jueves, 24 de febrero de 2022

Ratzinger y la liturgia


 

“Erigir el misal como una nueva construcción, desestimando y prohibiendo lo que había crecido históricamente, hizo que la liturgia dejara de parecer un desarrollo vivo y se convirtiera en el producto de un trabajo académico y sancionado por la autoridad legal. Esto causó un gran daño. Dio la impresión de que la liturgia era una ‘construcción’, no algo dado de antemano”. 

Joseph Ratzinger, Aus meinem Leben.


“[La liturgia es] el encuentro con lo que nosotros mismos no hemos creado, y que nos permite entrar en todo el gran curso de la historia. No debe volverse rígida o fosilizada, pero tampoco puede romperse sin más; debe continuar como un proceso vivo”. 

Joseph Ratzinger, “Bayerischer Rundfunk interview with Martin Lohmann (28 December 1998).”


“Una comunidad que de repente declara que lo que antes se consideraba como lo más exaltado y sagrado está estrictamente prohibido, y que es impropio anhelarlo de nuevo, suscita dudas sobre sí misma. Porque, ¿qué debe creer entonces la gente sobre ella? ¿No volverá a prohibir mañana algo que hoy prescribe?” 

Joseph Ratzinger y Peter Seewald, Salz der Erde.


“Estoy convencido de que la crisis eclesiástica que vivimos hoy se debe en gran medida a la desintegración de la liturgia, que a veces ha llegado a concebirse -etsi Deus non daretur: 'como si Dios no existiera'- de modo que no importa si Dios existe o no, o si nos habla y nos escucha”.

Joseph Ratzinger, Aus meinem Leben.


"Porque así como la liturgia es central como autoexperiencia de la iglesia y nada funciona si la liturgia ya no es ella misma, así también la Iglesia se acaba si ya no conocemos a Jesús. El peligro es abrumador de que simplemente se hable de Él en pedazos y se lo destruya con ciertos tipos de exégesis. No basta con que el dogma se interprete sólo en sentido espiritual".

Entrevista con Peter Seewald.



lunes, 21 de febrero de 2022

En defensa de Joseph Ratzinger

 




El artículo sobre la “profecía” de Joseph Ratzinger que publiqué en mi blog la semana pasada y que Aldo María Valli replicó en el suyo, ha tenido una respuesta en ese prestigioso blog —en italiano y en inglés—, y también fue retomada por la página de Marco Tosatti, por la de la Accademia Nuova Italia y The Remnant. Me honra que algún lector ciertamente formado e inteligente haya emprendido la tarea de responder a mi escrito, aunque soy consciente que la respuesta no es a mí, que apenas escribí unas pocas líneas, sino a Joseph Ratzinger, al Papa Benedicto XVI, y justamente en momentos en que está siendo cruelmente atacado por todo la progresía internacional: desde sus “hermanos” en el episcopado hasta la prensa mundial. No lo atacan solamente los malos, sino también los buenos, y este hecho injusto me provoca una enorme tristeza e indignación.

Yo soy el menos indicado para erigirme en defensor del Papa Ratzinger y no soy amigo de entrar en polémicas inútiles, pero este caso amerita una respuesta pues, desde mi punto de vista, el autor de la carta agrede, en ocasiones con virulencia y siempre con injusticia, a un hombre de Dios que, más allá de sus errores, es en estos tiempos oscuros un testigo de la fe, que atraviesa una ancianidad frágil y, aún así, no deja de recibir golpes. 

En primer lugar, es preciso aclarar que yo de ninguna manera afirmo, como supone el autor de la carta, que Benedicto XVI es perseguido por la “profecía” pronunciada en Regensburg hace más de cincuenta años. Digo que es perseguido sobre todo por los obispos alemanes porque nunca le perdonaron que no se haya subido con la mayor parte de ellos al progresismo rampante estilo Hans Küng, o al otro más moderado, estilo Karl Rahner o Walter Kasper. No le perdonaron que, junto al cardenal Frings, pasadas las dos primeras sesiones del Concilio, no se haya sumado a la debacle de la Iglesia a la que empujaban otros purpurados como Döpfner o Suenens, y hayan abogado por una interpretación católica y continuista de los textos conciliares, que era la única legítima y genuina. No le perdonaron que haya sido él el actor más importante que precipitó el fracaso del Sínodo de Würzburg de 1971 y que discutía los mismos temas que discute el actual “camino sinodal” alemán: el celibato obligatorio de los sacerdotes, el papel de los laicos en la Iglesia, la ordenación de mujeres, la comunión a los divorciados y las concelebraciones con los protestantes. No le perdonaron, en definitiva, que haya seguido siendo católico mientras ellos querían fundar una nueva iglesia.

Me llama la atención también la autoreferencialidad del autor de la carta. Según él, la persecución a Ratzinger de estas últimas semanas está ocasionada por la promulgación del motu proprio Summorum Pontificum. Mi blog, Caminante Wanderer, cumplirá dentro de poco quince años de permanencia en la web, y todos los que lo han seguido conocen mi permanente e indeclinable defensa de la liturgia tradicional. Sin embargo, me parece excesivo reducir todas las repercusiones que acontecen en el ecosistema católico a la cuestión litúrgica. Considerar que ese problema, que es real, grave y acuciante, es el problema central y privativo de la Iglesia está indicando una mentalidad cerrada en su propio mundo e incapaz de comprender la complejidad real en la que hoy nos encontramos.

El autor de la carta es recurrente en la utilización de dos términos: gnosticismo y modernismo. Son, claro, dos comodines que resultan muy útiles a la hora de descalificar a quienes se considera enemigos. Me recuerda el viejo recurso utilizado por los jesuitas que rotulaban de jansenista a todo aquel que sostuviera una doctrina que no les convenía o que criticara a la Compañía. Puede ser una estrategia efectiva, pero no es seria. Y comencemos por el primer término. Se suele atribuir el carácter de grupos gnósticos a aquellos que son relativamente pequeños en número y en el que todos sus miembros, para ingresar, deben estar iniciados en algún tipo de conocimientos especiales, de una verdad para unos pocos, en la cual consiste la salvación. Los perfectos, los que se salvan, son los poseedores de ese conocimiento y miembros de ese grupo. El resto son hylicos, que permanecen en un estadio inferior de la evolución gnóstica. Lo cierto es que cuando mediando el Concilio, los grupos progresistas comenzaron a extremar la situación, el profesor Ratzinger no dudó en alertar acerca del gnosticimo que se escondía en esa postura, y las citas al respecto son abundantes. Para honrar la brevedad, recuerdo sólo una, dirigida a su colega Franz Mussner: “Existe una lucha contra  una nueva forma de gnosis, que pretende establecerse a sí misma como una nueva religión sincrética de la humanidad en vez del cristianismo". Vendría bien recordar aquí la entrevista al cardenal Kasper que le hizo Edward Pentin en 2018 para entender que los verdaderos gnósticos son los progresistas, como bien lo ha denunciado continuamente el Papa Benedicto XVI. Acusarlo a él de promover una suerte de “iglesia gnóstica” es, por tanto, disparatado e injusto.

Para ser claros, el grupo pequeño al que quedaría reducida la Iglesia según la “profecía” ratzingeriana, exigirá a sus miembros un solo conocimiento: reconocer el acontecimiento que cambió el universo para siempre: la encarnación del Logos divino en el seno de una virgen judía, y profesar las enseñanzas de su Revelación cuya depositaria es la Iglesia. Si cualquier grupo pequeño de creyentes pudiera ser calificado de “gnóstico” como hace el autor de la carta, lo habrían sido también los primeros cristianos romanos que se reunían en las catacumbas a celebrar sus ritos, y lo serían los fieles católicos de hoy que deben asistir a la misa tradicional en casas de familia, porque los obispos les prohiben el uso de los templos. En definitiva, no hay ninguna razón que justifique el apelativo de “gnóstico” que el autor adjudica a la idea de Joseph Ratzinger.

El otro comodín ampliamente utilizado es el de modernistas, y el autor nunca explica a quienes incluye en esa categoría. Un modo simplista de entender la realidad: de un lado están los buenos, que somos nosotros por supuesto, y del otro los malos, que son los modernistas. ¿No es ingenuo? ¿Puede ponerse en el mismo grupo a Loissy y Buonaiuti, con de Lubac y von Balthasar; a Küng con Bouyer; a Congar con Danielou; a Rahner con Ratzinger? Me pregunto acerca de la seriedad académica que pueda tener una simplificación tan elemental. La realidad, en la Iglesia y en el mundo, no es un western americano en el que los buenos y los malos están claramente señalizados. Y a este revoltijo añade el autor aún otro ingrediente al afirmar que todos los modernista quieren volver a una “Iglesia primitiva en la cual la unidad no había sido aún amenazada por los cismas y las herejías, y que en cuanto tal puede ser el lugar de encuentro ecuménico por excelencia”. ¿Con qué fundamento hace tal afirmación? ¿Qué modernistas afirmaron eso y dónde lo hicieron? Porque una cosa es que los autores que él cataloga como “modernistas”, incluido Ratzinger, tuvieran aprecio e incluso predilección por los Padres de la Iglesia y por sus enseñanzas, y otra que quisieran un retorno a esa pretendida “iglesia primitiva”, que nunca existió con tales características. La argumentación no resiste el menor análisis. De hecho, las catequesis que el Papa Benedicto XVI dedicó a los Padres de la Iglesia durante su pontificado, apuntan una y otra vez a la defensa que estos antecesores nuestros hicieron de la verdadera fe y de la ortodoxia católica, y de su férrea oposición a las herejías.

El autor, en el cuarto párrafo de la carta, ataca a Ratzinger por la siguiente afirmación: “No tenemos necesidad de una Iglesia que celebra el culto de la acción política…”, y en su esquema de buenos y malos, y habiendo ubicado a Ratzinger en el lado de estos últimos, interpreta que las palabras son una crítica a los estados confesionales —inexistentes desde hace muchas décadas—, que protegen y alientan la religión católica. Pues no. Ratzinger no tiene en mente esos casos, sino que se está dirigiendo abiertamente contra su colega Johannes Baptist Metz, de la universidad de Münster, que con su enseñanza propiciaba un cristianismo revolucionario, de corte marxista y que, a través de la revolución, debía tomara el poder político. Y los latinoamericanos sabemos muy bien de qué se trata y el daño enorme e irreparable que la enseñanza del irresponsable profesor Metz provocó en nuestros países: todos los sacerdotes y religiosos que en los ’60 y ’70 estuvieron involucrados en el terrorismo marxista-cristiano que pretendió tomar el poder por las armas, fueron formados en las universidades católicas alemanas y en Lovaina. Menciono, por poner el ejemplo más conocido, al colombiano Camilo Torres.

En ese párrafo, Ratzinger se está refiriendo a lo que el argentino Julio Meinvielle denominó “iglesia de la publicidad”, aquella aupada y promovida por los medios del mundo y los gobiernos, y la “Iglesia de las Promesas”, esa iglesia pequeña, casi invisible, pero que mantiene la fe verdadera en el Hijo de Dios encarnado. Y el autor de la carta, para sostener su posición, recurre a contraponer Lumen Gentium con Mortalium animos, a mi criterio gratuitamente, y ubica a Ratzinger como el promotor del sincretismo ecumenista alentado por esa “iglesia de la publicidad”. Me pregunto si el autor ha olvidado que fue el mismo Ratzinger quien, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, promulgó para escándalo de todos los ecumenistas del mundo entero la declaración Dominus Iesus, el documento dogmático más importante del pontificado de Juan Pablo II, en el que se proclama claramente que Jesucristo y la Iglesia católica son los únicos medios de salvación universal.

En el párrafo siguiente, el autor vuelve a demostrar lo que pareciera ser una falta de conocimientos de la vida y la trayectoria académica del cardenal Ratzinger. Lo acusa de que su “iglesia de los pequeños” no tendría diferencia alguna con la propuesta, entre otros, de Joaquín de Fiore. Habría que recordarle que la tesis de habilitación del entonces profesor Ratzinger versó sobre la escatología en San Buenaventura y se detuvo en varios capítulos a demostrar los errores de Joaquín de Fiore y a justificar la condena de la que fue objeto por el Doctor Seráfico cuando fue ministro general de los franciscanos. 

Los párrafos siguientes son sorprendentes. El autor de la carta acusa a los modernistas de los ’60, incluido Ratzinger, y al Concilio Vaticano II de haber propuesto la utopía de una iglesia pequeña para algunos elegidos y, de ese modo, haber destruido la presencia preponderante de la Iglesia en las naciones de la tierra. Yo me pregunto en qué país de la tierra, en los ’60, la Iglesia era la mater et magistra respetada por todos y con poder efectivo. En uno solo: la España de Franco, y los resultados no fueron los mejores. Habla incluso el autor de la restauración de un “poder sacro en las naciones”. ¿No es eso, acaso, una utopía? Sin embargo, la acusación de utópico es dirigida al Papa Benedicto XVI.

Pero más importante aún, el autor considera que todo el desastre (“macerie”) de la Iglesia y del mundo actual son consecuencia de los modernistas y del Vaticano II. Pero, ¿cómo lo demuestra? Lo hace afirmando que los datos del pontificado de Pío XII mostraban una Iglesia floreciente en número de sacerdotes, religiosos y fieles practicantes. Y tiene razón, ya que no es un dato menor, pero es verdad también que la cantidad jamás fue un criterio católico para determinar la bondad o maldad de un grupo. Pero el problema radica en que el autor no tiene en cuenta que el mundo cambió drásticamente luego de la Segunda Guerra Mundial, y que ese cambio se manifestó en los ’60, y que la Iglesia, sin ser del mundo, está en el mundo. Por tanto, nada asegura que sin Concilio, o con un Concilio en el que hubieran ganados los “buenos”, hoy estaríamos en una Iglesia rebosante de fieles y con una fuerte presencia e influencia en el mundo. ¿Es creíble que, si los skemmata del Concilio que fueron preparados por el cardenal Ottaviani y el Santo Oficio para ser aprobados con trámite express por los padres conciliares, hubiesen sido efectivamente promulgados, la Iglesia de hoy estaría mucho mejor? Yo creo que si ese hubiese sido el caso, no estaríamos hoy ante las puertas de un cisma alemán, sino que  ya lo tendríamos desde hace algunas décadas, y que tendríamos también un cisma holandés, otro belga, otro australiano y varios americanos. La Iglesia de los ’60 estaba en un estado de crisis profunda y debía reaccionar ante un mundo que cambiaba drásticamente. (No viene mal recomendar aquí nuevamente la lectura de La descomposición del catolicismo de Louis Bouyer). Ya lo había hecho en el siglo XVI con el Concilio de Trento, y los resultados fueron buenos en términos generales. En los ’60, en cambio, se llamó improvisadamente a un Concilio que no tuvo ningún principio rector, y del que salió el desastre que ya conocemos. Pero de estos hechos no puede concluirse que si no hubiésemos tenido un Concilio copado por los malvados modernistas, hoy tendríamos un papa reinante que se pasearía con tiara y silla gestatoria, abanicado por los flabellos pontificios por la plaza de San Pedro, aclamado por las naciones de la tierra. Una vez más, considero que se trata de una visión simplista, incapaz de incorporar los matices más imprescindibles.

Finalmente, se lee en la carta: “La iglesia imaginada por Ratzinger, en una especie de visión romántica y sentimentalista…”. Yo considero que la iglesia imaginada por el autor de la carta es la propia de una visión romántica y sentimentalista. ¿O es que, acaso, queda espacio en el mundo de hoy, para seguir bogando, como hace él, por una Iglesia que, como poder sacro en el mundo, sea reconocida por todas las naciones? Seamos por un momento crudamente realistas: esa Iglesia, llámesela constantiniana si se quiere, dejó de existir hace muchas décadas, y no volverá, al menos en un futuro previsible. Lo que nos corresponde como católicos, y es lo que enseñaba el cardenal Newman, es no desear vivir en otros tiempos porque eso es un desafío a la Providencia. Seamos realistas; crudamente realistas. La Iglesia está en retirada y reduciéndose a grupos cada vez más pequeños, porque aunque grandes masas aún se digan católicas, en realidad se trata de paganos bautizados. Los que guardamos la fe somos pocos y cada vez seremos menos; seremos una iglesia pequeña y casi oculta. Y cuando quiera el Señor, si es que lo quiere, que el mundo asqueado y hastiado de su soledad, busque volver a las fuentes de su alegría y de su salvación, encontrará en ese pequeño grupo a quienes volverán a mostrarle el gozo de proclamar a Jesucristo y saberse salvados por Él.

Y esto, ni más de menos, es lo que dijo el profesor Joseph Ratzinger en su “profecía”. 

martes, 15 de febrero de 2022

Cuaresma con Newman


 

Comenzó el domingo pasado el tiempo de Septuagésima, y la Iglesia nos manda comenzar a prepararnos para la Gran Cuaresma.

Aquí les propongo una buena idea: hacerlo acompañados por el cardenal Newman, con un libro que Este libro reúne once sermones que santo predicó durante el tiempo de cuaresma mientras fue párroco de St. Mary the Virgin, la iglesia parroquial de Oxford.

Aunque los sermones fueron predicados en diversos años, todos ellos están tejidos en la espiritualidad propia de Newman, en la que une a los episodios evangélicos su propia experiencia de cristiano, y acompaña así a sus lectores en el camino de la imitación de Jesucristo. 
Un estudiante de la época, Charles Furse, que luego terminó siendo sacerdote católico, relata así la experiencia de escuchar las predicaciones de Newman: "...era como si Newman me practicara una vivisección. Empezaba con los órganos menos vitales, a veces los más alejados, luego atacaba hacia arriba y hacia adentro. [...] Te sentabas, y era todo el tiempo el Buen Samaritano derramado vino en tus heridas -siempre el vino primero, luego el aceite [...]. En más de una ocasión, tras el sermón fui incapaz de entrar en el Hall y me quedé sin cenar" (LD 32, 559).
Quienes se acerquen a estos Sermones de Cuaresma, aunque no puedan gozar de escuchar la voz serena de Newman en sus oídos, podrán escucharlo igualmente a través de la lectura, y la experiencia, probablemente, sea similar a del estudiante Furse.
Disponible en Amazon en formato digital e impreso.

sábado, 12 de febrero de 2022

¿Las vísperas?

 


Durante la semana pasada hemos asistido al proceso de lapidación del Papa Benedicto XVI por parte no solamente de los medios de comunicación sino también, y esto es lo más triste, de los obispos alemanes, con la anuencia del Vaticano y el silencio de la enorme mayoría de los obispos del mundo. Nunca le perdonaron que él, el teólogo más brillante que dio Alemania en el siglo XX, haya sido conservador, haya criticado la reforma litúrgica y haya sido un hombre piadoso y de fe católica. Ellos preferían a Rahner, a Küng o a Lehmann, pero el que brilló fue Ratzinger, y ahora, anciano y enfermo, se lo están haciendo pagar. Un buen resumen de lo ocurrido puede verse en este informe del P. Santiago Martín.

Lo que me ha llamado poderosamente la atención es la especial virulencia de la prensa contra el Papa Benedicto, desde Google que ya no lo llama “Papa Emérito” sino “Ex Papa”, hasta las cadenas televisas más pretendidamente serias. Un buen ejemplo puede verse en este breve informe preparado por la Deutsche Welle. Quizás sea mi imaginación, pero el odio que hay detrás no es humano; es un odio más profundo y ancestral. Y de un modo descarado, estos representantes de Mordor se ponen al servicio del cardenal Marx —casi un nuevo Saruman— que exige un profundo cambio en las estructuras de la Iglesia, cambio del que Benedicto XVI —casi otro Gandalf— es aún y a pesar de sus años, el principal dique de contención.

Me da la impresión que estamos a las vísperas de una persecución muy fuerte de la Iglesia en la que sus instituciones sufrirán mucho, y muchas de ellas ciertamente desaparecerán. La Iglesia como institución tal como la hemos conocido y como existió durante mucho más de un milenio está en un proceso de disolución y no falta mucho para que quede reducida casi a la nada. Permanecerá, claro, la Iglesia como cuerpo místico de Cristo; los creyentes que logren conservar la fe y cuya esperanza no desea destrozada por aquellos mismos cuyo oficio era alimentarla.

Es oportuno volver a la profecía pronunciada en 1969 por el Dr. Joseph Ratzinger, profesor de la Universidad de Ratisbona, ciudad en la que él y todos sus enemigos creían que iba a terminar sus días:


No necesitamos una iglesia que celebre el culto a la acción en las “oraciones” políticas. Eso es muy superfluo, y en consecuencia, se derrumbará por sí misma. De la crisis de hoy surgirá también esta vez una iglesia del mañana, que habrá perdido mucho. Se quedará pequeña y, en gran medida, tendrá que volver a empezar desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de sus edificios que fueron construidos en tiempos de prosperidad. Debido al número de sus adherentes, perderá muchos de sus privilegios en la sociedad. Diferentemente a como fue en el pasado, se presentará con mucha más fuerza como una comunidad opcional, a la que sólo se puede entrar por decisión propia. Seguramente encontrará nuevas formas de labor pastoral y ordenará como sacerdotes a cristianos de confianza, que también tendrán otros trabajos. Pero, como antes, también serán imprescindibles los sacerdotes a tiempo completo.

El futuro de la Iglesia no vendrá de los que sólo siguen las recetas. No vendrá de aquellos que sólo quieren elegir el camino fácil. De los que evitan la pasión que engendra la fe y llaman a todo lo exigente falso y obsoleto, tiránico y legalista. Para ponerlo de un modo positivo: el futuro de la Iglesia, esta vez como en todas las crisis anteriores, será modelada y renovada por los santos. Por personas que no se quedan en meras palabras; personas que serán modernas pero tendrán profundas raíces en la plenitud de la fe.

Pero a pesar de todos estos cambios que podemos imaginar, la Iglesia decididamente encontrará de nuevo lo que es su propia esencia en lo que siempre fue su corazón: la fe en el Dios Uno yTrino, y la fe en Jesucristo. Será una iglesia hacia dentro, que no se empeñará en cuestiones políticas, y no coqueteará ni con la izquierda ni con la derecha. Redescubrirá su propio ser en la fe y en la oración y volverá a experimentar a los sacramentos como un servicio divino, y no como un problema de diseño litúrgico. A la Iglesia todo esto le costará mucho trabajo, porque el proceso de cristalización y clarificación cuesta mucho esfuerzo. Se convertirá en una iglesia pobre, una iglesia de la gente pequeña.

El proceso será largo y difícil. Pero después de la prueba de este dejarse llevar, brotará una gran fortaleza de una iglesia que se ha tomado en serio lo que es y que se ha simplificado. Porque los habitantes de un mundo totalmente planificado se sentirán indeciblemente solos. Cuando Dios haya desaparecido de en medio de ellos, sentirán toda su terrible indigencia. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de creyentes como algo completamente nuevo. Como una esperanza que echa raíces en ellos, como la respuesta que siempre han estado buscando en secreto, como un hogar que les da vida y esperanza más allá de la muerte.

Joseph Ratzinger, Glaube und Zukunft (Munich: Kösel-Verlag, 1970).


lunes, 7 de febrero de 2022

Sobre monjes y tumbas. Un díptico gótico en la España actual

 


por Eck


No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder para que un mortal pudiera transgredir

las leyes no escritas e inquebrantables de Dios...

Sófocles, Antígona, v.451. 


Introducción

Han pasado casi 2500 años desde que se oyeron en Atenas por primera vez estas palabras y todavía nos conmueven como si se hubieran escrito hoy pero además contienen otra frase, la más alta del Mundo Antiguo. A la afirmación del tirano Creonte de que el enemigo nunca es amigo ni aún muerto, Antígona le contesta: No nací para compartir el odio, sino el amor ( v. 524). Secretos de Dios, que así preparaba los caminos para la manifestación de la Verdad a todas las gentes. Así debió haber contestado la Iglesia española pero se calló como una tumba. Así contestó Antígona a su tío, el impío Creonte, en defensa de los derechos de Dios y los muertos sin tener las luces del Evangelio mientras que éstos se abstuvieron cobardemente frente al tiranillo Sánchez. El día de la Resurreción Sto. Tomás Becket, S. Juan Fisher y S. Juan Nepomuceno acogeran como alma gemela a la noble Antígona por su testimonio y por su piedad. De estos obispos españoles lo dudo, ya que se callan cuando no las apoyan. Esta falta de Pietas por todos los difuntos, manifestada en los dos casos siguientes, muestra un grave cáncer espiritual que está matando a la Iglesia española en su raíz.


Una crucecita bien vale una profanación


¿Qué me queréis dar y os lo entrego? 

Se convinieron en treinta piezas de plata

 y desde entonces buscaba la ocasión para entregarlo. 

S. Mateo, XXVI, 14-15.


El 24 de octubre del 2019 se llevó a cabo la profanación de la tumba del general Francisco Franco en la basílica del Valle de los Caídos con la presencia de miembros del gobierno sociocomunista, su ordenante. Antes hubo una dura batalla legal para pararla pero el corruptísimo Tribunal Supremo dictó por unanimidad que el Poder podía profanar libremente una tumba de un fiel católico dentro de una basílica cristiana en contra de los deseos de la familia y de sus custodios, los monjes. A propósito, uno de los firmantes de la sentencia fue José Luis Requero Ibáñez, miembro conocidísimo del Opus Dei, al que las misas y los rosarios de los que tanto presume no le impidieron apoyar esta monstruosidad contra las leyes divinas y humanas.

¿Qué hicieron nuestros obispos en defensa de los derechos de Dios, en defensa de la tumba del salvador de la Iglesia en España en su mas terrible persecución, en defensa del eterno descanso de todos los difuntos? Nada, estar muditos y los principales conchavarse con el gobierno y traicionar a la familia, al prior y a los monjes. Así vimos todos como traicionaban al monasterio y les amenazaban con la expulsión; así contemplamos como permitían el insulto y ataque a la memoria de las víctimas y de la mitad de la nación y se reabrían las heridas de la Guerra Civil; y así presenciamos como dejaron que se cometiese la infamia de echar sobre la memoria de los muertos del otro bando este crimen vomitivo al afirmar que se hacía en su nombre. Pero lo mas grave fue ver cómo dejaban y apoyaban tácitamente el que se cometiese tal sacrilegio sobre el cadáver de un bautizado dentro de suelo sagrado, encima de las tumbas de los mártires, delante de los ángeles y ante el altar del Señor. Todo esto ¿Por qué?

Por esa gran cruz, más pesada que la propia del Valle de los Caídos, la crucecita que se marca en la declaración de la renta para financiar a la Iglesia de España. Si, la mayoría de la jerarquía española se prostituye con los reyes de la tierra por dinero, que luego despilfarran y malgastan en medios de comunicación al servicio de partiditos inmorales, en universidades asnales y otros proyectos caros e inútiles cuando no en lujos asiáticos para los mandamases y amigos. Como Judas, su verdadero modelo, ya entregaron a los padres que se opusieron a la enseñanza obligatoria de perversidades, a los combatientes contra el aborto, a los defensores de la familia, a los mantenedores de la memoria de los mártires por treinta monedas o varios milloncejos de euros, tanto da. ¿Por qué no lo iban a seguir haciendo? ¿por un muerto? Una crucecita por tantos bien vale una profanación...

Las maldiciones de la familia, repetidas por todo el pueblo, que muchos ven su cumplimiento en todas las desgracias que se abaten sobre España desde entonces, y su sufrimiento no les hacen reflexionar en la manera de expiar este crimen ante el Altísimo. Perros mudos con su hueso en la boca.  

No deja de ser providencial que fuera finalmente descartada para la fundación de este monasterio la abadía de Montserrat a cambio de la de Santo Domingo de Silos cuyo patrono afirmó ante un rey navarro en contra de sus demasías: Señor, podéis quitarme la vida, pero más no podéis: el alma sólo es de Dios y citada por Calvo Sotelo en la transcendental jornada parlamentaria del 16 de junio de 1936, que antecedió a su asesinato y al estallido de la Guerra Civil. Sólo los monjes del Valle, dignos hijos de Sto. Domingo de Silos, con su testimonio salvaron el honor de Dios, de su santa Iglesia y de España.


El sepulcro blanqueado de Montserrat


¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! 

S. Mateo, XXIII, 27-32


Como antítesis del fondo del Valle esta la cima de la Montaña. Antítesis total  también en sus monjes y en sus hechos aunque hermanados por otra profanación de tumbas e insulto a los difuntos. Durante muchos siglos, cuando se proclamaba este fragmento del salmo de la antemisa: Emitte lucem tuam et veritatem tuam: ipsa me deduxerunt et adduxerunt in montem sanctum et in tabernacula tua.se podía decir que todas las miradas de España y, sobre todo, Cataluña, iban al monasterio sobre la montaña de Montserrat, la casa de la Santísima Virgen, la Moreneta. Los monarcas de los reinos de España eran grandes devotos suyos, los grandes reyes Carlos I y Felipe II murieron teniendo sus candelas en las manos, muchos santos y miles de peregrinos subían a la Santa Casa para encomendarse a la Santa Madre de Dios.

En cambio, hoy la Casa está desolada por los grandes pecados que claman a Dios hechos por sus monjes. Las perversidades y crímenes que ha tenido que contemplar la imagen de la Santísima Virgen desde su trono necesitarían un Dante con estómago para contarlas. Convertida en una nueva Capri de Tiberio, se ha violado y abusado de niños y adolescentes, miembros de su escolanía y de grupos de excursionistas; se fundó una nueva Sodoma entre sus muros donde, además, sus miembros homosexuales constituyeron un grupo de poder dentro del monasterio; sus abades atacaban la moral católica defendiendo los anticonceptivos, la eutanasia pasiva y la homosexualidad amen del apoyo a las negociaciones con el grupo asesino ETA; y se convertía en un antro de politiquerías de los partidos catalanistas y de izquierdas, especialmente, Jordi Pujol y su famiglia, a quienes solo los  Kirchner pueden hacer sombra en sus latrocinios y corrupciones.

Olvidados de sus veintitrés mártires de la Guerra Civil e insultada la memoria de los que ofrecieron su vida por Cristo, se blanquean como centro de la espiritualidad new age, arca de la cultura y baluarte de la identidad pseudocatalana. Pero este tarro falso de las esencias de una región y su lengua no impide que se extienda el olor de cadáver putrefacto, cuerpo sin alma al haber prescindido de Cristo y su verdad. Ahora colma su corrupción permitiendo y alentando la profanación de los sepulcros de los soldados del Tercio de Monstserrat, que fueron confiados a los monjes. Guerreros que tuvieron el respeto y la admiración de sus enemigos por su valentía y espíritu de sacrificio. Hace poco se asaltó el mausoleo y se quemaron los manteles y vestiduras por parte de un grupo independentista que odiaba su gesta hecha por Dios y por España. Silencio. Ahora, con el apoyo del monasterio y por los políticos se ha eliminado la estatua y la placa que los recordaba delante de los sepulcros. Ya sus iniquidades han pasado de ir contra los vivos a atacar a los muertos, juntándose con el desagradecimiento por las personas que dieron su vida para que volviera el culto cristiano a sus altares. Han colmado la medida de sus antecesores. Por supuesto, nuestros obispos no han dicho nada sobre estos horrores y sacrilegios, ¿a qué tanto escándalo y posible pérdida de la buena voluntad de los políticos y sus amigachos por una minucia? total...


El muerto al hoyo  y el vivo al boyo

Toda esta serie de horrores, cobardías y traiciones muestran la verdadera faz de la iglesia española que ha pasado de dar mártires a dar una serie de Judas de medio pelo y D. Oppas de rebajas. Burócratas sin alma ni fe, sólo piensan en el dinero e influencia que van disminuyendo día a día mientras el pueblo va cayendo en la abyección más profunda sin pastores y maestros y se traiciona a los muertos sin saber que están más vivos que nunca. Muertos sin vida ¿Cómo no van apoyar que se saquen a los difuntos por interés si ellos son meros zombies? Ahora bien, para tapar el olor a cadaverina, el vacío interior y la podredumbre: sonrisas, santulonerías, clergyman de ejecutivos y mucho, mucho incienso a sí mismos que a fantasmones, eso sí, no les gana nadie. Hasta que se oiga un día: Mi casa será casa de oración para todas las gentes pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones y ante la Luz vuelvan al polvo y sombras de donde salieron...


sábado, 5 de febrero de 2022

El triste final de Mons. Eduardo Taussig

 


Se conoció hoy la noticia de la renuncia de Mons. Eduardo Taussig a la sede episcopal de San Rafael a la tierna edad de 67 años. En octubre se le había comunicado en Roma la decisión pontifica tomada en épocas de plena sinodalidad. Y la noticia ya ha tenido repercusiones en otros medios católicos.

El suyo fue un episcopado fracasado y desperdiciado que dejó en el camino una buena cantidad de heridos y de muertos que pesarán en su conciencia. Y aquí van algunas reflexiones sobre el hecho:

1. No hay peor cuña que la del mismo palo. Este axioma popular se ha cumplido a rajatabla en la vida de Mons. Taussig. Formado en la escuela del P. Echeverry Boneo, participó en su juventud en los círculos más conservadores y nacionalistas que se nucleaban en torno a la iglesia del Pilar en Buenos Aires, liderados por Carlos Sacheri, de quien fue discípulo y amigo cercano. Se formó en el tomismo del Angelicum y fue tenido como una esperanza de los sectores de línea media frente al caos eclesial de los ’80 y ’90. Sin embargo, fruto de algún misterioso mecanismo psicológico, en algún momento de su vida comenzó a odiar a los que eran como él, a los que llevaban su propia sangre, a los que habían sido alimentados con la misma leche que lo había alimentado a él. De regreso de Roma, fue nombrado en la codiciada parroquia universitaria de San Lucas, y allí comenzó a perseguir a los sacerdotes conservadores que el buen cardenal Quarracino le ponía como vicarios. Fue conocido el caso de un cruel berrinche que tuvo contra uno de ellos porque éste se empeñaba en usar el velo del cáliz. Este característica, rayana en lo patológico, lo acompañó a San Rafael. Se recuerda uno de los primeros conflictos que provocó con su clero: prohibió que los sacerdotes unieran el pulgar y el índice luego de la consagración en la celebración de la Santa Misa. Junto a un lacayo que lo acompaña todas partes, se empeñó en demostrar científicamente (sic) la no presencia de Nuestro Señor en las partículas eucarísticas, a fin de contar con argumentos para obligar a sus sacerdotes a dar la comunión en la mano. En fin, son innumerables las anécdotas de este tipo, y todas muestran que lo que él odiaba y perseguía era lo que él mismo había sido en su juventud y primera madurez. Algunos podrán adjudicar esta extraña conducta a sus ansias de ascenso en la carrera episcopal. Ciertamente que ese elemento cuenta, pero yo sospecho que hay una razón más profunda, anclada en lo hondo de su psicología, que lo explica. Probablemente algunas sesiones de psicoterapia simbólica le ayudarían a descubrir el trauma, y a sanarlo.

2. Obsesión con el ejercicio del poder. Mons. Taussig concibió el ejercicio del ministerio episcopal como un ejercicio de poder. Había en él una extraña concupiscencia por dar órdenes y por ser obedecido; un deseo casi enfermizo de someter a sus sacerdotes a sus caprichos y berrinches, no importa qué medidas de crueldad y dureza fueran necesarias para conseguirlo. El audio que circuló hace pocas semanas por todo el mundo con el diálogo que mantuvo con el P. Alejandro Casado (RIP) es una muestra elocuente de esta conducta habitual que tenía el ahora obispo emérito de San Rafael. Se deleitaba, por ejemplo, en cambiar de destino anualmente o, a los sumo, cada dos años a sus sacerdotes, como si estos fueran religiosos, provocando en ellos la destrucción de hábitos y de necesarios y saludables vínculos afectivos, con las consiguientes consecuencias psicológicas. Esta obsesión por imponer su autoridad llegó a límites absurdos, como amenazas con negar la ordenación sacerdotal o persecución de académicos que no pensaban como él, a los que amenazó con el entredicho o con tomar represalias contra sus hijos sacerdotes. Hay que reconocer que este es un mal que sufre la mayor parte de los obispos, y sería interesante hacer un estudio al respecto buscando sus causas, pero lo cierto es que Mons. Taussig no tuvo ningún prurito en demostrar su concupiscencia descaradamente.

3. Odio por la liturgia tradicional. Desde el primer momento en que comenzó a celebrarse públicamente la misa tradicional en su diócesis, demostró un odio particular hacia ella, el que canalizada poniendo todos los obstáculos posibles a su celebración y persiguiendo a los sacerdotes que querían celebrarla. A uno de ellos, y uno de los más meritorios, lo exilió a la parroquia más alejada y desamparada de su diócesis: que celebrara allí a las cabras y a los chimangos la misa en latín y de espaldas, parecía decir. Hace pocos meses, y aprovechando la puerta abierta que le sirvió en la mano Bergoglio con Traditiones custodes, mandó a sus casas a varios sacerdotes que preferían el rito tradicional, y lo hizo literalmente. Los que tenían familia en San Rafael viven ahora con sus padres, y los otros han debido recurrir a los laicos para conseguir algún lugar donde vivir. Y, faltando a su deber de pastor, los ha privado de cualquier medio de subsistencia, debiendo mantenerse estos sacerdotes con las limosnas que ocasionalmente reciben. He aquí un fruto conspicuo de la misericordia predicada por el Papa Francisco.

4. Crueldad con sus sacerdotes y seminaristas. Ya hicimos alguna referencia a este rasgo probablemente patológico de su personalidad, pero Mons. Taussig se caracterizó por perseguir con saña y constancia a sus sacerdotes. En muchos casos, se preocupaba obsesivamente en impedir que pudieran desarrollar sus talentos, por ejemplo, estudiando alguna carrera universitaria o escribiendo libros, a los que negaba su autorización para ser publicados. Podemos recordar casos públicos más graves como los del P. Fernando Yañez o del P. Jorge Gomez: llegó a confinarlos durante años en monasterios o a lograr su expulsión del estado clerical por faltas objetivas, es cierto, pero que de ninguna manera ameritaban semejante castigo. Últimamente, esta saña la dirigió contra los seminaristas de su ex-seminario: sólo aquellos cuyas familias vivían en la diócesis de San Rafael fueron enviados a otros seminarios del país; el resto, que era la mayoría, fueron dejados a la intemperie. Se trata de jóvenes excelentes, que habían cursado en algunos casos seis o siete años de estudios, y que estaban cercanos a la ordenación. Ahora están en la calle, sin saber qué hacer de sus vidas y de su futuro. ¿No se daba cuenta Mons. Taussig que con esta actitud, si bien saciaba su sadismo, ponía en peligro la fe y la perseverancia de quienes eran sus súbditos y ovejas de su rebaño?

5. Usado y desechado por Bergoglio. Mons. Taussig, cuando le llegó la noticia de su elección al episcopado, decidió recibir la consagración de manos del cardenal Bergoglio y de Mons. Héctor Aguer, del agua y del aceite. Todos vieron en esto la duplicidad de su personalidad: quería quedar bien con todos. Y así le fue. No quedó bien con ninguno, ni siquiera con su ángel de la guarda. El 13 de marzo de 2013 debe haber sido uno de los días más negros de su vida. Con Bergoglio como Papa su destino, como el de varios obispos argentinos, estaba echado. La personalidad y los antecedentes intelectuales y aristocráticos de Mons. Taussig es, justamente, uno de los aspectos que más odia el Papa Francisco: no era un obispo con olor a oveja —demasiado intelectual—, y provenía de la alta burguesía católica, algo que el resentimiento pontificio no puede soportar. No tengo ninguna prueba, pero sí fuertes sospechas de que el cierre del seminario de San Rafael fue una decisión tomada en Santa Marta, y no en la calle Rivadavia. Y Taussig obedeció al inicuo deseo pontificio —al que debería haberse opuesto, aún si eso le costaba la cabeza como le habían enseñado su padre, y sus maestros Echeverry Boneo y Sacheri—, pensando en la recompensa: alguna mitra archiepiscopal o, aunque más no fuera, el traslado a una diócesis menos periférica y problemática que la suya. Y hoy le llegó la recompensa de Bergoglio: la degradación y la humillación. Bergoglio lo usó y lo desechó.

6. Odium plebis. El Código de Derecho Canónico de 1917, en su canon 2147, establecía que un párroco podía ser removido debido al “odio del pueblo, aunque sea injusto y no universal, si es tal que impide el ministerio útil del párroco y no se prevé que ha de cesar pronto”. Mons. Taussig consiguió que este viejo canon fuera aplicado también a un obispo, puesto que desde el momento que ordenó el cierre del fructífero seminario de San Rafael, se granjeó el odium plebis, el odio de su pueblo. Ya casi no visitaba las parroquias, ni siquiera para sus fiestas patronales, porque en el mejor de los casos era recibido con frialdad, y en el peor y más frecuente, ni siquiera era recibido: muy pocos asistían a misa cuando era él el celebrante. Y lo mismo ocurría incluso en su iglesia catedral. Pasaba largas temporadas fuera de la diócesis, no estando presente si siquiera para festividades tales como la Navidad, recluido en depresiva meditación en su departamento familiar de Recoleta. 

7. El futuro de San Rafael. Todos se preguntan quién será el sucesor de Mons. Taussig. Creo que es irrelevante. Cualquiera que vaya será lo mismo, y cualquiera que vaya hará lo mismo, es decir, nada, porque no hay nada por hacer. Deberá limitarse a un control de daños. En el caso de San Luis, Mons. Barba tenía mucho por destruir, y hay que reconocer que lo hizo muy bien y en muy poco tiempo. Pero el único modo de destruir San Rafael sería con una explosión nuclear u ordenando el degüello de todos sus sacerdotes. Se trata de un clero que, más allá de las típicas divisiones y rencillas internas propias del gremio, es compacto y abarca toda la diócesis. Los únicos religiosos son los franciscanos, que ocupan un lugar insignificante, y el IVE, religiosos secundum quid y que tiene la misma formación que los sacerdotes diocesanos. La mitra de San Rafael será un castigo para cualquiera, y muy pocos querrán ponérsela, porque su destino será vegetar limitándose a contener un clero y un laicado levantisco. 

Triste destino el de Mons. Eduardo Taussig. Si hubiese sido fiel a lo que le enseñaron sus maestros, hoy probablemente no sería obispo, o probablemente sería un obispo depuesto por el Papa Francisco pero reverenciado por millares de fieles de todo el mundo. En cambio, hoy es un obispo depuesto y humillado, despreciado por Francisco y odiado por su pueblo. 


jueves, 3 de febrero de 2022

Los concilios





La mera posibilidad de que en amplios sectores de la iglesia católica no pertenecientes al ámbito tradicionalista se esté discutiendo  los efectos nocivos que provocó el Concilio Vaticano II, es ya un buen signo. Y alentador. E impensable hasta hace algunos años. Uno de los beneficios inesperados del pontificado de Bergoglio.

Sin embargo, creo que resulta indispensable valorar al Vaticano II en la perspectiva de todos los concilios de la Iglesia. Escribía el cardenal Newman: “Mientras más uno examina los concilios, menos satisfactorios son… [pero] cuanto menos satisfactorios sean, más majestuosa y confiada, y más imperativamente necesaria, es la acción de la Santa Sede” (The Letters and Diaries of John Henry Newman XXV, 164).

Los concilios siempre fueron problemáticos y traumáticos para la Iglesia. Y no solamente los primeros siete concilios ecuménicos, y no solamente el Vaticano II. Todos ellos. En este blog publiqué dos largas reseñas sobre el libro de Roberto de Mattei(aquí y aquí) donde el autor detalla y documenta todas las maniobras sucias y todos los ardides y engaños que utilizó el ala progresista para salirse con la suya. Y la manifiesta incompetencia y cerril cerrazón de los conservadores. 

Pero si debiéramos desestimar un concilio por tales matufias, me temo que deberíamos también desestimar muchos otros. No voy a repetir aquí lo que ya escribí en otras ocasiones (por ejemplo aquí), pero los estudios históricos serios muestran que por más venerables que nos parezcan, después de transcurridos varios siglos, los imponentes y tradicionales concilios de Trento y Vaticano I, en ellos los manejos sucios, engaños y armadijos fueron tan intensos como en nuestro aún reciente Vaticano II.

Recomiendo la lectura de:

Giuseppe Alberigo (ed.), Historia de los concilios ecuménicos, Sígueme, Salamanca, 2004.

Hubert Jedin, Historia del Concilio de Trento, 5 tomos, Eunsa, Pamplona, 1981.

John O’Malley, Vatican I. The Council and the Making of the Ultramontane Church, Harvard University Press, Cambridge, 2018.

Roberto de Mattei, Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Homo Lengens, Madrid, 2018.