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martes, 31 de diciembre de 2019

El rostro de la misericordia


Saludo del Papa Francisco a los fieles reunidos en torno al pesebre de la plaza de San Pedro.
31 de diciembre de 2019

lunes, 30 de diciembre de 2019

Evidencias


En su breve mensaje de Navidad, Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, elegido recientemente por el 43% de los súbditos británicos, nombra varias veces a Jesucristo y dice textualmente: "En este día quiero recordar a los cristianos de todo el mundo que enfrentan persecuciones. Ellos pasarán Navidad en privado, en secreto e incluso en la cárcel. Como primer ministro hay algo que quiero cambiar: Nosotros estamos para defender a los cristianos en cualquier lugar, y defenderemos vuestro derecho a practicar la fe".
[¿Se acordó el Papa Francisco de los cristianos perseguidos en su mensaje de Navidad?]

Al segundo día de asumir como presidente de Argentina, Alberto Fernández, mimado del Sumo Pontífice y elegido por el 48% de los ciudadanos argentinos, aprobó un protocolo que libera la práctica del aborto y prepara una ley para ser presentada en marzo ante el Congreso para la legalización del aborto, que será de las más asesinas que se conocen.

lunes, 23 de diciembre de 2019

El Papa a la Curia: flecte quod est rigidum


Flanqueado por Mons. Georg Gänswein y el argentino Mons. Luis Rodrigo Ewart, el Santo Padre dirigió el sábado 21 de diciembre el saludo anual a la Curia Romana. Lo rodeaba un buen número de cardenales y obispos, aunque se veían varias sillas vacías con el nombre de su pretendido ocupante delatando ausencias voluntarias o forzosas. El espectáculo de la Sala Clementina tenían ribetes grotescos y proféticos reflejados en el aspecto de los eminentísimos. Alguno gordo y somnoliento; Kasper, con su rostro de simio viejo; Müller, con su altiva mirada de halcón; Bertone, con su cabeza ergida como un suricato en busca de depredadores; otro que bien podía pasar por una señorona con calores; Becciu, con la mirada torva de facineroso corredor inmobiliario en Chelsea, y el infaltable Sodano, capomafia de todos los corruptos de dentro y fuero del Vaticano. Era el rostro de la Iglesia actual: senil, decadente y decrépita. Son los frutos mustios y agostados de la fallida primavera conciliar que habrá que esperar que terminen de morir y den lugar a otra generación que salvará o hundirá definitivamente a la Iglesia.
Francsico fue más Bergoglio que nunca. No solamente en sus gestos, impidiendo violentamente que los cardenales besaran su anillo, sino también en sus palabras. Su discurso estuvo salpicado de citas del santo cardenal Newman, de San Clemente de Alejandría (y me alegró mucho que lo llamará santo puesto que había sido descanonizado en el siglo XVI), Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Giuseppe Tomasi di Lampedusa y el cardenal Martini. Cometió un error que habría hecho las delicias de Freud: citando la encíclica Evangelii nuntianti de Pablo VI, se refirió a ella como la Evangelii gaudium y la calificó del documento misionero más importante del posconcilio. Vale decir que el autor de ese pastichio es él mismo junto a Tucho Fernández. Y, en la misma senda de humildad, pronunció una frase con mucha semejanza a sus bergoglemas y la adjudicó a un “gran hombre” que nunca nombró. Probablemente fuera él mismo. 
Se trató de un discurso lastimoso en el que una vez más el Santo Padre documenta para el presente y la posteridad su escasez de formación y sus penurias filosóficas y teológicas. Sin embargo, fue también un discurso elocuente de su desprovisto pensamiento. La palabra que más repitió una y otra vez fue cambio, y lo hizo desde el principio al final. Su tesis —estimo que la única que posee—, es que el tiempo es superior al espacio. Nosotros los hombres, vivimos arrastrados por los vientos del tiempo —“vientos de cambio”—; Dios es la estabilidad que se manifiesta en el tiempo que habitamos. Por tanto, estamos inmersos en un proceso que necesariamente exige el cambio permanente, a punto que nos dice el Papa que “hay que cambiar para ser fiel”.
Si dejáramos en este punto la reflexión pontificia podríamos acordar con ella puesto que, en el fondo, tiene mucho de aristotélico. El hombre, como toda naturaleza —entendida como esencia en tanto principio de acción—, está en un continuo proceso de autorrealización. Se mueve hacia su fin, que lo llama y atrae, y lo hace desplegándose en sus virtudes, o actualizando sus potencias; es decir, cambiando. Y, efectivamente, si no cambiamos, las potencias que posee nuestra naturaleza no se actualizan; nuestros talentos no dan fruto; vivimos una existencia fracasada.
Pero el Papa Francisco no se queda aquí, puesto que a este principio establecido por Aristóteles y asumido más tarde por Santo Tomás, él lo lee a la luz de Hegel, para quien ese proceso personal se traslada a las sociedades y es el espíritu —que nadie bien qué es—, el que se va manifestando de distintos modos según pasan los años y cambian los pueblos. Oponerse o “reaccionar” a esas siempre renovadas manifestaciones del espíritu es no ser fiel, y es propio de los rígidos que esconden detrás algún tipo de desequilibrio.
El Santo Padre, después de anunciar a la Curia que la cristiandad está ya terminada, afirma que estamos en un cambio de época lo que implica un cambio en el estilo de vida de los hombres. No cabe duda que es así y, como él mismo dice, se trata en este caso de cambios muy rápidos y casi abruptos. Frente a esto —una nueva manifestación del espíritu—, nuestro deber consiste en iniciar procesos y no ocupar espacios. Es decir, abandonar los “espacios” que eran propios de una Iglesia que lideraba un mundo cristiano, y liderar ahora los procesos propios de la nueva época que se abre. No hacerle, sería ser infieles a nuestra misión y al mismo Dios.
Pero ¿quién es el espíritu hegeliano para el Papa Francisco? Él aprendió del finado Juan Carlos Scannone, s.j. que ese espíritu es, o se manifiesta, en el pueblo. Es la famosa “teología del pueblo”. Dios irrumpe en el tiempo a través del pueblo que es fuente de revelación. Los cambios del pueblo —“cambios de estilos de vida”, dice Francisco—, son nuevas modalidades de la revelación de Dios. Oponerse o ser rígido a esos cambios es, en última instancia, oponerse a Dios.
Esta “teología del pueblo” no es tan novedosa como parece. Como lo han demostrado Ceferino Muñoz y Emiliano Cuccia en un artículo científico publicado recientemente (“Apuntes sobre el pueblo como cuerpo místico. Del Papa Francisco a Suárez, y vuelta”, Franciscanum, 171 (2018), 149 - 174), se trata del derivado de una vieja idea jesuita —la de pueblo como “cuerpo mítico”—, que fue desarrollada por Francisco Suárez en el siglo XVI para defender las conveniencias políticas de la Compañía. En definitiva, no es hegelianismo; es jesuitismo, ambos igualmente nocivos.
El diagnóstico que plantea Francisco es correcto puesto que estamos frente a un cambio de época que se manifiesta en un cambio radical en el estilo de vida de los hombres. El problema y mis diferencias con él, es con respecto a qué medidas tomar frente a tal situación. Yo creo que hay que resistir; no dejarse llevar por la corriente del proceso, o del viento, que nos arrastra; reaccionar contra esos cambios. Él me diría que mi postura corresponde a un rígido —y me manda a un psicólogo porque estaría desequilibrado—, que no soy fiel a Dios que se manifiesta en el pueblo que cambió, y he caído en “la tentación de replegarse en el pasado”. Yo le diría que el replegarse no es necesariamente una tentación; puede ser una estrategia.
La solución que él propone, en cambio, es aceptar esta nueva época y liderarla. ¿Y en qué consiste esta aceptación? En adaptarse y bendecir decididamente el nuevo estilo de vida de los hombres. Y lo ejemplifico con dos casos muy recientes:
1. Según lo reportado por el diario Il messaggero, Francisco visitó la semana pasada un liceo clásico (colegio secundario) de Roma donde habló libremente con los adolescentes que allí concurren. Una de las cosas que le dijo es que ya no estamos más en el tiempo de las cruzadas; por lo tanto, no se debe buscar la conversión de judíos y musulmanes. 
¿Cómo se explica entonces que la Iglesia haya derramado tanta sangre durante tantos siglos buscando la conversión de los infieles? Sencillamente, porque se trataba de otro pueblo, o de otra manifestación del espíritu, o de otra época, en la cual eso era correcto. En nuestra nueva época, ya no es así.
2. La Pontificia Comisión Bíblica publicó la semana pasada un documento en el que se dice:
“El examen exegético conducido sobre textos del Antiguo y del Nuevo Testamento ha hecho aparecer elementos que son considerados por una valoración de la homosexualidad, en sus implicaciones éticas. Ciertas formulaciones de los autores bíblicos, como las directivas disciplinarias del Levítico, requieren una interpretación inteligente que salvaguarde los valores que el texto sagrado intenta promover evitando, por lo tanto, repetir literalmente aquello que también trae consigo rasgos culturales de aquel tiempo. Será requerida una atención pastoral, en particular frente a las personas individuales, para llevar a cabo aquel servicio de bien que la Iglesia debe asumir en su misión para los hombres”
En pocas palabras, no hay que hacer una lectura rígida de los textos de la Escritura que condenan la homosexualidad sino hacer una lectura inteligente, lo cual significa que en ellos se valora el amor entre dos personas. En el contexto cultural en que fueron escritos, esas dos personas debían ser necesariamente varón y mujer. En nuestra nueva época, el pueblo considera que ese amor es también aceptable en dos personas del mismo sexo. 
Hacia el final de su alocución, el Santo Padre citó al cardenal Martini que, poco antes de morir, había dicho que la Iglesia se había quedado atrás doscientos años. Seguramente fue por culpa de los rígidos que nos hicieron llegar tan tarde a la fiesta inaugurada por el nuevo mundo que nació de la Revolución Francesa. Pero ahora está él, Francisco, que se ha propuesto ablandar las rigideces (flecte quod est rigidum, dice la secuencia de Pentecostés) y obligarnos a aceptar el nuevo mundo. 


jueves, 19 de diciembre de 2019

10 maneras de destruir la imaginación de tu hijo



En febrero de 2011 publiqué un post sobre un libro de Anthony Esolen del que me habían hablado mis amigos Jack Tollers y el Anónimo Normando. El libro se llamaba Ten Ways to Destroy the Imagination of Your Child. Y el año pasado, para estas mismas fechas, insistía en su lectura. Y ahora vuelvo a insistir porque, finalmente y gracias a Homo Legens, una editorial con un catálogo cada vez más interesante, el libro está traducido a nuestra lengua y magníficamente publicado. 
El título es provocador y sugiere que Esolen eligió la estrategia de C. S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino. En este caso, en lugar del experimentado y cariñoso Escrutopo, nos encontramos con una especie de tácita supervisora de una escuela estatal bastante menos afable que, en nombre de los avances educativos, insiste en proponer diez maneras de destruir la imaginación de los niños.
¿Con cuántos niños nos hemos cruzado en los últimos tiempos que jueguen a los ladrones o a las escondidas antes de que algún padre les arruine la diversión por temor a que comentan algún exceso? Decimos que amamos a nuestros hijos —contesta Esolen—, pero hacemos lo posible para privarlos de todo lo que necesitan. Negamos su naturaleza profunda. No solamente planificamos el tiempo de su concepción a fin de tener el menor número posible de hijos, sino que los tratamos desde que nacen, como una extensión egoísta de nosotros mismos. Desde la cuna hasta los “asilos públicos” —-en tal se han convertido las escuelas—, los videojuegos con perversiones sexuales pasando por un encadenamiento incesante de actividades supervisadas, terminamos ahogando su inocencia, su capacidad de admiración y su iniciativa en un universo artificial, ruidoso y narcisista.
“Podemos hacer un buen trabajo para calmar la imaginación de los niños haciendo hincapié en la creatividad, ya que se alienta al niño creativo a pensar en sí mismo como si fuera un pequeño dios, con todas sus brillantes ideas procedentes de dentro. La tradición más antigua, sin embargo, tiene al poeta como oyente antes de que sea un artesano de versos. La musa viene a él”, escribe Esolen. La verdadera creatividad, digan lo que digan los pedagogos contemporáneos, viene del escuchar y del contemplar la realidad. No viene de la interioridad solipsista. 
Construir la imaginación de un niño requiere otra cosa. El autor del libro muestra que una imaginación sana tiene necesidad del contacto con la Creación. Necesita tiempo, silencio, soledad para observar, soñar y explorar. Necesita de la voz y las rodillas de alguien; de la madre por ejemplo. Necesita héroes para imitar, una bella iglesia para rezar y un cielo lleno de estrellas para contemplar durante una noche de verano.
Nuestro mundo se ríe sarcásticamente de todas estas cosas y recomienda lo inverso. “Mantengan a los niños ocultos porque es más seguro”. “Embrutézcanlos e inícienlos en el mundo adulto, pero sin proponerles virtudes varoniles ni femeninas porque todos somos iguales”. “Ninguna palabra sobre el sentido de la unión conyugal puesto que lo primero es el placer”. “No dejen que nunca se acerque a un jardinero, a un artesano o a cualquier persona que ame su trabajo. Sugiéranle más bien, que prepare su carrera universitaria”. “Háganle saber que las generaciones anteriores estuvieron compuestas por conquistadores corruptos y crueles esclavistas; un televisor ubicado en el cuarto del niño será una gran ayuda para esta tarea”.
El libro se divide en diez métodos o capítulos para lograr el cometido de Escrutopo, o de la supervisora: 
  1. Mantén a tu hijo dentro de casa todo el tiempo que puedas
  2. Nunca dejes solo a tu hijo
  3. Mantén a tus hijos alejados de las máquinas y sus operarios
  4. Sustituye los cuentos de hadas por tópicos políticos o modas
  5. Demoniza lo heroico y lo patriótico
  6. Quita importancia a todos los héroes
  7. Reduce todas las conversaciones sobre el amor a narcisismo
  8. Allana las distinciones entre hombre y mujer
  9. Distrae al niño con lo superficial y lo irreal
  10. Niega la trascendencia

Esolen teje su obra con innumerables anécdotas muy bien elegidas, muchas extraída de biografías de personajes famosos o desconocidos, y con frecuencia de su propia vida, pues nos asegura que él —gracias a su madre—, tuvo una “vida de niño”.
Lo que el autor busca en su libro es advertirnos acerca de la necesidad de salvar la cultura a través de la preservación y el cultivo de la imaginación de nuestros hijos. Y lo hace admirablemente bien, pues es una verdadera fiesta no solo para la imaginación hambrienta de los niños, sino también para nosotros mismos, que fuimos y finalmente somos esos mismos niños. La lectura atenta de cada capítulo puede incluso hacer que caigan las escamas de nuestros ojos, y podamos ver con claridad, por ejemplo, la gloriosa liturgia del cosmos creado que intenta ser apagada y oscurecida por el Gran Enemigo del Imaginación. Como enfatiza Esolen, su cometido consiste en la evisceración de casi todo lo que puede interesar a un niño en un primer momento, y en negarle la posibilidad de una fe superior. Esta (anti) cultura no se contenta simplemente con borrar la pizarra, o de clausurar de la mente de los niños, las virtudes clásicas, la revelación cristiana y las bellezas de un universo ordenado por Dios. Bajo la apariencia de una supuesta neutralidad o “racionalidad objetiva”, inculca tácitamente su propio credo de secularismo liberal, positivista y tecnocrático, un credo que es mucho más coercitivo, peyorativo, dogmático y de hecho supersticioso. Por lo tanto, el problema de hoy, como Esolen se esfuerza en demostrar, no es tanto que se les ofrezca a los niños la opción perversa de rechazar una herencia que sea realmente mejor para ellos; sino que está siendo sistemáticamente socavada la negación de la posibilidad misma de elegir aquello que los hará verdaderamente felices.
Junto al blog De libros, padres e hijos, este libro de Esolen es, definitivamente, una herramienta valiosa y en muchos casos necesaria, para la difícil y peligrosa tarea que tienen los padres de educar a sus hijos en el sombrío mundo contemporáneo. 


lunes, 16 de diciembre de 2019

La tercera caída


Uno de los apócrifo cristianos más antiguos es el llamado La cueva de los tesoros (Ciudad Nueva, Madrid, 2004). Escrito a comienzos del siglo III, narra las genealogías o completa de alguna manera el relato del Génesis. Allí se narra que cuando nuestros padres Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, vivían con su descendencia en lo alto de una montaña ubicada en las estribaciones del Edén. Caín y los suyos, en cambio, habitaban en la llanura. Todos los patriarcas, de Adán en adelante, antes de morir, reunían a sus hijos y les hacían prometer que nunca descenderían a la llanura ni se mezclarían con los hijos de Caín.

Algunas generaciones más tarde, los cainitas comenzaron a fabricar instrumentos musicales y se volcaron a la fornicación. “No tenían jefe ni guía, sino que únicamente comer, beber, la gula, la embriaguez, la música, los bailes, el juego diabólico y la risa, todo lo que satisfacía a los demonios, como el sonido de la pasión de los hombres deseando a las mujeres era su única ocupación” (p. 109). El ruido de las risotadas y la algarabía de los cainitas llegó a oídos de los hijos de Set, es decir, de los que permanecían en la montaña santa. Y algunos de ellos quisieron bajar a ver qué ocurría. A pesar de las advertencias y súplicas del patriarca Yérad, “Cien hombres gigantes descendieron. Bajaron y contemplaron a las hijas de Caín de hermoso aspecto, que sin pudor les tendían las manos. El fuego del deseo prendió en los hijos de Set, y las hijas de Caín al ver la belleza de los hombres se arrojaron sobre ellos como aves de rapiña. Profanaron sus cuerpos y los hijos de Set destruyeron sus almas a causa de la fornicación con las hijas de Caín. Cuando después de caer quisieron subir a la santa montaña, sucedió que las piedras de la montaña se convirtieron en fuego ardiente. Dios no permitió que subieran a aquella montaña santa…” (p. 110).
Este episodio se conocía en la sabiduría de los Padres como la “segunda caída”; la primera había sido la de Adán y Eva. Y este descenso provocó que todos los hijos de Set —es decir, nuestros antepasados—, tuvieran que abandonar las estribaciones del paraíso. “Salieron descendiendo de aquella santa montaña afligidos con gran dolor. Elevaron sus ojos hacia el Paraíso, se lamentaron y lloraron con pena…” (p. 118). Y es así que nosotros hemos venido a vivir en este “valle de lágrimas”, en esta tierra de dolor y aflicciones. 
Según este texto apócrifo, entonces, la causa de la segunda caída fue la fornicación. Y lo que yo me pregunto si no será también la causa de la tercera y definitiva caída de la humanidad, y del clero. (“La tercera es la vencida”).
No quiero extenderme demasiado sobre esta cuestión porque, como dice San Pablo, de estos temas “mejor ni se hable entre vosotros”. Sin embargo, creo que algunas reflexiones pueden hacerse:
1. Juan Manuel de Prada, de un modo insistente y muy claro en los últimos meses ha escrito en diversos medios sobre el peligro subterráneo de la pornografía. Sus artículos pueden encontrarse fácilmente en Internet. En uno de ellos, aparecido en el ABC, dice: “La pornografía es hogaño el «soma» que alivia la vida mostrenca y bajuna de la chusma; y quienes apacientan a la chusma saben cuán importante es el acceso libre a la pornografía para garantizar su alienación. Saben que el instinto sexual, sometido a constantes estímulos, se adueña de la voluntad del hombre y lo induce a comportamientos que destruyen su vida y la de quienes le rodean. Porque el consumo de pornografía provoca, aunque no se quiera reconocer, adicción. Y la adicción acaba traduciéndose en graves problemas de conducta que devastan la vida afectiva y familiar. E, inevitablemente, el adicto a la pornografía necesita ir intensificando sus estímulos, necesita recurrir a materiales pornográficos cada vez más explícitos y perversos, para obtener la misma excitación sexual del principio. A medida que se produce esta escalada, sobreviene su insensibilización: las fantasías sexuales que antes percibía como repulsivas o monstruosas poco a poco se van convirtiendo en algo aceptable, cotidiano, gustoso. Las aberraciones que antes le producían un repeluzno excitan cada vez más su curiosidad, van siendo asimiladas, legitimadas por la conciencia, que para entonces es ya incapaz de guiarse por otro criterio que no sea la satisfacción de los apetitos (conciencia roussoniana, convertida en un puro «instinto del alma»). El adicto a la pornografía siente la creciente necesidad de poner en práctica las aberraciones que ha conocido a través de la pornografía;…”. 
En resumen, la pornografía es no solamente una forma de esclavitud demoníaca sino que termina siendo el “soma” —en referencia al mágico remedio de Un mundo feliz de Huxley—, o el modo de alienación del hombre contemporáneo. Es decir, sin la pornografía, el mundo de hoy no resistiría porque es en ella donde encuentran refugio los hombres y mujeres a fin de escapar del inconfesable horror de la existencia actual. Y no creo que sea una exageración lo que digo, siguiendo a de Prada. El hombre contemporáneo no tiene alma; la cambió por la pantalla de su celular o de su ordenador. Su interioridad se trasladó a la pantalla, y esta alienación inhumana, que los convierten en esclavos a merced no solamente de sus vicios y tendencias sino de los demonios, encuentra su mejor y más poderosa expresión en la pornografía.
2. No se trata de abominar de este mundo moderno y de idealizar el pasado. La fornicación siempre fue un vicio recurrente de la humanidad e igualmente adictivo y peligroso, pero es un vicio que necesita disparadores que hasta hace algunas décadas, era difíciles de hallar y, en todo caso, eran de “baja intensidad”. Jorge Isaac, en su novela María, narra que el gran disparador de la fornicación de los adolescentes del valle del Cauca en la segunda mitad del siglo XIX, era reunirse cuando llegaba la diligencia que venía de las grandes ciudades para ver descender a las mujeres cuyos vestido se levantaban lo suficiente como para pispear el empeine de sus pies o incluso un poco más arriba. Hoy, un niño de diez años, tiene en sus manos un celular en el que puede ver de continuado, no solo la blanca pantorrilla de alguna señorita sino las perversiones más aberrantes. La intensidad de las imágenes o estímulos, repercute en la intensidad de la adicción. 
Según estadísticas que menciona de Prada, el 30% de las visitas a Internet corresponde a sitios de pornografía, lo cual en pocas palabras significa que una gran parte de la humanidad se encuentra esclavizada de este vicio, sin saberlo, y festejando con música y risotadas, como lo hacían los hijos de Caín.
3. Hablando con sacerdotes que ejercen su ministerio en diversas partes del mundo, me han comentado lo extendida que está la adicción entre los católicos, incluso entre los católicos “nuestros”, de aquellos que intentan llevar una vida piadosa. Y frente a esto no puedo más que renovar mi afirmación acerca del enorme daño que la Compañía de Jesús provocó a la Iglesia, pues fueron ellos, los jesuitas, a los que más tarde se unieron los ultramontanos, los que construyeron una etiqueta con el nombre jansenismo que comenzaron a pegar a todos aquellos que cuestionaban sus doctrinas particularmente laxas en cuestiones morales. Es de lectura imprescindible el artículo publicado recientemente por el blog Magnificat sobre el tema y recomiendo también la lectura del libro de Marguerite Tollemache, Los jansenistas franceses (Las Cuarenta, Buenos Aires, 2014). En definitiva, muchos de los que se autoperciben como tradicionalistas o buenos conservadores, con tal de no ser jansenistas, se permiten frecuentes “pecados de caballero”, no tienen reparo alguno en asistir a balnearios públicos a contemplar y ser contemplados en sus desnudeces, ni organizar fiestas de boda que son tan paganas y lascivas como la de cualquier hombre del mundo, o de utilizar continuamente lenguaje soez o frases de doble, o único, sentido. Todo sea para no caer en el jansenismo; y, mientras tanto, se pasean por las cornisas del vicio y de la esclavitud.
En resumen, quiero decir que en muchos ámbitos del catolicismo tradicional, con la excusa de no caer en el jansenismo, y porque es más fácil y populista por cierto, nunca se marcaron con suficiente intensidad las advertencias necesarias para evitar despeñarse en el lodazal de la pornografía. Y aquí debo hacer yo un mea culpa porque creo que los obispos y laicos españoles de hace algunas décadas a los que critiqué en un post publicado en octubre de 2011, tenían razón en decir y exigir lo que decían y mandaban.

Como dice el salmo (42, 7), Abyssus abyssum vocat, “Una sima llama a otra sima”… Y nadie mejor que Leonardo Castellani para explicar con una fábula el peligro y el horror de esta sima. Aquí pueden leer “El fango”, de su libro Camperas. 
¡Nos libre Dios de internarnos en la cañada!



miércoles, 11 de diciembre de 2019

Meditación ignaciana



Las entradas de Specola de los últimos días son inquietantes. Se trata de un blog que no solamente recoge la información más relevante sobre la Santa Sede que aparece en la prensa, sino que también su autor analiza las noticias como sólo puede hacerlo un agudo conocedor de los entresijos vaticanos. Allí se insinúa que el pontificado de Francisco está comenzando su agonía y como prueba de ello, se describe no solamente la debacle interna del pequeño estado, sino también un par de hechos que resultan elocuentes sólo para los conocedores expertos: el P. Fabián Pedacchio dejó de ser secretario privado del pontífice y regresó a su puesto de la Congregación de Obispos, en la que sería ascendido a secretario con la correspondiente consagración archiepiscopal, y sorpresivamente se desplazó al cardenal Filoni de Propaganda Fide y, en su lugar, se ubicó al filipino Tagle. Estos extraños movimientos estarían indicando que el Papa prepara su sucesión, o bien porque renunciará al pontificado —¡tendríamos dos papas eméritos!—, o bien porque presiente su cercana muerte.
A mí me cuesta mucho creer que Bergoglio, siendo un jesuíta hasta la médula, renuncie al poder. Es lo que le causa mayor placer y la razón última de su existencia, pero todo puede ser, sobre todo ahora que sus compañeros peronistas regresaron al poder en Argentina, quizás piense en retirarse a alguna casita construida durante el plan quinquenal de Perón, abrigado con aromas de choripanes y arrullado con el batir de bombos y tambores.
Preocupado por las lecturas specolares, dediqué mi diaria meditación ignaciana al tema: 
Composición de lugar: fije los ojos de mi imaginación en el balcón de la loggia de la basílica de San Pedro de donde vi salir al cardenal Renato Martino, protodiácono de Santa Romana Chiesa, a dar el anuncio de la gran alegría. ¿Qué podía decir? No tiene sentido disparar nombres, pero podemos reconocer tres tendencias entre los purpurados elegibles: la progresista, que es mayoritaria, la moderada, que languidece en pocos nombres y la conservadora, que apenas si tiene representación. 
Seguí ignacianamente con el juego de la imaginación, y puse nombres (y aclaro que no son vaticinios, sino simplemente un juego de la imaginación). El cardenal Martino podría anunciarnos que el próximo papa es Tagle —progresista—, Ouellet —moderado— o Sarah, conservador.
Reflexión: Pasé luego a recordar el estado crítico y real magnitud en el que se encuentra la Iglesia. No fue necesario señalar hechos. Todos los conocemos y los vemos a diario. Y cada vez resulta más evidente e innegable —esto no lo hubiese yo dicho hace dos años— que la causa más profunda de la ruina actual es el Concilio Vaticano II y su espíritu, o más bien el gas fosgeno que liberó y que impregnó a la Iglesia en cuestión de meses, la desfiguró y la está asfixiando. Mientras no se reconozca ese error cometido en los ’60 y su proliferación en las décadas posteriores, no hay esperanza alguna de restauración de la Iglesia. 

Primer punto: Sin duda alguna yo quisiera que el anunciado fuera un conservador, pero soy realista y la posibilidad resulta cada vez más lejana. El cardenal Burke no tiene chances. El cardenal Sarah está siendo promovido en los últimos tiempos, paseándolo de un lugar a otro y publicando varios de sus excelentes libros. Lo que me pregunto es si Sarah es mucho más que un buen y santo varón. Concretamente, si el cardenal Sarah fuera elegido, ¿tendría la capacidad de gobernar la Iglesia en la situación crítica en la que se encuentra? Los cardenales conservadores, ¿son capaces de meter mano donde hay que meterla? Yo he escuchado al cardenal Burke defender al Vaticano II…
Segundo punto: Si gana Tagle o cualquier otro progresista, seguiremos teniendo lo que hemos tenido en los últimos seis años: una Iglesia con olor a oveja, vieja y desdentada, que camina atarazada por los lobos hacia el degolladero que está ya próximo. Las preocupaciones de Su Futura Santidad seguirán siendo las mismas: el cambio climático, la madre tierra y la hermana ballena, los inmigrantes, el malvado capitalismo y la fraternidad universal, abrazado a los líderes de todas las religiones. Nosotros, los ínfimos, podríamos seguir en las periferias, casi desconocidos e ignorados, como despojos chalados de una Iglesia y de un mundo que pasaron definitivamente.
Tercer punto: Si gana Ouellet, o un moderado, estaríamos en problemas. La moderación de los moderados consiste en el fundamentalismo del Vaticano II. Como pensaban Juan Pablo II y Benedicto XVI, para reparar los innegables errores del Concilio es necesario más concilio; los males de la democracia se curan con más democracia, y los incendios se apagan con fuego… Un moderado sería un fundamentalista del Vaticano II, y en ese caso, estaríamos perdidos. Volveríamos a los tiempos juanpablistas, en que la Gestapo pontificia y episcopal se encargaba de vigilar a los extremistas, es decir, a nosotros, porque la virtud y la salud se encuentra en el justo medio.
Muchas veces he repetido en este blog que el problema central de la Iglesia es litúrgico; que sin la reforma litúrgica habría sido imposible que se propagara el gas asfixiante del Vaticano II y que, consecuentemente, mientras no se retorne a la liturgia tradicional de un modo claro y abierto, no hay esperanzas de restauración. No digo que esa medida sería suficiente, pero sí que es condición necesaria. 
Contemplación de la propia realidad: Y hay que ser sinceros: la situación en cuanto a la libertad para la celebración de la liturgia tradicional nunca ha sido mejor que con el Papa Francisco. 
Conclusión: Siendo realista y ante la imposibilidad, salvo milagro, que el próximo Papa sea un tradicionalista, lo mejor que puede pasarnos es que el elegido sea el cardenal Tagle o algún otro de su misma calaña.
Ramillete espiritual: Rezar diariamente un Avemaría a fin de que Dios nos libre de los moderados.


viernes, 6 de diciembre de 2019

Misericordia en San Luis


Desde hace algunos meses en los mentideros vaticanos se hablaba de la posibilidad del abrazo misericordioso a la diócesis de San Luis, y finalmente ocurrió.

La diócesis puntana era un viejo grano en Argentina y nadie había podido extirparlo. Las cosas, por otro lado, no siempre se hicieron bien, creándose conflictos absurdos y poniendo de ese modo en bandeja  la opaca ocasión de una visita apostólica, el abrazo misericordioso del papa Francisco.
Bergoglio es jesuita, es rencoroso y no olvida, nunca olvida. Y en Argentina, durante el pontificado de Benedicto XVI, se le clavaron varias espinas en el pie. Algunas eran más dolorosas y supurantes, y fueron las primeras en ser erradicadas. Repasemos:
1. Al cardenal le costó sangre, lágrimas y portazos en Roma que su protegido Tucho Fernández fuera aceptado como rector de la Universidad Católica Argentina. Apenas elegido al pontificado, lo nombró arzobispo in partibus.
2. El cardenal insistió en numerosas ocasiones en la nunciatura y en la Congregación de Obispos que eligieran obispo a uno de sus dirigidos, el P. Gustavo Zanchetta. Nunca lo logró. Pocos meses después de llegar al pontificado, él mismo lo hizo obispo de Orán. Y así le fue.
3. La enemistad entre el cardenal primado y Mons. Héctor Aguer era legendaria. Coció la revancha despacio, y ya vimos cómo despachó al arzobispo platense apenas cumplió los 75 años. 
4. Mons. Oscar Sarlinga, cuando escuchó al cardenal Tauran anunciar desde el balcón a Georgius Marius como nuevo papa, supo que tenía los días contados. Nunca le perdonó el intento de reemplazarlo en la sede porteña.
5. Desconozco las razones de la enemistad de Bergoglio con Mons. Alfredo Zecca, aunque me huelo que tenía que ver con los asuntos de la UCA. Lo cierto es que el suicidio o el asesinato de un cura fue la ocasión para misericordiarlo de su sede de San Miguel de Tucumán,
El caso de San Luis era otra espina. Bergoglio había apostado todas sus fichas a reemplazar a Mons. Jorge Lona, cuando llegase el momento de su jubilación en 2010, con Mons. Zecca. Había movido a todos sus contactos romanos, y de esto puede dar testimonio el P. Fabián Pedacchio, oficial de la Congregación de Obispos. En los pasillos de Puerto Madero se daba por seguro el episcopado de Zecca en la sede puntana. Pero se hicieron otros movimientos a espaldas del cardenal primado por parte de gente que —me consta—, arriesgó mucho, muchísimo, en la empresa, y finalmente el elegido fue Mons. Pedro Martínez Perea, que venía preparándose dese hacía mucho tiempo para encasquetarse la mitra. 
Era el obispo ideal para San Luis y era, además, un obispo conservador, que se puso enseguida y sin remilgos en ese bando, durante los buenos tiempos benedictinos. Baste decir que fue consagrado por Mons. Héctor Aguer. Eso era toda una definición.
No discutiremos aquí los aciertos y errores de Mons. Martínez en su episcopado. No los conozco y, aunque así fuera, no me corresponde hacerlo. Veremos en qué termina esta visita misericordiosa, aunque los antecedentes no auguran nada bueno.
Pero podemos sacar algunas conclusiones:
1. No me parece que la postura conservadora de Mons. Martínez haya sido la causa de esta visita. Como vimos, el papa Francisco tenía la espina clavada desde hace más de una década. En algún momento iba a querer sacársela, como hizo en los otros casos.
2. Esto no significa, sin embargo, que el conservadurismo del obispo puntano no haya tenido peso. Creo que lo tuvo, y mucho. El papa Francisco detesta a los conservadores línea media y, extrañamente, le caen simpáticos los tradicionalistas. Creo que debe ser este uno de los pocos puntos en los que coincido con el Santo Padre.
Se trata de esos obispos que estiman que con sotana y morados, sazonando con algo latín sus misas y citando a Santo Tomás es suficiente para solucionar la crisis de la Iglesia. Pero, a la vez, se llenan la boca con el Vaticano II, protestan permanentemente su fidelidad al Papa y persiguen sutil pero implacablemente a los tradicionalistas. 
En el caso de Mons. Martínez Perea, además, agrega una sorprendente tesis doctoral según la cual el magisterio ordinario del Sumo Pontífice sería infalible. Y resulta que además nos dice en su carta, que “cada uno puede decir ‘El Papa es mi obispo’". Disparate tras disparate. A beber tu propia medicina.
Insisto, la visita apostólica a la diócesis de San Luis responde a viejas espinas. Si el papa Francisco tuviera inquina al mundo tradicional, tendría hecho el campo orégano en Francia, en Estados Unidos o en Inglaterra. Su inquina, en este caso, son sus viejos rencores.

¿Será la última misericordiación en Argentina? Nadie lo sabe, aunque se comenta que la lista se completa con algún prelado deconstruido al oeste de San Luis.



lunes, 2 de diciembre de 2019

Zelig


Poco más de un años después de la elección al pontificado del cardenal Bergoglio, todos nos preguntábamos acerca de lo que había en el fondo de su compleja personalidad. Para muchos, ya comenzaba a asomar un cierto desequilibrio mental que explicaría actitudes que, de otro modo, eran imposibles de descifrar. Ludovicus, colaborador de este blog, lanzó varias hipótesis, y una de ellas era la hipótesis Zelig. Yo la retomé y completé en el libro Conversaciones vespertinas (el libro puede comprarse en formato Kindle (€ 2,99) o en soporte papel (€ 10,30) en Amazon). 
Habiendo hablado en los últimos meses abundantemente sobre Bergoglio y sobre el blog con personas de varios países que no terminan de comprender comportamientos tan extraños, creo que vale la pena insistir en la pista Zelig
Partamos de algunas afirmaciones antológicas del Santo Padre:
1. A comienzos de noviembre de 2019 se encontró con los miembros del Ejército de Salvación, y les dijo: “Recibí mi primera lección de ecumenismo hace muchos años, ¡yo tenía cuatro! cuando con mi abuela encontré a los miembros del Ejército de Salvación”. 
2. Los que leyeron el libro de Omar Bello El verdadero Francisco, recordarán los relatos acerca del sarcasmo que utilizaba con sus allegados para referirse al rabino Skorka, del que se dice tan amigo.
3. En 2013, reveló a los fieles de una populosa parroquia de las afueras de Roma que, en su juventud, había sido “patovica”, es decir, uno de los musculosos custodios de las puertas de un boliche, sin caer en la cuenta que en los años de sus juventud esa figura era inexistente.
4. En 2014, afirmó en una reunión con sacerdotes romanos que todos llevamos dentro un ladrón, y que él había robado, en el momento de su velorio, la cruz del rosario que tenían en sus manos el cadáver del P. Aristi, legendario confesor de la basílica del Santísimo Sacramento de Buenos Aires.
En pocas palabras, Jorge Bergoglio le dice a cada interlocutor lo que ese interlocutor desea escuchar, sin importarle que deba cambiar de discurso varias veces al día, y sin importarle tampoco el ridículo o las consecuencias que podrían acarrearle.
Todas estas son actitudes propias de Zelig, el personaje de la película de Woody Allen estrenada en 1983. El protagonista, Leonard Zelig, es un hombre que ha logrado fama mundial gracias a su singular capacidad de adoptar la personalidad de cualquier persona que se encuentre a su lado. Este insólito hecho es estudiado por la doctora Eudora Fletcheer (Mia Farrow).
La película está presentada como un documental rodado en blanco y negro y al estilo de los filmes de la década del ’30, en el que se sigue la vida y evolución terapéutica de Leonard Zelig y su habilidad camaleónica que le permite confrontar su identidad individual y la colectiva, y el desapego como medio para entrar a formar parte de manera complaciente en el núcleo de la masa social. Zelig afirma en la película: “Miento porque quiero caerle bien a todo el mundo”. Y el relator comenta: “Estaba loco por asimilarse”. Más aún, el proceso patológico de Zelig lo lleva a “adquirir gusto plebeyos”, y la película se cierra con el colofón: “Esto demuestra que lo puedes hacer si eres un psicótico total”.
¿No son similares a las de Zelig las actitudes del papa Francisco? Siempre está de acuerdo con su interlocutor circunstancial sin importarle que mañana deba decir exactamente lo contrario a otro interlocutor. En una de las entrevistas que le concede periódicamente a Scalfari se mimetizó con la postura del ateísmo humanista representada por el periodista italiano. Afirmó, entre otras cosas: “Y lo repito. Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe”, y “El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de hermandad”. Muy poco tiempo antes, y con el mismo proceso mimético, le había comentado a Mons. Bernard Fellay que había leído ¡dos veces! la biografía de Mons. Lefebvre escrita por Mons. Tissier de Mallerais, que le había hecho muy bien, y que guardaba una profunda admiración y reverencia por Mons. Marcel Lefebvre, el arzobispo francés representante del tradicionalismo en los últimos cuarenta años.
Durante su visita a Ecuador en 2015, el Sumo Pontífice expresó: “La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatura de la evangelización, sino evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios en la Iglesia, acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros”. Estas palabras fueron dichas en un contexto específico: en Quito, delante de delegaciones aborígenes, y luego de haber exaltado la independencia americana. Ellas significan, lisa y llanamente, la condena de la labor de los misioneros españoles que durante siglos dejaron su vida y su sangre en las tierras americanas. ¿Qué hicieron los jesuitas, franciscanos y dominicos? Proselitismo, tal como lo entiende el papa Francisco. Claro que atraían a los indígenas con su testimonio, pero también los atraían con el violín, como San Francisco Solano, y con la predicación del evangelio de Jesucristo. Esos millares de hombres admirables se acercaron ciertamente a los que se sentían alejados y a los más pobres, pero se acercaban para predicarles la Buena Nueva y para bautizarlos en el nombre de la Trinidad. Pareciera que el pontífice está aludiendo a una mera cercanía humana, de consuelo emocional y de promoción social. 
Veamos un último caso. Se trata de una sencilla anécdota que me fue referida por su mismo protagonista. Hace algunos años, cuando el cardenal Bergoglio ocupaba aún la sede porteña, un grupo de laicos de derecha le pidió que celebrara una misa en la catedral con motivo de un aniversario particular. El organizador del evento se encontró con el cardenal Bergoglio en la sacristía minutos antes del inicio de la celebración. Luego de un más que frío y distante saludo, le preguntó: “Decime quiénes están en la iglesia”. El joven le comentó quiénes eran, dando el nombre propio de aquellos más conocidos, y con referencias generales al resto. Eran todos dignos representantes del nacionalismo católico argentino. En la homilía, el cardenal habló como si fuera uno más del grupo de derecha que lo escuchaba, con sus mismas consignas y vocabulario común. Nadie podía salir de su asombro de que ese mismo prelado que se negaba a apoyar las marchas pro-vida o que boicoteaba las manifestaciones públicas contra la ley del matrimonio igualitario, pudiera tener un pensamiento tan claramente conservador. 
Por supuesto, no lo tenía. Era Leonard Zelig.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Deconstrucciones y microdeconstrucciones


Comentaba yo hace unos días el desacierto de Mons. Eduardo Taussig en participar de un encuentro universitario sobre la deconstrucción y, sobre todo, el desacierto de sus palabras que no hicieron más que dañar el ya ajado prestigio de la Iglesia y el suyo propio. Sin embargo, desacierto no siempre es error. Don Eduardo acertó al sostener que la Iglesia católica se encuentra en un intenso proceso de deconstrucción comenzado hace ya varios años. Balaam enalbardó a su burra y luego la vareó porque lo llevaba por donde no quería ir, aunque finalmente terminó salvándole la vida; creo que tampoco nosotros debemos hostigar a Mons. Taussig puesto que también él, haciendo y diciendo lo que hizo y dijo, nos ha enseñado una lección.

Considero que el Concilio Vaticano II marcó el inicio del gran proceso de deconstrucción de la Iglesia. Los papas Juan XXIII, Pablo VI y también Juan Pablo II —el gran Napoleón del Concilio—, quisieron voluntariamente “cambiarle el rostro” a la Iglesia y al hacerlo según lo había dictaminado la magna asamblea, la deconstruyeron, al menos en buena parte. No estoy afirmando que lo hicieran porque querían dañarla o protestantizarla, o porque fueran masones o judíos. No. Su intención era recta y creyeron que era eso lo que debían hacer. 
La Iglesia, desde la Reforma, había vivido en lento movimiento de retroceso que se aceleró con la Revolución Francesa. A mediados del siglo XIX, los papas se dieron cuenta que, a ese paso, en pocas décadas la Iglesia dejaría de ser la referencia mundial como lo había sido hasta entonces, con todo lo que implicaba ese puesto: desde la capacidad para llevar el Evangelio a todos los hombres y el magisterio moral y autoridad pastoral sobre millones de personas, hasta influencias, dinero y poder. La reacción frente a tal situación fue, como es natural, la de una frontal oposición. Los casos de Gregorio XVI, Pío IX y San Pío X son conocidos por todos. Pero más de un siglo después, cuando la Segunda Guerra Mundial había terminado, la intelligentsia de la Iglesia se dio cuenta que el mundo irremediablemente cambiaría de un modo radical y que la estrategia de oposición que hasta ese momento se había elegido no había dado resultados. Eligieron, entonces, cambiar de estrategia. La Iglesia ya no se opondría al nuevo mundo y a la nueva humanidad que renacía en los ’60 de las cenizas de la guerra, sino que lideraría el cambio. El patético discurso de Pablo VI ante la asamblea general de las Naciones Unidas de 1965, en el que proclamó a la Iglesia como “experta en humanidad”, es quizás la dramatización más elocuente de esa nueva estrategia. 
Cincuenta años después, vemos que la táctica elegida fracasó rotundamente, aunque el Papa Francisco se empeñe todavía en ella. Él es quizás el último y más dramático representante de la estrategia sesentista, con sus empeños muchas veces grotescos de liderar el “espíritu de los tiempos”, empecinándose en acaudillar el ecologismo, la inmigración indiscriminada y últimamente también, la oposición a la energía nuclear. 
Esta estrategia fracasada implicó necesariamente la deconstrucción de la Iglesia. Mucho antes que Jacques Derrida enarbolara la famosa palabrita, la iglesia católica ya era diestra en el proceso. ¿De qué otro modo si no puede calificarse la reforma litúrgica? Y no me refiero a lo que los padres conciliares pretendían, sino que a lo que efectivamente se hizo. Hace unos pocos días, el domingo 24 de noviembre, entré por la tarde a visitar la iglesia de Santiago de Cádiz, y me encontré con el espectáculo que pueden ver en este vídeo. Yo me pregunto si un gaditano como José María Pemán, o cualquier otro católico que haya vivido en los casi dos mil años que precedieron al Vaticano II, reconocería a este espectáculo como una misa católica. Si por el arte de alguna bruja hubiese yo entrado a esa bellísima iglesia con algún vecino de la ciudad de comienzos del siglo XX, ellos habrían jurado y perjurado que eso no era una misa y que el payaso que grita no era sacerdote y ni siquiera católico. ¿No se trata, acaso, de una deconstrucción?
Podrá objetarse que el ejemplo que traigo se refiere a la liturgia que según el (jesuítico) sentir de muchos, no es más que un aspecto accesorio de nuestra fe. Pero, ¿acaso no se ha deconstruido también el dogma? No se lo ha hecho de un modo espectacular negando verdades de fe, sino callando sobre ellas y humanizándolas. ¿Cuántos católicos creen verdadera y propiamente en la Santísima Trinidad, en la Encarnación del Verbo o en la Virginidad y Concepción Inmaculada de Nuestra Señora? Pienso que escasamente se cree en el pecado original, con lo cual se hacen casi innecesarios buena parte de los dogmas. Y si pasamos al ámbito de la moral, todos estaremos de acuerdo que muchos pecados —de hecho o de derecho—, hace mucho que dejaron de existir y ya nadie se preocupa de ellos, aunque ahora el pontífice reinante amenace con agrandar el decálogo incorporando algunas nuevas transgresiones a la ley divina.

Junto a estas deconstrucciones monumentales tenemos también un sinfín de microdeconstrucciones. Una de las últimas decisiones del progresismo mundial es el combate que se ha propuesto librar contra los micromachismos, es decir, contra algunos tipos de expresiones o actitudes que suelen pasar desapercibidas —violencia suave— pero que denotan actitudes machistas. Si observamos con cuidado caeremos en la cuenta que la Iglesia tiene también sus microdeconstrucciones.
Y pongo un par de ejemplos. Cualquiera que se dedique a visitar algunas de las grandiosas iglesias y catedrales que posee España, probablemente tendrá oportunidad de pasar por lo que llaman “sala del tesoro”, y verán allí tras las vitrinas, decenas de relicarios preciosos con la reliquias dentro. Yo pasé frente a la falange de un dedo de San Juan de Ribera, de un trozo del cráneo de Santa Apolonia y de un buen número de huesos de los mártires de Legión Tebana, entre otras muchas. Y junto a mi pasaban riadas de turistas que miraban con interés o apatía, y comentaban sobre las enormes riquezas que tienen los curas. Lo que resulta incomprensible es que las reliquias de los mártires y santos, que desde los primeros siglos fueron objeto de veneración por parte de los cristianos y en ocasiones especiales se exponían a la devoción pública, sean hoy, con la anuencia de obispos y deanes, expuestas a la curiosidad o al ludibrio de turistas y mirones. ¿No se trata, acaso, de una microdeconstrucción
Y ese mismo visitante que se ha paseado entre las reliquias, se paseará también frente a los monumentales coros de las catedrales y colegiatas, donde cantaban los canónigos diariamente el oficio divino. Esta especie —la de los canónigos—, fue exterminada por el Concilio Vaticano II, y si se conservan aún en algunas diócesis, han sido desposeídos de sus privilegios y convertidos en un cuerpo de la tercera edad. Pero no se trata solamente de haber acabado con una vistosa tradición medieval por la que algunos sacerdotes privilegiados vestían de morado o incluso usaban mitra sin ser obispos. Lo importante es que el cabildo era un cuerpo que balanceaba el poder de los obispos pues estaban exentos de su autoridad. Resulta curioso que los que se llenan la boca hablando de la novedosa sinodalidad que nos trajo el bendito concilio, no se den cuenta que se destruyeron los órganos de representación que tenía el clero frente a las curias episcopales, permitiendo que los obispos, en la actualidad, puedan hacer lo que se les antoja con sus curas. ¿No se trata, acaso, de otra microdeconstrucción?

En fin, que las afirmaciones de Mons. Eduardo Taussig acerca de la deconstrucción de la Iglesia terminaron, volens nolens, siendo ciertas, aunque en un sentido diverso al que él pretendía.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

¡Gracias de todos modos, diosecillo Bergoglio!

por Francisco Soler Gil

¡Ay! Cuánto tiempo hace que no volvía a sentarme en el sillón de Wanderer, y a disfrutar de su inteligente conversación... Es culpa mía, y tengo que reconocerlo de entrada, estimados lectores. Ocurrió simplemente que, conforme se prolongaba este pontificado esperpéntico, este vodevil romano-porteño, me cansé.


No es fácil seguir de cerca, día a día, las ocurrencias paridas en Roma. Se requiere un buen temple, un temple de acero, para ejercer de notario de los males que está provocando en la Iglesia el reinado biacefálico de Bergofari y Scalgoglio. Wanderer lo tiene, pero yo no. Así que preferí retirarme a mis libros, a mis clases, y al cultivo de mis rosales, procurando que ni un minuto más de tiempo fuera ocupado por los «okupas» actuales de la sede petrina.
No lamento esta decisión. Pero como uno, por más que quiera apartarse, vive en el mundo, no dejan de llegarme de tanto en tanto ecos de noticias... cosas del Tíber... rumores...
Y últimamente me ha llegado uno de esos rumores. Tal vez no sea cierto, pero suena tan absurdo que resulta difícil no darle crédito: Según he leído en no sé dónde, Bergofari y Scalgoglio andan planeando, a propósito de la ecología, regalar al pueblo fiel un par de nuevos pecados, que quedarán consignados no sé si en el Catecismo, o ya directamente en el Decálogo, que podría transformarse en Dodecálogo, a poco que quede algo de espacio al pie de las Tablas de la Ley.
«Un mandamiento nuevo, nos dio el Señor...», cantábamos en mi infancia en la iglesia. Y bueno, se podrá pensar lo que se quiera de la calidad de aquella canción, pero al menos el escritor del texto tenía claro que eso de promulgar mandamientos nuevos le corresponde a Quien le corresponde... Seguramente también lo tiene claro el «okupa», y tal vez sea por eso que se apresura a ejercer su divina potestad con este nuevo y gozoso arbitrio. ¡Un ramillete de pecados ecológicos! ¡Qué maravilla!
Las buenas intenciones son de agradecer, vengan de quien vengan. Y por eso, he decidido, por una vez, romper mi silencio sobre los asuntos eclesiales de nuestros días, para escribir estos párrafos de gratitud al biacefálico pontífice reinante. Sería realmente bonito contar con un par de buenos mandamientos ecológicos, que arrojaran estimulantes sombras de pecado mortal sobre acciones hasta ahora tan anodinas como tirar una botella de vidrio en un contenedor de basura normal, o emplear nuevas bolsas de plástico en cada compra del supermercado... ¡Qué picante podría resultar nuestra vida de míseros consumidores con el acicate de los pecados ecológicos y pachamámicos del genial porteño...
Lástima que la idea no vaya a funcionar. Porque para que los pecados ejerzan su efecto vigorizador se requiere fe en el Dios que los promulga, y en su capacidad para perseguir implacablemente al réprobo. Con Yahveh, Dios de los Ejércitos, no se gastan bromas. Pero con el diosecillo romano de turno, la cosa es muy distinta...
Por eso, me temo que en lo sucesivo tirar la basura donde no corresponde, o abusar del plástico y de los combustibles fósiles, seguirán siendo acciones tan rutinarias y anodinas como vienen siendo hasta ahora...

Pero en fin. Como decía más arriba, las buenas intenciones son de agradecer en cualquier caso. De manera que quiero dejar constancia aquí de mi reconocimiento por el gesto: No va a funcionar... ¡pero gracias de todos modos, diosecillo Bergoglio!

domingo, 24 de noviembre de 2019

Deconstruyendo


La semana pasada tuvo lugar en Mendoza un encuentro académico organizado por la universidad pública del lugar, denominado “Nuevo acuerdo social: momento para deconstruirnos”. No sería esto novedad. Para eso está la universidad, para discutir incluso lo indiscutible. Ya sabemos todos lo que significa la deconstrucción. Lejos quedaron los días en que Jacques Derrida la propuso, y ahora ha trascendido los ámbitos académicos para ser el concepto emblemático que expresa la tarea a la que está dedicado el progresismo cultural y político del mundo entero. De-construir significa des-armar o incluso destruir ya no sólo lo que a lo largo de miles de años construyó la civilización y el cristianismo, sino también lo que “construyó” la misma naturaleza. Se trata, por ejemplo, de “de-construir” el modelo de familia que fue “construida” suponiendo la existencia de un padre y madre. La nueva construcción reconoce diversos tipos de familias. O hay que de-construir la concepción binaria según la cual la humanidad se clasifica en dos sexos, para construir una sociedad en que se reconozcan todas las diversidades sexuales posibles que permite la curiosa ideología de género. O bien, hay que desconstruir la idea que los gobiernos están, entre otras cosas, para asegurar el orden de la sociedad, porque el concepto mismo de orden debe ser deconstruido, ya que fue elaborado por varones, blancos, europeos y pertenecientes a las clases sociales privilegiadas. Y podríamos seguir así un buen trecho. Si hay algo sobre lo que los cristianos deberíamos estar convencidos es que en estos momentos oscuros que estamos viviendo, el objetivo es tatar de impedir la deconstrucción del edificio de la civilización que llevó milenios levantar.
Lo notable de ese encuentro académico es que participó también un obispo. Se trata de Mons. Eduardo Taussig, ordinario de San Rafael, una pequeña diócesis del oeste argentino. Taussig es uno de los mejores obispos argentinos: sabe leer y escribir; es capaz de elaborar un discurso coherente,  maneja bien el castellano, sabe usar los cubiertos para comer y conserva la fe católica. Deberíamos darnos ya por satisfechos. Pera además, don Eduardo proviene de una familia porteña que se ha distinguido en la defensa pública de la fe, tiene un doctorado en teología conseguido en universidades romanas y ha estado en varias ocasiones de su vida vinculado al ámbito académico. Su problema, como el de la mayor parte de los prelados argentinos, fue que la elección del cardenal Bergoglio al pontificado lo descolocó. Salió huyendo de las alas protectoras de Mons. Héctor Aguer bajo las que había empollado su episcopado y trató de buscar su lugar en el nuevo escenario. Por supuesto, no lo encontró, pero hay que decir que lo intentó con empeño admirable, y que de tanto en tanto, le vuelven los ímpetus. No se resigna a que sus días acaben en las periferias eclesiales.
Como puede verse en la noticia, nuestro obispo tuvo que compartir la mesa, de igual a igual, con el representante de la comunidad LGTBQ+, con mujeres feministas, con una decana de izquierda y con algún que otro personaje con el que difícilmente podría llegarse a un acuerdo. Hay que decir que, por lo que deja ver la foto, Mons. Taussig se encontraba bastante incómodo y fastidiado en la reunión, y no es para menos, teniendo que escuchar lo que escuchó. Yo creo que no debería haber aceptado el convite y se habría ahorrado más de un disgusto, y más de una rabieta con sus sacerdotes y sus fieles que están justamente escandalizados y enfurecidos con su pastor.
Pero más allá de su cuestionable presencia en ese ámbito, es más cuestionable aún lo que dijo, pues Mons. Taussig se dedicó a mostrar que la Iglesia no se está quedando atrás en el proceso global de deconstrucción sino que, como una abanderada de los nuevos tiempos y“experta en humanidad”, en los últimos años se ha dedicado de-construir sistemáticamente su propio edificio por obra y gracia —ni que decirlo hay— del Papa Francisco. Según el reporte, el primer aspecto deconstructor tiene que ver con las acusaciones y denuncias sobre abuso sexual por parte de los miembros del clero. Yo no terminó de entender dónde radica tal proceso deconstructivo. ¿Será que la construcción previa suponía que todos sacerdote o religioso, por default, era un abusador? No lo creo. Pero el hecho es que el obispo explicó que “el papa Francisco se puso el problema al hombro, afrontándolo con toda decisión, realizando una purificación exigente y severa. Esto, hoy en día, permite afirmar que la Iglesia católica está liderando las medidas de prevención y erradicación de este flagelo…”. Frente a esta declaración, Mons. Taussig se salvó que no lo acribillaran a preguntas porque si justamente algo está haciendo el Papa Francisco, es encubriendo a los abusadores. Por dar solamente dos noticias de la última semana, el pontífice dio cobijo en el Vaticano creándole un puesto con sueldo de tres mil euros, a Mons. Zanchetta, acusado de abuso sexual y desfalco económico, y acaba de nombrar en un elevadísimo puesto de la Santa Sede a un sacerdote descubierto in fraganti mientras sobornaba a dos rumanos con doscientos mil euros para encubrir las prácticas sexuales sodomíticas de su obispo (y no de un sacerdote como se dijo en los medios de prensa). 
Siguió el obispo sanrafaelino afirmando que Francisco es el argentino más famoso e influyente del mundo, destacando que ha logrado desconfigurar la imagen del pontificado al rechazar lujos que eran exclusivos para él. Es este un argumento no solamente endeble sino que se cae a pedazos. Que Bergoglio sea el argentino más conocido e influyente del mundo, no quiere decir nada, o puede querer decir muchas cosas. Jack el Destripador fue en su momento el personaje más conocido de Inglaterra y tuvo también una notable influencia. Y en cuanto a deconstruir la imagen del pontificado, estoy de acuerdo en que no vendría mal bajarle un poco los humos al papado de Roma, pero no puedo acordar en que tal tarea se alcance porque se deje de usar un antiguo automóvil Mercedes Benz, la muceta, los zapatos rojos y algún chirimbolo más. Estos son cambios de maquillaje que han servido para ocultar la tiranía que actualmente se vive dentro de las murallas vaticanas. Pregúntenle si no al comandante de la gendarmería pontificia que recibió órdenes del mismo pontífice de allanar las oficinas de la Secretaría de Estado, y pocos días después el mismo pontífice lo despidió de su cargo por haber hecho lo que se le ordenó. O pregúntele a los obispos misericordiados, o lean el reporte diario de Specola, que conoce como pocos los pasillos apostólicos y dá cuenta del ambiente de terror soviético que se vive en ellos. Francisco, como Tancredi, el sobrino del Gatopardo, se dijo: “Cambiemos todo para que nada cambie”, e hizo unos cuantos cambios de maquillaje, que algunos ingenuamente tomaron como una deconstrucción del pontificado, cuando en realidad se dedicó a fortalecer y consolidar el poder pontificio.
El último signo deconstructivo que menciona Mons. Taussig parece más bien una broma. La “conversión ecológica” de la habla el Papa es un disparate que ninguna persona seria puede tomar en serio. La lucha contra el cambio climático liderada por una niña enferma manipulada por los poder fácticos es un grotesco que paga buenos réditos, y a ella se suma Bergoglio amenazando con sumar al decálogo un nuevo pecado contra la ecología.
Total que Mons. Eduardo Taussig se metió gratuitamente en la boca del lobo, no ganó absolutamente nada más que el repudio de sus fieles y de su clero y para peor, se convirtió en el hazmerreír de los claustros universitarios —y lo dice quien sabe de lo que habla—, donde se asegura por lo bajo y por lo alto, que sus palabras no hicieron más que confirmar el estado de irremediable postración intelectual por el que atraviesa la iglesia católica y su incapacidad no solamente ya para discutir, sino incluso para comprender a la sociedad contemporánea.


And yet…, yo creo que Mons. Eduardo Taussig tiene razón. La Iglesia se encuentra en un intenso proceso de deconstrucción, aunque él no haya acertado a explicitarlo correctamente. Y a este tema dedicaré la próxima entrada del blog.