Libros recomendados


¿Cuáles fueron los hitos fundamentales que marcaron el nacimiento de la cultura cristiana en el mundo Occidental? Este libro muestra cuáles fueron lo personajes decisivos y los hechos culturales centrales en torno a los cuales Europa llegó a ser lo es, o lo que era. 

Se trató de personajes que, a partir de los acontecimientos que se desplegaban frente a ellos, tomaron las decisiones adecuadas para hacer de un mundo caído un mundo más agradable a los ojos de Dios, en el que los frutos de la redención de Cristo pudieran crecer con vigor y lozanía.
No se trató de personajes portentosos. En la cotidianidad de una vida marcada por la oración, el amor a Dios y al prójimo y la conciencia clara del fin último, ellos fueron capaces de construir, con paciencia y a los largo de décadas y siglos, una cultura floreciente en el saber y en las artes, marcada con el sello de Cristo y que pervivió en Occidente hasta los bermejos albores de la Revolución de 1789.
Todo lo que hacemos, todo lo que decimos, todo lo que vivimos permanece en nosotros; nos va, poco a poco, esculpiendo y finalmente somos esa escultura. Herederos y legítimos poseedores del pasado que dio nacimiento a la cultura que forjó Occidente, la cultura cristiana que se construyó puede volver a construirse con todos y cada uno de los cristianos, pues cada uno de ellos, a su modo, tiene algo que aportar. Conocer ese pasado y ese proceso es cada vez más necesario.

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Louis Bouyer (1913 - 2004), uno de los teólogos más importantes del siglo XX. Fue definido como "un no conformista y uno de los más tradicionalistas" de los teólogos franceses, y es por eso que fue silenciado por ambos sectores. Pastor luterano, en diálogo con la diáspora ortodoxa rusa en el Instituto San Sergio de París, se convirtió al catolicismo luego de un proceso similar al que siguió el cardenal Newman.
Publicó en 1955 El cuarto evangelio, uno de sus libros centrales, un libro sublime. Fiel a su estilo y posible gracias a sus vastos conocimientos teológicos y patrísticos, Bouyer comenta cada uno de los capítulos del evangelio de San Juan de acuerdo a la tradición de la Iglesia, siguiendo a los Padres, enriqueciendo sus reflexiones con los descubrimientos de la ciencia bíblica e iluminando con los matices de la lengua griega. Y así, es un libro apropiado tanto para el serio estudio académico como para la meditación sobre los misterios más profundos de la fe cristiana que expresa el apóstol amado de Jesús en su evangelio.

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Louis Bouyer fue uno de los teólogos más agudos y desconocidos del siglo XX. Una de sus obras más relevantes es la Introducción a la vida monástica, en la que se expone la espiritualidad cristiana con una fuerza y una claridad que se conjuga perfectamente con la síntesis que sólo un hombre sabio como el autor es capaz de realizar. 

El libro echa luz a la espiritualidad del cristianismo que muchas veces fue opacada por los autores posteriores a la Contrareforma y por aquellos que son buenos representantes de los aspectos más decadentes de la devotio moderna. 
Como el mismo autor afirma, se trata de un libro dirigido primariamente a los monjes, pero “pero hay que decir que se dirige, al mismo tiempo, a todo cristiano. Si es verdad que el llamado: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” apunta, de una u otra manera, a cualquiera que quiere ser hijo de Dios, se puede invertir lo que acabamos de decir. En toda vocación cristiana hay un germen de vocación monástica. Se puede desarrollar más o menos; su desarrollo mismo puede tomar muchas formas diferentes. Pero este germen no podría ser ahogado sin que sucumba con él el germen propio de la vida en Jesucristo. No se puede, en efecto, ser hijo de Dios sin escuchar en lo más profundo de su corazón la voz que nos grita: “Venid al Padre”, sin estar preparados a responder con un sacrificio total”.

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El libro del Apocalipsis es el más enigmático de toda la Escritura. Y la prueba está no solamente en la oscuridad de las imágenes y escenas que narra sino también en la interpretación que ha recibido a lo largo de la historia por parte de los exégetas cristianos. Poco comentado por los orientales, recibió más atención en Occidente. En algunos casos, fue interpretado como referido a los últimos tiempo, y en otros, como relacionado con la vida de la Iglesia y la vida espiritual de cada cristiano.

En este volumen presentamos el comentario que realizan a los dos primeros capítulos del Apocalipsis —aquellos que contienen las cartas a la siete iglesias—, tres autores eclesiásticos pertenecientes a diversos ámbitos y diversas épocas. Dos de ellos vivieron en los primeros siglos y pertenecen, por tanto, a la patrística. Son Ecumenio y San Cesáreo de Arles. El primero proviene del cristianismo griego; el segundo, del latino. El tercer autor, San Beato de Liébana, es ya un autor del primer medioevo, que escribe en la naciente cristiandad que se asoma de la mano de la restauración del imperio por parte de Carlomagno.
Las tres visiones enriquecen la interpretación que nosotros, los cristianos del siglo XXI, podemos tener acerca del último libro de la Escritura y del mensaje que el Señor ha querido que escuchemos.

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San John Henry Newman fue, además de intelectual y maestro, un gran predicador, tanto en sus años de párroco anglicano de St. Mary's en Oxford como en su época de católico en el Oratorio de Birmigham. En este libro se reúnen doce de esos sermones dedicados a distintos aspectos de la figura de Jesucristo. 

Newman recorre la vida del Salvador contemplando sus misterios tales como el nacimiento, los dolores de su pasión, su muerte y resurrección o su presencia escondida en medio de la Iglesia y de los fieles.
La selección, realizada y editada en 1943 por Pierre Leyris, permite no solamente profundizar en la fe cristiana sino también introducirse en el pensamiento y la espiritualidad de San John Henry Newman.
El libro cuenta, además, con una introducción del P. Louis Bouyer, uno de los teólogos más importantes del siglo XX y profundo conocedor de Newman y su obra. Como en todos los escritos de Bouyer, asoma la ironía pero, sobre todo, la aguda inteligencia de quien ha sido capaz de profundizar en la letra de los textos newmanianos y muestra la hondura de su riqueza.

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La esperanza es una de las tres virtudes teologales que, junto a la fe y a la caridad, nutren el alma del cristiano durante su vida terrenal. 

Los griegos conocían la esperanza, a la que llamaban "elpís", pero el cristianismo, al radicarla en Cristo, la eleva por sobre todas las esperanzas terrenales que puede albergar el corazón humano.
En este volumen, se recogen las reflexiones de varios Padres de la Iglesia -Orígenes, San Cipriano, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, San Efrén de Nisibis y, sobre todo, San Agustín de Hipona- sobre la esperanza, dando a conocer sus diversas facetas y la importancia de alimentarla y sostenerla para atravesar, asidos a ella, las tribulaciones de la vida.

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Este libro reúne meditaciones sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo de tres Padres de la Iglesia: San Juan Crisóstomo, con siete homilías predicadas a sus fieles de Constantinopla en la segunda mitad del siglo IV; SanJerónimo y su comentario a los capítulos 26 y 27 del evangelio de San Mateo, en los que se relatan las últimas horas del Señor, y el comentario de San Máximo el Confesor a las palabras que Jesús pronunció en el huerto de los olivos.

La sabiduría de los grandes maestros del cristianismo se despliega en estas páginas que ayudan a meditar los misterios centrales de la fe -la Pasión y Muerte de Jesús-, que se celebran en Semana Santa.

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Inesperadamente, mientras el mundo dormía su sueño plácido de bienestar y prosperidad, como un ladrón en medio de la noche (Mt. 24, 43), apareció un invisible virus que en cuestión de días cambió todo lo que parecía sólidamente establecido. Las seguridades del hombre contemporáneo, la soberbia con la que se complacía en sus avances científicos y tecnológicos y la imbecilidad con la que gastaba su tiempo en devaneos ideológicos, quedaron en silencio, aterradas frente a un espectáculo que jamás imaginaron.

Los gobiernos han decidido que el remedio más eficaz para evitar o minimizar los contagios es la cuarentena social, es decir, que ciudades, países y el mundo entero permanezca en sus casas sin poder salir. Se trata, a todos los efectos, de una reclusión, del encierro comunitario en celdas más o menos cómodas, pero encarcelamiento al fin. 
Para resistir este situación se necesita de la virtud de la fortaleza que se manifiesta, entre otras aspectos, en la paciencia, una virtud relegada y casi olvidada, que ahora pone de manifiesto la importancia que posee, o debiera poseer, en la vida de todo cristiano. Los griegos la llamaban ὑπομονή (hipomoné) que significa resistencia o aguante, o lo que los contemporáneos llaman “resiliencia”, creyendo haber hecho en ella un descubrimiento. Y es resiliente y tiene aguante quien es paciente. Por eso, hipomoné es también y sobre todo, paciencia. 
La cuarentena nos exige armarnos de paciencia. Es el ejercicio de esa virtud que considerábamos menor y secundaria lo que puede ayudarnos a resistir las contrariedades y dificultades del encierro, y a permanecer firmes en la esperanza de que lo que parece que no tendrá fin, lo tiene, pues todo lo humano y terrenal termina. Y siempre, después de la tempestad, escampa.
En este breve libro he reunido lo que algunos de los grandes maestros del pensamiento cristiano enseñaron sobre la virtud de la paciencia. Las pestes, como las guerras y otras calamidades, han azotado siempre a la humanidad, con mayor o menor rigor, y quienes nos precedieron en la fe supieron soportarlas iluminados en muchos casos por las palabras de esos maestros que hoy lamentablemente han desaparecido. Por eso, recurrir a ellos en un ejercicio conveniente e incluso necesario. 
Se recopilan aquí algunos breves tratados y reflexiones de esos grandes maestros: Santo Tomás de Aquino (s. XIII), Tertuliano (s.II), San Cipriano de Cartago (s. III) y San Agustín de Hipona (s. V).

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Pieter van de Meer de Walcheren fue uno de los autores católicos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Nacido en Holanda, se convirtió a la iglesia católica en París luego de conocer a León Bloy y trabar una profunda amistad con Jacques Maritain.

En "El Paraíso Blanco" relata el viaje que realiza en los días de Navidad de algún año de la década del '30 a la cartuja de la Valsainte, en Suiza. No se trata de un diario de viaje, al menos no lo es al estilo acostumbrado. Es el diario de un viaje que lleva al autor a profundizar en la espiritualidad monástica, particularmente de los cartujos, y a mostrar la enorme riqueza que se esconden en esos escondidos repliegues de la Iglesia.

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Cincuenta capítulos o, mejor aún, cincuenta conversaciones amicales son las que integran este libro, en las que se discuten temas relacionados con la fe y la Iglesia católica, y la crisis por la que atraviesa desde hace varias décadas y que se ha agravado hasta límites impensables con el pontificado del papa Francisco. 

No se trata, sin embargo, de conversaciones sobre la coyuntura o sobre las últimas noticias aunque ambos elementos se encuentren también presentes. Se trata más bien de reflexiones desde la teología, la filosofía y la historia que ayudan a comprender el momento actual e intentan proyectar alguna luz sobre el futuro que se percibe entre las sombras del atardecer. 
Fue así que las reuniones que dieron pie a este libro se dieron a la pálida luz del ocaso, vespertinamente, pero para alumbrar el conocimiento con el anhelo del alba. No se trata de un libro oscuro, desesperanzado y pesimista. Por el contrario, es un libro que intenta señalar los primeros rayos que anuncian la alborada, escrito en el tiempo y en la penumbra -“El tiempo fluye en medio de la noche”, decía el rey San Alfredo- en la espera del otro tiempo, de aquel que no tendrá fin, y que fluye en la radiante luz de la Eternidad.

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