viernes, 29 de junio de 2012

Ositos cariñosos


Varios amigos del blog me han escrito en los últimos días sugiriéndome que discutiéramos el tema Bargalló. No estaba muy convencido porque, a fin de cuentas, sería abundar en el Perogrullo. Sin embargo, el homenaje público que recibió ayer en su excatedral por parte del Cardenal Primado y de su padrino y sucesor, Casaretto, sumado al cerrado aplauso de sus fieles, me parece que imponen cierta reflexión.
Empecemos por las más fáciles: el hecho demuestra, una vez más -y ya van muchísimas-, que el episcopado argentino es uno de los peores del mundo. Nuestros pastores son obispos -que no ositos- cariñosos, y su cariño no discrimina: bien puede ser una gastronómica cincuentona de zona norte, o un remisero veintiañero y santiagueño, y podríamos agregar varios casos más que la rapidez de reflejos ocultó, pero que muchos conocemos.
Y hay responsables de esta situación y no es, justamente, el Espíritu Santo, y ni siquiera el Papa a quien no podemos pedir que conozca a cada uno de los curas a los que elige obispos. Los responsables son los jerarcas del episcopado argentino, en su momento Primatesta y Aramburu, y hoy Bergoglio. Más de uno sabemos que el pequeñísimo puñado de buenos obispos argentinos salieron por ganadas de mano, por efectos sorpresa, por papeles que se perdieron y otros que se encontraron y por numerosas peregrinaciones a la curia romana. Y si no hubiese sido por ese estos tejes y manejes, ni siquiera tendríamos el consuelo de estos pocos pastores como la gente.
Una segunda reflexión tiene que ver con el meollo de la gravedad del hecho. Una buena página católica publicó, incomprensiblemente, una carta de Bargalló a sus sacerdotes que a todas luces es falsa. No hacía falta recurrir a eso para, pero en fin... En algunos de los comentarios de ese sitio se da por supuesto que lo más grave de la situación es la violación del voto de castidad hecho libremente por el prelado en su momento. Disiento con esa opinión. Casi me animaría a decir que es lo menos grave. Si miramos para atrás, Renacimiento y Edad Media por ejemplo, encontraríamos infinidad de casos similares, o peores. Lo más grave, creo yo, es el escándalo, en el sentido más propio y teológico del término. Más le valdría a Bargalló atarse una piedra de molino a su cuello y arrojarse al mar.
Es que el daño que provocan actitudes de este tipo, no a los paganos ni a los fieles mediocres, sino a los buenos cristianos es enorme. Porque la conclusión que se impone es la siguiente: si este hombre y la Iglesia me piden que lleve una conducta ordenada en mi vida matrimonial, o en mi vida de soltería o en mi vida de célibe, y él, siendo obispo con todo lo que eso implica, se revuelca desde hace meses, o años, con una “amiga de la infancia”, ¿por qué tengo yo que seguir peleándola día a día? La primera respuesta será: “Bargalló en un hombre de la Iglesia, pero no toda la Iglesia”. Sin embargo, digo yo, ayer el cardenal primado afirma públicamente que el fornicario y adulterino obispo fue un gran hombre con un fuerte compromiso con los pobres lo cual le valió ser perseguido políticamente y de allí, entonces, que aparecieran las malditas fotos. Es decir, lo que Bergoglio nos dice es que no importa mucho, más bien poco si es que algo importa, lo que hagas en tu “vida privada” -expresión que los mismos obispos utilizaron para referirse al affaire Maccarone- sino lo que hagas por los demás. Y yo me pregunto entonces dónde quedó la fe. Porque el cristianismo es lo que es, o es un chiste. O todo, o nada.
¡Cuántos adolescentes, jóvenes y adultos corren a confesarse con profundo dolor luego de que por debilidad cometen algún pecado contra el sexto mandamiento, y este pajarón que viste mitra, se da el lujo de “mantener una relación sentimental” -fueron sus palabras- durante años y celebrando, al mismo tiempo los sagrados misterios en pecado mortal! ¿Dónde está la fe?
Hay una objeción que bien podría hacerse y para la cual tengo una respuesta débil. A ver si entre todos encontramos una mejor: Si lo más grave de la situación es el escándalo y el daño que con él se causa a los fieles, ¿por qué, aparentemente al menos, no ocurría lo mismo durante la Edad Media y el Renacimiento, cuando los casos de obispos cariñosos eran mucho más frecuentes? Lo más fácil sería decir que el daño se producía igual, y creo que es verdad, pero no al nivel actual. Me parece que en la actualidad se intensifican los efectos del escándalo debido a que la religión terminó siendo, en muchos casos, un código de comportamiento moral, centrado principalmente en el sexto mandamiento. Es decir, se moralizó la religión. Y así, cuando las faltas son contra la moral, aparecen como más graves y son más dañinas. Así como en la Edad Media causaba más desazón un obispo que cuestionara el verdadero carácter de la filiación divina que el que tenía una querida, hoy sucede lo contrario.
En fin, es para pensarlo.

Aviso: Nuestro amigo Jack Tollers acaba de publicar la traducción inglesa de "Cristo y los fariseos". Pueden bajarla desde aquí.

miércoles, 13 de junio de 2012

KGB

Cuando era adolescente encontraba gusto en leer las persecuciones que sufrían los cristianos detrás de la Cortina de Hierro. Me llamaba particularmente la atención el sistema de denuncias que se había establecido por el cual todo el mundo debía cuidarse de hablar contra el régimen porque podía ser delatado por sus hijos, sus amigos, sus alumnos, etc. y terminar en internado en un gulag o en un neuropsiquiátrico.
Recuerdo que mi madre y mis abuelos me relataban también de qué modo debían cuidarse de hablar contra el peronismo durante la primera y segunda presidencia del General, so pena de perder sus trabajos o cosas aún peores. 
Eran todas imágenes de un tiempo que había pasado y que se me antojaban propicias para el heroísmo.
Sin embargo, la KGB ha vuelto, aunque ahora se llama INADI, Secretaría de Derechos Humanos y algunos organismos más, fogoneados siempre por la prensa. Los motivos de la persecución, sin embargo, son otros. Por ejemplo, decir en algún grupo que la homosexualidad es una enfermedad y dar algunos consejos a los padres para prevenir que sus hijos adquieran esa condición.
Cinco años atrás, cualquiera de nosotros habría dicho que esto se trataba de una broma, o del fruto de una mente exagerada y apocalíptica. Pero es real: http://www.losandes.com.ar/notas/2012/6/13/investigan-supuestos-dichos-docente-contra-gays-648325.asp
Me pregunto qué actitud tendrá la UCA. La mayoría apuesta a que terminará echando al profesor. Yo no lo creo, aunque tampoco creo que salga con una declaración dejando claras las cosas.
Mientras tanto, el mucamo de Juan Pablo II, ahora cardenal de Dziwisz, se dedica a rezarle al Magno para que la selección polaca de fútbol gane la Eurocopa: http://www.periodistadigital.com/religion/mundo/2012/06/11/religion-iglesia-dziwisz-cracovia-penalty-juanpabloii-eurocopa-.shtml

martes, 5 de junio de 2012

Añoranzas, by Jack Tollers





The sweetest thing in all my life has been the longing...
Do you think it all meant nothing, all the longing?
C.S. Lewis, Till We Have Faces.


No estoy en condiciones de discutir con Jesucristo. Si Él dijo que son más bienaventurados los que creen sin haberlo visto que los que efectivamente lo vieron, así será. Pero nadie (¡ni Jesucristo!) puede dejar de advertir que si uno cree en Él, querrá verlo también, qué se creen ustedes.
Afortunadamente tenemos lo de San Juan, que lo veremos y seremos como Él.
Es que las cosas espirituales primero se gustan y luego se ven, dijo Santo Tomás, comentando el salmo ese que invita a gustar y ver cuán bueno es el Señor.
Ahora bien, hay que saber que habitualmente la cosa sigue este orden: primero se gustan… cosas que no se ven. Y luego le nace a uno el deseo de ver. Y después le duele no ver.
Se llama añoranza. Nostalgia de Dios. Esperanza. Pónganle el nombre que quieran, qué más da, que el que sabe lo que digo, lo sabe por experiencia y esa experiencia es un compuesto dulce-amargo, diría Castellani, como el whisky. Dulce por lo que promete, amargo por el "aún no" que nos contaba Pieper.
Y entra al ruedo Kierkegaard y nos dice que esa añoranza es un don de Dios, que no hay por qué echarla a los perros, que bien puede cultivarse y agradecerse a Dios, como que es un don celeste que procede del Padre de las luces (en quien no hay sombra de mudanza ni variación).
Claro, es muy útil el don este (y no sólo para componer versos, o zambas, o sinfonías, obras de teatro, novelas, cuadros y para todo el arte que quieran). El don de la añoranza nos protege contra la solicitación terrena, el inmanentismo, de todo aquello que nos aferra al terreno, de todo los que distrae de nuestra vera vocación, de todo lo que nos tiene encarcelados aquí abajo.
(También protege de toda forma de voluntarismo, pelagianismo, exitismo o resultadismo, lo mismo da).
La añoranza nos hace mirar para arriba, nos hace buscar trazas de la Trascendencia de Dios, nos obliga a recordar a Jesucristo, como lo pedía el bueno de San Pablo: "Acuérdate de Jesucristo". Nos lleva a rezar, lo querramos o no.
Y nos fortalece a la hora de la muerte.
Pero Dios, en su Sabiduría Eterna, ha resuelto dosificar esta añoranza de los hombres buenos (o que, por lo menos, querrían serlo). Porque el efecto "tan alta vida espero, que muero porque no muero" podría inducir, créase o no, a la desesperación: un caso de excesiva nostalgia de Dios que incrementaría desmesuradamente el "tedium vitae", que nos haría demasiado pesado esto de seguir chapoteando en el barro de la vida, que nos induciría a un quietismo estéril, que nos haría despreciar las cosas que tenemos y que tenemos que guardar aunque algún día tengan que desaparecer. Que nos haría olvidar lo de Chesterton, aquello de que una cosa es necesaria, todo, y que el resto es vanidad de vanidades.
De manera que Dios dosifica este don de la añoranza y no le permite a nadie volver del otro lado del río a contarnos algo más sobre lo que tiene preparado el Señor para aquellos que le aman, cosas que ni ojo vio, ni oído oyó (aunque Pablo algo oyó, no vayan a creer: audivit arcana verba).
Cosas que no entran en cabeza de hombre.
Como que es más bienaventurado el que cree sin haber visto que el que vio.
Jack Tollers