sábado, 13 de noviembre de 2021

Carta abierta a propósito de Traditiones Custodes

 



El 17 de agosto de 2021 un fraile dominico polaco (Wojciech Gołaski O.P.) dirigió una extensa carta abierta al Papa, a raíz del motu proprio Traditiones Custodes, que se podría dividir en tres partes. Por razones de espacio y porque nos concierne a todos, aquí traduciremos la parte del medio (por medular) en la que el teólogo reflexiona sobre el Motu proprio. El resto de la carta versa sobre cómo dio este fraile en conocer la Misa Tridentina, la devoción que le tiene y una decisión privada que toma como consecuencia del motu-propio. Esa decisión, lo habrán adivinado ustedes, consiste en agregarse a las filas de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X. Una cosa innecesaria, si bien se mira, pues no creo que a este fraile le impidan celebrar la misa según el ritual dominico, que es la misa que celebraba… pues, San Pío V. Pero, en fin, vaya uno a saber… 


Jack Tollers 


Las palabras del Motu proprio y vuestra Carta a los Obispos dejan enteramente claro que se ha tomado una decisión que ya se está implementando, de quitar la liturgia tradicional de la vida de la Iglesia para echarla al abismo del olvido: no puede celebrarse en las iglesias parroquiales, no deben formarse nuevas asociaciones para eso, Roma debe ser consultada si sacerdotes recientemente ordenados desean celebrarla. Los obispos ahora son efectivamente Traditionis Custodes, “custodios de la tradición”, mas no en el sentido de guardianes para protegerla, sino más bien en el sentido de constituirse en guardianes de una cárcel. 

Permítame expresar mi convicción de que eso no va a pasar y que la operación toda va a fallar. ¿Cuáles son las razones de tal convicción? Un análisis cuidadoso de las dos cartas del 16 de julio acusan cuatro notas a destacar: hegelianismo, nominalismo, la creencia en la omnipotencia del Papa y la cuestión de la responsabilidad colectiva. Cada una de estas notas constituyen un componente esencial de vuestro mensaje y ninguna resulta conciliable con el depósito de la fe católica. Y puesto que no pueden reconciliarse con la fe, no serán integradas a ella, ni teórica, ni prácticamente. Examinémoslas por separado.


Hegelianismo

El término es de uso convencional: no refiere literalmente al sistema del filósofo alemán Hegel, sino a algo que se deriva de su sistema, más que nada una inteligencia de la historia como un proceso de cambios continuos, un proceso bueno, racional e inevitable. Este modo de pensar tiene una larga historia, comenzando por Heráclito y Plotino, pasando por Joaquín de Fiore hasta llegar a Hegel, Marx y sus modernos herederos. Quienes adoptan esta perspectiva suelen dividir a la historia en fases, de tal modo que el comienzo de cada nueva fase es anexa al final de la fase que la precede. Los intentos de “bautizar” al hegelianismo no son sino otras tantas intentonas de nimbar estas fases supuestamente históricas con la autoridad del Espíritu Santo. Se presume que el Espíritu Santo le comunica a la siguiente generación algo de la que no le ha hablado a la precedente, e incluso que puede impartir algo que contradiga lo que dijo antes. En este caso, se nos obliga a aceptar una de tres cosas: ora durante ciertas fases de la historia la Iglesia desobedeció al Espíritu Santo, ora el Espíritu Santo es sujeto de mutación, o bien simplemente es un ser contradictorio. 

Una consecuencia adicional de esta manera de ver al mundo consiste en cambiar el modo de comprender a la Iglesia y la Tradición. La Iglesia ya no se considera como una comunidad que une a los fieles trascendiendo al tiempo, tal como lo sostiene la fe católica, sino como un conjunto de grupos pertenecientes a distintas fases. Estos grupos ya no comparten un lenguaje común: nuestros ancestros no tenían acceso a lo que el Espíritu Santo nos dicta hoy. La mismísima Tradición ya no transmite un mensaje estudiado por las sucesivas generaciones; más bien consiste en mensajes renovados permanentemente por el Espíritu Santo y que exigen nuevo estudio. Así es que venimos a ver alusiones en vuestra carta a los obispos, Santo Padre, a “la dinámica de la Tradición”, a menudo aplicado a acontecimientos específicos. Un ejemplo de esto es cuando escribe que pertenece a esta dinámica “la última etapa del Concilio Vaticano Segundo, durante el cual los obispos se reunieron para escuchar y discernir el camino que el Espíritu Santo le estaba mostrando a la Iglesia”. En la línea de semejante razonamiento, queda implícito que esta nueva fase requiere formas litúrgicas nuevas, puesto que las anteriores eran apropiadas para la fase anterior, que ha perimido. Toda vez que esa secuencia de estadios es homologada por el Espíritu Santo a través del Concilio, aquellos que se aferran a las viejas formas a pesar de tener acceso a las nuevas, se oponen al Espíritu Santo.

¿Y bien? Semejantes pareceres se oponen a la fe. La Sagrada Escritura, norma de la fe católica, no suministra basamento alguno para semejante comprensión de la historia. Por el contrario, nos enseña una cosa enteramente diferente. El rey Josías, habiéndose enterado del descubrimiento del antiguo Libro de la Alianza, ordenó que desde entonces se celebrara la Pascua conforme a él, por mucho que había mediado una interrupción de medio siglo (IV Reyes, XXIII:3). De igual modo, cuando vueltos de la cautividad en Babilonia, Esdras y Nehemías celebraron la Fiesta de los Tabernáculos observando estrictamente los registros de la Ley, a pesar de las muchas décadas pasadas desde su última celebración (Neh. VIII:13-18). En cada uno de estos casos, después de un período de confusión, se volvió a los antiguos documentos de la ley para renovar el culto divino. A nadie se le ocurrió exigir cambios en el ritual sobre la base de que habían arribado nuevos tiempos. 


Nominalismo

Mientras que el Hegelianismo incide sobre nuestra comprensión de la historia, el nominalismo afecta nuestra comprensión sobre su unidad. El nominalismo interpreta que una unidad exterior obtenida por medio de una decisión administrativa jerárquica exterior, equivale al logro de una unidad real. Esto es porque el nominalismo da de mano con la realidad espiritual, buscando en cambio obtenerla mediante medidas regulatorias materiales. Ud. escribe, Santo Padre, que: “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo en la obligación de quitar la facultad concedida por mis predecesores”. Pero para obtener tal objetivo—una unidad verdaderavuestros predecesores tomaron medidas opuestas, y no sin razón. Cuando uno entiendo que la verdadera unidad incluye una cosa espiritual e interna (y que, por tanto, difiere de una unidad meramente externa), uno ya no la quiere obtener simplemente imponiendo una uniformidad a base de signos exteriores. No es así como se obtiene una verdadera unidad, sino que, más bien, un empobrecimiento y lo contrario de la unidad: la división. 

La unidad no se obtiene a fuerza de la quita de facultades, la revocación de autorizaciones y la imposición de límites. El rey Roboam de Judá, antes de resolver cómo tratar a los israelitas que deseaban les mejorara la suerte, consultó con dos grupos de consejeros. Los más ancianos recomendaron indulgencia y una reducción de las cargas de aquel pueblo: la ancianidad, en la Sagrada Escritura, a medida significa madurez. Los jóvenes, que eran contemporáneos del rey, recomendaron que se les incrementara las cargas y se los tratara con dureza: la juventud, en las Escrituras, a menudo equivale a inmadurez. El rey siguió el consejo de los jóvenes. Esto no sirvió para unir a Judá e Israel. Al contrario, comenzó una difición del país en dos reinos (III Reyes, XII).  Nuestro Señor remedió esta división con mansedumbre, sabiendo que la falta de esta virtud había sido la causa de la fisura.

Antes de Pentecostés, los apóstoles querían lograr la unidad siguiendo criterios externos. Fueron corregidos por el Salvador mismo, quien, contestando a las palabras de San Juan, “Maestro hemos visto a un hombre expulsando espíritus malignos en tu nombre y no se lo permitimos porque no es uno de los nuestros”, diciendo “No impidáis, pues quien no está contra vosotros, por vosotros está” (Lc. IX:49). 

Santo Padre, usted contaba con varios centenares de miles de fieles que “no estaban en contra suyo”. ¡Y ha hecho tanto para hacerles difíciles las cosas! ¿No habría sido mejor pegarse a las palabras del Salvador recurriendo a fundamentos más profundos, más espirituales de la unidad? El Hegelianismo y el nominalismo frecuentemente aparecen como aliados, puesto que parten de una comprensión materialista de la historia que conduce a la convicción de que cada una de sus etapas caduca irremediablemente.


Creencia en el poder omnímodo del Papa

Cuando el Papa Benedicto XVI otorgó mayores libertades para el uso de la forma clásica de la liturgia, se refirió a costumbres y usos multiseculares. Esto fortalecía su decisión con un sólido fundamento. La decisión de Vuestra Santidad carece de tales fundamentos. Por el contrario, revoca algo que ha existido y durado durante mucho tiempo. Usted, Santo Padre, escribe que encuentra respaldo en las decisiones de S. Pío V, mas él aplicó criterios exactamente opuestos a los vuestros.  De acuerdo a él, lo que ha existido y durado durante siglos así continuaría sin imperturbablemente; sólo lo que fuera más nuevo quedaría abolido. Por tanto, el único fundamento que le queda para respaldar su decisión consiste en la voluntad de una persona con autoridad papal. Y sin embargo, ¿puede esta autoridad, por grande que fuera, impedir que la continuación de antiguas costumbres litúrgicas fuera la expresión de la lex orandi de la Iglesia romana? Santo Tomás de Aquino se pregunta si Dios puede causar que algo que alguna vez existió, no existiese nunca. La respuesta es no, porque la contradicción no forma parte de la omnipotencia de Dios (S. Th. I, q. 25, art. 4). 

De igual modo, la autoridad papal no puede hacer que rituales tradicionales que durante siglos han expresado la fe de la Iglesia (lex credendi), de repente, un día, dejen de expresar la oración de esa misma Iglesia (lex orandi). El Papa bien puede tomar decisiones, pero no unas que violen la unidad que se extiende al pasado y hacia el futuro, mucho más allá de su pontificado. El Papa está al servicio de una unidad mucho más grande que la de su propia autoridad. Pues esa unidad es un don de Dios, no tiene orígenes humanos. Por tanto, es una unidad que precede a la autoridad y a su vez ninguna autoridad la precede.


Responsabilidad colectiva

Al indicar los motivos de su decisión, Santo Padre, hace usted varias y graves acusaciones contra los que se valieron de las facultades reconocidas por el Papa Benedicto XVI. No se especifica, con todo, quiénes perpetraron los tales abusos, o dónde, o cuántos eran. Sólo nos topamos con las palabras “a menudo” y “muchos”. Ni siquiera sabemos si se refiere a una mayoría. Lo más probable es que no sea tal el caso. Y sin embargo, todos los que se valieron de las mencionadas facultades se han visto afectados por estas sanciones penales draconianas. Se han visto privados de su camino espiritual, ora inmediatamente, ora en un tiempo futuro no especificado. 

Por cierto que hay gente que usa mal los cuchillos. ¿Debería por tanto prohibirse la distribución de cuchillos? Vuestra decisión, Santo Padre, resulta mucho más gravosa que el hipotético absurdo de una prohibición universal de producir cuchillos.


Fuente: https://rorate-caeli.blogspot.com/2021/11/open-letter-by-dominican-theologian-fr.html


4 comentarios:

  1. Pero este fraile polaco estará utilizando el ritual dominicano, como parece en la foto; de ahí que esté cubierto con la capucha.

    ?La Traditionis Custodes también se aplican a otros ritos?

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  2. A propósito del post “Carta abierta a propósito de Traditiones Custodes”

    Don Wander
    “Se presume que el Espíritu Santo le comunica a la siguiente generación algo de la que no le ha hablado a la precedente, e incluso que puede impartir algo que contradiga lo que dijo antes”.
    “Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo en la obligación de quitar la facultad concedida por mis predecesores”.
    Bastan estas dos líneas para comprender que la argumentación en favor de la grave restricción respecto de la celebración de la misa tradicional, que aparece en el documento “Traditiones custodes”, no se sostiene de ninguna manera. Lo cual se debe a que, a fuerza apelar al error del relativismo historicista, -¡qué fiesta para los promotores de la postverdad!- se cae en la gravísima consecuencia de introducir el nefasto sello de la contradicción tanto en el seno de la revelación divina, como en el del Magisterio de la Iglesia Católica.
    En efecto, se introduce la contradicción en el seno de la Revelación divina, cuando se cae en el exceso de suponer que el Espíritu Santo se va revelando de distinta manera a cada generación de los hombres, de suerte que, lo que se reconoce como válido para una generación, deja de serlo para las que le siguen. Y, se introduce también la contradicción, en el seno del Magisterio de la Iglesia Católica, cuando esa misma falaz argumentación lleva a entender que lo que la tradición de la Iglesia juzgó como fundamento de su unidad a lo largo de su historia, por el sólo hecho de pertenecer a un período histórico posterior, apoyado en la falacia de que lo nuevo por nuevo es verdadero, sea suficiente para que un papa perteneciente a una generación posterior, tenga autoridad para derogar de un plumazo lo que se afirmó en un período anterior.
    Con qué íntima zozobra advierto la falta de conciencia de quiénes, al razonar de esta manera, no se dan cuenta de que lo que sirve para desestimar o conculcar una sola línea del dato de la Revelación, sirve también para terminar por derribar el entero edificio de la fe católica. La pregunta es: ¿se puede ir contra Quien dice: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”?
    ¡Dios proteja a la Iglesia! ¡Alabado sea Jesucristo!

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  3. Prohibir la Misa de Simpre, es cómo prohibir el Santo Rosario (con sus tradicionales misterios), una arbitrariedad que no obliga a nadie en conciencia.

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