viernes, 30 de marzo de 2018

¡Qué alivio!


Ayer, Jueves Santo, los pecadores como yo sentimos alivio: el infierno no existía. ¡Estoy salvado!, me dije, aunque no me gustó mucho la idea de que, para eso, desaparecería.
Eso es lo que los titulares de todos los diarios del mundo afirmaban. Y que el infierno no existía lo había dicho nada menos que el papa Francisco en una de las habituales entrevistas que concede al ateo fundador de La Republicca, Eugenio Scalfari. Sus palabras habrían sido:
No son castigadas [las almas de los malvados], aquellos que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y se evaden entre las filas que lo contemplan, pero aquellos que no se arrepienten no pueden entonces ser perdonados, desaparecen. No existe un infierno, existe la desaparición de las almas pecadoras.
Tamaño escándalo exigía algún comunicado aclaratorio por parte de la Santa Sede, no fuera cosa que se debiera cambiar el Credo de un día para otro. Y vino enseguida:
El Santo Padre Francisco recibió recientemente al fundador del diario La Repubblica en un encuentro privado con ocasión de la Pascua, pero sin dar una entrevista. Lo que fue referido por el autor en el artículo de hoy es fruto de una reconstrucción, en la que no han sido citadas las palabras textuales del Papa. Ningún entrecomillado del artículo debe ser considerado, por tanto, como un transcripción fiel de las palabras del Santo Padre.
Vayamos a algunas reflexiones sobre el hecho:

  1. A la mayoría de los católicos “comprometidos” todo este circo ya no nos causa asombro. Nos hemos acostumbrado, lamentablemente, a esta clase de desatinos que ya nos parecen cosa cotidiana. Y eso ya es grave. Pero más grave aún es el daño que se hace al mundo, o si se quiere a los católicos nominales, que se quedan con los titulares de los diarios. Aún hoy, veinticuatro horas después del hecho, la noticia que el infierno no existe encabeza el ranking de noticias más leídas en muchos de los periódicos más importantes del planeta. Por tanto, el lector “de la calle”, se ha formado ya un nuevo credo según el cual la Iglesia en salida del papa Francisco permite el divorcio, permite las relaciones homosexuales y decide que el infierno no existe.
  2. Yo no soy teólogo pero la verdad que no encuentro mucha tradición en la afirmación pontificia según la cual las almas de los pertinaces desaparecen porque el infierno existe. Podríamos pensar enseguida en la venerable herejía de la apokatástasis, que fue sostenida cuando aún la Iglesia no se definía sobre el tema, por grandes Padres como los tres capadocios, Orígenes, San Máximo el Confesor y muchos más. Pero en este caso, e interpretando de un modo particular algunos textos bíblicos, se consideraba que todos los seres racionales, incluidos los demonios, atravesarían diversos estadios (o mundos, o eones) de purificación hasta que, voluntariamente, se arrepentirían y purificados, entrarían en la gloria. En ese momento, toda la Creación retornaría a Dios tal como de Él había surgido. Los concilios y los doctores posteriores enseñaron que tal doctrina era contraria a la fe y se aceptó solo un estadio (o mundo, o eón) purificador después de esta vida, que es el purgatorio. Pero que las almas desaparezcan y que el infierno sencillamente no exista, mai sentito. Me suena, y los que saben más podrán abundar sobre el tema, que se trata de la idea de algunos teologillos modernistas que pulularon en los ’60 y que son los que constituyen el núcleo fundamental de la teología de Bergoglio. (Sobre la apokatástasis, hay un libro reciente de Ilaria Ramelli, The Christian Doctrine of Apokatastasis: A Critical Assessment from the New Testament to Eriugena, Brill, 2013, que, en 900 páginas traza una completísima historia de esta doctrina).
  3. Según indica el sitio Secretum meum mihi, se trata ésta de la tercera vez que el Santo Padre le afirma a Scalfari, en conversación privada que luego es publicada con comillas en La Repubblica, que el infierno no existe, entre otras muchas herejías. No hay que ser muy sagaz para caer en la cuenta que Francisco dice lo que dice a sabiendas de lo que ocurrirá más tarde. Si no fuera así, luego de la primera mentirita del periodista, nunca más habría tenido “conversaciones privadas” con él. Sería insensato para seguir insistiendo en dar entrevistas encubiertas a quien se sabe que luego distorsiona e inventa. Definitivamente, y por sólo sentido común, debemos aceptar que el papa Francisco dijo efectivamente que el infierno no existe y que las almas de los pertinaces desaparecen, y que positivamente quería que tal especie fuera publicada. Se trata de una gravísima herejía, sin vuelta que darle.
  4. La Sala de Prensa de la Santa Sede, dirigida por George Burke -numerario del Opus Dei-, trata de explicar la cosa diciendo que esas palabras, si es que fueron pronunciadas, no se dijeron en una entrevista sino en un “encuentro privado”, que es, palabra más, palabra menos, lo mismo que ha dicho en ocasiones anteriores. Yo estimo que tratándose de materia tan grave habrán consultado antes con el Santo Padre y probablemente éste haya sugerido la solución o al menos la aprobó. Y no resulta extraño pues es exactamente la misma excusa que ha utilizado en otras ocasiones. Cuando el caso del arzobispo Maccarone, que fue filmado teniendo sucios escarceos sexuales con su chofer, el entonces arzobispo de Buenos Aires afirmó que se trataba de cuestiones que pertenecían “a su vida privada”. Cuando, siendo ya pontífice, se conoció las refocilaciones amorosas de Mons. Battista Ricca con un oficial del ejército suizo en la nunciatura uruguaya, el papa Francisco dijo que se trataba de pecados de juventud, perteneciente por tanto a su vida privada. Pareciera entonces que, en la teología pontificia, lo que se hace o dice en privado no cuenta. 

lunes, 26 de marzo de 2018

Casullas plegadas


Con el inicio de la Semana Santa, muchos sitios web comienzan a publicar fotografías de las ceremonias celebradas según el rito tradicional que, gracias a la generosidad del papa Benedicto XVI, son cada vez más frecuentes… en algunos países países.
Me ha llamado la atención que en muchas de las últimas fotografías de la misa solemne de Ramos, -por ejemplo las que publica el monasterio San Benito de La Garde-Freinet y que pueden ver aquí,- pareciera que se trata de una concelebración (lo que sería imposible puesto que tal cosa no existe en el rito romano tradicional) ya que aparecen tres sacerdotes revestidos de casullas. Pero, mirando en detalle, dos de ellos la tienen levantada en la parte anterior. Investigando un poco, encuentro los siguientes datos que desconocía: 
Durante el primer milenio, la casulla era el ornamento general de todos los clérigos. No solamente del obispo y los sacerdotes, sino también los diáconos, subdiáconos e incluso los acólitos, usaban casulla, según relatan Alcuino y Amalario de Metz. Recordemos, además, que durante esos siglos la casulla no era la que habitualmente se ve en las misas tradicionales y que se conocen como “casulla guitarra”, sino que eran amplias y cubrían casi totalmente a los ministros sagrados. De allí su nombre de planetas o amphibalum

Este ornamento no era incómodo para los obispos y sacerdotes pero no ocurría lo mismo con los diáconos y subdiáconos, cuyo oficio les exigía que sus brazos pudieran moverse libremente para trasladar los libros litúrgicos o los vasos sagrados. Fue así que se comenzó a plegar la zona anterior, la que recubría su pecho, a fin de que pudieran moverse con facilidad, y apareció lo que los libros latinos mencionan como planetae plicatae ante pectus, o “casulla plegada ante el pecho”. 
El diácono, además, desde el canto del evangelio hasta la finalización de la misa, para tener aún mayor libertad de movimiento, se enrollaba la casulla en bandolera a través de sus espaldas y sobre la estola. 
La casulla del celebrante no necesitaba ser plegada ya que el diácono y el subdiácono lo ayudaban levantándosela en los momentos requeridos, como las incensaciones y la elevación durante la consagración.

Las casullas plegadas de los diáconos y subdiáconos comenzaron poco a poco ser reemplazadas por dos nuevos ornamentos litúrgicos -la dalmática y la tunicela-, que eran una especie de casullas con mangas, lo cual les facilitaba sus funciones. Sin embargo, se trataba de ornamentos festivos que simbolizaban el gozo y la inocencia y, por tanto, no eran apropiados para ser usados en tiempos penitenciales. 
Es así entonces, que la casulla plegada se continuó usando durante la Cuaresma, el Adviento y, en general, en todos los días donde el color litúrgico era el morado. 
Este antiquísimo uso que se remontaba a los primeros siglos del cristianismo, desapareció de la Semana Santa con la reforma de Pío XII en los ’50 y de todo el rito romano con la promulgación del misal de Juan XXIII en 1963. 



Quienes deseen informarse con más detalle sobre el tema pueden visitar este sitio en francés o este otro en inglés

viernes, 23 de marzo de 2018

"Un psicólogo a la derecha"


Se presentó anoche en Madrid el libro Política y sociedad, que reúne conversaciones entre el Papa Francisco y el sociólogo francés Dominique Wolton. El libro fue presentado, entre otros, por Carlos Osoro, cardenal arzobispo de la capital española. 
Tal como puede apreciarse por la detallada noticia que se da del acto y del escrito, nos encontramos frente a un nuevo y preocupante panaché de impiedades que podrán degustar leyendo la noticia periodística. 
Por mi parte, comentaré aquello más ha llamado comprensiblemente la atención de la prensa, y es lo que el Santo Padre afirma en la página 232 del libro:  la 'unión civil' de los homosexuales es posible, y lo explica con estas palabras “El matrimonio es la unión de un hombre con una mujer. Ése es el término preciso. Llamemos a las uniones del mismo sexo 'unión civil’”. Y varios datos hacen sospechar que este tema se encuentra en la agenda del pontífice, pues le habrían dedicado bastante tiempo de la conversación. Afirma Wolton que “"Francisco no ha puesto ninguna condición, no me hizo ninguna censura. Sólo me pidió omitir el nombre de una pareja de homosexuales argentinos para que no se les conociera”. 
Lo que a mi entender es más preocupante es esta afirmación que trae el libro: “¿Cuál es el principal pecado?, le pregunté -escribe Wolton-. Y su respuesta fue 'Todo lo que está debajo de la cintura es lo de menos, y si un sacerdote os pregunta ¿por qué?, ¿con quién?, o ¿cómo?... que se lleven a ese sacerdote a un psicólogo’”. Claro que concedemos que los pecados que provienen de lo que está “debajo de la cintura” son menos graves que muchos otros, tales como la soberbia, la herejía o la injusticia, pero eso no significa que no sean graves y merecedores de las penas del infierno, como nos enseña el catecismo. Pero es inconcebible que el Santo Padre mande al psicólogo al sacerdote que, en confesión, pregunta ¿por qué?, ¿con quién?, o ¿cómo? Cualquier cristiano que conozca los rudimentos de la teología moral sabe que las modalidades de los actos cometidos contra el sexto mandamiento, aumentan o disminuyen su gravedad. No es lo mismo fornicar con una mujer soltera que con una casada, tampoco es lo mismo hacerlo con una persona del otro sexo que del mismo, y tampoco son lo mismo muchos otros detalles que por modestia mejor nos ahorramos de detallar. Y esto no es ocurrencia de un curita obsesionado con el sexo; esto es teología católica elemental, porque si ese curita al que el papa Francisco presenta como perturbado mental tiene que ir a hacer terapia al psicólogo, deberán entonces acompañarlo,  entre muchísimos otros, Santo Tomás de Aquino y San Alfonso María de Ligorio que son muy claros y precisos sobre estos temas en sus obras.
En síntesis, el papa Francisco está mandando al psicólogo a una buena cantidad de doctores de la Iglesia y maestros de nuestra fe. La verdad es que da para sospechar acerca de quién es el que efectivamente precisa un psicólogo. O le podríamos pedir al finado Dr. Alfonsín que, como en su campaña electoral de 1983, mandé un psicólogo a su derecha, o a su izquierda.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Las piedras mismas gritarán



El Holandés Errante
Los señores obispos argentinos nos piden que convirtamos  la procesión de Ramos en una marcha de protesta contra el aborto (o de compromiso por la vida, como prefieren llamarlo). 
Lo disonante no es sólo que el niño-por-nacer y la entrada a Jerusalén no parecen tener una sintonía muy lineal... sino que el asunto delata algo mucho más hondo, como distorsión profunda de la Liturgia: siguen creyendo que los ritos celebrativos son para la gente y no para Dios. Que los ramos en alto son para manifestarnos entre nosotros y al mundo nuestra Fe, y no un acto de latría al Dios Eterno que ingresa a morir por nosotros. 
Partiendo de ese trastocado paradigma litúrgico, es que cobra sentido que, ya que manifestamos una cosa, manifestemos dos (y el día de mañana, una docena de asuntos más, por qué no)... 
En cambio, si la procesión es para el Señor, avisarle (a Él) que "vale toda vida" es un poco innecesario si no improcedente. Raro, por decir lo menos.
En todo caso, no molestaría un estandarte que leyera: Vale, O valde in toto, Christe Vita nostra  ( Salve, oh inmenso Todo, oh Cristo Vida nuestra ). 
Ni los pobres, ni los enfermos, ni los pueblos en guerra, ni los desnutridos, ni los por-nacer tienen derecho a interferir en un acto de adoración. Sólo a Cristo, sólo al divino Hijo de David, montado sobre el asno, nuestros Hossanas todos, nuestros ramos todos, nuestra piedad entera. ¡Sólo a Él! Y aunque el cansino inmanentismo intente impedirlo mil veces, inútil será: las piedras mismas gritarán: ¡Gloria, Honor y Poder al Dios Único y Trascendente!

lunes, 19 de marzo de 2018

El relato

La última mutación de la maldición argentina -kirchnerismo y peronismo respectivamente-, nos acostumbró a escuchar relatos sobre el “relato”. Progresistas de pacotilla y mal aprendidos, suponían que la realidad no puede conocerse y, por tanto, todo lo que se dijera de ella no venía a ser más que el relato de quien la decía. Por cierto, los relatos dominantes son siempre aquellos impuestos por el pensamiento hegemónico que es capitalista, conservador, imperialista, fascista, racista, clasista, patriarcalista, misógino y muchas cosas más. Los esclarecidos cabecillas de la troupe de facinerosos que gobernó al país durante más de diez años construían su propio relato según el cual en Argentina habían menos pobres que en Alemania, o que la inflación era una mentira de los partidos de la oposición.

Pero la tentación del relato también puede colarse en el ámbito religioso, pues es la excusa perfecta para imponer las propias opiniones sin mucho trabajo. Manifiesta la mala fe del relator o bien, la mayoría de las veces, su pereza o incompetencia. En general toma la forma de un discurso histórico construido por supuestos y completamente despreocupado de las fuentes, y sobre el que se fundamentan las propias posturas. Es decir, una suerte de mito en nombre del cual se toman decisiones y se mete mano a la doctrina y a las prácticas de la religión. Sirva como ejemplo el caso del Papa Francisco refiriéndose a la “teología de la economía” que siguen los ortodoxos para autorizar un segundo matrimonio a fin de matizar su manga ancha con respecto al tema, o el de un teólogo que se despachaba contra las obras de Tolkien considerándolas simplemente “un agradable y cautivante pasatiempo” y sin apenas haberlas leído.
Me parece interesante insistir sobre este tema ya que uno de los post anteriores recibió un par de comentarios referidos a una alusión que hice al llamado “misal de Alcuino”, una suerte de misal de la curia romana reformado que se utilizó durante el reinado de Carlomagno en la Galia. El comentador decía que esa reforma litúrgica había sido aceptada sin reticencia por los fieles porque era totalmente ortodoxa, y otro comentarista más agregaba algún detalle acerca de los misalitos que usaban los fieles carolingios.
Sin dudar de la buena voluntad de ambos lectores, hay que decir que apoyan sus tranquilizadoras certezas en relatos que no tienen ningún fundamento en la realidad aunque nos resulten atractivos y útiles para fundamentar nuestras propias opiniones. Los fieles no chistaron ante la reforma de Alcuino no porque la consideraron ortodoxa sino porque no entendían la lengua. Los monjes de la época apenas si comprendían el latín, por lo que pensar que los fieles aprobaron la incorporación de nuevas oraciones colectas o de nuevos prefacios porque veían en ellas la ortodoxia de la fe, es absurdo. 
Y en cuanto a los misalitos… no sólo no los usaban porque un misalito escrito en pergamino costaba una fortuna -había que matar varias ovejas para conseguir la materia prima-, sino porque no sabían leer y porque, aunque supiesen, tampoco les serviría de mucho toda vez que iba a ser un misalito escrito sólo en latín, ya que las lenguas vulgares comenzaron a ser escritas recién a mediados del siglo IX. Y aún más: el misal tal como hoy lo conocemos, surgirá varios siglos más tarde. Lo que existía en la época era un sacramentario que reunía más o menos las oraciones que debían decirse, y debía ser complementado con otros libros litúrgicos. 
Para abundar sobre el tema, recordemos que los útiles misalitos que usamos en la actualidad recién aparecieron en la segunda mitad del siglo XIX -hace poco más de cien años-, y levantaron en su momento una enorme polvareda ya que se discutía acerca de la legitimidad de una traducción a las lenguas vulgares de los textos sagrados de la liturgia, sobre todo del canon de la misa, aunque más no fuera para uso privado de los fieles.
Hay casos en el que el recurso al relato se torna más peligroso. Pongamos un ejemplo. Según enseñan algunos manuales de vida espiritual de aires barrocos, habría una “ley de la vida espiritual” que enuncia: Nolli proficere deficere est, “el que no avanza retrocede”, y aplican este principio al caso del cristiano que comete un pecado mortal: retrocedería, por tal motivo, todos los casilleros que había avanzado hasta el momento, debiendo comenzar nuevamente a juntar desde cero méritos para la vida eterna. Una suerte de Juego de la Oca, que nos obligaría a vivir en la ansiedad y temor constante de no caer en el casillero aciago que nos haga retroceder, perder algunos turnos en el tiro de dados o, peor aún, volver al punto de partida. ¡Cuántos casos de frustraciones y depresiones ha causado, causa y causará esa bendita ley!
Se me ocurrió rastrear la famosa fórmula. En la mayor parte de los manuales y manualetes se afirma que es autoría de San Gregorio Magno, en su Regula Pastoralis, e incluso dan la referencia concreta: III pars, cap. 1; PL 77, 51. Allí habría escrito: In via vitae non progredi regredi est, “En el camino de la vida, no avanzar es retroceder”. Pues bien, no aparece allí la frase y no aparece tampoco en toda la obra de San Gregorio, o al menos yo no la encontré luego de diligente búsqueda, realiza incluso electrónicamente en el Corpus Christianorum. ¿Es que mienten los autores de los manuales? No. Simplemente están siguiendo una errónea atribución que hace Santo Tomás en su Summa Theologiae (II-II, q. 24, a. 6, ob. 3). En el siglo XIII, los intelectuales eran bastante libres a la hora de citar y atribuir. Más tarde, algún editor de la obra del Aquinate habrá determinado el equivocado lugar en la obra gregoriana, y de allí en más todos repitieron el mismo error sin molestarse en controlar no solamente la exactitud de la cita sino también el contexto en el cual fue escrita.
Esto no significa que Santo Tomás se inventó la frase. De hecho, en otro lugar de su obra la cita con alguna variación: In via Dei stare retrocedere est; “En el camino de Dios, permanecer detenido es retroceder” (In III Sent. d. 29, a. 8, qla. 2, 1a) y la atribuye acertadamente a San Bernardo, quien la trae en uno de sus sermones de la Purificación (Serm. II in festo Purif., n. 3, ML 183, 369c.). Y, en una de sus cartas, enuncia nuevamente el principio con alguna variación: Nolle proficere defecere est (Ep. 254, ad Garinum). 
Pero veamos cuál es el marco en el cual la enuncia San Bernardo puesto que, en ambos casos, están descontextualizadas. En el sermón, San Bernardo se dirige a sus monjes y les dice: “Si por casualidad encontramos a alguno [algún monje] que no quiere avanzar, y que no busca avanzar de virtud en virtud, es necesario que sepa que está en una estación y no en una procesión; y yo le digo que está retrocediendo en lugar de permanecer estacionado, porque en el camino de la vida, no avanzar es retroceder, porque nadie permanece para siempre en el mismo estado”.
Las carta está dirigida a Guérin, que era abad de Santa María de los Alpes y se había propuesto reformar su monasterio según la regla del Císter, pero encontraba resistencia por parte de los monjes. Una de las costumbres que habían adquirido era la de construirse “celdas particulares” en las que vivían tres o cuatro de ellos separados del resto de la comunidad, de acuerdo a su propia regla y otros que, sin estas comodidades, compartían un mismo principio: “Lo único que deseo es permanecer en el estado en que me encuentro; a Dios no le gustaría que yo sea peor, pero tampoco estoy obligado a ser mejor”. Y es a combatir esta costumbre que San Bernardo dedica la carta, que termina con estas palabras: “Se trate de correr o de avanzar, al cesar de avanzar vosotros cesáis de correr, y el que cesa de correr, retrocede, de donde se sigue que no querer avanzar es efectivamente retroceder”. 
En ambos casos, San Bernardo está utilizando la expresión para referirse a los holgazanes que se aburrieron o se cansaron de seguir avanzando en la vida espiritual y pretenden quedarse donde están: adquirieron ya un discreto puñadito de virtudes y erradicaron otro discreto puñado de vicios, “¿Para qué más?”, dicen. Pues aquí viene el santo doctor y les espeta: “En la vida espiritual no es posible detenerse porque, al hacerlo, comenzarán a retroceder”. En ningún momento habla, y el contexto no lo admitiría, de volver a fojas cero o al primer casillero en el Juego de la Oca. Ni siquiera hay referencia al pecado mortal. La idea es muy distinta.
Vicente de Beauvais pocos años más tarde escribe en el De morali principis institutione (c, 17, 11) lo siguiente: “Porque como dice la Glosa sobre Isaías XIV, ‘De qué modo caíste del cielo, Lucifer..’, porque cuando se cae en pecado mortal, se precipita también hacia cosas más graves. Es por eso que se debe ser solícito en no desertar del bien sino siempre avanzar hacia lo mejor, porque como dice San Bernardo: ‘En el camino de Dios, no progresar es retroceder’”. Este ilustre dominico, interpretando ya la enseñanza de San Bernardo, hace referencia al pecado mortal, pero entiende el “recedere” no como un volver a fojas cero, sino como un comenzar a desandar de un modo cada vez más acelerado el camino de la perfección. 
No me interesa aquí sentar doctrina sobre la vida espiritual. No tengo autoridad ni competencia para hacerlo. Simplemente señalo que una diligente búsqueda documental -bastante fácil de hacer en la actualidad con los medios informáticos que contamos- muestra la tergiversación que se ha hecho de una expresión de San Bernardo. Y muestra sobre todo la liviandad con que esta frase fue repetida una y otra vez durante siglos, sin tomarse el trabajo de cotejar las fuentes, y las consecuencias progresivas que se fueron extrayendo de ella, todas equivocadas. Una suerte de peligroso “teléfono descompuesto” jugado por adustos doctores para espanto y dolor de sus víctimas.

La pregunta que brota es: ¿cuántos relatos más se habrán incorporado a cierta vulgata católica ad usum desidiosorum? Me temo que ese cuerpo doctrinal en formato resumen Lerú, que no es más que un derivado de pésima calidad de la doctrina que nos ha enseñado la Iglesia durante veinte siglos, esté plagado de relatos.

martes, 13 de marzo de 2018

Cinco años y una carta


Cinco año después, todo lo que habíamos advertido con alarma acerca del pontificado de Jorge Bergoglio se ha cumplido. 
Lamentablemente, teníamos razón. El suyo pasará a la historia como uno de los peores que ha sufrido la Iglesia, no tanto por su maldad sino por su incompetencia. Como me decía el mozo de una trattoria romana hace pocas semanas, “A questo li mancano anni per essere papa”. Sí, a Francisco le falta mucho -desde capacidad hasta inteligencia- para ocupar el puesto que ocupa. Lo único que tiene, y que siempre tuvo de sobra, fue ambición de poder y astucia.
De ser una personalidad sobre la que los medios mundanos habían cifrado grandes y mundanas expectativas, ha quedado reducido a la intrascendencia. Pocos son ya los que se animan a apoyarse en sus palabras y sus resonantes reveses saltan a la vista: las despobladas misas que celebró en Chile y la habilitación de la discusión parlamentaria sobre el aborto en Argentina, su propio país, dan muestras de su menguado poder e influencia. Uno de los primeros actos que realizó luego de su elevación al trono petrino, fue una aspaventosa visita a la isla de Lampedusa para abogar en favor de la inmigración masiva a Europa. Cinco años después, acaba de ganar las elecciones italianas el candidato que más se opone a esta invasión encubierta y varios países europeos están siguiendo el mismo camino. La frase que mejor define la magnitud de este fracaso es la de Loris Zanatta: "Francisco perdió relevancia y se convirtió en factor de división".
Y el Santo Padre está dando muestras que ha recibido el golpe. Se sabe herido, y como cualquier animal herido, está nervioso y comienza a dar coces y zarpazos. Hace pocos días, por ejemplo, nos enterábamos de sus intentos por callar, a través del bufete de abogados más temible y costoso del mundo, al sitio Infovaticana. Y lo que es más significativo aún y muestra evidente de su debilidad, es que reconoció públicamente a sus enemigos. Lo hizo en Chile cuando afirmó de un modo improvisado ante sus hermanos jesuitas: “Per salute mentale io non leggo i siti internet di questa cosiddetta «resistenza». So chi sono, conosco i gruppi, ma non li leggo, semplicemente per mia salute mentale.” Sus enemigos se nuclean en los sitios de Internet, y él sabe que existen, y sabe que erosionan su imagen, sobre todo ante los fieles católicos. Y les teme.
Por otro lado, a fines del año pasado, apareció el libro The Dictator Pope, que se mantuvo durante semanas como bestseller de Amazon. Estaba firmado con el pseudónimo de Marcoantonio Colonna y dio mucho que hablar y motivos de enojo y alarma en los pasillos de Santa Marta. Buena parte de lo que el libro denuncia había sido ya denunciado en este blog, pero una cosa es una bitácora de provincias y otra muy distinta un libro de ventas masivas. Y es por eso que las coces pontificas han comenzado a sentirse con la sutileza que suelen acompañar los modos bergoglianos.
Uno de los hechos a los que hace referencia Colonna es al informe que el P. Kolvenbach, prepósito general de la Compañía de Jesús, escribió en su momento cuando se le consultó su opinión acerca de la conveniencia de consagrar obispo auxiliar de Buenos Aires al entonces P. Jorge Bergoglio: lo desaconsejó vivamente debido a sus desequilibrios psicológicos: “Kolvenbach acusaba a Bergoglio de una serie de defectos, que iban del uso habitual de lenguaje vulgar a la doblez; de la desobediencia escondida bajo la máscara de humildad a la falta de equilibrio psicológico. Y en cuanto a su idoneidad como futuro obispo, el documento subrayaba que como Provincial había sido una persona que llevó la división a la orden. No sorprende que, una vez elegido Papa, Francisco se haya esforzado en eliminar las copias existentes del documento, y también el original que se encontraba depositado en los archivos oficiales de los jesuitas en Roma”. (Marcantonio Colonna, Il Papa Dittatore, Posición en Kindle 509-513). Claro que alguna copia siempre queda suelta… 
Y Bergoglio dio una primera coz: se autoincriminó para que lo declaren inocente. En una entrevista concedida a Dominique Wolton, para un libro que será publicado recién en septiembre, afirmó que a fines de los ’70, consultó a una psicoanalista judía que le hizo mucho bien. ¿Quiénes consultan habitualmente a un psicoanalista? Quienes tienen algún problema de índole psicológica. Y el psiconoalista, para el entendimiento popular, los “cura” (más allá de que el psicoanálisis se proponga ‘no curar’). Francisco, entonces, se hace cargo que en una época de su vida, cuando era Provincial de la Compañía, tuvo alguna dificultad psicológica pero fue curado por la profesional judía. No niega las palabras del informe Kolvenbach, pero las responde: “Sí, tuve un desequilibrio, pero me curé”. Y es curioso que de toda la entrevista se haya filtrado a la prensa en detalle solamente este hecho. ¿Por qué habrá sido? Esperar a septiembre, cuando se publicara el texto completo, era mucho tiempo. Había que responder cuanto antes.
Otras de las características del Santo Padre que hemos señalado con insistencia (por ejemplo, aquí y aquí) es que se trata de una persona que tiene ablacionado el intelecto teórico: es puro intelecto práctico, carente de cualquier tipo de formación más que las recibida en algunas charlas de café con Juan Carlos Scannone y algún impresentable más. Y en el mismo sentido se expresa en repetidas ocasiones el libro The Dictator Pope. De allí entonces, la nueva coz, o la nueva respuesta de Bergoglio: ordena a la Librería Editrice Vaticana publicar una serie de once libritos sobre su teología. Teologia di Papa Francesco se llama, y anuncia que se trata de una edición limitada. Se trata de brevísimos libritos que, a juzgar por las fotografías, son poco más que folletos engordados con tapa dura. Es que por más teólogo de renombre internacional -tales serían sus autores- es bastante difícil escribir sobre lo que no existe.
Y para refrendar la obra y como modo de taparle la boca a su enemigos, se publica ayer la carta que le escribió al respecto el Papa Benedicto, o mejor dicho, una parte de la carta, porque los párrafos finales no los publicaron, aunque sí aparecieron hoy en los malditos sitios de Internet, enemigos del Santo Padre, como Settimo Cielo, Infovaticana o Secretum Meum. Conociendo a Bergoglio, seguramente le envió los once librillos sobre su teología, pidiéndole que escribiera algún tipo de apoyo o incluso un prólogo, lo cual habría sido lo más apropiado. Y la carta completa refleja algunos hechos curiosos que solamente pueden explicarse apelando a la finísima e intacta ironía de Ratzinger. En su breve misiva no solamente aparece dos veces la expresión “pequeños volúmenes”, lo cual es bastante elocuente para una obra que se presenta como “la teología” de un Papa, sino que se niega a escribir siquiera una línea sobre tal obra, como ha señalado con agudeza Sandro Magister. “No puedo escribir sobre estos (pequeños volúmenes) una breve y densa página teológica porque durante toda mi vida siempre escribí y me expresé solamente sobre los libros que verdaderamente he leído”, y continúa diciendo que tiene otros compromisos que le impiden leer opera magna sobre la teología de Francisco. 
¿Es esta carta un halago a Bergoglio? Yo más bien creo lo contrario. Le dice lisa y llanamente, que no leerá los volumetti porque no tiene tiempo. ¿Es que hay cosas más importantes para el Papa Benedicto que leer la teología del Papa Francisco? Pareciera que sí. Tomar cerveza con sus amigos bávaros, por ejemplo.

lunes, 12 de marzo de 2018

Respuesta a un laico atribulado frente al desorden litúrgico

por Peter Kwasniewski

Un joven adulto de gran fe y admirable piedad familiar, me envió una carta el verano pasado con ciertas preguntas y preocupaciones que creo resonarán en muchos otros lectores de OnePeterFive
Comparto primero la carta y luego mi respuesta (eliminando todos los detalles que pudieran identificarlo).
* * *
Estimado Dr. Kwasniewski,
Tengo algunas preguntas sobre las tensiones que se producen entre el  usus antiquior y el usus recentior. Este verano, no cuento con casi tantas oportunidades de asistir a la Misa antigua como las que tengo en el colegio. Afortunadamente, hay una misa tridentina en nuestra diócesis que se celebra todos los domingos por la tarde que ofician diferentes sacerdotes que la conocen. 

Con todo, mi familia, continúa fielmente acudiendo a nuestra (muy piadosa) parroquia en la que se celebra el Novus Ordo. Casi todos los domingos he estado asistiendo a la misa de la mañana con mi familia y luego, por mi cuenta, a la misa tridentina por la tarde. Pero asistir a la misa de la tarde a menudo significa que no puedo disfrutar del almuerzo con mi familia. Por lo general no les importa, pero puedo decir que esto a veces molesta a mis padres. ¿Es egoísta querer asistir a la misa trindentina en lugar de estar con mi familia?
Además, he escuchado de muchos tradicionalistas que es mejor no asistir al Novus Ordo a menos que sea necesario. Por ejemplo, dicen que debes renunciar a la misa diaria si los días de semana sólo está disponible en la forma ordinaria. No creo estar de acuerdo, pero quiero saber lo que Ud. piensa. Usted asiste a ambas formas en la escuela. ¿No es mejor ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa y recibir la Sagrada Comunión diariamente, incluso si la celebración no es la más reverente posible? ¿O es una desgracia ante Dios participar en misas que son irreverentes? ¿Depende de cuán irreverente es la misa del Novus Ordo?
Finalmente, ¿cuál es su posición con relación a la Reforma de la Reforma? ¿Cree que el Novus Ordo debería celebrarse o que siempre será así, y que por lo tanto debemos abrazar ese ritual de la manera más reverente posible? ¿O se intenta reformarlo para que sea lo más reverente posible mientras mueve a las personas para que se aproximen gradualmente a la misa de siempre, de modo que algún día llegue a ser la forma ordinaria o única que exista, como era antes? Algunos de mis amigos que lo han escuchado o que han leído sus artículos me preguntaron cuál es exactamente su postura, así que pensé en preguntarle antes de intentar responder.
Sinceramente suyo,
N.
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Estimado N.,

Con probidad y perspicacia, has formulado algunas de las preguntas más difíciles que enfrentan los católicos educados de hoy en día. Cuando digo “educados”, me refiero a los católicos que han estudiado y experimentado el gran abismo que separa el estado de cosas conflictivo y pluralista de la Iglesia actual y que tanto contrasta con la luminosidad de su constante enseñanza doctrinal y con el tesoro de su liturgia tal como fue transmitida a lo largo de los siglos. No hay respuestas fáciles, porque vivimos en un período de desarraigo, amnesia y confusión sin precedentes.

Recuerdo que cuando tenía tu edad, pasé exactamente por la misma situación. Crecí en una parroquia común en Nueva Jersey, y cuando descubrí documentos magisteriales como Mediator Dei y a teólogos como el Aquinate, comencé a ver cuán desordenada era la parroquia. Mis padres siguieron yendo allí, pero llegado a cierto punto, yo ya no podía hacerlo. Así que comencé a ir a otro lado, alternativamente asistiendo a misas celebradas según el Novus Ordo como otras celebradas conforme al Vetus Ordo; era una situación tensa. No estoy seguro de que mis padres hayan entendido completamente mi actitud, a pesar de mis intentos de explicarme, con argumentos probablemente no muy exitosos, pienso ahora. Pero tú eres una persona más amable, y más inteligente que yo a tu edad, y tus padres probablemente sean católicos más serios que los míos, por lo que puedes tener más éxito en tus intentos de explicar por qué amas y deseas asistir a la misa antigua. También me parece una señal de humildad y piedad filial que continúes asistiendo a misa con ellos; no pueden realmente quejarse de que con eso te muestras antisocial o “elitista”.
El punto más importante es este: nunca puede constituir un actitud egoísta el querer alimentar la propia vida espiritual con el rico alimento de la liturgia tradicional. Como siempre, uno necesita tener en cuenta las circunstancias. San Francisco de Sales dice que es mejor para una mujer cuidar de sus hijos que descuidarlos al pasar tiempo extra rezando en la iglesia. Por otro lado, una mujer que sólo cuida a sus hijos y nunca tiene tiempo para la oración personal termina siendo una mala madre y, eventualmente, una mala cristiana. Así que debemos tomar muy en serio las necesidades de nuestras almas, y creo que una vez que uno experimenta la belleza de la misa antigua (y todas las demás liturgias y devociones que se agrupan a su alrededor), ya es casi imposible subsistir con una pobre dieta de papilla hecha con escasa avena. No olvides lo que el Papa Benedicto XVI dijo en su carta a los Obispos del 7 de julio de 2007, hablando sobre el usus antiquior
Los jóvenes también han descubierto esta forma litúrgica, sintieron su atracción, y encontraron en ella una forma de encuentro con el Misterio de la Sagrada Eucaristía especialmente adecuada para ellos.
¿Considerarían quizás tus padres ir contigo alguna vez? A lo mejor, pueden terminar sintiéndose atraídos a amar lo que tú has sido atraído a amar.

En cualquier caso, quedan otras preguntas y tú las enmarcas bien. ¿Dónde y cuándo pone uno el límite? ¿Debe uno siempre ir a misa todos los días, independientemente de cómo se celebra? ¿Puede haber alguna razón para no asistir a una misa? ¿Y podría haber alguna razón para dejar de asistir al Novus Ordo y simplemente asistir al Vetus Ordo? Estas son cuestiones de orden prudencial, pero podemos decir con certeza que una misa que no se celebra correcta y reverentemente es ofensiva para Dios en aquellos aspectos en los que resulta deficiente (la liturgia está, después de todo, conectada con el ejercicio de la virtud moral de la religión, por la cual le damos a Dios lo que le debemos en justicia—y en esto podemos fallar de muchas maneras notables—). Además, en la medida en que nos deforma, en la medida en que nos mal-forma, una misa así nos resultaría espiritualmente insalubre. Y cuando nos distraemos o irritamos, estamos mal dispuestos a adorar a Dios y recibir la Sagrada Comunión, para lo cual debemos tener una disposición de viva fe y devoción.
Creo que podemos aprender algo de la tradición oriental, que habla de "días alitúrgicos", días en los que no se celebra la liturgia, y los considera en analogía con el ayuno: nuestro deseo del Sacramento se intensifica mediante otras formas de oración. El sacrificio de la misa es la joya de la corona, pero tiene que estar dentro de una corona de oro, que es el Oficio Divino y nuestra oración personal. El oficio divino es también oración litúrgica, pero tiene la ventaja de ser algo que cualquier cristiano puede rezar, incluso solo o en un pequeño grupo. Cuando uno reza Laudes o Prima a la mañana, y/o Vísperas o Completas a la noche, y cualquiera de las otras horas menores, si uno puede encajarlas en algún rato libre, el día está consagrado al Señor de la misma manera que cuando uno asiste a misa. Es parte del gran sacrificio de alabanza que Nuestro Señor como Eterno Sumo Sacerdote ofrece a su Padre en el Espíritu Santo.
Joseph Ratzinger también habló más de una vez de los beneficios de hacer un “ayuno eucarístico” [ver este artículo para más información]. Dijo que en una época como la nuestra, que es demasiado propensa a dar por sentada la comunión, reduciéndola a una rutina que no va precedida de una profunda hambre y sed de Dios, podríamos beneficiarnos a nosotros mismos y hacer reparación por los demás no yendo a comulgar, sino más bien, haciendo un acto de deseo, una comunión espiritual. Esta es una forma en que podemos pensar positivamente sobre los días sin misa, ya sea porque no es posible encontrar una misa compatible con los propios horarios, o porque, desafortunadamente, no encontramos a tiro una misa adecuadamente reverente.
Para mí, personalmente, es muy difícil rezar en la Forma Ordinaria por varias razones. Cuando puedo cantar el Propio y el Ordinario Gregorianos con la schola, como en el Colegio, me es más fácil rezar, porque puedo entrar en el espíritu de la liturgia a través de esos cánticos auténticos de nuestra tradición, que fueron “construidos para rezar”. Sin embargo, sigue siendo un desafío. Además, como sabes, en el usus antiquior, el celebrante tiene una relevancia mucho menor que en el usus recentior, donde la personalidad del sacerdote está inevitablemente en exhibición, sobre todo a cuenta de la postura versus populum y el requisito de que casi todo sea dicho en voz alta. Por lo tanto, quién es el celebrante tiene mucha relevancia en la cuestión de si puedo asistir o no con provecho espiritual a una misa Novus Ordo.
Estas son realidades que merecen ser consideradas; de ninguna manera sería correcto obligarse a ir a misa diaria “sólo porque si”. No hay un “sólo porque si” en la vida espiritual: debemos ser conscientes de lo que estamos haciendo, cómo nos afecta y cómo puede agradar o disgustar al Señor. La misa no es solo un “sistema de reparto de Comunión”. Es un acto de adoración formal, estructurado y público, que consiste en oraciones, cantos, lecturas, ceremonias y gestos, ordenados a tales movimientos del alma como adoración, glorificación, acción de gracias, súplica y arrepentimiento. Entonces, no se trata simplemente de “donde sea que esté Jesús, Dios está complacido”: también es una cuestión de lo que estamos haciendo, lo que estamos ofreciendo de nosotros mismos a Dios, y cómo, y por qué.
La misa fue entregada por Cristo a los apóstoles y nos llega a través de la tradición acumulada, el camino por el cual Él quiso que fuéramos enriquecidos por la fe y la santidad de cada época de la Iglesia. Nada puede estar más alejado de la verdad que pensar que la liturgia es indiferente mientras la Eucaristía esté presente. La Eucaristía está presente en una Misa negra Satánica en un acto de sacrilegio supremo. La Eucaristía también está presente en muchas Misas lícitas y válidas que, no obstante, son ofensivas para Dios y perjudiciales para nosotros precisamente por la forma en que tratan (o no tratan) la Presencia de Dios. La Eucaristía es un punto culminante; no cancela todo lo demás.
Querríamos evitar dos extremos: un esnobismo litúrgico por el cual se considera que nada es nunca "lo suficientemente bueno" (porque de hecho, nada menos que la visión beatífica será totalmente satisfactorio para nosotros, aunque en el mejor de los casos, ¡la sagrada liturgia puede ser y debería ser un anticipo del cielo!); y, por otro lado, deberían intentar evitar una falsa humildad por la que se pretende no saber la diferencia entre lo apropiado y lo inadecuado, lo bello y lo feo, lo noble y lo banal, lo reverente y lo irreverente—diferencias que tienen serias implicancias para nuestra vida y el ejercicio de las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad y la religión. La primera actitud puede endurecerse y terminar en una amarga tristeza, y la segunda en un relativismo que socava los esfuerzos siempre necesarios para mejorar nuestra vida eclesiástica.
Si los grandes santos reformadores hubieran tenido la actitud de que "está todo bien" y "¿quién soy yo para juzgar?", la renovación católica nunca habría sucedido en muchos siglos anteriores; pero si hubieran sido demasiado impacientes y severos, habrían terminado en desesperación. Como siempre, virtus stet in medio, la virtud se encuentra en el medio o en la posición media; y como Aristóteles repetidamente observa en su Ética, encontrar el medio no es una tarea fácil. Pero aún y siempre, debemos esforzarnos por ello.
No rehúso mi ayuda para mejorar el Novus Ordo cuando se me pide que lo haga, pero mi mente y mi corazón están firmes y para siempre con el rito romano clásico, que es nuestra herencia, nuestro tesoro, nuestra línea de vida, nuestra piedra de toque, nuestra gloria como católicos romanos. Restablecer esta magnífica lex orandi y participar más profundamente en ella es el objetivo que debemos fijarnos, tanto para nuestro propio beneficio como para el de innumerables hermanos creyentes que están deshidratados, faltos de lo divino y hambrientos de lo sagrado.

Oremus pro invicem.

Dr. Peter Kwasniewski

Extraído del blog onepeterfive.com

Tradujo Beltrán María Fos

jueves, 8 de marzo de 2018

Curiosos asesores del Papa Francisco

El pontificado del Papa Francisco está haciendo agua. Desde este blog lo anunciamos precisamente el día 13 de marzo de 2013, y ahora parece que todos se están dando cuenta, incluso los de afuera, esos mismos que en su momento eran los que más lo aplaudían. Por caso, acaba de aparecer un libro de Philip Lawler: Lost Shepperd. How Pope Francis is misleading his flock (Pastor perdido. Cómo el Papa Francisco está desorientando a su rebaño), del que pueden leer aquí una buena reseña que se titula Un papado de contradicciones, y el autor da en una de las teclas. Lo de Bergoglio es pura zanata o palabrerío vano. Y un modo irrefutable de demostrarlo es viendo lo que hace y, en esta ocasión quiero llamar la atención acerca de la calidad de sus asesores, o al menos de dos de ellos. 
El primero es noticia de hace algunos meses pero que sigue siendo asombrosa, o mejor dicho, sigue siendo asombroso que nadie haya dicho nada al respecto, excepto Sandro Magister. 
En el mes de diciembre fue nombrado Mons. Gustavo Zanchetta como “asesor” de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), una entidad que maneja más de 5.000 propiedades del Vaticano y, con algunas otras moneditas, administra la friolera de $3200 millones de dólares. Allí reporta al presidente que es el cardenal Domenico Calcagno, quien posee algunas denuncias en su contra por malversación de fondos cuando era obispo de Savona como ha sido ampliamente reportado por los medios de prensa italianos y explicado en detalle en el libro The Dictator Pope.
El caso es que Mons. Zanchetta posee antecedentes muy similares a los del cardenal. Era sacerdote de la diócesis de Quilmes, una de las más progresistas de Argentina. Allí protagonizó varios escándalos: abuso de poder y desmanejos financieros, mientras era vicario económico de todos los colegios de esa diócesis. Cuando se conoció su nombramiento episcopal, se organizaron  campañas promovidas por  sacerdotes y fieles de Quilmes, pidiéndole al papa Francisco que no lo promoviera, las que fueron aventadas en los medios y no tuvieron resultado.  
Ocupó la sede de la pequeña y pobre diócesis de Orán en el norte argentino sólo cuatro años. En agosto de 2017 sorpresivamente renunció a su cargo y se alejó inmediatamente, aduciendo graves problemas de salud, buscando la cura de sus males en la ciudad de Corrientes que, como todos sabemos, posee los centros de salud más avanzados de todo el planeta… 
Los medios de prensa argentinos reportaron que motivo era nuevamente un desfalco financiero: sus vínculos con el poder político le habrían llevado a obtener dineros que no tuvieron un fin claro y se perdieron en el camino. Además, se conoció un episodio con ribetes de escándalo: ante un habitual requerimiento de la la gendarmería de revisar su automóvil mientras viajaba -esa zona de Argentina es conocida por alto nivel de narcotráfico- se negó de malos modos invocando su carácter episcopal.
Resulta muy curioso que el organismo de la Santa Sede encargado de manejar tamaña fortuna haya sido puesto en manos de dos personajes que han sido severamente cuestionados por opacidades en el manejo de los fondos diocesanos. Nadie está libre de debilidades, pero resulta elemental alejarse de la tentaciones que podrían a prueba esa debilidad. ¿A quién se le ocurriría poner a lobo a cuidar ovejas, o a David de mayordomo de la casa de Urías, o a Mons. Battista Ricca de capellán de la Guardia Suiza? 
Vamos a un segundo caso, mucho más reciente, referido al señor Juan Grabois, un abogado de 35 años y dirigente social izquierdoso de los más levantiscos contra el gobierno del presidente Macri. En junio de 2016, el Papa Francisco lo nombró nada menos que consultor del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Hasta aquí no habría mucha novedad visto el afán del pontífice de inmiscuirse en la política interna del país. Lo curioso del caso es que en un reciente reportajeGrabois demostró su total ignorancia de los principios más básicos de la fe, o mejor aún, del catecismo. El periodista que lo entrevistaba, Luis Novaresio, agnóstico y abortista entre otras varias lindezas, le tuvo que explicar la diferencia entre purgatorio y limbo, y Grabois confesó desconocer si después de la muerte hay cielo e infierno, aduciendo que a él lo echaron de las clases de catequesis. 
Tenemos, entonces, a  consultor de un dicasterio vaticano confiesa desconocer los puntos más básicos y elementales de la doctrina católica. No es el caso que no cree en ellos, sino que sencillamente no sabe.  ¿Qué pensaríamos, por ejemplo, de un jefe de estado que nombrara como consultor de su ministerio de economía a quien no supiera qué es un préstamo, qué son los bonos soberanos y qué son los intereses? Pues pensaríamos que estamos hablando de un país africano, o de una república bananera, o de una nación peronista. Pues pareciera que ese es también el caso del Santo Padre.  

lunes, 5 de marzo de 2018

No somos Greenpeace

Circula por la web un texto del P. Diego de Jesús, de los monjes del Cristo Orante, sobre el aborto y la batalla que se espera para los próximos meses en el Congreso. Es de lectura obligada para todos los católicos pues centra el problema, y advierte de frecuentes desvíos. 

CUANDO LA VE ES MUY CORTA
P. Diego de Jesús

La Iglesia hace muy bien, en su lucha contra el aborto, en esgrimir eminentemente argumentos de orden natural. En el areópago del mundo es crucial librar esta batalla desde la sola razón natural, orden desde el cual sobran argumentos sólidos y rotundos para demostrar que se trata de un aberrante asesinato.
Y así lo hacemos los católicos, en los diversos ámbitos en que toca hacerlo.
Sin embargo, no sería correcto decir que este tema nos incube SÓLO en el orden natural. O como a veces se expresa: que este tema ES del orden natural y que por tanto es allí donde ha de ser tratado y sólo allí
Pues no.

Que hunda sus raíces, que fragüe sus cimientos en el orden natural no significa que se limite a él. Todo lo contrario. El tema del aborto es un tema profundamente religioso, sobrenatural, “de Fe”. 
No sólo es de razón; sino también es de Fe. (Qué bien le sientan al catolicismo los sed etiam).
Que para la palestra donde batallar el tema con el mundo haya que descender dos mil metros, no significa que después no volvamos a subir a los diez mil de navegación, cuando se trata de instruir a nuestras filas internas, cuando se trata de formar un cristiano. 
Decirle a los formandos en catequesis de confirmación, o en los grupos de formación en general, que está mal el aborto porque hay que estar a favor de la “vida”, así sin más, es un achicamiento monstruoso de lo que en verdad nos ha de importar. 
Los griegos distinguen bios de zoon. Nosotros tratamos de marcar esa distinción en el mejor de los casos aportando una ve corta mayúscula, pero corta al fin
Al menos cinco asuntos sería importante transmitirle al cristiano medio respecto al aborto. 
Veamos:
1. El acento del daño no habría de ponerse en el niño-por-nacer. De hecho, en un matrimonio normal, abierto a la vida, ocurren cientos de abortos naturales, la mayor cantidad de las veces sin que sus padres se enteren siquiera. El “drama” mayor no es que estos niños no nazcan; el drama es que sean asesinados por sus padres.
2. Sí cabe decir (sin muchas certezas teológicas, pues es un gran misterio) que no deja de ser penoso que estas personas no reciban el bautismo. Y que no puedan, naciendo y crecienco, alcanzar una estatura plena en Cristo. Tal vez (sólo Dios lo sabe) no carezcan de la visión eterna, no obstante, “es de Fe” saber, en  buena teología, que la bienaventuranza eterna no es por sí o por no, sino que admite grados. Y que estar impedidos de merecer en el Destierro les limita en la divinización, en el grado de bienaventuranza.
3. El punto central, sin dudas: el pecado del agente. Ante todo sus propios padres, pero en grado muy semejante, todos los cómplices, por acción u omisión, cometen un asesinato tan atroz, incurriendo en un pecado tan grave y mortal, que: a) si no mediara una confesión bien hecha, es casi imposible imaginar su salvación eterna. b) dándose la confesión, en la cuidadosa distinción que la teología católica hace entre culpa y pena, de no mediar una vida penitente muy intensa y extensa, es muy difícil no imaginar un arduo purgatorio para la persona. c) Y en el mejor de los casos, la disminución en bienaventuranza es un daño irreversible.
También hay que instruir acerca de la excomunión, con que la Iglesia pena tan grave pecado justamente en razón de estos tres peligros.
Uno es libre de pensar en los caminos extraordinarios de la Misericordia divina, pero sería brutalmente irresponsable no avisar claramente al que se forma en la Fe que, desde el humilde umbral en que nos atañe otear el Juicio, esto es lo que nos cabe presumir. 
4. Y también es “de Fe” saber que cada uno de estos actos aberrantes y abominables ofenden a Dios. No es el lugar aquí para explicarlo mejor, pero el concepto de un Dios ofendible está por demás erosionado en la teología moderna. Recuperar este Misterio del dolor divino es crucial para poner en foco y centro la verdad más honda y vertiginosa de lo que acontece con cada aborto. 
5. Y en fin, nuestra Fe nos enseña (y no la razón) otro asunto no menor: cómo en esta Guerra invisible entre Potestades y Principados, entre el Reino de Cristo y el de Satán, un acto de caridad hace crecer el Reino divino entero, como por el contrario, un solo pecado implica la pleamar y la avanzada de demonios sobre el mundo. Y en este doble movimiento no pesa toda falta igual. De lo que cabe inferir que el asesinato de indefensos niños por manos de sus propios padres significa, uno por uno, acto por acto, el avance de huestes enemigas sobre el terreno en pugna. No es de razón sino de Fe esta escalofriante verdad, que coloca al aborto entre los actos (y ritos) satánicos más monstruosos y aberrantes con que el Diablo libra esta batalla final, previa a la Parusía. 

Y retorno al inicio: no sólo es lícito sino conveniente y necesario que en la lucha contra el aborto, en la contienda con el Mundo, el cristiano debata desde la razón y el orden natural. Pero sería una barbaridad que, muros adentro, a la propia tropa, a los católicos en formación, no se los educara desde los argumentos y motivos de orden sobrenatural
Caeríamos en un vitalismo biologicista; en un inmanentismo horizontalista, en una distracción y un empobrecimiento atroz de lo que en verdad está en juego. Terminaríamos defendiendo los fetos como una suerte de Greenpeace católico: ellos ballenas; nosotros nonatos.
Si la mitad de una verdad es una mentira, pues aquí hay mucho más que una mitad en juego… 
La ve corta de vida es muy corta. Infinitamente corta. Y aunque se vista de mayúscula, corta queda
No estamos (solamente) a favor de la vida. Estamos combatiendo por un Reino que avanza y retrocede como las mareas; estamos en lucha tenaz por una Eternidad –ese vertiginoso para siempre, siempre, siempre¬ - que puede ser de Cielo o de Infierno. 
Estamos, eminentemente, para defender al Dios inerme en Cristo Jesús, que entre escupitajos, burlas, trompadas, espinas y flagelos prolonga su Pasión hasta el fin del mundo. 
Ahorrarle un solo golpe justificaría mi vida entera. Y la vida de cualquier cristiano de buena ley. Por eso luchamos contra el aborto. Por eso.