lunes, 30 de julio de 2018

El lazo


Una de las conclusiones que aparecen luego de la lectura del  recomendable editorial de La Nación de ayer, es que lo que quieren en el fondo los defensores del aborto es que los deje fornicar tranquilos. Y el embarazo es un inconveniente que siempre está latente y limita, o puede limitar el placer de la carne. Es el non serviam primigenio que se manifiesta en la voluntad de hacer con la sexualidad lo que se les antoje sin que nada ni nadie, ni siquiera un posible hijo, pueda impedirlo.
Me resulta difícil, como a muchos católicos, ahondar en el tema de la sexualidad. No es agradable, el pudor sigue siendo para nosotros una virtud y con estos temas se resiente, y también tenemos una suerte de cola de paja: la Iglesia, afirmamos, durante mucho tiempo redujo el problema del pecado al sexto mandamiento; se insistió demasiado sobre ese tema, cuando en realidad hay pecados más graves. Y, finalmente, los más conservadores tenemos terror que se nos aplique el rótulo de “jansenistas”, que siempre provoca un efecto estigmatizante, aun cuando no sea más que una etiqueta fabricada por los jesuitas en el siglo XVI. Y sigue funcionando del mismo modo: “jansenista” es el cómodo vertedero donde se amontona toda suerte de beatones, exagerados, tímidos, traumados y otros clase de indeseables. 
Sin embargo, lo cierto es que la Iglesia, desde sus mismos orígenes, fue muy firme en la denuncia de los pecados contra el sexto mandamiento y muy severa en sus castigos. Esto es muy llamativo y no es cuestión de escudarse diciendo que era una cuestión cultural, propia de una época, porque si esta es una argumentación válida, se nos caen buena parte de las argumentaciones que sostienen la racionalidad de la fe. 
Y está severidad y cautela extrema con respecto a la sexualidad no aparece solamente en una época determinada de la Iglesia. Por el contrario, desaparece con el Vaticano II: antes, siempre estuvo, con modalidades diversas. Sería ocioso e imposible intentar la elaboración de un elenco de citas que prueban lo que digo. Mencionaré sólo algunas que me resultan útiles para argumentar el tema de esta entrada. San Agustín intercambió varias cartas con su amigo Evodio, el que lo acompañó a lo largo de toda su vida cristiana y que, como él, fue también obispo. En una de ellas, hablan sobre la muerte edificante de un joven de veintidós años, y dice: “Traté de saber si se había manchado alguna vez con el trato con alguna mujer; testificó que estaba inmune, y eso acrecentó mi gozo. Murió, pues. Le hicimos exequias muy honrosas, dignas de alma tan grande” (Carta 158). 
Pareciera que el santo de Hipona exagera un poco. ¿Tanta importancia podía tener para una muerte santa una canita al aire de un joven en el ardoroso clima de África del Norte? “Mancharse”, ¿no es demasiado?

Avancemos algunos siglos. San Pedro Damián (s. XI), doctor de la Iglesia y autor entre muchas otras obras del Liber Gomorrhianus, de tanta vigencia en la actualidad, mantiene una posición  particularmente rígida en todo lo relacionado con el sexo, también secundum naturam, y lo más llamativo son sus durísimas referencia a la vida sexual de los esposos. Las citas son muy numerosas. Espigo un par: “Para la esposa carnal, el abrazo [sexual] del esposo representa la corrupción de su carne; el pacto de amor se realiza a costa de su castidad; casi siempre ella llega virgen a la cámara nupcial, pero sale profanada (violata)”. (De divina omnipotentia, 36, 4; ed. Brezzi, p. 68). “El apóstol Pedro fue lavado de la suciedad del matrimonio con la sangre de su martirio” (Op. 13, 6; 299A). El pudor y el espacio aconsejan abstenerse de más citas de este santo. Para el autor, el sexo aún practicado en el ámbito matrimonial no deja de ser una concesión a la carne a los solos efectos de la procreación, y se ubica en el límite de lo permitido. Quizás exagera, pero los cierto es que San Pedro Damián fue proclamado Doctor de la Iglesia por León XIII y, como tal, posee eminens doctrina, es decir, eminencia doctrinal en materia de teología y culto. Sus escritos no pueden ser salteados con un simple: “Respondía a la realidad de época”, o “Está traumado con el tema”.
Santo Tomás de Aquino aporta mucha más claridad y contradice al Damián cuando, por ejemplo, considera que aún antes del pecado original, el hombre se habría reproducido mediante la unión sexual porque es lo que corresponde a su naturaleza (Suma de Teología, I, 98, 2). Ergo, el matrimonio no puede ser una “suciedad”, ni la virtud de la castidad puede ser identificada con la virginidad. And yet…
San Gregorio Magno, uno de los cuatro grandes doctores y Padres de la Iglesia, decía:“El varón que duerme con su propia esposa, si no es lavado con agua, no debe entrar en la iglesia, y aún cuando sea lavado no debe entrar inmediatamente […] la costumbre de la iglesia romana, desde los tiempos más antiguos, es que después de la unión conyugal se debe pedir el lavado purificatorio y debe abstenerse con reverencia de ingresar a la iglesia. No consideramos por ello culpable la unión conyugal, sino que la unión de los esposos no puede hacerse sin el placer de la carne y, por tanto, deben abstenerse de ingresar en un lugar santo, porque el placer mismo no puede darse sin culpa” (Gratianus, De poenitentia, dist. VII, q. 4, c. 7).
El Catecismo Romano, promulgado por San Pío V por mandato del Concilio de Trento y publicado en 1566, dice: “Requiere asimismo la dignidad de tan grande sacramento [la eucaristía] que los casados se abstengan por algunos días del uso del matrimonio teniendo presente el ejemplo de David, quien estando para recibir del sacerdote los panes de la Propiciación, manifestó que hacía tres días que él sus criados estaban limpios del uso conyugal” (Catecismo Romano II parte, c. IV, n. 58).
Y Santo Tomás se expide también al respecto en su Summa Theologiae (III, q. 80, a. 7 ad 2), y dice que aún cuando la unión conyugal haya cumplido todos los requisitos morales que enseña la Iglesia, se aconseja abstenerse de ella antes de recibir la eucaristía.

Nunca se me ocurriría cuestionar la santidad del matrimonio y mucho menos reclamar la vigencia de prácticas purificatorias. He traído a colación estas citas un poco incómodas, para mostrar que en la Iglesia, desde sus inicios, ha existido siempre una reserva muy marcada hacia el ejercicio de la sexualidad, aún dentro del ámbito matrimonial. Aparece constantemente una cautela, un caveat, como si la sexualidad fuera algo inevitable pero peligroso, al que hay que mirar con mucha atención y, por tanto, conviene incluso exagerar en el ajuste de riendas para evitar un desastre que sabían gravísimo. 
Y las riendas dejaron de ajustarse y se aflojaron; quizás como reacción a la obsesión por lo sexual que caracterizó a los años del pre-concilio y seguramente porque es mucho más divertido andar suelto de riendas en estos temas. El desboque sexual que estamos viendo probablemente sea la causa de una de las crisis más profundas de la Iglesia -quizás la mayor de ella porque no sabemos cuándo y cómo terminará-. La semana pasada el cardenal McCarrick fue despojado de la dignidad cardenalicia y sus correrías con seminaristas y jóvenes sacerdotes, y sus estrechos vínculos con el Instituto del Verbo Encarnado, han aparecido detallados en el The New York Time y en la Catholic News Agency. Y más abajo en el mapa, el caso de Honduras está adquiriendo ribetes similares a los de Chile: renuncia del obispo auxiliar de Tegucigalpa por denuncias de conducta inapropiada con jóvenes, carta de un grupo de “seminaristas heterosexuales” del seminario de Tegucigalpa a los obispos hondureños en la que expresan su desazón por las conductas homsexuales de muchos de sus compañeros, que son amparados por los superiores de esa casa y una mancha que está se está acercando también al saxofonista cardenal Madariaga, cercano amigo del Papa Francisco. Y si todavía éramos pocos, parió la abuela: está comenzando a destaparse el guisado de los abusos de obispos y sacerdotes hacia monjas y religiosas. 
Y si todo esta abominable realidad está allí, oculta a nuestros ojos, y ocurriendo en las entrañas mismas de la Iglesia, cuánto más es lo que ocurrirá en el mundo. Los que tenemos la gracia inmerecida de vivir en un cierto apartamiento del mundo y de sus costumbres no sabemos y quizás ni siquiera podemos sospechar los excesos sexuales que se dan a nuestro alrededor. Y es mejor que así sea.
Dice el Señor: “Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa” (Mc. 3, 27). Me pregunto yo si el relajamiento de las riendas, si el dejar de hablar de “esos pecaditos de debilidad” para concentrarnos en los más graves e importantes como son, por ejemplo, los  "pecados sociales", si el abandono de la cautela con la que la Iglesia siempre había tratado la sexualidad, no fue uno de los motivos para que ésta se haya terminando convirtiendo en el lazo con el que el enemigo ha atado no solamente al mundo -que quiere fornicar tranquilo-, sino a los hombres de la Iglesia, que también quieren hacerlo, para de esa manera saquear tranquilamente la casa. 
La Iglesia era ese hombre fuerte cuya casa no podía ser tomada por asalto. En ella habitaban hombres virtuosos y fornidos que la defendían contra el enemigo. Pero se distrajeron, se emborracharon y se dejaron atar con un lazo maldito. Ahora sí el enemigo puede entrar y hacerse con ella.

miércoles, 25 de julio de 2018

Liberales


En entradas anteriores nos alegrábamos porque nuestros pastores por fin se había despertado y comenzaban a demostrar de un modo claro y firme su postura contra la ley del aborto. Y la verdad es que seguimos alegrándonos aunque rápidamente caemos en la cuenta que lo de ellos es pan para hoy y hambre para mañana. Veamos dos ejemplos recientes.
El episcopado argentino emitió hoy un comunicado animando a los fieles a rezar y ayunar para que la ley del aborto no sea aprobada, y a manifestarse públicamente en el mismo sentido. Se agradece. Sin embargo, a poco que se analiza el texto, resulta claro que los obispos se "autoperciben" como una parte más de la “sociedad argentina [de la que formamos parte]”. No asumen, y no se les pasa por la cabeza pensar que ellos están puestos para ser maestros de la sociedad en cuestiones como la que se está tratando. La fe de la cual ellos son custodios, no es una opción más entre tantas otras y con derecho a expresarse como en una sociedad liberal lo tienen las feministas o los marxistas. La fe está por encima, muy por encima, de todo eso, como la verdad lo está sobre el error. Los obispos entran voluntariamente en el tramposo juego democrático, se consideran maduros por jugarlo y se pavonean públicamente de que no son unos trasnochados medievales que todavía pretenden que sea la Iglesia la que enseñe y le diga a los legisladores qué deben hacer. 
Si recorremos el documento, vemos que en ningún momento se cita la ley de Dios o los mandatos divinos. La consigna que enarbolan es #Toda vida vale, que bien podría ser adoptada por Greenpeace; no es “Deus lo vult”, que gritó Urbano II, y tampoco es “Quis ut Deus?”, que todavía sigue gritando el arcángel San Miguel a los demonios. Ellos, modositos, se acurrucan en un biologismo liberal y prevarican de la función que Dios les encomendó. Más grave aún, dicen: “…apoyamos y animamos a participar a quienes deseen manifestarse públicamente como ciudadanos responsables para testimoniar el respeto por la vida en el marco del derecho de expresión propio de la democracia”. Su prédica no se “enmarca” en los derechos de Dios, Señor y Dador de la vida, sino que su marco es la libertad de expresión “propio de la democracia”, y llaman a los fieles a “testimoniar” como “ciudadanos responsables”. Nuestros pastores no recurren a los dogmas de la fe sino que asumen y se encierran o “enmarcan” en los dogmas de la Revolución Francesa. 

Veamos otro caso. Hace pocos días se representó en la ciudad de Rafaela un espectáculo teatral blasfemo. El obispo de la diócesis, Mons. Luis Fernández, vecino de Mons. Sergio Buenanueva, el osito cariñoso, emitió un comunicado que enerva. Allí, entre otras cosas dice: “Deseo dejar en claro nuestro respeto y defensa de la libertad de expresión artística, pero con la misma fuerza creo que no se tuvo en cuenta el respeto a los hombres y mujeres que profesamos la fe de los cristianos, y que su libre ejercicio y expresión constituyen un derecho debidamente garantizado por la Constitución Nacional”. Cuesta creer no ya que un obispo, sino que un simple cristiano pueda recurrir a esta argumentación. El problema, para Mons. Fernández, es que se nos faltó el respeto a los que profesamos la fe cristiana, respeto que es un derecho garantizado por la Constitución. La verdad sea dicha: a los fieles no se nos faltó el respeto; el respeto se le faltó a Dios y a su Madre Santísima, que no necesitan ampararse en ninguna constitución u otra legislación humana. Pero para este obispo, los derechos de Dios no cuentan; sólo cuentan los de los hombres, que afortunadamente están garantizados por la democracia liberal. 
Además, el comunicado de Mons. Fernández está redactado en el lenguaje asustadizo de un gazapo. Él solamente se limita a “recoger los sentimientos de sorpresa”; él “desea expresar...”; él “considera que...”. En definitiva, él es un cobarde miserable, que se niega a asumir su función de padre, pastor, maestro y defensor de su rebaño y de los derechos de Dios, y prefiere ser un simple opinador más que, aparado por la democracia, hace oír con timidez su voz.
Los obispos argentinos no aprenden ni aprenderán. No ha bastado que la democracia liberal en la que creen y bajo la que se amparan, haya sido el sistema político que permitió la aprobación de leyes aberrantes como el “matrimonio” conta natura y tantísimas otras, y que se prepara para aprobar el asesinato de niños inocentes, para que descrean de ella. Todo lo contrario. Parecería que asumen la premisa alfonsinista según la cual la democracia se cura con más democracia.
¿Qué merecen estos obispos liberales? No soy yo para decirlo, pero sí que puedo sugerir al Santo Padre que ponga en práctica uno de los el cánones que que los padres del Concilio de Trento redactaron cuando trataban la reforma de la Iglesia sobre el modo de elegir a los obispos. Se titulaba: “Del examen de los candidatos al episcopado” (De examine promovendorum ad Ecclesiae cathedrales) y precisaba hasta en sus menores detalles el contenido de dicho examen que tenía que ser concienzudo, público y riguroso. El nombre del candidato y su fecha de nacimiento tenían que darse a conocer desde el púlpito de la catedral y de las parroquias de la diócesis y figurar expuestos en carteles públicos durante quince días, para asegurarse que todo el mundo estaba plenamente informado sobre el aspirante. Clérigos y seglares estaban obligados a informar de posibles motivos por los que en su opinión un determinado candidato no debería ser promovido al episcopado. El candidato tenía que presentar testigos dignos y cualificados que, además de opinar sobre el carácter del candidato, podían ser interrogados por el arzobispo que presidía el tribunal y por otras personas, y naturalmente el candidato estaba obligado a presentar toda la documentación relativa a los grados académicos y otros títulos o diplomas que poseyese. Finalmente, el candidato era examinado por el arzobispo y otras personas presentes, y predicaba un sermón a manera de prueba (Cf. Robert Trisco, “The Debate on the Election of Bishops in the Council of Trent”, en Jurist 34 (1974), pp. 257-291). El canon no fue aprobado, no fuera hacer que los mejores resultaran electos y los mediocres se quedaran afuera.

lunes, 23 de julio de 2018

Vírgenes y mártires en modo #Francisco


Muchas son las modas que el pontificado del Papa Francisco está imponiendo en la Iglesia y algunas tienen ese gustillo tan propio del mundo posmoderno, de ese mundo que busca negar la evidencia, es decir, rebelarse por puro imperio de la voluntad contra la realidad que, en el fondo, no es otra cosa que rebelarse contra el Creador de esa realidad. 
Dicho de otra manera, el Santo Padre quiere que las cosas sean como él quiere que sean, y si no son así, peor para las cosas, porque él continuará imponiéndoles su jesuitica voluntad.  Él quiere que el pasto sea azul y aunque los prados con todas sus hierbas proclamen a viva voz que son verdes porque así los hizo el Creador, peor para las praderas y pastizales: por decreto o breve pontificio serán azules.
Veamos dos ejemplos de los últimos días. El 4 de julio se dio a conocer un documento de la Sede Apostólica titulado Ecclesiae Sponsae Imago, dedicado a regular el noble orden de las vírgenes, vocación de vida de muchas mujeres que permanecen solteras consagrando su virginidad al Señor pero sin pertenecer a ninguna orden religiosa (o prelatura personal). Se trata de una antiquísima institución de la Iglesia que en las últimas décadas cobró nuevo auge. Pues bien, nuestro Beatísimo Padre ha dispuesto, en un borbotón de puro voluntarismo que, para pertenecer al orden de las vírgenes, no hace falta ser virgen"... se tendrá presente que la llamada a dar testimonio del amor virginal, esponsal y fecundo de la Iglesia a Cristo, no se reduce al signo de la integridad física, y que haber guardado el cuerpo en perfecta continencia o haber vivido ejemplarmente la virtud de la castidad, aunque es de gran importancia en orden al discernimiento, no constituye requisito determinante en ausencia del cual sea imposible admitir a la consagración", dice en el número 88. Es decir, que el pasto es azul.
Posiblemente lo que no esperaba el Santo Padre es que las vírgenes consagradas se le levantaran en armas. Pocos días después de conocido el documento, la Asociación de Vírgenes Consagradas de Estados Unidos sostuvo que se encontraban "profundamente decepcionadas por la negación de que la virginidad integral es el fundamento esencial y natural de la vocación". “Es impactante escuchar de la Madre Iglesia que la virginidad física puede ya no ser considerado un prerrequisito esencial para la consagración a una vida de virginidad".
¿Y cómo no entenderlas? Esta política de inclusividad y misericordiosis propia del pontificado de Bergoglio se choca con los límites que fija la realidad. La situación me recuerda los conflictos que se están ocasionando en deportes como el hockey sobre césped o el boxeo femenino cuando intenta integrar alguno de estos equipos un señor que en un momento dado se autopercibió como mujer. Así como el Estado decide que un hombre que fue constituido como tal por la naturaleza pueda ser considerado mujer, así también el Papa Francisco decide que una mujer que perdió su su virginidad pueda ser considerada virgen. Como bien dice la Cigüeña de la Torre, habrá que recurrir a los servicios de La Celestina que ejercía de remendadora de vírgenes.
La distinción que están reclamando con fuerza las vírgenes consagradas no implica un "acto de discriminación" sino un acto de realidad. Es cosa buena y preciosa que una mujer que no vivió "ejemplarmente la castidad" se convierta. Para eso vino Cristo, para buscar la oveja perdida, y qué mejor ejemplo que el de Santa María Magdalena, igual a los apóstoles. Pero a nadie se le ocurriría incluirla en el orden de las vírgenes, sino que ella es conocida como "penitente". Y de ese modo son conocidas tantas otras santas como Santa Thais de Alejandría o Santa Pelagia de Jerusalén. "Pues nada de discriminar", dice el Santo Padre, "son todas vírgenes porque lo digo yo y así lo decreto y mando".
Pero la tozuda afirmación de que el pasto es azul no se reduce a cuestiones de virginidad sino que el Papa Francisco está redefiniendo el martirio. Ya comentamos en este blog la milagrosa aparición en Argentina de tres mártires desconocidos: Angelelli, Longueville y Murias, que ya están siendo festejados. Y la semana pasada aparecieron dos nuevos mártires: Teresio OlivelliLucien Botovasoa.
La diferencia de estos dos hombres sin duda ejemplares con los "mártires argentinos" es abismal y no vale la pena detenernos en eso. Resulta también claro que eran virtuosos y buenos cristianos pero, ¿eso los convierte en mártires, aun cuando hayan sido asesinados? ¿Entregaron efectivamente su vida "por odio a la fe"? Yo tengo mis dudas. Insisto, la vida de tanto de Teresio como de Lucien fue ejemplar y más la quisiera yo para mi, y seguramente están contemplando el Rostro Divino, pero no termino de ver que  hayan sido muertos por odio a la fe sino, en todo caso, por odio simple y puro a un enemigo del nazismo o a un opositor al régimen inicuo del rey malgache Tsimihoño. Pero todo esto, aunque meritorio, no puede traducirse sin más en odium fidei.
Veamos un caso análogo, el del requeté Antonio Molle Lazo, que muere en manos de los milicianos comunistas durante la Cruzada Nacional española, poco después asistir a misa. Los relatos de quienes presenciaron su muerte dicen: "Intentaron (los milicianos) varias veces que gritara: “¡Muera la religión!” y “¡Viva Rusia!”; a lo cual sólo respondía: “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva España!” También, cuando le amenazaban con ir a matarle y a beber su sangre, dijo: “Me mataréis, pero Cristo triunfará”. De los labios de Antonio, sin embargo, no se escuchó ningún insulto. Ante su negativa a blasfemar y a renegar de la fe, le mutilaron las orejas y le sacaron los ojos y parte de la nariz, pero únicamente decía: “¡Ay, Dios mío!” y seguía profesando: “¡Viva Cristo Rey!” Recibía golpes en todo el cuerpo, pero fundamentalmente en la cabeza. Sobre su pecho seguía llevando, también ensangrentado, el “Detente” con el Corazón de Jesús sobre el fondo de la bandera española. Y, comprendiendo que llegaba ya su final, pues uno de los asesinos dijo que iba a dispararle, extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz, colocó sus piernas asemejándose a las del Crucificado y, con todas cuantas fuerzas pudo sacar aún de su interior, gritó con voz potentísima: “¡Viva Cristo Rey!
Se trata de un joven, como Teresio, que siempre había sido un buen cristiano, como Teresio y Lucien, y que se enrola en uno de los dos bandos de una contienda, como Teresio y Lucien. Pero a diferencia de ellos, fue asesinado claramente y sin duda alguna "por odio a la fe". Sin embargo, Antonio, hasta donde yo se, no es beato y no creo que lo sea, pues para el Santo Padre estaba en el bando equivocado.
Las vírgenes no son vírgenes, los mártires no son mártires y el pasto es azul. ¡No nos cerremos al Espíritu! ¡Abrámonos a las sorpresas del Papa Francisco!   

viernes, 20 de julio de 2018

Más perdido que Oso en la neblina

Mons. Sergio Osvaldo Buenanueva, cariñosamente conocido como Oso,  es un fanático de Twitter. Solamente durante la mañana de hoy -20 de junio-, ha emitido doce mensajes. Parece que las ocupaciones de su diócesis cordobesa le deja mucho tiempo libre. 
Hace dos días trinó el siguiente mensaje:






La Iglesia católica no está en guerra con el presidente Macri. Participa con seriedad en un debate ciudadano clave. Hace oír su voz. Expresa su disenso donde corresponde. Formula propuestas claras y firmes. Así los pastores como, sobre todo, los laicos. ¡Esto es democracia!

Uno está tentado a decir: ¡Cómo se puede ser tan pelo...! Ahora resulta que la democracia es lo importante, que la discusión en democracia es saludable siempre, claro, que sea con propuestas claras, firmes y respetuosas. 
Justo cuando nos alegramos que la mayor parte de los obispos, por primera vez en décadas, se pusieron firmes y están diciendo las cosas como son, y de un modo desacostumbradamente agresivo, aparece este Osito Cariñoso festejando entre signos de admiración a la democracia.
Lástima que sopapear a un obispo puede traer pena de excomunión.

martes, 17 de julio de 2018

Gironella y Pedro Sánchez

Creo que somos varios los argentinos que sufrimos vergüenza ajena ante el comportamiento de nuestros gobiernos, de nuestros obispos y de muchos de nuestros conciudadanos. Sin embargo, cuando se asoma la nariz por sobre Los Andes o cuando se otea más allá del Atlántico, nos consolamos un poco porque vemos que lo que sucede en otros lares es también merecedor de vergüenza, entre otros sentimientos.
Nos hemos enterado en estos días que uno de las primerísimas decisiones del nuevo presidente del gobierno español ha sido apurar los trámites para exhumar los restos del general Francisco Franco de su tumba en la basílica del Valle de los Caídos y convertir este monumento en un sitio destinado a la reconciliación de los españoles, como si otro hubiese sido el destino que le dio en su momento el mismo Caudillo. 
No vale la pena detenernos a analizar el hecho, puesto que todos los lectores del blog, y todo el mundo que conserve un mínimo uso de la inteligencia, se dará cuenta que en este acto no hay un sano deseo de reconciliación (y la verdad es que yo no veo a muchos españoles hoy en día dolidos o resquebrajados por la Guerra Civil, luego de ochenta años) sino de revancha y odio. La derrota que sufrió la izquierda en el '39 aún les duele y el resentimiento ha pasado de generación en generación. 
Por mi parte, debo reconocer sin la menor vergüenza que la Guerra Civil Española me ha causado, desde mi adolescencia, una extraña fascinación. Claro que a partir de los diez años comencé a fascinarme con la Segunda Guerra Mundial, y que a los trece leí en menos de una semana en enorme librote que guardaba mi abuelo titulado "La Gran Guerra", extendiendo mi deslumbramiento a la Primera. Algún tiempo después, un buen sacerdote me prestó un monumental álbum con fotografías de la Guerra Civil Española, y fue allí cuando comenzó mi atracción por todo lo relativo a esa contienda, atracción que aún perdura. Quizás haya sido el relato de las hazañas de falangistas y requetés, algunos de ellos poco mayores que yo, que habían tenido la posibilidad de batirse por la fe y acribillar un buen puñado de marxistas o, simplemente el deslumbramiento por las imágenes en épocas en que no era tan fácil acceder a ellas como los es ahora. 
Comento todo esto porque la próxima expoliación a que se verá sometida la historia y la memoria de España me ha llevado a recordar, y recomendar, la lectura de la tetralogía de José Maria Gironella. 
Desconozco cuál es la opinión que tienen sobre este autor y su obra la gente amiga de la Península. Yo puedo dar testimonio de la lectura de los dos primeros volúmenes, Los cipreses creen en Dios y Un millón de muertos (el tercero y cuarto, Ha estallado la paz y Los hombres lloran solos, no los he leído aún). Cada uno de ellos tiene más de ochocientas páginas e infinidad de ediciones, por lo que no creo que resulte difícil conseguirlos todavía. La novela fue leída por millones de españoles en los '50 y '60, quizás como un recurso terapéutico que ayudara a curar tantas heridas, porque la palabra y las narraciones poseen el poder de curar. La estricta censura establecida por Franco quiso, en un primer momento, prohibirla, supongo que porque no la consideró suficientemente franquista pero, afortunadamente, se impuso el sentido común y finalmente esta saga contribuyó más que otras muchas medidas a sostener el gobierno. 
La trama se desarrolla a través de lo vivido por una familia catalana de Gerona, los Alvear, particularmente de Ignacio, uno de los hijos, durante los años previos y preparatorios de la guerra en el primer volumen, y en el segundo, durante el desarrollo del conflicto. Los capítulos van pasando de un lado al otro; de nacionales a rojos, de Oviedo a Madrid, de Burgos a Barcelona, y tratando de ponerse en la piel no solamente del falangista o del monárquico, sino también del comunista, del anarquista o del socialista; de qué modo cada uno de ellos veía y vivía el conflicto que se avecinaba primero, y que se desencadenó después. Aparecen las miserias de un bando y del otro, y las virtudes y los sufrimientos de todos, de un modo, a mi entender, muy equilibrado. 
La novela tiene mucho de autobiográfico. Gironella vivió en Gerona, estuvo en el seminario, fue soldado durante la guerra del lado de los nacionales como esquiador en el Pirineo aragonés, tal y como ocurre con Ignacio, el protagonista. No se trata de un escritor eximio, pero es un buen escritor y alcanza sobradamene su objetivo. Fue un hombre de fe, católico como eran católicos la mitad de los españoles en el década del '30, aunque me da la impresión que luego del Vaticano II viró un poco hacia el progresismo (digo esto último a raíz de una recomendable entrevista que le hizo Joaquín Soler en 1977, en su programa "A fondo").
En fin, una recomendación de lectura que puede servir para contrarrestar, al menos en el alma, con José María Gironella la iniquidad que cometerá Pedro Sánchez.
(Los interesados en leer los libros que no tengan problemas de conciencia demasiado graves, pueden bajarlos gratuitamente de este sitio).

Recomiendo a los interesados en este episodio de la historia, el documental en diez capítulos Gran historia de la Guerra Civil Española que, aunque realizada desde una perspectiva liberal y ligeramente favorable a los rojos, no deja de ser interesante, sobre todo por la gran cantidad de material fílmico y documental. Puede encontrarse fácilmente en Youtube. 

miércoles, 11 de julio de 2018

Más vale tarde que nunca

Sorprendentemente, los obispos argentinos han comenzado a pronunciarse con claridad contra el aborto luego de que el proyecto de ley fuera aprobado en Diputados y comience su discusión en el Senado. 

El arzobispo de San Miguel de Tucumán, en el Te Deum al que el presidente Macri prefirió no asistir, aunque era su deber, dijo que “el aborto es la muerte de un inocente”; el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en la misa convocada en la basílica de Nuestra Señora de Luján, afirmó que “el aborto no es un derecho sino un drama”, e incluso nuestro amigos Mons. Tucho Fernández, fue tajante en el Te Deum del 9 de julio: “Si el presidente Macri tiene una profunda convicción sobre el tema, que vete la ley como hizo el presidente uruguayo Tabaré Vázquez”. 
No han dicho ninguna novedad ni han defendido la divinidad de Nuestro Señor. Han afirmado, para seguir con la expresión chestertoniana, que el pasto es verde y no es azul. Pero eso ya es mucho, muchísimo, para los obispos argentinos. Más vale tarde que nunca. Es una buena noticia. Pero todos nos preguntamos por qué ahora, por qué no tuvieron la misma actitud cuando apenas se insinuó la posibilidad que esta ley podría ser aprobada. Sin ánimo de hacer un análisis exhaustivo para el que no estoy capacitado, propongo algunas reflexiones.
1. Una primer motivo tanto de la actitud anterior como del cambio hacia la actual, viene del sometimiento, que no obediencia, que tiene el episcopado argentino hacia el Papa Francisco. Recibe órdenes directas de él y le obedecen sin chistar, so pena de ser misericordiados o humillados, como sucedió con Mons. Aguer. El primer responsable del fracaso en Diputados es Bergoglio.
2. Hay cuestiones de fondo y cuestiones estratégicas. Si vamos a las de fondo, es claro que los obispos son liberales. Se han tragado con papel celofán incluido el cuento de la democracia y sus bondades. La mayoría no son capaces de ver lo que ésta verdaderamente significa, y los que algo vislumbran se quedan callados. Aceptar la democracia liberal como sistema válido de gobierno implica necesariamente aceptar que todo -TODO- sea debatido. O más bien, que casi todo sea debatido, puesto que los derechos humanos exclusivos para la izquierda revolucionaria de los ’70 no se discute, y no se discute tampoco la culpabilidad de todos los militares de esa época, y no se discute que dos personas del mismo sexo pueda casarse, y otras progresividades por el estilo. Aquí estuvo el primer error: no oponerse decididamente al debate parlamentario sobre el aborto. Más aún, en propiciar y apoyar el debate. El 28 de febrero de este año, la Comisión Ejecutiva de la CEA emitía un comunicado en el que decía: “Que este debate nos encuentre preparados para un diálogo sincero y profundo que pueda responder a este drama, escuchar las distintas voces y las legítimas preocupaciones que atraviesan quienes no saben cómo actuar, sin descalificaciones, violencia o agresión. Junto con todos los hombres y mujeres que descubren la vida como un don, los cristianos también queremos aportar nuestra voz, no para imponer una concepción religiosa sino a partir de nuestras convicciones razonables y humanas”. Craso error. Sobre la verdura del pasto no caben diálogos sinceros ni profundos ni los cristianos tienen nada que decir: ya está todo dicho. El pasto es verde. Eso no se discute. 
3. Otro problema de fondo es el sentimiento vergonzante que habita escondido en el pecho de nuestros obispos: tienen vergüenza de ser cristianos y adalides de una religión que, en un siglo de tantos progresos científicos y humanos, todavía proclame que un predicador judío ajusticiado en una cruz hace veinte siglos es el Hijo de Dios, que unas simples palabras dichas por un sacerdote transforman milagrosamente el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de ese mismo predicador, que las mujeres están impedidas por disposición divina de pronunciar esas palabras, que la sexualidad se orienta primariamente a la procreación y no al placer, y otras antiguallas por el estilo. Este sentimiento de inferioridad los lleva a comportarse como mansas ovejitas y los fuerza a convencerse que los lobos que tienen enfrente no son lobos sino juguetones perritos lanudos. No osan poner en duda el principio por el cual, desde el Vaticano II, los cristianos podemos comulgar sin ningún escrúpulo con los ideales de la humanidad de nuestro tiempo aunque, en apariencia, sean peligrosas para la fe. Nuestros obispos se olvidan que, si bien el evangelio es la salvación del mundo, no se trata sin embargo de un agradable licor que lo hace entrar en calor a través de una borrachera dulce y gozosa. Se trata de un remedio terrible. Cuando el mundo lo gusta, dice como los hijos de los profetas a Elías: “Hombre, la muerte está en la bebida”. Para el mundo, como para Dios, la encarnación es la cruz. El evangelio debe despertar en el mundo una hostilidad que estaba latente, y que será llevada a su paroxismo. Por eso, lo que espera a los apóstoles que predican el evangelio no es la conversión del mundo, sino el odio del mundo. Les aguarda la enemistad del mundo y al mismo tiempo, la victoria sobre el mundo. 
4. Nuestros obispos y muchos católicos de hoy no pueden soportar la idea de tener enemigos. Ellos quieren estar en contra de todo lo que está contra algo, y estar a favor de todo lo que está a favor de algo. “No estamos en contra de nadie”, es su frase favorita. Nadie marchaba en contra del aborto; todos marchaban a favor de la vida. Peor aún, las demostraciones “a favor de la vida” eran una fiesta, con música mundana, hurras y una muestra de desconcertante alegría. Todos los hombres son buenos. Malinterpretamos a los abortistas; incluso el más acérrimo ateo, es más cristiano que nosotros mismos. Es cuestión de hacérselo ver. Pero lo cierto es que los adversarios desprecian al que cede continuamente el terreno. Los obispos “amigos de todo el mundo”, siempre con su sombrero en la mano saludando simpáticamente a todos, se sienten rodeados, sin comprender bien el porqué, de una indiferencia glacial. Todo lo que obtienen sus declaraciones de humilde devoción y de respetuosa admiración por el mundo, es una condescendencia desdeñosa. Nunca sabremos si son conscientes de ella, debido a su perpetuo complejo de inferioridad.

5. Junto a estos errores de fondo, aparecieron también varios errores de estrategia. El primero es que se creyeron el camelo de que el presidente Macri y su jefe de gabinete Peña estaban real y convencidamente contra del aborto y que la habilitación del debate era solamente una picardía política destinada a distraer a la opinión pública mientras se atravesaba una situación económica difícil; que los números en diputados sobraban para rechazar la ley y, de última, si las papas quemaban, el ejecutivo se jugaría para que la ley no afuera aprobada. Esta ficción es la misma que repitió la semana pasada la mesiánica diputada Elisa Carrió. ¡Pobre Macri! Fue un ingenuo; lo engañaron. Si así fuera, le resultaría muy fácil al presidente de la nación hacer lo que hizo su colega uruguayo: vetar la ley en caso que sea aprobada. Se lo dijo bien claro el 9 de julio Mons. Tucho Fernández. Pero su lenguaraz ya salió a repetir por enésima vez que eso no ocurrirá: Macri respetará el sano juego democrático aunque vaya contra sus convicciones personales. ¡Qué ejemplo de virtud! Es probable que Macri no sea favorable al aborto, pero le importan mucho más otras cosas. La discusión que aparece en la superficie esconde intereses mucho más profundos como queda bien explicado en este video.
6. El mismo afán que muestra el papa Francisco por evitar las peleas con el mundo progresista -con el otro se pela sin problemas-, impulsó a los obispos argentinos a dejar la pelea contra el aborto en manos de los laicos, puesto que se trata de una cuestión de ley natural. Ellos se limitaron a aparecer el Domingo de Ramos con cartelitos que en los que proclamaban su opción por “las dos vidas”. Y es verdad que el aborto es una cuestión que atañe a la ley natural, pero hay algo mucho más profundo y religioso; hay algo satánico en el aborto, como bien fue expuesto en este blog hace algunos meses. Nuevamente se trata del sentimiento de inferioridad que les impide decir las cosas como son: el aborto es un pecado abominable, particularmente diabólico, y quienes los propician pecan gravísimamente. No significa esto que los laicos no debían hacer su parte, como la hicieron. El problema es que los obispos, por estrategia, no hicieron la suya, y así nos fue.
7. La saludable reacción de nuestros obispos que estamos observando derivará indefectiblemente en pegar la ley del aborto a las maldades del gobierno neoliberal de Macri. No es cuestión de negar la responsabilidad que tiene este nuevo rico que llegó a la más alta magistratura del país. Seguramente es un apóstata de la fe y muy probablemente sea un comprometido masón. Pero el problema no es de Macri sino, una vez más, del sistema democrático. Los peronistas hubiesen hecho lo mismo. Y no me estoy refiriendo a la inicua equina Cristina Kirchner que anunció que votará a favor ni tampoco a su camarilla de ladrones; me refiero al peronismo clásico: uno de sus representantes más conspicuos, el senador Pichetto, decía: “La Iglesia debería ejercer la tolerancia porque la ley está por encima de los dogmas”. Él, por cierto, votará a favor.
¿Qué puede esperarse de la votación en el Senado? Nadie lo sabe. Es verdad que hay mucho malestar dentro de la coalición gobernante, la famosa “grieta” que cada vez se profundiza más. La vicepresidente Michetti ha dicho que no sabe cómo podrá continuar en el gobierno si la ley es aprobada. Los senadores contrarios a la ley se están moviendo y pareciera que lo están haciendo bien. Pero también en la Casa Rosada se están moviendo a pesar de su declamada prescindencia. No puede explicarse de otro modo, por ejemplo, que la senadora Gladys González, que se había manifestado contraria durante la campaña electoral, haya cambiado de postura: obediencia debida o sobre indebidos.
Nobleza obliga, los obispos argentinos nos están dando un pequeño respiro y, en algún aspecto, hemos dejado de sentirnos huérfanos. Uno se siente raro cuando experimenta esa percepción, entre racional y emotiva, de que hay un padre que nos defiende.

Aclaración necesaria: Que yo afirme que el debate parlamentario jamás debió admitirse, no significa que, cuando éste indefectiblemente se dio, haya que censurar a quienes participaron de él dando testimonio. Ya lo hablamos en estas páginas. 
Y que tenga mis diferencias en cuanto al modo inexplicablemente festivo que adquirieron las marchas contrarias al aborto, o “a favor de las dos vidas” como les gusta decir, no significa que el hecho mismo de manifestarse masivamente me haya parecido inoportuno. Ciertamente iba a ser ineficaz, como lo fue, pero había que hacerlo aunque, creo yo, debería haber adoptado otra modalidad.

lunes, 9 de julio de 2018

La higuera


En varias ocasiones nos hemos referido en este blog a la higuera, esa planta evangélica a la que el Señor nos manda estar atentos: “Aprendan de la higuera esta lección: Tan pronto como se ponen tiernas sus ramas y brotan sus hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Igualmente, cuando vean todas estas cosas, sepan que el tiempo está cerca, a las puertas (Mt. 24, 32-33). Pero la verdad es que no resulta fácil darse cuenta si las ramas están tiernas o si las hojas están brotando. Siempre asoma la duda o el temor a caer en espejismos ocasionados, muchas veces, por nuestros anhelos, el wishful thinking que dicen los ingleses. Pero el hecho que sea difícil discernir los signos y que podamos equivocarnos con facilidad, no nos exime de la tarea encomendada por el Salvador de estar atentos a la higuera
Las últimas semanas que vivimos en Argentina y en el mundo son cuanto menos, curiosas. Sabemos que se predice para los últimos tiempos la existencia de una iglesia de la publicidad y de una iglesia verdadera, casi escondida y perseguida, que caminarán solapadas. Y hemos visto hasta la nausea que en ocasión de la discusión sobre la ley del aborto en la cámara de diputados, nuestros obispos insistían en que el debate era importante y necesario, siempre que fuera con respeto y sin violencia, y casi ninguno de ellos se pronunció con la claridad y contundencia que la gravedad del tema ameritaba (hay que decir que en esta segunda parte de la discusión están cambiando el tono). Y sabemos que muchos prelados, aún convencidos de la maldad de este crimen, prefirieron el silencio y la huída de la disputa a fin de no armar olas en los medios de comunicación, ser tachado de ultracatólicos y conservadores, y perder de esa manera la posibilidad de alguna promoción episcopal. 
Y, sorprendentemente, hemos visto como una actriz y vedette - Amalia Granata-, cuyo lanzamiento a la fama se debió a la ardiente noche que pasó como acompañante ocasional del cantante Robbie Williams en 2004, llevó adelante un discurso claro y duro contra el aborto y los abortistas, lo que le costó no solamente los más crueles ataques de los medios, sino también y finalmente, su trabajo, pues fue despedida del canal de televisión en el que trabajaba. Cómo no  recordar aquí las palabras de Nuestro Señor a los fariseos: “Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos”. 

Otros de los signos de la higuera que me parece descubrir es que de un modo cada vez más desembozado se niega lo evidente o, dicho de otro modo, se peca contra la inteligencia. Recurriendo a Chesterton, diríamos que ya la mayoría del mundo afirma que el pasto es azul y que dentro de poco deberemos desenvainar nuestras espadas para defender su verdura. La fotografía de la izquierda pertenece a la última marcha del orgullo gay en París. No solamente se presenta ya el satanismo de modo explícito, sino que vemos a niños con banderitas multicolores caminando detrás de pervertidos a los que ni siquiera puede nombrarse. A fuerza de acostumbramiento, no nos asombramos ya del espanto diabólico del hecho: la exaltación pública de las perversiones más abyectas y la corrupción innombrable de los niños.
Pero hay otros modos mucho más sutiles pero igualmente perversos de afirmar que el pasto es azul. Y pongo por caso un ejemplo reciente: Claudia Najul es una médica y diputada mendocina en el Congreso de la Nación que votó a favor de la ley del aborto. Y también votó a favor -como la totalidad de sus colegas- de la ley de transplante de órganos según la cual, entre otras cosas, todos los argentinos somos donantes presuntos de órganos. Sabemos que el transplante de órganos sólo fue posible jurídicamente cuando se cambió hace casi cincuenta años la definición de muerte, que dejó de ser considerada como siempre había sido el cese de la actividad cardíaca, ausencia de reflejos y de la respiración visible, para pasar a ser ausencia de actividad bioeléctrica en el cerebro. Hoy, aunque el corazón siga latiendo, la persona puede estar “muerta” y, por lo tanto, sus órganos pueden ser ablacionados. Hace algunas décadas, este comportamiento habría sido considerado un asesinato, y de los más crueles que puedan pensarse: quitar los órganos internos a una persona viva, cuyo corazón aún está bombeando sangre. 
Pues bien, ante un hecho tan complejo como este, la diputada Najul justificó su voto diciendo que “Donar es un acto de amor y salva vidas”. El problema es que esta señora elige y decide qué vidas salvar: la vida del bebé que se está gestando en el seno de una madre que prefiere no tener complicaciones, puede terminarse de un modo cruento y con el amparo de la ley. En cambio, la vida de otros bebés que ya han crecido y han salido del seno materno hace cinco, o diez o cuarenta años, debe conservarse, aunque para eso haya que acabar anticipadamente con la vida de otra persona que, aunque moribunda, aún respira.
Estos hechos nos muestran una suerte de Moloch travestido de Jano, que en su afán de devorar vidas humanas, adopta diversos rostros y hace uso de sofismas bastante crasos que el mundo compra sin preocuparse por analizarlos, y evitando siempre contrariar el pensamiento hegemónico de la corrección política.
Desconozco si todo esto es signo de que las hojas de la higuera están brotando. Pero pareciera que las yemas y los bornizos están a punto de estallar.

lunes, 2 de julio de 2018

Maquiavelada pírrica

por Ludovicus


De entre los males que nos ha traído el pontificado de nuestro compatriota no es el menor la instalación del tema del aborto en la Argentina. Bergoglio se cansó de provocar de todas las formas posibles a Macri, inmiscuyéndose en la baja política, habilitando operadores de avería, multiplicando gestos de desprecio al gobierno y al pueblo argentino (¿alguien recuerda el telegrama de salutación en inglés cuando atravesaba el cielo patrio?). Desperdició su autoridad en confrontaciones de conventillo, se desprestigió él mismo con su mala voluntad y su infantil y senil capricho. Una visita a la Argentina en el año 2016 habría enervado por mucho tiempo las fuerzas abortistas. Por ende: sin Bergoglio no había aborto. Tampoco sin Macri, faltaba más.
Que la jugada del aborto -hagamos abstracción de la iniquidad cometida y de los intereses sangrientos en juego- fue efectiva en el corto plazo es evidente. Básicamente, creemos que estaba enderezada a cortarle las piernas a Bergoglio, generando una contradicción insalvable con sus tropas vernáculas, izquierdistas y revolucionarias. El frente que estaba armando contra el gobierno se derrumbó desde marzo. Los acérrimos laudatos devinieron abortistas o tibios. Y el desprestigio de la media sanción lo ha cubierto de vergüenza frente al mundo (¡aborto en el país del Papa!), al punto de que por primera vez desciende al extremo de protestar contra la ley de medios y la alianza del monopolio con el oficialismo. Más política en el barro.

Gran jugada táctica pues. De su valor estratégico no pensamos lo mismo, sobre todo si la ley a la postre se sanciona. En primer lugar porque la contradicción de Bergoglio con sus bases se supera al día siguiente de la promulgación de la ley; a partir de entonces, la cuestión será agua pasada y volverá a integrarse el frente popular, con renovados bríos y bronca pontificia, a quien no podrán amenazar o hacerle más daño que esta desautorización planetaria. La clave del aborto como arma táctica era mantenerlo como una amenaza pendiente, no concretarlo. Y permítanme una sonrisa si alguien cree que la supresión del sueldo de los obispos pueda conmoverlo. No sé ustedes, pero lo estoy oyendo.
En segundo lugar, Macri ha sembrado donde otros cosecharán. La apenas disimulada orientación marxista, leninista o no, de casi todos los periodistas argentinos -hasta Menem tenía mejores , y aún así no le alcanzó para blindarse- requería un recambio cultural, al menos la prevalencia de cierta voz conservadora. De lo contrario, obliga a cualquier gobierno a virar permanentemente a la izquierda, con la gobernabilidad en vilo y a merced de la fabricada opinión pública, que se lo va a llevar puesto dentro de una dinámica revolucionaria. Me dirán que en todos los países que aprobaron el aborto lo hizo la derecha liberal sin problemas. Es cierto, pero en Hispanoamérica el aborto sigue siendo una bandera sectaria, bien diversa de los sectores conservadores que conforman un sentido común, que ha sido causa eficiente, en parte, de la victoria de Macri. Para peor, el proyecto aprobado es ferozmente extremista, si alguna ley de aborto no lo fuera en sí misma. Suprime la objeción de conciencia institucional, limita la individual y en una vuelta de judo satánica penaliza a quienes obstaculicen un aborto. La ley de despenalización repenaliza a los penalizadores. Y esto no quedará así: ya vendrán las leyes que prohiban hacer campañas por la vida, las que fijen las prerrogativas de las clínicas abortistas, las que tipifiquen el "delito de odio" a quienes osen calificar como homicidio al aborto. Bah, la parafernalia del totalitarismo de la nueva izquierda.
En este sentido, el negocio electoral es muy oscuro. Incomprensible y suicida si consideramos las presiones de última hora para doblegar a los diputados provida. Como reza el dicho de Talleyrand, "es peor que un crimen, es un error". Macri cambia la complacencia de un grupo que jamás lo votaría (¿se imaginan a uno solo de la horda de trabas, tortas, trans, zurdos y feminazis votando a Macri?) por la desafección de una numerosa cantidad de votantes. Aunque más no fuera medio o un millón de votos, son justamente los márgenes que le permitirían ganar, son más que los angustiosos números netos de su elección anterior, que no llegaron a 700.000 votos en segunda vuelta. Sin contar que los efectos se multiplicarían en el interior, muy contrario a la iniciativa.
Tiene todo para perder. Algunos deberían pensar, en vísperas del voto del Senado.
Aunque más no sea en términos suciamente maquiavélicos.