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lunes, 31 de julio de 2023

Conversaciones

 



Una de las ideas con las que inicié este blog hace ya muchos años —más de dieciséis— fue plantearlo como un lugar de reunión de amigos en el que se discuten temas a partir de escritos más o menos breves. De allí la foto que lo identifica: dos sillones y dos vasos de whisky para alentar el diálogo. Los comentarios que dejan los lectores vienen a ser esa conversación tratando, entre todos, de iluminar un asunto que nos interese.

Los post que publiqué la semana pasada ocasionaron una buena cantidad de comentarios publicados, y otros tanto que no lo fueron por las razones que siempre aduzco. Y fueron, en general, comentarios muy buenos. Pero algos, particularmente interesantes, corren el riesgo de perderse en medio de la pila. Por eso, aquí señalo dos que me han parecido particularmente relevantes.

El primero, es un comentario al post Las dos Iglesias. Y señala un peligro que nos atañe a todos; a los que estamos de un lado y a los que están del otro, y nos obliga a aguzar la mirada para juzgar mejor la realidad:


La Iglesia siempre es una en Cristo; y sólo Él sabe perfectamente quiénes están dentro o fuera de ella. Es decir, quién esta justificado realmente, que es estar en la Verdad.

En todo caso, más que dos iglesias, quizás sería mejor hablar de la aparición de dos tipos de creyentes que reclaman su pertenencia a la Única Esposa: los optimistas ciegos y los realistas acediosos, con todas sus variantes. Y dentro de este amplio espectro, en algún lugar caemos todos. Nótese que no se trata, al menos en primera instancia, sobre discusiones dogmáticas o la Verdad revelada. Se trata sobre la percepción de la realidad y los estados de ánimo involucrados.

El demonio, que en este campo es un gran dialéctico, excelente táctico y pésimo estratega, carga por estribor y babor, ayudado de nuestra estupidez.

El problema de hacer demasiado énfasis en la “iglesia del silencio”, “la verdadera”, “el resto fiel” etc, es que no podemos dejar de pensarla, por humanos, en el contexto de cierta idea de institucionalidad, lo que conlleva las lógicas y temerarias pretensiones de pertenencia. 

Podremos presumir de estar en ella; pero certeza objetiva, cada vez será más difícil. Y quizás ésta sea la prueba final: que Dios oculte su rostro a todos por un tiempo.

La ideologización de la Fe está a la vuelta de la esquina de esta presunción. 

El mal de la “religión que se vuelve exterioridad”, sobre el que Castellani nos advertía como raíz del fariseísmo, bien puede campear entre los oficialistas optimistas como entre las catacumbas realistas de los autopercidos “resto fiel”.

Y es que, como decía Peguy, ya “el frente está en todas partes”.

Valga esto para los “encasilladores seriales”, para quienes la realidad es muy simple de comprender y más simple de resolver, y pretenden que el prójimo acierte en el obrar cuando ellos tampoco saben el cómo. 


El segundo es autoría de un sacerdote, y se refiere al segundo post de la semana pasada titulado Punto de no retorno. Fue un escrito pesimista, desde el punto de vista humano, con respecto al futuro de la Iglesia. El comentario matiza esa mirada, y pone en duda lo que yo afirmo. Y quien lo escribe, conoce el paño como no lo conozco yo. Y por eso, me parece interesante escucharlo:


Yo creo que sí, hay vuelta atrás. En Argentina ni siquiera el episcopado está unido, a pesar de ser todos acomodados por Francisco. Entre ellos se comen.

“La unidad hace la fuerza”. Y no la tienen.

Es vox populi, por ejemplo, que el obispo de San Luis, fue un poco cacheteado por Francisco en su último encuentro. Su relación con sus hermanos obispos no es buena, más que para caretear y ni siquiera eso. Y así varios de ellos. 

Una muestra de eso fue la poca concurrencia de obispos a las toma de posesión de García Cuerva.

Entre ellos saben que cuando Francisco muera, nada de esta locura (al menos en Argentina) se va a poder seguir sosteniendo. 

Los laicos se han cansado. Y hasta los más progresistas están decepcionados. Hasta ellos inocentemente escriben al Papa quejándose; otros, más astutos, escriben a la Nunciatura. Los obispos le temen al archivo de Nunciatura porque ahí todo queda guardado… así está jugando de local el Papa.

Por eso yo estoy convencido que toda esta gente se muere con Francisco (al menos en Argentina).

La mentira no se va a poder seguir sosteniendo. Gobiernan en la mentira, y la mentira es la que nos hace tropezar y caernos sobre un pozo que nosotros mismos vamos cavando. En realidad, ni ellos se creen a sí mismos. Viven desesperados y constantemente intentando mostrar algo que no son, que no tienen y que no pueden “construir”.

Después de todo, cómo decía un hermano sacerdote en una cena fraterna: “La realidad tampoco cambia mucho. Mañana será otro día y nos vamos a despertar, habrá que rezar laudes, el oficio, tomar unos mates, atender gente y celebrar los sacramentos”.

La vida continúa mientras ellos viven infelizmente, porque a todo esto, ¿creen que ellos pueden ser felices?


viernes, 28 de julio de 2023

El sucesor de Tucho en La Plata: Mons. Gabriel Mestre

 


Todo se apresura en el pontificado de Francisco. Alguna razón habrá para tantas prisas. 

Lo cierto es hoy se conoció que fue nombrado el sucesor de Mons. Víctor Fernández en el arzobispado de La Plata. Se trata de Mons. Gabriel Mestre, hasta ahora obispo de Mar del Plata. 

Y como un video vale más que mil palabras, podemos hacernos una idea del nuevo rectado y pudoroso pontífice y pastor platense; sobre todo de su modestia corporal.

jueves, 27 de julio de 2023

Punto de no retorno

 


Hace nueve años escribí un breve post sobre lo que experimenté cuando el 13 de marzo de 2013, sentado frente al televisor, vi asomarse a la loggia de San Pedro al nuevo Sumo Pontífice: Giorgius Marius [y también relataba allí una premonición que, afortunadamente, no se cumplió y confirma que no soy profeta]. Varios lectores enviaron comentarios con el relato de experiencias similares que conducían todas ellas a una certeza: ha comenzado el fin; Bergoglio será el Gran Entregador. 

Con el paso de los años maticé con la razón lo que había surgido inesperadamente, a la vista de una imagen televisiva, de la emoción ¿o de la intuición? Pensé que el sentido común del establishment eclesial, que el instinto de supervivencia y que el grupo de jerarcas conservadores, viendo el desastre que Francisco estaba produciendo en la Iglesia, reaccionarían de alguna manera. No lo harían con la intención de mantener la tradición, ni el latín y ni siquiera el dogma. Lo harían —pensé— al menos por un sentido de institucionalidad. Por eso, hasta hace poco, conservaba un moderado optimismo acerca de lo que podía ocurrir en el próximo cónclave y abrigaba alguna esperanza sobre una cierta aunque débil restauración en el próximo pontificado.

Sin embargo, algunos sucesos de las últimas semanas me han hecho abandonar esa postura. Me parece, y creo que es un tema interesante para discutir, que ese relativo optimismo con respecto al futuro de la Iglesia una vez que muera Bergoglio no es más que un acto voluntarista, un anhelo sin fundamento in re; un wishful thinking, como dirían los ingleses.

En primer lugar, el sínodo sobre la sinodalidad es un signo muy evidente de que estamos ya en un punto de no retorno, más allá de los resultados que allí se obtengan, aún cuando no pasara nada una vez terminada esa asamblea. El solo hecho de que la Iglesia permita y propicie una reunión con la densidad institucional que posee un sínodo, en la que se pretenda discutir temas que buscan modificar directamente la fe y la moral según nos fue transmitida por los apóstoles y sostenida por todos los padres y maestros, es signo rotundo de que algo muy profundo se ha quebrado; una buena parte, muy buena parte diría, de la jerarquía ya no tiene fe. Para ellos, la Iglesia no es más que una organización más entre tantas otras, y todo lo que ella pensó y enseñó sobre sí misma no son más que fábulas propias y comprensibles de tiempos pasados, pero absolutamente insostenibles en la actualidad. 

En segundo lugar, los últimos nombramientos de Francisco —Mons. Fernández en Doctrina de la Fe, los nuevos arzobispos de Buenos Aires, Madrid y Bruselas— y la elección de los nuevos cardenales es también un punto de quiebre. En la mayor parte de los casos se trata de personas que rondan los sesenta años y pertenecen a la peor línea teológica, si es que el lugar donde se ubican puede considerarse aún teológico, o católico. Eso significa que tienen por delante veinte años para continuar haciendo daño desde sus elevadísimos puestos y socavando la fe residual que quedará en la Iglesia luego del pontificado de Bergoglio.

Pero hay todavía una cuestión más grave, y es la falta de reacción de quienes debían reaccionar. Salvo algunas voces —el cardenal Müller, Mons. Strickland y quizás alguno más— ninguno de los pastores que tienen como obligación proteger al rebaño; ninguno de los cardenales que tienen como oficio acompañar y aconsejar al Papa, ha dicho algo frente a la gravedad de lo actuado por Bergoglio. Éste, eliminado ya Benedicto XVI que actuaba como una suerte de katechon, se ha lanzado abiertamente a su obra de entregar a la Esposa de Cristo a los reyes de la tierra a fin de que forniquen con ella.

Y un último argumento. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y dicen también que la mirada y el rostro son la expresión del alma. Los invito a ver este breve video con la procesión de entrada de los obispos argentinos en la misa de toma de posesión del nuevo arzobispo de Buenos Aires. Creo yo que, aún si el próximo papa fuera San Gregorio o San León, nada podría hacer. La gracia, para actuar, supone la naturaleza. La comparsa de mitrados que apacienta la grey argentina —y que debe ser bastante similar a cualquier otra runfla episcopal francisquista— carece del sustrato natural para una renovación de la Iglesia en la fe católica. 

        Cuando se produce una hemorragia severa que ocasiona una gran pérdida de sangre para una persona, aún cuando sea asistida y se le transfunda sangre rápidamente, las reglas que gobiernan la hemodinámica indican que muchas veces es tarde: el enfermo muere irremediablemente aunque tenga a su lado al mejor hemodinamista del mundo con litros de sangre a su disposición. Hay un punto de no retorno. Sólo un milagro puede salvarlo.

Si la nuestra fuera una esperanza mundana y esperáramos que nuevamente la Iglesia institucional abrazara la fe apostólica y volviera a su pompa y esplendor de siglos pasados, este panorama sería desolador. Pero no es esa nuestra esperanza. No era esa la esperanza de los primeros cristinos. Ellos la expresaban con una sola palabra: Maranatha!

lunes, 24 de julio de 2023

Las dos iglesias

 



La semana pasada, un lector del blog dejó un interesante comentario. Decía:

Pero qué misterio el que artículos como éste aún sean escritos cuando el 95 / por ciento de los fieles no se plantean ni por asomo estos problemas para nosotros existenciales. De mañana trabajo en una institución católica y de noche leo The Wanderer. El cortocircuito es absoluto: ¿cuál de los dos mundos es el verdadero? El de la mañana es rosadito, esperanzador, ajeno a cualquier conflicto de fe o curial. Viven de una iglesia de la alegría, en buena fe, donde trabajo rodeado de gentes generosas y algunas religiosas muy piadosas. Se respira virtud y paz. Qué misterio Mi Señor!!!!¡

La situación planteada es real. Los que advertimos la deriva catastrófica que ha tomado la Iglesia desde hace algunas décadas y que se ha agudizado hasta lo impensable en el pontificado de Francisco, somos pocos, muy pocos. El comentarista nos asigna con generosidad excesiva un 5% del total de los católicos. Creo que somos muchos menos. La enorme mayoría vive en el mundo rosado donde todo está más que bien y ya sabrán nuestros señores obispos y el señor papa de Roma lo que más conviene a la Iglesia. Y, como también se afirma en el comentario, la gran mayoría de esos católicos son buenas personas, piadosos a su manera, creen en Dios, practican las virtudes y están animados por los mejores deseos para sus hermanos y para la misma Iglesia. Podremos aducir con razón que buena parte de estos aspectos positivos están sostenidos en una mera emotividad; la misma que los llevó a aceptar sin cuestionamientos la comunión de los divorciados (“¡Pobres! Tienen derecho a rehacer sus vidas”) y los llevará a aceptar la bendición de parejas homosexuales (“¡Son tan buenos y se quieren tanto!”). Pero, ¿son ellos los culpables? Sería para discutir. Como dice el refrán, “La culpa no es del chancho sino de quien le da de comer”. Tengo mis serias dudas, en cambio, sobre la mirada positiva del comentarista sobre las “religiosas muy piadosas”. No sé si será por influencia de Castellani, pero creo que las monjas son una especie del género femenino sumamente peligrosa para los demás y para sí mismas. 

Pero es el interrogante de fondo del comentario el que merece una reflexión: “¿Cuál de los dos mundos es el verdadero?” ¿El rosado o el caliginoso? ¿El del 95% o el del 5%? Afortunadamente, los lectores del blog no son propensos a creer en las fantasías de la democracia y la razón automática de las mayorías, y sabemos, porque nos fue dicho y enseñado, que en algún momento de la historia serán muy pocos, casi insignificantes, aquellos que conservarán la fe. El problema no es el número. El problema es por qué algunos vemos —y tenemos certeza de lo que vemos— lo que otros no ven. En realidad, la pregunta debería ser planteada al revés, puesto que nosotros tenemos la certeza que nos aporta la aplastante evidencia. ¿Por qué los otros no ven la evidencia? Y ese es el gran misterio, como indica el comentarista. Porque no se trata de ver algo escondido o una verdad a la que se llega luego de complejos razonamientos teológicos. No. Se trata simplemente de ver lo evidente, lo cual es tautológico, porque justamente por ser evidente (ex-videre), salta a la vista, no puede ser negado. Debe, necesariamente, ser visto.

Creo yo que una buena parte no la ve sencillamente porque no la quiere ver; es decir, por un acto de voluntad positiva. Es el caso del mundo conservador y juanpablista. Tengo contacto frecuente con amigos pertenecientes al Opus Dei, en todos sus estratos y en todas sus edades, y es imposible hablar con ellos de la “crisis de la Iglesia”. De esos temas no se habla, y cuando se les muestra, casi de prepo, lo que está ocurriendo, la reflexión más audaz que se conseguirá de ellos será decir: “Son las miserias de la Iglesia”. Con eso arreglan todo, incluida su conciencia, y siguen sonriendo en este mundo de parabienes. Y la situación es similar en todo el resto del universo conservador: Legionarios (con más que honrosas excepciones); Fasta, IVE, Schönstatt, y probablemente también kikos y carismáticos, y hanukas y toda la barahúnda que seguramente dentro de algunas semanas invadirá Lisboa. [Hay excepciones, por cierto, como la muy notable del P. Santiago Martín que, en su último video, lanza un durísimo ataque la Vaticano II y los curas concliares].

Pero otro grupo, seguramente el mayoritario, no lo ve porque no puede verlo, ya que no tiene capacidad para hacerlo. Son aquellos a quienes inadvertidamente les cambiaron la Iglesia, y para ellos, ser católicos, es vivir en ese mundo siempre rosado, donde todo se resuelve con “toma mi mano hermano” y les parece la cosa más normal que la Iglesia se adapte continuamente a las ondulantes modas y exigencias del mundo. Son aquellos que se sienten cómodos en las misas transformadas en shows de guitarras y bombos, en las que la eucaristía no es más que el pan compartido de la comunidad y en parroquias donde en la catequesis se dejó de enseñar las verdades de la fe para entrenar a los niños en ser buenos hermanos de todos los hombres. En pocas palabras, son lo “católicos” que viven en la iglesia que se fundó en el Concilio Vaticano II y que, así como un católico nacido hace un siglo no reconocería como católica una misa de la actualidad aunque sí reconocería una celebrada hace un milenio, estos nuevos católicos no sólo no reconocerían como católica una misa de 1960, ni a un catecismo ni a un devocionario de esos años, sino que afirmarían con convicción pertenecer a otra fe, renegando de la enseñada por los apóstoles.

Hesito y trepido al escribir las líneas que siguen, pero lo cierto es que el misterio que señalaba el lector no es tan misterioso. En realidad, lo más lógico es que “el cortocircuito sea absoluto”, porque : “¿cuál de los dos mundos es el verdadero?”. Ambos lo son. El problema está en nosotros que seguimos considerando que ambos mundos son un solo mundo y deberían ser similares. Ante nosotros aparecen dos iglesias, con dos liturgias completamente distintas, dos teologías completamente distintas, con dos símbolos interpretados de modos completamente distintos, con dos morales completamente distintas, y podríamos seguir señalando distinciones. El pontificado de Bergoglio no ha hecho más que decantar lo que se inició con el Vaticano II y —seamos honesto—, se potenció con el larguísimo mandato de Juan Pablo II. 

Pareciera que ya es delinean con claridad las dos iglesias con un mismo papa confuso para ambas; una, la iglesia de la publicidad y vendida al mundo; otra, de apenas un puñado de fieles, la Iglesia de las promesas: 

Puede haber dos Iglesias, la una la de la publicidad, Iglesia magnificada en la propaganda, con obispos, sacerdotes y teólogos publicitados, y aun con un Pontífice de actitudes ambiguas; y otra, Iglesia del silencio, con un Papa fiel a Jesucristo en su enseñanza y con algunos sacerdotes, obispos y fieles que le sean adictos, esparcidos como «pusillus grex» por toda la tierra. Esta segunda sería la Iglesia de las promesas, y no aquella primera, que pudiera defeccionar. Un mismo Papa presidiría ambas Iglesias, que aparente y exteriormente no sería sino una. El Papa, con sus actitudes ambiguas, daría pie para mantener el equívoco. Porque, por una parte, profesando una doctrina intachable sería cabeza de la Iglesia de las Promesas. Por otra parte, produciendo hechos equívocos y aun reprobables, aparecería corno alentando la subversión y manteniendo la Iglesia gnóstica de la Publicidad.

Julio Meinvielle, De la cábala al progresismo,  Salta: Editora Calchaquí, 1970.


viernes, 21 de julio de 2023

Benedicto, el katechon de Francisco, según Sandro Magister

 


Hablábamos, al inicio de esta semana, de la aceleración de la maldad de Francisco. Sandro Magister, en su blog,  hace una síntesis y análisis de eso mismo.


La muerte de su predecesor Benedicto XVI, a finales de 2022, fue para el papa Francisco como la desaparición del “katéchon”, del dique que le impedía mostrarse plenamente.

De esto dan testimonio los actos de gobierno que ha anillado en los últimos meses, a un ritmo apremiante.

El último es el anuncio de 21 nuevos cardenales, 18 de los cuales están en edad de cónclave. No aparecen en la lista ni el arzobispo de París ni el de Milán, este último con seis años en el cargo. Pero, sobre todo, no está el arzobispo mayor de la Iglesia greco-católica de Ucrania, Sviatoslav Shevchuk, también culpable de haber dicho abiertamente todo lo que juzga que está mal en el trabajo de Francisco con respecto a la guerra en curso.

En la lista aparecen dos jesuitas, el obispo de Hong Kong, Stephen Chow Sau-Yan -de regreso de un viaje oficial a Pekín que para el Papa vale más que las humillaciones sufridas a manos del régimen con las recientes incardinaciones de dos obispos sin el debido consentimiento previo de Roma- y el arzobispo de Córdoba, en Argentina, Ángel Sixto Rossi, muy leal a Jorge Mario Bergoglio desde los años en que el futuro Papa fue provincial de la Compañía de Jesús, en marcado contraste con la mayoría de sus cofrades.

Luego está el arzobispo de Juba en Sudán del Sur, Stephen Ameyu Martin Mulla, indemnizado con la púrpura por el ataque que sufrió cuando se instaló en la diócesis en 2019, por parte de opositores de diferentes tribus, quienes también lo acusaron de actos inmorales.

Y hay también dos nombramientos deliberadamente contrarios a las orientaciones conservadoras de los respectivos episcopados nacionales: en Sudáfrica, el arzobispo de Ciudad del Cabo, Stephen Brislin, de piel blanca e ideas similares a las del “Camino sinodal” alemán; y en Polonia, Grzegorz Rys, arzobispo de Lodz, la misma diócesis de la que es originario el cardenal limosnero del Papa, Konrad Krajewski, su amigo íntimo. Rys es una de las raras voces progresistas del episcopado polaco, mientras que Cracovia se queda sin la púrpura, gobernada por un sucesor de Karol Wojtyla de orientación opuesta.


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Pero el nombramiento que más impresionó no es el del argentino Víctor Manuel Fernández  como cardenal, muy previsible, sino la previa asignación a él del cargo de prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

De hecho, aquí Francisco logró lo que nunca se había atrevido a hacer en vida de Joseph Ratzinger. Es decir, el nombramiento en el rol clave que fue el del gran teólogo alemán y posterior Papa de un personaje que es todo lo contrario.

Es suficiente decir que su penúltimo antecesor en el mismo cargo, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, acusó hace años a Fernández de nada más y nada menos que de “herejía”, por las tesis poco concluyentes que defendía. Pero el papa Francisco no se molestó en lo más mínimo. En efecto, había nombrado prefecto para la Doctrina de la Fe primero a Müller y luego a Luis Francisco Ladaria Ferrer, ambos de impecable ortodoxia, pero para él esto era sólo un tributo obligado a Benedicto XVI que aún vivía. Poco le importaba lo que ellos decían y hacían, incluso, en ocasiones, contradiciendo descaradamente sus sentencias, como, por ejemplo, el veto puesto por Ladaria a la bendición de las parejas homosexuales. Siempre fue Fernández quien le escribió los documentos clave del pontificado, “Evangelii gaudium” o “Amoris laetitia”, incluso copiando pasajes enteros de sus ensayos anteriores.

Y ahora le toca a él, Fernández, hacer “algo muy diferente” respecto a sus antecesores, según la insólita carta con la que el Papa acompañó su nombramiento: concluir con “los tiempos en los que más que promover el saber teológico se buscaban posibles errores doctrinales”, dejar que el Espíritu Santo produzca la “armonía” de las más distintas líneas de pensamiento, “más eficazmente que cualquier mecanismo de control”. En definitiva, el triunfo de ese relativismo que fue el enemigo número uno del teólogo y Papa Ratzinger.


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Otros nombramientos significativos: los de los participantes en el próximo sínodo sobre la sinodalidad. Entre los obispos elegidos por las conferencias episcopales se destacan los cinco de Estados Unidos, todos de carácter conservador, lo que sin embargo Francisco ha remediado añadiendo de su elección a los cardenales mucho más cercanos a él -Blase Cupich, Wilton Gregory, Robert McElroy, Joseph Tobin y Sean O’ Malley-, más el arzobispo Paul Etienne y el muy activo jesuita James Martin, el poeta, este último, de esa nueva moral homosexual que también figura entre los objetivos declarados del verdadero director del sínodo junto al Papa, el cardenal Jean-Claude Hollerich, relator general de la asamblea.

Entre los “testigos” sin derecho a voto, Francisco incluyó también a Luca Casarini, el activista no global al que ha elogiado repetidamente como héroe del rescate de los migrantes en el Mediterráneo, más recientemente en el Ángelus del domingo 9 de julio.

Pero además de los elegidos, también ocupan titulares aquellos a quienes Francisco excluyó de participar en el sínodo, incluidos los titulares de todos los cargos vaticanos que se ocupan del Derecho.

El primero de los excluidos es el cardenal Dominique Mamberti, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica y hasta hace poco, por estatuto, también presidente del Tribunal de Casación del Estado de la Ciudad del Vaticano, junto con otros dos cardenales miembros del Tribunal supremo, todos juristas y canonistas de probada competencia.

Pero en la primavera de este año, Francisco promulgó una nueva ley fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano y cambió por completo los criterios para nombrar a los miembros del Tribunal de Casación, reservándose la elección de cada uno.

¿Y quiénes son los cuatro cardenales nombrados por él? Como presidente de la nueva corte el estadounidense Kevin J. Farrell y como integrantes los italianos Matteo Zuppi, Augusto Lojodice y Mauro Gambetti, ninguno de los cuales tiene la más mínima competencia jurídica. Gambetti, por ejemplo, ha brillado recientemente, más bien, por el clamoroso fiasco de un espectáculo presuntuoso con cantantes y una treintena de premios Nobel traídos de todo el mundo en nombre de la fraternidad, en una Plaza San Pedro desoladamente vacía.

Entre los estudiosos del Derecho Canónico, la nueva ley fundamental promulgada por el Papa fue recibida de inmediato con severas críticas. Pero se sabe que Francisco no tiene el más mínimo respeto por el estado de derecho, dado que hasta ahora ha manipulado, por ejemplo, el juicio en curso en el Vaticano por la malversación del edificio de Londres. O como ridiculizó al cardenal Giovanni Angelo Becciu, mucho antes de ser legalmente juzgado y sin siquiera decir por qué.


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Volviendo al nombramiento de Fernández, cabe añadir que este último declaró de inmediato que no era competente para tratar casos de abusos sexuales que se encuentran entre las principales tareas del Dicasterio que se le encomendó, y que había advertido al Papa al respecto en su momento, pero que le habría dispensado de ocuparse de tales casos en el futuro, dejando esta tarea a los especialistas del mismo Dicasterio.

No solo eso, Fernández también admitió que había actuado en forma deficiente, siempre por falta de preparación, al tratar un caso de abuso como obispo de la arquidiócesis de La Plata.

¿Pero los abusos sexuales no han sido declarados muchas veces por el papa Francisco como un tema capital para la Iglesia? Entonces, ¿por qué confiarlos a la responsabilidad de un incompetente?

Está constatado que sobre el caso más espinoso y aún sin resolver, el del jesuita Marko Ivan Rupnik, fue el mismo Francisco en persona quien extendió una cubierta protectora, revocando primero en el espacio de unas horas la excomunión que la Congregación para la Doctrina de la Fe había impuesto al jesuita, y provocando luego que la misma Congregación archivara por prescripción un proceso posterior.

Después le tocó a la Compañía de Jesús abrir una nueva investigación contra Rupnik, corroborada por numerosas denuncias nuevas, todas juzgadas creíbles en el primer examen. Sin embargo, el jesuita evitó siempre esta investigación, hasta que fue expulsado de la Compañía y entonces se encontró aún más libre que antes, a la espera de ser incardinado en la diócesis de un obispo amigo, y siempre bajo el escudo del Papa.


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Considerando también las decisiones menores tomadas por Francisco en los últimos meses, se encuentran allí algunas reveladoras.

Por ejemplo, la creación de una Comisión de nuevos mártires y testigos de la fe, católicos y de otras confesiones cristianas, prácticamente cedida por el Papa a la ya omnipresente -en el Vaticano- Comunidad de San Egidio, con el fundador Andrea Riccardi como vicepresidente, con el secretario Marco Gnavi, párroco de la basílica de Santa María en el Trastevere, y entre los miembros Angelo Romano, rector de la basílica de San Bartolomeo all’Isola, epicentro de la recién formada comisión, y el profesor Gianni La Bella, todos pertenecientes a la Comunidad.

O el inesperado nombramiento de Michele Di Tolve como rector del romano Pontificio Seminario mayor y obispo auxiliar de Roma, hasta ayer párroco en Rho y antes, desde 2014 a 2020, rector del Seminario Mayor arzobispal de Milán.

Curiosamente, las credenciales de Di Tolve como rector del seminario están lejos de ser brillantes. Durante su rectorado en la arquidiócesis ambrosiana el número de seminaristas se desplomó y sus métodos de gestión fueron muy criticados. Una erudita investigación estadística sobre el futuro del clero milanés produjo predicciones desastrosas.

Pese a ello, Francisco lo quiere en Roma como rector y obispo. Y explicó el por qué el pasado 25 de marzo, en una audiencia en el Vaticano a los fieles de las parroquias de Rho. Con estas textuales palabras:

“Os saludo a todos y en particular a monseñor Michele Di Tolve, vuestro párroco, a quien conozco desde hace muchos años y a quien agradezco sus palabras. Lo conocí apenas fui nombrado cardenal: había ido a visitar a una prima mía y ella me habló de un vice párroco excepcional que tenían allí, ‘¡Mira, ese cura trabaja!’. – ‘¿Ah, sí? Preséntamelo, pero no le digas que soy cardenal’ – ‘No, no se lo diré’. Me quité el anillo, llegamos al oratorio y él iba de un lado a otro, moviéndose como un bailarín con todo el mundo. Así fue como le conocí. Y así ha permanecido toda su vida: uno que sabe moverse, no espera a que las ovejas vayan a buscarle. Y como rector del seminario hizo mucho bien, a los chicos que se preparaban para el sacerdocio, mucho bien, y por eso quiero dar testimonio ante todos vosotros y agradecer lo que está haciendo: ¡gracias, gracias!”.

En Milán nadie lloró porque Di Tolve ha sido llamado a Roma. Pero muchos nombramientos de Francisco se hacen así.

jueves, 20 de julio de 2023

Lecturas recomendadas

 

Una filosofía del país de las hadas. Es este el modo en que Joseph de Tonquédec califica el pensamiento de Chesterton y hace que el suyo sea un libro único sobre el autor británico. 

Escrito en momentos en que Chesterton aún no se había convertido a la fe católica pero ya había escritos obras tan importantes como Ortodoxia o La esfera y la cruz, por Joseph de Tonquédec, reconocido teólogo francés y exorcista de la arquidiócesis de París, maestro del padre Amorth. En su libro, busca hacer una lectura crítica de Chesterton, y eso se aprecia porque no se contenta con cantar loas a su genio sino que lo critica cuando considera que se equivoca, o que exagera. Pero claro, las críticas surgen a raíz del espíritu racionalista propio de muchos intelectuales franceses, formados en la más destilada neoescolástica, que a duras penas pueden sufrir la escritura poética de Chesterton. Y así, por ejemplo, Tonquédec se engarza en una discusión con Chesterton porque, según él, el sol no puede experimentar un gusto personal por la aurora matutina y tampoco es un gran animal voraz que se come a la luna todas las mañanas y la devuelve todas las noches. Es incapaz de escapar de los límites claros y distintos que le impone la razón. 

Ni siquiera el césped se salva. Escribe Tonquédec que Chesterton confiesa que el césped “siempre le ha parecido tan extraño como la barba verde de un gigante”. Esto es signo de que el Gordo pasó por el espiritismo… y, peor aún, que no conoce los principios de la escolástica: “Toda cosa es una, en la medida misma que existe o en que es susceptible de ser vista y distinguida. Unum et ens convertuntur. O es césped, o es barba de un gigante. Ambas cosas no pueden ser, razona el francés. 

Y lo demuestran también las historias del Padre Brown, sacerdote que se mueve en el ámbito “de los neurópatas dotados de una hiperestesia mórbida”, y tan “sensible a esos signos furtivos, a esas sugestiones oscuras, a esos presagios dudosos”. El cura “huele el crimen, oye los pasos apagados de la desdicha que se aproxima, consigue comprender, no por razonamiento, sino por intuición, el sentido de las cosas, la dirección, la curva de los acontecimientos”. ¡Qué horror! Apelar a la intuición teniendo a mano a la tan confiable razón… ¡Ay los franceses!

Tonquédec valora algunas cosas de Chesterton: “Gran colorista, más colorista que dibujante, nos presentará cuadros de una opulencia y de una calidez de tonos maravillosa, análogos a esas telas impresionistas, en las que las líneas se ahogan en la violencia de los tintes en fusión, en las que cada objeto no se distingue sino como un ramillete de colores”. Pero sospecha que no traerá muchas seguridades a la inteligencia católica. Cien años después de escrito el libro, podemos hacer un balance.

Me pareció un libro interesante y recomendable para quienes ya conocen a Chesterton. En primer lugar, poque brinda una lectura fresca, escrita al mismo paso que el gran Gordo publicaba sus obras, lo cual nos descubre de qué modo este personaje tan resonante por esos años era recepcionado en algunos de los medios católicos más serios y circunspectos. Por otro lado, brinda una lectura alternativa a Chesterton, lo cual siempre es interesante y provechoso: escuchar otras campanas. Finalmente, es el modo ilustrado más perfecto con el que me he topado del racionalismo tan propio del espíritu francés, que circula aún con bastante fuerza por el torrente sanguíneo del integrismo, incapaz de escapar de los silogismos y razonamientos y oliendo siempre peligros y demonios en todo lo que sobrepasa la letra del Denzinger. 

El libro se puede conseguir en formato Kindle en Amazon.



Peter Kwasniewski, El Rito Romano de ayer y del futuro, Trad. Augusto Merino Medina; Resistencia: Una Voce Argentina, 2023; 478 pp.


Edición argentina del último libro del Dr. Peter Kwasniewski, En esta obra, el autor sostiene que desde que entraron en vigor los nuevos libros litúrgicos tras el Concilio Vaticano II los fieles católicos de rito romano han sufrido el efecto de una reforma precipitada y de gran alcance, impregnada de nominalismo, voluntarismo, protestantismo, racionalismo, anticuarianismo, hiperpapalismo y otros errores modernos. 

En un libro temáticamente amplio y muy bien argumentado, Kwasniewski demuestra que la Sagrada Tradición es el principio rector de toda auténtica liturgia cristiana, la cual tiene su origen en Cristo y sus Apóstoles y es guiada por el Espíritu Santo a lo largo de la vida de la Iglesia. Su tesis es que no es posible encontrar en el Novus Ordo Missae los rasgos más prominentes que identifican al inmemorial rito romano –y, de hecho, a todos los ritos tradicionales, orientales y occidentales–, lo que lo aleja de la compañía de éstos, haciendo imposible llamarlo auténticamente “rito romano”.

La única forma de subsanar esta ruptura, sostiene el autor, es un retorno sin reservas a la Misa Tradicional – que es el rito romano en su plenitud – para cuya celebración no se necesita, ni podría jamás necesitarse, permiso especial alguno. La fidelidad a la liturgia latina tradicional es en su raíz fidelidad a la iglesia romana y a Cristo mismo, que ha inspirado amorosamente el crecimiento y la perfección de nuestros ritos religiosos durante dos mil años. Este sobrecogedor don de la Tradición, nos permite saborear, incluso ahora, el banquete de la Tierra Prometida del Cielo. El hombre no es el dueño de la liturgia divina, subraya Kwasniewski, más bien, todos estamos llamados a ser administradores de lo sagrado, desde el laico de más bajo rango hasta el mismísimo Papa. 


“El rito romano de ayer y del futuro, un libro litúrgico, histórico, teológico y de espiritualidad, pone a su autor en la primera línea de los investigadores de la revolución que, desde 1969, ha enfrentado el ritus modernus de Pablo VI con el rito de la tradición de la Iglesia latina”.

–ROBERTO DE MATTEI


“Este libro es una espléndida introducción a los temas claves del debate litúrgico, ubicada en el necesario contexto histórico del desarrollo litúrgico y de las reformas de la década de 1960. Lo recomiendo sin reservas”.

–JOSEPH SHAW, Presidente de la Federación Internacional Una Voce.


Puede adquirir este libro a través de la página de Una Voce Argentina y próximamente en las siguientes librerías amigas de todo el país.