lunes, 2 de diciembre de 2024

Elogio a la locura. El próximo Papa

 



Escribía Erasmo de Rotterdam en su Elogio a la locura que “la verdadera felicidad es algo que solo la locura puede ofrecer”. Una de la ideas que sugiere es que hay algunos logros, como la felicidad, que sólo pueden ser alcanzados con un cierto grado de locura. O podemos ponerlo en otros términos: algunos logros, o algunas hazañas, sólo pueden llevarlas a cabo quienes tienen un cierto grado de locura.

El 2 de septiembre del año pasado publicaba yo un post en el que planteaba mis serias reservas con respecto a la posibilidad de que Javier Milei fuera un presidente apropiado debido a su rasgo de locura. No creo haberme equivocado con respecto a la existencia de ese rasgo tan peculiar, pero sí me equivoqué con respecto a la posibilidad de hacer un buen gobierno o, al menos, un gobierno mucho mejor de lo que todos esperábamos a pesar de su locura. 

Enfoquemos el caso desde otra perspectiva: sólo un loco podía aplicar en Argentina, la patria del populismo peronista, un imprescindible ajuste del 7% del PBI, eliminar en pocos meses el déficit fiscal -al que la Argentina estaba condenada desde hace 70 años- y mantener no solamente la paz social sino niveles de aprobación superiores al 50%. Pero mucho más impactante aún: sólo un loco podía animarse a hacer lo que está haciendo en lo que él denomina “batalla cultural”. ¿Quién pensó que un gobernante iba a atreverse a cerrar el INADI (Instituto contra la Discriminación) o el Ministerio de la Mujer diciendo que no servían para nada y que su único objetivo era el adoctrinamiento en las políticas progresistas? Y todavía más: ¿en qué mente fantasiosa podía nacer la idea de que entregaría la política exterior argentina, exceptuando las relaciones comerciales, a un grupo de funcionarios al que los medios califican de “ultracatólicos”? Y estos funcionarios no se han dedicado solamente a hacer declamaciones: se negaron a firmar la declaración de la OEA de Asunción por lo que se debieron modificar varios párrafos donde estaban contenida la monserga progre; la delegación argentina se retiró de la Cumbre del Clima de Bakú denunciando la ideología que se esconde detrás; en la Asamblea General de la ONU, Argentina votó en contra de una resolución que protege los derechos de los pueblos indígenas (ya todos sabemos lo que eso significa); fue el único país del G20 que votó en contra de una declaración sobre la igualdad de género y empoderamiento de la mujer. Y el mismo presidente Milei, en la Asamblea General de la ONU se expresó en contra del aborto, del gobierno de las elites mundiales y de la Agenda 2030. Más aún, en el presupuesto que se está debatiendo por estos días en el Congreso, el gobierno destinará $0 a financiar la educación sexual en las escuelas, uno de los más preciados logros de la izquierda peronista. Sólo un loco como Milei podía ser capaz de hacer lo que muchos pensábamos que era imposible, y sólo un loco como Trump será capaz de tomar decisiones que nos sorprenderán tanto o más de lo que nos sorprendieron, para bien, las de Milei. 

En pocas palabras: un loco —sea Milei, sea Trump y con seguridad aparecerán otros más— es capaz de patear el tablero y cambiar rápidamente lo que parecía establecido, y recuperar en pocos meses territorios que creíamos perdidos. Pero la pregunta que quiero hacerme en este post es si podemos hacer una analogía con la Iglesia. No es necesario decirlo en esta página, pero la crisis de la Iglesia es monstruosa y los católicos desesperamos de que pueda existir alguna solución porque estamos razonablemente convencidos de que ningún cardenal será capaz, una vez elegido pontífice romano, de hacer los cambios drásticos que hay que hacer. Soñemos con lo imposible, como soñábamos no solo durante los abominables gobiernos kirchneristas sino también durante el gobierno del modosito Mauricio Macri. Pensemos en un Papa que, una vez que todos los puestos jerárquicos de la Curia le presentaran su renuncia como es de rigor, se las aceptara a todos, y mandara a Tucho de capellán de la cárcel de Ushuaia (haría buenas migas con el gobernador Melella); a Roche de obispo de la isla de Juan Bravo y a todo el resto de purpurados de misioneros a Corea del Norte. Que nombrara de prefecto de Culto al padre Claude Barthe; de Doctrina de la Fe al cardenal Burke y de Obispos al cardenal Sarah. Que pidiera la renuncia a todos los obispos argentinos —como hizo Francisco con los obispos chilenos—, se la aceptara a la mitad, y nombrara en las sedes más importantes a los buenos curas que todos conocemos y que aquí no nombraremos. Y que hiciera lo mismo en España y, para reinvindicar a los curas de la Sacristía de La Vandée, los eligiera obispos para reemplazar a los impresentables que ahora están en la península. Que declarara inválidos los puntos conflictivos de Amoris laetitiae, se dejara de hablar de la madre tierra y del calentamiento global y dejara sin efecto Fiducia supplicans. Y podríamos seguir soñando indefinidamente con medidas de este tipo. Y seguramente, a los pocos minutos, nos despabilaríamos, diríamos “Basta de pavadas” y seguiríamos rezando el rosario.

Anhelos análogos, insisto, teníamos los argentinos el año pasado. Y ocurrió lo impensado: muchos de esos anhelos se hicieron realidad en mayor o menor medida, y muchos otros se seguirán concretando en los próximos meses. ¿Cómo fue posible? ¿Cuál fue la condición de posibilidad para que esos autoengaños optimistas se hicieran realidad? Curiosamente, que un loco llegara al poder. Y volvamos al caso de la Iglesia: ¿podría pasar algo análogo en la Iglesia a lo que ocurre en Argentina y ocurrirá en Estados Unidos? ¿Se animarían los cardenales a elegir a un loco para gobernar la Iglesia como último recurso para evitar su auto aniquilación? Pero todavía más importante, ¿existe algún miembro del colegio cardenalicio capaz de tales locuras?

Yo creo que existe uno, y es el cardenal Gerhard Lüdwig Müller. 

Algunos buenos amigos se enfadarán y me dirán: “¡Müller es un moderno!” “¡No. Es modernista!”. “No favoreció a los tradis cuando estaba en Doctrina de la Fe”. "¡Sólo ocasionalmente celebra la misa tradicional!" “¡Era amigo de Gustavo Gutierrez!”. “¡Celebra el rito nuevo!”. “¡Concelebra!” Y otras cuestiones del mismo tenor. Más o menos lo mismo que otros buenos amigos dicen de Milei: “¡No tiene la castidad de San Luis Gonzaga!” “¡No tiene la fe de San Luis Rey de Francia!” “¡Ha nombrado a muchos judíos en su gobierno!” “¡No leyó El liberalismo es pecado de Sardá y Salvany!” Y tienen razón. Es todo eso y muchas cosas más, pero a pesar de eso, Milei está haciendo por la restauración de los principios de la civilización occidental mucho más de lo que hicieron los presidentes de los últimos cincuenta años. ¿Por qué no dejar abierta la posibilidad, entonces, de que un cardenal con el mismo grado de locura (¿o de arrojo?) que Milei haga los mismo con la Iglesia?

jueves, 28 de noviembre de 2024

El Sindrome del Ned Flanders. La curadependencia de los fieles

 



por Eck


Hace poco, en una entrega de este blog sobre los seminarios, El irresuelto y urgente problema de los seminarios, hubo el ya muy tradicional debate sobre el archimanido tema del celibato sacerdotal. Durante la civilizada discusión un hermano ortodoxo anónimo de España hizo unas aportaciones muy interesantes. 

Aquí están:

Disculpad, mas me parece que vosotros confundís el sacerdocio con la vida monástica. Vosotros tenéis una preferencia por el celibato sacerdotal y buscáis dogmatizarla a como dé lugar. Por otro lado, es lógico si lo miráis con ojos curadependientes. Pareciera que necesitáis del sacerdote para todo. Ponéis la causa de la falta de celo y distracción en la familia, pero podéis distraeros con cualquier cosa. Queréis hacer monjes de todos los sacerdotes, en lugar de ello tenéis una banda de castrados, en el mejor de los casos.

Sin entrar en el espinoso asunto de la concepción del sacerdocio entre Oriente y Occidente la frase subrayada me parece esencial para comprender uno de los principales problemas del laicado moderno. Este anónimo, de un hermano ortodoxo, al cual queremos dar las gracias, lo remacha con otro comentario aunque sea un poco anterior:

Sin duda que entre nosotros los ortodoxos habría que establecer ciertas distinciones, dado que no es lo mismo en España o Argentina que en Rusia o Grecia. Pero lo cierto es que gran parte de nuestros sacerdotes serán siempre sólo sacerdotes. Algunos de ellos reciben un salario (...) pero en gran parte tienen sus trabajos con los que alimentan a sus familias y muchas veces sostienen la iglesia también, y es que sólo cumplen la función para la que han sido ordenados: celebrar los santos misterios. Todo lo otro lo hacemos los laicos. Y es un gran servicio, un servicio oneroso y difícil; pero sin duda que quien lo lleva a buen término es de gran ejemplo para todos los demás. 

Otro comentador inteligente, Jardinero gris, en el post La vocación según Newman, nos trae el otro lado de la moneda:

Aveces me angustia cómo las señoras de edad — y algunos señores — rezan con angustia por las vocaciones. Ellos mismos no se dan cuenta de que seguidamente van y hacen el apostolado en un día que un sacerdote podría hacer en una semana. No hay Iglesia sin sacramentos ni sacramentos sin sacerdotes, ¿pero realmente es necesario tener tantos como para tratar de forzar al Espíritu Santo?( si ellos se dedican específicamente a la administración de los mismos). Creo que esa idea es prima de que toda acción apostólica debe realizarla un sacerdote, y ambas son amigas de dejarle todo el trabajo a los sacerdotes. Que o no se molestan por hacerlo o se desviven — y desgastan — a veces con un celo admirable a veces con un activismo desesperado.

Dos caras de una misma moneda que se resuelve en una misma afirmación: la Iglesia son principalmente los curas y los laicos sólo son convidados de piedra. Ora los fieles dependen del todo de los clérigos, ora todo el trabajo depende de los sacerdotes. Dependencia y desconexión cuando no indiferencia de la Iglesia como comunidad viva según el talante de cada fiel, consecuencia de la concepción (nula y lacayuna) del laicado que se tiene y del que ya hablamos en otra entrega anterior. 

En cambio, si se toma en serio el papel del laicado, es muy probable que se encuentre con acusaciones de sectarismo, cisma y algunas herejías. Es posible que digan que no se tiene derecho a reunirse ni a hacer nada sin la bendición de un sacerdote, que cualquier actividad cristiana que no esté sancionada por la parroquia o diócesis es ilegítima. Podemos descartar con seguridad estas afirmaciones porque no se basan ni en las Escrituras ni en la tradición de la Iglesia. Vivir según el Evangelio no requiere la bendición del clero pues Cristo mismo lo bendijo esto hace dos mil años. 

Esta búsqueda ante todo del sello sacerdotal y episcopal, de la venia pontificia para actividades que ni siquiera son de su competencia, es una lacra que lastra gran parte de los esfuerzos de restauración católica aunque se ha ido corrigiendo en la práctica pues a la fuerza ahorcan. En este sentido estamos peor que los que soportaron el yugo comunista, que buscaban cualquier resquicio de libertad mientras que nosotros buscamos un permiso hasta para recitar un Avemaría. Para evangelizar, rezar, formarse, organizarse no hace falta permiso de nadie. El resultado es la curadependencia de tantos fieles, la tiranía de tanto sacerdote metomentodo y totalitario, la quema de tanto sacerdote fiel y la dejación de tanto fiel epicureo de la vida de la Iglesia.


El Ned Flander Católico 

Hay un episodio de Los Simpson, valiente ejemplo pongo aquí, que me viene siempre a la memoria cuando reflexiono sobre esta materia. Es el episodio In Marge We Trust, de las primeras temporadas, las únicas dignas de ser vistas. En ella Lovejoy recuerda cuando era un joven reverendo en los 70 lleno de ilusiones e ideales hasta que se encontró con la horma de su zapato, con Ned Flanders... Éste no paró y paró de consultarle, comentarle, preguntarle, pedirle permiso, dictamen, opinión, mandato en cualquier hora, situación o momento, del día y de la noche, y sobre cualquier tema, decisión o movimiento que fue minando la moral y quemando la vocación al buen pastor hasta llegar al punto de no importarle nada sus feligreses y dedicarse a sus trenecitos.

¡Cuantas veces no habremos visto estas escenas de gente consultando al cura hasta la marca de ropa que deben ponerse! ¿Cómo se van a curtir en virtud quienes abdican de su propia voluntad hasta en detalles tan minios creyendo que es el summum de la religión? El ejercicio de la voluntad que enseña la obediencia monástica es para entrenar, para forjar esta potencia del alma para la elección del bien supremo y no una abdicación de la propia responsabilidad en la vida rodeados de gazmoñerías, mieditos y escrupulitos, un dolce far niente propio espiritual. Y en la hora de la prueba no va a estar el director a nuestro lado para luchar contra las tentaciones del Diablo, las seducciones del mundo y el tirón de la carne. Muchas veces esta dependencia se oculta bajo el ropaje de dirección espiritual, disfraz de una relación entre amo y esclavo voluntaria. Jaula de almas muy comodona dorada, a veces, si se cae en manos benévolas pero ¡Ay si se cae en manos locas, iluminadas o psicópatas¡ Tarde o temprano saldrá en la prensa la tragedia o el sainete.

A esta curadependencia la alimenta esa gran tentación del sacerdote moderno que la de convertirse en gurú de almas, demiurgo de vocaciones y caudillo de sus vidas, por la gracia de Dios, off course. ¿De quién si no...?


El sacerdote gurú y mandón

Como ya hablamos en una entrega anterior sobre el papel del laico, la imagen de los sacerdotes como únicos miembros verdaderos de la Iglesia frente a los fieles de la gleba, lacayos que deben obedecer a cualquier deseo y locura de la superioridad. Hipostasiado de todas las gracias por su sacerdocio, con carisma de discernimiento de espíritus de fábrica y formado por cuatro cursos y tres lecturas, nuestro flamante ordenado ya puede caminar firme por donde autores tan avezados como San Juan de la Cruz o los Santos Padres del desierto temblaban de solo pensarlo, y así le vemos  recién egresado del seminario formar su corte de dirigidos espirituales, que podrían ser sus padres o abuelos y con más experiencia de vida aunque no de entendereras, a los cuales pastorea y manda en sus vidas como si fuera el oráculo divino, hablando como si fuera la suprema sabiduría y dando razones, a veces, absurdas de sus edictos como una divinidad. 

Y ya cuando la vanidad y el orgullo se entrometen, tengan algunas prendas de labia y trato social y quieran compensar ciertas libidines con el mando se juntan con ciertos misticismos y espiritualidades.¡Guay de los dirigidos¡ Ciego que guía a ciegos, ¿cómo no han de ir al agujero? Ya no será hacer el mero Tartufo ensotanado para sacar plata con devociones, sino montar una secta con sus seguidores, idolatrías, Dios a imagen del gurú, supersticiones y, sobre todo, totalitarismo!

¡Qué seguridad da dejar la salvación propias en manos del gurú designado por Dios¡ !Quien obedece no se equivoca¡ !Qué mayor prueba, qué mayor señal de ser designado como elegido por Dios que todas esas almas obedientísimas al jefe, tan buenas ovejitas, tan buenitos borregos¡ Y claro, el lobo se la come hasta que el buen pastor le arrea con el cayado, harto del intruso.

En cambio, a los buenos sacerdotes les quema la vida y siembra de sal su labor esta dependencia insana de los laicos pero, educados en que en la Iglesia y el mundo espiritual el cura lo es todo y el laico nada, ahora recogen la cosecha amarga de semejante siembra alegre ad majorem gloriam pontentiorum. Tienen que ser el factotum puesto que, dado que Dios le ha dado las gracias de estado, son los padres de una prole siempre formada por niños pequeños necesitados de que vaya siempre corriendo detrás de ellos para que no metan el dedo en el enchufe, no pequen o para que hagan algo bueno. Como estos buenos curas sean simpáticos, caritativos o idealistas están fundidos, atraerán a estas gentes como la miel a las moscas, tomarán sus yugos en vez de enseñarles a tomar el de Cristo por sí mismos y acabaran reventados y amargados por ser semejantes jumentos de tamaña mole digna de Sísifo.


El fiel señorito epicureo y burgués

Otra consecuencia de esta curadependencia está en aquellas personas que no caen en las manos del cura gurú o que no son tan dependientes del sacerdote para vivir su vida, se desentienden de la vida de la Iglesia. No hay una finalidad común, no son colaboradores de la verdad, no hay solidaridad ni responsabilidad común. La Iglesia son los consagrados y sólo ellos tienen voz: Tú lo quisiste fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten. Pues, bien. Toda tuya, toda vuestra.

Además de que siempre actúa la pereza y esta es amiga de dejarle todo el trabajo a los sacerdotes. Sólo ellos tienen las gracias de estado, pues que arreen. ¿Solo podemos asistir, callar y aportar plata? Pues eso tendrá. Eso sí, que todo se lo den hecho, puesto que no participa en nada, no es responsable de nada y sólo le importa su propia alma y para eso paga con su limosna y asistencia. Está encerrado y solamente dedicado al cultivo de su propio jardín devotito. ¿Comunidad, parroquia? Palabras vanas pues no existen ni se le enseña a que existan. Son demarcaciones administrativas y solo para curas. Es un cliente exigente del servicio, así lo paga y así concibe su relación con la Iglesia. A esto conducen algunas concepciones tradicionales de la Iglesia como sociedad en las que tantos creen y que no son más que tradimodernistas, conceptos y visiones modernas vestidas de tradicionales, en este caso burguesas en el sentido de León Bloy y ¿por qué no decirlo? Fariseas.

Pero por este motivo es estéril, hojas al viento, llevados de modas a espirituales, tradis o modernos, tanto da, al socaire de apariciones, peleas por chupetes rubricistas o de dogmatizaciones de opiniones de almanaque, fanatismos de libros infumables con desconocimientos de la Escritura.Tiquismiquis de boberías y tragones de importancia. Si nada de la Iglesia les concierne menos la trilogía de oír, arrodillarse y llevarse la mano a la faltriquera, no esperéis otra cosa: o Ned Flanders o Fariseos.


Conclusión

Decía mi abuela, recia castellana, que el problema del mundo es que estamos descolocados, donde no debemos estar, y que cuando venga Dios, que ya viene, nos pondrá a cada uno en nuestro sitio. Esto lo decía con cierta retranca pues aludía al Juicio Divino y a que el Señor ya no nos va a aguantar más nuestras insolencias, tonterías y maldades. Un clero infatuado, hipostasiado frente a un laicado reducido a la nada, unos señores eclesiásticos frente a unos fieles siervos de la gleba producen semejante cosecha: Quien siembra vientos, recoge tempestades. Se ha sembrado ideas y concepciones de la Iglesia falsas pero útiles, secundarias pero interesadas, modernas pero disfrazadas de tradicionales, revolucionarias pero mandonas, devotas pero terrenales. El tiempo nos ha puesto a cada uno en su sitio.

Un clero quemado, cansado y hundido; un laicado desmoralizado, arisco y ausente, entre la secta y el abandono total. ¿Qué decir del episcopado y el papado? A la vista de todo el mundo está su degradación y abyección. Todo por soberbia y vanidad, por concebir el sacerdocio sólo como jerarquía y gobierno, como poder y mando y no como San Gregorio Magno, que recogía el gran legado de sus antepasados, tanto cristianos como paganos (el doble sentido de munus) al ponerse como título: Servus servorum Dei a imagen del Maestro que vino a servir y no ser servido. 

lunes, 25 de noviembre de 2024

El desplante de Milei a Bergoglio

 


Los diarios nos anuncian que el Vaticano está de malhumor con el presidente Javier Milei. Ocurre que el gobierno argentino decidió no enviar a su canciller Gerardo Werthein a la ceremonia por los 40 años del Tratado de Paz y Amistad con Chile que se logró gracias a la mediación de Juan Pablo II. Iba a participar junto con el canciller chileno Alberto van Klaveren. “Es un desplante al Papa”, dicen en el Vaticano.

Ese famoso tratado de paz -en realidad, una entrega pacifista-  por el cual el mil veces maldito gobierno socialista de Ricardo Alfonsín entregó a Chile todo lo que Chile pretendía, no me parece a mi que sea motivo de festejo. Cuando se firmó era yo un adolescente nacionalista, y fue motivo de mucha decepción. Aún hoy, no siendo ya ni adolescente ni nacionalista, cuando he tenido la oportunidad de navegar por el canal de Beagle, me da mucha bronca escuchar al guía decir que la embarcación no puede acercarse a unas grandes islas que se encuentran en medio del canal porque son chilenas. Pero no quiero referirme a una cuestión de soberanía violada; vayamos al desplante al Sumo Pontífice. Las razones que aducen los medios de prensa para un gesto de esta gravedad es que durante la cumbre del G20 hubo una pelea discursiva muy fuerte entre Milei y Boric, el presidente chileno, y el no asistir a Roma sería un gesto de enfado hacia Gabriel Boric y no hacia el Papa. 

No me convence la explicación; no vale la pena gastar pólvora en chimangos; Boric es un presidente desprestigiado, que camina de fracaso en fracaso. Nadie se crearía problemas por lo que dice o deja de decir el personaje. Al menos, creo que la pelea con Boric no es el único motivo. Ayer, el canciller argentino dio entender que el entredicho fue también con el cardenal Parolin. ¿Qué habrá ocurrido?Sostengo —aunque no tengo ninguna prueba de ello—, que el gobierno de Javier Mieli desplanta al Papa Francisco porque primero el Papa Francisco lo desplantó a él, nombrando hace pocos días a Mons. Gustavo Carrara como arzobispo de La Plata. 

Carrara es el zaparrastroso que aparece en la foto. Un personaje de los arrabales, como le gustan a Bergoglio. Sin ninguna formación más allá del barniz adquirido en el seminario, es un “cura villero”, lo cual significa no solamente un sacerdote que trabaja en las villas de emergencia, tarea loable y a la que se dedicaron muchos santos, sino que ha generado una ideología de las “villas”; por eso es “villero”. Vivir en las villas, en sus miserias y carencias de todo tipo, es una cultura tan buena y legítima como cualquier otra; hay que desear vivir en la villa y no aspirar a salir de ella; ser pobre es algo bueno y hay que buscarlo, pero no se trata por cierto de la pobreza evangélica, sino de la pobreza como cultura existencial. Es el pobrismo bergogliano. Por eso mismo, los curas villeros son necesariamente peronistas, y de la peor especie. Y por eso mismo son los enemigos acérrimos y virulentos del gobierno de Javier Milei. Recordemos que fue Carrara quien presidió —con ornamentos blancos— en el mes de junio una misa por un marxista desaparecido durante el último gobierno militar, durante la cual se entonaron cánticos contra el gobierno nacional. Fue también el que presidió durante la campaña electoral del año pasado varias “misas villeras” en las que, con diversas excusas, trataban abiertamente de evitar lo que presagiaban: el triunfo de Milei, haciendo abierta campaña en su contra. Sobre el tema escribí un post en su momento. En resumen, Bergoglio colocó en la segunda sede más importante del país a un enemigo declarado del presidente de la Nación. Y no es dato menor que La Plata sea la capital de la provincia de Buenos Aires, territorio fabricante de pobres y base del peronismo. 

¿Hay modo de no hacer una lectura política del nombramiento de Bergoglio? Imposible. Pone a un marginal y enemigo declarado del gobierno en un puesto elevadísimo de la jerarquía eclesiástica argentina; que no pretenda entonces que el gobierno se allane pasivamente a sus invitaciones. 

jueves, 21 de noviembre de 2024

Mons. Gustavo Zanchetta dejó (¿huyó?) la prisión y está en el Vaticano

 


Todos conocemos al obispo Gustavo Zanchetta, y datos sobre él pueden encontrarse profusamente en Internet. Hagamos una síntesis: sacerdote de la diócesis de Quilmes luego de haber sido formado por los capuchinos, siempre fue particularmente cercano al cardenal Jorge Bergoglio. Muy poco tiempo después de que éste fuera elevado al pontificado romano, lo eligió obispo de Orán. Fue una de sus primeras nominaciones episcopales. Apenas conocida la noticia, un grupo importante de sacerdotes de Quilmes envió una carta a Francisco cuestionando al P. Zanchetta: según afirmaban, no tenía condiciones para ser obispo. Y enumeraban sus faltas: habría ofrecido a una persona un trabajo en un colegio de Florencio Varela “a cambio de algún servicio” y abusaba de seminaristas que estaban bajo su mando. Y además de esos abusos de poder y sexuales, era también acusado de protagonizar varios “desmanejos económicos”. Por supuesto, a Bergoglio le importó un bledo y fue igualmente consagrado y entronizado.

Pero no duró mucho en su sede. Cuatro años después renunció aduciendo una grave enfermedad para la que fue a buscar cura a ¡Corrientes! Todos olieron gato encerrado y lo había: El secretario del obispado de Orán denunció al obispo puesto que encontró en su celular, además de pornografía, varias selfies de Zanchetta en las que aparecía “desnudo, mostrando sus genitales y en actitudes masturbatorias”.

Algún tiempo después, la denuncia la hicieron dos seminaristas de la diócesis de Orán. Aseguraron haber sido abusados sexualmente en retiradas ocasiones por su obispo. Los relatos son escabrosos. Zanchetta huyó a Roma. Allí, el Papa Francisco, en vez de mandarlo de regreso a que afrontara sus delitos, lo designó asesor de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, con un suelo de varios miles de euros.

Pero la presión fue demasiada y Zanchetta tuvo que volver a Argentina y afrontar el juicio en su contra. Fue hallado culpable de abuso sexual agravado y condenado a cuatro años y medio de prisión efectiva. No duró mucho en la cárcel común. Pronto le fue concedida la prisión domiciliaria en el convento de las Concepcionistas de Orán. 

Pero las cosas volvieron a cambiar. Los aires del norte argentino no le sientan bien a Su Excelencia y tiene problemas de salud: es hipertenso; una enfermedad, como todos sabemos, gravísima y muy rara, por lo que no le ha quedado otra opción que hacerse tratar en… Roma, pues allí donde tiene a sus médicos de confianza. Parece una broma pero es real: así lo anuncia un medio de prensa de Orán, que no hace más que confirmar lo que sabíamos desde hace algunos días: Mons. Gustavo Zanchetta ya estaría en el Vaticano, o estaría a punto de viajar a Roma, protegido nuevamente por el Papa Francisco.  

Me tienen sin cuidado las oscuras maniobras que se habrán realizado con la justicia de Salta para permitirle a un condenado y encarcelado un viaje al extranjero con el peligro cierto de fuga. Sabrán los jueces lo que hacen. Lo que me preocupa, y lo que da mucha bronca, es el doble discurso de Begoglio y la doble vara para medir.

Ya dimos cuenta en este blog lo ocurrido con el ahora Sr. Principi, y pocas semanas después aparece el caso de Zanchetta. “Tolerancia cero”, es la divisa pontificia. Y ciertamente esa es la tolerancia para sacerdotes un pocos trastornados como el P. Fernando Cornet, excomulgado la semana pasada por negar la legitimidad de Francisco. Tolerancia cero tuvo también Mons. Pedro Martínez cuando decidió que las mujeres no podían ser monaguillas, y se le exigió la renuncia a su diócesis. Tolerancia cero tuvo Mons. Strickland que afirmó que algunos aspectos de las doctrina enseñada de Francisco era contraria a la doctrina secular de la Iglesia, y fue expulsado de su diócesis. Y podríamos seguir aumentando el listado de misericordiados por razones similares. 

Sin embargo, los acusados y condenados por abusos sexual tienen tolerancia 1, o 2 o 3,5. En esos casos, la misericordia pontificia se despliega en todo su esplendor, como el plumaje de un pavo real. Basta recordar el caso McCarrick: ¿cuánta presión y cuantos años debieron pasar para que finalmente ese monstruo fuera desposeído de su cardenalato? 

La vara pontificia se tuerce fácilmente cuando el reo es culpable de ciertos delitos y, mucho más cuando, además, es cercano al afecto pontificio

El rito maya y las clarisas de Balaguer


 

En este blog no suelo publicar noticias sobre abusos litúrgicos: es un tema demasiado setentoso y para comprobar los abusos no es necesario un blog: basta ir a cualquier iglesia de barrio.

    Sin embargo, en esta ocasión se han dado dos hechos que no tienen tanto que ver con el abuso cuando con el ridículo. 

    El primero, fue el avant premier del rito maya, celebrado en alguna iglesia de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas de México. Se trata, por supuesto, de una nueva creación de laboratorio, sólo que en este caso no están Bugnini, ni Botte, ni Jungmann, ni Vagaggini, ni el resto de liturgistas que inventaron el rito de Pablo VI y que, aunque progresistas, sabían de liturgia. 

    He podido ver apenas unos segundos de la misa en este nuevo rito —en realidad, es el novus ordo missae con adendas indígenas— y ya aparecen objeciones y predicciones. La más obvia de todas es que difícilmente, o muy esporádicamente, podrá celebrarse por una sencilla razón: es muy caro y muy ridículo. Por lo que se aprecia en el video, todos los asistentes —sacerdotes y laicos— llevan una corona de flores. Me pregunto cuántos párrocos estarán dispuestos a hipotecarse en la florería del pueblo para tener coronas disponibles para todos y todas a la hora de celebrar la misa. Y me pregunto también cuántos de ellos, por más mayas que se autoperciban, aceptarán celebrar la misa con una tiara florida en sus cabezas. Es demasiado ridículo, por más originarios que sean. 

Por otro lado, me pregunto si esos mismos párrocos estarán dispuestos a comprar kilos de incienso para alimentar el caldero que pasean por el altar. No se trata de un pequeño turíbulo; más bien parece un botafumeiro alternativo.



El segundo caso es el de la performance teatral que representaron las clarisas de Balaguer, diócesis de Urgell. Con las clarisas venimos de mal en peor: unas se hacen sedevacantistas siguiendo a un payaso que se cree obispo, y las otras desfogan sus dotes actorales reprimidas en una lamentable puesta en escena en medio del presbiterio de su iglesia. 

Por lo que puede verse en el video —y en otros por el estilo que están en Youtube— estas monjas han querido representar alguna cosa a través de danzas contemporáneas, con música y vestuario al tono. Yo no puedo imaginar la cara que habrán puesto los asistentes al ver a mujeres mayores, solteronas todas ellas, representar con seriedad un espectáculo tan bochornoso, que produce vergüenza ajena aunque uno lo mire en solitario.

 

Los dos casos —el rito maya y la performance de las clarisas— llevan a una reflexión. Me vino a la memoria la frase que escribió Chesterton en Ortodoxia: “Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada: creen en cualquier cosa”. Los curas mayas y las monjas clarisas, siguiendo a sus mayores, abominaron de la liturgia tradicional y se burlan de ella. Se burlan de las mujeres que usan mantilla, pero ellos —varones y mujeres— usan una corona de flores; se burlan de la solemnidad y de los gestos hieráticos, pero ellas son capaces de danzar haciendo el ridículo; se burlan del turíbulo, del velo del cáliz y de las repetidas cruces que se hacen sobre los dones, pero ellos usan una marmita humeante para incensar las ofrendas con movimientos perfectamente estudiados; se burlan de los antiguos hábitos religiosos y abandonan el hábito coral, pero se visten con un esperpéntico poncho rojo; se burlan de la rigidez de los ministros sagrados [recordemos el gesto del Papa Francisco que “despegó” las manos unidas que tenía un pequeño monaguillo], pero alientan a señoras mayores a que intervengan con danzas perfectamente estudiadas y calculadas en la celebración de la misa. 

    El ridículo no tiene límites, y de él difícilmente se vuelve. 

lunes, 18 de noviembre de 2024

La chancha y los veinte. Rebelión en la Conferencia Episcopal Argentina

 


El refranero argentino, para referirse a una persona que posee una ambición desmesurada, dice que quiere “la chancha y los veinte chanchitos”. Es el caso del Papa Francisco que, en ciertas áreas de la Iglesia, pretende poseer todos los resortes. Una de esas áreas es la Conferencia Episcopal Argentina. Todos recordamos que cuando sospechó una rebelión en la reunión plenaria de 2017, que se resistía a elegir como presidente del episcopado a quien él quería —Mons. Ojea Quintana—, envío al mismísimo arzobispo Paul Richard Gallagher, uno de los más encumbrados de la secretaría de Estado, a poner orden en la granja. 

En la reunión de la semana pasada, tal como decíamos en el último post, la rebelión se concretó… a medias. Lo que se sabe es lo siguiente:

1. A la hora de votar al presidente, todos los obispos sabían que la voluntad pontificia había dictaminado sinodalmente que debía ser elegido Mons. Marcelo Colombo. Sin embargo, el más votado, y por mucho, fue Mons. Cesar Fernández, obispo de Jujuy, y que suena como próximo arzobispo de Paraná. Los francisquistas se volvieron locos; no lo vieron venir. Presionaron y amenazaron y, pro bono pacis, Fernández bajó su candidatura y fue finalmente elegido Colombo, y a él se le concedió la segundo vicepresidencia. Desconozco el motivo del metejón de los obispos argentinos por Fernández. Quizás haya sido simplemente el modo de mostrar su oposición o, al menos, no subordinación al sinodal Papa Francisco. 

2. Este desacato se observó también en un manifiesto que presentaron los once obispos del NEA (Noreste argentino), con fuertes y abiertas críticas a Bergoglio.

3. Probablemente una de las razones sea el hartazgo de estar sometidos a las mafias dependientes de Santa Marta. Por ejemplo, cayó muy mal la venganza, a través de mentiras y trampas, de Mons. Colombo contra Mons. Bochatey, secretario de la CEA, que daba por segura su continuidad. [El obispo de la Orden de San Agustín, comentan los frailes de la curia generalicia en Roma, siempre fue muy ambicioso]. Pero esto no ocurrió sino que, por una matufia del entrante Colombo y el saliente Ojea, se nombró como secretario a Mons. Raúl Pizarro, pupilo sanisidrense de Ojea. Enterados los obispos de la maldad cometida, impusieron a Mons. Bochatey como presidente de la Comisión de Fe y Cultura.

4. Algo similar ocurrió con Mons. Jorge Scheinig, arzobispo de Mercedes -Luján. Es uno de los mimados de Bergoglio y de su nomenklatura, y estaba convencido de que las presiones y mimos romanos funcionarían y sería elegido para integrar la nueva cúpula. Y tan seguro estaba, que no se anotó para integrar ninguna comisión. Cuando vio que su nombre ni siquiera figuraba en los placet se inscribió fuera de término para presidir la comisión de Educación, convencido de que era número puesto… Pues bien, perdió frente al auxiliar de La Plata, Mons. Jorge González, por ¡setenta votos contra veinte!

5. Una de las comisiones más apetecidas es la de Cáritas. En ella se maneja mucho dinero y garantiza exposición mediática. La gran mayoría de votos para ocupar la presidencia fueron para un ignoto obispo patagónico, para espanto de los obispos villeros que veían cómo se les escapaba un puesto que consideran propio por naturaleza. Comenzaron nuevamente las presiones sinodales, el patagónico se bajó y fue elegido Mons. Gustavo Carrara, villero auxiliar de Buenos Aires.

6. Un signo del enrarecido ambiente anti-bergogliano que se manifestó en la reunión episcopal, fue la algarabía que suscitó la elección de Mons. Enrique Eguía Seguí, obispo prelado de Dean Funes, como presidente de la Comisión episcopal de Pastoral Universitaria, consagrado en la primera votación por una mayoría aplastante. Su nombramiento fue acompañado por un estruendoso aplauso. Recordemos que en 2022, Mons. Eguía Seguí, había sido desterrado por orden directa de Bergoglio a las desérticas pampas cordobesas, luego de un confuso episodio en el que fue embarrado junto a otros sacerdotes por cuestiones económicas, y a los cuales el cardenal Poli defendió públicamente.

7. Sigue causando extrañeza el destierro del arzobispo de Buenos Aires, Mons. Jorge García Cuerva. Sus funciones han quedado reducidas a segundo miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Carcelaria y tercer miembro de Comisión Episcopal de Fe y Cultura. El siempre bien informado blog de la Cigüeña de la Torre nos informa que que “según un influyente prelado”, el Papa está muy disgustado porque Jorgito “tomó medidas de modo muy independiente que van contra los deseos de Santa Marta”. Ante dos jóvenes sacerdotes argentinos que lo asisten, el Papa habría manifestado su desagrado por los cambios radicales que hizo en el Seminario y algunos nombramientos de párrocos. A Bergoglio no le gusta tanta autonomía; la sinodalidad tiene límites. Todo debe ser consultado con él. Por otro lado, la arquidiócesis afronta serios problemas económicos que el arzobispo peronista no ha sabido resolver, y que han tenido como consecuencia el cierre de la la Casa del Clero, dejando a un buen número de sacerdotes en la calle, y se estima que deberá cerrar también varios colegios parroquiales. Y añade el periodista español que, “según el mismo prelado, es altamente probable que salten algunos escándalos como el de un conocido párroco del centro de Buenos Aires y sus afectos contra naturam”. 

“Sarna con gusto no pica”, dice otro refrán. Santo Padre, si usted elige obispos simplemente por simpatía y porque le gusta fastidiar a sus enemigos, y no se fija en las reales capacidades de los candidatos, no se queje entonces porque le puede salir gato por liebre, como le ha pasado ya tantísimas veces. 

8. Mons. Marcelo Colombo, flamente presidente de la CEA, ya emitió sus primeros oiks en los medios de prensa. Como era de prever, en todos los casos ocuparon un pequeño recuadro de las columnas laterales de los portales, y apenas si duraron cuatro o cinco horas. A nadie le importa nada lo que pueda decir, ni siquiera a las monjas, tan afectas como son ellas a las palabras episcopales. La irrelevancia total de la hablábamos la semana pasada.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Las nuevas autoridades de la Conferencia Episcopal Argentina

 


El martes se conoció la nueva cúpula de la Conferencia Episcopal Argentina. Estará presidida por Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza, y secundado por el cardenal Sixto Rossi, arzobispo de Córdoba y por Mons. César Fernández, obispo de Jujuy. 

No son muchos los comentarios que pueden hacerse. Vista la intrascendencia de la Iglesia argentina, los cambios sólo interesarán al clero y al monjerío moribundo, que ya están llenando sus grupos de whassapp de chismes.

Quienes conocen desde muy cerca a Mons. Colombo coinciden en dos cosas: a diferencia de buena parte de sus hermanos en el episcopado argentino, es un hombre que sabe leer y escribir. Incluso, es capaz de usar correctamente los cubiertos y distingue una copa de agua de una copa de vino. Estudió derecho y tiene estudios universitarios completos. Eso es ya un logro. La segunda característica que señalan es que se trata de un político; pura y exclusivamente de un político y, consecuentemente, todas sus decisiones son políticas, incluso su desprecio y desinterés ya no solo por los numerosos fieles tradicionalistas de sus arquidiócesis sino incluso por los conservadores, que son más numerosos aún. Es conocido por la despiadada persecución que infligió a sacerdotes que continuaron celebrando misa discretamente durante la pandemia, o que se atrevían a dar la comunión en la boca a los fieles que se lo pedían o, peor aún, que se les ocurría cantar el Kyrie en griego en la misa. Se estima que sus preocupaciones no son de progresismo litúrgico; simplemente quiere alejar a este tipo indeseable de ovejas que tiene la costumbre de tomar habitualmente senderos ubicados a la derecha de los prados de pasturas. 

El problema es que sus intervenciones en la política nacional y provincial son escasas y penosas. Escasas, porque a los medios de comunicación no les interesa publicar noticias que no despiertan el menor interés en los lectores; y penosas, porque no pueden repetir más la aburrida monserga progre, que ya perdió cualquier posibilidad de despertar algún tipo de reacción. Quizás su intervención más conocida fue cuando se expidió… contra la minería. Sin conocer en lo más mínimo los procesos de tratamientos de materiales contaminantes y de aprovechamiento del agua que posee las empresas mineras, recordó que “nosotros somos el agua, el aire y la tierra. El agua somos cada uno”. Es fácil prever la repercusión que tendrá en el gobierno nacional las elaboradas y sólidas argumentaciones de Colombo.

En cuanto al cardenal Sixto Rossi, todos afirman que se trata de un hombre de fe; buen predicador de ejercicios espirituales y buen director espiritual. Eso no lo hace buen obispo, pero algo es algo. Consolémonos. En cuanto a Mons. Fernández, es un total desconocido. Veremos.

Todos sabemos que en el ámbito eclesial argentino, no se mueve una mosca sin que la autorice Bergoglio. Es decir, necesariamente fue el Papa quien, sinodalmente, designó a la cópula de la CEA. ¿Por qué lo eligió a Colombo? No lo sé, pero supongo que buscaba que alguien que enfrentara a Milei sin hacerse el loco. Hasta ahora, Mons. Colombo ha limitado sus críticas a los “modos” del presidente argentino que podrían generar violencia… Críticas de salón; Bergoglio sabe que, con los altos niveles de apoyo popular que tiene Milei, y que aumentarán seguramente en los próximos meses, no le convenía tener a loquito que terminará hundiendo más la imagen ya no solamente de la Iglesia argentina sino del mismo Bergoglio.

Lo más intrigante de la elección es, sin embargo, qué es lo que se rompió entre Bergoglio y García Cuerva. Son muchos los gestos y no pueden ser coincidencias: le sacó el primado, por segunda vez le negó el capelo cardenalicio y ahora lo desplaza de todos los puestos de de la CEA. Ni siquiera preside alguna comisión ni es delegado de ninguna cosa. Nada de nada. Es muy raro, y esto no es cosa de los obispos que no atreverían a semejante humillación. Esto es una orden que vino de arriba. ¿Qué habrá hecho? Seguramente, los clérigos lectores de este blog podrán darnos pistas.