viernes, 30 de noviembre de 2018

Los frutos de la iglesia en salida del Papa Francisco


Recomiendo ver desde el minuto 1:20 al 3:10 y desde el 6:25 hasta el final.
Un claro ejemplo de los frutos de iglesia en salida del Papa Francisco

lunes, 26 de noviembre de 2018

Vísperas sicilianas


1) Hace pocos días conocimos una noticia de lo más intrascendente. Un tal Norberto Siciliani había presentado su nuevo libro titulado Cómo enseñar valores sin enseñarlos. Algunos medios de prensa se hicieron eco del acontecimiento porque este señor es el padre de la actriz Griselda Siciliani, famosas por sus escándalos, sus desnudos y su acérrima postura a favor del aborto. Don Siciliani  “fue docente, director y es representante legal y coordinador de instituciones educativas de niveles inicial, primario, medio y superior”. Y explica: "En casa tenemos hijos muy variados: Malena es religiosa y ahora está en Paraguay; Griselda es actriz; Paulina es profesora de sociología y es militante de causas justas; Guido es profesor de educación física y participa de una ONG que trabaja en zonas carenciadas; Marilina está casada con un músico y vive en medio de las sierras y Leticia también es actriz y se define como una persona libre que eligió convivir con una mujer”. Nada de extraño para una típica familia posmoderna. Lo único que podríamos acotar es que este personaje o bien tiene senilidad precoz, o bien es un gran caradura, porque a cualquier persona le queda claro que, si hay algo que no se le dio en la vida, fue precisamente educar en valores, visto los resultados que obtuvo. Le aconsejaría que dedicara sus esfuerzos literarios a explicarnos los secretos del cultivo de tulipanes o de la cría de canarios.

2) La noticia no ameritaría ningún tipo de comentario a no ser que este señor se dedica a dar talleres sobre la enseñanza en valores en colegios católicos y, aunque no me consta, sospecho que fue o es representante legal de colegios confesionales. Tampoco sería asombroso este hecho, pero lo que sí resulta sorprendente es que Norberto Siciliani fue parte del equipo docente del ENEC Buenos Aires 2017. Se trata del “Encuentro Nacional de Evangelización y Catequesis” que se lleva a cabo todos los años para formar a los catequistas de todo el país y está organizado por la Comisión Episcopal de Catequesis. Nos venimos a enterar que, además de Siciliani, los catequistas católicos son formados también por Mónica Gómez que se presenta como “catequista, clown y titiritera…. y responsable…  de las animaciones de las misas arquidiocesanas para niños”, y por Carlos Taverna que es “catequista de niños y jóvenes… e hizo estudios de protocolo y ceremonial; de ambientaciones para eventos y de globología”. Huelgan comentarios.

3) El organizador del Encuentro en 2017 fue el P. Fabián Esparafita y el responsable último algún obispo de la CEA. Los católicos que estamos fuera de los circuitos parroquiales nos viene bien, de vez en cuando, asomarnos a la realidad de la iglesia argentina, a su estado catastrófico e irrecuperable. No creo que el P. Esparafita sea un malvado masón que está tratando de hacer algún daño a la catequesis; este cura, como la mayor parte de los que lo acompañan en esa comisión que debería ser incinerada, son imbéciles, en el sentido más propio y latino de la expresión: débiles, en este caso, mentales. No tienen cura. No pueden ser recuperados. Y lo peor, es que es altamente probable que Esparafita sea nombrado próximamente obispo, porque ese es el perfil episcopal que busca el Papa Francisco.

4) Desconfío que, en el estado actual de adormecimiento colectivo, podamos albergar alguna esperanza que las campanas que llaman a vísperas despierten, como en Palermo el 30 de marzo de 1282, el hastío y la bronca de los católicos que de un buen puntapiés de patadas, saquen a estos curas y obispos imbéciles de nuestras iglesias, como los sicilianos sacaron a los franceses de las suyas. Los católicos de hoy son tan gaznápiros como su jerarquía. 

5) Es este un motivo más para que los padres eviten a toda costa que sus hijos vayan a la catequesis parroquial porque ya vemos cómo y quiénes forman a los catequistas argentinos. 

jueves, 22 de noviembre de 2018

Fuga saeculi II


[Aclaración previa: yo no estoy proponiendo que todos los católicos tradicionales deban "retirarse" entendiendo por tal que deban irse a vivir en medio de Los Andes, de la Sierra de la Ventana o de los Pirineos, y fundar allí pequeños pueblos. En esto no hay recetas. Esa puede ser la solución para algunos, y me parece muy bien y la aliento; en definitiva, esa es la solución radical que proponía John Senior. Pero ciertamente no es la solución para todos. Cada uno, cada grupo de amigos -porque en este es fundamental no estar solo sino rodearse de amigos- sabrá de qué modo retirarse, de acuerdo a como se lo dicte su prudencia. Eso es lo que pienso, y eso es lo que dice Dreher en su libro, que no hace más que ayudar en esta tarea mostrando una serie de casos en los que otros católicos de nuestro tiempo lograron "retirarse" de un modo u otro]
por Rob Dreher

En su libro Después de la virtud, el filósofo Alasdair MacIntyre relaciona el momento cultural presente con la caída del Imperio Romano. Considera que Occidente abandonó la razón y la tradición de las virtudes para lanzarse hacia el relativismo que ha inundando el mundo de hoy. Estamos siendo gobernados no por la fe, o la razón, o por alguna combinación de ambas, sino por lo que MacIntyre llama emotivismo, es decir, la idea que toda elección moral es solamente la expresión de lo que los sentimientos de cada persona consideran correcto.

El autor dice que una sociedad que se gobierna a sí misma de acuerdo a principios emotivistas se parecería bastante al occidente moderno, en que la liberación de la voluntad de cada individuo es vista como el bien más grande. Una sociedad virtuosa, por el contrario, es aquella que comparte las creencias en un bien moral objetivo y en las conductas necesarias de los seres humanos para llevar a cabo esos bien en comunidad.
Vivir “después de la virtud” es, por tanto, habitar en una sociedad que no solamente ya no está de acuerdo con aquello que indican las creencias y las conductas virtuosas, sino que también dudar que la virtud existe. En una sociedad post-virtud, los individuos detentan la máxima libertad de pensamiento y acción, y la sociedad misma se convierte en “una colección de extraños, cada uno persiguiendo sus propios intereses con un mínimo de obligaciones”.
Para alcanzar esto, la sociedad requiere
  • Abandonar los estándares de objetividad moral;
  • Rechazar todo tipo de narrativismo religioso o cultural que se origine fuera de uno mismo, a no ser que sea elegido;
  • Repudiar la memoria del pasado como irrelevante, y
  • Distanciarse de la comunidad y de cualquier obligación social que no haya sido elegida. 
Este estado mental se aproxima mucho a la condición conocida como barbarie. Cuando pensamos en los bárbaros, nos imaginamos a hombre salvajes, tribales y rapaces, asolando las ciudades, destrozando las estructuras y las instituciones de la civilización, simplemente porque pueden hacerlo. Los bárbaros son gobernados solamente por una voluntad orientada al poder, y nadie sabe ni le interesa qué es lo que están aniquilando.
Si tenemos en cuenta estos estándares, deberemos aceptar que nuestra sociedad occidental, a pensar de nuestra riqueza y sofisticación tecnológica, está viviendo en estado de barbarie, aunque no lo reconozcamos. Nuestros científicos, nuestros jueces, nuestros príncipes, nuestros académicos y nuestros escribas, se encuentran ocupados en demoler la fe, la familia, el sexo; en fin, todo aquello que signifique ser humano. Nuestros bárbaros han cambiado las pieles de animales y las lanzas del pasado, por trajes de diseñadores y teléfonos inteligentes. 
MacIntyre concluye Después de la virtud mirando hacia lo que ocurrió en Occidente luego de que las tribus bárbaras asolaran el orden imperial romano:
Un cambio crucial ocurrió en aquel momento cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de apuntalar el imperio romano y dejaron de identificar la continuidad de la civilización y de la comunidad moral con el mantenimiento de ese imperio. Lo que se propusieron conseguir -aunque no siempre se dieran cuenta de lo que estaban haciendo- fue la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales la vida moral podía ser sostenida, de modo tal que la moral y la civilización podrían sobrevivir los siglos y la barbarie, y la oscuridad que se avecinaban.
En la lectura que hace MacIntyre, el sistema pos-romano había caído demasiado lejos para ser salvado. San Benito actuó sabiamente al abandonar la sociedad y al iniciar una nueva comunidad cuyas prácticas preservarían la fe de las amenazas que sobrevinieron. Aunque todavía no era cristiano, MacIntyre, llamaba a los tradicionalistas que todavía creían en la razón y en la virtud a formar comunidades dentro de las cuales la vida de virtud pudiera sobrevivir la larga Edad Oscura que se aproximaba.
El mundo, dice MacIntyre, espera “otro -y sin duda muy diferente- San Benito”. Los cristianos sitiados por las furiosas aguas de la modernidad, esperan a alguien como Benito para construir arcas capaces de llevarlos y dentro de las cuales vivir la fe, mientras cruzamos el mar de la crisis, la Edad Oscura que puede durar varios siglos.

En este libro encontraremos hombres y mujeres que son los Benitos de hoy. Algunos viven en el campo. Otros viven en las ciudad. Otros construyen sus hogares en las afueras de ellas. Todos son cristianos conservadores que están convencidos que, si los creyentes no salen de Babilonia y se separan de ella -sea metafóricamente, sea realmente-, su fe no sobrevivirá otra generación en esta cultura de la muerte. Y reconocen una verdad que no es popular: la política no nos salvará. En vez de apuntalar el orden político actual, se han dado cuenta que el reino del cual ellos son ciudadanos no es de este mundo, y han decidido no comprometer ni arriesgar esa ciudadanía.
Lo que estos cristianos conservadores están haciendo son las semillas de lo que llamo la Opción Benito, una estrategia que se inscribe en la autoridad de las Escrituras y en la sabiduría de la antigua Iglesia, y que consiste en abrazar el “exilio en el lugar” y formar una vibrante contracultura. Reconociendo las toxinas del secularismo moderno, como también la fragmentación causada por el relativismo, los cristianos de la Opción de Benito miran a las Escrituras y a la Regla de San Benito buscando modos de cultivar prácticas y comunidades. En vez de entrar en pánico o permanecer complacientes, reconocen que el nuevo orden no es un problema para ser resuelto sino una realidad con la cual convivir. Serán aquellos que lo soportarán con fe y creatividad, profundizando sus propias vidas de oración y adoptando prácticas piadosas, enfocándose en las familias y las comunidades en vez de en partidos políticos, y construyendo iglesias, escuelas y otras instituciones dentro de las cuales la fe cristiana pueda sobrevivir y prosperar mientras atravesamos la inundación.
No se trata solamente de nuestra supervivencia. Si vamos a estar en el mundo como Cristo quiere que estemos, deberemos pasar más tiempo fuera del mundo, en oración profunda y en una vida espiritual seria, así como Jesús se retiró al desierto para orar antes de comenzar su ministerio. No podemos darle al mundo lo que no tenemos. Si los antiguos hebreos se hubieran asimilado a la cultura de los babilonios, habrían dejado de ser una luz en el mundo. Lo mismo ocurre con la Iglesia.
La realidad de nuestra situación es alarmante, pero no podemos darnos el lujo del pesimismo histérico. Hay bendiciones escondidas dentro de esta crisis si sabemos abrir los ojos a ellas. Así como Dios usó el castigo en el Antiguo Testamento para traer de regreso a su pueblo, así también puede estar juzgando a la iglesia y al pueblo nacidos del egoísmo, del hedonismo y del materialismo. La tormenta que se aproxima podría ser el medio a través del que Dios nos libre.

The Benedict Option, cap. I. 
Traducción de Wanderer

lunes, 19 de noviembre de 2018

Fuga saeculi I

La semana pasada, el post El odio  recibió algunas críticas habituales: se trata -decían- de la reacción de algunos melancólicos que veían el derrumbe del mundo y de la Iglesia arrellanados en sus sillones pero sin ninguna intención de hacer algo para conservar lo poco que nos va quedando. "¡Acédicos!", exclamaban. 
Y la verdad es que se trata de un crítica infundada y, por lo tanto, injusta. Ciertamente, la respuesta no debe ser la tristeza y el desaliento mientras observamos la catástrofe con un vaso de whisky en la mano. Las palabras del Ángel del Apocalipsis son también para nosotros: "Conserva lo que tienes", y cada uno, según sea el lugar en el que Dios lo puso, sabrá de qué modo puede conservar lo que recibió. Pero con una reserva: ese deber no puede cumplirse a costa de claudicar de algunos principios. Concretamente, no se puede conservar lo que nos queda siendo parte del sistema que nos robó todo el resto, porque más tarde o más temprano, nos terminará de sacar lo poco que nos queda. Y sería ingenuo pensar de otra manera. No se puede transigir con el sistema. 
Pero la opción que queda no es apoltronarse en el diván de la acedia. Hay otra opción; es la opción que eligieron los cristianos del siglo V que vivieron una situación muy similar a la nuestra: la fuga seaculi, el retirarse del mundo porque el mundo, tal como estaba, ya no podía ser recuperado. San Benito, Casiodoro y muchos más que la historia ha casi olvidado, cayeron en la cuenta que la cultura romana, que la civilitas, ya no existía, y porque no existía era imposible evangelizarla. La gracia supone la naturaleza; si la naturaleza no existe, la gracia nada puede hacer. Y decidieron reconstruir en el retiro de ese mundo en ruinas la cultura cristiana.
La situación actual es similar. La "evangelización de la cultura" que intentó Juan Pablo II ha sido un rotundo fracaso. El Papa y los obispos de hoy insisten, sin embargo, en una empresa imposible con iniciativas que rayan lo grotesco. Lo hemos visto en el reciente Sínodo de los Jóvenes que, entre otros absurdos, ha propuesto crear un dicasterio o comisión romana encargada de evangelizar a través de las redes sociales porque, dicen, es allí donde habita el hombre de hoy. Sí; eso proponen: evangelizar la "cultura" a través de Twiter y de Facebook. Absurdo.
La fuga saeculi no es la huida de los cobardes. Es la opción que nos indica la pietas, la piedad hacia nuestros padres, hacia aquellos que construyeron desde sus retiros, la civilización cristiana. Imitarlos retirándonos para reconstruir; para, desde ese retiro, volver a edificar lo que los bárbaros de antaño y de hogaño destruyeron. 
La idea no es nueva ni es mía. La explicó en los '80 John Senior en La restauración de la cultura cristiana, y la están retomando varios autores como Anthony Esolen y Rob Dreher, quien la ha llamado la opción Benito, porque fue justamente San Benito, patrono de Occidente, uno de los primeros que la hizo suya.
En dos entregas, publicaré la traducción de algunos párrafos de la Introducción y del primer capítulo del The Benedict Option, de Rob Dreher.  


Durante la mayor parte de mi vida adulta, he sido un creyente cristiano y un comprometido conservador. Nunca vi en ello un conflicto hasta que nació mi hijo en 1999. Nada cambia más la visión de un hombre sobre la vida que pensar en el mundo que heredarán sus hijos. Y eso fue lo que me ocurrió.


A medida que Mathew iba creciendo, comencé a darme cuenta el modo en el que mi política cambiaba mientras buscaba criar a mi hijo como un cristiano con principios tradicionales. Me empecé a preguntar qué cosa exactamente conservaba el conservadurismo  y me di cuenta que algunas de las causas por las que peleaban mis amigos conservadores conspiraba contra aquellos que queríamos vivir una vida de virtudes tradicionales. Debíamos encontrar nuevos modos de vivir en comunidad, como lo hizo San Benito, el padre del monacato occidental en el siglo VI, que respondió al derrumbe de la civilización fundando una orden monástica.
Y por eso llamé a esa retirarse estratégico profetizado por MacIntyre, “la opción Benito”. La idea es que un cristiano conservador que se tome en serio su condición ya no puede seguir viviendo como vive cualquier otra persona en Estados Unidos, sino que tiene que desarrollar soluciones creativas y comunes a fin de ayudarse a mantener su fe y sus valores en un mundo que cada vez es más hostil a ellos. Tendremos que tomar una decisión que nos lleve a un modo de vivir el cristianismo realmente contra cultural, o nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, serán asimilados al mundo moderno.
[…]
Los cristianos occidentales estamos enfrentando la inundación más grave de los últimos mil quinientos años, si es que escuchamos al Papa Emérito Benedicto XVI que, en 2012, dijo que la crisis espiritual que afecta a occidente es la más grande desde la caída del Imperio Romano a fines del siglo V. La Luz del cristianismo se está apagando en todo occidente. Entre nosotros hay personas que quizás vivan para ver la muerte efectiva del cristianismo en nuestra civilización. Por misericordia divina, la fe podría continuar en otras regiones, pero desaparecerá totalmente de Europa y Norteamérica. Puede que esto no sea el fin de mundo, pero es el fin de un mundo, y solamente los que son ciegos voluntariamente pueden negarlo. Durante mucho tiempo hemos menospreciado o negado los signos. Ahora, las aguas nos están sumergiendo, y no estamos preparados. Las nubes de tormenta se han estado reuniendo durante décadas, pero la mayoría de los creyentes hemos actuado con la ilusión de que se dispersarían. El quiebre de la familia natural y la fragmentación de las comunidades fueron temas que nos preocuparon, pero creímos que serían reversibles y que no reflejaban nada fundamentalmente equivocado con respecto a nuestra fe. Los líderes religiosos nos aseguraban que fortaleciendo los diques que permitían las leyes y la política se podría contener la inundación del secularismo. Pero no hay nada que podamos hacer en este aspecto.
Hoy vemos que hemos perdido en todos los frentes y que la incasable rapidez del secularismo han sobrepasado nuestras endebles barreras. El nihilismo hostil y secular ha ganado en el gobierno del país y la cultura se ha tornado poderosa contra los cristianos tradicionales. No decimos que estos acontecimientos son imposiciones de una elite liberal porque encontramos que la verdad nos resulta intolerable: todos los americanos, activa o pasivamente, los aprueban.
En tiempos de los derechos civiles para los gays, la doctrina sobre el carácter de complementariedad sexual del matrimonio es considerada un prejuicio abominable y, en muchos casos, debe ser castigada. La plaza pública está perdida.
Pero no solamente hemos perdido la plaza pública sino que ni siquiera las alturas de nuestras iglesias es un espacio seguro. Porque ¿qué pasa si aquellos que nos rodean no comparten nuestras normas morales? Creemos que todavía podríamos conservar nuestra fe y nuestras enseñanzas dentro de los muros de las iglesias,  pero eso sería tener una confianza ingenua en la salud de nuestras instituciones religiosas. Los cambios que han ocurrido en Occidente en los tiempos modernos revolucionaron todas las cosas, incluso las iglesias, que ya no forman almas sino que aprovisionan a los egos. Como decía el teólogo anglicano conservador Ephraim Radner, “No hay espacio seguro en el mundo ni en nuestras iglesias para ser cristiano. Estamos en una nueva época”.

Y no nos engañemos por el número de iglesias que vemos en la actualidad. Un número enorme de jóvenes confiesa no tener ninguna filiación religiosa. Si la tendencia demográfica continúa, nuestras iglesias pronto estarán vacías. 
Más preocupante aún, muchas de las iglesias que hoy están abiertas han sido vaciadas por un secularismo taimado a punto tal que el “cristianismo” que allí se enseña ha perdido todo su poder y su vida. Y esto ha ocurrido en la mayoría de ellas. Un estudio sociológico realizado en 2005 muestra que la mayor parte de las personas adhieren a lo que se ha llamado MTD (deísmo moralista terapéutico), que tiene cinco principios básicos:
  • Existe un Dios que ha creado y ordenado el mundo y vigila la vida humana en la tierra.
  • Dios quiere que las personas sean buenas, amables y justas entre ellas, tal como lo enseñan la Biblia y la mayoría de las religiones del mundo.
  • El objetivo central de la vida es ser feliz y sentirse bien consigo mismo.
  • Dios no tiene que estar necesariamente involucrado en la vida de cada uno excepto cuando se lo necesita para resolver algún problema.
  • Las personas buenas se van al cielo cuando mueren.
Este credo MTD está colonizando las iglesias cristianas, destruyendo el cristianismo bíblico desde dentro, y reemplazándolo por un pseudocristianismo que “sólo esta endeblemente conectado con real e histórica tradición cristiana”.
[…]
Pero no temamos. Ya atravesamos una situación semejante . En los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia sobrevivió y creció luego de las persecuciones y  al colapso del imperio en occidente. Nosotros, los cristianos de los últimos días, debemos aprender de su ejemplo, y particularmente del ejemplo de San Benito.


Traducción de Wanderer


sábado, 17 de noviembre de 2018

Consuelo atanasiano

Tal como preveíamos en el post anterior, los medios de prensa americanos ya están hablando de un "desastre" en referencia a la decisión del papa Francisco de prohibir a los obispos de Estados Unidos continuar con las investigaciones sobre los casos los abusos. Se trata de un desastre -dicen- que afectará irremediablemente la opinión pública sobre la Iglesia.  El The New York Time afirmaba esta semana que "el Vaticano, incluyendo al papa Francisco, no han hecho lo suficiente".  
Por eso, y uniéndonos a lo que ayer publicaba el blog Rorate Coeli, "es hora ya de dejar de encubrir al papa Francisco. Él es el problema"
Y es tiempo también de consuelos, como el de San Atanasio:



"Ustedes están fuera de los lugares de culto, pero la fe permanece en ustedes. Veamos: ¿qué es más importante, el lugar o la fe? ¿Quién ha perdido y quién ha ganado en este lucha, el que conserva la Sede o el que observa la fe? Es verdad que los edificios son buenos, cuando la fe es predicada; que son santos, si todo sucede en ellos de un modo santo… Ustedes son los que están felices, ustedes que permanecen dentro de la Iglesia en razón de su fe; ustedes, que mantienen firmes sus cimientos tal como les fueron transmitidos a través de la tradición apostólica. Y si celos execrables intentaran hacerla flaquear en alguna ocasión, no lo lograrán. Son ellos los que se separaron en la crisis actual. Nadie, nunca, prevalecerá contra vuestra fe, queridos hermanos, y creemos que Dios hará que un día volvamos a nuestras iglesias. Cuanto mayor sea la violencia que empleen en ocupar los lugares de culto, tanto más se separan de la Iglesia. Ellos aducen que representan a la Iglesia, pero en realidad son ellos los que fueron expulsados y se encuentran fuera del camino".

Sermón de San Atanasio, predicado a los católicos del siglo IV, desolados por el triunfo del arrianismo.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Gato podrido


Todo parece indicar que el gato encerrado murió hace tiempo y que su cuerpo hiede. Es decir, que la podredumbre que se esconde bajo la alfombra de la Iglesia es mucho, pero mucho peor de lo que cualquiera de nosotros y cualquiera de sus enemigos pudiera haber imaginado.

Analicemos la noticia sobre la que publicamos una columna en el post anterior: la decisión del papa Francisco de prohibir explícitamente  a la Conferencia Episcopal de Estados Unidos de que haga algo concreto para investigar en serio la cuestión de los abusos sexuales por parte del clero y de los obispos.
Una primera objeción que podríamos plantear es que parece incoherente que el pontífice que se ha presentado como el adalid de la colegialidad, que en la exhortación apostólica Evangelii gaudium escribió: “No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización»”, y que en el último sínodo de los obispos se preocupó para que cobrara protagonismo el tema de la sinodalidad, tome una medida de este calibre. Es que difícilmente puedan encontrarse en la historia reciente de la Iglesia un acto de ejercicio de autoridad tan contundente y grave: prohibir que los obispos de una de las conferencias episcopales más grandes e importantes del mundo hagan lo que el sentido común indica que debe hacerse: llegar al fondo de la verdad para limpiar y sanar. Esta objeción, sin embargo, se resuelve fácilmente cuando se conoce a Bergoglio que, como buen jesuita y como buen peronista, no tiene ningún empacho en decir una cosa y hacer otra.
Pero más allá que su conciencia y su sentido de la coherencia no sean óbice, lo cierto es que esta decisión tiene un costo político enorme. Porque no se trata solamente de un acto de autoridad que suena repulsivo para oídos democráticos como los americanos; va mucho más allá ya que: 
  1. Alimenta la desconfianza y hostilidad que ya existía en buena parte de esos obispos contra Francisco. Recordemos que hace poco más de un año votaron como su presidente al cardenal Di Nardo, en contra de la voluntad del pontífice que quería en ese lugar a Cupich (Los obispos argentinos, en cambio, bajaron la cabeza y votaron, en la tercera ronda, a Mons. Ojea como su presidente acatando, como cobardes que son, las órdenes vaticanas). Una buena parte de los obispos americanos son de tendencia conservadora y Bergoglio los tiene hartos con sus ambigüedades y agachadas. Esto no hará más que agrandar esa grieta.
  2. Ahondará las diferencias y rivalidades entre la misma conferencia episcopal, ubicando a un lado a los francisquistas y en el otro a los anti-francisquistas, y la discusión ya no es un detalle dogmático: es acabar de una buena vez con el escándalo de los abusos.
  3. Estas diferencias episcopales se reflejarán rápidamente en los laicos, que son bastante más gravitantes que en las zonas latinas. Y la enorme mayoría de ellos clama por una solución al tema. Es decir, Francisco no solamente tendrá una fuerte resistencia en el ámbito episcopal y clerical, sino también en el de los laicos. Y eso, entre otras muchas cosas, significa dinero, muchos millones de dólares que dejarán de fluir a las arcas vaticanas. 
  4. El hecho tendrá un fuerte impacto, no en el común de la gente a la que no le llegará la noticia, sino a los analistas. A ninguno pasará desapercibida la maniobra dilatoria y de franco encubrimiento que esta haciendo Francisco.
Todas estas consecuencias, y muchas otras que no se me ocurren, debe haberlas sopesado Bergoglio antes de tomar su decisión, y sin embargo, siguió adelante. Deben existir, entonces, motivos de mucho peso para arriesgar de esa manera su credibilidad y pagar un costo tan alto. ¿Cuáles serán? Pueden ser varios. Por ejemplo, las cartas de Mons. Viganò. Más allá del silencio y de la aparente displicencia con la que el Papa está tratando el caso, lo cierto es que constituyen una piedra dentro de sus zapatos negros que cada vez se hace más grande y más incómoda y a la que finalmente deberá responder.
Pero hay otro motivo más evidente aún: la mancha de los abusos llega mucho más alto de lo que pensamos y una investigación en serio dejaría al descubierto una cloaca inimaginable. Visto desde otro ángulo, los sumideros americanos confluyen en el albañal romano, porque la mancha séptica ya dejó los Estados Unidos llevándose puesto a un cardenal y a cientos de curas, y rodea la misma colina vaticana. Recordemos algunos hechos:
  1. Según se publicó recientemente, el cardenal Francesco Coccopalmerio habría participado activamente de la orgía de sexo homosexual y drogas en la que fue descubierto su secretario, Mons. Capozzi.
  2. El recientemente nombrado Sustituto de la Secretaría de Estado -tercero en poder- del Vaticano es Mons. Edgar Peña Parra, sobre el cual aparecieron documentos acerca de sus prácticas homosexuales. Y en un sentido similar se pronunció Mons. Viganó.
  3. El cardenal Maradiaga, uno de los más cercanos al Papa Francisco, fue denunciado por sus propios seminaristas como encubridor de un red de corrupción homosexual, de la que participaba su auxiliar, Mons. José Pineda.
  4. Mons. Viganò dio por escrito indicios de lo que se sabía en Buenos Aires desde hace años: las graves debilidades que tendría Mons. Fabián Pedacchio, secretario privado del Papa Francisco y “gran amigo” del secretario de la Congregación de Obispos, Mons. Ilson de Jesus Montanari.
Podemos detenernos aquí. Es suficiente para darse cuenta que la mancha rodea al mismo solio petrino. Son los más estrechos colaboradores de Bergoglio los que están comenzando a mancharse.

¿Hasta dónde llegaremos?, es la pregunta que nos hacemos todos los días. ¿Desde cuándo?, es la otra. 
Y me pregunto si habría que dar crédito a tantas cosas que se dijeron y que siempre consideramos habladurías y obra de los enemigos de la Iglesia. ¿Habrá sido falsa, como todos los píos católicos creyeron, la acusación pública que hizo Roger Peyrefitte en 1976 contra Pablo VI, afirmando que era homosexual y que, mientras era arzobispo de Milán, y quizás incluso más tarde, tuvo como amante al actor italiano Paolo Carlini? ¿Serán solamente habladurías lo que se comentaba con cierta insistencia en los alrededores de la curia porteña cuando era cardenal arzobispo Jorge Bergoglio acerca de los métodos de espionaje y extorsión que empleaba contra los sacerdotes de su propia diócesis que tenían debilidad por los muchachitos?  ¿Habrá sido solamente un descuido debido a su ingenuidad, que el entonces cardenal Bergoglio haya sido el principal valedor de la carrera episcopal de Mons. Juan Carlos Maccarone quien, luego de haber sido filmado en medio de refocilos con su chofer, afirmó que todos sus hermanos en el episcopado conocían su “debilidad” y aún así lo habían elevado al arzobispado santiagueño? 
Datos y preguntas que debemos hacernos. Ya no se trata de ser más o menos discreto; no se trata de refugiarnos en la negación hundiendo la cabeza en la arena para no ver ni oír. Ese camino ya está clausurado. Se trata de seguir adelante rogando de día y de noche que el Señor fortalezca nuestra fe y la de nuestros hermanos.

Addenda: Abyssus abyssum invocat, una sima llama a otra sima, dice la Escritura. Este descontrol de perversión sexual que estamos viendo en las más altas cumbres purpúreas, no viene solo. La gendarmería pontificia, cuando irrumpió en las habitaciones del Mons. Capozzi, no se encontró solamente escenas de sodomía; se encontró también con droga. Y creo que esta es otra de las líneas que habrá que seguir. No viene mal recordar aquí el hecho sucedido en septiembre de 2014, cuando la policía francesa secuestró el automóvil del cardenal argentino Jorge Mejía cargado de droga y conducido por quien se dio a conocer como gran amigo del secretario personal del cardenal, P. Luis Ducastella. La afición de este sacerdote por los giovanotti italianos era bien conocida. Sí, otro secretario cardenalicio bajo sospechas. ¿Habrá que extenderlas también al propio finado Mejía, de tristísima memoria? Eran especies que deslizaban los malvados en los corrillos vaticanos.

Moraleja: Creo que hay un hecho que está dejando de ser mera presunción para ubicarse en el plano de las certezas: la Iglesia está gobernada por una camarilla de ruines personajes que no tienen fe. Y lo más grave no es su perversión sexual; lo más grave es su falta de fe. McCarrick, Coccopalmerio y el resto de la canalla de la que venimos hablando desde hace un buen tiempo, no pueden tener fe. Un hombre de fe no hace lo que ellos hicieron. Aquí no estamos frente a un resbalón o a un mal paso que cualquiera puede tener. Estamos frente a un plan sistemático de perversión, y para llevarlo a cabo se necesita de hombres que hayan abandonado hace rato la fe en el Dios Trinitario y en la Redención de Jesucristo.

Estamos siendo testigos del fin de la Iglesia, de la Iglesia tal como la conocimos y como la conocieron nuestros padres y los padres de nuestros padres. 

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Gato encerrado, y estofado

(Debido a la urgencia de la noticia, publico hoy este post aunque espero que la discusión sobre el tema anterior pueda continuar)



¿Hasta cuándo Señor?

por Robert Royal
Miércoles, 14 de noviembre de 2018

Durante los últimos dos días he estado de viaje y muy ocupado; cuando abordaba un avión, recién me vine a enterar de la noticia del pedido del Vaticano a nuestros obispos americanos en el sentido de que no voten sobre ningún protocolo de actuación para resolver la crisis de los abusos. Y ahora que esto escribo han pasado 24 hs. desde entonces, mientras intento ponerme al tanto con esta noticia tan extraña. Posiblemente se me ocurran más cosas para decir más adelante, pero por ahora, sencillamente me cuesta creer que no es todo sino producto de un mal sueño.

Hace meses ya que el Vaticano sabía que los obispos se iban a ocupar de la cuestión de los abusos en su encuentro de todos los otoños, en Baltimore. El Papa les pidió que lo cancelaran y que en lugar de eso participaran de un retiro espiritual, a la espera de la reunión en Roma de los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo, encuentro previsto para febrero del año que viene. 
Resulta difícil adivinar con algún grado de precisión qué es lo que el Papa Francisco teme que suceda en la reunión de estos días en Baltimore.
Hemos oído por ahí vagas referencias a que las decisiones de los obispos americanos podrían violar normas del Derecho Canónico. Pero ¿desde cuándo este papado se ha visto restringido por cuestiones legales—o querido que los obispos del mundo entero cumplan con el Derecho Canónico—cuando quiso realmente que alguna cosa se hiciese?
Sea cual fuere ese temor, esperar hasta el mismísimo día de la inauguración de la reunión para pedir que no se votara nada, es cosa prácticamente sin precedentes. Es triste admitirlo, pero para muchos americanos, probablemente el Papa ha confirmado lo que se ha visto obligado a admitir en Chile: que él es parte del problema. Que nadie lo haya convencido de que esta decisión se convertiría en una pesadilla de relaciones públicas—y que causaría más problemas que una franca discusión y una votación (cuyo resultado en cualquier caso, siempre se podía atenuar más adelante)—constituye un signo de dónde estamos en la Iglesia en los días que corren. 
Espero llegar a Baltimore hoy mismo para tomar la temperatura personalmente. Pero las noticias que he visto dicen que el Cardenal Cupich se puso de pie cuando el Presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, Cardenal Di Nardo, estaba expresando su desilusión por razón de la decisión del Vaticano, para decir: “Está claro que la Santa Sede está tomando la crisis de los abusos muy seriamente.” ¿De veras? Si fuera así de claro, no haría falta decirlo. 
O explicar, como procedió a hacerlo Cupich, con frases obviamente preparadas de antemano, por qué la asamblea de obispos debía aceptar algo claramente inaceptable, como parece que muchos de ellos advirtieron inmediatamente. Su recomendación, que claramente procedía del mismísimo Papa, era la de convocar a otra reunión más para el mes de marzo, después del encuentro de los presidentes de las conferencias episcopales en febrero. Varias víctimas de los abusos y organizaciones que los defienden ya no esperaban gran cosa de la reunión de este mes de noviembre, que en sí misma viene a convocarse morosamente, varios meses después de las últimas revelaciones. 
En la jerga política de Washington esto se llamaría patear la pelota afuera con la esperanza de que se convertirá en el problema de otro, o que todo quedará olvidado, tapado por un nuevo ciclo de noticias.
Desde luego, ya contaríamos con evidencia tangible de eso si “el Vaticano” estuviese “tomando seriamente la crisis de los abusos”. Algunos de los defensores del Papa Francisco han notado que es el único papa de los tiempos modernos que obligó a un Cardenal (McCarrick) a renunciar. Cierto, pero eso sólo después de que la Arquidiócesis de Nueva York determinó que había cometido un delito al molestar a un menor de edad. 
Las normas actuales de la Iglesia de los Estados Unidos establecen que semejante crimen no se podía encubrir y que debía reportárselo a las autoridades civiles. Que fue esencialmente lo que le forzó la mano a Roma. Y McCarrick, es, medio año después, todavía, inexplicablemente, sacerdote.
La otra evidencia de la que disponemos acerca de cuán seriamente se toma Roma la crisis de los abusos, procede de otro lado. El mes de diciembre pasado, el Vaticano sencillamente dejó que la Comisión Pontificia para la Protección de los Niños expire. En cierta forma, no se perdió gran cosa con eso, puesto que, a pesar de la catarata de alabanzas cuando fue creada, la dicha comisión no hizo gran cosa. Varios de sus miembros, fueron renunciando a modo de protesta por su inacción. 
Pero, ¿dejarla expirar? Unos meses después resultó reconstruida, mas nadie ha oído ni visto nada de esta comisión que sugiera que fuera a jugar algún papel en lo que ahora es una crisis global.
A la gente de habla inglesa se le hará difícil de creer, pero gran parte de los medios en Italia y partes de Europa acompañan al Papa en su falta de sentido de urgencia que tiene toda esta cuestión de los abusos. Parecerían ignorar—o son sencillamente renuentes a aceptarlo—que efectivamente hay una crisis, más allá de un importante número de sacerdotes y obispos envueltos en escándalos de este tipo.

Si uno habla con gente del Vaticano o de sus suburbios, tienden a creer que se trata de una aberración específicamente americana (olvidando convenientemente de que hay problemas parecidos en Chile, Honduras, Irlanda, Australia, la propia Italia, el propio Vaticano y otros países). Ellos dicen que nuestros obispos (americanos) han manejado todo esto torpemente al punto que se le ha ido de las manos. 
En determinada oportunidad, el Cardenal Maradiaga, la mano derecha del Papa en el Colegio de Cardenales (él mismo implicado en escándalos sexuales y financieros en Honduras), atribuyó las revelaciones en los Estados Unidos del año 2002 a influencias judaicas y masónicas en la prensa americana, que, según sostuvo, buscan destruir a la Iglesia. Después se disculpó—pero eso es claramente lo que él, e indudablemente otros en los más altos niveles del Vaticano, realmente creen.
Uno se puede desgañitar tratando de explicarles cuán extendida es la bronca entre los laicos, y muchos sacerdotes y obispos en razón de todo esto. Hasta ahora, el modo en que Roma ha estado encarando estas novedades, ha sido como trató las denuncias del Arzobispo Viganò—esto es, no hacer nada. Eso hace que mucha gente—incluso fieles católicos—sospechen, con o sin razón, de que aquí hay gato encerrado, de que hay personajes muy poderosos tratando de que estas cosas no salgan a la luz. 
Uno puede intentar culpar a la lentitud de la burocracia vaticana, a la existencia de resentimientos entre los miembros de la jerarquía, a cierta antipatía contra el Papa, a la influencia del mismísimo Satán. Pero lo cierto es que simplemente la gente no quiere más discursos, reuniones, comisiones. Quieren acción. Y quieren verdad
En lugar de eso, lo que ven es que, incluso cuando nuestros obispos americanos quieren tomar algunos primeros pasos tentativos para encarar un problema tan enredado como urgente, un problema que involucra no sólo la protección de inocentes sino también la credibilidad moral de la Iglesia, Roma dice: No, esperen. 

Tradujo: Jack Tollers
Fuente:   https://www.thecatholicthing.org/2018/11/14/how-long-lord/ 

martes, 13 de noviembre de 2018

El odio



Wir haben lang genug geliebt
Wir wollen endlich hassen.

Bastante hemos amado ya,
Por fin vamos a odiar.
Georg Herweglh

Lo que Herweglh, poeta revolucionario y protomarxista alemán, escribía a mediados del siglo XIX, fue profético. O bien, propuso en apenas dos versos un plan que se ha cumplido en poco más de un siglo en toda la cultura occidental. Vivimos en un mundo de odio, desenmascarado a veces y travestido otras en las más diversas modulaciones. Los rostros satánicos que se vieron, por ejemplo, en las marchas a favor del aborto, expresan un odio visceral a todo lo que sea tan solo un reflejo del orden tradicional, es decir, del cristianismo. Pero el odio también se traviste y, acostumbrados ya a sus monstruosidades, no nos damos cuenta que es él quien anida en el fondo. Porque odio hay en la médula de la música que nos persigue todo el día y que embrutece el oído de quienes, incapaces de soportar el silencio, viven encasquetados en sus auriculares. Odio es también, aunque ignoto, el que ha sedimentado en los corazones de los hombres grullas, aquellos que pueblan las calles y los trenes de todas las ciudades del mundo, con sus cuellos encorvados sobre las pantallas luminosas de sus celulares. Apenas algunos ejemplos de un odio camuflado que ha convertido a las ciudades en lugares desiertos por los que caminan millones de personas solitarias alienadas  de la realidad.
Odio es también lo que anima a quienes manejan los ídolos a los que los hombres de hoy rinden culto. Millares de ídolos; algunos que obscenamente prometen riquezas a quienes se acercan; otros, sicalípticos, les prometen torbellinos de placer interminable. Y hay otros más sutiles, y más peligrosos, las opiniones ajenas, por ejemplo, que constituyen autoridad y que al hombre le gusta seguir para explicar las cosas que no conoce o que no ha experimentado; o que conoce y ha experimentado, pero respecto a las cuales le resulta más cómodo remitirse a otros. Idolo es también la adhesión inmoderada a los datos de la ciencia porque ella, que sólo sabe medir y contar, es la exclusiva legitimadora de un mundo poblado de cosas materiales, y quien apela al otro mundo, al del espíritu, queda expuesto al ludibrio de los hombres cultos. Son los ídolos del teatro que explicaba Solzhenitsyn.
Y están los ídolos del foro, que son las aberraciones resultantes de la independencia de los humanos y de su vida en común, vida que ya casi no existe devorada por la vida virtual. Son ídolos particularmente peligrosos, porque encadenan al hombre a los demás, a las opiniones de los profesionales del odio que acuñan fórmulas encargadas de determinar quiénes están fuera de las murallas de la aldea global. “Machista”, “Homófobo”, “Violento”, “Antiderechos”, son los rótulos con los que amenazan y que hacen retroceder a los hombres, que prefiere continuar con sus espaldas encorvadas sobre las pantallas. La insoportable dictadura de las minorías, del Big Other del que hablaba Raspail.
Odio es también el estado orwelliano en el que vivimos, continuamente vigilados. Las videocámaras nos observan mientras nos desplazamos por las calles del mundo, los celulares que llevamos siempre con nosotros rastrean no solamente nuestras coordenadas exactas y nuestros itinerarios diarios, sino también nuestras amistades y nuestros trabajos; nuestras tristezas y nuestras alegrías. Las redes sociales revelan lo que pensamos y lo que deseamos; revelan nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestras aspiraciones y nuestros rechazos. Jamás Orwell podría haber imaginado un  Big Brother tan poderoso y tan cruel como el que hoy nos gobierna.
Odio es el olvido casi total de la cultura que nos dio vida. El mundo moderno no conoce a los clásicos, y aún sin conocerlos, los desprecian. Homero y Virgilio; Shakespeare y Cervantes, hoy son sólo parte del coto de caza de los eruditos que los destrozan en pequeñas partículas a fin de examinarlos, omitiendo y abandonando la sabiduría que en sus líneas se concentra. Hombres modernos, olvidados de sus raíces y que, creyéndose libres, no son mas que parte de un rebaño de ratas llenas de angustia que se arremolinan en un gran laboratorio.

¿Y por qué es odio todo esto? Sencillamente, porque es el rechazo violento del Bien, de la Verdad y de la Belleza, es decir, del Ser; es decir, de Dios. 
El mundo moderno no rechaza a Dios de un modo explícito y descarado como lo hacía, por ejemplo, el régimen soviético. El mundo moderno rechaza de un modo violento las manifestaciones de Dios, sus reflejos, lo que es, y porque es, lo que es verdadero, bello y bueno. Se trata del rechazo de la realidad, o de la naturaleza, o del orden. Es decir, de la voluntad divina. Es el non serviam primigenio calando hasta los hilos más delgados de la cultura. Es el rasguido disonante de la música inicial que tocaban los ángeles ante el Trono que se ha apoderado de toda la sinfonía querida por la Divina Voluntad, y el mundo danza ahora al ritmo de una cacofonía satánica.
Hace algunos años escribía en este blog que no éramos del todo conscientes del castigo desesperante que significa vivir en el mundo moderno, dolores que podían interpretarse como los que anuncian el fin. Como decía Gómez Dávila, “el mundo moderno no será castigado. Es el castigo”. Y no caemos en la cuenta que vivimos en un mundo que está siendo duramente castigado.


La pregunta que me hago cada vez con más insistencia es si no hemos atravesado ya el punto de no retorno. ¿Puede el mundo moderno volver a ser el mundo tradicional, entendiendo por tal, el mundo ordenado según la ley de Dios? ¿Puede el hombre moderno abandonar la cultura del odio y volver a la vida del hombre normal, que obedece y ama a su Dios y reverencia sus manifestaciones de Bien, Verdad y Belleza? Hoy sólo sobreviven los que reptan. Pero los que no queremos reptar, ¿qué debemos hacer para sobrevivir? Volviendo a Gómez Dávila: “¿Cómo soportar este mundo moderno si no oyéramos ya un lejano rumor de agonía?”. 

viernes, 9 de noviembre de 2018

#Niuno$más



Hemos conocido hoy esta noticia:
El Equipo de Prensa y Comunicación de la CEA precisó en un comunicado que los obispos “han confirmado aceptar el reemplazo gradual de los aportes del Estado (asignaciones a los obispados, becas para los seminaristas y parroquias de frontera), por alternativas basadas en la solidaridad de las comunidades y de los fieles, asumiendo el espíritu de las primeras comunidades cristianas, que ponían lo suyo en común”. (AICA)
Me permito hacer una advertencia a los señores obispos: las primeras comunidades cristianas ponían los suyo en común porque tenían obispos que daban su palabra y su sangre para defender la fe; porque sus “seminaristas” -que no eran tales-, eran varones a quienes esas mismas comunidades elegían por sus virtudes, y porque los “sacerdotes de frontera” estaban en peligro constante de que los bárbaros les cortaran la cabeza. 
No nos pidan entonces, excelencias reverendísimas, que nosotros nos comportemos con la generosidad con que lo hacían los primeros cristianos si ustedes primero no se comportan con la virtud con que lo hacían los primeros obispos y sacerdotes.
No tendrán un solo peso de nuestra parte si siguen celebrando misas para la cúpula de la corrupción argentina, haciendo política barata y agradeciendo sumisamente al "obispo de Roma" (el mismo Bergoglio al que ustedes odiaban mientras era arzobispo de Buenos Aires y que ahora hipócritamente le lamen los zapatos negros) por la beatificación de un prelado marxista; si siguen callando cobardemente y defendiendo con timidez nuestra fe cuando se ve atacada por el mundo; si siguen ordenando y encubriendo a sacerdotes sacrílegos que se revuelcan entre ellos y corrompen a niños y jóvenes; si siguen, en resumen, haciendo lo que vienen haciendo desde hace décadas. 
Propongo, por tanto, iniciar la campaña

#Niuno$más

miércoles, 7 de noviembre de 2018

San Ernesto, los franciscanos y Francisco



"Hubo un tiempo en que los musulmanes eran dueños de España, África y el Cercano Oriente. La Cristiandad, a veces defendiéndose, a veces atacando, peleaba por su vida. Hubo también un tiempo cuando muchos de los primeros discípulos del Poverello se esmeraban en imitar a su seráfico padre. La misma Santa Clara pidió ir a África. Los cruzados habían soñado con vencer derramando la sangre de sus enemigos; San Francisco, en cambio, pensó en ganarlos para el Evangelio yendo a hablarles de Cristo y derramando su propia sangre.
Fray Daniel era parte de los discípulos de la segunda generación de franciscanos. En 1227, acompañado por Nicolás, Donolo, León, Agnello, Samuel y Hugolino, zarparon de España y arribaron a las costas de Ceuta. Habían sido animados por su padre espiritual a predicar el evangelio a los musulmanes de aquella zona, buscando los insultos, no resistiéndose a quienes querían maltratarlos y lavando los pies de todos. A los mercaderes cristianos que viajaban por Africa, les predicaban en los términos más simples. En presencia de los moros, en cambio, pronto comenzaron a vituperar a Mahoma, afirmando que se estaba quemando en el abismo del infierno y que sus seguidores ciertamente lo seguirían. 
Su apostolado duró pocos días. Apresados y desafiados a someterse a la ley del Corán, rivalizaron entre ellos para proclamar su fidelidad al Evangelio. Luego, fueron llevados encadenados a la plaza pública y allí decapitados entre los gritos y insultos de la plebe".
(Omer Englebert, The Life of the Saints, Thames and Hudson, London, 1951, p. 385)

Sobre la muerte de San Ernesto, abad de Zweitfalten, cuya fiesta se celebró ayer, 7 de noviembre. En 1147 se unió a la Segunda Cruzada, marchando a la cabeza del grupo alemán comandado por el emperador Conrado III. Antes de llegar a Jerusalén, fue tomado prisionero por Ambronius, rey de Persia, y conducido con otros cuatrocientos cruzados a Mecca. Allí, se le propuso abrazar el Islam, a lo que se negó, por lo que fue llevado al martirio. Narra Marsilio, sacerdote armenio, un testigo presencial de los hechos: "Los verdugos finalmente hicieron incisiones en el cráneo de Ernesto y le arrancaron lo piel de toda su cabeza; luego, abrieron su vientre y sacaron los intestinos; finalmente, lo ataron a una estaca que clavaron cabeza abajo en el piso, y lo hicieron girar en torno a ellos hasta que cayó muerto a sus pies".



Ciudad del Vaticano - El Gran Imán de Al Azhar se ha encontrado con el Papa Francisco por cuarta vez. De regreso de Bolonia donde ha participado de un evento inter-religioso organizado por San Egidio, el Imán se ha detenido en Roma y, antes de tomar el avión para regresar a el Cairo, fue a saludar al pontífice. El coloquio tuvo lugar en Santa Marte y ha concluyó con un abrazo fraterno. Las relaciones del Vaticano con la más alta autoridad sunita son más que buenas.
(Il Messaggero, 16 de octubre de 2018).

¿Cómo se sentirán San Daniel y sus compañeros, y San Ernesto cuando ven este abrazo fraterno?
Yo me siento traicionado.