viernes, 29 de abril de 2016

Cinocéfalos, ángeles y otras criaturas

Bienquerido Wanderer, 
gracias por contar un tema tan interesante y valioso, pues sus múltiples resonancias rozan las fibras más íntimas de nuestra Fe. Déjeme adivinar lo que subyace –o evoca, por caso–  su escrito, a ver si emergen algunas ideas sugestivas para el debate y la reflexión. Y después me da su veredicto, claro.
Ahí va el intento:
1) Hay un racionalismo lapidario, una lógica descarnada que de tan prosaica se vuelve estéril. Los de este bando, piensan haber llegado al fondo de la realidad por el rigor conceptual o la exactitud científica ¡Error! Han precisado en sus mentes una porción de realidad que han desencantado, arrebatándole su halo de misterio. Piensan haber descubierto todo y no se han dado cuenta que sólo han visto –al buen decir de Chesterton– las espaldas del mundo. O como dice un amigo, no conocen el reverso de la trama, donde habita esa luz nativa que irradia el orbe y cautiva, en contraparte, los ojos de espíritus atentos.
2) Si hay una exactitud científica –universal y necesaria–, hay también una exactitud poética. ¿Cuál es? Mandrioni dice algo así (cito de memoria): “La palabra justa o exacta del poeta es la que logra introducir la mayor carga significativa y evocativa en el corazón de la palabra”. En virtud de lo cual,  también es capaz de mostrarnos ese universo espiritual inasible que desborda cualquier intento de conceptualización. Justeza de la dicción al servicio de la evocación, así es la gramática poética.
El poeta ve diamantes antes que astros porque tiene memoria, me dijo un monje una vez. Y tenía razón. Usted dice que hay hadas en los bosques y el rey David que la noche a la noche le susurra el mensaje de una gloria divina… El que no alcanza a vislumbrar estos secretos de la creación, no hay ciencia ni filosofía que lo salve.
3) Imaginación y sensibilidad disponen el corazón; hacen de suelo firme y fértil no sólo para la germinación de la ciencia –según el citado Perse–, sino del pensamiento y, en última instancia, de la Fe. ¿Y de qué se nutre la imaginación sino es del mito, los cuentos de hadas y esa poësis perennis de la que habló Claudel? ¿Cómo adentrarnos en ese mundo maravilloso de Dios, si no hemos vivenciado la fantasía? No la fantasía egoísta, de realismo superficial, que sueña con mujeres lindas y manjares suculentos. No. Se trata de la fantasía desinteresada que enseñaba Lewis, “con pan mágico y rocío de miel”.
4) Y entonces Bruckberger da en la tecla cuando propone la poesía como auxiliadora de la Fe. Aquí es donde creo –y ya es mi última intuición aventurada– que recordó las palabras de su estimado John Senior: “Cualquiera sea nuestra especialidad, nuestra vocación, nuestro trabajo, todos somos amantes; y mientras que sólo los expertos en cada campo deben conocer matemáticas, ciencias u otras artes, todos debemos ser poetas en el camino de la salvación.” Porque hasta tanto no se haya restaurado el amor por medio de una poesía vital, que lo griegos denominaron psicagogia, la razón no echará raíces; y nuestra Fe se volverá pacata y aburrida mientras no repare en la voz del poeta, símbolo poderoso que le señalará esa eternidad sabrosa a la que pertenecemos…
En fin. Verá que hay mucha tela para cortar, pero soy sólo un aficionado asomado a las entrelíneas de su post. Mejor que prosiga la tejedora en boca de los que saben. 
Yo me marcho y le queda a usted mi afecto,

El Poeta

miércoles, 27 de abril de 2016

A midsummer’s nigthmare


Anoche soñé lo siguiente: que llegaba diciembre, con Bergoglio con 80 años cumplidos.  Que éste, advirtiendo que su ciclo estaba agotado, que había disparado todas las bengalas de pólvora trucha que le quedaban, que se repetía como Bill Murray en El Día de la Marmota, anunciaba en un latín macarrónico que renunciaba al trono de Pedro pero no a la lucha, convirtiéndose en el Segundo Papa Emérito Viviente. Pero que declinaba el honor de vivir junto al Abuelo: él era un Pastor, no un intelectual de gabinete.
Que preparaba minuciosamente su sucesión, quizás ungiendo a un prelado de lengua germánica y noble apellido.
Que volvía a su país y a su barrio, para continuar caminando juntos en la Argentina, como su obispo emérito y popular. Que venían días difíciles para la Patria Grande, y que su lugar estaba junto al pueblo, agredido por el imperialismo y el poder de las finanzas. Que no quería más honores que los de un cura de barrio que pudiera predicar todos los domingos sus sermones y recorrer los barrios con sus zapatos gastados. Y que convocaba a un gran Frente Ciudadano para que todos los argentinos pudiéramos comer en la misma mesa y dormir en la misma cama.

Me desperté temblando, mientras una ola de alivio me inundaba. Era una pesadilla. Macri piensa lo mismo.

Ludovicus

lunes, 25 de abril de 2016

Del cosmos como obra de arte (y cinocéfalos)

Publicaba hace unos días Wanderer una bella defensa de la poesía como auxiliar de la religión, bajo el título «De cinocéfalos y ángeles».
Si este blog, en lugar de ser un espacio virtual, fuera tan físico como la taberna «Del Águila y el Niño», creo que dicho texto hubiera dado pie a una intensa y agradable tertulia, en el rincón junto a la chimenea. Y creo además que alguna protesta por mi parte se hubiera escuchado ahí.
Desde luego, no le reprocharía la defensa de los cinocéfalos, por muchas razones. Entre otras por respeto a San Cristóbal; pero también por su parentesco con Anubis, que vigila una balanza en la que no puede pensarse sin temor ni temblor. Ahora bien, ejerciendo la cerveza de mediadora, y cuando la niebla de las pipas se fuera ya espesando, sí que le afearía la contraposición entre ciencia y poesía que se desprende de las reflexiones culminantes del artículo:
«Por eso, la poesía termina siendo la mejor auxiliar de la religión, y un medio privilegiado para atravesar este valle de lágrimas, poblado de los fríos cálculos de los hombres de ciencia, etc.».
Y es que Dios es el más verdadero Poeta, y su poema, su obra de arte, es la creación. Por eso, la actividad de la primera y memorable centuria de científicos modernos (los Copérnico, Galileo, Kepler, Newton...) no era fría, aunque sí calculadora. ¡Y qué pasión la de aquellos cálculos! Pues de lo que se trataba, ni más ni menos, era de poner al descubierto párrafos enteros, y estrofas, y cantos, de ese gran poema que estaba aguardando ser leído desde el primer día del mundo.
Querido Wanderer, queridos amigos de esta virtual taberna errante, ¿pueden imaginarse la emoción que tuvo que sentir por ejemplo Kepler, cuando después de casi una década de intensísimos desvelos, pudo por fin comprender el simple y elegante ritmo de los versos divinos que cantan el camino de Marte por el firmamento?
Diez años de intentos y fracasos, de noches de insomnio y de dudas. Pero alentado en todo momento por la seguridad de que estaba estudiando la obra del Poeta incomparable, y que era una obra compuesta de modo que nosotros, hechos a su imagen y semejanza, pudiéramos entenderla. Y al cabo... las leyes del movimiento planetario: hermosas, sencillas, dotadas de una gracia luminosa. ¡Divinas!
«Verachtet mir die Meister nicht, und ehrt mir ihre Kunst!», es decir, «¡No me despreciéis a los maestros, y honradme su arte!», es la enérgica amonestación de Hans Sachs en la escena final de «Los Maestros Cantores de Núremberg». Y la misma enérgica amonestación vale también en este caso: ¡No me despreciéis a los verdaderos científicos! Es decir, a aquellos que no han perdido el sentido religioso y poético de su obrar, y se acercan con amor, y pasión y reverencia a los versos de la naturaleza.
Dice el salmista: «Los cielos narran la gloria de Dios», y debemos por ello quedar agradecidos a los que dedican su vida a poner al descubierto más y más detalles de esa gloria. ¡Qué enorme, qué fecundo y qué lleno de maravillas es el universo creado por Dios! Ya nos había advertido el sabio cardenal Nicolás de Cusa que, siendo Dios infinitamente generoso, no cabía esperar de su «fiat» otra cosa que la creación de un cosmos tan similar a Él mismo como fuera posible. Y el trabajo de los grandes científicos ha consistido en mostrarnos, de generación en generación, nuevos aspectos de esa realidad exuberante que es el universo, como poema y canto del Creador.
Por tanto, «Verachtet mir die Meister nicht!», y no caigan en la trampa de dejar las reflexiones sobre la ciencia en manos de ese pueblo mezquino de los cientifistas de nuestro tiempo (o mejor dicho: «de los cientifistas decimonónicos», pues ese es su mundo mental, aún en nuestros días).
Todo ello, por supuesto, sin menosprecio alguno de los poetas, ni desdoro de los cinocéfalos.
Francisco José Soler Gil

jueves, 21 de abril de 2016

Las sandías de Leticia

Circula por Internet un texto muy interesante. Se trata de un explicación for dummies, y para neocones y, en realidad, para todo el mundo, acerca del valor relativo del famoso magisterio pontificio que el Papa Francisco acaba de dinamitar de modo solemne con su pasquín sobre los amores adulterinos y el uso del celular durante las comidas familiares. 


En medio del fatigoso debate desatado, una vez más, ante el reciente documento Papal, respecto de si ahora sí se puede tal o cual conducta, o ahora no, si la Iglesia ahora me permite tal o cual cosa, o decide declarar mala tal otra, me parece oportuno avisar una verdad básica que se da un par de casilleros previos a este asunto. Una verdad tan robusta como simple. Verdad básica, sea tal vez ese el adjetivo que busco. Básica de basal, claro. 

Y es avisar que el Magisterio de la Iglesia es el segundo piso de un edificio donde es posible pintar sus paredes del color que se quiera… pero es imposible modificar su ubicación catastral. Avisar —dicho más del derecho— que el Magisterio de la Iglesia no cambia ni decide nada (aunque muchas veces dé un poco esa sensación o imagen, ciertamente). El Magisterio de la Iglesia, como el término ya indica, es un ente docente, que enseña (con más o menos destreza) algo que ella no determina. 
El Magisterio de la Iglesia no tiene mucho más “poder” del que tiene un maestro rural enseñando los ríos de cada provincia del país, o, si se quiere realzar un poco su status, digamos, del que tiene un profesor de astrofísica repasando a su alumnado los planetas conocidos del sistema solar. Al docente no le atañe agregar ni modificar cuál sea la capital de Formosa ni el recorrido del Pilcomayo. Ni al docente raso ni a la máxima autoridad del Ministerio de Educación. 
Todo magisterio es descriptivo de una realidad preexistente. Por supuesto, la docencia puede ejercerse mejor o peor, pero nunca puede quedar en posición adelantada respecto a la ciencia, que es la que le marca la cancha, ya sea ciencia empírica, ciencia filosófica o ciencia divina. 
Pero a su vez, la ciencia, cual fuera, tampoco establece la realidad: justamente su rol consiste en descubrirla, no en inventarla. Es valiosa la etimología de “docente” en algunas lenguas —las germanas, por caso— donde expresamente se ubica al docente por debajo de la sabiduría. La ciencia descubre, no inventa. No es artífice. Sólo descorre cortinados. 

Curiosamente, los científicos —a los ojos de los piadosos— tienen fama de arrogantes, de soberbios, de pretender saberlo todo. Y puede que incurran en algo de eso en sus secretas expectativas… pero notablemente jamás un científico pretendería arrogarse el derecho o la posibilidad de determinar la realidad. Ella está allí. Antes. Y ella manda. El bendito Dasein: ese estar ahí, más allá de todas nuestras especulaciones, expectativas y pretensiones. 

De modo que se dan normalmente tres eslabones firmemente encadenados: el docente que explica lo que la ciencia descubre de la realidad manifiesta. De idéntico modo —y tal vez como el ejemplo más puro y emblemático de esta terna— el Magisterio de la Iglesia explica lo que la Revelación nos desvela acerca del Misterio, en su Realidad divina y humana. Incluso el Magisterio extraordinario declarando dogma la Inmaculada Concepción: ni la genera ni la desvela: anuncia con certeza lo que la Revelación le manifiesta acerca de la Realidad de la Virgen.

Así las cosas, es importante que el católico de a pie entienda que un Papa no decide qué está bien y qué está mal. No pone ni saca, como ningún docente pone ni saca ríos de provincia ni planetas del firmamento, ni catetos del triángulo. Lo que está bien, lo está desde siempre; y lo que está mal, siempre estuvo mal y seguirá estando mal. A los papas (y todos los docentes que estamos debajo suyo) nos atañe explicarlo con renovada destreza, con mejor ingenio, con un novedoso enfoque pedagógico, si se quiere. Pero no nos incumbe establecerlo. 

Agreguemos de paso, que “algo está mal si hace mal y está bien si hace bien”. Y hace bien cuando tal acción mejora nuestro ser, nuestra realidad. La moral cristiana es tan simple, tan pura, tan cristalina como eso: secuela esse, seguir al ser. Porque el deber ser es idéntico al ser. En una paridad abrumadora, aplastante. Nuestra moral no nos conmina más que a un simple “let it be”, siempre que ese “be” sea algo más que el zumbido de abejas y cuente con la insoportable densidad del ser. 

Cuando los investigadores descubren que los rayos solares producen cáncer y lo avisan a la comunidad médica y ésta lo baja a la sociedad: ninguno está “cambiando” nada sobre la realidad. Desde que hay sol y hay humanos, esto fue así. Antes de que se descubriera. Y antes de que se avisara. Y antes de que algún alegre desaprensivo, nopasanadista, insistiera en tomar sol al mediodía sin hacer caso. O que un dictador excéntrico decretara que en su imperio el sol no hace daño. 
A su vez (y esto es crucial para el distorsionado imaginario colectivo): nada cambia, nada modifica, nada incrementa ni disminuye el daño que la radiación ultravioleta le genera a mi piel el hecho de que: yo sepa, yo no sepa, yo lo sepa a medias pero no lo crea, yo lo sepa posta pero me importe un belín, yo termine o no termine de comprender los daños inherentes a los rayos ultravioletas… sea como sea mi situación: si no me cuido, el melanoma se llevará mi vida sin atender a mi subjetividad. 
Y también es interesante repasar la verdad inversa: si hoy la ciencia descubriera que en realidad no hace daño combinar vino con sandía, y los canales docentes así nos lo informaran: esto no “entra en vigencia” a partir del día del comunicado de la OMS: sino que nunca jamás hizo mal. Ni a mí, ni a mi tátarabuelo. Y todos los que se privaron del vino ante la sandía, se privaron al divino botón. 

El cristiano medio cree, contrario a todo esto, que en el caso de la ciencia moral (esa que explica qué conductas nos hacen bien y cuáles nos desfavorecen), cree que la VERDAD sale por decreto. O sea, entra en vigencia, por decreto. Que se genera por una voluntad. Algo así como si la OMS decidiera bajar de su listado una enfermedad, mágicamente tal enfermedad dejara automáticamente de ser tal (y de hacerme mal, claro). Son taras de corte guillermomorenista, que nos alientan a creer que si yo bajo el número del INDEC, bajo la inflación. Creer que la naturaleza imita al arte. 
Pues no. No. Y no. 
Todo eso es voluntarismo puro y duro.

Lo cierto es tan abrupta y diametralmente opuesto, que la Doctrina cristiana insistirá, en un colmo de honestidad, que ni el mismo Jesucristo, ni el ipsísimo Dios, determina qué esté bien y qué esté mal. No se contenta con decir: “esas cosas no las deciden los humanos, las decide Dios”. No, no. ¡Ni Dios las decide! Nadie las decide. ¡Son! Porque Dios las hace, son. Y porque son, obligan.
Cuando san Juan en su Prólogo llama al Logos Eterno “el Exégeta” está avisando algo de esto: el Hijo Eterno es Quien nos revela, nos explica, nos manifiesta lo-que-ya-es y Lo-Que-Ya-Es. Cristo es “la Ciencia del Padre”, como gustan decir los Padres. 

Volviendo al Magisterio papal: entiéndase bien, de una buena vez. El Papa no es tan sólo que no “deba”, sino que directamente le resulta por completo IMPOSIBLE tornar disoluble el matrimonio, ni tornar bueno lo que hasta ayer fuera malo. Ni el Papa ni Jesucristo. Porque el matrimonio es intrínsecamente indisoluble, es que Nuestro Señor así lo revela, y porque Él así lo revela, es que el Magisterio así lo enseña. 

Sí atañe al Papa de turno esmerarse en explicar más y mejor la compleja realidad humana, que está allí desde siempre y que nos fue manifestada por Jesucristo. Y en esto puede fallar también. Pero dejemos de lado por el momento ese margen de error para ubicarnos bien ante el peso específico del Magisterio. Es un ente docente. Ni menos de eso, ni más, claro. 
Como un buen maestro, el Sumo Pontífice está para ayudarnos a comprender lo que Cristo nos ha manifestado acerca de la REALIDAD. Se esmerará en refinar con ingenio y aggiornamento el recurso didáctico; no la certeza de ciencia; y mucho menos aún: la cosa en sí, objeto de tal ciencia. Un Papa ni genera realidad ni genera tan siquiera la Sacra Doctrina (conformada por las Sagradas Escrituras y la Tradición). Lo suyo, su rol, su función, su servicio, es enseñarla. De modo ordinario (con margen de error) o de modo extraordinario (sin margen de error): enseñarla.
Recién entonces cabe habilitar el asunto tan en boga respecto a que los Papas, en el ejercicio de este rol, pueden acertar y pueden desacertar y cuáles son los límites de una y otra posibilidad. Pero eso viene después. Después de entender bien que ni la realidad ni la manifestación de esta realidad está en juego, sino la enseñanza de la manifestación de la realidad. 

Pero hay más (y en los tiempos actuales es mucho más que más lo que atañe a este más): hay que saber que un Papa no sólo no genera Realidad ni genera Revelación, limitando su ministerio a hacer el Magisterio de ambas. Sino que, además de su ministerio petrino con su rol magisterial, tiene una vida propia. Como el maestro rural tiene una vida y el catedrático de Oxford tiene una vida. Y el lustroso oxoniense tiene todo el derecho a opinar sobre el arbitraje del último partido del Tottenham Hotspur. Aunque a los viejos carcamanes del Consejo Académico les pareciera que el profesor no debería emitir opinión alguna fuera de lo estrictamente escolar. Lo mismo vale para el Sumo Pontífice: escandalizarse porque opine sobre San Lorenzo o sobre los osos panda en extinción no está bueno. Lo importante es saber diferenciar bien cuándo está siendo docente desde su cátedra y cuándo no. 

Recapitulando: 
PLANTA BAJA: está la realidad, creada e increada, ahí está. Y allí mismo ya está la norma moral que es idéntica a la realidad sin corrimiento alguno. 
PRIMER PISO: luego está su manifestación: autoelocuente en el caso de la realidad creada, se muestra a la razón natural; y como misterio en el caso de lo increado, se revela a la Fe, por la Escritura y la Tradición.  
SEGUNDO PISO: el aparato docente, que en variadísimos registros se ocupa de transmitir lo que el primer piso le refiere sobre la planta baja.
AZOTEA: nada, el cobertor del edificio; alude en esta parábola a todo aquello que el docente haga y diga por fuera de este específico rol de transmitir lo que el primer piso le refiere sobre la planta baja. 

Esto es un edificio, y es valioso como totalidad y en cada una de sus partes. Aunque, claro está, en el negocio inmobiliario, no todo vale lo mismo (ya lo dijo un griego: soy amigo de la azotea, pero más amigo de la planta baja). No obstante, insisto: cada espacio tiene su nobleza y valor. Lo realmente importante (y acuciante) es saber bien dónde uno está parado y no confundirse de lugar. Pues ha pasado —y por desgracia seguirá pasando—, que más de un distraído, caminando por la azotea, o el balcón del segundo piso, creyéndose al ras del suelo, fue víctima de un suicidio involuntario. 


lunes, 18 de abril de 2016

De cinocéfalos y ángeles

Hace algunos meses tuve una interesante discusión con un querido amigo a raíz de un documental sobre la Edad Media que yo considero como muy bueno, y él considera como muy malo. Y uno de los puntos sobre los que él se apoya para calificarlo de esta manera es que el presentador sostiene insistentemente que los medievales creían en la existencia de hombres con cabeza de perro, lo cual los hace quedar como ignorantes y primitivos en consonancia con las leyendas del oscurantismo medieval.
Es probable que la insistencia sobre el tema sea un poco exagerada pero el hecho histórico comprobable es que, efectivamente, los hombres de la Edad Media -o buena parte de ellos-, creían en los cinocéfalos y, más aún, solían representar a San Cristóbal como uno de ellos.
Pero no me interesa discutir aquí acerca de si, efectivamente, este athelta Christi tenía cabeza de perro o no, si fue bautizado en Antioquía y murió mártir, o si tales personajes no son más que resabios del folclore egipcio. Lo me interesa discutir es lo que yo le respondí a mi amigo: que no me preocupa en absoluto que los medievales creyeran en este tipo de criaturas; es más, me resulta de lo más simpático e interesante y que, enfurecerse porque alguien quiera desprestigiar a la Edad Media por estos motivos, sería un indicador que nos estamos moviendo en sus mismos registros, es decir, estamos pensando como modernos.
Dentro de algunos cientos de años, los científicos de ese futuro incierto se reirán de los hombres del siglo XX que, en su ignorancia, creían que el hombre descendía del mono. Por eso, a mí me resulta mucho más simpático creer en la existencia de gigantes que tiene cabeza de ovejero alemán a creer que mi abuelita tenía un estrecho parentesco con los orangutanes de Kenia. Y, también por eso, me gusta mucho creen que los bosques están poblados de duendes que suelen tener problemas de vecindad con las hadas que revolotean, cuando los adultos están lejos y no pueden verlas, en torno a las flores silvestres. 
Muchos me dirán, riéndose, que hay base científica muy seria para probar nuestra herencia simiésca y que no la hay para probar la existencia de los cinocéfalos. Yo, por mi parte, les respondo que tengo mis dudas acerca de la seriedad de las pruebas científicas del evolucionismo y que no me interesa discutirlo porque, para en este caso concreto, sería poner al hombre de Neanderthal y a los cinocéfalos en un mismo plano cuando, en verdad, ocupa lugares muy diversos: el hombre con cabeza de perro es muy superior al simio en proceso de humanización. Pretender igualarlos significa ubicarnos en el lugar del oficinista de Rimbaud: “Este señor no sabe lo que hace: es un ángel”, dice el poeta. A lo que el funcionario del registro civil responde: “No hay ángeles. Si los hubiera, yo sería el primero en estar informado, y podría darle a usted documentación completa sobre ellos”.
Y vienen al caso aquí las palabras del premio Nobel de Literatura Saint-John Perse: “Cuando se mide el drama de la ciencia moderna que descubre hasta en el absoluto matemático sus límites racionales; cuando se ve, en física, dos grandes doctrinas dominantes plantear la una un principio general de relatividad, la otra un principio cuántico de indeterminación y de incertidumbre, que limita definitivamente la propia exactitud de las medidas físicas; cuando se ha oído al mayor innovador científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna, responsable de la más vasta síntesis intelectual en término de ecuaciones, invocar la intuición en auxilio de la razón y proclamar que ‘la imaginación es el verdadero terreno de germinación científica’, llegando incluso a reclamar para el sabio el beneficio de una verdadera ‘visión artística’, ¿no se tiene derecho a considerar el instrumento poético tan legítimo como el instrumento lógico?”.
Y, la verdad, es que es mucho más poético aceptar la existencia de duendes y gnomos que aceptar la existencia del hombre de Cromagnon. Es limitante y, sobre todo espantosamente moderno, pretender vivir en un mundo de seguridades y evidencias científicas, sabiendo con exactitud los milímetros de la superficie terrestre y el número y especie de los seres que la pueblan. Eso es vivir en un mundo en el que todo está meticulosamente ordenado, lo que equivale a decir, en un mundo totalitario, en el que la ciencia no deja libertad para la imaginación y la poesía. Y esta actitud, muy nuestra, es profundamente moderna. Es sustancialmente la misma en Descartes, Newton, Voltaire, Lenin y Hitler. 
Por eso, la poesía termina siendo la mejor auxiliar de la religión, y un medio privilegiado para atravesar este valle de lágrimas, poblado de los fríos cálculos de los hombres de ciencia y de los pringosos relatos de los amores de Leticia de los hombres religiosos. Es que, como decía Bruckberger -en quien me he basado para redactar estas reflexiones-, no hay religión auténtica sin poesía. Dios es poeta, lo cual no es sino otro modo de decir que es creador. Y si no, lean el Silmarillion de Tolkien y, después, el De musica, de San Agustín. 

sábado, 16 de abril de 2016

Preparando el terreno

El blog Adelante la Fe publicó el documento interno de la FSSPX, que reproduzco a continuación, escrito por el P. Franz Schmidberger, quien fuera el hombre de confianza de Mons. Lefebvre y el primer Superior General de la Fraternidad, sobre la próxima “unión” (y entrecomillo porque considero que nunca estuvo separada) con Roma.


CONSIDERACIONES SOBRE LA IGLESIA Y LA POSICIÓN DE LA FRATERNIDAD SAN PIO X EN ELLA
I. La Iglesia es un misterio. Es el misterio de la presencia de Dios entre nosotros, el Dios salvador, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La conversión requiere nuestra colaboración.
II. La Iglesia es infalible en su naturaleza divina; pero es dirigida por personas, que pueden equivocarse e incluso cometer errores. Hay que distinguir el oficio de la persona. Esta última, permanece una cierta cantidad de tiempo en el oficio y luego sale -ya sea por la muerte u otras circunstancias-, pero el oficio permanece. Hoy el papa Francisco tiene el ministerio papal y la primacía de la autoridad. Dentro de una hora, no sabemos, podría renunciar y otro papa será elegido. Sin embargo, mientras él tenga la Sede Papal, lo reconocemos como tal y rezamos por él.
No decimos que sea un buen papa. Por el contrario, él provoca con sus ideas liberales y su obrar una gran confusión en la Iglesia. Pero cuando Cristo fundó el Papado, vio toda la serie de Papas de toda la historia de la Iglesia, incluso al papa Francisco. Y sin embargo permitió su ascenso al trono papal.
De manera análoga, Nuestro Señor estableció el Sacramento del Altar con su Presencia Real, a pesar de que previó los muchos sacrilegios en el curso de la historia.
III. Monseñor Lefebvre fundó la FSSPX en medio de estos tiempos confusos para la Iglesia. Ella está llamada a dar una nueva generación de sacerdotes para la Iglesia, para preservar el verdadero Sacrificio de la Misa y proclamar la realeza de Jesucristo en toda la sociedad, aún frente a los papas liberales y prelados que han traicionado la fe. Así que necesariamente tuvo que venir un conflicto: en 1975 la Fraternidad fue enviada al exilio. Allí no solo sobrevivió, sino que creció y se ha convertido para muchas personas es un signo de contradicción contra la destrucción de nuestros días.
Esta oposición se volvió clara para el mundo el 30 de junio de 1988 cuando por razones de necesidad, fueron consagrados cuatro obispos por Mons. Lefebvre.
IV. Sin embargo, Mons. Lefebvre siempre tuvo la convicción de buscar una solución canónica para la Fraternidad y no evitó la conversación con las autoridades romanas, que querían que diera marcha atrás. Él continuó sus esfuerzos incluso después de las consagraciones de los obispos, a pesar de que en su realismo tenía poca esperanza de éxito. Él pidió, sirviéndose de argumentos ad hominem, que le permitieran “hacer la experiencia de la Tradición”. Él aceptó completamente el hecho de que la Fraternidad estaba en una situación excepcional y esto no era por culpa suya, sino de sus oponentes. La situación permaneció hasta el año 2000. Desde entonces Roma ha buscado un remedio para la situación, a veces de forma astuta, a veces con intención honesta, dependiendo quien se hiciera cargo del problema por el lado romano.
V. El declive de la Iglesia desde entonces y el simultáneo desarrollo constante de la Fraternidad, trajeron algunos obispos y cardenales que coincidían total o parcialmente, aunque no lo confesaban fácilmente. Roma fue rebajando sus demandas gradualmente y en las propuestas recientes ya no se habla de reconocer el Vaticano II ni la legitimidad del Novus Ordo Missae. Así que parece haber llegado la hora de normalizar la situación de la Fraternidad, y esto por varias razones:
1 Cualquier situación anormal tiende por sí misma a la normalización. Esto está en la naturaleza de las cosas.
2 No debemos perder de vista el peligro de que los fieles y algunos cofrades se acostumbren a la situación anormal y la vean como normal. La oposición aquí y allá contra la participación en el Año Santo, así como la total indiferencia por la asignación de la Jurisdicción ordinaria por el papa Francisco (nosotros siempre apelamos al estado de necesidad y hemos recurrido a la jurisdicción extraordinaria de acuerdo a la ley) está causando un gran revuelo. Si los fieles o los cofrades se sienten cómodos en esta situación de libertad respecto a la dependencia de la jerarquía, entonces esto implica una pérdida gradual del sensus ecclesiae. Nunca debemos argumentar: tenemos la sana doctrina, la verdadera misa, nuestros seminarios, prioratos y nuestros obispos, no nos falta nada.
3 Tenemos simpatizantes y amigos entre los Obispos y Cardenales. A unos u otros les gustaría llamarnos para ayudarlos, nos darían una Iglesia e incluso nos confiarían un seminario. pero en la situación actual, esto es imposible para ellos. Estos Nicodemos esperan con paciencia una solución, además ellos personalmente nos fortalecerían las espaldas. En cualquier caso, caerían muchas barreras que tienen los católicos fieles pero temerosos.  En los medios de comunicación y en todas partes nos dicen cismáticos o renegados o separados de la Iglesia, nos desharíamos de esto.
4 En los próximos años, necesitaremos urgentemente nuevos obispos. Ciertamente es posible consagrarlos sin mandato pontifical en caso de emergencia, pero si es posible consagrar obispos con el permiso de Roma, se debe pedir el permiso.
5 Los modernistas, los liberales y los otros enemigos de la Iglesia están muy preocupados en lo que concierne a la solución canónica para la Fraternidad. El discernimiento de los espíritus a este respecto, ¿no nos sugiere cuál es el correcto y mejor camino?
6 ¿Cómo la Iglesia superará esta crisis? Uno ve que en el presente estado de cosas no hay ni un destello de esperanza. En contraste, el acto oficial de reconocimiento de la Fraternidad desencadenaría una saludable agitación dentro de la Iglesia. Los buenos serían alentados, los malos sufrirían una derrota
VI. Respuesta a algunas objeciones:
1) ¿Cómo podemos aspirar a un reconocimiento por el papa Francisco?
Respuesta: Ya nos hemos referido anteriormente a la necesaria distinción entre el oficio y el titular del oficio. No hay duda que el papa actual ejerce su papel establecido por Dios. Pero todos debemos tener en mente lo que realmente fue el concilio y las consecuencias que trajo a la Iglesia: confusión, la dictadura del relativismo, lo pastoral por encima de la doctrina, amistad con los enemigos de Dios y los enemigos de la Cristiandad. Pero precisamente este es uno de los errores del concilio, el separar los efectos de la causa. Algunos se aficionaron mucho a la persona de Benedicto XVI, en lugar de poner el Oficio Papal en primer lugar y el titular en segundo lugar, y su renuncia fue como una ducha de agua fría. ¡No debemos cometer el mismo error de aficionarnos demasiado a la persona en lugar de la institución divina!
Tal vez sólo el papa Francisco sea capaz de dar este paso, por imprevisibilidad e improvisación. Los medios de comunicación tal vez lo perdonarán por haber dado este paso, pero nunca se lo hubieran perdonado a Benedicto.
En su autoritario, por no decir estilo tiránico de gobierno, él sería capaz de implementar esta medida incluso para la Resistencia.
2) ¿Pero ¿qué dirá la gente de la Resistencia?
Respuesta: No podemos orientar nuestras acciones por personas que obviamente ha perdido el sentido de Iglesia y el amor a la Iglesia en su forma concreta. Mientras tanto, ellos están peleándose entre sí.
3) En el futuro tendremos que guardar silencio sobre todos los errores actuales.
Respuesta: No guardaremos silencio, sino que señalaremos los errores por su nombre. Antes como después de la normalización. Queremos regresar del “exilio” en el cual estamos actualmente.
4) La reputación del papa Francisco entre los católicos es tan mala, que un reconocimiento por su parte dañaría la Fraternidad más que beneficiarla.
Respuesta: Ya en el principio hicimos la diferenciación entre el oficio y la persona. Si Francisco es papa -que lo es- entonces él también tiene el primado de jurisdicción sobre la iglesia. Independientemente de si la usa para la utilidad de la Iglesia o no. Nosotros debemos seguir la vía de utilidad para la Iglesia; no orientemos nuestras acciones por la voluntad humana y Dios nos bendecirá.
5) Pero esta integración de la Fraternidad en el sistema conciliar le costará su perfil, tal vez incluso su identidad.
Respuesta: Todo depende de qué tan firmes somos y quién convierte a quién. Si actuamos fuertemente, basados en la gracia de Dios, entonces nuestra situación puede ser una bendición para toda la Iglesia. ¿Dónde más podría estar la Fraternidad para que pueda realizar tal conversión? Por supuesto que no debemos contar en nuestras propias habilidades y poderes, sino en la ayuda de Dios. Pensemos en la lucha entre David y Goliat. Para esto hagamos una analogía: como cristianos nos encontramos en un mundo impío y corrupto, y necesitamos probarnos a nosotros mismos aquí. El peligro de contagio es grande; pero podemos y debemos escapar de éste con la gracia de Dios.
Una cosa es clara: Una nueva situación no facilitará nuestra posición así como así, sino que la complicará, pero sin embargo la hará fructificar más.
6) Todas las Congregaciones que se sujetaron a Roma se adaptaron al sistema conciliar o incluso perecieron.
Respuesta: Nuestra posición inicial no es la misma: En nuestro caso es Roma quien presiona por una solución y se acercó a nosotros. En otros casos, estas Fraternidades son las solicitantes, frecuentemente fueron a Roma con culpabilidad.
Además, ninguna de ellas tiene obispos, fuera de la Administración Apostólica Santo Cura de Ars de la diócesis de Campos en Brasil, donde el obispo Rifán está dispuesto a hacer cualquier compromiso.
Desde luego que se requiere una sólida protección por una estructura eclesial apropiada. Esto parece estar garantizado por la Prelatura Personal. Tal estructura no ha sido ofrecida a otra congregación. Finalmente, la objeción planteada ha sido verdadera solo en parte, con algunas excepciones en la región de habla alemana. Sin embargo, la insurgencia ha sido la vida de la FSSPX.
VII. Conclusión
Si Dios quiere ayudar a su Iglesia efectivamente, Él tiene muchos medios. Uno de ellos es el reconocimiento de la FSSPX por las autoridades romanas. ¿No está consagrada la Fraternidad a la Santísima Virgen, que protegerá y guiará su obra en esta nueva situación? Dignare me laudare te, Virgo sacrata; da mihi virtutem contra hostes tuos – Concédeme alabarte, Virgen Sagrada; dame fuerza contra tus enemigos.
Zaitzkofen, 19 de febrero, 2016
Padre Franz Schmidberger
Rector



Lecturas francisisquitas para el fin de semana:
  1. Acaba de aparecer un libro sobre los tres años del pontificado bergogliano. Desde aquí pueden bajar un extracto y, los interesados, consultar en su editorial.
  2. El Dr. Antonio Caponnetto, con su pluma acostumbrada, escribió una interesante reflexión sobre Los amores de Leticia. Pueden bajarla desde aquí

jueves, 14 de abril de 2016

El tema del joven tyranos en la tragedia griega

El tópico del joven tyranos -palabra originalmente sin la connotación despectiva hodierna- en la tragedia exige una aclaración preliminar: no se trata exclusivamente de un análisis sobre el ejercicio de poder por parte de un joven, desbordado por las pasiones y propenso al exceso (hybris). Puede serlo, pero es más que eso: el joven tyranos, cualquiera sea su edad, es aquel que ejerce un poder joven, un nuevo poder sobre un antiguo sujeto: la polis, en nombre de la justicia y de la razón. Las líneas maestras de la tragedia parten del nudo principal: el desconocimiento de la materia "animal" sobre la que se ejerce el poder, y por lo tanto los límites de ese poder, lo que lleva a una confrontación trágica entre el tyranos y la resistencia de la polis. El tyranos tiene la razón, pero no tiene la razón de la polis. Posee el conocimiento, pero no la sabiduría, que importa descender a lo concreto, a lo emotivo y valorativo y asumirlo.
Júpiter, entronizado como padre de los dioses luego de mutilar a Cronos, comienza su reinado reprimiendo duramente a Prometeo, filántropo, es decir, amante de los hombres, con un castigo durísimo. La resistencia del héroe amenaza con conmover a los dioses, disgustar a los hombres y desquiciar el orden universal, porque la justicia implacable deviene injusticia suprema. De modo análogo, Creonte, tyrano de Tebas, niega a Antígona sepultar a su hermano, contrariando, en nombre de la inflexible ley contra los traidores, las leyes consuetudinarias de la polis. Pero la imposición de la ley sin la aquiescencia de los súbditos ingresa en una dinámica de escalada retaliadora que sólo trae pérdida para ambos: Antígona muere y Creonte advierte su ruina, Orestes es perseguido por las furias, Hércules enloquece, Edipo se ciega y su madre se suicida. El enfrentamiento trágico finalmente decanta en la reflexión del tyranos y su conversión en tyranos maduro. Dirá Aristóteles: del manejo despótico se pasa al manejo político. El poder desciende de la cabeza al corazón, sin abandonar la cabeza.
El joven tyranos suele advenir al mando de la polis, frecuentemente desde un distanciamiento físico; como Edipo, criado por pastores, o Hércules, por centauros. La tragedia se funda en esa distancia y por ende en el mutuo desconocimiento: en vez de fundirse con la historia y el destino de la ciudad, el tyranos la gobierna en cierto modo desde afuera, manteniendo la distancia crítica con sus leyes internas y sus costumbres, no siempre racionales y frecuentemente banales a los ojos de los extranjeros. Esa cuña entre institución y tyranos produce la catástrofe, encarnada en los sufrimientos de los súbditos y la amenaza a la hegemonía del gobernante, jaqueado por la ingobernabilidad, como le ocurre a Orestes tras matar a su madre. El orden sólo se restablece cuando el tyranos, tras la constatación de la realidad y "dureza" de la materia regida con su estructura sociológica y herencia histórica, carga sobre sus hombros la institución y establece un pacto, un contrato social renovado enraizado en los valores sempiternos de la polis. Notemos que la figura del rey David, en el ámbito de la Biblia, recrea este mismo devenir trágico, de rey joven, omnipotente y despótico a monarca maduro y equilibrado, a través de la catástrofe de Betsabé y el profeta (2 Lib. Samuel, 11).
La Gestalt del joven tyranos envuelve, no obstante, una visión esperanzadora. Se contrapone con el tyranos antiguo, cuyas potencialidades existenciales y relacionales han declinado: Cronos, decadente, comiendo a sus hijos como signo de la extinción de la energía vital, endogámico, finalmente castrado; Agamenón, de vuelta de una tremenda guerra decenal que ha desgastado sus fuerzas psíquicas y morales ya no puede ofrecer nada a la polis y muere en un trivial asesinato de alcoba. La excepción es Ulises, pero no debemos olvidar que ha convivido con los dioses, dormido con diosas y  mantenido su ávido deseo de conocimientos. Regresa a Itaca renovado, casi irreconocible; en, en cierto modo, un joven tyranos. 
El liderazgo surge con la fuerza de la Institución que entrega el testimonio de la Historia al tyranos. Solo entonces la renovación y la reforma es legitimada por la comunidad, y la energía social fluye. Para eso, el tyranos maduro, como héroe trágico, tras la experiencia de prueba y la reflexión, adopta, coopta y absorbe creativamente la historia y los valores de la polis, y los transforma en cauces de acción para el futuro. Pero la asunción de la Institución debe ser íntegra: las llaves de la Ciudad no se entregan a los conquistadores de paso. La polis exige al tyranos que tenga su misma edad, que asuma toda su vivencia y el núcleo de sus valores. Esto no es suficiente para ser un buen gobernante, pero es condición necesaria.
Para citar a un moderno, Napoleon Bonaparte, "desde Clodoveo hasta la Convención, me hago cargo de todo”.

Ludovicus

lunes, 11 de abril de 2016

Reflexiones sobre los amores de Leticia

Algunas reflexiones ulteriores sobre la exhalación apostólica de Bergoglio:
1. Se trata de un documento berreta, tan berreta como su autor y como su pontificado, que será leída con vergüenza por los cristianos de las próximas generaciones, si es que hay próximas generaciones. Bien podrìa haber sido titulado Los amores de Leticia, o Directo al corazón, o cualquier otro título que lo ubicara en su lugar: el anaquel donde descansan las novelas de Corín Tellado.
Un documento que advierte sobre la gravedad de que uno de los cónyuges se quede dormido esperando al otro que está entretenido jugando a la Play Station, no puede ser serio. Y tampoco puede serlo el que aconseja a los padres no preocuparse tanto por dónde están sus hijos -aunque se estén drogando o refocilándose con sus amiguitos- puesto que la ubicación espacial no tiene importancia, ya que lo que de veras importa es preocuparse por su ubicación existencial. 
Pamplinas, volutas de papel, espuma... es decir, nada.
2. Se trata de un documento que no cambia la doctrina de la Iglesia. A lo sumo, pone por escrito, y de un modo muy elíptico y sinuoso, lo que es práctica común en las iglesias católicas de la mayor parte de los países del mundo desde hace décadas, es decir, que los recasados son admitidos a la comunión sacramental bajo ciertas condiciones. Si Bergoglio hubiese querido cambiar la doctrina de la Iglesia o, incluso, su disciplina, habría promulgado un motu proprio, como hizo cuando determinó la agilización de los procesos de nulidad matrimonial. Pero a Bergoglio no le interesa cambiar la doctrina católica porque no le interesa la doctrina. “Esas son cosas de los teólogos”, suele decir. Es por eso que redactó un documento vidrioso en el que cada cual lee lo que quiere leer. 
3. Si Bergoglio hubiese querido cambiar la doctrina en serio, no habría hecho lo que hizo. Convocó a un sínodo en dos etapas, mandó a Kasper a revelar meses antes de la apertura cuál era el plan de los progres, lo cual dio todo el tiempo del mundo a los conservadores para preparar su estrategia, fue y volvió, embrolló y terminó en nada. Si su intención hubiese sido un real y profundo cambio de doctrina, habría convocado a un sínodo breve,  de pocos días; habría mantenido en secreto los planes propuestos por Kasper y sus aliados y, de esa manera, habría desayunado a todos los padres sinodales que, sin estrategia previa, habrían sido conducidos casi sin darse cuenta a firmar un documento herético, admitiendo no sólo la comunión sino también las bondades de las relaciones homosexuales. 
Y para percatarse de los principios básicos de esta estrategia no hace falta ser el barón von Clausewitz. Basta ser la directora de una escuela primaria que convoca a una reunión de padres.
4. Si la doctrina de la Iglesia puede ser cambiada por un documento de esta calidad, o si, como algunos se alarman, la Iglesia misma puede ser demolida por una nota a pie de página un documento de quinta categoría, significa que estamos mucho peor de lo que pensábamos. Dos mil años de historia y de desarrollo teológico no pueden ser arrasados por la nota al pie que escribe un Papa arrabalero.
5. A pesar de todo eso, se trata de un documento nocivo. Hará daño como hace daño todo lo que toca Francisco. Todos los medios de comunicación ya han anunciado que los recasados pueden comulgar. Uno de los que tiene mayor influencia a nivel global, Foreign Policy, lleva en su portada de esta semana: “El dictador del Vaticano”, y dice el epígrafe: “El Papa Francisco, de un modo rudo, está transformando a la Iglesia en liberal”. Es decir, ven los hechos y aún sin leer el documento, como el mismo periodista confiesa, ya sentenciaron que la doctrina cambió y que la Iglesia está cambiando. Y esto lo sabe muy bien Bergoglio: nadie lee documentos y nadie entra en discusiones teológicas. Lo que se lee y por lo que se obra es por lo que dicen los titulares de los diarios y de los noticieros. Sus merengues y sus notas al pie no cambian la doctrina católica sino que venden titulares a la prensa. Y eso es lo que quiere: su propia exaltación. 
6. No tiene sentido alguno pretender sacar conclusiones teológicas de este engendro bergogliano. Sería lo mismo que convocaran a Plinio, Herodoto y Flavio Josefo para discutir una afirmación de Felipe Pigna, o reunir a Shakespeare, Cervantes y Proust para analizar "Flores robadas en los jardines de Quilmes", de Jorge Asís. Por eso mismo, 
7. Algo bueno tiene el documento: destruye cualquier pretensión ultramontana de seguir insistiendo con el Magisterio. Este panfleto es el signo más claro que el tal magisterio no existe, y nunca existió, porque no sé dónde queda el magisterio cuando entre sus fuentes se cuentan a Benedetti y a Martin Luther King. Como hemos comentado varias veces en este blog, el papa tiene una función de tribunal de última apelación en la interpretación de la Revelación. No es su función estar hablando todos los días y lanzando exhalaciones y encíclicas todos los años. Y si lo hace, a no preocuparse y a seguir creyendo lo que creyeron los santos. 

sábado, 9 de abril de 2016

Y al final de camino, nada

Como San Juan de la Cruz que, cuando alcanzó la cima del Monte Carmelo se encontró con NADA, así también nosotros después de terminar al largo “camino sinodal”, como le gusta decir al papa Francisco, nos encontramos como nada.
Ayer leí la exhortación apostólica Amoris letitia, de cabo a rabo y la verdad es que, tal como varias veces dijimos en este blog, es más de los mismo, dicho en lenguaje bergogliano que, debemos reconocer, es el único que entiende el hombre contemporáneo, aunque ese hombre no vaya a leer jamás semejante mamotreto.
Se trata de un larguísimo documento, escrito a varias manos. Esto es más que evidente. En el capítulo IV se hace un interesante análisis del famoso himno paulino del amor, con abundantes recursos al texto griego y correspondencias con el Antiguo Testamento. Eso, por cierto, no pertenece al pontífice argentino que escasamente domina el cocoliche porteño. Las múltiples intervenciones de su pluma son fácilmente reconocibles. Por ejemplo, el alto contenido teológico que aparece en esta expresión: “[el cónyuge] Es el compañero en el camino de la vida con quien se pueden enfrentar las dificultades y disfrutar las cosas lindas”. (163). O en esta otra: “Sabemos que a veces estos recursos alejan en lugar de acercar, como cuando en la hora de la comida cada uno está concentrado en su teléfono móvil, o como cuando uno de los cónyuges se queda dormido esperando al otro, que pasa horas entretenido con algún dispositivo electrónico” (278).
La vena poética del pontífice que se manifiesta en la inclusión de un poema de Benedetti: «Tus manos son mi caricia / mis acordes cotidianos / te quiero porque tus manos / trabajan por la justicia. / Si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos». (181). Para los argentinos, esta poesía nos resuena como la canción ícono del destape homosexual de los ’80, interpretada por Sandra Miahanovich, lesbiana pública.  Y Tulio quedaría deslumbrado ante este construcción retórica: “El problema es que el deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean las dificultades para adelante” (209).
Si vamos al fondo de la cuestión y nos escapamos de la trampa de los titulares periodísticos, el documento pontificio tiene varios aspectos positivos que, más allá de mis críticas a su autor, es importante destacar.
1. Es muy claro acerca de algunos temas a los que podría haber evitado o hacerse el distraído. Vemos algunos casos. Refiriéndose a la a la teoría del género y la pretensión de imponerla en todos los ámbitos, dice: “Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes (56).
O bien, tal como han proclamado los medios de difusión, se pronuncia a favor de la educación sexual de los niños, pero lo hace muy bien: “282. Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto. Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiuran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a otros. 283. […] Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio”.
Y es muy claro acerca del famoso “matrimonio homosexual”: “Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden equipararse sin más al matrimonio”. (52)
2. En varias partes del documento insiste sobre un aspecto que considero muy valioso y que es olvidado por todos, tanto tradis como progres. Dice: “Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional (72)”. Muchos dirán: “Ya sabíamos que el matrimonio es una vocación”. Sí, pero lo entendíamos siempre como opción a la vocación a la vida consagrada. Lo que el Papa dice aquí es que, porque el matrimonio es una vocación, es un camino de vida propia de los cristianos, y de los cristianos comprometidos. “132. Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente”. “Tenemos que reconocer como un gran valor que se comprenda que el matrimonio es una cuestión de amor, que sólo pueden casarse los que se eligen libremente y se aman” (217). ¿Qué es lo que yo entiendo de estas afirmaciones? Que si alguien no toma al matrimonio en estos términos y está dispuesto a aceptar todos los compromisos que supone, mejor que no se cases. Que se vaya a vivir con tu novia, y después verá.
“¡Pero cómo, dirán algunos, van a vivir en pecado!” Sí, van a vivir en pecado de fornicación, y seguramente falten también al tercer mandamiento porque no irán a misa los domingos, y al noveno, y a varios más. No será el único pecado con el que vivirán. Pero si se casan, sin haber aceptado libremente la vocación cristiana al matrimonio, lo más probable es que en tres años comiencen a vivir en adulterio y comiencen a sumar fracaso tras fracaso, y pecado tras pecado.
Dicho en otros términos: los sacerdotes deberían ser mucho más restrictivos a la hora de admitir a una pareja al matrimonio. Convengamos que la mayoría de los matrimonios que se celebran actualmente son matrimonios nulos, y esto lo puede decir cualquier canonista serio.
3. Lo que todos esperaban es que el papa admitiera públicamente a los divorciados y recasados al sacramento de la eucaristía. Por supuesto, eso no ocurrió. Y se expresa con claridad acerca del divorcio. “Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia”. (298). O bien: “Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad”. (297).
Hace un guiño al mundo, jugando con el término “excomulgar”, que la mayoría entiende erróneamente como separados de la comunión eucarística, cuando repite que “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas » y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial”. (243) Eso ya lo sabemos, y no aporta nada nuevo.
He encontrado solamente tres párrafos que habilitarán, seguramente, la manga ancha de muchos curas y obispos en el tratamiento de los recasados:
1. “Hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular » viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. (301). El principio es correcto. Hay muchos casos que objetivamente son irregulares pero que, subjetivamente, la persona, acompañada y aconsejada por un buen y sabio sacerdote, puede tener la certeza moral de estar en gracia de Dios. Como dice el Papa, esta es doctrina de la Iglesia y ha sido suficientemente estudiada y fundamentada por los teólogos. Lo que no me suena bien es ese “ya”, como si antes sí se podría haber hecho esa afirmación y ahora, fruto de alguna desconocida evolución en el dogma, ya no.
2. Dice el documento: “Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino (Summa theologiae I-II, 94, 4), y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay […] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos […] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación ». (305)
El Aquinate habla en ese artículo de las posibilidades de conocimiento que tiene tanto la razón especulativa como la razón práctica de la ley natural. El problema es que no sé (y pido si algún lector sabe verdaderamente, lo aclare) si el principio tomista puede ser aplicado al caso. Al estar hablando de la ley natural, es claro que un indígena de la Polinesia, aunque pueda atisbar que la norma general indica la monogamia, su acto particular sea indeterminado, y tenga tres mujeres. Pero no me parece que eso pueda aplicarse a un bautizado que debe conocer muy bien su catecismo y la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio cuando se casa. No me parece que haya aquí posibilidades de “indeterminación” del acto particular, sino más bien de “imperfección” la que, en lenguaje católico, se llama “pecado”, y en este caso concreto “adulterio”, y los adúlteros no pueden comulgar. Me suena entonces, y los especialistas deberán aclararlo, que la referencia a Santo Tomás es tramposa.
3. “El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios”. (305). Una vez más, no está mal lo que dice, pero es darle una navaja a un mono, o a un cura, que suele ser lo mismo. Porque el Evangelio nos dice claramente que todo es blanco o negro: “El que no junta conmigo, desparrama; el que no está conmigo, está contra mí”. No se puede juntar un poquito y desparramar otro poco: o se junta, o se desparrama. Y si, en algún momento se desparramó, hay que confesarse y prometer no volver a desparramar. Esta es la doctrina evangélica y la doctrina de la Iglesia.

Conclusiones:
1. El documento es de mala línea y completamente prescindible. Redactado en el espumoso lenguaje que maneja el Papa Francisco, pasará sin pena ni gloria a los anales de la Iglesia. Pero tampoco podrá ser considerado un documento progresista. Afirma, a su modo la doctrina de la Iglesia, y las innovaciones, si existen, no son más que acentuaciones de las morigeraciones que siempre existieron.
2. ¿Qué efectos tendrá el documento? Ninguno. Se seguirá haciendo lo que se hace desde hace décadas: admitir a los divorciados y recasados a la eucaristía. Les pido a los lectores del blog que levante la mano el que conozca algún cura que le haya negado la comunión a un fiel que vive en adulterio. Difícilmente encontremos algunos. Y el que lo hiciera, al día siguiente aparecería en todos los diarios y sería reprendido por su obispo. Todo seguirá como estaba, y Bergoglio se llevará la palma del misericordioso e innovador, y los aplausos del mundo.
3. Finalmente, el documento deja a varios pagando y a otros desencantados. Quedaron pagando Elizabetta Piqué y el cardenal Kasper, por ejemplo. La primera, a duras penas puede rescatar algunas frases que llevan agua para su molino. El segundo, no sabrá dónde meterse luego de haber afirmado, hace dos semanas, que la exhortación apostólica cambiaría 1700 años de historia de la Iglesia. Sucedió exactamente lo contrario.
Y deja también a varios desencantados. Por ejemplo, a las decenas de comentaristas de este blog que se frotaban las manos esperando un documento hereje y rupturista que provocara un cisma y muchos descalabros más. Nada de eso.

Es teología barata, con un poco de Bucay, otro de Pilar Sordo y adiciones de libros de autoayuda que le sopló el Tucho. Nada más que eso. Es Bergoglio en estado puro.