Un lector me envió la traducción de una columna que apareció el 12 de diciembre en la página de Sandro Magister, sobre los "bastones blancos" que está asestando democráticamente el Papa Francisco a todos aquellos que osan oponerse a sus designios.
por Pietro De Marco. Profesor emérito de sociología de la religión,
en la Universidad de Florencia, facultad teológica de la Italia central.
Me cuenta este caso reciente, sintomático del clima católico que está floreciendo: hace unos meses, en una histórica asociación florentina de voluntariado, han sido expulsados algunos miembros por sus críticas al papa Bergoglio.
Al parecer, las pruebas han sido obtenidas mediante infiltración en el trabajo social donde ellos expresaban, o acaso gritaban su disenso. Conclusión: una expulsión sin proceso ni defensa, invocando articulos estatutarios inaccesibles a los acusados.También de otros ambientes toscanos nos llegan señales de una gran disponibilidad para actos sancionatorios contra tendencias “tradicionales”, que jamás fueron intentandos en el pasado contra ideas y comportamientos anti-institucionales, cuando no subversivos del rito y del dogma.
Quien ha vivido en la Iglesia recordará, así, la encubierta hostilidad por décadas, de ciertos ámbitos y personas contra los papas Wojtyla y Ratzinger, con la toleracia de la autoridad católica (así se tratase de obispos o de dirigentes de asicaciones laicales) formalmente alineada con Roma. Resulta singular que tal alineamiento, inerme por entonces, ahora se ejercita en una fuerte defensa del papa reinante sólo para pegar a individuos o ambientes ortodoxos.
Naturalmente, como en toda represión que se digne, nadie resulta “expulsado”. Losimputados, de dice, se han puesto afuera por sí mismos, y no es importante (salvo como agravante) que en sus polémicas se opongan a la religiosodad líquida queimpregna la predicación, la pastoral, la ética católica, etc. De modo semejante, y como se habla peyorativamente en la vida política de “enemigos de la Constitución”, sa ha ido consolidando dentro de la Iglesia el uso de fórmulas letales como “enemigos del Concilio” o bien “hostiles a Francisco”.
Baste el ejemplo modelo, en todo caso sangrante, del Comisariato impuesto a los Franciscanos de la Inmaculada, caso en el cual el derecho de la Iglesia es usado como un bastón, es decir de un modo antijurídico, con Comisarios que reaccionan a las críticas con lenguajes intimidatorios propios de procesos políticos de otras épocas. Estos hechos graves, no menos que las pequeñas depuraciones que he mencionado, resultan legitimadas recurriendo a los dichos y a los gestos del mismo papa Francisco. Es el conocido fenómeno del abuso de las palabras del Jefe para ejecutar una venganza.
Pero, hay que decirlo, hay algo más que la simple voluntad de complacer al Papa y a su entorno, que estambién terreno fértil para este inédito frente filo-papal. Con el final del pontificado de Benedicto XVI, laicos y clérigos parecen no tener ya más anticuerpos (ya tenían pocos tenían antes) para confrontar toda esa basura cristiana postmoderna que consiste en recepción y pedido de disculpas, en autocrítica del pasado a la luz del Evangelio, en abrazar cualquier tema por el hecho de estar en la agenda de los medios.
La cultura católica está acabada, frente a un renovado anticlericalismo –que pasa por las cruzadas, la inquisición y a la pedofilia— incluso alimentado por una catarata de best sellers y costosas producciones cinematográficas. Aún más: para los católicos críticos, una Iglesia así empantanada estaría en coincidencia con la “Iglesia del no”, de la cual también hay que liberarse. Y el pontífice reinante no resulta un dique ante tamaña auto-destrucción.
De tal suerte que no me he sorprendido que, para permanecer en la Iglesia y en la Toscana, el clero, los religiosos y los laicos han recientemente aplaudido un nuevo producto cinematográfico (1), financiado con fondos públicos, en el cual el director, puntualmente “católico”, nos muestra la vida en los seminarios de los años 50, durante el gran pontificado de Pio XII, pero aludiendo a tal cantidad de estupideces contra la formación en los mismos, que deberían haber reaccionado muchos católicos con sentido común y algo de rigor.
La infeliz expresión “quién soy yo para juzgar?” resulta,entonces, válida....salvo cuando se trata del pasado de la Iglesia. Para el resto, eximirá del esfuerzo de evaluar, discernir, oponerse al mundo; eximirá, en suma, del específico testimonio católico. Una “liberación” que, sin más freno procedente de Roma, obliga incluso a los moderados a decir “sí, sí”, complulsivamente a conductas, ideas y leyes presentadas como finalmente “humanas”, y a unirse al coro de las deprecaciones públicas rituales contra la pobreza, la guerra, la mafia, temas que a cualquier ciudadano o católico medio no cuestan nada, y menos reflexión.
De este modo --olvidando que es sólo el nihilismo quien tiene siempre un rosto humano, benevolente, que no juzga, solícito por la felicidad pública, como el Anticristo de un celebre escritor ruso—muchos católicos calificados, clérigos y laicos, dejan de cumplir con su deber esencial: recordar al Occidente y al mundo la antropología cristiana que tiene a la base, ya se trate de cuerpo o de alma, de vida o de muerte, de reproducción o de identidad de genero. Actualmente casi ninguna voz católica dotada de autoridad de oficio se levanta contra la infundada (filosófica y científicamente) y neurótica manipulación libartaria de lo masculino y lo femenino que se intenta imponer en nuestra cultura difusa, sobre los parlamentarios, en la escuelas, etc.
Junto con esa mezcla de miedo y atracción hacia el Papa que trastorna al clero y al laicado, co-existe también el son de la razón católica, una conciencia de sí en los mínimos términos, una sujeción a la ética pública tan diversa que –se dice—bajo este papa Bergoglio no existen más razones para ser disimuladas. Además, miméticamente, dependiente de una opinión pública que simula estar en pro de los valores, y creyéndose legitimada por un papa interpretado por los “mass media” (formadores de opinión), muchos laicos y eclesiásticos con responsabilidad sobre hombres y organizaciones se transforman (conforme a una constante de la sociología política) en “tiranos democráticos” ante los disidentes.
“Nada nuevo”, se dirá.. Pero en el pasado las sanciones eran motivadas para proteger la integridad de la fe y a las instituciones necesarias para ese fin. En cambio hoy se usa el bastón bajo el efecto de formulas impuestas por una falsificación secular del cristianismo, como cuando se habla de “amor” y de “misericordia” en contra de responsabilidades y juicios rectos; o de “natuarelza” y “felicidad” contra pecado y salvación, o bien de “Concilio” contra tradición cristiana. Éste es el horizonte de muchas homilías, en las cuales parece escucharse, ambiguo y fuera de tiempo, lo peor del mismo post-Concilio.
Hemos pasado, pues, del Gran Inquisidor al Anticristo ? No, ni lo uno ni lo otro resultan adecuados a la realidad de la Iglesia. Pero la pregunta resulta buena para ser pensada.
(1) Il film, del 2014, è “Il seminarista“, ideato e diretto da Gabriele Cecconi, premiato al Gallio Film festival 2014 con il gran premio della giuria “Emidio Greco” e presentato, in settembre
Todas las notas sobre el Papa Bergoglio deben ser ilustradas con esta foto
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ResponderEliminarWanderer....
Parece que no tiene la minima idea de lo que paso con los Franciscanos de la Inmaculada .....
Excelente artículo, lástima de las faltas de ortografía.
ResponderEliminarSaludos
Al anónimo de las 18:46: he oído en ambientes cercanos la Papa Francisco vagos comentarios insidiosos acerca de los FFI, aunque nunca acusaciones concretas. Es verdad que como toda congregación neo pesca vocaciones aquí y allá, cosa que aborrecen los jerarcas de las alicaídas órdenes tradicionales. Si bien en esa pesca amplia pueden salir especies variopintas, no amerita un comisariato tan violento como éste. El problema pasa por otro lado.
ResponderEliminarEl artículo comienza: "Me cuenta este caso reciente, sintomático del clima católico que está floreciendo: hace unos meses, en una histórica asociación florentina de voluntariado, han sido expulsados algunos miembros por sus críticas al papa Bergoglio".
ResponderEliminarPero esto no es nuevo, al padre Sanchez Abelenda no le permitió el Arzobispo de Buenos Aire dar la Misa de Siempre en el año 1974.
Ese Cardenal era algo mas católico que Bergoglio.
El caso de los FFI es igual al de Livieres.
ResponderEliminarOdio personal + progresismo o modernimos personal de Bergoglio.
Conforme esa ecuación, si no hay odio personal alguna cosa no progresista puede sobrevivir en la Iglesia. Pero cuando este Papa odia, odia.
¿O no saben que quiso decir en el reportaje a La Nación?
A Sergio Massa lo odio, por eso desde ahora ya no recibo más políticos. "Sergio, sabelo, ni te recibí ni te voy a recibir".
En términos personales este Papa, siendo Papa, es un gran hijo de puta, no tengamos miedo de decirlo.
Fantástica la frase: "La infeliz expresión “quién soy yo para juzgar?” resulta,entonces, válida....salvo cuando se trata del pasado de la Iglesia."
ResponderEliminarEsto muestra a las claras que la única fe válida -o la que no merece críticas- es la fe en el progreso de la historia.
Saludos,
Pío
Anónimo de las 12,43. Si pusiera un nombre o nick sería más facil.
ResponderEliminarVd. ha dicho textualmente:
"En términos personales este Papa, siendo Papa, es un gran hijo de puta, no tengamos miedo de decirlo".
Sí insulta de esta manera logicamente lo que diga sobre Francisco, y teniendo incluso razón, le hará el efecto contrario.
Hay que hablar y escribir con educación. Se puede denunciar lo que sea rotunda y duramente, argumentando lo que haga falta, pero nunca perdiendo las formas y los buenos modales.
Me extraña que Wanderer se lo haya publicado...
Se lo habrá publicado porque el anónimo mal que nos pese tiene toda la razón.
ResponderEliminarVamos no seamos ingenuos en esto y cercanos a la necedad. La ley siempre pudo usarse para el mal y la persecución. Siempre. Y no cuenta aquí un problema de pasado y presente. Es un problema de verdad y error, de virtud y de vicio, de pecado y gracia.
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