellos buscan deliberadamente que sea un “encuentro fraternal”; el rito petrifica la espontaneidad e impide las “sorpresas del espíritu”… Pero, ¿qué dirán los conservadores? Un grupo de ellos dirá con razón que ellos celebran un rito porque siguen puntillosamente el misal de Pablo VI. Pero creo yo que ese grupo es sumamente minoritario porque, una vez más, hay varios “modos conservadores” de celebrar la misa novus ordo. Y pongo un ejemplo: quien haya asistido a la misa dominical del Oratorio de Londres o el de Oxford, o incluso de la iglesia de Maiden Lane en Covent Garden, verá que allí se celebra un rito muy similar al de la misa tradicional, aunque los sacerdotes sigan escrupulosamente el misal reformado. Si camina unas cuadras y asiste a un misa en Grandpont House, la residencia del Opus Dei en Oxford, asistirá a una misa “conservadora”, pero muy distinta a la del Oratorio, y lo mismo ocurrirá si se acerca a los Blackfriars. Y todos ellos —oratorianos, opusdeístas y dominicos— afirmarían con total sinceridad que ellos siguen el misal del Pablo VI. Conclusión: aún el mejor de los casos —he puesto ejemplos de lo que ocurre en Inglaterra que es probablemente el lugar donde más se cuida la liturgia—, el nuevo misal no es un “libreto” al que hay que seguir puntualmente, como ocurría en el caso del misal tridentino, sino simplemente una “fuente de inspiración” para las celebraciones litúrgicas.

Podrán cuestionar algunos la recurrencia a ejemplos de lo que sucede en la pérfida Albión…, pero la cuestión es que lo que sucede en el mundo conservador latino e hispánico es peor. No voy a hacer referencia al mismo recurso fácil de comparar las misas celebradas por diferentes sacerdotes conservadores. Vayamos a una cuestión aún más profunda y que tiene que ver con la formación litúrgica de los sacerdotes conservadores. Y pongo un caso que conozco bien: en el seminario argentino que fue emblema de la formación conservadora, que se ufanaba de ser extremadamente respetuoso de la liturgia y que insistía hasta el cansancio en que “el sacerdote es para la misa”, la formación litúrgica era inexistente, al menos en las primeras décadas de su existencia. En el plan de estudios, existía una materia que se llamaba “Liturgia” y que se dictaba sólo en primer año, y cuyo profesor hacía lo que podía repitiendo lo escrito dom Cipriano Vagaggini en El sentido teológico de la liturgia. Sí, repitiendo a Vagaggini, el que junto con Bugnini hizo la reforma litúrgica y dio rienda suelta a su creatividad literaria al redactar la plegaria eucarística IV. Y luego, unos pocos días antes de la ordenación sacerdotal, alguno de los sacerdotes formadores —cualquier que estuviera con tiempo— les enseñaba a los diáconos los rudimentos de la celebración de la misa según su buen saber y entender, y los candidatos celebraban una “misa seca”, a modo de ensayo, supervisados por este instructor improvisado.  Nunca se les exigía, o se les pedía o siquiera se les sugería que leyeran las rúbricas del misal romano de Pablo VI. Más aún, quien se entretenía en esas lecturas no era bien visto: era sospechoso de fariseísmo, sólo interesado en las formas exteriores y no en la verdadera piedad litúrgica; en pocas palabras, era un “rígido”. Y esto que afirmo de los seminarios de San Rafael y de Paraná (aclaro que la situación cambió para bien, y mucho, en los últimos años del seminario mendocino), ocurre también en los seminarios conservadores de España, aún en el de Toledo, el decano de todos ellos, según me han relatado quienes los transitaron, y no me sorprendería que lo mismo ocurriera en seminarios conservadores de Hispanoamérica, si es que existe alguno. Y, por supuesto, es ocioso preguntarnos lo que ocurre en el resto de los seminarios —la gran mayoría—, que son más bien progres.

En conclusión, si volvemos a la afirmación de James Baresel, yo acordaría con él siempre y cuando me diga antes, qué es, en la realidad cotidiana de las parroquias católicas del mundo entero, el novus ordo missae.


Objeción: "Wanderer, pareciera que en la crítica que hace a la formación litúrgica en los seminarios conservadores, usted da por supuesto que antes de la reforma de Pablo VI las cosas eran distintas, lo cual no es cierto. Con lo cual, debe admitir que los seminarios conservadores no hacen más que conservar lo que se hacía en la Iglesia desde hace varios siglos".

    La objeción que me hace mi objetor imaginario es muy buena. Y tiene toda la razón hasta cierto punto. Es verdad que en los seminarios católicos no había formación litúrgica. Esa es una de las quejas más fuertes que formula Louis Bouyer. Por otro lado, el Movimiento Litúrgico surge a fines del siglo XIX justamente a fin de revertir la situación: que los sacerdotes, desde su etapa de formación hasta su ministerio pastoral, le dieran importancia a la liturgia, que era no más que un accesorio en la formación y en la espiritualidad.

    No pareciera que existiera tampoco un entrenamiento litúrgico a fin de aprender a celebrar la misa muy distinto al que describí más arriba. Justamente ese es el motivo por el que el sacerdote, cuando celebraba su primera misa, lo hacía acompañado de un "presbítero asistente" que, en el rito, cumplía las funciones de instructor. Y esto ocurre también en los ritos orientales. Es decir, a celebrar la misa el sacerdote aprendía mirando como se celebraba durante todos sus años de seminario, y celebrándola con la ayuda ceremonial de un sacerdote experimentado

    Hasta aquí mi objetor tiene razón. Pero hay un detalle fundamental: hasta la reforma de Pablo VI todas las misas eran iguales; el seminarista, desde que había sido monaguillo en la parroquia de su barrio, había visto celebrar la misa de la misma manera: a su párroco, al vicario, al rector del seminario, al misionero pasionista y al arcipreste. La misa era siempre exactamente la misma, porque se respetaba escrupulosamente el rito. 

    El seminarista actual, en cambio, ha visto celebrar tantas misas cuantos sacerdotes han pasado por su vida, porque cada uno aporta su cuota de creatividad: un silencio aquí; una pausa allá; los brazos levantados como si lo estuvieran asaltando o extendidos en cruz como su fuera un cartujo; una reverencia al pronunciar alguna palabra que le parece importante; un santo al que tiene devoción que añade en la anáfora; etc. El seminarista, entonces, lógicamente tomará aquellos gestos y palabras que más le gusten y de esa manera "construirá" su propia misa. Y estará de lo más feliz y de lo más tranquilo en conciencia. Y también lo estarán sus superiores. 

    Es justamente por este motivo que, a diferencia de lo que ocurría anteriormente, hoy resulta necesario que los seminaristas aprendan a celebrar la misa no tanto mirando cómo celebran otros, sino leyendo las rúbricas del misal. 


jueves, 11 de julio de 2024

El cardenal Pietro Parolin y el programa del futuro Juan XXIV

 


La Iglesia de hoy, al igual que las sociedades liberales que la han llevado a su paso, se encuentra en un gran vacío, al haber borrado el rigor de su dogma y de su moral. Pero parece que no hay vuelta atrás. Los sucesores de Francisco sólo podrán ser guardianes de su legado, a saber, el Concilio “completado” con Amoris leatitia y Traditionis custodes. Salvo un replanteamiento radical, que sin duda se producirá tarde o temprano, el sucesor de Francisco será necesariamente un bergogliano. Pero puede ser un bergogliano liberal, como el cardenal Aveline, arzobispo de Marsella, o un bergogliano riguroso. Este debería ser el caso del hombre al que ya se está apodando... Juan XXIV.


Un infiltrado progresista

Bergoglianamente riguroso es el adjetivo que podría aplicarse al cardenal Pietro Parolin, 69 años, Secretario de Estado hoy, mañana... Porque todo el mundo en Roma sabe que la segunda figura más importante de la Iglesia está en campaña. Todo el mundo, incluido el Papa, que no duda en burlarse de él un tanto molesto.

Para que nadie ignorara cómo veía el futuro, hace tres meses, el 24 de abril, el Secretario de Estado pronunció una conferencia en el antiguo Colegio Romano, hoy Ministerio de Cultura de Italia, con motivo de la presentación de un libro de un experto vaticanista de la televisión italiana, Ignazio Ingrao, Cinque domande che agitano la Chiesa, “Cinco preguntas que agitan a la Iglesia”. La sala estaba abarrotada, con la presencia de numerosos prelados de alto nivel, entre ellos el anciano cardenal Re, cardenal decano, que fue uno de los grandes electores de Francisco, pero que desde entonces se ha sentido más que decepcionado por su estilo de gobierno; el ministro de Cultura, por supuesto; prefectos de dicasterios; embajadores ante la Santa Sede; y periodistas atentos a las reacciones de los ilustres oyentes tanto como a las palabras del orador.

Fue a la quinta pregunta del libro, “¿Qué será de las reformas emprendidas por el Papa Francisco?”, a la que el cardenal había elegido, como por casualidad, dar su respuesta. Aunque le cuesta desprenderse de su lenguaje eclesiástico más bien pesado, sus palabras, que incluían las palabras “discernimiento”, “paciencia” y “el largo recorrido” que se bebió el cardenal-decano, lanzaron un mensaje muy claro: “No habrá marcha atrás”. Porque cuando el progreso es deseado por el Papa, guiado por el Espíritu Santo, se produce un efecto trinquete.

Esta es la piedra angular del proyecto del hombre que muchos ya ven como el Papa Parolin: la garantía de que no habrá vuelta, ni siquiera en los márgenes, al estado postconciliar de Benedicto XVI. A fortiori a un estado ante-conciliar. Esto es tanto más seguro cuanto que el estilo de gobierno del hombre que se ve a sí mismo como califa en lugar del actual califa, mucho más tranquilo que el del Papa Bergoglio, evitará el riesgo de crisis.

Natural del Véneto, Parolin entró en la diplomacia vaticana cuando el cardenal Casaroli, el hombre de la Ostpolitik, era Secretario de Estado y Achille Silvestrini, durante décadas el líder de la Roma liberal, era Secretario para las Relaciones con los Estados (Ministro de Asuntos Exteriores). Bajo la dirección de Silvestrini, que se convirtió en su mentor, Parolin adquirió rápidamente un gran conocimiento de las altas esferas de la Curia, así como de las cancillerías de todo el mundo.

Después de varias nunciaturas, regresó a Roma en 1992, cuando el cardenal Sodano era Secretario de Estado, como Subsecretario para las Relaciones con los Estados bajo Jean-Louis Tauran, que había sucedido a Silvestrini como Secretario para las Relaciones con los Estados. Pero cuando el cardenal Bertone sustituyó al cardenal Sodano como Secretario de Estado de Benedicto XVI en 2009, envió a Parolin a la más difícil de todas las nunciaturas, la de la Venezuela de Chávez.

Un exilio que no se prolongó. En agosto de 2013, Jorge Bergoglio, ahora Papa, fue convencido por los cardenales Silvestrini y Tauran para que llamara de nuevo a Roma a este experimentado diplomático de tendencia liberal... para sustituir al cardenal Bertone.


Un hombre abierto

No hay que olvidar nunca que el Vaticano está en Italia. Aunque la diplomacia papal cultiva tradicionalmente una “neutralidad”, es decir, un cierto repliegue sobre el atlantismo italiano, este último ha sido sin embargo ampliamente compartido por la Santa Sede desde Pío XII y aún más desde Juan Pablo II. En este sentido, el antiamericanismo del papa Francisco restablece un equilibrio más tradicional, como hemos visto, por ejemplo, en las exploraciones diplomáticas por la paz en Ucrania, para las que encargó al cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.

Parolin parece en general —excepto por su política hacia China— más pro-estadounidense. Pero desde luego no trumpiano. Mucho se ha hablado de su presencia en la conferencia de 2018 del Grupo Bilderberg, que se celebró en Turín. Este grupo está formado por un centenar de personas cooptadas entre personalidades influyentes de la diplomacia, los negocios, la política y los medios de comunicación, y hoy se ve a sí mismo como un eficaz relevo de las ideologías globalistas. En la reunión, a la que asistió la Secretaria de Estado, se analizó el “preocupante” auge del populismo.

Del mismo modo, el 5 de abril de 2019, Pietro Parolin mantuvo una larga reunión con medio centenar de abogados, jueces y políticos, que representaban a la flor y nata de los activistas LGTB y pedían la despenalización de la homosexualidad. Fue una recepción de gran poder simbólico, durante la cual el Secretario de Estado les dijo que la Iglesia condena “toda violencia contra las personas”.

Pero además está el asunto del pacto con China, perseguidor del catolicismo y enemigo mayor de Estados Unidos. El acuerdo, cuyo contenido no se ha hecho público, se firmó en 2018 por dos años, se prorrogó dos veces en 2020 y 2022, y pronto volverá a prorrogarse tras un coloquio organizado el pasado mayo en Roma sobre las relaciones de Roma con China con monseñor Joseph Shen Bin, obispo “patriótico” de Shanghái, y Zheng Xiaojun, presidente de la Sociedad Religiosa China, organismo encargado de vigilar de cerca las actividades de las religiones para que no se aparten de las leyes del país.

El acuerdo Parolin permite a las autoridades chinas nombrar a los obispos que serán investidos por Roma. Dicho claramente, el pacto en cuestión concede a los comunistas, que siguen persiguiendo a la Iglesia, el derecho a nombrar obispos. Algunos, como el obispo Joseph Shen Bin, fueron nombrados unilateralmente por Pekín y confirmados por Roma a toda prisa. En virtud de este acuerdo, los siete obispos “ oficiales” nombrados se reintegraron a la comunión romana, dos de los cuales casualmente estaban casados. Además, los obispos clandestinos, que no habían sido aprobados por las autoridades comunistas, fueron excluidos del gobierno de las diócesis. Esto provocó críticas indignadas, especialmente del cardenal Zen, que acusó a Pietro Parolin, de ser “hombre de poca fe”, de “vender la Iglesia católica al gobierno comunista” y pidió la dimisión del responsable de esta “increíble traición”. Pero también el cardenal Müller, en su libro En buena fe. El catolicismo y su futuro, dijo: “No se puede pactar con el diablo”.

Pero, ¿es realmente cierto que este acuerdo con China es un gran hándicap que impide a Parolin aparecer con sotana blanca en el balcón de San Pedro? ¿O, por el contrario, puede explicarse al Sacro Colegio como una ventaja para la Santa Sede en la remodelación de los equilibrios mundiales?


Las otras cartas de un programa de reorientación

Otra paradoja: el hecho de que se haya vuelto menos cercano al Papa podría convertirse en una ventaja para Pietro Parolin cuando haya que cubrir la sucesión de Francisco, y seguramente habrá una reacción contra el despotismo bajo el que gimen la Curia y los cardenales. El cardenal Parolin se encontró directamente afectado por la revelación, en 2019, de una operación sospechosa realizada por la Secretaría de Estado en 2012: la inversión de casi 200 millones de euros en un lujoso edificio londinense sujeto a hipoteca. El inmueble había sido adquirido a un precio muy sobrevalorado con fondos captados por el Óbolo de San Pedro, y luego vendido con fuertes pérdidas. Se trataba de una situación relativamente clásica, en la que clérigos que se creían expertos financieros resultaron ser extremadamente ingenuos. La principal responsabilidad recayó en el primer colaborador de Pietro Parolin, Angelo Becciu, por ese entonces Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, que tuvo que dimitir de su cargo, perdió todos los derechos asociados al cardenalato y fue llevado ante los tribunales vaticanos junto con otros altos funcionarios romanos. Estas acusaciones de malversación de fondos o de imprudencia temeraria hicieron que, a finales de 2020, la Secretaría de Estado fuera despojada de sus activos y de su enorme cartera de inversiones por el Papa. Hasta tal punto que la Secretaría de Estado, para pagar a su personal diplomático, tuvo que desprenderse de algunas de sus joyas familiares: las nunciaturas de París y Viena, para empezar, debían ser vendidas (Filippo di Giacomo, “La diplomazia vaticana deve fare cassa”, La Repubblica, 28 de junio de 2024).

Incluso su incierto estado de salud —Parolin ha sido tratado de un cáncer— le honra: compensaría su corta edad (69 años) a los cardenales electores que quieren limitar los riesgos de sus elecciones buscando papas para reinados cortos. La edad del cardenal Bergoglio fue uno de los argumentos esgrimidos por sus partidarios durante el cónclave de 2013....

A Pietro Parolin le gusta darse aires de moderación. Mientras que acogió de buena gana “apertura” moral del pontificado Bergogliano haciendo que el elogio del Papa a los obispos argentinos por su interpretación ultraliberal de Amoris leatitia se incluyera en el Acta Apostolicae Sedis como “auténtico magisterio” el 7 de junio de 2017 (para decirlo claramente: la interpretación más liberal de AL es oficialmente la correcta), fue, por el contrario, extremadamente cauto al dar su aprobación sólo a regañadientes a Fiducia supplicans, un documento altamente divisivo que permite la bendición de parejas homosexuales. El 12 de enero de 2024, en la ocasión extrañamente elegida de una conferencia celebrada ante científicos en la Accademia dei Lincei de Roma, incluso dio un paso atrás con respecto al documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe: “Este documento ha provocado reacciones muy fuertes; esto significa que se ha tocado un punto muy delicado y sensible; será necesaria una investigación más profunda”.

Comparado con los cardenales más progresistas, Tagle, antiguo arzobispo de Manila y Prefecto del Dicasterio para la Evangelización, y el jesuita Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, Parolin representa un cierto retorno al centro. Se ha dicho que, en el Sínodo sobre la Sinodalidad del pasado mes de octubre, intervino para “defender la doctrina”, aunque no se reveló el contenido preciso de su intervención, pero el tema era que la doctrina debe situarse en el centro de la sinodalidad, es decir, que la sinodalidad no debe hacer estallar la institución. También sabemos que, sin cerrarse ninguna puerta, quiere distanciarse del sinsentido de la vía sinodal alemana. Porque este “realista· sabe que la transacción entre progreso y conservación es el gran medio por el que la Iglesia postconciliar ha durado y puede seguir durando.


El escollo de la misa tradicional

Pero hay un punto en el que Parolin no quiere transigir, y es el de la liturgia tradicional, a diferencia de los liberales bergoglianos que mencionábamos al principio, que piensan que se le puede dar cierta libertad para controlarla mejor.

Como Secretario de Estado, el cardenal Parolin desempeñó un papel clave en la redacción de la carta apostólica Traditionis custodes de 2021. Como se recordará, el primer acto fue la encuesta a los obispos del mundo organizada por la Congregación para la Doctrina de la Fe el 7 de marzo de 2020, con el objetivo de hacer balance de la aplicación de Summorum Pontificum. Los resultados podrían interpretarse ciertamente como una aprobación de Summorum Pontificum, pero lo que estaba previsto era su derogación. En las reuniones de la Congregación en las que se discutió el asunto, hubo oradores muy hostiles al usus antiquior, como el cardenal Stella, entonces prefecto de la Congregación para el Clero, el muy virulento cardenal Ouellet, que era prefecto de la Congregación para los Obispos, y el cardenal Versaldi, entonces prefecto de la Congregación para la Educación Católica (encargada de los seminarios). Pero el cardenal Parolin se mostró especialmente decidido, y en una de estas sesiones se dice que dijo, jugando con el apelativo de la Misa tridentina como la Misa de todos los tiempos: “¡Hay que acabar con esta Misa de todos los tiempos!”.

Para él, como para el nuncio en Francia Celestino Migliore, de quien se rumorea que podría convertirse en Secretario de Estado del Papa Parolin (véase nuestra Carta 1059 del 27 de junio de 2024, Paz litúrgica Francia), el eje de Traditionis custodes es esencial para salvaguardar el Vaticano II. Puede resumirse así: sólo hay una lex orandi que corresponde a la única lex credendi, la del Vaticano II. Son posibles algunas tolerancias provisionales y limitadas, pero en ningún caso una libertad paralela y concurrente. Más que cualquier otra reforma conciliar, la reforma litúrgica es irreversible.

La lógica de esta intransigencia es básicamente el deseo de empujar a los partidarios de la liturgia antigua, y especialmente a los sacerdotes que se dedican a ella, a los márgenes y, en última instancia, hacia el cisma: “¡Que se vayan!”. Este rigorismo ideológico no tiene en cuenta la creciente importancia relativa de esta liturgia, sobre todo por su fecundidad vocacional. De hecho, en las Iglesias occidentales, la liturgia tradicional es cada vez más visible. Sin embargo, la determinación de lo que constituye un cisma —como era bien sabido en la antigüedad— también tiene providencialmente algo de relativo, donde acabamos descubriendo que el excomulgante es en realidad el verdadero excomulgado. En el gran vacío doctrinal que es hoy la Iglesia docente, la Iglesia que debería enseñar, es ciertamente explosivo chocar frontalmente con la Misa de antaño, que representa la doctrina de antaño.


Fuente: Paix Liturgique