jueves, 30 de mayo de 2019

Nada, nada queda



Escribe Federico García Lorca a su familia desde Nueva York, el 14 de julio de 1929:

Lo más interesante de esta inmensa ciudad es precisamente el cúmulo de razas y de costumbres diferentes. Yo espero poder estudiarlas todas y darme cuenta de todo este caos y esta complejidad.
“He asistido también a oficios religiosos de diferentes religiones. Y he salido dando vivas al portentoso, bellísimo, sin igual catolicismo español.
“No digamos nada de los cultos protestantes. No me cabe en la cabeza (en mi cabeza latina) cómo hay gentes que puedan ser protestantes. Es lo más ridículo y lo más odioso del mundo.
“Figuraos vosotros una iglesia que en lugar de altar mayor haya un órgano y delante de él a un señor de levita (el pastor) que habla. Luego todos cantan, y a la calle. Está suprimido todo lo que es humano y consolador y bello, en una palabra. Aun el catolicismo de aquí es distinto. Está minado por el protestantismo y tiene esa misma frialdad. Esta mañana fui a ver una misa católica dicha por un inglés. Y ahora veo lo prodigioso que es cualquier cura andaluz diciéndola. Hay un instinto innato de la belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza.
“Ahora comprendo también, aquí frente a las iglesias protestantes, el porqué racial de la gran lucha de España contra el protestantismo y de la españolísima actitud del gran rey injustamente tratado en la historia, Felipe II.
“Lo que el catolicismo de los Estados Unidos no tiene es solemnidad, es decir, calor humano. La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos, de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros, démosle culto y adoración. Pero es una gran equivocación suprimir el ceremonial. Es la gran cosa de España. Son las formas exquisitas, la hidalguía con Dios.

Epistolario completo; Cátedra, 1997; 626-627.





lunes, 27 de mayo de 2019

Retractationes


El gran San Agustín dio el ejemplo. Llegados a un cierto punto es necesario volver la mirada y considerar si todo lo que escribimos y pensamos sigue estando vigente y aún lo sostenemos, o es necesario revisarlo y ajustarlo. Lo hizo en su libro Retractationes y yo, apenas un blogger de poca mota, quiero señalar un error que sostuve durante varios años y que la realidad me lo ha revelado como tal en los últimos meses.

Durante varios años, y sobre todo al comienzo de este blog, sostuve aquí y allá que la Iglesia, durante los últimos siglos se había focalizado demasiado en los pecados contra el sexto mandamiento en detrimento de otros más graves y sustanciales, de modo tal que la santidad había quedado reducida a la virtud de la castidad, entendida como pureza angelical, conseguida a fuerza de presiones y avemarías, que terminaban por explotar en uno u otro momento. La mía no era una posición original. El progresismo la sostiene desde sus comienzos y también algunos ambientes tradicionalistas que consideran casi como una presea los “pecados de caballero” porque -dicen-, el hombre es por naturaleza polígamo y no se le puede pedir peras al olmo. “¡Y todavía se enorgullecen! Deberían estar de duelo”, les diría San Pablo (I Cor. 5,1). Es que nosotros no éramos como esos neocones beatones y mojigatos...
Está a la vista el resultado de este error que también yo asumí. Los pecados contra la castidad pueden ser, como de hecho son, pecados que se ubican en las zonas ligeras de la taxonomía moral, pero son igualmente graves y sus consecuencias devastadoras. Y para demostrarlo, basta ver lo que ha ocurrido en la Iglesia en los últimos tiempos: sacerdotes de todos lo pelajes y posicionamientos dentro del terreno de la ortodoxia que, alegremente en la mayoría de los casos, vivían una vida sexual desordenada cuando no dilectiva.  Y todos nos preguntamos cómo era posible que esos religiosos que pasaban por hombres piadosos y temerosos de Dios, luego de una noche de juerga, celebraran al día siguiente la santa misa con aparente devoción. A ese punto de sacrilegio espantoso los llevaba la ceguera de la fornicación.
Y me pregunto cómo pude yo adoptar una posición displicente hacia esas faltas cuando todos los santos y maestros de la fe alertaban siempre con tanta fuerza contra ellas. Quien lee la Filocalia, por ejemplo, encuentra que a cada paso los Padres del Desierto advierten a sus monjes sobre el peligro de los pecados contra la castidad, pues a través de ellos el demonio toma posesión del alma. Y de ellos en adelante, todos los autores espirituales han seguido por el mismo camino, y no en vano la Iglesia presentó durante siglos como ejemplos a seguir a aquellos santos que se distinguieron por su pureza que, en ocasiones, me parecían ñoñerías. 
La cuestión era cuidarse del jansenismo porque, extrañanamente, en los ambientes tradicionales y conservadores el mote de jansenista o puritano es particularmente temido; se trata de un insulto y un desprecio que todos queremos evitar. Y lo curioso es son pocos -muy pocos- los que saben qué fue real e históricamente el jansenismo, convertido en una etiqueta útil para ser adherida en la frente de cualquier indeseable. Si alguien advertía acerca de la inconveniencia de chistes de doble sentido, o de conversaciones masculinas sobre mujeres, o de palabras subidas de tono, era un jansenista. Los buenos católicos estábamos libres de esas minucias morales; estábamos para cosas mucho más grandes que esas. Y así nos fue.
No voy a repetir aquí lo que todos los que aprendimos un buen catecismo sabemos, y lo que todos los maestros y doctores de nuestra fe nos han recomendado acerca de la belleza y necesidad de la castidad, y de la gravedad de las faltas en su contra: se trata de un pecado donde no existe la parvedad de materia. Quiero proponer, en cambio, lo que enseñaba Aristóteles porque, si no bastan para convencernos los argumentos sobrenaturales y la voluntad de Dios, al menos probemos con los que surgen del orden natural. 
«De modo que también en términos generales es prudente el hombre reflexivo… [y] la prudencia... tiene que ser, por tanto, una disposición racional verdadera y práctica respecto de lo que es bueno y malo para el hombre» (Etica a Nicómaco, VI, 5 (1140 a 24-1140 b 5), es decir, un conocimiento de lo que es el fin del hombre y de los medios por los que debe transcurrir el comportamiento propio para alcanzarlo. El descontrol sexual y la falta de castidad entumece y bloquea justamente este tipo de conocimiento.
Prudencia se dice en griego frónesis, y templanza, sofrosyne, y Aristóteles indica que el término sofrosy-ne significa justamente «salvaguarda de la fróne-sis», o sea, salvaguarda de la prudencia. (Etica a Nicómaco. VI, 5 (1140 b ll): «Y lo que salvaguarda es la clase de juicio a que nos hemos referido; porque el placer y el dolor no destruyen ni perturban toda clase de juicio, por ejemplo, el de si los ángulos del triángulo valen o no dos rectos, sino los prácticos, que se refieren a la actuación. En efecto, los principios de la acción son los fines por los cuales se obra; pero el hombre corrompido por el placer o el dolor pierde la percepción clara del principio, y ya no ve la necesidad de elegirlo todo y hacerlo todo con vistas a tal fin o por tal causa: el vicio destruye el principio» (Etica a Nicómaco, VI, 5 (1140b 13-19).

Hay todavía en Aristóteles un factor de máxima relevancia en orden a evitar el descontrol sexual, que se relaciona también con el enfoque mismo del tema: la vergüenza y el pudor. La vergüenza es de suyo un sentimiento de rechazo de lo que es vil, debilitante o degradante (Etica a Nicómaco, X, 9 (1179 b 12), y siendo el descontrol sexual lo más degradante por ser lo que más anula el pensamiento y, por tanto, lo que más impide al hombre ser él mismo, es por esta razón lo que mayor vergüenza provoca. Vergüenza se dice en griego aischyne, de cuya raíz aisch- se forma el sustantivo aischrós, que significa obsceno, y el verbo aischyno, que significa deshonrar. El descontrol sexual produce vergüenza porque deshonra.
Por otra parte, pudor se dice en griego aidós, de cuya raíz aid- se forma el sustantivo aidesis, que significa veneración, compasión, respeto, y el verbo sidéomai, que significa tener pudor, respetar, venerar, tener compasión y honrar. En el pasaje mencionado Aristóteles habla de la vergüenza y el pudor como motivos para robustecer la virtud de la templanza —para evitar el descontrol sexual—, es decir, apela al honor y respeto que merece el sexo (pudor) y a la precaución por la deshonra que su descontrol ocasiona (vergüenza).
Pareciera entonces, que las faltas contra el sexto mandamiento, poco a poco, van minando la prudencia; el hombre des-templado o intemperante, termina siendo en poco tiempo un hombre im-prudente, que deja de pensar y de poner los principios que lo conducirán a sus fines. Y sabemos que la prudencia es la reina de las virtudes. Ofuscada ella, el resto comienzan también a palidecer. 
Peor aún, los fines del hombres incontinente terminan siendo la obtención inacabable de placer sexual, una suerte de deseo dionisíaco que nunca logra satisfacerse y, por eso, es capaz de lo impensable, desde celebrar sacrílegamente la Santa Misa hasta aprovecharse de los que conoce en fuero interno de sus dirigidos o penitentes para satisfacer sus deseos.
Sin-vergüenza les diría Aristóteles, ya que a tal punto llegó el descontrol de su sexualidad, que el temor a la vergüenza que le podrían provocar sus actos si se hicieran públicos, desaparece o se atenúa.  


Abyssus abyssum invocat, decía el rey David (Ps. 42,8). “Abismo que llama a otro abismo”. Como el inglés que se internó en el pantano según la fábula de Castellani, quien se hunde en el barro de la impureza, difícilmente pueda volver atrás. Sólo podrá hacerlo por milagro de Dios. Y Dios no está obligado a hacer milagros.

viernes, 24 de mayo de 2019

La prière. Ora et labora



Llegué por pura casualidad a esta película estrenada el año pasado. Se llama La prière, y en España se conoció como El creyente. Desconozco si se estrenó en Argentina, pero puede ser fácilmente encontrada en los sitios de legalidad dudosa a los que muchos solemos recurrir en estas zonas periféricas del mundo civilizado.
Es una película rara; más que rara, rarísima, por la sencilla razón de que es una película de espíritu católico, casi me animaría a decir para escándalo de algunos, una película con un mensaje profundamente cristiano. Muestra el camino de redención y curación del alma que emprende un pecador con la ayuda de los medios que la Iglesia, desde sus mismos inicios, recomendó para alcanzar la salvación: la oración y el trabajo. Ora et labora
Narra la historia de un joven drogadicto que se acerca a una comunidad ubicada en las soledades de los Alpes franceses, dedicada al rescate y curación de adictos. Pero se trata de una comunidad profundamente católica que utiliza como medios terapéuticos la oración intensa -rosario, la recitación de los salmos y la liturgia-, y el duro trabajo manual de la vida campestre, todo eso en un ambiente de familia, en el que se cuidan unos a otros y obedecen a alguien que es mayor que ellos. Una especie de monasterio contemporáneo.
El catolicismo que muestra la película es el típico de los grupos conservadores franceses, nacidos al calor del carismatismo de derecha. Aunque puedan gustarnos más o menos, son grupos que tuvieron y tienen mucha repercusión y que conservan la fe.
Observaciones: El final podría haber sido un poco mejor, y hay una escena muy inconveniente, totalmente innecesaria, que puede ser salvada fácilmente con solo apretar el botón correspondiente.

jueves, 16 de mayo de 2019

La encuesta espejo de Mons. D'Annibale


La diócesis de San Martín es una más de las que pueblan el Gran Buenos Aires. Está regenteada por Mons. Miguel D’Annibale, de la escuela de San Isidro: Casaretto, Ojea, Franzini… una extensa lista de prelados calamitosos fueron sus maestros y compañeros. Y a este obispo se le ha ocurrido que su iglesia diocesana será una “iglesia sinodal”, puesto que estará en permanente estado sinodal, como nos explica este curita desarrapado con ganas de ser obispo. 

Es decir, será una iglesia con estados generales permanentes. Un disparate. Nadie critica aquí los sínodos diocesanos, que son parte de la Tradición y que fueron recomendados por el Concilio de Trento. El problema es pretender que el sínodo sea permanente.
Pero vayamos a lo que nos interesa. Como el primer paso de la sinodalidad es la escucha, la diócesis ha dispuesto un encuesta destinada a ser respondida por la mayor cantidad posible de habitantes de esa circunscripción, más allá de su cercanía o lejanía con la vida diocesana. Se trata de un cuestionario que, según nos dice el curita, fue confeccionado por el mismo obispo y sus sacerdotes. Puede ser respondido on line y pueden verlo aquí
Estuve tentado de proponer a los lectores del blog una maldad: que cada uno de nosotros se comprometiera a responder diez veces el cuestionario, con respuestas al azar, con lo cual el señor obispo recibiría unos treinta mil cuestionarios extra, que le distorsionarían totalmente el resultado y y su sinodalidad quedaría complemente arruinada. Pero logré vencer la tentación.
Una primera observación tiene que ver con la vergüenza ajena que produce la lectura de esta encuesta y que refleja el estado real de la jerarquía de la Iglesia, que es mucho peor que lo que el peor periodista puede imaginar. No saben ni siquiera escribir en un castellano aceptable. Al leer las pocas líneas de la introducción, se descubren errores de puntuación, de ortografía y de sintaxis.
Pero lo peor de todo es la encuesta en sí misma. Toda encuesta es un instrumento de medición y, como tal, debe ser confeccionado por especialistas. En caso contrario, se pierde el tiempo, porque no mide nada ya que sus resultados no son fiables. Es una balanza que tiene las pesas alteradas. No sirve. Y no hay que ser sociólogo para darse cuenta del carácter elemental de la encuesta episcopal. ¿Qué probará? Lo que D’Annibale y sus curas quieren probar. Ya tienen la hipótesis respondida; hacen la encuesta como un juego destinado a brindar seriedad a su improvisación. Y pongo un par de ejemplos entre tantos: ¿qué persona admitirá que lo que lo motiva a vivir es el poder o el dinero? Más allá de que estas sean las motivaciones reales de una multitud, aparecen de ese modo en la consciencia de sólo unos pocos. Otro: una persona del montón, que se supone es la destinataria del cuestionario, ¿cómo hará para elegir solamente dos opciones de la pregunta sobre qué espera de la Iglesia de hoy? Toda la oferta le resultará atractiva. 
Creo que cualquiera de nosotros puede anticipar cuáles serán los resultados de la iniciativa: la mayoría de los participantes consideran que la Iglesia actual es lejana a la gente y esperan una Iglesia más cercana. No es necesaria la encuesta.
Pero vayamos a lo más importante. Lo que sí revela con claridad el cuestionario, como un espejo, es la expectativa y la concepción de Iglesia que poseen de los inútiles que lo diseñaron. Ellos solitos, al elegir las opciones de respuesta que proponen a los participantes, dan a conocer sus propias respuestas. Y el resultado es aterrador. 
Cuando preguntan “¿Cómo ves a la Iglesia de hoy?”, las respuestas que ofrecen no son más que la extensión de la visión que ellos mismos tiene de la Iglesia: una institución lejana al pueblo, complicada y burocrática. En el mejor de los casos, su único rasgo positivo es la solidaridad.
Cuando preguntan: “¿Qué esperas de la Iglesia de hoy?”, las opciones dejan ver el concepto que estos sacerdotes tiene de la Esposa de Cristo: una institución abierta, cercana y comprometida con lo social. Sólo eso.

Es muy llamativo y revelador que en NINGÚN momento de la encuesta se haga la menor referencia a algún aspecto sobrenatural. Es sintomático preguntarse por qué a ninguno de ellos se le ocurrió prever una respuesta que dijera, por ejemplo, que se espera “una iglesia santa que santifique a sus hijos”, o “una iglesia eficiente en conducir a las almas a la salvación eterna”; o “una iglesia que acerque a los hombres a Cristo”. Todas las expectativas que suponen que tiene la gente -y creo que suponen bien-, es que la iglesia no es más que una enorme ONG destinada a la acogida de los más vulnerables. El problema es que son las mismas expectativas que poseen ellos.
Un dato curioso es que Mons. D’Annibale se ha especializado en liturgia y ha dado clases de esa disciplina no sólo en seminarios sino también en el Celam. ¿Qué concepción de liturgia puede tener una persona para la cual la iglesia no es más que una institución con fines sociales? Para él, no será más que una suerte de “fiesta comunitaria”, animada por el sacerdote o presidente de la asamblea. Y él, como especialista en liturgia, no será más que una especie de wedding planner sin pretensiones. 
Tal vez nos cueste entender cómo funciona la cabeza de D’Annibale y sus sacerdotes; su concepción de iglesia completamente desacralizada, pero hagamos el intento y saquemos algunas conclusiones:

  1. Alguien podría decir: “Cambió el paradigma de iglesia”. Yo más bien creo que se trata de un cambio de iglesia. D’Annibale pertenece a otra iglesia que utiliza el nombre y las instalaciones de la iglesia católica. La primera opción que debería estar presente en la famosa encuesta es que la iglesia es arca de salvación, pues ella, a través de los sacramentos nos da la vida divina y nos hace herederos del cielo. Eso es lo que predicaron los apóstoles y lo que predicaron los misioneros de todos los tiempos. Lo que los obispos nos están predicando hoy es otra cosa completamente distinta, que ni siquiera nombra a Cristo. Más allá de que no lo queramos ver -es lo que al menos me ocurre a mi- y mucho menos que queramos sacar las consecuencias, estamos frente a dos iglesias: la de siempre, y la otra, la que se prostituye con el mundo. 
  2. ¿Tiene algún sustento pretender que estos “agentes de pastoral”, como se autodenominan, sean castos? ¿Podemos asombrarnos de los escándalos que vemos a diario? Es como si pretendiéramos que una enfermera de la Cruz Rojo o que un activista de Green Peace fuesen célibes? ¿Por qué razón deberían serlo? El celibato sacerdotal y religioso sólo se entiende, y se soporta, en razón del amor a Cristo. Eliminado Cristo como centro de la vida, y puesto los pobres en su lugar, por ejemplo, la estantería se viene abajo con más o menos estrépito. “¿Si hay amor, qué es lo que está mal?”, es la respuesta que darán, que es la misma que dan los seminaristas brasileños según lo devela una inquietante encuesta que comenta Sandro Magister en su blog.
  3. La genial encuesta no hace más que confirmar lo que tristemente sabemos: la Iglesia, Esposa Inmaculada del Cordero, como tal sólo subsiste en las almas de unos pocos fieles y de algunos buenos y santos sacerdotes. La Iglesia como estructura humana, y la gran mayoría de sus burócratas, empezando por el gerente general, se ha transformado en una gigantesca ONG que persigue los mismos fines que cualquier otra de sus colegas. 

martes, 14 de mayo de 2019

Francisco de Cusa




La semana pasada, el Papa Francisco una vez más habló de la diversidad de religiones como una riqueza querida por Dios. Para el pontífice resulta indiferente pertenecer a una u otra religión. Es esa la conclusión que se desprende sus dichos. Todas las religiones son expresión de la rica diversidad divina, que se expresa en el colorido y variedad que vemos en los personajes que se acercan a encender la velita.
Este discurso que nos parece tan disruptivo con la tradición y enseñanza la Iglesia tiene, sin embargo, sus antecedentes tardo medievales, y de la mano de un personaje importante e insoslayable del siglo XV: Nicolás de Cusa. Además de teólogo y filósofo de fuste, que piensa en la tradición neoplatónica y propone nuevos interrogantes y nuevas respuestas, fue cardenal y estrechísimo colaborador de dos Papas en cuestiones relacionadas a la relación con los Estados y la reforma de la Iglesia, además de embajador en Constantinopla. No estamos frente a un personaje menor y que nadaba en las periferias. Fue un hombre genial y, estimo yo, piadoso.
Cuando el Imperio Romano de Oriente cae en poder de los turcos en 1453, escribe un pequeño libro titulado De pace fidei, es decir, Sobre la paz de la fe, en la que propone una suerte de paz religiosa, en la que todas las religiones del mundo lleguen a un acuerdo puesto que, en definitiva, todas ellas no son más que expresiones diversas de un mismo Dios.
Escrita en forma de diálogo entre diferentes sabios pertenecientes a credos distintos que se reúnen en presencia del Padre Celestial, quien les encomienda "el encargo de reducir la diversidad de religiones, me­diante un consenso común, a una sola (7-9)".  Porque, para el Cusano, toda la diversidad reside más en los ritos que en el culto a un solo Dios. Y tengamos presente que, en este tratado al menos, el autor entiende por "ritos" los modos de dar culto a Dios que tienen las diferentes religiones. No habla en sentido propio, es decir, en referencia a los diversos ritos que posee la Iglesia Católica. 
Nicolás de Cusa piensa que eso es posible y propone como hipótesis la idea de una única re­ligión, basada en la fe común en un solo Dios, que respete y admita diferencias en los ritos. Fides una, ritus diversus, dice. Él posee una convicción firme, de que esa única y verdadera religión ya existe, de hecho, presupuesta en las demás religiones, aunque no explícita en todos sus aspectos fundamentales.
Para el Cusano, la variedad de ritos es síntoma de riqueza y, so­bre todo, de una positiva rivalidad en el empeño por dar culto a Dios y no es vista sólo como un mal menor: "las diferencias de ritos no serán motivo de confusión, pues han sido establecidas y recibidas como signos sensibles de la verdad de la fe. Y los sig­nos sufren modificaciones, pero no lo significado" (n. 55). Para hacerlo posible, el Cardenal de Cusa propone un acuerdo en lo fundamental, que es la clave de una sólida y efectiva unidad, y una actitud abierta y flexible en el reconocimiento de las diferencias de los usos y costumbres.
¿Habrá leído Bergoglio a Nicolás de Cusa? No lo sé, pero lo cierto es que la propuesta de ambos es casi la misma.
Conclusión: No hay nada nuevo bajo el sol.


lunes, 13 de mayo de 2019

Una de cal y otra de arena

Estamos acostumbrados a que las noticias que nos llegan del Vaticano sean todas de cal (o de arena). La semana pasada, sin embargo, junto a la acostumbrada carretilla de cal, apareció una interesante palada de arena.


Bergoglio está empeñado en convertirse en el líder de una nueva fraternidad universal. En el mes de febrero, firmó en Abu Dhabi un documento con el gran imán Al-Alzhar, titulado Documento sobre la Fraternidad Humana. Ahora, nos enteramos que ha convocado a un encuentro “a todos los economistas, emprendedores y emprendedoras del mundo a participar en el evento titulado "Economía de Francesco”, para 2020, en Asís. El objetivo de tal reunión lo ha consignado el mismo pontífice en un documento: “Mientras nuestro sistema económico y social todavía produzca una víctima y haya una sola persona descartada – concluye – no podrá existir la fiesta de la fraternidad universal”. Más allá de las inquietantes reminiscencias apocalípticas que nos produce la expresión, siempre cabe la posibilidad de que Bergoglio no sea mas que un macaco devaluado del verdadero Hijo de Perdición. Lo cierto es que que esta iniciativa está condenada indefectiblemente al más ruinoso fracaso, uno más de un pontificado malogrado que se ha convertido, quiéranlo o no, en un fiasco para todos. 
Y para confirmar esto último, un dato que asusta y tiene preocupados a muchos en el Vaticano: una encuesta seria ha revelado que, en los últimos cinco años -es decir, durante el pontificado de Francisco-, ha disminuido en casi el 8% en número de católicos en Italia. La Iglesia que dejará Bergoglio a la hora de su muerte -añorada por muchos, entre los que me cuento-, será la de mayor postración de toda su historia.
Pero también tuvimos una dosis de arena. Hace tres años, la Unión general de las superioras generales, es decir, el monjerío, la pidió al papa Francisco que las mujeres pudieran recibir el diaconado. Les respondió como respondía el General: “Crearemos una comisión para que estudie el tema”, más allá de que el tema había sido ya estudiado profundamente por otra comisión hacía diez años, y había concluido que las diaconisas no existieron nunca en la Iglesia. Pues bien, Bergoglio les comunica a las monjas que la nueva comisión se puso de acuerdo en muchas cosas, pero en otras no. Lo que queda claro es que “había una forma de diaconado femenino en el comienzo, sobre todo en Siria… pero que [eran mujeres que] ayudaban en los bautismos, en el caso de disoluciones matrimoniales, y la forma de ordenación no era la fórmula sacramental, era… como es hoy la bendición de una abadesa, una bendición especial para el diaconado”. Por lo tanto, “no podemos ir más allá de la revelación y del desarrollo dogmático”; “si el Señor no ha querido el ministerio sacramental para las mujeres, no lo haremos”. Por tanto, no se puede firmar “un decreto sacramental sin fundamento histórico teológico”. 
Las monjas progres estarán tragando su bilis, y los ingenuos cardenales progres que eligieron a Bergoglio para que reformara la Iglesia, estarán planificando su vendetta

Para quienes habían preguntado por el significado del sustantivo neocon, aquí va la histórica definición de Ludovicus:

NEOCON (del latín neo y conservator, conservatoris)
Actitud eclesial reprobable que reside, lo digo en forma tentativa, en materia dogmática en un apego al oficialismo eclesial por encima de las fuentes de la Revelación, en un maximalismo teológico consistente en exorbitar el magisterio hodierno al cual no se jerarquiza, en una justificación a priori de las actitudes prudenciales de la Jerarquía, y en la suposición gratuita de que la asistencia del Espíritu Santo es aceptada en forma automática por los Pastores, por lo que no cabe a un católico más que la adhesión necesaria, externa y sobre todo interna a todas las decisiones que toma la jerarquía, sin posibilidad de crítica o razonamiento alguno, a la luz de la fe.

jueves, 9 de mayo de 2019

Neoconservadores y pederastia

Un cura misericordiado

Escribí este artículo hace unos diez meses. En su momento no quise publicarlo, por diversos motivos. Viendo el vídeo recientemente difundido en el que el Administrador Apostólico de Santiago, en un gesto despótico e impío (que posteriormente ha intentado enmendar), negaba la comunión a fieles que se arrodillaban para recibirla, me he acordado de esto. También pienso en el nuevo Arzobispo de Lima, que ya está empezando a hacer purgas en su presbiterio. Y, por supuesto, en la beatificación de Angelelli. Me he decidido, por tanto, a enviárselo, estimado don Wanderer, para que considere si su publicación puede resultar de interés.

De Chile a España, obispos y pederastia
Uno podría alegrarse —ingenuamente en mi opinión— de la intervención que la Santa Sede está realizando en la Iglesia de Chile. Dimisión en bloque de obispos, defenestración del señalado obispo Juan Barros (los otros dos casos son por edad), visita de Scicluna y Bertomeu, etc. Parecería que hay una intención de actuar en el tema de los abusos y limpiar de una vez las redes de encubrimiento que han permitido que todo esto suceda.
Sin embargo, hay algo que no termina de encajar del todo. Y el aviso lo da un siniestro personaje que no tengo más remedio que citar. José Manuel Vidal, agente de prensa de las campañas publicitarias contra algunos obispos españoles, escribe, en su sitio web antieclesial y financiado por numerosas organizaciones católicas, un artículo que me parece necesario para entender lo que puede estar pasando. A pesar de que la fuente no es muy recomendable, creo que en este caso Vidal nos pone tras la pista de lo que podría estar sucediendo realmente.
Su tesis, tal como yo la entiendo, es la siguiente: lo que ha pasado en Chile es consecuencia del cambio en el episcopado que se realizó durante el pontificado de San Juan Pablo II respecto al episcopado de los primeros años del posconcilio. Esa misma clave debe ser aplicada en el caso español, por lo que, si ese cambio también se ha dado en España, debe suponerse que también aquí habría un problema de abusos similar al chileno. La solución, en ambos casos, sería retornar al modelo episcopal inmediatamente posterior al Concilio. Los culpables serían los nuncios Sodano en Chile y Tagliaferri en España. Hasta aquí Vidal.
Una de las frases que trae el artículo me lleva a pensar que la cosa tiene más consistencia de lo que parece. Vidal dice que el objetivo de la acción de la Santa Sede, a través del nuncio Sodano, fue la de «pasar de una Iglesia profética y comprometida con el pueblo a otra centrada en la doctrina y aliada de Pinochet». La expresión «Iglesia profética» es la elegida precisamente por el Papa Francisco en su carta privada a los obispos de Chile para indicar un cambio sucedido en la Iglesia chilena. La expresión del Papa es la siguiente: «Duele constatar que, en este último periodo de la historia de la Iglesia chilena, esta inspiración profética perdió fuerza para dar lugar a lo que podríamos denominar una transformación en su centro». No voy a asegurar que la transformación que describe el Papa Francisco sea la misma que pretende Vidal, pero es evidente que ambos apuntan a que los casos de abusos y la manera cómo los obispos han procedido ante ellos tiene relación directa con un cambio que se habría operado en tiempos recientes. Cambio que sería necesario deshacer para volver a la situación de «Iglesia profética».
Chile, la crisis del episcopado neoconservador
Como todo el mundo sabe, en América se produjo, en torno al Concilio Vaticano II, un proyecto de demolición de la Tradición Católica. Si esto fue consecuencia del Concilio o no, no es el tema de discusión aquí. Lo que es evidente es que el episcopado hispanoamericano del posconcilio fue llamativamente progresista. Esto se dio mundialmente, es cierto, pero en el caso de Hispanoamérica se mezcló con la llamada Teología de la Liberación y con los procesos revolucionarios de corte marxista o maoísta que asolaron la mayoría de los países surgidos del antiguo Imperio Español, todos ellos con notable identidad católica. ¿Es ésta la «Iglesia profética» a la que se refiere el Papa en su carta a los obispos chilenos? No lo puedo saber. Pero es evidente que sí es a lo que se refiere Vidal.
San Juan Pablo II produjo ciertamente un cambio en el episcopado americano. Vidal se refiere a ello como «modelo polaco», que califica de «involutivo y autorreferencial». En realidad, los obispos nombrados durante los pontificados de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI difícilmente podrían llamarse tradicionales. Ni siquiera conservadores en su acepción más correcta. Vidal utiliza la expresión «neoconservadores», que a mí me parece adecuada (advirtiendo la peligrosidad de estar de acuerdo con semejante sujeto). Por supuesto, por neoconservadores entiendo yo algo muy parecido a lo que podría decirse, analógicamente, a los políticos de cierto conservadurismo político actual: progresistas moderados, blanditos, con algo de corrección moral y litúrgica, pero sin ninguna intención de reformar la Iglesia o revertir las deformaciones producidas en las décadas anteriores. De hecho, una constante de estos obispos fue la de ser extremadamente duros con sacerdotes y grupos cristianos de línea tradicional y tolerantes hasta el infinito con sacerdotes y grupos cristianos progresistas, disidentes o incluso heréticos.
Con todo, estos obispos suponían un obstáculo para el proyecto de destrucción de la identidad católica (en la mente de los progresistas este paso es necesario para un nuevo nacimiento de su Iglesia fantástica e ideológica) y, por tanto, es imperativo eliminarlos para reconducir el camino iniciado y llevarlo a término. Que hay grupos dedicados a esta labor, que podríamos calificar como «cloacas eclesiales», es patente hasta el punto de que es reconocido por ellos mismos.
En el caso chileno, la bandera usada en este empeño ha sido la de la lucha contra la pederastia, así como en el caso de la política, contra los conservadores es utilizada la bandera de la corrupción por parte de los progresistas, igualmente corruptos, o más. Como suele suceder en este tipo de maniobras, se ha utilizado un asunto grave pero muy concreto, magnificado por la prensa alineada con los intereses progresistas. El caso de Fernando Karadima reunía todas las características oportunas, porque se trataba de un sacerdote de estilo neoconservador con el perfil que acabo de describir. Además, algunos obispos han tenido vinculación directa con él en su vida como sacerdotes, por lo que era más fácil establecer el vínculo.
El asunto, ya de por sí muy mediático, ha sido además instrumentalizado por un misterioso grupo llamado «Organización de laicos y laicas de Osorno». Solo el uso del llamado «lenguaje inclusivo» en el nombre del grupo ya da pistas sobre la filiación ideológica del movimiento. Es difícil saber quienes son los iniciadores de este movimiento. Muy pocos reportajes se han interesado por los orígenes de este grupo y su composición a pesar de su omnipresencia en los medios en los últimos años respecto del caso del obispo Juan Barros. En las fotos y vídeos de sus acciones se aprecia un pequeño grupo de personas que no han tenido reparos en recurrir a reventar celebraciones litúrgicas e, incluso, a la agresión física. Sin embargo, cuando se escuchan las declaraciones de sus portavoces, en especial de Juan Carlos Claret Pool, uno se encuentra que, junto a las acusaciones al ahora obispo emérito de Osorno, el reclamo constante es el de un nombramiento más «democrático» de obispos. El uso de esa palabra, constante en el lenguaje progresista ha de entenderse siempre en el mismo sentido en el que el maoísmo llamaba a su proyecto político «Nueva Democracia».
¿Hay más casos de abusos sexuales en Chile y de auténtica pederastia (el caso Karadima siempre ofreció muchas dudas)? Desde luego que sí. Pero no interesa demasiado que se conozcan los casos reales, porque podría observarse que la lacra de la homosexualidad pederasta en el clero no es algo circunscrito al pontificado de San Juan Pablo II, sino que viene de mucho más atrás, y que no pocos de los casos se dieron precisamente en esa «Iglesia profética» que añora Vidal.
Por tanto, no puedo sino dudar que el proceso que se está llevando a cabo en Chile tenga como objetivo una lucha eficaz contra la pederastia homosexual en el clero, de la misma manera que no creo que a los políticos progresistas les preocupe realmente la corrupción. De hecho, en la mente de muchos, bastaría con una vuelta al episcopado progresista para solucionar los problemas, porque mientras que con un episcopado «involucionista y autorreferencial» la pederastia es un mal sistémico, con uno de «Iglesia profética» los casos que se dieran no pasarían de ser episodios aislados y sin relación.
Por otro lado no hay que lamentarse de que los obispos chilenos hayan dimitido en masa. De ninguna manera un gobierno episcopal como el que representan los obispos dimisionarios representa una esperanza para una reforma católica. Más bien lo que supone la situación actual es el lento desangrarse de la Iglesia que vemos en Hispanoamérica, en la que cada año el porcentaje de católicos disminuye frente al de protestantes. Las esperanzas de renovación hubieran podido venir de obispos cuya obra ha sido totalmente destruida por el rodillo de la misericordia, como la otrora pujante diócesis de Ciudad del Este de Mons. Livieres. En este caso, lo malo no es el cambio, sino hacia donde parece ir ese cambio.
De Chile a España
En la perspectiva que he intentado presentar, el artículo de Vidal se puede entender como una amenaza en toda regla al episcopado español. También la Iglesia Española habría sufrido una aplicación del «modelo polaco», pasando del episcopado progresista posconciliar, al episcopado actual. Si se quiere volver en España al equivalente de la «Iglesia profética», habría que retornar, según Vidal, al modelo del Cardenal Tarancón. Vidal advierte incluso de la posibilidad de una intervención pontificia en España: «¿Dadas las similitudes entre la Iglesia chilena y la española, cabría, pues, una intervención papal, como la puesta en marcha en el país del Cono Sur? Perfectamente».
El momento adecuado sería precisamente ahora. En dos años la mayoría de los actuales arzobispos españoles deberían haber presentado su renuncia por edad a la Santa Sede. Además, la intención de rescatar el modelo de Iglesia posconciliar es claro y declarado tanto desde Roma como desde los responsables del nombramiento de obispos en España.
Entonces, ¿por qué habría de utilizarse una estrategia como la chilena en España? Porque si se quiere establecer un cambio permanente es necesario «destruir» al enemigo. Si la sustitución de obispos se hiciera con un mero ejercicio de autoridad, esa pequeña «revolución» podría ser deshecha fácilmente mediante el empleo de la misma autoridad. Pero si se logra establecer la ecuación: obispos neoconservadores = pederastia sistemática, entonces sería muy difícil que los cambios pudieran ser revertidos.
En esta lógica, en España se podría esperar una manipulación de los existentes casos de pederastia homosexual clerical en el mismo sentido del chileno. Tengo la impresión de que el fallido caso Romanones, con intervención pontificia y todo, fue un intento de realizar un movimiento similar al de Osorno. Ahora el medio oficial de las «cloacas eclesiales» vuelve a la carga con la propaganda constante de un libro sobre los casos de pederastia en la Iglesia española.

No pretendo tratar aquí las líneas de actuación que podrían emprenderse en la lucha contra la pederastia. Eso supondría extender excesivamente esta reflexión. Únicamente querría expresar mi deseo de que pudiéramos aspirar a una renovación del episcopado que apuntara hacia una reforma real de la Iglesia en la línea de la Tradición. Y si no, al menos, que no se nos imponga un «cambio de gobierno» eclesial revolucionario mediante la instrumentalización de la lucha contra la pederastia, que nos deje sin Tradición y con pederastia.

lunes, 6 de mayo de 2019

Las crónicas de Tucho



Parte de los obispos argentinos se encuentran en Roma, en su visita ad limita Apostolorum. Uno de ellos es nuestro viejo conocido, Mons. Víctor “Tucho” Fernández, el besador arzobispo de La Plata que, deseoso de dar a conocer a su comunidad diocesana sus experiencias de viaje, les escribió una breve crónica que rápidamente se difundió por todo el país y fue reproducida parcialmente por la agencia católica de noticias AICA. Al leerla, me vino a la memoria el libro de Cristina Kirchner, Sinceramente, que también acaba de aparecer y que a todas luces ha sido guionado por Jaime Durán Barba, pues no otra cosa podía esperar el gobierno de Macri que una expresión tan diáfana de sinceridad de la ex-presidente que renueva los recuerdos y el espanto de todos los argentinos. El texto de Tucho, por su parte, nos recuerda por si fuera necesario, el estado mayúsculo de postración en el que se encuentra la Iglesia y la calamidad insoportable de sus pastores.
Si yo fuera psicoanalista, me haría un festín con el primer párrafo de la crónica de Tucho. Allí dice textualmente que le impresionó mucho “estar ante la tumba de San Sebastián y ver la imagen de su cuerpo clavado por las flechas debido a su empeño misionero”. Todos saben que la iconografía del bendito santo soldado ha sido usada desde hace décadas para representar a una cierta minoría que se extasía en la contemplación del cuerpo desnudo de un militar, aunque no precisamente por su empeño misionero. A Dios gracias, no soy psicoanalista.
Se refiere también a la bochornosa beatificación de Angelelli y, como quien no quiere la cosa, defiende su martirio y el de sus compinches: “Si el martirio de san Maximiliano Kolbe fue morir por otro, el del beato Gabriel fue morir con otro…”, escribe con relación a los casos de Murúa y Longeville. Pero a Tucho se le pasa un detalle: San Maximiliano Kolbe estaba prisionero por ser sacerdote católico y, en última instancia, ese fue el hecho decisivo que ocasionó su martirio. En el caso de los curas zurdos riojanos, ellos fueron tomados prisioneros y luego ejecutados no por ser sacerdotes católicos, sino por ser activistas marxistas. Y da lo mismo que se hayan querido acompañar mutuamente, pues este en este caso no hubo efusión de la sangre como testimonio de la fe Jesucristo, que es la condición de todo martirio cristiano. Con ese criterio, habrían varios personajes en la lista de espera del martirologio: desde el virgiliano Euríalo en la Eneida, hasta el Sargento Cabral. Un disparate. Y pensar que Tucho pasa por brillante teólogo y disputa el puesto de prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe. 
Relata también Mons. Tucho que, en la Congregación para la Causa de los Santos, se interesaron por los procesos de beatificación de varios argentinos: “…Enrique Shaw, empresario  y padre de familia, la beata María Ludovica, el padre Salvaire (que construyó la Basílica de Luján) y el Negro Manuel (quien cuidaba la imagen de la Virgen y curaba enfermos con el aceite de la Señora de Luján)”. Por lo que vemos, se está instalando una suerte de La Salada de santos. Shaw fue un empresario ejemplar y el Negro Manuel habrá sido un hombre muy piadoso, pero de allí a elevarlos al honor de los altares hay un largo trecho. ¿O será que por el solo hecho de haber construido una bella basílica se alcanza la heroicidad de las virtudes? En todo caso, que al P. Salvaire le den un doctorado honoris causa en fundraising, pero no es necesario que lo canonicen.

Hubo un turno para visitar también a la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde recibió a los obispos el cardenal Ladaria, quien les advirtió que “que hoy no son tan preocupantes los errores doctrinales cuanto la falta de una reflexión mayor en diálogo con el tiempo actual, al tiempo que desarrolló la cuestión de la ‘jerarquía de verdades’ que invita a pensar las diversas doctrinas a la luz de las más importantes”. Me quedé pasmado al leer semejante barbaridad que demuestra que la situación es más grave aún de lo que se advertía. Se trata nada menos que del encargado de custodiar la integridad y pureza de la fe quien dice a un grupo de sucesores de los apóstoles que no hay que preocuparse por los errores que hacen daño a la Verdad que hemos recibido, sino más bien en no dialogar con el mundo actual. La Suprema convertida en una suerte de Ministerio del Diálogo. ¿La divinidad de Jesucristo? ¿Su presencia real en la eucaristía? ¿La virginidad perpetua de María Santísima? ¿Tres Personas y un solo Dios verdadero? Pamplinas, minucias bizantinas y materia de discusión para los teólogos. Lo importante es ser aceptados por el “tiempo actual”. Para esas cosas importantes está el Papa Francisco y su ladero Ladaria.
Y sería interesante conocer cual es la ‘jerarquía de verdades’ que posee el Vaticano actualmente, que habilita a subestimar ciertas doctrinas sujetándolas a otras más elevadas. La repuesta puede ser encontrada en las misma crónica de Tucho, pues allí relata que el jueves pasado se encontraron durante más de dos horas con Francisco, y en una de las cosas que el pontífice “insistió es en que hay que tomarse en serio el cambio climático sin dejarse llevar por los intentos de relativizarlo. Por lo tanto, rogó que sepamos sensibilizar a la gente acerca de la necesidad de reconciliarnos con la naturaleza”. Aquí está una de las verdades que se encarama en las zonas más altas del nuevo catecismo: la “reconciliación con el planeta” y el “cambio climático”. A ver si nos dejamos de perder el tiempo discutiendo sobre la comunión de los adúlteros y nos dedicamos a cosas importantes. El de Bergoglio es un postulado casi tan malo, o peor, que el ideal de fraternidad universal que siempre se adjudicó a los jerarcas que precederían la llegada del mismísimo Hombre de Perdición.
De allí en más, el Magisterio pontíficio -infalible según algunos-, se desplegó en definiciones memorables. Con respecto al trato con los jóvenes, Bergoglio consideró que hay que “caminar con ellos sin pretender imponerles esquemas de planes, horarios, estructuras, dejándonos desinstalar y sin exigirles que sean perfectos de golpe”. “Dejate desinstalar”, una máxima que los obispos argentinos deben retener en su corazón, a fin de que les recuerde que a los jóvenes no hay que exigirles nada, ni siquiera el alejamiento del pecado… al menos de golpe. De a poquito,…, y evitaré por una cuestión de modestia las referencias a los diversos modos en el que los pecados juveniles pueden abandonarse de un modo sosegado y sin sofocones debidos a las malsanas prisas por la perfección que afectaron a algunos muchachitos del pasado como Luis Gonzaga, Juan Berchman o María Goretti. 
Y continuó el Romano Pontífice refiriéndose a los clérigos elitistas: “Destacó mucho el valor de la religiosidad popular, mejor llamada “piedad” popular o “espiritualidad” popular, como en Aparecida. Dijo que a veces el elitismo en el clero lleva a despreciar estos caminos espontáneos como el pueblo de Dios expresa su fe. Recomendó la lectura del filósofo Kusch y valoró algunos procesos educativos como el que se realizó con la figura del Gauchito Gil, donde se puso el acento en la Cruz que el gauchito veneraba”. Mis padres siempre me enseñaron que estas formas de “espiritualidad popular”, que ellos llamaban supersticiones, tales como la Difunta Correa o el Gauchito Gil, eran algo malo, que se apartaban de la verdad, y eran resabios de las religiones primitivas que el cristianismo había venido erradicar con la luz de la Buena Nueva. Ahora me vengo a enterar que mis padres son elitistas; y yo que creía que me habían transmitido la verdadera fe.

Daría la impresión que Bergoglio se encuentra empeñado en un proceso de revisionismo histórico que busca reivindicar figuras injustamente calumniadas por el establishment clérico-liberal. Y no se trata solamente de don Gil y doña Correa; en el grupo también entran los fariseos. Según nos enteramos, por estos días tiene lugar en Roma, organizado por el Vaticano, un congreso para re-estudiar la figura de los fariseos, al que asisten católicos, judíos y protestantes. El jesuita presidente del Pontificio Instituto Bíblico explicó que “tras una mesa redonda sobre la identidad de los fariseos, se hablará de la interpretación histórica dada a esa categoría y de sus repercusiones, desde la literatura patrística hasta las representaciones teatrales de la Pasión, al cine, pasando por los libros de texto y la homilética. “Buscaremos nuevas formas de representar en el futuro de forma menos inadecuada a los fariseos”, agregó Sievers”. En pocas palabras, los fariseos eran buenas personas; los malos fueron San Juan Crisóstomo y Mel Gibson que los retrataron de un modo negativo. Los evangelistas habrían exagerado porque es impensable que Nuestro Señor los haya tratado de “sepulcros blanqueados” o de “raza de víboras”. Y no me extrañaría que los biblistas descubrieran que estas expresiones son, en realidad, interpolaciones de las comunidades cristianas primitivas. Hace apenas diez o quince años, ¿alguien habría creído que estaríamos en estos niveles de apostasía?
La larga audiencia pontificia continuó. El Papa pidió “evitar los seminarios que sean refugios ideológicos”. Pongan atención, entonces, Mons. Eduardo Taussig, obispo de San Rafael, y Mons. Pedro Martínez, obispo de San Luis. Ustedes están en la mira. Y también hubo un párrafo para los religiosos: “pidió evitar los restauracionismos de congregaciones rígidas y moralistas que por falta de una auténtica y completa maduración terminan en la podredumbre. Comienzan con muchas vocaciones y acaban podridas”. Un sofisma típico de un jesuita. Todos conocemos varias nuevas congregaciones que serían consideradas “rígidas y moralistas” y que terminaron en la podredumbre o, al menos, con varios miembros podridos. Pero la causa de esto no fue su “restauracionismo”, sino otros factores, sobre todo los problemas morales y psicológicos de sus fundadores que no fueron advertidos, o fueron ocultados, por los obispos de quienes dependían. Es gravísimo, creo yo, que un Papa vincule directamente a los grupos conservadores o tradicionalistas con la podredumbre que, en el contexto actual, hace referencia a los abusos sexuales. Justamente él, que pide evitar los chismes y meledicencias.
Bergoglio “Finalmente mencionó que un test importante para medir la calidad de la formación son las homilías de los sacerdotes: allí se ve el fervor espiritual, la solidez doctrinal y la formación bíblica, el amor a la gente y la empatía, etc.”. Ese test, Santo Padre, lo vengo aplicando desde hace al menos veinte años, y puedo asegurarle que los resultados espantan, porque revela que los sacerdotes argentinos tienen una pésima formación puesto que lo único que aparece en sus largas homilías es la sociología disfrazada de cierto “amor a la gente”. Las otras condiciones que usted menciona, no existen.
Para terminar, los obispos no se privaron de una mentirosa adulación: “Varios obispos le expresaron que más allá de todo sabemos que el pueblo de Dios en general lo aprecia y lo valora”. Todos sabemos que en Argentina, al menos, no es así. El famoso “Pueblo de Dios” le sacó la ficha a Bergoglio hace rato, y ni lo aprecia, ni lo valora. Le resbala. 

Verracos




domingo, 5 de mayo de 2019

Sensatez búlgara


Clarín, domingo 5 de mayo de 2019:

"Después será recibido en la sede del Patriarcado de la Iglesia ortodoxa búlgara. La acogida se prevé cordial, pero limitada a lo estrictamente necesario: la dirección de la Iglesia ortodoxa rechazó por unanimidad cualquier servicio religioso o de oración junto al líder de 1.300 millones de católicos.
Así, el Papa rezará en soledad a mediodía en la catedral ortodoxa de Alejandro Nevski, el principal monumento de Sofía, ante el trono de los santos Cirilo y Metodio, dos hermanos venerados por haber evangelizado a los eslavos en el siglo IX.
Los ortodoxos tampoco acudirán a un encuentro interreligioso "por la paz" el lunes, y solo enviarán a un coro infantil. En cambio estará presente el imán o el muftí de Sofía, según una fuente de Vaticano".

Un ejemplo para imitar.

jueves, 2 de mayo de 2019

Nubes sin agua llevadas por el viento



¿Cuál fue el resultado de la beatificación de Mons. Angelelli y sus compinches, mártires? Daño. Un poco más de daño que aumenta las dimensiones de la poliedrica acción dañina del pontificado de Bergoglio. 
Es ocioso discutir aquí la no-santidad y el no-martirio de Angelelli. Lo hicimos en su momento a través de una serie posts en junio de 2018, y en las últimas semanas aparecieron muchos medios señalando la cuestión (recomiendo de modo particular el video del P. Javier Olivera). Sí conviene en cambio, poner la lupa en algunos hechos concretos. Y comencemos con la ceremonia misma de beatificación que fue realizada en un descampado de la ciudad de La Rioja. Los organizadores episcopales, en un exceso de optimismo ideologizado, esperaban la asistencia de cien mil personas. Asistió poco más del 10%: doce mil, la mayoría de las cuales eran de fuera de la provincia. Y no puede argüirse que se deba a la frialdad de los riojanos en materia de fe y devoción. Basta pensar en las multitudes populares que congrega anualmente la festividad del Niño Alcalde en esa misma ciudad. 
Más allá de que lo numérico sería en principio irrelevante, en este caso sí es un dato significativo. Y lo afirmo en relación con lo que establece el documento pontificio Sanctorum Mater que regula los procesos de canonización. Allí, en el segundo título, queda claro que las causas de beatificación y canonización deben estar estrechamente relacionadas con la fama de santidad o de la fama de martirio de la que goza el candidato: 
Art. 4 - § 1. La causa de beatificación y canonización se refiere a un fiel católico que en vida, en su muerte y después de su muerte tuvo fama de santidad, viviendo heroicamente todas las virtudes cristianas; o bien goza de fama de martirio porque, siguiendo al Señor Jesucristo más de cerca, sacrificó su vida en el acto del martirio.
¿Y a qué se refiere la Iglesia con fama de santidad o de martirio?
Art. 5 - § 1. La fama de santidad es la opinión extendida entre los fieles acerca de la pureza e integridad de vida del Siervo de Dios y acerca de que éste practicó las virtudes en grado heroico.
§ 2. La fama de martirio es la opinión extendida entre los fieles acerca de la muerte sufrida por el Siervo de Dios por la fe o por una virtud relacionada con la fe.

Creo que Angelelli tenía fama de santidad solamente entre los militantes de partidos de izquierda. La fama de martirio la estableció un juez civil pagado por el gobierno de Kirchner hace pocos años. Y cuanto a las misma famas de los tres compinches que lo secundan (los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera), lo cierto es que no podían tenerla porque nadie los conocía ni se acordaba de ellos. Y me remito a los hechos: el señor Pedernera era oriundo de la localidad puntana de La Calera y luego de un largo periplo de migraciones internas, terminó en la provincia de La Rioja como activista del Movimiento Rural Diocesano que, como se sabe, era una de las diversas formas de infiltración del marxismo en los ambientes eclesiales. Pues bien, Mons. Pedro Martínez Perea, el principesco obispo de San Luis, decidió convocar a todo el pueblo de su diócesis a reunirse en La Calera a fin de participar de la ceremonia de beatificación a través de una pantalla gigante (y tener él una buena excusa para no asistir personalmente al esperpento riojano). Como apreciamos en la foto publicada por AICA, hubiese sido suficiente un televisor de 32”: se congregaron apenas veinte personas, lo cual es indicativo de la devoción popular que tiene el nuevo beato y su extendida su fama de santidad y martirio.
La reticencia a participar de la ceremonia no fue solamente de los fieles. Fue también de los obispos. La agencia de noticia oficiosa de la CEA, dice que hubo cuarenta obispos, de los cuales varios eran extranjeros. En las fotos publicadas apenas pueden distinguirse veinte. El episcopado argentino cuenta en la actualidad con ciento cuarenta obispos por lo que, en el mejor de los casos, asistió sólo el 25% de los obispos argentinos. El dato es muy significativo, toda vez que se trata de la beatificación de cuatro argentinos, uno de ellos obispo. Estimo que Sauron, desde su torre de Santa Marta, habrá tomado nota de lo que a todas luces fue un desaire hacia su augusta persona.  
Todo esto nos lleva a dos conclusiones:
  1. La beatificación de Angelelli y sus compañeros, no surgió “desde abajo”, como una suerte de clamor popular, sino que fue pergeniada por una élite ilustrada con finalidades de trasnochada corrección política. Se puede trazar una analogía con el famoso “lenguaje inclusivo” que pretende que la gente comience a hablar de “les chiques” o “les alumnes”, lo que jamás sucederá porque se trata de la pretensión de un grupo de ideólogos que, en sus laboratorios, deciden qué es lo mejor para que la mujer no se sienta excluida. En el caso de Angelelli pasó los mismos. Un grupete de ideólogos francisquistas decidieron cuáles son las mejores y más convenientes devociones para el Pueblo de Dios. Y este Pueblo, sabiamente, les dio la espalda. Las devociones se las siguen buscando ellos: el Niño Alcalde o el Señor y la Virgen del Milagro. O peor aún, ¡San Cayetano y Santa Rita, dos europeos de familias oligárquicas!
  2. No soy canonista, pero se me ocurre que la flagrante infracción a los principios básicos que rigen las causas de beatificación y canonización, serían causa suficiente para que, en un futuro, el acto del domingo pasado sea declarado nulo.


Otra sorpresa que nos trajo la beatificación fueron las palabras del cardenal Ángelo Becciù, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos.  No se trata de un obispillo ignorante como los que nombra Bergoglio en Argentina. Se trata de la autoridad más importante en la Iglesia, después del Papa, sobre el tema que nos ocupa. Pues bien, en una entrevista dijo hablando de Angelelli: “Fue víctima de los que no querían ser molestados en sus posiciones de privilegio y de dominio. Él quería hacer oír la voz de los explotados y defender su dignidad de personas”. Este breve comentario, contextualizado en el resto de la entrevista, deja ver la completa inmanentización de los conceptos de santidad y de martirio que maneja la jerarquía eclesiástica. Se es santo y se puede llegar a ser mártir por ser fiel a sí mismo, a los ideales que se abracen y que reciben el genérico título de “evangélicos”. El martirio ha dejado de ser ya la muerte como testimonio de la fe en Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Es, simplemente, morir por lo que se cree, independientemente del contenido objetivo de esa creencia. El único requisito es que la misma sea “evangélica”, lo que en la actualidad equivale a valores humanos como la solidaridad, la fraternidad, el servicio a los desposeídos, etc; cada uno llena este recipiente evangélico con lo que más le gusta. Siguiendo este criterio, el padre Carlos Mugica será beatificado próximamente y no sería extraño que, con él, fuera elevado al honor de los altares Fernando Abal Medina, un muchachito de Acción Católica que asumió un fuerte compromiso evangélico por los pobres, que lo llevó a asesinar a varias personas -entre ellas a un ex-presidente de la Nación- y “fue víctima” diría Becciù, “de los que no querían ser molestados”, es decir, de la maldita policía.
Pero la definición más importante del eminente purpurado se encuentra en su homilía. Dice allí que el compromiso que llevó a Angelelli y compañeros a la santidad fue “realizado a la luz de la novedad del Concilio Ecuménico Vaticano II, en el fuerte deseo de implementar las enseñanzas conciliares. Podríamos definirlos, en cierto sentido, como “mártires de los decretos conciliares”. Y tiene razón. Angelelli había sido un sacerdote más bien conservador, y por ese motivo fue elegido obispo. Y lo mismo ocurrió con tantos argentinos de la época. El mencionado Fernando Abal Mediana era un piadoso joven de Acción Católica, de misa diaria que cuando llegaron al país las buenas nuevas traídas por Vaticano II, fundó el grupo terrorista Montoneros. Y no estoy exagerando. Angelelli y los suyos son, efectivamente, los frutos más maduros del Vaticano II. Ellos son el resultado más prístino de esa cacareada primavera eclesial. Becciù, como Caifás, profetizó sin saberlo y sin quererlo. Agraces de este tipo son los únicos frutos que puede producir esa desdicha asamblea. 
Y agraces y bochornos de estas dimensiones son los único que puede producir el fracasado pontificado de Bergoglio. Él y los suyos “son nubes sin agua llevadas por el viento, árboles de otoño sin frutos” (Judas 1,12).