sábado, 30 de abril de 2022

Por una libertad católica… en la Iglesia católica

 


por el P. Claude Barthe



El actual pontificado, con su hinchazón, bien puede constituir, si no la fase terminal de la era post-Vaticano II, al menos la proximidad de su fin. Siempre y cuando haya hombres de la Iglesia que tengan la determinación necesaria para dar vuelta la página.

No cabe duda de que hoy nos encontramos en un ambiente de pre-cónclave. [1] Esto no significa que los cardenales electores tengan que reunirse mañana en la Capilla Sixtina. Pero cuando llegue el día en que se reúnan las Congregaciones Generales preparatorias, podemos esperar que se haga una evaluación sincera, que abra el camino a un valiente examen de conciencia. En su defecto, podemos esperar que se adopte una especie de realismo escénico, en virtud del cual se deje vivir y desarrollar a las fuerzas católicas que aún existen.


El contexto pesimista

Ya hemos tenido ocasión de constatar que entre los más altos prelados, no sólo los del ala conservadora, sino también una parte de la de los diversos movimientos progresistas, existe ahora una conciencia muy viva y pesimista de la secularización, considerada como fatal. La situación de la Iglesia, especialmente en Occidente, revela una reducción tal del número de fieles y de sacerdotes que se está volviendo casi invisible en algunos países. Esto ha ocasionado que se den cuenta de que todas las soluciones intentadas desde el Concilio han fracasado una tras otra: reformas a ultranza con el Papa Montini, intentos de “restauración” con Juan Pablo II y Benedicto XVI, reactivación de un conciliarismo desenfrenado con Francisco. Es fácil ver que el ecumenismo y el diálogo interreligioso del Vaticano II han contribuido a la devaluación de la misión. Sin embargo, nadie se atreve a decir abiertamente que las orientaciones de ese concilio que saltó todas las normas — a-normativo — tienen una gran parte de culpa en la catástrofe que vemos hoy. Es cierto que sólo los más ideologizados de los bergoglianos, como los jesuitas que trabajan actualmente en la preparación del Sínodo de los Sínodos, consideran que hay que ir más allá y que, además, la secularización es una “oportunidad”.

Muchos altos prelados están hoy desestabilizados por las palabras de mando contra el “clericalismo”, palabras de mando que son devastadoras para las vocaciones que quedan y que van seguidas de visitas canónicas, luego de sanciones contra las comunidades “clericales”, seminarios, diócesis, que pueden tener debilidades, pero que siguen beneficiándose de un cierto reclutamiento. También están muy perturbados por las delirantes propuestas del Camino Sinodal Alemán, con la que la asamblea del Sínodo Romano sobre la sinodalidad probablemente se comprometerá en un mecanismo probado de negociación-capitulación, haciendo propuestas que no alcanzan las propuestas alemanas pero que tendrán el valor de facto de un cheque en blanco y de no condena.

Por ello, no es difícil prever que, cuando se reúnan las Congregaciones Generales, dominen las críticas abiertas o tenues al caos actual, incluso entre los prelados progresistas: un gobierno extremadamente autoritario y escasamente sinodal, decisiones zigzagueantes, una reforma ilegible de la Curia, un fracaso estrepitoso de la diplomacia con China y una situación financiera especialmente preocupante (véanse los detalles bien informados del memorándum citado en la nota 1). En cuanto a la crítica doctrinal de los conservadores, será escuchada no sólo en lo que respecta al hiato entre la enseñanza bergogliana y la anterior (no la anterior al Concilio, sino la de los anteriores papas postconciliares): Amoris letitia que contradice a Familiaris consortio, Traditionis custodes que reescribe Summorum Pontificum, pero también sobre la síntesis teológica de las exhortaciones y encíclicas del pontificado.


¿Las fuerzas que actúan?

Todo el mundo constata que el Colegio Cardenalicio ha sido renovado en gran parte durante este pontificado con un número récord de creaciones y que se ha impedido a sus miembros reunirse, discutir y opinar libremente en los consistorios. Las predicciones sobre el peso de las tendencias en el Sacro Colegio son, por tanto, más inciertas que nunca, incluso si se asume que la mayoría es claramente progresista. Es probable que los nombramientos en el próximo consistorio traten de inclinar la balanza aún más en esta dirección.

Pero, ¿quién saldrá de esa tendencia? ¿A favor de quién votarán finalmente los cardenales Parolin, Marx y Becciu? El cardenal Tagle, de 66 años, Prefecto de Propaganda, que se ha beneficiado del apoyo inquebrantable de los jesuitas, parece demasiado cercano a Francisco y no muestra mucha profundidad teológica. El punto débil del cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, además de ser muy joven (63 años), es que es jesuita. Sandro Magister, que actualmente redobla su actividad, le ha llamado “Francisco-bis”[2], un término amargo en el contexto actual. De hecho, sus posibilidades, si es que las tiene, residen en el tipo de moderación algo ingenua con la que modera su heterodoxia: está a favor de los sacerdotes casados, pero “a largo plazo”; no está a favor de las mujeres sacerdotes, pero les confiaría gustosamente cargos de autoridad y la homilía en las celebraciones; cree que “las posiciones de la Iglesia sobre la pecaminosidad de las relaciones homosexuales son erróneas”, mientras rechaza las bendiciones de los “matrimonios” homosexuales, no tiene ningún problema con que los protestantes se acerquen a comulgar en la misa, pero se horrorizó cuando asistió a una Cena Protestante y vio que después se tiraba el pan y el vino porque cree en la Presencia Real (¿entre los protestantes?).

En el lado conservador, parece bastante improbable, al menos en esta fase, que un candidato (Robert Sarah, o con una base más amplia Peter Erdö, de 69 años, arzobispo de Budapest), pueda reunir 2/3 de los votos. Pero la contribución conservadora será necesaria para la elección de un candidato transaccional, de la izquierda liberal, que necesariamente tendrá que escuchar sus deseos. Podemos mencionar, pero sólo para dar una especie de esbozo de un candidato realista y tranquilizador, a Jean-Pierre Ricard, antiguo arzobispo de Burdeos, de 77 años, de un redondo progresismo liberal. Tal y como están las cosas, Matteo Zuppi, de 66 años, arzobispo de Bolonia, apoyado por el muy poderoso grupo de presión de Sant'Egidio, cumpliría las condiciones. ¿Podría haber otros?


Por una libertad católica... en la Iglesia católica

En el siglo XIX se produjo la siguiente situación paradójica en el sistema político francés: los más firmes partidarios de la Restauración monárquica, enemigos en principio de las libertades modernas que trajo la Revolución, abogaban sin embargo constantemente por la libertad. En definitiva, exigieron, no sin riesgo, que se les dejara espacio para vivir y expresarse: libertad de prensa, libertad de enseñanza (pero no aprovecharon las oportunidades que este espacio les brindaba para dar un giro al orden de las cosas).

En igualdad de condiciones está el sistema eclesial del siglo XXI... Desde el punto de vista católico, la perspectiva que hay que perseguir es, a la larga, la de una “restauración” más profunda que la buscada por Joseph Ratzinger/Benedicto XVI: un retorno, para reactivar una misión activa, a un magisterio de plena autoridad, separando en nombre de Cristo lo verdadero de lo falso en todas las cuestiones controvertidas de moral familiar, ecumenismo, etc. Porque es devastador para la visibilidad de la Iglesia que ya no sepamos dónde está el exterior y dónde el interior de una Iglesia minada por un cisma latente, o más bien sumergida por una especie de neocatolicismo sin dogma.

Pero, de forma más inmediata, parece que lo único que se puede conseguir es que se afloje el despotismo ideológico —no sólo el conciliar del actual pontificado— sino el más profundo que pesa sobre la Iglesia desde que se le impuso una forma blanda de creer y rezar. Es un despotismo que hace que, en nombre de la “comunión”, haya que someterse más o menos a un Concilio y a una reforma litúrgica que se plantean una especie de nuevas Tablas de la Ley.

El camino a seguir sería que un pontificado de transición diera plena libertad a todas las fuerzas vivas de la Iglesia. Si observamos el panorama francés, que puede servir de analogía para el análisis en toda la Iglesia, el catolicismo que hoy “funciona”, es decir, que llena las iglesias de fieles, sobre todo de jóvenes, de familias numerosas, que produce vocaciones sacerdotales y religiosas, que provoca conversiones, se puede resumir en dos grandes áreas. Por un lado, está lo que podría llamarse el nuevo conservadurismo, con la comunidad del Emmanuel, la comunidad de Saint-Martin (100 seminaristas en la actualidad, es decir, más que todos los seminarios diocesanos franceses juntos), la Comunidad de San Juan y los florecientes monasterios de religiosos y religiosas contemplativos. En otras partes del mundo, habrá comunidades religiosas, diócesis vigorosas, algunos seminarios. Y por otro lado, el mundo tradicionalista, con sus dos componentes, uno “oficial” y otro lefebvrista, sus lugares de culto (unos 450 en Francia), sus escuelas, sus seminarios (en 2020, el 15% de los sacerdotes franceses ordenados pertenecían a comunidades tradicionales). Se objetará que un “laissez faire, laisser passer”, aunque sea a favor de lo que produce los frutos de la misión, también está lleno de riesgos de deriva. Por lo tanto, sólo es deseable mientras permanezcamos en zonas magistrales grises e inciertas.

Sin embargo, todos son conscientes, ya sea porque lo desean o porque lo temen (cf. las motivaciones de Traditionis custodes), de que es en el mundo tradicional, por su peso simbólico, donde esta plena libertad para vivir y crecer puede dar más posibilidades de ayudar a los prelados que se decidan a “dar la vuelta a la tortilla”.


Fuente: Res Novae - Perspectives Romaine 



[1] Ver el memorandum publicado por Sandro Magister: http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2022/03/15/entre-los-cardenales-circula-un-memorando-sobre-el-proximo-conclave-aqui-esta/

[2] Si el cónclave quiere otro Francisco, aquí está el programa: http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2022/02/10/si-el-conclave-quiere-un-segundo-francisco-aqui-esta-el-nombre-y-el-programa/

sábado, 23 de abril de 2022

El Papa Francisco y la liturgia, una vez más

 


El archivo de este blog es testigo que, desde el momento mismo de su elección, hemos sido duros críticos del Papa Francisco. Sin embargo, y a diferencia de otros sitios similares, hemos sostenido que en la cuestión de la liturgia tradicional, tan cara para todos nosotros, el Santo Padre ha adoptado una actitud de prescindencia y que, cuando se ha visto obligado a actuar, como en el caso de Traditiones custodes, no ha hecho más que seguir la corriente progresista encabezada por Mons. Roche, pero por la que él no guarda especial afecto, como tampoco lo guarda por la misa tradicional. De hecho, no guarda afecto ni interés por la liturgia en general porque es un jesuita de tomo y lomo, y como buen hijo de San Ignacio, se dedica a las cosas importantes, dejando de lado las fruslerías y miriñaques de las ceremonias litúrgicas.

La semana pasada un nuevo hecho apoya mi hipótesis. Durante la visita que le realizó la cúpula del episcopado francés, Francisco recordó “enérgicamente que el decreto que exime a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP) de las disposiciones del Motu Proprio fue suyo”. Esto viene a cuento porque —se comenta en los pasillos vaticanos—, la permisión otorgada en febrero a la FSSP, y que de hecho se extiende a todos los institutos Ecclesia Dei, cayó muy mal en la Congregación de Culto porque echa por tierra buena parte de Traditiones custodes y menoscaba su fundamento teológico. Desde ese dicasterio, o personajes cercanos al mismo, se habrían dedicado a propagar la especie de que en realidad ese permiso no era muy claro y se dirigía sólo a una grupo muy concreto de la FSSP. Lo expresado a los obispos franceses por el Sumo Pontífice no deja lugar a dudas. 

Sin embargo, hace pocas semanas sucedió otro hecho que pasó prácticamente desapercibido y que es igualmente significativo para la hipótesis que estamos sosteniendo, y tiene como protagonistas a los católicos del rito sirio-malabar. Esta iglesia —la sirio-malabar—, es de origen apostólico pues fue fundada por el apóstol Santo Tomás en la India. Estableció vínculos con la iglesia caldea y por eso adoptó el rito propio de los persas, el rito siríaco, celebrando la liturgia en lengua siríaca y mayalalam. Luego de la llegada de los portugueses a Goa, los sirios-malabares restablecieron las relaciones con Roma y, como era previsible, su liturgia comenzó a adoptar elementos propios del rito romano. Esta contaminación se ha producido lamentablemente también en otros ritos orientales, como el maronita. 

Los papas Pío XI y, sobre todo, Pío XII impulsaron una reforma litúrgica a fin de que el rito volviera a su forma original, despojándose de las adherencias latinas. Y ha sido un proceso largo, complejo y conflictivo. La reforma culminó durante el pontificado de Juan Pablo II, y la Santa Misa en rito sirio-malabar, o Santa Qurbana, fue restaurada a su forma original. Sin embargo, surgió un problema: luego del Vaticano II, varias de las diócesis que conforman este iglesia, habían comenzado a celebrar la Santa Qurbana cara al pueblo, y abandonando de ese modo la tradición de celebrar ad orientem. Esto produjo un serio conflicto pues esta costumbre no solo latina sino moderna, impedía la uniformidad del rito. La situación tendió a resolverse el año pasado cuando el Santo Sínodo de los sirio-malabares decidió que a partir del primer domingo de adviento de 2021, el rito se unificaría y todos los sacerdotes debían celebrar la Santa Qurbana ad orientem. Sin embargo, la archieparquía de Ernakulam-Angamaly se resistió a hacerlo y recurrió a la Congregación del Culto Divino, la que, previsiblemente, respondió que no tiene competencia en estos asuntos que competen exclusivamente al santo sínodo. Los sacerdotes de esa eparquía, entonces, comenzaron una huelga de hambre a fin de que se les concediera el derecho de seguir celebrando cara al pueblo. Y la cosa llegó al Papa Francisco.

Si el pontífice fuera lo terriblemente progresista en materia litúrgica como muchas veces se afirma, es fácil adivinar que lo que debería haber hecho es apelar a su potestad como jefe universal de la Iglesia católica —cosa que ha hecho en numerosas ocasiones—, y permitir a esos sacerdotes que siguieran celebrando la Santa Qurbana según la saludable costumbre introducida por el Vaticano II en el rito romano: cara al pueblo. Sin embargo, sucedió exactamente lo contrario. En una carta paternal, pero clarísima y que no deja lugar a interpretaciones, le ordena a esa eparquía y a sus sacerdotes que abandonen sus deseos y opiniones particulares, que acepten lo decidido por el Santo Sínodo y celebren la liturgia ad orientem. Al día de hoy, 335 de las 340 iglesias de esa archieparquía siguen resistiéndose, aunque no sé si siguen en huelga de hambre. 

Aunque el hecho se refiere y afecta a católicos muy alejados de nosotros en la geografía y en el rito, lo cierto es que es significativo. Y me lleva a pensar que el Papa Francisco, en materia litúrgica, debería ser considerado por nosotros más bien como un aliado que como un enemigo. Y si esto es así, la estrategia debería ser distinta a la que hemos seguido, sobre todo después de la publicación de Traditiones custodes y, especialmente de las respuestas a las dubia, que fueron una expresión exclusiva de la Congregación de Culto. En vez de la confrontación abierta, que no conducirá a ningún resultado positivo —el poder lo tiene Roma—, vale más un acercamiento humilde y sincero como el que realizaron los sacerdotes de la FSSP. Y los resultados están a la vista. 

lunes, 18 de abril de 2022

"Histoire des traditionalistes", el último libro de Yves Chiron


 


Se publicó en Francia en enero de este año el libro Histoire des traditionalistes del historiador Yves Chiron (Paris: Talladier, 2022; 639 pp.). Se trata de un autor conocido, sobre todo por sus biografías, y que posee dos características que vale la pena destacar: es un historiador de profesión y conoce su oficio, y es católico tradicionalista. Ambos atributos conducen a que el suyo sea un libro de fiar: está escrito por un científico que documenta cada una de sus afirmaciones, y no es un “enemigo” de la causa tradicional sino que es parte de ella.

El libro, sin embargo, no ha gustado en los ambientes tradicionalistas. El distrito de Francia de la FSSPX ha enviado a sus fieles una nota en la que les pide apartarse del libro y no leerlo porque los confundirá, y conozco a varios amigos tradicionalistas Ecclesia Dei —por denominarlos de alguna manera—, que están furiosos con Chiron. La verdad no siempre gusta, y mucho menos cuando se muestran hechos que desmienten el relato.

Consta de quince capítulos, una conclusión y un extenso apéndice biográfico de los personajes más importantes de la Tradición. Hay que señalar también un límite que tiene libro, y es que prácticamente se limita a la historia de los tradicionalistas de Francia, con algunas pocas y breves menciones a los casos de Estados Unidos, Brasil o Argentina. Es verdad que Francia fue y sigue siendo la nación líder indiscutible en la defensa de la Tradición, pero también es verdad que el movimiento tradicionalista no es exclusivamente francés.

Aquí van mis impresiones del libro:

1. Yves Chiron comienza haciendo una aclaración muy importante y que prueba documentalmente, que echa por tierra muchos análisis que se hicieron y aún se hacen, y que parten de una asimilación del tradicionalismo religioso con el tradicionalismo político. Concretamente, el autor afirma que los tradicionalistas que luego del Vaticano II se levantaron en defensa de la liturgia de siempre no tenían vinculación alguna con la Acción Francesa y con el maurrasianismo. Ciertamente, había un buen número de personas que militaban en ambos movimientos, pero uno no implicaba necesariamente al otro. Y documenta cómo el personaje más conocido del tradicionalismo católico, Mons. Marcel Lefebvre, no tuvo ninguna relación ni incluso simpatía por Maurras y su movimiento.

2. El autor describe muy bien el clima de desconcierto que se generó en la Iglesia a partir del Vaticano II y, sobre todo, cuando comenzaron a implementarse las reformas de la misa. La confusión y el desconcierto entre los sacerdotes y los fieles era enorme, y eso explica muchas cosas. Y me provoca la reflexión acerca de qué hubiéramos hecho yo o mis amigos en esas mismas circunstancias. Probablemente algo peor de lo que hicieron quienes debieron hacerse cargo de esa tarea.

3. El libro muestra las grandezas y los límites de muchos de los líderes que se destacaron en ese par de décadas. Además de la figura indiscutible de Mons. Lefebvre, sacerdotes como el P. Michel André —que estuvo varios años en la parroquia argentina de Monte Comán (Mendoza)— o el P. Louis Coache, o laicos como Jean Madiran o Pierre Lemaire, que entregaron su vida a la defensa de la fe católica, a pesar de todos los sinsabores y ataques que recibieron de la misma jerarquía. Por otro lado, se documentan las derivas de otros que atravesaron en poco tiempo estadios sedevacantistas, lefebvristas y acuerdistas; una actitud que aunque ahora nos parezca extraña, se entiende en el contexto de confusión en el que se vivía. Y, finalmente, las extravagancias de otros, como El P. Guérard de Lauriers o el abbé de Nantes, que tanto daño hicieron.

4. Aparecen también los errores que tuvo la reacción tradicionalista. En primer lugar, la ausencia de un comando unificado. Es verdad que hubiera sido muy difícil o imposible lograrlo, pero el resultado fueron iniciativas sueltas, más o menos organizadas y más o menos discoordinadas; una suerte de guerra de guerrillas que obtuvo muy pocas victorias.

5. Es notable también lo inadecuado de las armas que se utilizaron para la defensa de la Tradición. Se prefirieron las proclamas, los discursos engolados y las “marchas sobre Roma” para pedir la destitución o el proceso de Pablo VI o de Juan Pablo II, o la abrogación del Novus Ordo, algo propiamente disparatado, en vez de optar por debatir con argumentos seriamente fundados y discusiones con la Santa Sede encabezadas por teólogos capaces y formados.

6. Es que, precisamente, queda claro que los tradicionalistas carecían de cuadros capacitados para la lucha que emprendieron. En el terreno litúrgico, por ejemplo, no había liturgistas formados científicamente en esa disciplina que hubieran estado a la altura de discutir con los autores de la reforma de Pablo VI. Los estudios serios de liturgia que comenzaran en varias universidades europeas a partir de los años ’20, fueron terreno en el que abrevó el progresismo. Los tradicionalistas habían conservado la liturgia como un tesoro recibido, que celebraban más o menos bien, con más o menos devoción, pero no había sido para ellos un objeto de estudio, más allá, en el mejor de los casos, de un interés por las rúbricas. Y algo análogo ocurrió en el ámbito teológico. No había teólogos formados en universidades serias —las universidades romanas no lo eran y no lo son—, y lo cierto es que un profesor de seminario, por más católico y piadoso que fuera, no podían sostener una discusión con el cardenal Seper y los suyos, oponiendo como argumento referencias al magisterio de Papas de siglo XIX y de la primera mitad del XX, o consignas neoescolásticas que poco decían a las nuevas ideas. Y los teólogos que habrían podido ser una oposición seria e irrefutable a la teología manipulada del Concilio, se apartaron cuidadosa y comprensiblemente del movimiento tradicionalistas cuando vieron la deriva incontrolable y estrafalaria que tomaba.

7. Al finalizar la lectura del libro, me ha quedado una cuasi certeza: si las cosas se hubieran hecho de otro modo, si la reacción tradicionalista hubiese actuado de un modo más orgánico y empleando medios sensatos de negociación, el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI lo podríamos haber tenido durante el pontificado de Pablo VI, y la Iglesia y nosotros mismos nos habríamos ahorrado muchos sufrimientos y sinsabores. Y no es una fantasía. Algo por el estilo consiguió el cardenal Heenan para Inglaterra en 1971.

8. Una coda: los católicos cercanos a la Tradición, o al menos en mi caso, tomamos como un hecho dado e indiscutible la maldad de la declaración Dignitatis humanae del Vaticano II sobre la libertad religiosa. Y este documento, y su heterodoxia, fue y es uno de los caballitos de batalla más notorios del movimiento tradicional y en varias ocasiones impidió arreglos con Roma. Sin embargo, es muy llamativo que dos estudios serios, uno realizado por los “dominicos” de San Vicente Ferrer de Chémeré y el otro por dom Basil Valuet, del monasterio del Barroux, y que han dado fruto a tesis doctorales y libros difícilmente rebatibles (por ej. Le droit à la liberté religieuse dans la tradition de l’Eglise), muestran que Dignitatis humanae está en total acuerdo con la doctrina tradicional de la Iglesia. Y vale destacar que los autores provienen precisamente de comunidades religiosas sobre las que no puede pesar la más mínima sospecha de progresismo o de simpatías conciliares. Desconozco si hay estudios del mismo tenor y calidad que se haya publicado a fin de refutarlos. 


domingo, 17 de abril de 2022

Pascua de la Resurrección del Señor

 


Cristo resucitó de entre los muertos, 

pisoteando la muerte con la muerte, 

y otorgando la vida a los que yacían en los sepulcros.


Tropario de Pascua

Liturgia bizantina

sábado, 16 de abril de 2022

Sábado Santo

 


Oh Cristo Vida, fuiste colocado en un sepulcro, 

y los ejércitos angelicales se maravillaron glorificando Tu condescendencia.

Bajaste a la tierra para salvar a Adán, y no encontrándolo allí, 

oh Soberano, descendiste al Infierno a buscarlo.

Los Serafines temblaron, oh Salvador al verte en la Alturas, inseparablemente uno con el Padre, 

y abajo en la tierra yaciendo muerto.

Todas la generaciones ofrecen alabanzas a tu sepultura, 

oh Cristo.

No te lamentes Madre porque ahora sufro, 

es para salvar a Adán y a Evas ante tus sufrimientos. 


Lamentaciones de los maitines del Sábado Santo

Liturgia bizantina

viernes, 15 de abril de 2022

Viernes Santo


 

Hoy es colgado en el madero Aquel que colgó la Tierra en las aguas, se Le coloca una corona de espinas a Aquel que es el Rey de los ángeles; es vestido con un manto falso Aquel que vistió con nubes al cielo… Nos prosternamos ante tus sufrimientos, 

¡oh, Cristo!

Antífona de los maitines de Viernes Santo

Liturgia bizantina

jueves, 14 de abril de 2022

Jueves Santo

 




Cuando los gloriosos apóstoles eran iluminados en la Cena, durante el lavado de los pies el impí­o Judas fue oscurecido con la enfermedad de la codicia, y a inicuos jueces te entregó a Ti que eres el Justo Juez. Mirad al amante de la riqueza, quien por causa de su codicia se ahorcó; huye del alma insaciable que se atrevió a tal extremo contra el Maestro. ¡Señor, quien por sobre todo eres bueno, gloria a Ti!


Tropario del Jueves Santo

Liturgia bizantina

miércoles, 13 de abril de 2022

Miércoles Santo

 


Oh Buen Dios, yo he pecado más que la adúltera, y sin embargo nunca te ofrecí refrescantes lágrimas. En oración silenciosa, ahora me prosterno ante Ti, besando con amor tus pies inmaculados, a fin de recibir de Ti, oh Maestro, el perdón de mis pecados. Clamo a Ti: “Oh Salvador, líbrame de la oscuridad de mis malas obras”.


Kontakion de Miércoles Santo

Liturgia bizantina

martes, 12 de abril de 2022

Martes Santo

 


En medio de la noche, mi corazón permanece mirándote, 

oh Dios, 

porque tus mandamientos son la luz que brilla sobre la tierra.



Oración del Novio

Liturgia Bizantina de Semana Santa

lunes, 11 de abril de 2022

Lunes Santo

 


He aquí, el novio viene a medianoche,

Y bienaventurado el siervo a quien Él encuentre velando,

Mas, indigno es el siervo a quien Él encuentre  desatento.

Ten cuidado, por lo tanto, alma mía, que no te sobrevenga el sueño, 

Para que no seas entregada a la muerte, y seas excluida del Reino.

Mas bien, levántate y exclama: Santo, Santo, Santo, eres Tú, Dios nuestro,

Por las intercesiones de la Theotocos, ten piedad de nosotros.


Tropario del Lunes Santo

Liturgia bizantina

domingo, 3 de abril de 2022

Las confusiones del ultramontanismo

 




por Eck


Introducción

El que escribe estas líneas no es experto en la Historia de la Iglesia de los siglos XIX y XX  y mucho menos en la cuestión ultramontana, en el Vaticano I o en los comienzos del movimiento modernista más allá que un conocimiento somero. Sin embargo, no puedo dejar de ver numerosas confusiones en torno a un tema donde es necesario distinguir muchos aspectos para poder resolver la clave principal, la potestad papal, su ejercicio y sus límites dentro de la Iglesia. Si algo caracteriza esta disputa es lo densamente entrelazada que está con todos los demás problemas contemporáneos de la Iglesia desde la Contrarreforma y aun antes. Tanto que en medio de ellos nos puede ocurrir, si no se tiene mucho cuidado, lo que cantaba un viejo romance: "Entre tanta polvadera, perdimos a don Beltrán".


¿Qué es el ultramontanismo papal? Una posible definición

Se puede decir que el ultramontanismo papal es la creencia de que todos los hechos, palabras y la misma persona de un Papa son inspiradas directamente por Dios y tienen el aura de infabilidad en la práctica aunque no se acepte en la teoría. En resumidas cuentas, el Papa no se equivoca nunca en nada y decir lo contrario es atacar la institución, poner en peligro a la Iglesia y blasfemar de Dios que no impediría tales problemas en la cabeza de Su Iglesia.

En el fondo el ultramontanismo no tiene nada que decir de los contenidos de la Fe más allá de  la inspiración divina e infalibilidad total del pontífice. Es más un cómo que un qué de la enseñanza de la Iglesia y llevado al extremo se caería en dos errores muy graves: el primero es concebir al Papa como una especie de encarnación de Dios en la tierra o un andante y parlante Oráculo de Delfos de la divinidad y el segundo es mucho más sutil, el profundo relativismo en que se basaría la Fe, a la manera del mormonisno, donde su inspirada presidencia puede cambiar los dogmas a su gusto según el aire que le dé. ¿Por qué no? Lo único verdaderamente fundamental sería el del origen divino de esa infalibilidad, lo demás se basa en lo que diga el Papa, que no puede equivocarse jamás. 


La confusión entre tradicionalismo y ultramontanismo: las apariencias engañan

Como se puede ver, no estamos en la eterna pelea entre el tradicionalismo y el modernismo ya que el verdaderamente ultramontano será tradicional o modernista según lo sea el Papa de turno que le toque. Una de las confusiones tiene su nacimiento aquí y se explica por la historia del siglo XIX en la que el papado se constituyó en uno de los bastiones del Antiguo Régimen porque le iban en ello los Estados Papales y el sometimiento de la Iglesia a los estados liberales. Con León XIII y su política del ralliement se vio que no eran lo mismo sino ¿por qué el catolicismo francés tuvo dos veces que tragar la píldora de aceptar por obligación la III República en contra de sus íntimas convicciones monárquicas en vez de mandar al pontífice a esparragar en una cuestión opinable sobre la forma de gobierno y de competencia exclusiva del pueblo galo como era su forma de estado?

Por otra parte y como sucede con la devotio moderna esta concepción de la potestad papal absoluta es una gran inflamación tumoral de la infabilidad tradicional que siempre tuvo la Sede de Pedro desde Cristo pero que, unida a las influencias de la Reforma y del Estado Moderno, ha llegado a constituirse en la metástasis actual. Es otra de las confusiones que atacan a la Iglesia, confundir la tradicional infalibilidad papal con ultramontanismo, y que explicaría hechos con apariencia tan contradictoria como los casos de Newman, tradicionalista, y Lamennais, ultramontanista. Consecuentes hasta el límite, sus finales muestran la conclusión final de sus concepciones.


Las raíces ocultas del ultramontanismo: los movimientos modernos

Sagazmente alertaba Nietzsche del peligro de combatir a los monstruos porque nos podemos convertir en uno de ellos. Esto ocurre, sobre todo, cuando se hace mecánicamente el agere contra sin gran discernimiento, pudiendo caer en el error diametralmente opuesto, como en un espejo donde la izquierda es la derecha y viceversa. Desde nuestra humilde opinión se puede rastrear el problema en esta reacción mecánica pero manteniendo la forma mentis de los tres problemas que tuvo la Iglesia en Occidente: Nominalismo, Protestantismo y Estado Moderno, muy relacionados entre sí puesto que cada uno es hijo del anterior y su secularización sucesiva.


1) Nominalismo

De sobra es conocido que en este movimiento filosófico la Voluntad desbanca al Entendimiento como la potencia más alta del hombre. Con ello el poder y la obediencia adquieren suma importancia para determinar si se tiene fe y se pertenece a la Iglesia así como la diferencia  tajante entre la fe y las obras. Según donde se ponga el foco de la obediencia, en el interior o el  exterior, se decidirá entre una y otra. 


2) La Protesta

Con el protestantismo, las tendencia anteriores llegaron a una nueva cota. Los herejes se centraron en la obediencia interior voluntarista y así atacaron los fundamentos de la Iglesia visible al negar su jerarquía, cayendo en el subjetivismo de la Sola Scriptura y la anarquía en sociedades basadas en la fe, que necesitaron un Estado todopoderoso para evitar la disolución de todos los vínculos (Leviatán). Así emergió la cuestión de la soberanía, quién debía tener este poder total, en Europa y dio nacimiento al totalitario Estado moderno.

Como reacción en el catolicismo se intensificó la obediencia exterior a los mandatos de la jerarquía y el Papa iba escalando en la inflación de sus poderes sobre la Iglesia, desvinculados cada vez más de la Tradición, y como casi único interprete (magisterio) de las Escrituras. Solo la restauración de la escolástica de raíz tomista y de las órdenes contemplativas además del humanismo retardaron este movimiento. Con las revoluciones del XIX y a causa del hundimiento de las iglesias nacionales y la casi desaparición de las órdenes contemplativas, el Papado se volvió el Arca de Noé de una Iglesia casi anegada por el maremoto pero reforzó aún más los problemas de fondo, agravados con el calco  de la organización del Estado moderno en su interior:


3) Estado Moderno

El gran problema del Estado moderno está en la cuestión de la soberanía, que da plenos poderes a su titular para hacer todo lo que quiera y donde la tradición, la razón y los fines legítimos han sido sustituidos por la mera voluntad fundante. Hija legítima de la Reforma, daría lugar a tres desarrollos sucesivos cada vez más radicales y rupturistas: la monarquía absolutista, donde la soberanía está en el rey; el liberalismo, donde la soberanía está en la nación y el socialismo, donde está en el pueblo. Cualquiera que haya estudiado las ideas políticas de la Antigüedad, la Edad Media y en la doctrina clásica de la monarquía hispánica, su heredera, verá el gran abismo que hay con estas ideas revolucionarias. El primero en verlo fue Sto. Tomás Moro y explica la gran conmoción que supuso en las monarquía europeas varios libros publicados sin ningún problema en España: la Defensio fidei de Suárez y el De rege et de regis institutione de Mariana.

Poco se reflexiona que Pío IX (1792-1878) fue el primer Papa criado después de la Revolución y la introducción en Italia del Estado moderno. Eran ampliamente conocidas sus ideas liberales antes de su elección y que aplicó tanto al Papado como a los Estado Pontificios hasta las revoluciones de 1848. A partir de aquí virará completamente el rumbo pero mantendrá hasta su muerte los modos y las formas del Estado Moderno en la Iglesia sólo que mudando la soberanía del pueblo a la del Papa como representante de su titular, Dios. Arrasamiento de los estamentos intermedios, centralización y burocratización en Roma, concepción de obispos y arzobispos como prefectos del pontífice, juridicismo en las relaciones, atomización de la sociedad eclesiástica con intervención del papado hasta en la sacristías, omnipotencia de cada nivel sobre sus súbditos, irrelevancia de las tradiciones centenarias, decretos educativos, etc. fueron su consecuencia. Se mantuvo, en cambio, los contenidos de la Fe y la Tradición pero cada vez más convertidos en artículos de un código, resecos y de obediencia cada vez más exterior. El significado de la Lex orandi que le da Francisco I es prueba palmaria de ello.


Conclusión

La gran crisis, ya profetizada por muchos estalló en los 60. El cambio radical del papado hacia el progresismo  dividió el ultramontanismo en dos: el conservador y el oficialista. La diferencia estaba en un solo punto: si había un único modelo ideal de la perfección de Papa en la historia. Así quienes creían que sí, el de Pio IX a Pio XII, discurrieron con el silogismo siguiente: 

-el Papa es perfecto, Juan XXIII y sucesores no son perfectos, ergo no son Papas. En distintos grados: sedevacantismo, sede impedida, etc. se puede ver que si subiera al trono petrino uno de su cuerda, inmediatamente volverían por los fueros antiguos de su ultramontanismo latente.

En cambio los oficialistas, mas ultramontanos y coherentes en el fondo, siguen el siguiente silogismo basado en que los Papas son perfectos para el tiempo en que rigen:

-el Papa es perfecto, Juan XXIII y sus sucesores son Papas, ergo son perfectos. Si no siguen a los anteriores es porque los tiempos son otros y sus diferencias son adiaforas sin valor hoy.

Como se puede ver el fermento erróneo sigue incólume y operante en sus malsanas influencias sobre ambos grupos pero esto es harina de otro costal. El Papa no es perfecto y debe recuperar la función y lugar que le asignó Cristo eliminando las confusiones y adherencias históricas que lo deforman.


Apéndice sobre Lamennais. Éste, desencantado de que el papado y la monarquía absoluta no fueras perfectos en su tiempo pero atrapado por su ultramontanismo radical, traspasa la perfección y obediencia absoluta del Papa a la iglesia como conjunto de creyentes. Idéntico proceso que los revolucionarios de 1789: de la soberanía absoluta del rey a la nación. Por lo tanto, no sorprende su trayectoria tanto política como religiosa pues son totalmente coherentes con su forma de pensar y la de los que le siguieron hasta hoy. El ultramontanismo es relativismo puro en los contenidos pero férreo en los modos como los sistemas políticos actuales, sus hermanos gemelos.