viernes, 30 de junio de 2017

El humo de Satanás

Todos los diarios del mundo han dado relevancia ayer a la decisión del cardenal Georges Pell de regresar a Australia para defenderse personalmente de los cargos de encubrimiento e, incluso, de abuso sexual con los que fue acusado en su país. No me cabe la más mínima duda que es todo una gran mentira urdida por las Fuerzas Oscuras y expandida por los medios de prensa que están a su servicio. El mismo purpurado dice que todo comenzó hace dos años y desde entonces ha sido permanentemente acosado por parte del periodismo. Curiosamente, hace justamente dos años el cardenal Pell cobró protagonismo durante el Sínodo sobre la Familia debido a su férrea defensa de los principios de la fe, y se comenzó a perfilar como papabile. No es la primera vez que los grandes, o pequeños, medios de difusión “guardan” la información de este tipo que poseen -verdadera o falsa-, para darla a conocer en el momento que mayor daño puede hacer. Es cuestión de repasar los hechos para comprobarlo.
Pero también ayer nos enteramos de otro hecho: la gendarmería pontificia descubrió en un departamento ubicado dentro de la Ciudad del Vaticano una “orgía homosexual con drogas” de la que participaba el ocupante del piso, un monsignorino asistente de un alto cardenal de la Curia. Un hecho aberrante que indigna y avergüenza, y nos enfrenta una vez más a un problema al que debemos, como cristianos, tratar de encontrar una explicación, si es que existe. [Nobleza obliga, este procedimiento de la gendarmería no habría sido posible sin la autorización expresa del Santo Padre. Un gesto que lo honra]. Lo cierto es que la Iglesia enfrenta miles de casos reales de abuso sexual y conducta homosexual por parte del clero. ¿Cómo ha podido ocurrir semejante situación? La impresión que tengo es que quizás sea también éste el “humo de Satanás” que Pablo VI anunció que se estaba filtrando en la Iglesia. No solamente nos encontramos en un proceso de creciente asfixia por la humareda que despide la homosexualización agresiva y militante de la cultura occidental, sino que también lo olemos, como al azufre, en el Templo. 
La Iglesia está integrada por hombres y, por tanto, es pasible de todos los pecados que los hombres pueden cometer. Sea la pederastia, sea la homosexualidad, son realidades que siempre existieron entre los miembros de la Iglesia. Y sobre esto hay abundantes testimonios y estudios serios. Desde la carta de San Pedro Damián al papa León IX titulada Liber Gomorrianus contra nefandum sodomiae, del siglo XI, hasta los escándalos de pedofilia y encubrimiento que rodearon al P. Stefano Cherubini, sucesor de San José de Calasanz como general de los escolapios en el siglo XVII. Pero en los últimos años, concretamente a partir de los ’80, nos hemos visto inundados de una marea que parece incontenibles de casos, a cual más espantoso, de pederastia y sodomía de sacerdotes e, incluso, de obispos. Si en otros momentos de la historia, estas prácticas existían, siempre estuvieron muy acotadas, fueron muy puntuales y, en general, se las trató con la máxima severidad. Pero en algún momento más o menos reciente, algo ocurrió; se desplomó una barrera o se quitaron los filtros. Lo cierto es que la cosas cambiaron. 
Sin pretender ninguna originalidad ni mucho menos ser exhaustivo, propongo aquí algunas ideas que ayuden a armar el doloroso rompecabezas:
  1. Falta de respuesta adecuada por parte del Vaticano: El Papa Benedicto XVI reconoció este hecho en septiembre de 2010: la Iglesia no fue lo suficientemente vigilante o no tuvo la pronta respuesta que correspondía frente a estos casos. Él mismo redujo al estado laical a cuatrocientos sacerdotes por estos comportamientos. Sin embargo, yo creo que no fue suficiente un reconocimiento de falta de vigilancia o de celeridad. Faltó castigo severo. Se optó durante décadas por cambiar de destino al sacerdote involucrado como si eso fuera suficiente o, en casos más graves y notorios, se lo recluía en un Cottolengo, como ocurrió con Mons. Macaronne, o en un departamento de Génova rodeado de tres servidores y con libre acceso a Internet, como ocurrió en otro caso. ¿Es que no había castigos más duros? Hace dos días, la Iglesia Ortodoxa en América, destituyó a un obispo auxiliar por cuestiones relacionadas con su conducta sexual, reduciéndolo al estado de “monje lego”, lo que en la práctica significa que el ex Mons. Ireneo terminará sus días en algún monasterio rumano limpiando chiqueros y cortando el pasto. 
  2. Falla en la formación de los seminarios. No en vano los casos de abusos comenzaron a revelarse en sacerdotes que habían sido formados en la década de los ’40, es decir, cuando todo en la Iglesia comenzó a revolucionarse y terminó en el Vaticano II. Y no me refiero a “fallas” en la doctrina: los seminaristas de los ’40 y ’50 eran todos de “buena doctrina”, y podrían recitar seguramente varios párrafos de Santo Tomás en latín. La falla se dio en un insuficiente apoyo y formación emocional que los preparara para la vida del celibato en una sociedad que comenzaba a sexualizarse exponencialmente. Y también, a la falta de verdaderos padres espirituales que guiaran a los jóvenes en los duros caminos de la ascesis ordenada a la formación del hábito de la castidad.  
Hablando hace poco con mi querido amigo el Prof. Antonio Caponnetto, conveníamos en que muchas veces en los seminarios se asimilaba la virtud de la castidad lisa y llanamente a la continencia sexual, y ningún ser humano normal puede vivir bajo esa tortura. Dionisio, uno de los Padres, enseña cosas muy distintas sobre la castidad. Y tan hermosas, que saberlas y vivirlas otorgan felicidad. Una felicidad que en nada emparda a la esponsalicia o a la otorgada por la conyugalidad sacramental. El casto así aprendido y así vivido, en condiciones mínimas y básicas de salud física y mental, no necesita incurrir en ningún pecado contra natura, ni en ninguna aventura concorde con la natura. Esa castidad lo colma en serio. Es su genuina predilección. Lo sana, lo ennoblece y hasta lo hace fecundo. Porque la lujuria y la lascivia esterilizan, pero la castidad es prolífica. Por eso se preguntaba Caponnetto: ¿alguien les enseña a los seminaristas y a los curas lo que es la castidad? ¿Alguien les enseña el misterio del niño, de la mujer, del varón? No; en los seminarios los mandan a leer el documento de Aparecida. Y así estamos. 
Además, faltaron filtros, o lo filtros fallaron. ¿Hasta dónde se aplicarán en la actualidad las directivas de la Congregación para la Educación Católica de 2005, según la cual “no se puede admitir al seminario y a las órdenes sagradas a aquellos que practican la homosexualidad, que presentan tendencias homosexuales arraigadas o que apoyan la denominada cultura gay”?
  1. Exagerada confianza de los obispos en la psiquiatría. No resulta extraño que, cuando comenzaron a manifestarse estos casos, los obispos optaron por el traslado de parroquia del sacerdote involucrado y por ordenarle un tratamiento psiquiátrico. Fue un “error trágico”. Creyeron que con terapia se podía solucionar algo que era mucho más profundo y que comprometía las entrañas mismas del espíritu humano: la realidad del pecado y de la gracia.
  1. Escasez de sacerdotes y exceso de misericordina: En muchas diócesis, frente a la escasez creciente de sacerdotes, se prefirió que el abusador fuera destinado a otro trabajo confiando en su recuperación a fin de no perder “agentes de pastoral” y a fin, también, de ser misericordiosos con el pecador. Otra vez, se cometió un trágico error: era conveniente que un grupo juvenil se quedara sin asesor a que lo tuviera y se convirtiera en su abusador.

La noticia que leíamos ayer, que se titulaba “La gendarmería interrumpe una orgía gay con drogas en un departamento del Vaticano” y ocurría en un departamento situado en el Palacio del Santo Oficio. La noticia constituye no sólo un escándalo mayúsculo sino también un gran dolor a todos nosotros, los católicos. Nos estamos asomando a los abismos del Mal. Aquellos que fueron llamados a los oficios más santos, se entregan a sus propias concupiscencias, incapaces de controlarse. Abissus abissum vocat; “Un abismo llama a otro abismo” (Ps. 41, 8); quien comienza a deslizarse por la pendiente del vicio, difícilmente pueda detenerse. Y no hablamos aquí de un vicio cualquiera, sino de un vicio que clama al cielo, como siempre lo consideró la Iglesia.
“No queráis engañaros: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los afeminados, ni los sodomitas... han de poseer el Reino de Dios” (I Cor. 6, 9).

Nota filológica: San Pablo utiliza el sustantivo griego μᾰλᾰκός que se traduce correctamente como afeminado, pero que tiene una enorme amplitud semántica que converge en la idea de una persona moralmente débil e incapaz de autocontrolarse. Platón lo utiliza en República (556c) para referirse a aquellos “incapaces de resistir al placer y al dolor”. Una pintura exacta del hombre contemporáneo.

jueves, 29 de junio de 2017

San Pedro y San Pablo



Superedificati supra fundamentum apostolorum et prophetarum 


Probablemente, después de las fiestas del Señor y de la Santísima Virgen, sea hoy la más importante del calendario litúrgico. Se celebra no solamente a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo sino también el triunfo de la tradición apostólica de la Iglesia.
Hemos sido edificados sobre el fundamento de los apóstoles, dice San Pablo y, de entre los Doce, Nuestro Señor eligió a Pedro para edificar sobre él su Iglesia. Y Pedro fue, y es hoy, el obispo de Roma. Sin el fundamento de la roca petrina, la Iglesia sería hoy muy distinta de como la conocemos.
Si San Pedro fue y es la garantía de que la Iglesia Romana es la verdadera Iglesia, San Pablo es la garantía de la ortodoxia de su enseñanza. Sin los escritos de San Pablo, nadie sabe en qué habría terminado la teología católica. En los primerísimos siglos de la Iglesia que, como los primeros años del niño, son fundamentales, no solamente se desarrollaba el "cristianismo paulino", sino también el gnóstico, perdido en un sinfín de fantasías y de influencias de las religiones antiguas del Medio Oriente. Además, fueron los principios de la teología incipiente de San Pablo la que permitió que los doctores y concilios, pusieran coto a las exageraciones de los seguidores de los grandes maestros de la Escuela de Alejandría. Si todo esto no hubiese sucedido, hay que decir también que la iglesia sería hoy muy distinta a como la conocemos.  
Tal como la iconografía oriental ha representado siempre a los Santos Apóstoles, unidos en el abrazo de amigos y de depositarios de la fe católica, decimos con la liturgia bizantina:


Con guirnaldas de alabanzas coronemos a los apóstoles  Pedro y Pablo, los más grandes entre los heraldos de la Palabra de Dios, distintos en sus personas pero unidos en su espíritu. Uno, el Príncipe Mayor de los apóstoles; el otro, aquél que trabajó más que el resto. Cristo Dios, que es el más misericordioso, coronó a ambos con diademas de gloria e inmortalidad.

martes, 27 de junio de 2017

Vidas más o menos paralelas


“Una nueva etapa en el desarrollo del Concilio (Vaticano I) se alcanzó cuando Pío IX impuso, el 22 de febrero de 1870, una nueva serie de regulaciones que estaban designadas para acelerar el progreso y para llegar a las conclusiones que se pretendían. 
Estas nuevas regulaciones fueron introducidas en el Concilio sin su consulta o consentimiento; simplemente fueron impuestas. La primera regulación autorizaba al Presidente a controlar a cualquier orador que, a su criterio, se apartaba del punto en discusión. La segunda, le daba el poder (...) de cerrar la discusión”.
W.J. Sparrow Simpson, Roman Catholic Opposition to Papal Infallibility, London, 1909, p. 265.

“El Vaticano ha aprobado una nueva metodología para hacer "más dinámica y participativa" la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que comenzará este domingo 4 de octubre. Este nuevo procedimiento, aprobado por el Papa en la reunión del Consejo Ordinario de la Secretaría del 25 al 26 de mayo de 2015, responde a la petición de los Padres sinodales de la asamblea del año pasado para que los participantes pudieran intervenir más y para que las reuniones en los círculos menores tuvieran más peso. Por ello, se amplían de ocho a 13 el número de sesiones de estos círculos menores, donde los Padres sinodales, agrupados por su lengua de origen, reflexionarán sobre el documento de trabajo, enriquecido por las aportaciones efectuadas en el aula.”
Declaración del cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario del Sínodo sobre la Familia, el 2 de octubre de 2015. 


“El Papa dijo que todos éramos hermanos. ¿Cómo no podía ser posible que toda la raza humana comenzara a amarse? “No hace mucho” -dijo- “tuve la visita de un grupo de protestantes franceses del monasterio de Taizé. Les pregunté: ‘¿Por qué no estamos juntos?’ Y me respondieron: “Tenemos diferentes ideas”. Les dije: “Ideas, ideas. ¿Qué son las ideas entre amigos?”
Entrevista de Robert Elson y Robert Blair Kennedy al Papa Juan XXIII, agosto de 1961.

“Ayer me encontré con un obispo luterano en la puerta del aula del sínodo y le pregunté: ‘¿Usted está acá? Qué coraje, porque en otra época a los luteranos los quemaban vivos acá’ (...) Todos creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, tenemos dentro al Espíritu Santo (...) y decimos que está solamente conmigo porque soy católico, o porque soy luterano, o porque soy ortodoxo. ¡Un manicomio teológico! Todos tenemos en nuestras iglesias buenos teólogos; bueno, que ellos hagan el trabajo del estudio teológico pero nosotros no esperemos a que ellos se pongan de acuerdo para caminar juntos”.
Declaraciones informales del Papa Francisco a un grupo de obispos luteranos en octubre de 2014.

miércoles, 21 de junio de 2017

Izad más banderas


Dijo Walter Kurtz:
La bandera nacional y de la Santa Sede en el santuario, a los lados del altar mayor, son una innovación. 
Apareció en Estados Unidos alrededor de la Primera Guerra Mundial; antes de eso, durante la crisis americanista hubo algunos “experimentos” que fueron objetados/prohibidos por los Obispos yanquis. 
Sobre la base de que, en la Iglesia “non est Iudaeus neque Graecus”, en un primer momento se prohibió (con acuerdo del Santo Oficio) la colocación de banderas nacionales en el altar mayor y el santuario, permitiéndose --extraordinariamente-- en algún altar lateral dedicado a los muertos en la guerra; u --ordinariamente-- en el vestíbulo, nártex o atrio. 
En la Argentina la “costumbre” se introdujo hace muy pocas décadas.
Entiendo que se le puede dar el significado de una ofrenda a Dios, pero en el santuario no debería haber más objetos que los dedicados específica y esencialmente al culto.

Digo yo:
La cuestión de la proliferación de banderas vaticanas es curiosa. Desde hace poco más de una década, los colegios católicos han adoptado la costumbre de tener abanderados y escoltas de la bandera pontificia, además de la bandera nacional y de la bandera provincial. Instituciones que escasamente tienen de católico no más que el nombre o el revolotear del velo de una monja, hacen ostentación de su catolicismo inexistente con una bandera. Por supuesto que la novedad se debe a un subterfugio igualitarista que sirve para que los tradicionales tres alumnos mejores, se transformen en seis o en nueve. Todo sea para que ninguno se sienta discriminado.
Si la Escuela Italiana o el Colegio Español tienen, además de abanderados del pabellón nacional, abanderados de las enseñas de Italia o España, se entiende. Pero no se entiende de ningún modo que los católicos tengan la bandera del Vaticano, porque éste, sencillamente, en un estado independiente que no tiene nada que ver con nosotros.
En el fondo -y más allá de las intenciones igualitaristas-, se esconde la confusión entre Vaticano - Papado, e Iglesia. El Vaticano no es la Iglesia. El Vaticano puede tener bandera que identifique a todos los (pocos) habitantes que allí viven, a las nunciaturas apostólicas, guardias suizos, etc. Pero la Iglesia no puede tener bandera sencillamente porque una insignia -en este caso la bandera-, es un modo de expresar a través de un símbolo la pertenencia a un grupo determinado: los argentinos nos identificamos con la celeste y blanco; los de Boca, con la azul y amarilla y la Cruz Roja ya sabemos cómo. Si la Iglesia tuviera una bandera sería para diferenciar a sus fieles de los fieles de otras iglesias, pero resulta que no hay otras iglesias. Nosotros afirmamos en el Credo que la Iglesia es Una, y ella es la Iglesia Católica. No hay otra. No tenemos, ni podemos, diferenciarnos de lo que no existe porque, si lo hacemos, le damos la existencia que reclama.
Por tanto, es absurdo y, sobre todo, muy moderno y modernista introducir banderas vaticanas por doquier. Si necesitan poner algo, pongan la Cruz, o el lábaro de Cristo, pero no la bandera papal. 

lunes, 19 de junio de 2017

Romanismo

Quienes caminen por la Peatonal Sarmiento, la calle más céntrica de la ciudad de Mendoza, podrán ver a las puertas de una de las parroquias más antiguas e importantes de la archidiócesis una enorme fotografía del Papa Francisco. Y a nadie le llama la atención. Ni a los paganos, que son la mayoría que por allí se pasea, ni a los católicos. ¿Qué ocurriría si, en la entrada de un templo protestante, viéramos expuesto el gigantesco rostro de su líder? Inmediatamente asociaríamos el lugar con algún tipo de secta de tercera categoría. Y lo mismo ocurre con los países: son muy pocos y de calidad fácilmente identificable los que desarrollan el culto a su líder, como Corea del Norte, Cuba o Venezuela. 
A nosotros, en cambio, nos parece absolutamente normal que un templo católico esté identificado por un gran plástico pintado con la figura del Papa. No está allí el rostro de Nuestro Señor, ni el de su Madre Santísima; ni siquiera el de Santiago o de San Nicolás, patronos de esa parroquia. Está el del Papa Francisco. Y el problema no es que la fotografía sea de Bergoglio; el problema es que sea del Papa. El problema seguiría siendo tan grave si en 1950 hubiera estado allí la foto de Pío XII o en 1918 la de Benedicto XV. El problema es que el catolicismo se está convirtiendo insensiblemente en un movimiento encolumnado detrás de un caudillo humano y no de un Dios hecho hombre.
Somos cristianos porque seguimos a Cristo, quien se reveló en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, y que fundó su Iglesia sobre la piedra del apóstol Pedro a fin de que, a través de ella, recibiéramos los sacramentos y fuéramos enseñados en las divinas verdades para alcanzar, de esa manera, la salvación. Pues resulta que pareciera que ahora se ha desplazado el centro de gravedad. Un ídolo se ha colocado en lugar del Cordero. 
Modifiquemos ligeramente el ángulo. El Credo nos dice: “Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica”. Y sabemos que esas son sus notas. Nosotros, para nuestro coleto, agregamos una más: Romana. No está mal, siempre que seamos conscientes de que la romanidad no es una de las notas de la Iglesia, sino el modo de expresar que estamos en comunión con el Sucesor del Apóstol Pedro en su sede de Roma. El problema está en que, desde poco más de un siglo, hemos dejado de ser “católicos romanos” para ser “católicos romanistas”. Y un hecho lo muestra con claridad: en muchas de nuestras iglesias flanquea el mismísimo altar la bandera del Vaticano. Yo me pregunto qué tiene que hacer esa bandera en el lugar más sagrado del templo. Y parece que ese es uno de los modos visibles de proclamar nuestra fe católica.
Lo cierto es que se trata de la insignia de un estado soberano -el Vaticano- cuyo jefe de estado es el Obispo de Roma que es, también, el jefe espiritual de la Iglesia católica. Es decir, la bandera blanca y amarilla no es la bandera de la Iglesia; es la bandera de un Estado. Si la Iglesia tuviera bandera, ésta debería ser una sencilla Cruz. Más allá de esto, el pabellón vaticano es muy reciente: fue adoptado por el Papa Pío XI en 1929 luego de los pactos de Letrán, en base a la bandera que había comenzado a usar a principios del siglo XIX la marina mercante pontificia.
La verdad es que a mi me importa un comino si un cura quiere poner junto al altar la bandera del Vaticano o la bandera de Bután. Lo que sí me parece preocupante es que se la confunda con la bandera de la Iglesia, y mucho más preocupante aún, que se confunda al Vaticano y a Roma con la Esposa de Cristo. Y que no seamos católicos romanos sino católicos romanistas o, peor aún, que no seamos ya católicos sino papólicos. 

sábado, 17 de junio de 2017

Summorum Pontificum 2017 - Roma



Ya está el programa de la Peregrinación Summorum Pontificum. Este año, al cumplirse los diez años del motu proprio del Papa Benedicto XVI, el encuentro tendrá características particulares, como el coloquio que se realizará el día 14 de septiembre y del que participarán los prelados e intelectuales más reconocidos del pensamiento católico.
Es verdad que la Urbe no está a la vuelta de la esquina y que debemos dar un buen tranco para llegar, pero vale la pena. El alma se renueva y regocija en el encuentro de hermanos católicos de todo el mundo que, desde dentro de la Iglesia, luchamos por mantener la Tradición que recibimos de nuestros mayores. 

martes, 13 de junio de 2017

lunes, 12 de junio de 2017

Mr. Blatchford y el Sr. Bergoglio

Wanderer, me he puesto a traducir (penosamente y con grande empeño) el libro de Chesterton Ortodoxia puesto que he visto que la medio docena de traducciones de ese libro al castellano lo vuelven casi impenetrable, de lo malas que son.
Tarea del diablo, esa.
Pero no resisto transcribirle el principio del capítulo III, por la actualidad que tiene (y pensemos que fue escrito hace más de un siglo atrás).
Aquí va:
Las frases del hombre común no sólo tienen fuerza sino que además son sutiles: y es que más de una vez una metáfora puede meterse en una hendidura demasiado estrecha para una definición. Frases como “fulano está sacado” o “tiene mal color” podrían haber sido acuñadas por el Sr. Henry James después de agonizar largamente a la caza de la mayor precisión verbal. Y no hay verdad más sutil que en aquella frase que usamos corrientemente para designar a un hombre “con el corazón bien puesto”. Connota la idea de proporciones normales; no sólo cierta función existe, sino que además se relaciona correctamente con otras funciones.
Más aun, la negación de esta última frase describiría con singular precisión la compasión algo morbosa y esa especie de perversa ternura que tan bien representa a la mayoría de los modernos. Si fuera obligado, por ejemplo, a describir con ecuanimidad la personalidad del Sr. Bernard Shaw, no podría expresarme más exactamente sino diciendo que tiene un corazón heroicamente grande y generoso; pero en modo alguno tiene el corazón bien puesto. Y esto se aplica típicamente a la sociedad de nuestro tiempo. No es que el mundo moderno sea inicuo; en algún sentido el mundo moderno es excesivamente bueno. Está lleno de salvajes y malgastadas virtudes. Cuando se hace añicos un sistema religioso (como le sucedió a la Cristiandad cuando la Reforma), no se trata solamente de que los vicios se desencadenan. En efecto, los vicios se ven desencadenados y vagabundean haciendo daño. Pero las virtudes también se vieron desencadenadas; y las virtudes también vagabundean, más erráticamente aun que los vicios, haciendo un daño más terrible todavía. El mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas vueltas locas. Las virtudes han enloquecido porque se han visto aisladas las unas de las otras y vagabundean a solas. Y así, a algunos científicos les importa la verdad; y su verdad es inmisericorde. Pero así también a algunos humanistas sólo les importa la misericordia; y su misericordia (mucho siento tener que decirlo) a menudo es falsa. Por ejemplo, el Sr. Blatchford ataca al cristianismo porque él está enloquecido con una virtud cristiana: la meramente mística y quasi-irraccional virtud de la caridad. Tiene la rara idea de que se nos hará más fácil perdonar los pecados diciendo que no hay pecados que perdonar.
El Sr. Blatchford no es sólo un cristiano primitivo, también es el único cristiano primitivo al que debieran haber devorado los leones. Pues en su caso, la acusación pagana es enteramente verdadera: su misericordia equivaldría a la disolución y a la anarquía.
Él es en verdad el enemigo de la raza humana—por ser tan humano.

(Que se aplica a ya sabemos quién, tan bien, tan bien).
Saludos, 


Jack Tollers

[Resucitó el blog "Sin doblez", que podrán encontrar en la columna de la derecha, con relatos de los nuevo dramas que están sucediendo en los territorios de la mítica La Finca]

jueves, 8 de junio de 2017

Rastafaris

Más allá de los enojos y diatribas del Anónimo Normando contra la catarata de comentarios inútiles en las entradas de la semana pasada, lo cierto es que han sido útiles para constatar una realidad que es mucho más grave de lo que pensaba.
Durante los diez años de vida de este blog nos dedicamos en numerosas ocasiones a mostrar la ramplona (y facilonga) simplicidad de los movimientos neocones para quienes el Papa es una suerte de ser humano ubicado en una dimensión distinta a la de los simples bautizados y que, entre otras cosas, le otorga una especie de inmunidad universal que asegura a quienes siguen al célico caudillo, que están en el sendero seguro y libres de toda errancia. Pero este seguimiento debe ser en todo lo que dice y hace: desde la proclamación de un dogma -cosa que ha ocurrido en muy pocas ocasiones en la historia de la Iglesia-, hasta sus gustos cinematográficos (recuerdo las increpaciones que recibí hace algunos años de parte de un neocon cuando me atreví a comentar con no compartía con Juan Pablo II su gusto por la película “La vida es bella”). No importa lo que el católico piense, estudie, considere u opine. Al Papa no se lo discute en nada, y mucho menos se lo critica.  Contrariamente a toda razonabilidad, un católico debe estar tan de acuerdo externa e internamente con Benedicto XVI como con Francisco. El principio de contradicción queda anulado en las cercanías del solio petrino. Se trata de una continuidad en la posesión de la persona pontificia por parte del Espíritu Santo: se cierran los ojos y se obedece en todo y con una sonrisa en los labios.
Esta es la postura sostenida por el Opus Dei (recordemos el cambio radical de posición de un conocido teólogo de la Obra que, cuando Juan Pablo II hizo una referencia positiva sobre la teoría evolucionista, cambió rápidamente también él la postura anti-evolucionista que había sostenido anteriormente); el Instituto del Verbo Encarnado (que unilateralmente se ha investido de la jerarquía de nomen dator, y habla de “San Juan Pablo Magno”) o Fasta (que luego de marzo de 2013, redecoró las salas, salones y salitas de sus numerosas dependencias con abundantes fotos del Papa Francisco... abrazando al Padre Fundador).
Sin embargo, hay un límite: este apego desmesurado es a los sumos pontífices posconciliares. Lo que dijeron los anteriores al Vaticano II, no tiene valor alguno para los neocones. Tácitamente, consideran que la Iglesia fue refundada en los ’60, y es a la iglesia primaveral y renovada a la que ellos adhieren. El magisterio anterior pertenece a otro periodo o se ubica en otra placa tectónica: no lo conocen ni les interesa conocerlo. Es cosa pasada y pisada. Y un hecho anecdótico pinta lo que digo: la arquidiócesis de Mendoza cambió hace algunos años el nombre histórico que había tenido su instituto de formación docente. Dejó de llamarse “San Pío X”, y pasó a llamarse “Pablo VI”. Los Papas pre-conciliares deben ser borrados de la memoria de los fieles, mientras que los conciliares deben ser canonizados y, si a Francisco no podemos canonizarlo porque aún está con vida, pondremos su retrato en cuanto hueco quede libre. Su presencia y su palabra debe cubrir la universalidad del mundo católico. De otro modo, dejaríamos de ser católicos. 
Esto ya lo sabíamos. Pero lo sorpresivo es que algunos católicos ultramontanos tienen una actitud idéntica. Cito apenas un comentario recibido la semana pasada: “El Papa justamente ocupa el lugar de los Apóstoles, o mejor dicho el lugar de Pedro en particular por sucesión apostólica. El Papa es el sucesor de Pedro y suceder significa justamente "entrar una persona en el lugar de otra". El Papa ocupa no sólo legítimamente el lugar de los apóstoles, sino que incluso lo hace por mandato divino. Esto es verdad de fe, usted no pude cuestionarlo. Y en cierta medida ocupa el lugar de Cristo ya que es su Vicario, su representante en la tierra, nos guste o no”.
Bien leído, este buen señor tiene razón en lo que dice. Para la ideología ultramontana, sin embargo, el Papa posee en dosis concentrada la jerarquía y el poder de todo el colegio apostólico. Él es el sucesor de todos los apóstoles, especialmente de Pedro, y está en su lugar. El resto de los obispos no son más que meros empleados y en modo alguno suceden a los Doce. Por eso, la figura del Papa es idéntica a la figura del apóstol Pedro, y su palabra posee el mismo valor y jerarquía que la que poseía la palabra del Pescador. Y más aún, ocupa el lugar de Cristo de modo tal, que la promesa de la asistencia prometida a Pedro, se transforma en una suerte de posesión divina: el Espíritu Santo posee a la persona humana que fue elevada a la jerarquía pontificia.  
Pero los ultramontanos tienen también un límite: lo dicho se aplica a todos los Papas reinantes hasta el Vaticano II. Los pontífices posteriores dejaron de tener estas prerrogativas, o algunas de ellas, o si aún las conservan no las ejercen por lo que no es necesario obedecerlos. Y elaboran originales teorías para justificar su decisión que no tienen el más mínimo sustento en la tradición.
Conclusión: Neocones y ultramontanos son, en muchos aspectos, lo mismo. Hay cambio de matices y acentuaciones, pero la actitud y la convicción de ambos hacia el pontificado es exactamente la misma. Su única diferencia se concentra en un kairos: el 11 de octubre de 1962.

Curiosidad histórica: En los años ’30 fue fundada en Jamaica la “Iglesia rastafari”, como un estrambótico desprendimiento de la iglesia copta etíope. Entre otras extrañísimas doctrinas, algunos de sus miembros consideran que ras Tafari (jefe creador) Makkonen, más conocido como Haile Selassie I, último emperador de Etiopía, es la encarnación de Dios; otros que es la segunda encarnación de Jesucristo; otros que es el Mesías prometido; otros que es la tercera encarnación de Dios luego de Melquisedek y Jesucristo. En fin, las distintas ramas de esta iglesia consideran que su pretendido líder poseía una suerte de pertenencia a la divinidad por lo cual debía ser venerado y respetado casi como un semidios y todas sus palabras observadas y obedecidas sin vacilación. 

Nota bene: El que avisa no traiciona. Luego de la catarata de comentarios insustanciales que recibieron las entradas de la semana pasada, comunico que solamente publicaré aquellos comentarios que realmente aporten a la discusión. El resto será eliminado inmisericordemente y sin el más mínimo respeto por las libertades modernas.
Quienes no estén de acuerdo con lo que aquí se escribe, pueden simplemente dejar de leer el blog. Es muy sencillo y se evitarán muchos disgustos. Y nosotros no los extrañaremos.
Si consideran que están investidos con la encomiable misión de defender a los débiles y cautivos de las maldades del error y la mentira que se esparcen desde estas páginas y, por tanto, deben combatirla, yo los felicito. Me permito sugerirles, sin embargo, que pueden comenzar su caballeresca misión con otras páginas bastante más herejes y peligrosas que este pobre blog provinciano: encontraran miles de ellas dando vueltas por la red.
Y siempre queda una tercera opción que es la que yo particularmente los animo a que tomen: creen sus propios blogs donde podrán publicar con la periodicidad y extensión que deseen todo lo que quieran. Es un proceso sencillo y gratuito y que no necesita de conocimientos particulares de informática. Y si en algún momento se les agotan las ideas y no saben ya qué escribir, los autorizo calurosamente a que parasiten de este blog: pueden criticarme, discutirme e insultarme. No tendré inconveniente alguno en que lo hagan. Además, como se sabe, el mayor logro de los blogs carroñeros es aportar nuevos lectores al blog líder. ¡Adelante entonces, pues harán un beneficio!

lunes, 5 de junio de 2017

Una ventana al cielo


“Como la Samaritana, le decimos a los pintores de iconos: ‘Creemos en la santidad de los santos porque vosotros la testimoniáis con los iconos que habéis pintado, y sentimos emanar de ellos mismos, a través de la obra de vuestro pincel, el autotestimonio de los santos, y no con palabras sino con su rostro. Nosotros mismos sentimos la suave voz del Verbo de Dios, del Testigo Fiel, el sonido sobrenatural de su voz que penetra todo el ser de los santos generando en ellos la perfecta armonía. Pero no habéis sido vosotros quienes crearon esas imágenes; no habéis sido vosotros quienes revelaron a nuestros ojos jubilosos estas ideas vivas, sino que ellos mismos se han revelado a nuestra conciencia. Vosotros os habéis limitado a remover aquello que nos velaba la luz. Nos habéis ayudado a liberarnos de las escamas que cubrían los ojos del espíritu. Y ahora nosotros, gracias a vosotros, vemos, pero ya no vuestra maestría sino la vida realísima de las miradas mismas’. 
Así es. Observo el icono y digo dentro de mí: “Es ella misma; no su representación, sino Ella misma, contemplada a través de la mediación y con la ayuda del arte del icono. Veo a la Madre de Dios como a través de una ventana, a la Madre de Dios en persona, y a Ella oro, cara a cara, no frente a su representación. Sí, está en mi conciencia y no es una representación; es una madera con colores y es la misma Madre del Señor. La ventana es una ventana, y la madera del icono una madera coloreada. Pero en la ventana se contempla a la misma Madre de Dios; en la ventana aparece la visión de la Purísima. El pintor de iconos me la ha señalado, es verdad, pero no la ha creado; él ha corrido la cortina, pero Ella, que está detrás de la cortina, es una realidad objetiva no solamente para mí, sino también para quien ha corrido la cortina y la ha revelado, y no ha sido compuesta por él, ni siquiera en lo más alto de su inspiración. 
El icono es, o bien infravalorado frente a las corrientes positivistas, o sobrevalorado, pero no debe encallarse en las interpretaciones psicológicas y asociativas que lo reducen a representaciones. Toda representación, según su necesario simbolismo, revela su contenido espiritual de un modo similar a como acontece en nuestro acceso “de la imagen al arquetipo”, es decir, en nuestro contacto ontológico con el arquetipo. Entonces, y sólo entonces, el signo sensible rebosa de linfa vital y justamente por eso, siendo inescindible de su arquetipo, se convierte en una “representación”, o sea, en una onda propagadora, o en una de las onda propagadoras de la realidad misma que la ha suscitado”.

Pavel Florenskij, Le porte regali. Saggio sull’icona, Aldelphi, Milano, 1977, p. 65-6.
(Traducción: Rubén Peretó Rivas)

sábado, 3 de junio de 2017

Veni Sancte Spiritus



Venid todas las naciones del mundo: adoremos a Dios en las tres santas Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres en Uno. Desde toda la eternidad, el Padre engendró al Hijo, igual a Él en eternidad y majestad, y también igual al Espíritu Santo glorificado con el Hijo en el Padre. Tres Personas, pero un solo Poder, una sola Esencia y una sola Divinidad. 
En profunda adoración, clamemos a Dios: "Santo es Dios que hizo todas las cosas a través del Hijo con la cooperación del Espíritu Santo! ¡Santo el Poderoso a través del cual el Padre se reveló a nosotros y el Espíritu Santo vino a este mundo! ¡Santo el Inmortal, el Espíritu, el Consolador, que procede del Padre y del Hijo! ¡Santísima Trinidad, gloria a Ti!"
Liturgia bizantina


Y mientras los cristianos nos postramos en este día suplicando la venida del Consolador, azorados por el misterio de la Trinidad Santísima y Vivificadora, Mons. Alejandro Giorgi, obispo auxiliar de Buenos Aires -nombrado por el Papa Francisco-, celebraba de esta manera la vigilia de Pentecostés. Aclaro que la foto no está trucada. Fue publicada en el Tweeter del prelado.


jueves, 1 de junio de 2017

Si yo fuera Papa


Si yo fuera Papa haría muchas cosas. Aquí van algunas que se me ocurren:
  1. Pediría a los dominicos que me cedieran la basílica de San Clemente y establecería allí mi residencia. Solamente me haría ver en el balcón de la loggia del Sacro Palacio en los días Pascua y Navidad, y a fin de dar la bendición apostólica urbi et orbi.
  2. Suprimiría el ángelus de los domingos, la audiencia general de los miércoles y todo tipo de audiencias colectivas. No recibiría jamás a personajes de la política, de la farándula o de los deportes, y evitaría en los posible, según el consejo del Maestro del Sacro Palacio, encontrarme con personajes que hayan aparecido en televisión o en cualquier otro medio de prensa.
  3. Prohibiría bajo de pena de pecado mortal a todos los católicos del mundo que, al viajar a Roma, tuvieran intención de "ver al Papa", imponiéndoles la obligación de que, en cambio, se acercaran a la Ciudad Eterna a venerar la tumba de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
  4. Celebraría misa habitualmente en mi capilla privada. Solamente en los días más solemnes lo haría en el altar papal de la basílica vaticana. En esos casos, ordenaría bajo pena de excomunión que ningún fiel aplaudiera, diera vítores o tomara fotografías a mi paso.
  5. Ordenaría encender una fogata en la plaza de San Pedro donde quemaría, mientras la banda de música pontificia interpreta “Pompa y circunstancia” de Elgar, el papamóvil, la silla gestatoria y los flabelos. 
  6. Jamás concedería entrevistas a los periodistas de profesión, y pediría al gobierno italiano, por vía extraoficial a través de mi nuncio en el Quirinal, que le revocara el permiso de residencia a Elizabetta Piqué y la expulsara de la península.
  7. Suprimiría ad aeternitatem a la Compañía de Jesús, enviando a los actuales “soldados del Papa” y bajo voto de obediencia, a evangelizar a los pobladores del Polo Norte y del Polo Sur, de las islas Santa Elena, Ascensión y Tristán da Cunha, de Groenlandia, de las islas Sandwich del Sur y de la isla Pitcairn. El mismo día en que dictara la supresión de la Compañía, canonizaría al papa Clemente XIV.
  8. Retomaría la saludable costumbre, abolida por mi predecesor San Pío X, según la cual el Papa come solo. No admitiría a nadie en mi mesa como fue costumbre en la iglesia romana, y solamente podrían estar dando vueltas por el comedor el par de monjas cocineras, que deberían ser preferentemente benedictinas porque suelen tener buena cocina. De vez en cuando, invitaría a algunos amigos a tomar un single malt y a fumar un buen tabaco, siguiendo en este caso la loable costumbre de mi predecesor San Pío X que aspiraba rapé y fumaba puros.
  9. Registraría en todos los países del mundo mi imagen y prohibiría su difusión. Ningún medio gráfico o televisivo o de cualquier otra índole podría reproducirla sin el permiso expreso de la Santa Sede. Paralelamente, contrataría al mejor bufete de abogados del mundo a fin de que iniciaran juicios millonarios a aquellas empresas o particulares que violaran este mandato y difundieran mi imagen.
  10. A los vendedores de estampitas, medallas, prendedores, calcomanías, camisetas y demás fruslerías con la efigie pontificia, y a fin de no quedaran desocupados ya que mi fotografía no podría publicarse bajo ningún soporte, les darías todos los derechos necesarios para que  reprodujeran en sus baratijas cualquier pintura o imagen de Nuestro Señor que se encuentra expuesta en la pinacoteca vaticana.
  11. Prohibiría a los editores de todos los periódicos o semanarios católicos del mundo que dedicaran en cada número más de cien palabras a mi persona y nunca deberían publicar mi imagen. El espacio ahorrado lo deberían dedicar a explicar a los fieles la doctrina de la Iglesia, comenzando por los cánones de los cuatro primeros concilios ecuménicos. Sin embargo, por graciosa concesión, permitiría que el semanario “Cristo Hoy” publicara una vez al año mi fotografía.
  12. No escribiría encíclicas, ni exhortaciones apostólicas, ni cartas, ni ningún otro tipo documento “magisterial” por el estilo. La cancillería apostólica redactaría los documentos indispensables para el funcionamiento de la Iglesia y de la Santa Sede. Yo, solamente en caso excepcionales y particularmente relevantes, escribiría un breve pontíficio, que jamás superaría las dos carillas, explicando de qué modo debe entenderse según la recta interpretación de las Sagradas Escrituras y a la luz de la Sagrada Tradición tal o cual punto teológico en conflicto.
  13. Establecería la pena de excomunión para todo aquel que atentara u osara pensar siquiera en abrir la causa de canonización de mi pontificia persona antes de pasados los trescientos años de mi muerte. 
  14. Establecería un cupo máximo para las canonizaciones y beatificaciones, según la siguiente ratio: una canonización cada tres años y cinco beatificaciones por año, tres de las cuales deberán corresponder a personas que hayan vivido con anterioridad al siglo XV.
  15. Volvería a calzar, como hicieron mis predecesores, los zapatos rojos, y descendería con ellos todos los días a la cripta vaticana a fin de rezar frente al sepulcro del apóstol Pedro, para lo cual, dando un rodeo, pasaría caminando por encima de la tumba de mi predecesor de feliz memoria, el Papa Francisco. Sin embargo, para moverme dentro del Palacio Apostólico, usaría como lo hicieron mis predecesores, las blancas pantuflas pontificias.