por don Pío Pace
El cardenal Péter Erdő, de 70 años el 25 de junio, es arzobispo de Esztergom-Budapest y primado de Hungría. Políglota, canonista de formación, administrador vigoroso, se le considera una figura destacada, aunque discreta y casi tímida, de la tendencia “neoconservadora” dentro del Sagrado Colegio. Es un buen representante de los líderes de las iglesias de Europa del Este oprimidas bajo la dictadura soviética.
Con poca simpatía, Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, presenta en su libro La Chiesa bruscia [Laterza, 2021], el tema de la nación ligado al catolicismo, que le gusta cultivar, como un resurgimiento de un nacionalcatolicismo sospechoso. Considera que las iglesias polaca y húngara se equivocan al reivindicar una “teología de la nación”, defendida por Juan Pablo II a partir de su experiencia polaca de salida del comunismo, porque el papa actual se muestra muy abierto a las cuestiones migratorias y al “bien común global”.
En cualquier caso, el jefe de la iglesia magiar se mostró de acuerdo con la posición del primer ministro Viktor Orbán de oposición a las invasiones migratorias, aunque se encargó de asegurar al Papa Francisco su fidelidad. Se trata claramente de una fidelidad en la diferencia, como habíamos visto en la asamblea del Sínodo sobre la Familia de 2015, donde Péter Erdő había defendido la posición moral tradicional: la liberación del pecado de adulterio condiciona el acceso a la absolución sacramental y a la Eucaristía.
Existe, pues, una ósmosis entre las posiciones adoptadas a favor de la familia por los episcopados de Polonia y Hungría, y las políticas de refundación tradicional aplicadas por los gobiernos de estos países: moral familiar, enseñanza del catecismo en las escuelas. Estamos en la Europa del grupo Visegrád (Polonia, Hungría, Eslovaquia, República Checa), con la también Eslovenia de Janez Janša, cercana a Viktor Orbán (pero Janša acaba de perder las elecciones), que es muy contraria a acoger las oleadas migratorias que están a punto de llegar.
Una Europa diferente a la que Ucrania está cerca. Un episodio interesante, dentro de los complejísimos acontecimientos de interpretación de la guerra en Ucrania, fue la visita a Kiev, el 15 de marzo de 2022, de los primeros ministros de Polonia, Eslovenia, República Checa y Hungría (este último, Orbán, sustituido por el viceprimer ministro de Polonia, Jaroslaw Kaczynski, líder del partido gobernante en Polonia). Esta visita, realizada teóricamente en nombre de la Unión Europea para garantizar a los ucranianos su apoyo, puede haber sido un hito para que la Ucrania de la posguerra vuelva a formar parte del grupo de democracias no liberales del Este, frente a las muy liberales de Occidente.
Pero también en Ucrania, como en Polonia y Hungría, la Iglesia es, si se quiere, "antiliberal". La Iglesia greco-católica agrupa a la mayoría de los católicos ucranianos y representa el 8% de la población del país. Esta Iglesia conserva un vivo recuerdo de los numerosos mártires que sufrió bajo el régimen comunista. El gran testigo de este período terrible y glorioso fue Josyf Slipyi, nombrado cardenal in pectore (en secreto) por Pío XII, permaneció al frente de la Iglesia greco-católica ucraniana durante cuarenta años, dieciocho de los cuales los pasó en campos y cárceles. Terminó sus días en Roma, donde mantuvo relaciones a veces tensas con Pablo VI, a cuya Ostpolitik consideraba demasiado complaciente con el poder comunista. En 1977, dio muestras de su independencia consagrando, según el derecho de su Iglesia, a obispos sin mandato pontificio, (entre ellos el futuro cardenal Husar que se convirtió en su segundo sucesor como arzobispo mayor, después del cardenal Lubachivsky). Su tercer sucesor es Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, Arzobispo Mayor de Kiev y Galizia, de 52 años, oriundo de la antigua Galizia austrohúngara, como lo fue Karol Wojtyla. Ahora es el jefe de la mayor de las iglesias orientales unidas a Roma, con seis millones de fieles. Como cabeza de la mayor iglesia no latina, es en cierto modo el segundo jerarca de mayor rango de la Iglesia universal después del Papa (aunque muy por detrás, claro, en cuanto al número de sus seguidores). Si no es patriarca, es porque Roma se resiste a hacerlo para no ofender a las iglesias ortodoxas, y si no es cardenal, es porque sus posiciones morales (y en general eclesiales), que no pueden ser más tradicionales, son notoriamente distintas a las de Amoris Letitia.
Hay que añadir que estas preocupaciones morales, que caracterizan al catolicismo de Europa del Este, convergen en algunos temas, por ejemplo la lucha contra la legalización del “matrimonio” homosexual, con las del Patriarcado ortodoxo de Moscú. Se recuerda el sorprendente encuentro organizado en Cuba en febrero de 2016 para el papa Francisco y el patriarca Kirill, también criticable, con el fin de intensificar las relaciones entre Roma y Moscú. De hecho, muchas voces ortodoxas abogan por una especie de ecumenismo civilizatorio, de resistencia al ultraliberalismo de la cultura occidental. Y la guerra dactual no suprime una comunidad de puntos de vista entre los cristianos orientales contra las amenazas que plantea este ultraliberalismo a los fundamentos morales de la vida social y familiar, y contra la discriminación que opera contra los cristianos en la sociedad moderna.
En este contexto, el cardenal Péter Erdő, que también fue presidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas (CCEE) en 2006, es un prelado que debería contar cuando finalice el actual pontificado.
Fuente: Res novae