sábado, 31 de julio de 2021

¿Constructor de paz o pacificador? En torno a Traditiones custodes y el Papa Francisco

 






por Rubén Peretó Rivas


La teoría política en el ámbito anglosajón hace una distinción interesante entre los conceptos de peacebuilding y pacification. El primero, construcción de la paz, hace referencia a un proceso en el que se busca la paz a través del diálogo interno entre los actores de un conflicto. En el segundo, en cambio, la paz se alcanza por una acción militar coercitiva que obliga a los actores a silenciar los reclamos bajo pena de represalias violentas.

Se trata de un esquema que puede ser aplicado también a una lectura de lo ocurrido en la Iglesia en los últimos años con respecto a la misa tradicional. El conflicto que se venía arrastrando desde el momento mismo de la promulgación del nuevo misal por el Papa Pablo VI, se había ya casi resuelto con el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, quien se había convertido de ese modo en un “constructor de paz”. Con la aparición sorpresiva hace pocas semanas de Traditiones custodes, el Papa Francisco no solamente ha dinamitado el diálogo y la paz alcanzada en materia litúrgica, sino que se ha constituido en un pacificador, en el sentido anglosajón del término: aquél que impone la paz por la fuerza, amenazando con castigos a quienes no se avengan a sus designios.

Es esta la lectura que han hecho la mayoría de los analistas de la situación eclesiástica y litúrgica, como el cardenal Müller, el cardenal Burke, Mons. Rob Mutsaerts o el P. Guillaume de Tanoüarn, y que lleva a la conclusión de que Traditiones custodes (TC) es, fundamentalmente, un documento profundamente antipastoral, que genera división y reabre un doloroso conflicto, provocando un daño enorme a muchos fieles. Indudablemente, es esta la característica más importante del último motu proprio aunque quizás no sea la más grave puesto que, desde el punto de vista teológico, desarma la construcción que había realizado Benedicto XVI y genera un problema espinoso que se  torna irresoluble.

El Papa Francisco apoya parte de la escasa argumentación que provee para justificar sus medidas draconianas con respecto a la misa tradicional, en la aserción de que ésta fue permitida por el Papa Juan Pablo II y posteriormente regulada por el Papa Benedicto XVI con “el deseo de favorecer la sanación del cisma con el movimiento de Mons. Lefebvre”. Si bien es verdad que ambos pontífices deseaban resolver el problema planteado por la FSSPX, como deberían hacerlo todos los buenos católicos, también deseaban mantener la continuidad de la liturgia tradicional. En el libro The Last Testament. In his own words, el Papa Benedicto XVI respondió a la afirmación de que la reautorización de la Misa Tridentina fue una concesión a la Sociedad San Pío X, con estas claras y contundentes palabras: “¡Esto es absolutamente falso! Para mí es importante la unidad de la Iglesia con ella misma, en su interior, con su propio pasado; que lo que antes era santo para ella no sea de alguna manera malo ahora” (Pope Benedict XVI with Peter Seewald, London: Bloomsbury, 216, pp. 201-202). 

Y son muchos los testimonios que pueden citarse en este sentido. El cardenal Antonio Cañizares, siendo Prefecto de la Congregación del Culto Divino y privilegiado conocedor del pensamiento y de las intención del Papa Benedicto en Summorum Pontificum, escribía: “La voluntad del Papa no ha sido únicamente satisfacer a los seguidores de Mons. Lefebvre, ni limitarse a responder a los justos deseos de los fieles que se siente ligados, por diversos motivos, a la herencia litúrgica representada por el rito romano, sino también y de manera especial, abrir la riqueza litúrgica de la Iglesia a todos los fieles, haciendo posible así el descubrimiento de los tesoros del patrimonio litúrgico de la Iglesia a quienes aún lo ignoran” (prólogo al libro de Nicola Bux, La reforma de Benedicto XVI, Madrid: Ciudadela, 2009, p. 13).

El sitio web de la extinta Pontificia Comisión Ecclesia Dei, que aún puede visitarse, y que según dice la carta de presentación del cardenal Darío Castrillón Hoyos, entonces Presidente de la Comisión, no se trata de un sitio de opinión, sino que incluye “informaciones y material en absoluta fidelidad al pensamiento del Santo Padre” afirma que “la legitimidad de la liturgia de la Iglesia reside en la continuidad de su tradición”. Por tanto, el usus antiquior tiene bien asegurada su legitimidad: tiene cientos de años de historia detrás, y a sus costados a los demás ritos de Oriente y de Occidente que la Iglesia ha reconocido; tiene a la Tradición que lo defiende. La idea que condujo al Papa Benedicto a sostener esta posición es que un rito que fue camino seguro de santidad durante siglos no puede convertirse repentinamente en una amenaza “si la fe que en él se expresa sigue siendo considerada válida”, dice uno de los documentos del sitio mencionado. Plantear una oposición de misales, —uno bueno y uno malo y, por tanto, prohibido—, como hace el Papa Francisco en TC, si bien en el plano práctico va en detrimento del antiguo, en el plano de los principios deja al descubierto un débil fundamento del nuevo.

Es que, en esta perspectiva teológica, el que queda debilitado es el misal de Pablo VI, en tanto que es una clara construcción de laboratorio realizada a las apuradas por un grupo de especialistas, como dan testimonio los mismos protagonistas en sus memorias (cf. por ejemplo, las de Louis Bouyer, Bernard Botte o Annibale Bugnini). Joseph Ratzinger, siendo aún sacerdote, escribía en 1976 al Prof. Wolfgang Waldstein: “El problema del nuevo misal está en su abandono de un proceso histórico siempre continuado, antes y después de S. Pio V, y en la creación de un volumen del todo nuevo, por más que haya sido compilado con material antiguo, cuya publicación fue acompañada de un tipo de prohibición de todo lo anterior, prohibición, que por otra parte, es inédita en la historia jurídica y litúrgica. Y puedo decir con seguridad, basado en mi conocimiento de los debates conciliares y en la reiterada lectura de los discursos hechos por los Padres Conciliares, que esto no corresponde a las intenciones del Concilio Vaticano II” (Wolfgang Waldstein, “Zum motuproprio Summorum Pontificum”, in Una Voce Korrespondenz 38/3 (2008), 201-214). Se  trata de una preocupación que ha acompañado al Papa Benedicto a lo largo de toda su vida: cómo salvar teológicamente el misal de Pablo VI, que carece de la continuidad con la tradición que siempre existió en la liturgia de la Iglesia. Ya que era imposible la demostración histórica de este hecho, el único modo de hacerlo era, y es, a través de un acto voluntario; declarando sin mas pruebas que esa continuidad existió. Y es eso lo que precisamente hizo en Summorum Pontificum. El Papa Francisco acaba de dinamitar este armado teológico que salvaba a los dos misales y restablecía la pax liturgica, reavivando no solamente los conflictos propios de los ’70 y los ’80, sino también y más importante aún, abortando la solución que se había encontrado en sede teológica para justificar la reforma litúrgica de fines de los ’60.

Por cierto, la teología que se esconde detrás de TC no es una originalidad del Papa Francisco. No es más que un subproducto de la postura rupturista elaborada por la Escuela de Bolonia y, curiosamente, coincide con las teorías que uno de los representantes menores de esa escuela, Andrea Grillo, ha publicado en los últimos años. 

TC, además, muestra los conceptos de autoridad y obediencia que pretende el Papa Francisco, más cercanos al perinde ac cadaver que a la tradición y a la teología de la Iglesia. Sus reflejos autoritarios y absolutistas, me traen a la memoria un pasaje de Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll:

— Cuando yo uso una palabra— dijo Humpty Dumpty con cierto desdén— significa exactamente lo que yo quiero, ni más ni menos.

— La cuestión— dijo Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.

— La cuestión—dijo Humpty Dumpty— es saber quién va a mandar. Eso es todo.


Con TC, el Papa Francisco pretende imponer a la Iglesia la mentalidad de Humpty Dumpty y gobernarla de un modo despótico: de lo que se trata es de saber quién manda

Un acierto sí debemos reconocer al motu proprio: su título, pues Traditiones custodes, la expresión inicial que da nombre al documento, es perfectamente cierta, ya que los obispos son los custodios de la tradición”, es decir, ellos están obligados a conocerla, contemplarla y protegerla. Y por eso, es la tradición como algo objetivo lo que debería determinar su accionar episcopal. Sin embargo, se impone señalar un matiz: el motu proprio parece entender la expresión en el sentido de que tradición es lo que los obispos —en especial el obispo de Roma— así deciden que sea: La tradition, cest moi.

martes, 27 de julio de 2021

El Movimiento Litúrgico y la reforma del Vaticano II - Parte IV

 



por Rubén Peretó Rivas


Los frutos del Movimiento litúrgico (a)

Esbozado el rápido panorama histórico, veamos cuáles fueron los frutos del Movimiento litúrgico, surgidos luego de la floración del Concilio Vaticano II.  

Más allá de las concesiones que habían logrado del papa Pío XII, lo cierto es que los mayores triunfos del Movimiento litúrgico y la imposición de la reforma se darían en el concilio ecuménico convocado por el papa Juan XXIII. Muchos de los mentores del Movimiento fueron llamados a integrar las comisiones preparatorias. ¿Cuál fue el espíritu con el que participaron? Claramente, no era el mismo en todos. Para algunos de ellos, las orientaciones de la reforma propuestas a los padres conciliares debía tener una base teológica y apoyarse sobre la tradición auténtica y, al mismo tiempo, tener en cuenta las necesidades pastorales adaptándose al mundo actual y cuidando especialmente la simplicidad y la verdad de los ritos.

Sin embargo, las buenas intenciones de este grupo pronto se estrelló con las astucia de otros y, sobre todo, con la mediocridad y falta de competencia de la mayoría. Las improvisaciones y los pasos de comedia que se sucedieron a lo largo de esos años son indicativos de la calidad de la reforma que se estaba gestando. Por ejemplo, para la primera sesión del Concilio, los padres eligieron como relator de la comisión de liturgia a Mons. Calewaert, obispo de Gante, que no poseía la más mínima competencia en la materia. ¿Cuál fue el motivo de esta elección? Sencillamente, una confusión de apellidos, ya que había existido en Bélgica un tal Mons. Camille Callewaert —con dos “l”—, rector del seminario de Brujas y eminente liturgista, que había ya muerto para los años ’60. Los ilustres obispos asistentes al Concilio votaron por aquél creyendo que votaban por éste (Botte, Le mouvement..., p. 155.)

La ejecución de las reformas prescritas por el Concilio fueron confiadas a un nuevo organismo, paralelo a la Congregación de Ritos, que se denominó Consilium ad exsequendam Constitutionem de sacra liturgia, conocido como Consilium, que estaba presidido por el cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, quien, a juicio de Louis Bouyer, era un hombre generoso y valiente pero poco instruido, y que “fue completamente incapaz de resistir las maniobras de un delicado canalla”, nada menos que el lazarista Annibale Bugnini, “no sólo desprovisto de cultura sino también de simple honestidad” (Louis Bouyer, Mémoires, ed. Jean Duchesne, Cerf, Paris, 2014, p. 198). Esta comisión estaba constituida por dos grupos diferentes: cuarenta miembros propiamente dichos, la mayoría de los cuales eran cardenales u obispos, y un grupo de consultores, bastante más numeroso que el anterior, encargado de preparar los trabajos. 

Periódicamente se tenían reuniones generales en Roma organizadas en dos sesiones: una para los consultores y otra para los miembros. En la primera, el relator de cada grupo de trabajo era invitado a leer a todos los miembros los resultados de su sección. Estas reuniones tenían lugar en el palacio Santa Marta, detrás de la basílica de San Pedro. El cardenal Lercaro se ubicaba en la cabecera de la mesa, a su derecha el P. Bugnini, y a su izquierda el relator. Éste leía línea por línea su reporte y respondía las preguntas y objeciones, buscándose siempre llegar a un acuerdo. Estas reuniones de los consultores, que duraban una semana, eran preparatorias de las reuniones de los cardenales y obispos miembros del Consilium, los únicos que tenían voz y voto. La ubicación en la sala y la mecánica era la misma, aunque en este caso los consultores se sentaban detrás de los prelados que ocupan los sitios en torno a la mesa. El relator leía nuevamente su reporte al que se habían incorporado las correcciones propuestas y era discutido por los presentes. Cuando no se alcanzaba un acuerdo, se pasaba a la votación que habitualmente era a mano alzada. Solamente en los casos más graves la votación era secreta. Los proyectos votados positivamente eran sometidos luego a la aprobación del papa. 

El Consilium estaba dividido en varias comisiones encargadas, por ejemplo, de la reforma del calendario, del leccionario, de las oraciones y prefacios, etc. La más importante era la relativa al ordinario de la misa, y su relator fue Mons. Wagner, director del Instituto Litúrgico de Tréveris. Los trabajos en este caso avanzaban muy lentamente debido a las fuertes discusiones que se abrían en el seno del grupo. Por ejemplo, se había decidido trabajar sobre una propuesta de reforma elaborada por el P. Jungmann en la que se cambiaba casi todo, según dom Botte, por el sólo gusto de cambiar y sin ninguna fundamentación que lo justificara, lo que provocaba una previsible oposición. Mientras tanto, en buena parte de los países europeos y americanos, la puerta que había abierto el Concilio con sus propuestas de reforma y de cambio total en la Iglesia, más un clima de época propicio a estas radicalidades, ocasionaba que la misa hubiera comenzado a ser modificada de hecho según los gustos de cada sacerdote y de cada parroquia. Fueron meses de caos en el que se hacía necesario poner orden, y ponerlo rápidamente. 

Es así que, frente a la inmovilidad de la comisión de reforma del ordinario de la misa, Pablo VI le pidió en reserva a Mons. Wagner que redactara tres nuevas plegarias eucarísticas que serían utilizadas como opciones al Canon Romano. Esta iniciativa del papa fue completamente inesperada: a nadie en la comisión se le había ocurrido que el Canon Romano pudiera perder su exclusividad. ¿Por qué el papa Montini tomó una decisión de esta gravedad y naturaleza? La opinión de dom Botte es que se debió a la presión ejercida por el cardenal Alfrink, arzobispo de Utrecht, debido a que el clero holandés había comenzado ya a utilizar un sinfín de plegarias creadas por cualquier sacerdote ocurrente, y se quería poner freno a estas ocurrencias. Había enviado a Roma la propuesta de seis nuevas plegarias eucarísticas, que habían sido estudiadas por una comisión integrada por el P. Vagaggini y el mismo Botte, y rechazadas debido a que contenían una gran cantidad de equívocos teológicos y difícilmente expresaban la auténtica fe católica. Consecuentemente, el papa prefirió pedir a los especialistas del Consilium que redactaran ellos mismos las nuevas anáforas para aplacar los pedidos del cardenal holandés y poner orden en los países con clero más reformista y creativo.

Para hacer frente a este pedido pontificio, la primera idea de Mons. Wagner fue la de recoger una selección de antiguas plegarias eucarísticas que habían sido utilizadas en algún momento por la liturgia occidental u oriental, y tomar algunas de ellas para componer las nuevas. Sin embargo, la premura del pedido de Pablo VI hacía imposible esta opción. Debían redactarse rápidamente las nuevas anáforas. Se decidió hacerlo en una reunión de tan solo una semana de duración que tuvo lugar en Locarno. A ella asistieron, además de Mons. Wagner, el profesor Fischer, Mons. Schnitzler, el P. Jungmann, el P. Bouyer, el P. Gy, dom Vagaggini y dom Botte. Y fue allí donde se decidió que la primera de las nuevas plegarias se inspiraría en la Tradición apostólica de Hipólito, la segunda sería de tipo galicano y la tercera de tipo oriental.

sábado, 24 de julio de 2021

Por qué nos importa la liturgia

 



En los últimos días, muchos somos los que nos preguntamos una y otra vez por qué nos interesa tanto la liturgia. Por qué la publicación de Traditionis custodes nos ha puesto tan tristes y experimentamos de un modo agudo y poderoso el sentimiento de desolación, de vernos, una vez más, abandonados y perseguidos por quienes debieran ser nuestros pastores. Conozco a muchos buenos católicos, mucho más piadosos y santos que yo, que van diariamente a sus misas novus ordo, y que ni siquiera se han enterado del nuevo documento pontificio. ¿Por qué, entonces, somos parte de ese grupo reducido que pareciera que se regodea en crear un problema donde no lo habría?

Las razones son muchas, pero quiero en esta ocasión señalar una de ellas, que considero de las más importantes y a la que no siempre se le otorga el acento que merece. Bregamos por la liturgia tradicional por una cuestión de belleza; porque es una liturgia bella, al contrario de la liturgia moderna, que se distingue por su fealdad y vulgaridad. Y a Dios se le debe un culto digno y, por tanto, bello.

La liturgia es esencialmente belleza salvífica, o belleza performativa, para decirlo con lenguaje de John Austin. La repetida sentencia de Dostoevsky “La belleza salvará al mundo”, sólo puede ser entendida en ese sentido. Como cristianos, sabemos que la verdadera belleza es el rostro transfigurado de Cristo-hombre, y sabemos que se trata de una belleza que tiene su origen en la voluntad salvífica del Padre hacia la humanidad: Dios quiso que la belleza del Logos encarnado nos salvara. Y por eso los Padres, tanto de la Iglesia oriental como de la occidental, afirman que la liturgia es la obra salvífica del Unigénito Hijo de Dios que se continúa en nuestros tiempos.

Esta concepción de la liturgia como un entrocamiento sin solución de continuidad entre la vida del cielo y la de la tierra aparece con mucha más claridad en la teología bizantina que en la latina. Las iglesias y la liturgia que en ellas se celebra son una imagen del mundo divino, tal como afirma San Germán de Constantinopla (s. VIII): “El templo es el cielo en la tierra, donde el Dios del cielo habita y se mueve”. Y no se trata de una fantasía, sino que se enraíza en el misterio de la encarnación de Cristo, anunciado en las Escrituras y explicado en los textos litúrgicos. San Pablo le escribía a los filipenses (2, 6-11): 

Cristo Jesús, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor, haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”. 

El Salvador del mundo es Jesucristo resucitado, glorificado, ascendido a los cielos y sentado en la gloria a la derecha del Padre. Más bello que Él nada existió, nada existe y nada existirá. Y su manifestación es la liturgia.

San Juan Damasceno (s. VIII) escribe: “En los tiempos antiguos Dios, incorpóreo y sin forma, no podía ser representado bajo ningún aspecto. Pero ahora, porque Dios ha sido visto mediante la carne […] yo represento aquello que de Dios ha sido visto”. En esta teología, la liturgia constituye tanto una representación cuanto una re-presentación —hacer de nuevo presente— la obra salvífica de Cristo sobre la tierra.

Al ingresar a una iglesia tradicional, que no ha sido mancilla por el arte contemporáneo ni por los dudosos gustos estéticos del párroco de turno, que cuelga pancartas de plástico de sus columnas y pega dibujos de niños en sus paredes, se experimenta el encontrarse en un lugar de misterio, un lugar santo, separado del mundo e inundado de la presencia de Dios. Y aún cuando el altar se encuentra alejado de los fieles y “de espaldas” a ellos, no se entiende como un obstáculo para la participación del pueblo en los misterios de la liturgia, sino más bien una ayuda. Si siempre todo es manifiesto, no hay manifestación. De allí la necesidad del ocultamiento, y de allí también que Nicolai Gogol haya escrito en referencia a la liturgia bizantina: “En este momento, las puertas reales son abiertas solemnemente, como si fueran las mismas puertas del reino de los cielos, y delante de los ojos de los fieles reunidos aparece radiante el altar, semejante a la morada de la gloria de Dios y lugar de la sabiduría celestial de la cual desciende sobre nosotros el conocimiento de la verdad y la proclamación de la vida eterna” (Meditazioni sulla Divina Liturgia, ed. S. Rapetti, Nova Millenium Romae, Roma, 2007, p 88).

En nuestro mundo sublunar, es este el único modo –el simbólico— en el que somos capaces de entrar “al interior del velo del santuario, donde Jesús entró por nosotros como precursor” (Heb. 9,11). Pero esta entrada no es menos real porque, desde el momento en que Cristo vino de una vez para siempre, se ha abierto una brecha en el muro del cielo y nosotros estamos en comunión con la liturgia celestial ofrecida por las potencias celestiales en torno al altar de Dios.

La liturgia celebrada en esta atmósfera de profundo simbolismo, a través del cual el esplendor sobrenatural de la inaccesible majestad de Dios se hace cercano, testimonia la exaltación y la santificación de lo creado, la majestuosa aparición de Dios que nos inunda, nos santifica, nos diviniza a través de la luz transfigurante de su gracia celestial. No se trata solo de “recibir los sacramentos” sino de vivir habitualmente dentro de una atmósfera que nos envuelve en cuerpo y alma, transfigurando la propia fe en una concreta visión de belleza y gozo sobrenatural.

Para los cristianos que nos precedieron en la fe, la más humilde iglesia rural era siempre el cielo en la tierra, el lugar donde hombres y mujeres, según su capacidad y su deseo, se aferraban a la liturgia adorante del cosmos redimido, donde los dogmas no eran abstracciones estériles sino himnos de exultante alabanza, y la obra salvífica de la compasión divina –la cruz, el sepulcro, la resurrección al tercer día y la ascensión al cielo— se hacían presente y efectiva a través de la obra del Espíritu Santo que fue, es y será.

Para nosotros, modernos latinos y racionalistas, esto no parece más que poesía. Sin embargo, la liturgia es teofanía, terreno privilegiado de nuestro encuentro con Dios, donde los misterios son verdaderamente vistos con los ojos transfigurados de la fe. Es muy significativa la anécdota que relata un jesuita viajero en Rusia. Hablando con un batjushka, le explicaba su vulgata: lo importante de ser cristianos es la conversión de los pecadores, la confesión, la enseñanza del catecismo, la meditación diaria. Y, en todas estas actividades, la liturgia juega sólo un papel secundario. El anciano maestro ruso respondió: “Entre ustedes se trata solamente de una cosa secundaria. Pero entre nosotros no es así. La liturgia es nuestra oración común, introduce a nuestros fieles en el misterio de Cristo mejor que todo vuestro catecismo. Hace pasar delante de nuestros ojos toda la vida de Cristo… Para entender el misterio de Cristo resucitado, ni vuestros libros, ni vuestras predicaciones son de ayuda alguna. Para esto es necesario haber vivido con la iglesia bizantina la Noche Gozosa (la Pascua)”.

Cuando descendemos del mundo que nos habla en anciano ruso al que nos ofrece nuestra liturgia romana heredada de la reforma del papa Montini, nos pegamos un terrible porrazo. Porque la nueva liturgia apenas si puede transmitir migajas de belleza. No fue pensada para eso por los reformadores y, sobre todo, por los que dieron forma a esa liturgia  Ellos más bien querían una reunión festiva de fieles animada por el sacerdote, que “preside la celebración” y oficia de showman. En las liturgias parroquiales habituales, la belleza y el misterio han sido suplantados por la chabacanería y el peor de los gustos; lo sobrenatural por lo sociológico; el cielo por la tierra. Hoy, no es la belleza la que salva el mundo y ni siquiera la razón.

Es por todo esto que la liturgia nos importa.


Addenda: Recomiendo visitar periódicamente este sitio que lleva una estadística actualizada de la aplicación de Traditionis custodes en el mundo. 


jueves, 22 de julio de 2021

Nueve consideraciones sobre Traditionis Custodes

 


por Boniface


Je, ¿de manera que ya oyeron acerca de esto que acaba de sacar el Papa Francisco llamado Traditionis Custodes? Ciertamente el Papa Francisco armó bastante “lío” con esto. Ahora, si Francisco está preocupado por el aumento de tradicionalistas que rechazan la iglesia post-conciliar, entonces me parece raro que reaccione dándole a la SSPX el más grande de los empujones marketineros.

Mucha gente más astuta que yo ya ha comentado extensamente Traditionis Custodes, de modo que trataré de no repetir lo que ya está dicho. Aquí hay nueve reflexiones que se me han ocurrido a propósito del nuevo motu propio. 


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Y en primer lugar, acerca de la antítesis existente entre Francisco y Benedicto. Algunos están diciendo que esto no se trata de un repudio del Summorum Pontificum de Benedicto XVI. Están argumentando sobre la base de que no hace falta tomar tanto partido ni ser tan dramático. ¿Habrán leído siquiera lo que dicen estos dos documentos? Necesitamos empezar por darnos cuenta que Summorum Pontificum nunca “legalizó”, ni “permitió”, ni “indultó” la Misa de San Pío V. No se trata de que mediante un decreto puso al alcance de todos la misa en latín; más bien, afirmó el principio de que en verdad la misa de San Pío V nunca podría haber sido abrogada y que, por tanto, siempre estuvo (y está) permitida. En cambio, Traditionis Custodes repudia ese principio enteramente. No es que simplemente suprime algo que Benedicto XVI permitió sino que presume de poder suprimir la liturgia tradicional mediante un decreto papal y esto, contradiciendo directamente el principio explicado en Summorum Pontificum, a la vez que no se da explicación alguna de cómo y de qué manera puede ser esto posible. Pero, claro, ya estamos acostumbrados a esta clase cosas en los días que corren; el magisterio moderno crea continuidad con sólo declarar que así es (véase mi post [en inglés] sobre “El fantasma de la continuidad fiduciaria” aquí en USC, mayo de 2016). Se nos pide que aceptemos que hay continuidad y armonía simplemente porque así nos fue dicho.

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El motu proprio de Francisco fue redactado en razón de una preocupación por razón de un espíritu de división típico de las comunidades tradicionalistas que creen ser “la verdadera Iglesia”. Ni siquiera sé lo que se quiere significar con esto. ¿Se refieren con esto a que los tradicionalistas literalmente creen que la Iglesia que preside Francisco es una Iglesia falsa? ¿Que el Papa es un falso papa? ¿O tal vez apunta a la creencia de que la misa tradicional en latín refleja el corazón auténtico de nuestra fe? Difícil decirlo. Traditionis Custodes no se extiende sobre cuáles serían las falsas premisas que fundarían la posición de estos tradicionalistas de espíritu divisorio. Resulta imposible determinar cuándo y si alguien es culpable de creer que pertenece a “la Iglesia verdadera” puesto que el documento no suministra ninguna pista sobre este nuevo y peligroso cisma, y que es tan grave que justifica la supresión de todo un rito. Está redactado con la intención de dirigir toda una sospecha sobre una sección entera de la Iglesia.

El centro de la cuestión está en esto: existe una sutil metamorfosis mediante la cual la palabra misma “cisma” deja de referir a un status canónico para pasar a ser una actitud. Resulta sumamente difícil atribuirle a alguien el estado canónico de cismático; pero es extremadamente fácil acusar a alguno de tener una “actitud cismática”. Tengo para mí que actualmente la mayor parte de las veces en las redes sociales se denuncia con la palabra “cisma” apuntando más bien a una “actitud cismática” que no a un estatus canónico objetivo.  

Básicamente la “actitud cismática” ha pasado a ser el latiguillo con el que se quiere denostar a cualquiera que publica cosas en Internet acerca del actual régimen eclesiástico. Su definición es tan amplia que no quiere decir nada; se lo usa del modo que los “Wokies” usan la palabra “racismo”.

Por otra parte, el hecho que el Santo Padre está sancionando a gente por su actitud resulta escandaloso. Y no estoy especulando; en la carta que acompaña el motu proprio Francisco dice con todas las letras que su edicto ha sido desencadenado por “palabras y actitudes”.

En cuanto al cisma real, el número de grupos tradicionalistas o parroquias que han incurrido en cisma durante el pontificado de Francisco asciende al número de cero. 

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Ahora, si hay católicos tradicionalistas que realmente creen que ellos y ellos solos son la “Iglesia verdadera”, no pueden ser más que un par de miles en el mundo entero. Y aparentemente se nos pide que creamos que esta pequeñísima franja demográfica constituye una amenaza existencial para la unidad de la comunión de un billón de creyentes [Nota aclaratoria del aquí traductor Jack Tollers y de Wanderer: estos números son de Boniface, no nuestros].

Pero ¡no temáis! Como remedio arrearemos a cada católico que ama la misa de San Pío V hacia una o dos parroquias de sus correspondientes diócesis sobre las cuales dictaremos restricciones draconianas y así de hecho quedarán excomulgados para cocinarse a fuego lento en las redes sociales. ¡Gran plan para lograr la unidad! 

La severidad de este diktat sólo se ve superada por su sencilla imbecilidad.  

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Y aun cuando exista una amenaza real de cisma, resulta excepcionalmente bizarro que se suprima un rito legítimo a raíz de tales preocupaciones. Hablando canónicamente, son las personas, no los ritos, que constituyen el objeto de una legislación para casos como esos.

[Aquí Boniface ejemplifica su argumento con la historia de un sucedido con un obispo caldeo en la India en tiempos de Pío IX. Suprimimos la traducción brevitatis causae].  

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La carta con que Francisco acompaña su motu proprio dice que: “La mayoría de la gente entiende que las razones que motivaron los permisos de San Juan Pablo II y Benedicto XVI para utilizar el Misal Romano promulgado por San Pío V y editado por San Juan XXIII en 1962 para el sacrificio eucarístico: aquella facultad otorgado por el indulto de la Congregación para el Culto Divino en 1984 y confirmado por San Juan Pablo II en el motu Proprio Ecclesia Dei en 1988, fue más que nada en razón de que había un deseo de cerrar las heridas provocadas por el movimiento cismático de Mons. Lefebvre.”

Esto es falso y se puede demostrar. El indulto no fue redactado con la intención de curar las heridas provocadas por el cisma de la SSPX. Más bien, el indulto fue dictado para crear un refugio para los fieles que amaban la misa en latín pero que, aun así, no querían acompañar a la SSPX en su camino de cisma formal. Quiere decir que cuando Juan Pablo II legisló sobre este particular tenía en mira a los fieles que no querían asociarse a la SSPX; pero el Papa Francisco dice que el objeto de la legislación de Juan Pablo II era la SSPX. Se trata de una burrada colosal. En Rorate Caeli hay un artículo excelente  [en inglés] documentando el modo en que Francisco malinterpreta la intención de Juan Pablo II.   

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A pesar de la insistencia del motu proprio en afirmar que se impedirán los abusos del Novus Ordo, todos sabemos que eso no ocurrirá nunca. Si Francisco realmente estuviera preocupado por los católicos que disienten con las enseñanzas de la Iglesia, entonces Traditionis Custodes es como quitar la paja del ojo tradicionalista sin remover la viga en el ojo del Novus Ordo. Las encuestas consistentemente muestran que el 89% de los católicos rechazan la autoridad del Papa para enseñar acerca de la inmoralidad de la contracepción; que el 51% rechazan la autoridad papal en sus enseñanzas sobre el aborto. Y que el 69% de los católicos no creen en la transubstanciación. (fuente aplicable a los EE.UU). ¿Esto lo pone mal al Papa Francisco? ¿Acaso va a tomar alguna medida decisiva contra esa gente?

Por supuesto que no. El doble discurso no invalida la gravedad (sea cual fuere) de Traditionis Custodes, pero sí destruye toda pretensión de buena voluntad de parte del Santo Padre al mismo tiempo que acaba con la posibilidad misma de que los fieles reciban su mensaje con docilidad. Frente a una injusticia tan descarada, la idea de que los católicos tradicionalistas simplemente cambien de parecer y acepten este decreto es ridículo. Esto sólo traerá más conflictos. Y resultaba 100% evitable. Qué inútil todo. Hablen ahora si quieren, de peleas innecesarias. 

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En cuanto a los tradis auto-incriminantes [self-hating] que están diciendo: “Nosotros lo pedimos, y ahora estamos ligando lo que nos merecíamos”, y que “la visión del Santo Padre acerca del tradicionalismo por fuerza ha de ser la correcta”, no quiero imaginarme qué clase de torturas mentales han de estar padeciendo al intentar resolver estas cuadraturas de los círculos. Sí entiendo que hay católicos tradicionalistas que pueden ser tóxicos; recientemente me he quejado de ellos [en inglés]. Pero si Ud. cree que las deplorables actitudes de un par de tradis online merece la supresión de todo un rito —y no de cualquier rito, sino del históricamente predominante en la Cristiandad Occidental— pues entonces está Ud. infinitamente más loco que el cuco-tradi que tanta preocupación le genera. Esto es como amputarse la mano para remover una cutícula. 

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Uno de los párrafos más risibles en la carta con la que acompaña esto es aquel en el que el Papa dice que “quienquiera que desee celebrar con devoción en consonancia con formas más antiguas de la liturgia hallará en el Misal Romano reformado de acuerdo al Concilio Vaticano II todos los elementos del Rito Romano, en particular el Canon Romano que constituye uno de sus principales elementos”. Se trata de una concepción notablemente reduccionista de la liturgia. Se hallará entre ciertos católicos conservadores esta idea de que lo único que importa en materia litúrgica es que haya una eucaristía válida: “¡Siempre está Jesús!” dirán, predeciblemente, mientras los globos ascienden hacia el techo y el santuario se llena con los compases candomberos de las guitarras. Esto representa una concepción radicalmente minimalista de la liturgia que reduce la misa a su componente más básico, regocijándonos en que por lo menos todavía contamos con el sine qua non de la liturgia. Se desprende de la cita que acabamos de hacer que que el Papa Francisco tiene piensa de modo similar: la totalidad de la liturgia tradicional de Occidente se reduce al Canon Romano. “¿De qué os quejáis? Tienen el Canon Romano”. Si esa es la perspectiva con que el papa considera la continuidad, pues entonces nada literalmente queda a salvo de su afán de novelerías. Espero que más y más gente caiga en la cuenta de lo horriblemente reduccionista que es semejante hermenéutica. Es como si después de darle de comer saludablemente a mis hijos con comidas balanceadas, de repente los echara fuera diciéndoles que pueden comer insectos. Y si se quejaran, decirles que no lo hagan puesto que todavía cuentan con proteínas. 

* * *


“¿Qué hacemos?” En realidad, eso es lo que todos quieren saber. Con eso me alzo de hombros. Yo qué sé. Pero sí diré dos cosas:

  1. Los católicos tradicionalistas tienen una tendencia hacia los escrúpulos. Nos preocupamos en demasía por las reglas, la letra chica y las rúbricas. Y la situación actual solo exacerba esta ansiedad escrupulosa. Para muchos, lo que ha sucedido nos ha puesto frente a dilemas extremadamente complejos que ningún católico debiera afrontar. Ningún católico debiera confrontar al papa contra la liturgia, la obediencia contra el culto, la fidelidad a la tradición contra el magisterio viviente. Frente a dilemas como estos no podemos permitirnos demasiados escrúpulos. Le hablo a los laicos, pero también a los obispos y sacerdotes. En Occidente somos excesivamente legalistas. Con toda la mierda que hay en el mundo y en la Iglesia, con la civilización que se cae a pedazos y la Iglesia en un caos total, con toda la confusión y mala información y mentiras y doble discursos siendo vomitados por la jerarquía a diario, ¿realmente creen que Dios lo hará enteramente responsables de establecer con toda precisión el status canónico de esta o aquella otra capilla? Simplemente hagan lo que tengan que hacer y no se preocupen demasiado por la letra chica.  
  2. Por lo demás, dije “mierda” sólo para irritar a los escrupulosos que, en un posteo acerca de esta crisis, solamente pensarán en usar la energía que les queda para quejarse en el espacio reservado a los comentarios de que haya usado la palabra “mierda”. Por horrible que sea esta situación, siempre trato de recordar que la misa no es mi fe. Constituye parte integral del modo en que vivo mi fe, pero mi fe es mucho más grande que la misa. Hago esta puntualización porque nunca faltará quien comente diciendo “Esto le hace mal a la fe”. Nunca sabré si lo dicen en serio, en el sentido de que esto les hace creer en Dios un poco menos; a veces creo que sólo quieren decir que “esto me hace más difícil vivir la fe”. La misa de San Pío V constituye un tesoro absoluto. Pero Dios no te debe la misa. La da, y la puede quitar. Si el hecho de que te quite la misa en latín hace que pierdas la fe, ¿qué habrías hecho en el Japón durante todos esos siglos que los católicos no contaban con la misa? ¿O en la Inglaterra isabelina? ¿Simplemente habrías perdido la fe? Muchos de los Padres del Desierto ni siquiera asistían a misa; ni las monjas de clausura en la Edad Media, ni muchos de los ermitaños.
    Dios todavía está en su trono. Jesús todavía vive resucitado. Yo todavía estoy redimido por su Sangre y estoy incorporado a su Cuerpo mediante la sagrada pila bautismal. ¿Acaso algo de eso ha cambiado? No. Nada de eso ha cambiado, y por tanto mi fe permanence inmutable. En modo alguno quiero disminuir aquí la importancia de la misa; pero si tu fe pende de un cierto nivel de acceso a la misa tradicional, ¿adónde estará cuando en los tiempos por venir resulte incluso más difícil que ahora? No os estoy insultando si vuestra fe se encuentra comprometida. Al contrario, solo estoy desafiándolos para que vuelvan a las verdades primeras, las verdades primigenias que ningún prelado puede tocar. Tengan fe en Dios. Y por cierto, no estoy hablando aquí como diciendo “¡tengan fe en que la Misa Tradicional en latín triunfará!” o bien, “Tengan fe que algún papa revertirá todo esto.” No, digo que tengan fe en que Dios está con nosotros, que la sangre de Cristo nos ha librado del pecado, y que en Él podemos vivir una vida de gracia y santidad —aun cuando estos desórdenes nunca sean remediados hasta el mismísimo fin del mundo. 

Fuente: Unam Sanctam Catholicam.

Tradujo: Jack Tollers

A casi una semana: balance de Traditionis custodes

 

por Nico Spuntoni

(Una buena síntesis de los primeros resultados del motu proprio Traditionis custodes)


Las reacciones de los obispos de todo el mundo a la publicación del motu proprio Traditionis custodes aumentan día a día. Hay quienes no han podido esperar para ensañarse con los sacerdotes y fieles vinculados a las formas litúrgicas anteriores a la reforma: el obispo puertorriqueño Ángel Luis Ríos Matos, ordenó la prohibición de celebrar incluso en privado según el Misal de 1962 en toda la diócesis de Mayagüez y llegó a prohibir el uso de casullas, velos y cualquier otro objeto litúrgico “propio de este rito”, según la incorrecta definición utilizada en el decreto emitido.


También hay quien, siguiendo los pasos del nuevo motu proprio, se ha encargado de machacar el documento Summorum Pontificum: es el caso de monseñor Anthony B. Taylor, titular de la diócesis estadounidense de Little Rock, que en un comunicado oficial, además de conceder la celebración según la forma extraordinaria sólo en las dos parroquias personales gestionadas por la Fraternidad de San Pedro, escribió que el “Summorum Pontificium” (¡sic! ) fue promulgado para promover “la curación del cisma de Monseñor Lefebre” (¡sic!) pero que “no sólo no logró este propósito, sino que el resultado no deseado en muchos lugares fue crear más división dentro de las parroquias y entre los sacerdotes”. En la declaración, el obispo utilizó términos coloquiales como Vetus Ordo y Novus Ordo en un documento oficial de gran importancia para la vida de la comunidad diocesana de Arkansas.

El presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, monseñor José H. Gómez, optó por emitir unas líneas de comentario, diciendo que “a medida que se implementan estas nuevas normas, animo a mis hermanos obispos a trabajar con cuidado, paciencia, justicia y caridad, ya que juntos promovemos una renovación eucarística en nuestra nación”. Se sabe que Estados Unidos es uno de los países en los que el fenómeno de los fieles ligados al Misal antiguo está más extendido, con un fuerte aumento de las cifras a partir de 2007. La reacción del arzobispo de Los Ángeles ha sido de cautela, a la espera de debatir con el resto del episcopado el contenido del texto.

De hecho, el alcance de las nuevas normas, a pesar de que se esperaba una medida restrictiva, parece haber sorprendido a la mayoría de los obispos de las barras y estrellas. El cardenal Wilton Daniel Gregory explicó en una carta a los sacerdotes que no habrá cambios en la archidiócesis de Washington y que dedicará las próximas semanas a tratar de entender las verdaderas intenciones del Papa. Es un mensaje inequívoco: ni siquiera él, considerado uno de los cardenales estadounidenses más cercanos a Bergoglio, fue consultado antes de introducir las nuevas normas. La laectura del documento fue  para él un sacudón. Es un testimonio de lo que el historiador de las religiones Massimo Faggioli, hablando de Traditionis custodes, llamó la “paradójica dinámica de centralización-descentralización del pontificado de Francisco”. El cardenal Sean Patrick O'Malley, otro arzobispo que ciertamente no es de los conservadores, hizo saber en una nota firmada por su vicario general que en Boston no se harían cambios, cuidando de “asegurar a todos los fieles su solicitud por sus necesidades espirituales y pastorales” y subrayando que él también tendría que hacer analizar el documento por la oficina diocesana para el Culto Divino.

En Estados Unidos, sin embargo, no faltaron quienes defendieron explícitamente la llamada Misa Tridentina: Monseñor Glen John Provost, al anunciar que las celebraciones según el Misal de 1962 en el territorio diocesano de Lake Charles permanecerían sin cambios, argumentó que “esta liturgia ha sido una bendición para muchos desde el establecimiento de la diócesis”, ordenando “su continuación para el cuidado pastoral del rebaño”. Al igual que los cardenales Gregory y O'Malley, monseñor Provost se esforzó por señalar que había tenido conocimiento de este documento “a través de fuentes de información sin comunicación oficial previa”.

También en Francia, otro país donde Summorum Pontificum ha dado sus mejores frutos, la reacción a Traditionis custodes es notable. Aquí, de hecho, la Conferencia Episcopal emitió una declaración con tonos muy diferentes a los utilizados en el motu proprio y en la carta de acompañamiento del Papa Francisco. Los obispos transalpinos, en efecto, han querido expresar a los “fieles que participan habitualmente en las celebraciones según el misal de San Juan XXIII y a sus pastores, su atención, la estima que tienen por el celo espiritual de estos fieles y su determinación de continuar juntos la misión, en la comunión de la Iglesia y según las normas vigentes”.

En la vecina Alemania, el rechazo a la Traditionis custodes vino de la mano del padre Wolfgang Rothe, uno de los sacerdotes comprometidos con la campaña de bendición de las parejas homosexuales. El sacerdote del arco iris, de hecho, dio su opinión en un artículo, afirmando que la consecuencia del nuevo motu proprio será que las personas que participan en las llamadas misas tridentinas pueden “sentirse ahora excluidas y perseguidas”, invitando “a quien lo niegue a que se dé una vuelta por los foros”. “Esto es un hecho”, escribió el padre Rothe, “se aislarán y radicalizarán más para protegerse”.

También desde Alemania, el cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo que con Traditionis custodes “en lugar de apreciar el olor de las ovejas, el pastor las golpea con fuerza con su bastón”. El antiguo custodio de la ortodoxia católica criticó entonces la carta dirigida a los obispos que, en su opinión, en lugar de una “presentación de opiniones subjetivas” debería haber contenido “una argumentación teológica rigurosa y lógicamente comprensible”, ya que “la autoridad papal no consiste en exigir superficialmente a los fieles una mera obediencia, es decir, una sumisión formal de la voluntad, sino, mucho más esencialmente, en dejar que los fieles se convenzan por el consentimiento de la mente”.

Müller también señaló la diferencia de trato en comparación con lo que ocurre en Alemania, donde los fundamentos de la doctrina católica están siendo “negados heréticamente en abierta contradicción con el Vaticano II por la mayoría de los alemanes, obispos y funcionarios laicos”. El cardenal alemán habló de una “desproporción entre la respuesta relativamente modesta a los ataques masivos a la unidad de la Iglesia en la vía sinodal alemana (así como en otras pseudo-reformas) y la dura disciplina para la minoría que sigue el misal antiguo”. Müller recordó que “las disposiciones de la Traditionis Custodes son de carácter disciplinario, no dogmático, y pueden ser modificadas de nuevo por cualquier papa futuro”. Espera que los obispos no se dejen llevar “por la tentación de actuar de forma autoritaria” y que la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y la Congregación para el Culto Divino “con su nueva autoridad no se embriaguen de poder y piensen que deben llevar a cabo una campaña de destrucción contra las comunidades que celebran según el Misal de 1962, con la insensata convicción de que con ello prestan un servicio a la Iglesia y promueven el Vaticano II”.


Fuente: La Nuova Bussola Quotidiana


lunes, 19 de julio de 2021

El síndrome del Pato Rengo

 

En el ámbito de la política hay una expresión que suele escucharse y a la que mucho temen los  gobernantes: pato rengo, y hace referencia a un pato que no es capaz de seguir el ritmo de la bandada, y que por lo tanto se convierte en blanco de depredadores. Es decir, el mote se adjudica al gobernante que por diversas circunstancias, en especial porque se acerca el fin de su mandato, ha perdido el poder. Y el modo más claro para identificar a un pato rengo es ver la reacción de sus amigos: cuando éstos lo dejan solo, cuando la bandada lo abandona, es signo indiscutible que el pobre palmípedo está recorriendo sus últimos trancos.


Pareciera que esto es lo que está sucediendo con el Papa Francisco: su renguera no es solamente efecto de la ciática, también lo es de la pérdida de poder debido a la catastrófica gestión de su pontificado y a los signos bastante claros de que su fin está ya cercano. Que nada menos que Andrea Riccardi, referente principal de la Comunidad de San Egidio, haya publicado un libro titulado La Iglesia arde, es muy sintomático. Daría la impresión que la peronización provocada por un Papa peronista tiene también sus costados oscuros pues se dice que los peronistas acompañan a sus compañeros hasta la puerta del cementerio, pero no entran, y es eso justamente lo que está ocurriendo. 

Uno de los errores más grave que puede cometer un gobernante que padece el síndrome del Pato Rengo es dar órdenes universales demasiado duras pues corre el riesgo de ser desobedecido y dejar así en evidencia su debilidad. Y es justamente eso lo que pareciera que está sucediendo con el Papa Francisco luego de la publicación del motu proprio Traditionis custodes. Por ahora, la única adhesión clara y universalmente conocida que ha tenido, ha sido la de Mons. Ángel Luis Ríos Matos, obispo de Mayagüez, en Puerto Rico, que publicó un desopilante decreto en el que advierte que, aunque en su diócesis no se celebra la misa tradicional, igualmente la prohibe y, ya que está, aprovecha para prohibir también el uso de la casulla romana, de los manteles de lino y del velo humeral. Una disposición similar han tomado los obispos de Costa Rica. Los tiranos engendran patéticos tiranuelos, y Bergoglio ha engendrado infinidad de obispos mediocres que poblarán tristemente los Prados Asfódelos. (Es curioso que en las fotos que se encuentran fácilmente en la web, Mons. Ríos Matos aparece siempre ataviado con todos los perifollos episcopales posibles. No sé por qué, todo esto me recuerda a Black Mischief, la novela de Evelyn Waugh). 

El sitio Rorate Coeli está compilando una lista de las misas prohibidas por los obispos. Veremos cuál es el resultado pero, hasta ahora, las reacciones han sido tal como las predecíamos en este blog hace pocos días aunque, debo admitir, que me ha sorprendido la rapidez y claridad con la que han reaccionado los obispos franceses, ingleses y americanos. La Conferencia Episcopal Francesa, con esos circunloquios tan propios de los galos, ha sacado la pelota del campo de juego. Para ellos no se trata de discutir cuál es la lex orandi o la lex credendi de la iglesia del Papa Francisco, sino que el motu proprio invita a reflexionar sobre le importancia de la eucaristía en la vida de la Iglesia, y que en septiembre, luego de las vacaciones, se reunirán para tal propósito. En concordancia, el obispo de Versailles, donde se asientan importantes comunidades tradicionalistas, ya hizo saber por escrito que en su diócesis las cosas seguirán como estaban, y lo mismo dijo apenas salido el documento el arzobispo de San Francisco, seguido por muchos otros obispos americanos --por ejemplo el de Cincinatti-- que, más discretamente, han hecho saber a los sacerdotes y fieles cercanos al rito tradicional que no harán ningún cambio a pesar de las órdenes pontificias. En Inglaterra, la mayor parte de los obispos han hecho lo propio: apenas publicado el motu proprio avisaron ellos mismos y de modo oficial y lacrado, que en sus diócesis no habrá cambios con respecto a la misa tradicional. Y lo curioso es que, en su mayor parte, y tanto sean franceses, americanos o ingleses, no se trata de obispos con particulares simpatías tradicionalistas; se trata de obispos de tendencias claramente liberales. ¿Por qué entonces esta reacción tan rápida cuanto clara y opuesta a los evidentes deseos pontificios?

La respuesta no puede quedar sino en el plano de las conjeturas, pero podemos hilvanar algunas. Si una primera cosa queda clara, es que estos obispos no temen ya a las misericordiaciones pontificias, lo cual habría sido probable en otros tiempos. Y esto es un signo claro del síndrome del Pato Rengo. ¿Podría Francisco desposeer de su sede a Mons. Salvatore Cordileone, arzobispo de San Francisco? Ya no tiene fuerzas para hacerlo. El episcopado americano está muy molesto con el Papa y la amenaza de una misericordiación por motivo de la no aplicación del motu proprio sería resistida por la Conferencia Episcopal. Otro tanto ocurriría en Francia: la declaración de los obispos franceses, aunque a algunos les parezca que se lavan las manos del asunto, es una suerte de blindaje: aquí reflexionaremos sobre la eucaristía, dicen, y las prohibiciones cada obispo verá qué hace. Y ya hemos visto lo que hacen: no prohiben nada.

Este es justamente el meollo de la cuestión: los obispos de aquende y allende el Atlántico no quieren iniciar una guerra innecesaria. En sus diócesis se había alcanzado, gracias a Summorum Pontificum, la pax litúrgica. Las cosas funcionaban, y funcionaban bien; las ideologizaciones, salvo casos raros, habían desaparecido. Y el crecimiento constante de las comunidades, sacerdotes y vocaciones tradicionalistas era visto ya como una bendición y no como una peligro, justamente la visión opuesta a la que presenta Bergoglio en su documento. Es que, en el terreno, en sus diócesis, los únicos que funcionan más o menos bien, son los grupos de la liturgia tradicional. En Europa, exterminar a los sacerdotes tradicionalistas, tal como pretende el Soberano Pontífice, significa directamente dedicarse a importar de África a curas de misa y olla

Si todo documento jurídico debe ser interpretado según la mente del legislador, lo que se desprende del motu proprio es que el Papa Francisco quiere evitar el rompimiento de la unidad por cuestiones litúrgicas. Entonces, con toda legitimidad y tranquilidad de conciencia, aquellos obispos que juzguen que en sus diócesis la diversidad litúrgica del rito romano no ocasiones problemas ni rompe la unidad, pueden hacer caso omiso de la norma. Más llanamente, la mayor parte de los obispos no tienen ganas de comprarse una guerra que sólo existe en la mente de Bergoglio y de sus ideólogos de turno, esta vez, Andrea Grillo. Como bien escribía Tim Stanley en The Spectator, da la impresión de estar viviendo los años de Leonid Bréhznev en la Unión Soviética: un gobierno de gerontes, que se quedaron con una fotografía vieja y ajada que retrata la situación de país que no existe más.

Resulta inconcebible que la Iglesia latina haya caído en los últimos dos siglos en una hiperpapalismo tan extremo que permite manifestaciones como Traditionis custodes, en la que el Papa de Roma se inmiscuya a tal punto en cada diócesis que le dice al obispo qué parroquias puede erigir y cuales no. Es un disparate impensable en la iglesia medieval (pregúntenle al obispo Hincmar de Rheims) e impensable en la Iglesia de Oriente. Como dice el cardenal Müller en su carta de lectura imperdible, los obispos son puestos como pastores y“no son meros representantes de una oficina central, con oportunidades de ascenso”. 

Esa carta del cardenal Müller, además, desarma los artificios teológicos sobre los que Bergoglio ha pretendido edificar su motu proprio, explicitando, por ejemplo, qué significa la lex orandi - lex credendi y qué no significa, y mostrando el mamarracho bergogliano. Esto remite a un hecho histórico: en 1646, el Papa Inocencio X, por instigación de los jesuitas, suprimió (reducción fue el término utilizado) a la floreciente congregación de enseñantes que había sido fundada por San José de Calasanz —los escolapios— a través del breve Ea quae pro felici. Apenas conocido, aparecieron las críticas. Mons. Ingoli, secretario de Propaganda fidei, dijo al ver el impreso: “En otro pontificado podrán servirse de él para tapón de frascos”, y el abate Orsini, internuncio de Polonia, escribió: “Es un Breve hecho a hachazos… No dudéis… que en otro pontificado será anulado”. Y efectivamente, así sucedió (S. Giner Guerri, San José de Calasanz. Maestro y fundador. Nueva biografía crítica, BAC, Madrid, 1992, pp. 1053-1070).

Bergoglio, en definitiva, padece del síndrome del Pato Rengo. Con la publicación de Traditionis custodes se ha desprestigiado enormemente y ha apurado la decadencia y el fin de su catastrófico pontificado. 


Apostilla: A la dureza e ironías del cardenal Müller en su carta, se unen expresiones de repudio a Bergoglio desde otros rincones. Michel Onfray, el popular filósofo francés ateo y progresista, escribía en Le Figaro que la misa latina es un patrimonio universal que no puede se tocado y descalifica a Bergoglio llamándolo “jesuíta y peronista”, cuya formación es la de un “químico”. Juan Manuel de Prada, en el ABC, ha dicho que él se saca el sombrero para entrar a la iglesia, pero que no se sacará la cabeza que es lo que pide el motu propio francisquista. 


viernes, 16 de julio de 2021

Custodio de la traición. Tres breves reflexiones

 

Algunas reflexión rápidas e incompletas hilvanadas con el correr de las horas:


1. ¿Qué pasó?

Con la publicación de Traditionis custodes hemos visto al Bergoglio más cruel y malvado de los últimos tiempos; el Bergoglio que los argentinos conocimos muy bien como arzobispo de Buenos Aires. Nadie, creo yo, imaginaba que su motu proprio podía contener tanta saña y tanto odio. Odio a sus enemigos y odio a la fe católica. Bergoglio no se ha contentado con romper algunos cristales en una noche de noviembre; Bergoglio ha decretado el exterminio de los fieles tradicionalistas. Es la Solución Final, pues todo en el documento apunta a que estos fieles mueran de inanición y no puedan reproducirse. Deja un tendal de víctimas; católicos heridos y apaleados, justo cuando la Iglesia se está desmoronando y la mayor parte de los que se consideran católicos —clero y fieles— no son más que zombis, muertos que se creen vivos.

Así como Benedicto XVI había dicho refiriéndose a los fieles amantes de la tradición que “todos tenían un lugar en la Iglesia”, Francisco acaba de decir que ya no lo tienen. No hay ya lugar para nosotros en la iglesia francisquista, pero sí hay lugar y arrumacos para los adúlteros, los homosexuales y los herejes de distinto pelaje. Y esto no es un retruécano o una chicana: es una realidad, y negarlo es negar la evidencia. 

El experimento del Papa Benedicto XVI de la “hermenéutica de la continuidad” fracasó rotundamente, y el motu proprio de Francisco ha sido su lápida. Es que la lectura de Traditionis custodes lo dice con todas las letras: la lex orandi de la iglesia actual —y se refiere a la iglesia del Vaticano II—, es el novus ordo. La misa tradicional, por tanto, corresponde a la lex orandi de una Iglesia que ya no existe. Es lógico, entonces, que los fieles que pretende seguir con esa liturgia no tengan lugar en la nueva iglesia. Estoy siguiendo un razonamiento llano, y no acudiendo a suposiciones. Esta es la realidad terrible con la que nos enfrentamos; la expresión más refinada del rupturismo de la Escuela de Bolonia, la que ha sido ahora canonizada. Giuseppe Alberigo estará de parabienes en el lugar donde se encuentre.

Por eso, y como tantas veces dijimos en este blog desde sus inicios hace más de quince años, el problema es el Vaticano II. Es lo que con claridad y valentía ha dicho en los últimos tiempos el arzobispo Viganó. Aquí no se trata de emparchar documentos confusos o de suavizar aristas, y tampoco de apelar a hermenéuticas de dudosa eficacia. El Concilio Vaticano significó una ruptura con la Tradición de la Iglesia católica. No sé cuál es la solución, pero urge que aparezca alguna porque la iglesia “oficial” se está viniendo a pique. De eso no cabe duda alguna.

¿Qué pasará?

No soy adivino ni vidente, pero se pueden hacer algunas conjeturas. Y partamos de un dato que nos beneficia: Bergoglio publicó su motu proprio en su momento de mayor debilidad (no puedo explicarme por qué motivo espero casi nueve años para hacerlo); ya lo decía Sandro Magister hace pocos días: el Papa está solo; lo han abandonado hasta sus amigos. Las estancias de Santa Marta huelen a muerto; Bergoglio es un hombre débil y moribundo. Otro hubiese sido el cantar si el documento salía a uno o dos años de su elección, cuando estaba en el apogeo de su fama y tenía crédito en la Iglesia y en el mundo. 

Esta debilidad puede provocar la rebelión más o menos agresiva de muchos. Es un signo alentador, por ejemplo, las declaraciones del arzobispo de San Francisco o las reflexiones de un sacerdote toledano, y me consta además, que muchísimos sacerdotes de a pie, que no son precisamente tradicionalistas, están furiosos. Bergoglio ya hizo demasiadas maldades; buena parte de los católicos ya perdieron la paciencia, y será mucho más fácil la rebelión. No son los años de Pablo VI cuando todos bajaron mansamente la cabeza y aceptaron la imposición de Bugnini. 

Pero aunque espero alguna resistencia aquí y allá por parte del clero, no me ilusiono. Los obispos sobre todo, y también la mayor parte de los curas son cobardes, y aunque no estén de acuerdo, no harán nada. Me han comentado que en una diócesis argentina, a menos de dos horas de publicado el documento, los sacerdotes responsables anunciaban a sus fieles que la misa tradicional se suspendía hasta recibir las autorizaciones correspondientes. 

En países latinos como España, Argentina y otros muchos, me temo que las pocas misas Summorum Pontificum que existían serán acotadas y no se darán nuevas autorizaciones. En otros países, como Francia, Inglaterra o Estados Unidos, donde la liturgia tradicional está mucho más viva y presente, estimo que las cosas seguirán como hasta ahora. Utilizarán el principio hispánico de “Se acata pero no se cumple”, porque muchos obispos no dejarán a decenas de miles de fieles en la calle de un día para otro, y otros muchos no cumplirán porque los únicos fieles en serio que tienen en sus diócesis son los que asisten a la liturgia tradicional, y limitarlos, sería quedarse literalmente sin fieles y sin sacerdotes. 

En lo inmediato, quienes llevarán la peor parte serán los institutos fundados al amparo de la desaparecida Comisión Ecclesia Dei y que ahora pasan a la supervisión de la Congregación de Religiosos, quedando en manos del cardenal Braz de Aviz que debe estar ya relamiéndose la boca. No sería raro que en septiembre u octubre, pasadas las vacaciones europeas, comiencen a anunciarse las primeras visitas apostólicas a los seminarios de la Fraternidad San Pedro, del Instituto Cristo Rey, del Instituto del Buen Pastor y de otros similares. Y ya sabemos cómo terminarán esas visitas: en pocos meses, los seminarios serán cerrados y a los seminaristas se les ofrecerá internarse en campos de concentración diseñados para su reeducación en la lex orandi de la nueva iglesia. Lo único que podría salvarlos, quizás, sería una pronta muerte Bergoglio.

En cuanto a los fieles, creo que cada uno se salvará como pueda de acuerdo sus circunstancias. En muchos casos, las misas serán autorizadas por los obispos y seguirán celebrándose; en otros, acudirán a las misas de la FSSPX, que son los grandes ganadores de esta situación. Otros, acudirán a los ritos orientales, católicos u ortodoxos, y otros volverán a las misas novus ordo, tratando de buscar la más potable que puedan encontrar en los lugares donde habitan.

¿Qué hacer?

El consejo más sabio que se me ocurre es el que ha dado la página Rorate Coeli: Keep calm and go to the Latin mass. Y cito:

Sacerdotes: Continúen. No cambien nada con respecto a las misas tradicionales en latín que están celebrando, excepto para celebrar aún más misas.

Obispos: Continúen. No sientan la necesidad de inventar problemas en vuestra diócesis donde no los hay. ¿Se están ofreciendo misas tradicionales en latín por parte de buenos y santos sacerdotes a los laicos católicos sedientos de sacramentos tradicionales? ¿Es esto un problema? Si ofrecer un sacrificio reverente —cuerpo, sangre, alma y divinidad— es un problema, en ese caso no podemos ayudarle. Pero si los católicos de su diócesis están siendo alimentados y nutridos a través de los libros de 1962, entonces, por favor, fomente aún más esta situación.  El resto de la Iglesia se está muriendo rápidamente. ¿Por qué cortar el único miembro sano? No esperamos necesariamente que hablen en contra del Papa actual; pero tampoco tienen que salir a los caminos de sus diócesis para abofetear a los católicos tradicionales.  Somos sus ovejas, tanto como otros que actualmente matan bebés y reciben la comunión.

En cuanto a nosotros los laicos, creo que el principio universal a aplicar debe ser “Fuego a discreción”, según la capacidad y prudencia de cada uno. La estrategia que promovíamos desde este blog seguía el principio siempre vivo en la curia vaticana: hacernos los muertos para que no nos maten. Era el caso del funcionario soviético al que amenazaban con matar a su familia si se atrevía a hacer algo contra el régimen y, por lo tanto, callaba. Ahora, el Papa Francisco asesinó a toda la familia; ya no hay motivos para apaciguar las olas o para pedir recato o mesura. Si hasta ahora tiramos una pachamama al Tíber, creo llegada la hora de tirar otras al Rin, al Ebro y al Paraná; de apoyar todas las iniciativas de resistencias que surjan. Por ejemplo, la iniciativa de la asociación Juventus Traditionis de acudir a Roma para la décima peregrinación Summorum Pontificum a fin de defender la misa, y quienes no puedan ir para manifestarse en la Plaza de San Pedro, siempre podrán hacerlo frente a las iglesias catedrales de cada diócesis: “Devuélvannos la misa”.

En otros casos, se tratará de sostener moral, emocional y hasta económicamente a los sacerdotes fieles que decidan seguir celebrando la liturgia de siempre en la Iglesia de siempre, y que serán perseguidos por sus obispos. 

En fin, que no me parece a mi que, por el momento, puedan diseñarse estrategias colectivas. Por ahora, sólo hay una: oponerse al vengativo y detestable jesuita porteño elegido Papa el malhadado día del 13 de marzo de 2013. 


Apostilla: Una vez más, vale la pena recordar que el motu proprio de Bergoglio habría sido imposible sin la exagerada exaltación del papado romano de la que hablamos hace pocos días. A ningún papa anterior al siglo XX se le habría ocurrido abrogar, literalmente, la tradición litúrgica de la Iglesia. Eran los custodios de la tradición y no sus dueños. Pero Pío IX les enseño que ellos eran la tradición: Io sono la tradizione.