domingo, 5 de septiembre de 2021

Las vacunas, una carta y los nuevos lapsi

 


Hace catorce años que tengo este blog, y he pasado por muchas circunstancias, difíciles y dolorosas algunas, y otras más aliviadas. Y es natural que así ocurra con un sitio como este que permite comentarios, los que enriquecen el diálogo y el pensar juntos —“una conversación entre amigos en torno a un vaso de whisky” fue el motto inicial—, aunque ocasionalmente aparezcan lectores ofuscados, ofendidos o simplemente desequilibrados. Nunca ha sido un problema ni tampoco me desaniman. Sin embargo, la sola mención que hice en un post reciente sobre mi opinión acerca de las vacunas contra el Covid, ocasionó una andanada de mensajes violentos como nunca antes había sucedido. 

Sin darnos casi cuenta, se ha formado en la Iglesia una nuevo grupo y división, como si no fueran pocas los que ya teníamos: la de los militantes en contra de las vacunas, una suerte de neo katharoi o “puros”, aquellos que cum mulieribus non sunt coinquinati, virgines enim sunt (Ap. 14,4). En este caso, la de los que no se contaminaron con las vacunas y conservaron la virginidad. Y son ellos los que siguen al Cordero. Los otros, quienes nos contaminamos con Pfizer o con Astra Zeneca, somos los nuevos lapsi, los que cedimos a las presiones y quemamos incienso a los nuevos ídolos sanitarios. No digo que todos los que albergan dudas sobre las vacunas o prefieren no aplicársela pertenezcan a este grupo combativo; de hecho, buena parte de mis amigos son de esta opinión, pero no se dedican al apostolado antivacunas, ni tampoco rompen amistades por ese tema. Pero no es siempre el caso.

La formación de estos grupos radicalizados es, a mi entender, muy grave, y se está dando en muchos países. Se toman posiciones extremas, rayanas en algunos casos con el fundamentalismo, que poco favor le hacen no solo a la Iglesia, sino a los propios involucrados. Recientemente murieron por Covid dos personas conocidas, relativamente jóvenes y sanas, que no habían sido vacunadas porque sus hijos y algunos sacerdotes los habían convencido de no hacerlo. Yo me pregunto: ¿de qué mal moral los libraron? ¿qué falta contra la ley divina impidieron que cometieran? ¿De qué peligro físico los salvaron? No quisiera estar yo en la conciencia de esos consejeros.

Sin embargo, el objeto principal de esta entrada es recomendar a los lectores la lectura de una carta  que Antonio Macaya Pascual, doctor en medicina, profesor universitario en Barcelona y autor de numerosas publicaciones científicas como pueden corroborar en Google Academic, visiblemente afectado por lo que está sucediendo, me hizo llegar. La misiva fue escrita en ocasión de un hecho muy doloroso y desconcertante: una meritoria religiosa profesa, completamente entregada a su  vocación y dedicada al cuidado de personas gravemente discapacitadas, decidió dejar los hábitos hace pocos días ya que la institución donde presta asistencia su comunidad, le pedía que se vacunara. Ella se negaba, entre otras cosas, porque “los embriones abortados claman justicia desde el interior de las personas que se vacunan”, tal como proclama un visionario (¿u orate?) sacerdote colombiano llamado Guillermo León Morales. 

La carta del Dr. Macaya no es un alegato científico, aunque está sólidamente fundada en los principios de la ciencia. Es el testimonio de un cristiano, que es científico, y que escribe desde su dolor y consternación frente a una situación de la que él es testigo permanente. Cualquier católico, más allá de su opinión con respecto al tema en cuestión, podrá percibir fácilmente la familiaridad que produce el escrito, sencillamente porque es obra de un hermano que profesa nuestra misma fe y que con caridad y en obediencia a los mandatos evangélicos, trata de echar luz haciendo fructificar talentos que recibió. 

No es mi intención generar un debate en torno a la carta (por eso este post no tendrá habilitados los comentarios), y espero que cualquiera sea la opinión de uno u otro, sea recibida con la caridad que debe ser propia de los cristianos. Reflexionemos. Es inaceptable que una situación sanitaria similar a las que la humanidad sufrió en incontables ocasiones, esté produciendo una herida tan profunda y doloroso entre los católicos “tradicionalistas” o como quiera llamárseles. Temo que, además de romperse amistades de años, sea una nueva trampa que nos tiende en Enemigo para generar la división, que es una de sus estrategias favoritas para alcanzar sus objetivos. 

Recomiendo vivamente la lectura de la carta del Dr. Macaya Pascual, que pueden bajar desde aquí.