jueves, 30 de agosto de 2018

Al calor de Hiroshima


Cuando Mons. Carlo Viganò, cuando otros importantes personajes y cuando yo mismo afirmamos que el Papa Francisco debe renunciar, estamos seguros -al menos yo-, que nunca renunciará. Bergoglio es un jesuita y los jesuitas están programados para alcanzar el poder sin importar los medios porque siempre encuentran un vericueto moral que les calma la conciencia. Bergoglio, como quintaesencia del jesuitismo, jamás soltará el poder. No entra en el horizonte de sus posibilidades. Por eso, nuestro reclamo a que renuncie no deja de ser retórico y, en todo caso, es un modo más de señalar la incapacidad de este personaje para dirigir los destinos de la Iglesia. 
Sin embargo, conviene preguntarse si una eventual renuncia del Papa Francisco al ministerio petrino sería una buena medida. Y creo que no, que de ninguna manera debe renunciar. Y van aquí algunas razones:
  1. El “deber” de renunciar debido a que se cometió un grave error en el gobierno o en razón de problemas morales es propio de las democracias liberales contemporáneas, en las que el poder pertenece al pueblo y, cuando el gobernante no cumple con las condiciones exigidas por el soberano, debe devolverle a éste el poder que le dio. En el pensamiento católico, el poder es de Dios y el poder, si fue legítimamente recibido, no se entrega. Al gobernante que lo detenta le corresponderá luego dar cuenta ante Dios de lo que hizo con lo que le fue entregado, pero el poder no se entrega. Por tanto, si exigimos seriamente y no como recurso retórico que el Papa renuncie porque encubrió una red de homosexuales activos dentro de la Iglesia, estamos apropiándonos de un argumento liberal y moderno, lo cual no solamente es absurdo sino que es peligrosísimo: con toda seguridad, antes o después, será usado en nuestra contra. Es, aunque no nos demos cuenta, pactar con el enemigo, y no el de Bergoglio, sino el de la Iglesia.
  2. Es verdad que la teoría política considera que hay casos en los que el poder puede haberse recibido legítimamente pero su ejercicio se torna ilegítimo y, por tanto, los súbditos quedan liberados de obediencia a tal soberano porque, de alguna manera, ese poder ha vuelto a Dios. Y en la Edad Media se dio el caso de varios emperadores que “perdieron” de ese modo su poder. Pero quien lo decretaba era el Papa. El caso más conocido es el de Gregorio VII que “despojó” del poder al emperador Enrique IV quien tuvo que sufrir la “humillación de Canossa” para reconciliarse. El problema nuestro es el siguiente: ¿quién tiene la capacidad de “quitarle” al Papa Francisco el poder que recibió legítimamente? ¿Mons. Carlos Viganò? ¿El cardenal Burke? ¿Los obispos americanos? ¿Los fieles? No. Ninguno de ellos. Y desconozco si el derecho canónico prevé alguna suerte de impeachment del Papa por parte del Colegio Cardenalicio o del Concilio Ecuménico. Y aunque lo previera, resulta obvio que el actual Colegio jamás lo utilizaría.
  3. ¿Podría un Papa perder su cargo por inhabilidad moral? Si como parece del todo verosímil, Francisco efectivamente encubrió la mafia lavanda y elevó a puestos importantísimos de la Iglesia a varios de sus miembros, ¿lo hace este gravísimo pecado inhábil para ocupar la sede petrina? Un neocon consecuente diría inmediatamente que así es: para ellos, como al Papa lo elige el Espíritu Santo, necesariamente debe ser un hombre santo -y canonizable-, y si resulta evidente que no es santo, por lo tanto no es Papa porque el Espíritu Santo nunca lo habría elegido. Todos sabemos que esto es una idiotez, y la historia nos lo muestra en muchas ocasiones. Parece apropiado recordar el caso del cardenal Giovanni Ciocchi del Monte que preparó el concilio de Trento, presidió hábilmente su primera sesión y el 7 de febrero de 1550 fue elegido papa con el nombre de Julio III. Una de sus primeras iniciativas como pontífice fue su ciego empeño por conceder el cardenalato a un sospechoso adolescente de baja extracción social y dudosa moral, que había “adoptado” y llevado consigo a Trento cuando era legado y que se convertiría en el gran escándalo de su pontificado. El evidente afecto que Del Monte sentía por el joven provocó, como era de esperar, escabrosos rumores sobre la relación existente entre ambos. Tras la muerte del papa, las correrías y crímenes de ese cardenal continuaron siendo motivo de graves escándalos. Sin embargo, a nadie se le ocurrió pedir la renuncia de Julio III a pesar de su escandalosa vida (Puede verse sobre el tema: von Pastor, Papas vol. XIII, pp. 84-87 y 163-165; entrada «Del Monte, Innocenzo», en DBI; y Francis A. Burkle-Young and Michael Leopoldo Doerrer, The Life of Cardinal Innocenzo Del Monte: A Scandal in Scarlet, E. Mellen, Lewiston, NY 1997. Massarelli ofrece una animada descripción del afecto de Del Monte por el joven en  Concilium tridentinum:… vol. 2, pp. 174-175). Y si el pedido de impeachment fuera motivado por la escandalosa Curia que rodea al Santo Padre y que él mismo cobija, recordemos también que la negativa de los papas de Trento a reformar la Curia fue el motivo principal que estuvo a un tris de hacer fracasar al Concilio, pero ni a los Padre de ese concilio ni al emperador Carlos V se les ocurrió pedir la renuncia del Papa.
  4. ¿Es todo esto signo de que el retorno en gloria y majestad de Nuestro Señor se está acercando? Yo, y seguramente la mayoría de nosotros, tenemos la secreta esperanza de que así sea. Pero no hay que estar tan seguros. En 1522 el piadoso Papa Adriano VI escribía: “Dirás también que confesamos sinceramente que Dios permite esta persecución de su Iglesia por los pecados de los hombres, especialmente de los sacerdotes y prelados... La sagrada Escritura dice en alta voz que los pecados del pueblo tienen su origen en los pecados del clero... Sabemos muy bien que también en esta Santa Sede han, acaecido desde muchos años atrás muchas cosas abominables: abusos en las cosas espirituales, transgresiones de los mandamientos, y hasta que todo esto se ha empeorado. Así, no es de maravillar que la enfermedad se haya propagado de la cabeza a los miembros, de los papas a los prelados. Todos nosotros, prelados y eclesiásticos, nos hemos desviado del camino del derecho, y tiempo ha ya que no hay uno solo que obra el bien (Sal 13 [14], 3). Por eso todos debemos dar gloria a Dios y humillarnos ante su acatamiento; cada uno de nosotros debe considerar por qué ha caído y ha de preferir juzgarse a sí mismo que no ser juzgado por Dios el día de la ira. Por eso prometerás en nuestro nombre que pondremos todo empeño porque se corrija ante todo esta corte romana, de la que tal vez han tornado principio todas estas calamidades; luego, como de aquí salió la enfermedad, por aquí comenzará también la curación y renovación. Sentímonos tanto más obligados a realizar estos propósitos, cuanto el mundo entero desea esa reforma... Sin embargo, nadie se maraville de que no arranquemos de golpe todos los abusos, pues la enfermedad está profundamente arraigada y tiene múltiples capas. Hay que proceder, por tanto, paso a paso y curar primero con buenas medicinas los males más graves y peligrosos, a fin de no embrollar más las cosas por una reforma precipitada. Porque con razón dice Aristóteles que todo súbito cambio de una comunidad es peligroso”. Por lo que dejan ver estas palabras, la situación de buena parte del clero católico y de la Curia romana en el siglo XVI era similar a la actual. Y luego de Adriano, las cosas empeoraron: menos de treinta años después de su muerte, subía al trono Julio III secundado por su mancebo. Y el mundo no se acabó. 
  5. Un comentario reciente en el blog hacía una observación interesante: frente a este estado de situación, la única solución es el cisma. Y la verdad es que la idea parece atrayente. No tendríamos ni siquiera necesidad de elegir a un antipapa porque tenemos a uno emérito: un grupo seguramente pequeño de fieles y obispos prestando fidelidad a Benedicto XVI y la mayoría siguiendo a Francisco, el Papa réprobo. Pero la historia vuelve a ser magistra vitae: en 1033 fue elegido sumo pontífice Benedicto IX, poseedor de una ambición de poder sólo comparable a la de Bergoglio y con casi ninguna virtud… como Bergoglio. Tan catastrófico fue su pontificado, que periódicamente se sucedían protestas públicas del pueblo por su conducta. Hubo escarceos y bravatas y finalmente Benedicto IX abdicó y ocupó el trono Gregorio VI. Pero poco después, Benedicto se arrepintió de su abdicación y decidió ocupar nuevamente el solio, a lo que el sínodo de Sutri (1046) le dijo nones: si usted abdicó, dejó de ser Papa; el que se fue a Sevilla perdió su silla. 

¿Qué hacer entonces? Ahora, la pelota está de lado de Dios. Sabrá Él qué hacer con su Iglesia. En épocas tumultuosas como el siglo XI, hizo surgir a un Gregorio VII, y en otras similares como las del siglo XVI, a San Pío V. No que queda más que esperar y rezar.

martes, 28 de agosto de 2018

Entrelíneas

En la conferencia de prensa que el Papa Francisco brinda habitualmente en sus viajes aéreos, en esta ocasión regresando de Irlanda, hizo referencia al memorándum de Mons. Carlo Viganò. Dijo: “Lean ustedes atentamente el comunicado y saquen su propio juicio. El comunicado habla por sí mismo y ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar las conclusiones”. 
Yo, que no soy periodista sino un simple bloggero, obedecí igualmente al Santo Padre y tengo varias conclusiones. Y aquí comparto dos:

Dice Mons. Viganó: “Además, nombró al brasileño Ilson de Jesus Montanari -gran amigo de su secretario privado argentino Fabian Pedacchio-, Secretario de la Congregación para los Obispos y Secretario del Colegio de Cardenales, promoviéndole, en un solo movimiento, de simple oficial de ese dicasterio a Arzobispo Secretario. ¡Nunca se había visto algo así para un cargo tan importante!”. 
Tiene razón en el énfasis de su sorpresa por el incomprensible nombramiento de Montanari: pasar de simple escribiente de un dicasterio a secretario arzobispo de Congregación y, más tarde, secretario del Colegio Cardenalicio es inédito. Los que conocen un poco los entresijos de la Curia saben que el poder en las congregaciones pasa más por el secretario que por el cardenal prefecto. En el caso que comentamos, se trata nada menos que de la Congregación de Obispos. En síntesis, el brasileño Montanari es quien tiene la llave para hacer los obispos de el mundo. 

Pero Mons. Viganò, hábil diplomático, que no da puntada sin hilo, explica que Mons. Montanari es el “gran amigo” del secretario privado del Papa, el padre Fabián Pedacchio. Se trata de un sacerdote argentino que ingresó como oficial de la Congregación de Obispos en 2007 por especial recomendación del entonces cardenal Bergoglio. Mucho antes que el arzobispo porteño fuera elegido Papa, se sabía en Argentina que el P. Pedacchio le pasaba continuamente información acerca de los nombramientos episcopales previstos y acomodaba las carpetas y los documentos de modo tal que fueran favorecidos aquellos candidatos más “adecuados”. Y en 2015 se destapó una noticia, con foto incluida, relativa a conductas un tanto ambiguas del secretario pontificio que no ventilaremos aquí pero que pueden encontrarse fácilmente en Internet. 
Recordar estos hechos sirve como marco adecuado para entender la expresión de Mons. Viganò: Montanari es el “gran amigo” de Pedacchio. Son algo así como "cómplices" o "compinches" de travesuras, oh naughty boys! Pareciera que la “complicidad” con el secretario privado del Santo Padre reporta importantes beneficios.
Vayamos a la segunda conclusión. Dice Mons. Viganò: “Por último, también el reciente nombramiento como Sustituto del Arzobispo Edgar Peña Parra tiene una vinculación con Honduras, es decir, con Maradiaga. Peña Parra, de hecho, prestó servicio de 2003 al 2007 en la Nunciatura en Tegucigalpa como Consejero. Cuando yo era Delegado para las Representaciones Pontificias me habían llegado informaciones preocupantes sobre él”.

El Sustituto de la Secretaría de Estado es el encargado del despacho de los asuntos corrientes del Papa y coordina los demás dicasterios de la Curia y otros organismos de la Santa Sede. Es, en la práctica, la tercera persona con más poder en la Iglesia luego del Papa y el Secretario de Estado. Nuevamente llama la atención este súbito ascenso del venezolano Peña Parra: de nuncio en Mozambique a Sustituto. Y nuevamente también Mons. Viganò nos da algunas pistas. Este señor estuvo cuatro años en la nunciatura de Tegucigalpa donde trabó contacto con el cardenal Madariaga quien, como ya dijimos en el post anterior, está fuertemente sospechado de estafas financieras y de encubrimiento de la profusa actividad homosexual en su propio seminario según testimonio público de los mismos seminaristas. Pero lo más interesante es la coda del párrafo de Viganò: “me habían llegado informaciones preocupantes sobre él”. En el contexto del memorándum y en razón de la temática que trata, parece ocioso preguntarse por el carácter de “preocupante” de esas noticias. Es fácil comprenderlo.
Pareciera, entonces, que dos de los puestos de máximo poder en la Iglesia están en manos de personajes “preocupantes” que han llegado a ellos por medios más bien sospechosos.

-Santo Padre, he sido un hijo fiel. He obedecido su mandato. Como Su Santidad bien dice, el documento de Mons. Viganò habla por sí mismo. He sacado algunas conclusiones. Su Santidad debe renunciar

domingo, 26 de agosto de 2018

Siete trompetas

[Nota previa: escribí este post el sábado por la mañana. A la tarde de ese día, Mons. Carlo Maria Viganò se subió al Enola Gay y dejó caer la bomba atómica sobre el Vaticano. Lo mío es apenas un chasquiboom mojado]


Es este uno de los post más difíciles que me ha tocado escribir. No sé por dónde empezar y mucho menos cómo terminar.
No sé si hemos terminado de caer en la cuenta del pesadísimo bloque de piedra que ha caído sobre nosotros. Hemos sido aplastados. La magnitud y la gravedad de los abusos sexuales cometidos por los miembros del clero ha puesto a la Iglesia en una de las peores situaciones por las que ha debido atravesar a lo largo de su historia. Digámoslo aunque resulte duro: buena parte de la Iglesia está gobernada por una mafia de homosexuales que la ha utilizado para conseguir efebos a fin de satisfacer sus pasiones, y dinero para vivir cómodamente. Y por “gobierno de la Iglesia” me refiero a sacerdotes, obispos y cardenales. Y destaco que no se trata de un par de pecadores: se trata de un sistema perfectamente organizado que aún continúa operando. Esta es la magnitud y el horror de lo ocurrido.
El informe del Gran Jurado de Pennsylvania que se conoció hace pocos días es demoledor. Son mil páginas en las que se reportan detalladamente los abusos sexuales cometidos por trescientos sacerdotes de las seis diócesis que integran ese estado. En un primer momento pensé que estaría inflado; que arrumbarían allí dimes y diretes y cotilleos periodísticos. Pues no. Están los documentos que prueban cada una de las afirmaciones que se hacen con detalles tan escabrosos que la lectura es casi imposible. No sólo se detallan los métodos de seducción a niños, adolescentes y jóvenes que utilizaran estos sacerdotes y lo que hicieron con ellos, sino también se prueba la existencia, incluso, de una verdadera red, en la que, por ejemplo, algunos se dedicaban a la producción de pornografía infantil, y otros “marcaban” a las víctimas consideradas “accesibles” dándoles determinadas medallitas a fin de que pudieran ser identificadas por otros sacerdotes pervertidos. Como ya lo había demostrado hace algunos años un documental brasileño que es mejor no mencionar, la mafia de sacerdotes gay que operaba en el mundo compartía no solamente datos sino también contactos y personas.
Lo que también muestra el informe del Gran Jurado de un modo contundente es el encubrimiento sistemático por parte de los obispos que protegieron incomprensiblemente a los sacerdotes abusadores, trasladándolos a diferentes destinos, desoyendo las denuncias, entorpeciendo la investigación de la justicia, etc. 
Y esto no es algo que sucedió hace décadas. Esto está sucediendo. El sitio Church Militant denunció la semana pasada la existencia de una red integrada por sacerdotes y obispos -presumiblemente comandados todos por el excardenal McCarrick- que suministraba seminaristas homosexuales colombianos a seminarios de varias diócesis de Estados Unidos donde prestaban sus servicios sexuales a los superiores de esas casas de formación a cambio de cobijo y posterior imposición de manos. Puede leerse aquí el reporte. La traducción al castellano pueden encontrarla en este sitio.
La pregunta que asoma necesariamente es hasta dónde llega esta gangrena, cuál es su extensión hacia los costados y hacia arriba. El informe se refiere solamente a lo ocurrido en seis diócesis americanas. Estados Unidos tiene 198 diócesis. ¿Habrá permanecido el resto inmune a este flagelo? No parece verosímil. Y ya sabemos lo ocurrido en otros países americanos: Chile, con seis obispos renunciados por, al menos, encubrimiento y un manto de sospecha sobre el resto; Honduras, con una carta de seminaristas denunciando las extendidas prácticas homosexuales en el seminario nacional y el escándalo del también renunciado obispos auxiliar de Tegucigalpa por cuestiones sexuales, y si cruzamos el Atlántico, la situación no mejora, y si cruzamos el Pacífico ya vemos lo que está ocurriendo en Australia con un obispo en prisión por encubrimiento.
En nuestro país tenemos el caso emblemático de Mons. Juan Carlos Maccarone sobre cuyas refocilaciones no solamente hay testimonios sino también filmaciones. Ya hemos hablando del tema en este sitio. ¿Fue el único? No lo creo. No vamos a dar aquí publicidad a comentarios sin pruebas, pero todos sabemos que son varios obispos más, muchos curas y sabemos también de la existencia pasada y presente de seminarios gay friendly
La discusión pasa ahora por el modo de salir de este pantano, y en esto el rol primero y fundamental lo tiene el Santo Padre. Y lo primero que me pregunto es si Francisco puede o quiere hacer algo al respecto. La respuesta obvia debería ser rotundamente afirmativa, pero no creo que sea tan fácil. El Papa Benedicto XVI hizo mucho pero se dio cuenta ya no podía hacer más y por eso renunció. Cada vez me convenzo más que ésta -la infiltración de la mafia lavanda en la Iglesia- fue el factor determinante que forzó su lamentada renuncia. Es un problema que viene de lejos y este tipo de cosas, como los árboles, hunden sus raíces cada vez más profundamente y cada vez resulta más difícil arrancarlas. Las casi tres décadas del pontificado de Juan Pablo II fueron catastróficas en este sentido. Bajo sus propias narices se extendía un reguero que no puede ser ya detenido. Y no me refiero solamente al caso de Marcial Maciel. Por esos años corrían en Roma rumores que los incrédulos consideraban maledicencias pero que ahora aparecen como muy verosímiles y que es mejor no ventilar. ¿Cómo extirpar ahora un tumor tan grande? No es tarea fácil para el Papa “hacer algo”, aunque después de cinco años de pontificado algo hizo, muy poco y no sirvió para nada. Este problema no se resuelve con una Carta al Pueblo de Dios; se necesitan que muchas cabezas rueden y no solamente la de un cardenal octogenario y la de seis obispos chilenos. Se necesitan que rebane muchas más cabezas y, según el Washington Post, un antiguo defensor a ultranza del pontificado bergóglico, debe rodar la suya propia, la del mismo Papa.

¿Afilará el Papa Francisco la urgente y necesaria guillotina? Veamos algunos hechos de su historial que podrán darnos una pista:
  1. Cuando se destapó el caso Maccarone, el entonces cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, emitió un comunicado en el que manifestaba su “agradecimiento” al ex obispo de Santiago del Estero por la labor cumplida en aquella diócesis “al servicio de los pobres y de quienes tienen la vida y la fe amenazadas” y le expresaban su “afecto, comprensión y oración”, y su vocero afirmó que el video difundido con escenas de una relación sexual entre el obispo y su chofer correspondía a “la vida privada” de Mons. Maccarone.
  2. Son varios los casos que reportan los sacerdotes de la arquidiócesis de Buenos Aires relativos al encubrimiento de pedófilos por parte de Bergoglio. Por ejemplo, uno que está documentado periodísticamente: Gabriel Ferrini, abusado cuando tenía 15 años por el sacerdote Rubén Pardo, de la diócesis de Quilmes. Cuando el caso fue denunciado a su obispo y luego a la justicia, el sacerdote se fugó y fue recibido y encubierto por el cardenal Bergoglio en el Hogar Sacerdotal de Condarco 581 del barrio porteño de Flores. Con la ayuda del mismo cardenal, huyó cuando su escondite finalmente fue descubierto por la justicia, y finalmente  murió de HIV, escondido en una ciudad del nordeste argentino. Aquí pueden encontrar los detalles del caso.
  3. Apenas llegado al Solio, nombró a Mons. Battista Ricca, uno de los iconos más relevantes de la mafia gay enquistada en la Curia Romana, en un altísimo puesto relativo al control de las finanzas vaticanas.
  4. Aupó y dio sobradas muestras de afecto al cardenal Daneels, encubridor serial de sacerdotes y obispos abusadores belgas y concede todo tipo favores y resarcimientos al cardenal Mahony, acusado también de encubridor por la justicia americana quien es, además, uno de sus cercanos consejeros.
  5. Nombró y aún mantiene en el famoso e inútil G-8 al cardenal Madariaga, encubridor del obispo Juan José Pineda y último responsable del escandaloso seminario de Honduras.
  6. Creó cardenales a personajes estrechamente relacionados al cardenal McCarrick, como Farrell, Cupich y Tobin, los tres profundamente comprometidos con las políticas gay friendely y con las reformas francisquistas, y que necesariamente debieron estar al tanto de las denuncias contra el “Tío Ted” y conocido sus andanzas con muchachitos. Y a otros como Sergio Obeso Rivera, en el último consistorio, que acaba de declarar que “las víctimas deberían de avergonzarse de hablar”.
  7. Contrariamente, ha ninguneado y relegado a obispos que se han distinguidos por la lucha contra la pedofilia. El caso más emblemático es el de Mons. Charles Chaput, arzobispo de Filadelfia, que realizó la investigación y depuración de los Legionarios de Cristo y que hace años debería ser cardenal.
  8. Acerquemos la lupa a un caso más cercano aunque seamos repetitivos.El P. Carlos Miguel Buela, fundador del Instituto del Verbo Encarnado, es “para la Iglesia, y desde hace tiempo, culpable”. Así lo admitió a los medios gráficos el vocero del obispado de San Rafael, y es culpable de abuso psicológico y abuso sexual perpetrado contra seminaristas y jóvenes sacerdotes. Después de muchas vueltas, el “castigo” que le infligió el Papa Francisco fue residir en un cómodo departamento de la ciudad de Génova. (Aquí pueden leer una reciente síntesis del accionar de este personaje). A fin de poner orden en el IVE, cuya cúpula sabía de las andanzas del fundador y las justificaban como producto de una enfermedad, la Santa Sede decidió intervenir el capítulo general que tuvo lugar el año pasado, y nombró como interventor a uno de los favoritos del Santo Padre, el cardenal Francesco Coccopalmerio. Casualmente, hace unos meses la gendarmería vaticana detuvo al secretario de este purpurado en su departamento vaticano, en medio de una orgía de drogas y sexo homosexual.
Podríamos seguir pero estos indicios bastan para convencernos de que el Papa Francisco no hará nada más que palabras, cartas y alguna lágrima perdida. No esperemos que corte las cabezas que tiene que cortar. Por todo esto, no veo yo salida alguna del pantano, y por eso mismo no sé cómo va a terminar esta historia. 
Repitámoslo: existe hoy en la Iglesia católica una red internacional organizada de activismo homosexual y cuya existencia amenaza no solamente al sacerdocio y a la vida religiosa sino a toda la Iglesia Universal. 
Sub umbra alarum tuarum protege nos.

Para quienes les interese profundizar en este tema es de lectura imprescindible del libro de la periodista de investigación Randy Engel, católica devota, The Rite of Sodomy. Homosexuality and Roman Catholic Church. Son más de mil trescientas páginas de datos e investigaciones en las que, hace trece años, relataba lo que en esos momentos parecía una fantasía y hoy se revela como verdadero. Puede bajarlo desde aquí.


[Después de las revelaciones de Mons. Viganò, lo que yo solamente me animaba a sugerir entre líneas, ha quedado claro: el Papa Francisco integra la red de protección a una enorme e impensada cantidad de cardenales, obispos y sacerdotes homosexuales que practicaron y practican su vicio entre ellos y con seminaristas, jóvenes y adolescentes. Esta es la estremecedora realidad. 
¿Todos estos personajes, incluido el Sumo Pontífice, tienen fe? Viganò relata, como un ejemplo entre tantísimos que le tocó conocer, que McCarrick junto con otros dos sacerdotes luego de una noche de desenfreno orgiástico del que también participaban seminaristas, al día siguiente concelebraban la Santa Misa. No es posible que gente de esta calaña tenga fe. Y es a ellos y a muchos como ellos, y a sabiendas de lo ocurrido, a quienes protegió el Santo Padre. ¿Por qué lo hizo? Uno de los motivos que da el nuncio apostólico es porque McCarrick operó antes del cónclave para que resultara elegido. ¿Fue ese el único motivo? Desde hace años se escuchan algunos más que por ahora no pasan de rumores, pero no que me sorprendería que Stiuso tenga grabaciones comprometedoras.
¿Qué hacer ahora para salir del lodazal? No lo sé, y no sé si alguien lo sabe. Algo va a ocurrir. Como dice Ludovicus, Bergoglio chocó la calesita. ¿Renunciará? Supongamos que lo hace. Será un enorme alivio para todos pero no será la solución del problema. ¿Qué candidato querrá hacerse cargo de una papa tan caliente? Y aquí no es sólo cuestión de querer; es ser capaz de sacar a la Iglesia de esta situación. Supongamos que pide la renuncia a todos los obispos del mundo. ¿A quién nombra? ¿Es que los sacerdotes son mucho mejores que los obispos y garantizarán una transición de retorno a la fe? No lo creo. Ciertamente que hay muchos sacerdotes buenos y santos, mucho mejores que los obispos, pero ¿son esas condiciones suficientes?
¿No será, acaso, llegada la hora de mirar con más atención a la higuera y prepararnos para escuchar el metálico y estridente sonido de siete trompetas?]

viernes, 24 de agosto de 2018

Un aplauso para Monseñor Martín


Mons. Raúl Martín, obispo de Santa Rosa (La Pampa), merece un aplauso, tan festivo y solemne como el que que él mismo nos ofrece en este nuevo video.
Ya habíamos hablado de este prelado: es aquél que reprendió públicamente a sus monaguillos por recibir la comunión de rodillas. Él, que se autoproclama legislador y liturgo de su diócesis, ha prohibido terminantemente semejante disparate, y quien se atreva a contravenir sus órdenes, comete una falta gravísima (sic) pues atenta contra "la comunión de la Iglesia".
Pues bien, este mismo señor obispo, tan preocupado por mantener la comunión eclesial, no tiene reparos en celebrar una misa en la que, durante la procesión de entrada, ingresa batiendo palmas, sigue haciéndolo desde el altar mayor, y luego que unas cuantas monjas descocadas terminan la guitarreada del canto de entrada, comienza el Santo Sacrificio con un "Buenos días", al mejor estilo de animador de peñas barriales.
Yo me pregunto si este tipo de acciones litúrgicas no rompen también la comunión eclesial. Quizás Mons. Martín debería recordar que la Iglesia no solo se extiende en el espacio -en este caso, su diócesis pampeana-, sino también en el tiempo, y a él se le exige estar en comunión con lo que la Iglesia y sus antecesores en el episcopado hicieron a lo largo de los siglos. No me imagino a San Francisco de Sales o a San Carlos Borromeo entrando en sus respectivas catedrales aplaudiendo y saludando a sus fieles con un "Bonjour" o un "Buon giorno fratelli e sorelle", según fuera el caso.
Daría la impresión que Mons. Martín no aprendió bien su teología, o que sus estrecheses mentales no le permiten sutilezas, por lo que uno se pregunta cómo es que llegó a ser obispo. ¿Será porque tuvo las amistadas adecuadas e hizo las genuflexiones necesarias?
¿O será más bien que Mons. Martín nos toma a nosotros, los laicos, por estúpidos y piensa que nos tragaremos sin chistar sus camelos? Quizás no se enteró que hace cincuenta años la Iglesia celebró un Concilio que proclamó a los cuatro vientos que el clericalismo es cosa del pasado y que de ahora en más los laicos hemos alcanzado nuestra mayoría de edad. 
Pues bien señor obispo, si usted tiene la ocurrencia de batir palmas en la celebración de la Santa Misa e iniciarla con una insólito "Buenos días", no tenga la desfachatez de venir a exigirnos que no comulguemos de rodillas. Un poco de coherencia.



miércoles, 22 de agosto de 2018

Jazmín del país

por Jack Tollers
De entre las innumerables lecciones que hemos ido aprendiendo a los tropezones nos, los conciudadanos de “Pasto Viejo”—y quizás sea una de sus enseñanzas más importantes—es que la narrativa es, con mucho, un género más importante que la ensayística, entre otras cosas, porque mediante la ficción se pueden decir mejor, mayor cantidad de cosas. Javier Anzoátegui lo demuestra con esta novela que constituye un sorprendente caleidoscopio, un resumen… esteee… no, un dechado, un extracto, una síntesis calibrada de las mil y una cosas de las que nos fuimos anoticiando a lo largo de varias décadas. 

¿Nosotros? ¿Quiénes? Pues, los vecinos más… ¿qué diré yo?... los vecinos más reaccionarios, más atrabiliarios del pueblo.
Pero, claro, la novela de Anzoátegui es mucho más que eso. Por lo pronto tiene detalles que no tenemos por qué dejar pasar: una tapa blanca de fondo—un fondo brillante—que enmarca un espléndido jazmín pintado por una de las hijas del A., Inés, que también es responsable de las primorosas miniaturas que encabezan cada uno de los capítulos (y el lector que se detenga en estos cuadros antes de lanzarse a leer cada capítulo, se verá “ilustrado” en la consiguiente intelección). Hay más, la variopinta galería de personajes que desfilan por esta novela, no sólo revelan mucho sobre las ideas del A., sobre sus convicciones más incisivas, sino también, me parece, sobre su propia interesantísima personalidad: y entre otras cosas, debe saberse que antes de escritor, Javier Anzoátegui es pintor, y lo que “pinta” aquí está a la altura de sus mejores cuadros. Su Dulcinea constituye un retrato logradísimo de la que fácilmente nos enamoramos todos (incluso los que peinamos canas—como, el autor, que por mucho que sea más joven que nosotros, tampoco es un pendejo, ya), su protagonista, Ramón, el militar menos militar que uno jamás haya conocido, y sin embargo… allí está él, y si la buena novelística consiste en lograr que el lector suspenda su incredulidad, Javier conoce el métier. Desde luego, el A. no ha podido detenerse con tanta morosidad en la semblanza de todos sus personajes (de lo contrario la novela, de por sí asaz extensa, se haría ilegible), pero los que ha retratado con más interés despierta a su vez el interés del lector, que es cosa difícil, amigos, vaya si no. 
Como también resulta difícil hacer reír al lector (pero reír a carcajadas), como lo ha logrado hacer conmigo un par de veces, este, el nieto de Braulio. Igual, debajo de muchos diálogos subyace un suave humor, mezcla de ironía y compasión, que sólo puedo llamar humor pastoviejista, no sé si me entienden. Y sí, en ese sentido, este es un roman à clef, como dirían los franceses y la clave está en el humour (como dirían los ingleses) y que los españoles sintetizaron en el dicho aquel de que vinieron los sarracenos y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos, cuando son más que los buenos. 
Y luego, hay que conceder que este libro—como su autor, claro que sí—es simpático. Su evidente patriotismo está formulado en términos de inmensa comprensión transmutada en una muy inteligente compasión por sus compatriotas, los argentinos de la posmodernidad. ¿Pongo ejemplo? Miren el retrato que hace de un burgués promedio del “conurbano” (como dirían los italianos, bruta parola, Anzoátegui, mejor es hablar de los suburbios):
Alejandro Castellucci era un porteño de clase media. Tenía un auto O km. “full-full”, con llantas de aleación y parlantes tridireccionales. Lo guardaba en una cochera y lo lavaba a mano todos los domingos. Vivía en su departamento de Villa Urquiza, algunos días con novia y otros solo. Él tenía 30 y Bettina, 31. Hacía dos años que estaban juntos y en la cama se entendían bastante bien […]
Su vida era parecida a la de muchos en la ciudad. A las 6.30 apagó la alarma de su celular y se levantó. Miró los mensajes que le habían llegado durante la noche. Eran 53. Borró algunos que no le interesaban, como las ofertas de vuelos baratos a Sri Lanka, y respondió los que le habían mandado del grupo del trabajo, del grupo de exalumnos, del grupo de los jueves y del grupo del club.
Mientras se afeitaba, prendió la radio y escuchó las noticias. Cuando salió del baño, encendió el televisor, paseó por 70 canales en 90 segundos y la dejó encendida en la repetición del “Cañoshow” que había visto antes de dormirse. El strip tease de la modelo rubia había logrado impresionarlo un poco. Cuando empezó a vestirse puso el canal de noticias. Lo miró durante 30 segundos. En la radio se escuchaba un rap. Cambió al canal del tiempo. Terminó de vestirse y examinó su teléfono. Había 15 mensajes más. Respondió a 7 y recibió 5 réplicas, que contestó en 25 segundos. Sus pulgares estaban bien entrenados. Revisó los tweets de sus favoritos. El Arzobispo de Asunción, Monseñor Bregoya, condenaba la violencia. El presidente de Estados Unidos estaba desayunando con su familia. El “Tico” Chumbita, del Sporting PKT, se había hecho un tatuaje de la vía láctea desde el tobillo derecho hasta la nalga. Marcos Morsi deseó un buen día a todos los argentinos.
Pero, bueno, si hay una especie de cruel “simpatía” por este personaje, unas pocas páginas después, Anzoátegui también despliega una inteligente comprensión de otro tipo de argentinos, como los del interior, desterrados y condenados a vivir en una villa de emergencia…
Hacía años que vivían así, pobres como ratas, colgados de la teta cada vez más seca de un Estado que se había ido en discursos y ahora hacía agua por todos lados. ¿Quién la había mandado a venirse desde la chacrita de los abuelos, allá en Loreto? Sí, allí también eran pobres, como siempre, es verdad. Pero era diferente. Muy diferente, Tenías dos cabras que les daban leche, unas gallinas y la huertita, humilde pero cumplidora. Iban a la escuela, y cuando volvían, la mamá los esperaba con mate cocido, y a veces hasta con tortafritas. Y estaba su padre, un santiagueño duro como el algarrobo, que no hablaba mucho y trabajaba en el campo de sol a sol, pero que era una presencia que ordenaba todo el universo familiar. Oscar había empezado allí, y el campo daba para todos. ¿Por qué habían cambiado eso por Buenos Aires?
Esa simpatía de Javier por sus personajes le permite también poner en su boca palabras que arman diálogos formidables, como los de Laura con Ramón, como los de los amigos cuando se juntan a comer asado (igual, su simpatía por ciertos personajes tornan algo más que inverosímiles algunos de los lances que describe, como por ejemplo, el “suicidio” de Horacio Delfino, o el “olvido” de Laura que cuando empieza a enamorar al Presidente, no se acuerda de que está casada). 
Hay, con todo, mucho más que eso, está lo de la antipatía también (entre estos tipos y yo, hay algo personal). Porque Anzoátegui retrata también a los malos, a los perversos, a los endiablados enemigos de Dios y de todo lo que hay de bueno bajo el sol, y lo hace con trazos muy precisos, que a veces te ponen los pelos de punta: la larga lista de iniquidades y de personajes inicuos que desfilan por esta novela mete miedo, cómo no (y todavía se podrían incluir nuevos enemigos, como los de la “identidad de género” o aquellos otros del “lenguaje inclusivo”). 
Y luego, aquí nos topamos también con las peliaguadas cuestiones parusíacas que Javier desmenuza con audacia imaginativa y una ortodoxia impecable (además de demostrar que se sabe bien su Castellani, su Benson, además de exhibir un sesudo conocimiento de las Escrituras). De particular interés constituyen los capítulos finales en donde el A. se atreve con dos Papas (aunque se muestra quizás indulgente en exceso con “Pedro II”, quizás por las necesidades del guionista: la realidad es que la dimisión de Benedicto XVI y su comportamiento posterior constituyen un intríngulis que nadie sabe explicar y es buen ejemplo de que, una vez más, la realidad supera a la ficción). 
Pero sí, el retrato del “último Papa”, está perfecto, no puedo discutir eso… nadie podría. 
Claro, vivimos tiempos parusíacos, tiempos en que lo inadmisible se vuelve probable, lo intolerable, corriente, lo inaceptable, homologado, lo horroroso, banalizado. Y ese air du temps aquí está muy bien capturado, como que procede, claramente, de una intensa y morosa reflexión del autor sobre todas sus lecturas, sobre todas las conversaciones, sobre todo, quizá… (digo yo) lo que rezó...  
Así y con todo esto, el contrafáctico que subyace a lo largo y a lo ancho de esta novela refleja una de las lecciones más difíciles que forzosamente hemos tenido que aprender los católicos tradicionalistas de Pasto Viejo, y es una especie de delicadísimo equilibrio entre un activismo voluntarista (tan estéril como peligroso) y un quietismo nostálgico, inconducente y acédico. Se trate de política o de cuestiones litúrgicas, de educación o de economía, de historias de amistad o historias de amor, historias místicas o historias futboleras, Javier logra, mediante las cabriolas propias de una novela distópica, mostrar que Dios es el dueño del circo, que si a veces nos distribuye los naipes para ver cómo jugamos, a veces hay que devolverle los naipes a Él y dejar que Dios sea Dios... y que sólo entenderemos cómo son las cosas, qué vale qué y cuánto, que el que ríe último, ríe mejor… al final. 
Y de allí el carácter apocalíptico de esta magnífica, inmejorable novela. “Jazmín del país” tiene como subtítulo “Una utopía”, pero yo habría creído que no se podía escribir esta utopía, recordando lo de Chesterton, ¿no?, que la mejor manera de destruir una utopía es tratar de establecerla, y sin embargo… pues, allí está la novela de Javier, completa, redonda, con un principio, un medio y un final a toda orquesta. Y cuando la terminé, me dieron ganas de leerla toda de nuevo… porque me parece que se me pasaron algunas cosas, algunas claves secretas, aquí y acullá.
Y porque la novela termina con una promesa.
De otra parte, me impresiona, la lectura profunda, que ha hecho Anzoátegui de Saint Exupéry (de su enigmática “Ciudadela”), y su gusto (que comparto, ¡y no lo sabíamos!), por la poesía de Paco Luis Bernárdez. Me hizo acordar, no sé por qué, a su famoso “Romance”:
Aquellas cosas profundas
Que yo apenas entendía.
Desde que el amor las nombra
Me parecen cristalinas.

Aquel tiempo de otro tiempo,
Que sin gloria transcurría,
Desde que el amor lo empuja
Tiene lo que no tenía.
Ahora, si las juntadas del medio centenar de viejas familias de Pasto Viejo, si las interminables charlas y discusiones (de política, de literatura, de rugby o de liturgia, de si es mejor el whisky “single malt” o el otro, el común, ¿qué más da?), si las incontables bromas y chistes de todo tipo, el universo mundo que supo ser el “Don Jaime” y las clases de tango en “El Galpón”, las célebres confesiones del P. Serafini a las seis de la madrugada, el Regatas y los partidos de fútbol y de paddle y los partidos de truco y las partidas de TEG, los “escapes” y “escapitos”, las borracheras y las guitarreadas, las obras de teatro, las adoraciones nocturnas, los intercambios epistolares y de insultos, cuando no de trompadas… si las “manteadas” y las “tocatas”, si los ejercicios de encontrar “parecidos”, si las juntadas para oír a Wagner, o los cine-clubs en la Parroquia de San Francisco, si los retiros y los campamentos, las reuniones de los domingos hasta que las velas no ardan, si las excursiones de pesca, las montañas escaladas (en Traslasierra o en Bariloche, ¿qué más da?—éramos todos de Pasto Viejo) y las mañanas navegando por el Río de la Plata, si los noviazgos y amores no correspondidos y los otros, correspondidos, desembocando en matrimonios y centenares de chicos, si las peregrinaciones, los coros y los partidos de truco y los ejercicios de disputatio y las lecturas colectivas de las tragedias griegas, si las charlas, charlitas, conferencias y clases magistrales, si las revistas locales y las poesías del pueblo, todas ellas, en total, sólo podían producir esto, si sólo servían para desembocar en esto, nada más… Si todo aquello no era sino para dar en esta novela, “Jazmín del país”, pues, no señor, entonces todo eso no habría sido de balde, qué iba a ser (¿estás loco vos, como iba a ser en vano? ¿Y qué, todavía no leíste la novela? ¡Andáaa, maricón! Tolle, lege). 
Porque para seguir con el “Romance”: 
Aquella pluma de siempre
Vive una vida más viva
Desde que el amor la mueve,
Desde que el amor la inspira.

El libro puede adquirirse en librería Vórtice, según los detalles que se indican en la columna de la izquierda del blog.

lunes, 20 de agosto de 2018

El cardenal Burke sobre los abusos sexuales en la Iglesia


San Diego, 16 de agosto de 2018.


Thomas McKenna, presidente de la Catholic Action for Faith and Family, entrevistó esta semana al Cardenal Raymond Burke acerca del escándalo de los clérigos abusadores.
Thomas McKenna: Su Eminencia, una nueva ola de abusos sexuales clericales ha salido a la luz, y pone en evidencia una extensísima práctica de la homosexualidad entre clérigos en diócesis y seminarios a través de país (nota bene: si bien el entrevistador limita su pregunta al contexto de los Estados Unidos, casos semejantes se han reportado recientemente en otros países como Honduras  o Chile). ¿Cuál diría usted que es la causa radical de esta corrupción?
Cardenal Raymond Burke: Quedó en evidencia a partir de los estudios que siguieron a la crisis de abusos sexuales del año 2002 que la mayor parte de los actos de abusos eran, de hecho, actos homosexuales cometidos con adolescentes varones. Hubo un intento minucioso ya sea por obviar ya sea por negar esto. Ahora parece claro a la luz de estos terribles escándalos recientes que, efectivamente, existe una cultura homosexual no sólo entre los clérigos sino incluso dentro de la misma jerarquía eclesiástica, la cual necesita ser purificada desde su raíz. Se trata por supuesto de una tendencia que es desordenada.
Creo que ha sido considerablemente agravada por la actual cultura contraria a la vida, esto es la cultura contraceptiva que separa el acto sexual de la unión conyugal. El acto sexual no tiene ningún tipo de sentido salvo entre un varón y una mujer en el matrimonio ya que el acto conyugal está dispuesto por su naturaleza para la procreación. Creo que resulta necesario un reconocimiento abierto de que tenemos un serio problema de cultura homosexual en la Iglesia, especialmente entre los clérigos y la jerarquía, que necesita ser enfrentado honesta y eficazmente. 
Thomas: Su Eminencia, muchos dicen que lo que debería hacerse para enfrentar este problema es determinar mejores procedimientos y estructuras para lidiar con él, que ésta sería entonces la solución para resolver la situación. ¿Está de acuerdo con esa propuesta? ¿O qué le parece que necesitaría hacerse para resolver esta crisis de un modo definitivo?
Cardenal Burke: No hay necesidad de desarrollar nuevos procedimientos. Todos los procedimientos existen en la disciplina de la Iglesia, y han existido por siglos. Lo que se necesita es una investigación honesta sobre las situaciones de grave inmoralidad denunciadas, seguido de una acción efectiva para sancionar a los responsables, y vigilar para prevenir que situaciones similares ocurran nuevamente.
Esta idea de que la conferencia episcopal debería ser responsable de enfrentar esto es equivocada porque la conferencia episcopal no tiene control sobre los propios obispos dentro de la conferencia. Es el Romano Pontífice, el Santo Padre, el que tiene la responsabilidad de imponer disciplina en estas situaciones, y es él quien necesita tomar acción siguiendo los procedimientos que están  establecidos en la disciplina de la Iglesia. Esto es lo que combatirá la situación efectivamente.
Thomas: Su Eminencia, la fe de muchos en la Iglesia, como una institución santa antes que corrupta, ha sido sacudida. La gente no sabe qué pensar sobre sus obispos y sacerdotes ¿Cómo debería responder el fiel a esta crisis, tomando en cuenta especialmente que muchos se sienten desanimados y avergonzados de su Iglesia?
Cardenal Burke: Entiendo perfectamente la bronca, el profundo sentido de traición que muchos de los fieles están sintiendo, incluso porque yo mismo lo experimento. El fiel debe insistir que esta situación sea abordada honestamente y con determinación. Lo que no debemos permitir en ningún caso es que esos actos gravemente inmorales, que tanto han mancillado el rostro de la Iglesia, nos lleven a perder la confianza en Nuestro Señor, que es la Cabeza y el Pastor del rebaño. La Iglesia es su Cuerpo Místico, y nunca debemos perder de vista esta verdad.
Deberíamos estar profundamente avergonzados de lo que ciertos pastores, ciertos obispos han hecho, pero nunca deberíamos estar avergonzados de la Iglesia porque sabemos que es pura y que es Cristo Mismo, vivo para nosotros en la Iglesia, quien es nuestro único camino de salvación. Hay una gran tentación en que nuestra ira justificada acerca de estos actos gravemente inmorales nos lleve a perder la fe en la Iglesia, o a estar enojados con la Iglesia, en lugar de enojarnos con aquellos que, aunque ocupen la más alta autoridad en la Iglesia, han traicionado esa autoridad y han actuado de un modo inmoral.

Existieron durante siglos en el Pontifical Romano (el libro litúrgico católico latino que contiene los ritos celebrados por los obispos) los ritos para la degradación de los clérigos y también de los miembros de la jerarquía que hubieran fallado gravemente en su oficio. Creo que sería conveniente leer nuevamente esos ritos para entender profundamente lo que la Iglesia siempre entendió, que es que los pastores pueden desviarse –incluso de un modo muy grave– y que entonces deben ser apropiadamente disciplinados e incluso expulsados del estado clerical.
(Fuente. Traducción del Profesor de Worms)

miércoles, 15 de agosto de 2018

Micciones

La semana pasada fue para nuestro país una semana de triunfo. La víspera de la votación de la ley de despenalización del aborto, Amnesty International nos avisaba a través de la contratapa del The New York Time, pagada con un millón de dólares, que el mundo nos estaba mirando a ver qué hacíamos. Y como bien dijo Amalia Granata, la conductora pro vida de pasado tormentoso: “Para vos New York Time”. El No se impuso en el senado y el aborto no salió. Y fue un triunfo, provisorio seguramente, pero triunfo al fin, y todo triunfo merece su festejo. Y el país festejó de diversos modos, según les fuera dado festejar. Algunos, con discreción y mesura, como Ludovicus en estas páginas; otros, con hipérboles enternecedoras, como aquella que narra que fueron treinta y ocho los senadores que votaron en contra porque treinta y ocho son los centímetros que mide la imagen de Nuestra Señora de Luján; incluso, con una ingenuidad rayana con la memez, se dijo que "La Argentina se le plantó al Anticristo y lo venció"; otros, un poco más guarros y borrachos, apenas producida la votación gritaban frente al Congreso alentados por un sacerdote: “Nooooo al abortoooo, nooo al abortoooo/ ahora los pañuelos se lo meten en el or…”. 
Y en medio de festejo tan variopinto, mi amigo el Anónimo Normando escribió un breve comentario que trajo un reguero de reacciones. Allí alertaba contra los aguafiestas o, dicho de un modo más popular, contra los que miccionan el costillar. Él, profundo conocer de las letras hispánicas más rancias, utilizó otra expresión. Pues sí, parece que había en medio del jolgorio quienes se dedicaron a arrojar baldazos de agua fría advirtiendo que no había motivos de festejo alguno pues el triunfo, en el fondo, no fue más que el producto espurio de la democracia liberal y profundamente anticristiana. ¡Desfachatados!, dijeron muchos, y comenzaron a rebolear epítetos: injustos, ignorantes, engolados, acédicos, soberbios, perturbados, piadosones, pesimistas, quietistas, dementes, agroicos, poneruedas, estrafalarios, fundamentalistas, chalados, rebuscados, enajenados. En definitiva, miccionadores seriales de banquetes. 
Una semana después de la votación de la ley me pregunto si estas micciones no fueron, en definitiva, un desagradable baño de realidad. La ley del aborto este año no salió. Habrá que esperar al año próximo, o quizás dos o tres años más para que vuelvan a la carga. Todo depende de cómo termina la ruta de los cuadernos Gloria y el desbarajuste económico, no sea que ocurra lo que tanto le aterra a Carlos Pagni: los países que atravesaron procesos de mani pulite, dice el periodista, terminaron o se prevé que terminarán, en manos de odiosos neofacistas de derecha: Berlusconi en Italia y probablemente Jair Bolsonaro en Brasil. Veremos. 
Pero para el mundo posmoderno la ley del aborto se aprobó. Nosotros, que somos realistas, sabemos que no es así, que la res fue el NO que ganó por siete votos. Sin embargo, los realistas somos apenas un puñadito insignificante que no cuenta. 
En lo inmediato, el presidente Macri incluirá la incorporación del protocolo del aborto no punible dictaminado por la Corte Suprema de Justicia en el nuevo Código Penal, por lo que cualquier mujer embarazada podrá ir a un hospital público, declarar que fue violada -sin dar ninguna prueba o explicación, y sin que medie denuncia policial-, y le deberán practicar un aborto. Por otro lado, ayer se anunció la noticia que los hospitales públicos dispondrán de las cantidades de misoprostol que requieran, y lo cierto es que a través de esta droga se realiza el 80% de los abortos en el mundo. Con lo cual, aunque se haya ganado la batalla en la benemérita ágora democrática, en los hechos tangibles cotidianos se perdió en apenas siete días buena parte del terreno conquistado por obra de las avivadas del gobierno de Cambiemos, que no se resignó a que los verdes se quedarán sin un hueso con más carne que el costillar.
Pero más interesante todavía es analizar el hecho cultural. La miasma verde derramada por los albañales que recorren todo el país, hace una semana que está enfurecida insistiendo en sus sinrazones. Los celestes apenas si aparecen, no por falta de voluntad sino por falta de espacio. Como bien dijo Claudia Peiró en un recomendable artículo, los abortistas son malos perdedores y no reconocen su derrota. El problema, sin embargo, no es el berrinche sino la ideología. Convengamos que buena parte de las verdes no peleaban por el aborto legal porque ellas estuvieran interesadas o impedidas de abortar: muchas de ellas son lesbianas, y por el momento no tienen el inconveniente del embarazo no deseado, y otras muchas más tienen los medios suficientes para, en caso de urgencia, comprar por Internet a $3000 un set de pastillas de misoprostol y abortar tranquilamente en sus casas como quien come un caramelo. El aborto les interesa como bandera, es decir, como una pieza más del armado ideológico.
Por otro lado, en el mundo actual la realidad no es la res sino el relato, que es elaborado principalmente por los medios. La gente ya no se rinde ante la evidencia. Cree en el relato. La realidad, que es un incómodo límite a su libertad omnímoda, desapareció. Es inasible. Incognoscible. Inexistente. Era suficiente que un imbécil funcionario del gobierno anterior dijera que en Argentina había menos pobres que en Alemania para que el irreductible 30% de kirchneristas lo creyera. Y hoy, es inútil que aparezcan cuadernos y que haya decenas de arrepentidos, entre ellos ex miembros del gobierno de Cristina Kirchner que afirmen fehacientemente que vieron y tocaron cientos de bolsos cargados de dólares: ese mismo 30% sigue afirmando que es una mentira. Podremos rociar al hombre contemporáneo con la clorofila más intensa, pasearlo por la selva amazónica y recitarle el “Verde que te quiero verde” de García Lorca, pero seguirá afirmando que las plantas son azules.
Lo mismo ha ocurrido con el aborto: podremos obligarlos a ver el tablero iluminado del Senado en el que aparecieron la cantidad de votos y podremos obligarlos a vestirse de celeste. No es suficiente. Para ellos, el aborto fue aprobado. Y el hombre de la calle, que es mayoría y que mayoritariamente no se inclina por el aborto, mira el espectáculo mientras trabaja, suda y sufre. No es su primera preocupación, ni tampoco su segunda, y ni siquiera su décimo problema. Él, tratando de escapar del trasiego diario, ansía que llegue la noche para descansar y ver televisión. Esa es su realidad: una pantalla pintada de verde.

Una curiosidad: Malena Galmarini se reveló como una de las más fervientes y furibundas defensoras del aborto. Es la mujer de Sergio Massa, el político al que el entrismo católico había elegido como reducto del peronismo "potable".

martes, 14 de agosto de 2018

La Obra - Trailer oficial


Hace pocos días visitó nuestro país Mons. Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei, y aquí tenemos un video conmemorativo de esa gracia tan inmerecida. Algunas observaciones:
  1. El repugnante personalismo que se traduce en veneración al padre fundador tiene, en el Opus Dei, carácter transitivo.
  2. Consecuentemente, el paternalismo sigue tan vigente como en los peores años.
  3. Desde los ’70, en épocas del Fundador, don Josemaría, marqués de Peralta, continúa en funciones el mismo director cinematográfico, el escenógrafo solamente agregó una profusa enredadera como fondo a fin de estar acorde con Laudato sì. Se jubiló, en cambio, el asesor de vestuario: ahora hay menos sotanas y más clergyman, y los jóvenes ya no visten saco y corbata sino jeans y polera.
  4. El acting de los que leen las preguntas armadas, cuyas respuestas están estudiadas hasta la mueca que debe acompañarlas, es más mediocre que nunca.
  5. Destaco el impecable trabajo de producción: consiguieron alquilar un numero suficiente de morochos, con aspecto de inmigrantes latinoamericanos, a fin mostrar un Opus Dei más abierto a las clases trabajadoras, acorde a las épocas francisquistas. En este mismo sentido, el director se lució mostrando gente tomando mate (de calabaza con detalles en alpaca) en varias escenas. Un efecto natural y espontáneo.
  6. 0:45: Una numeraria pidiendo al Padre que hable “del poder transformador del trabajo”. Cantinela repetida. Siguen sin leer a Pieper.
  7. 1:52: Notable el caso de Carolina, que desde hace cinco años vive en una residencia del Opus Dei pero no es creyente ni está bautizada. Sin embargo, encontró gente que la quiere mucho y respeta su modo de pensar. Me pregunto el motivo por el que publicitan semejante fracaso, a no ser que su objetivo sea, precisamente, tener animalitos de diversas especies para mostrar en el zoológico, más allá de que se conviertan o sigan siendo paganos. Estimo que San Pablo no estaría muy de acuerdo con la estrategia.
  8. 3:00: ¿Cuánto le habrán pagado al gordo para que se pusiera a bailar en medio del espectáculo? Grandes dosis de vergüenza ajena, no solamente por el pobre muchacho sino por los organizadores que habían calculado hasta el detalle de la música de cumbia, que sale por el sistema central de sonido de la sala.
  9. Cuidadosamente elegidos los lugares visitados por Ocáriz que se muestran: los colegio “Buen Consejo” y “Cruz del Sur”, de Barracas, donde el 60% de los alumnos provienen de villas de emergencia. El Opus en modo #Francisco.
  10. Desde hace un buen tiempo se sabe que el Opus está en declive. Muy pocas vocaciones, lo que significa mucho menos ingresos pues sin numerarios, no hay sueldos gordos para alimentar las enormes estructuras que comienzan a hacer agua. Centro vacíos o casi -como el Cudes, de calle Vicente López-, miembros envejecidos, muchos enfermos y muchas deserciones. Decadencia. Veremos en qué termina la Obra.

lunes, 13 de agosto de 2018

La misericordia de Mons. Raúl Martín


Los obispos nos tienen acostumbrados, como el Papa Francisco, a sorpresas desopilantes. En este caso, la novedad viene de la diócesis de Santa Rosa, en Argentina, que abarca todo el territorio de la provincia de La Pampa y está gobernada por Mons. Raúl Martín que es una acabada manufactura del pontífice reinante:  fue promovido por él al episcopado y se desempeñó como su auxiliar en la arquidiócesis de Buenos Aires.
Los fieles de una de las parroquias de la capital pampeana, Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, desde el momento mismo de su fundación adoptaron la costumbre de comulgar de rodillas, una muestra de piedad y adoración ante el Santísimo Sacramento que pocos podrían objetar. Ninguno de los obispos anteriores puso reparos al respecto hasta que llegó Mons. Martín que se enfureció, montó en cólera y desató una cruzada contra los feligreses porque, con esa costumbre, rompían “la unidad del pueblo de Dios que peregrina en La Pampa”. No importa que esa unidad esté bastante resquebrajada por un clero entre el que se cuentan algunos sacerdotes con inclinaciones y conductas sobre las que el Papa Francisco nos enseña a no juzgar, y tampoco importa que haya otros que produzcan de tanto en tanto algún que otro vástago. Son nonadas; debilidades humanas; lo inadmisible es que haya algunos cristianos que pretendan comulgar de rodillas. ¡Habrase visto semejante desfachatez!
Es así que en el video podrán escuchar la filípica que Mons. Martín le dirige a los fieles de esa parroquia y en especial a los monaguillos por comulgar de rodillas. Su argumento -en realidad es uno solo- no tiene el menor sustento. Dice que el obispos es el liturgo de la diócesis y, por lo tanto, pueden disponer normas litúrgicas para el bien de su pueblo que deben ser obedecidas. 
Razón tiene Mons. Martín cuando afirma su primacía en la vida litúrgica de la diócesis. Siempre fue así en la Iglesia y la Sacrosanctum Concilium dice expresamente que el obispos “es el sumo sacerdote de su grey” (41) y, como tal, su primer liturgo. Sin embargo, esto no significa que el obispos sea el dueño de la liturgia. Mons. Martín, por ejemplo, no podría disponer que en vez de pan ázimo se usará para la Sagrada Comunión pan de pizza, ni tampoco podría prohibirle a sus sacerdotes que usaran casulla o estola. Él, como primer liturgo, es depositario de la tradición litúrgica del rito romano y debe velar por su observancia, y la comunión de rodillas forma parte de esa tradición, nunca fue abrogada por ninguna disposición pontificia y el Misal Romano no se expresa sobre la postura corporal en la que debe ser recibida la Sagrada Eucaristía. Es decir, Mons. Martín no tiene ningún derecho, por más primer liturgo de su diócesis que sea, de prohibir a los fieles comulgar de rodillas. Si pensamos que a partir del motu proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI, los obispos diocesanos no tienen el derecho de prohibirle a sus sacerdotes celebrar la Santa Misa según el rito extraordinario, mucho menos derecho tendrán a prohibir un acto de piedad. No sea que la próxima disposición del liturgo pampeano sea prohibir el rezo del Rosario o el ejercicio del Vía Crucis.
Pero veámoslo desde otra perspectiva. Apuesto mi cabeza a que Mons. Raúl Martín no tendría ningún inconveniente en dar la comunión a señoritas que se acerquen con soleras o minifaldas; o a señores en bermudas y ojotas. Si en algún acto de fraternidad ecuménica se acercara a comulgar un pastor protestante, seguramente Mons. Martín no le negaría la comunión, y no sé qué pasaría si hicieran lo propio los dos diputados pampeanos que con su voto posibilitaron que se dieran media sanción a la ley del aborto. Su celo pastoral y su amor de padre jamás impediría que en estos casos se negara la eucaristía a nadie. El problema está cuando alguien quiere comulgar de rodillas. ¡Ese es un extremo que de ningún modo puede ser tolerado! El primer liturgo se yergue y dispone normas que deben ser obedecidas so pena de reprimendas y avergonzamientos públicos, aún cuando los destinatarios sean niños o adolescentes. No comulgarán si pretenden hacerlo de rodillas ni siquiera los niños que acaban de recibir el sacramento de la confirmación. Nada de misericordia; eso queda para los gay, para los divorciados y para los corruptos. Los piadosos deberán experimentar el rigor de la autoridad episcopal.